Testimonio literario latinoamericano. Una reconsideración histórica del género (página 2)
Enviado por César Agustín Flores
Tengo una sugerencia bastante semejante […], pero quisiera plantearla de manera más limitada. Es decir, dentro del Premio como existe ahora, con las mismas bases, a mí me parece también que los géneros que tenemos aquí no corresponden más al estado actual de la literatura, como existe. Porque excluye de manera bastante terminante muchos géneros como el reportaje, el testimonio, la factografía, la novela no-ficción (Rama et al. 1995: 123).
La importancia de esta cuestión es manifiesta en Me llamo Rigoberta Menchú, situada en el pasaje de lo propio hacia lo ajeno en la construcción político-cultural de lo latinoamericano, como lo muestra la elaboración del texto en Francia y su publicación original en francés, previa a la edición en castellano.
Enzensberg percibía una incapacidad de las categorías organizadoras de la institución literaria vigente, de las cuales los premios, en tanto dispositivos básicos de consagración, constituían una manifestación privilegiada, para acoger un conjunto de producciones discursivas que elevaban su voz no tradicionalmente literaria, al tiempo que la lucha emancipatoria se extendía por el continente. Enzensberg ejemplificaba este problema con el caso de Manuela la mexicana, de Aída García Alonso, la autobiografía etnográfica de una mujer del barrio habanero pobre de Las Yaguas, construida a la manera de Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet. En 1968, la Casa le había otorgado una mención en la categoría ensayo, decisión rodeada de vacilaciones, dada la escasa afinidad entre los rasgos del texto y los tradicionalmente atribuidos al género ensayístico (Fernández Guerra, 2010: 220).
Surgido en el contexto de estos debates, el premio literario de Casa de las Américas puede entenderse como un dispositivo institucional de construcción de lo literario en tanto construcción de sentidos que incluye, en lo que nos concierne, nociones sobre sus géneros constitutivos y, en particular, sobre el testimonio. El premio, como parte del metadiscurso genérico, opera simultáneamente en la escritura, ya que formula reglas de producción de literatura testimonial legítima, y en la lectura, ya que promueve el reconocimiento de particulares obras y nombres de autor, no solo en el acto de la premiación sino también en la selección de los jurados, cuyos nombres resignifica como canónicos. Es notorio, por eso, que la crítica del testimonio latinoamericano haya atendido escasamente a las obras premiadas por Casa de las Américas a lo largo del desarrollo histórico del género, afirmación de la que se exceptúa la edición de 1970, crucial, como ya se ha dicho, en su institucionalización.10
La selección de los jurados que evaluaron las obras presentadas a la categoría testimonial sugiere un canon de escritor que la Casa buscaba promover, cuyo carácter común se resume en el tipo del partícipe en la realidad: un literato extraído de la recámara solitaria de escritorio y biblioteca, su histórico cobijo en el mundo moderno, al decir benjaminiano, hacia el exterior mundano donde surgía el contacto corporal e interlocutivo con el otro. Rodolfo Walsh, Ricardo Pozas y Raúl Roa, los tres jurados electos, satisfacían, cada uno a su manera, tal imagen. Así, Walsh había publicado ya para 1970 la tercera edición de Operación masacre y
¿Quién mató a Rosendo?, ambos aparecidos primero en semanarios de circulación local, uno de ellos vinculado al sindicalismo local combativo.11 Su figura permitía, pues, la "literaturización" buscada por la Casa de dos prácticas tradicionalmente consideradas extra-literarias: el periodismo y la militancia. Análogamente, el cubano Raúl Roa había colaborado como perio- dista en distintas publicaciones de Cuba y otros países de Latinoamérica, y contaba con una larga trayectoria política, iniciada en el movimiento de Mella y consolidada desde el triunfo de la Revolución con su puesto de ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, que mantenía en 1970. Roa aparecía, además, como legítimo escritor por su producción libresca, consistente en recopilaciones de crónicas y ensayos sobre su experiencia política (Retorno a la alborada, 1964; Escaramuza en las vísperas y otros engendros, 1966; La revolución del 30 se fue a bolina, 1969).12 Finalmente, el nombre del antropólogo mexicano Ricardo Pozas reenviaba al escritor fundador del género, Barnet, cuya Biografía de un cimarrón reformulaba a un modo cubano el primer texto de Pozas, Juan Pérez Jolote. Además, su obra siguiente, Chamula, un pueblo indio de los altos de Chiapas, de 1959, producía un desplazamiento desde lo "puramente" antropológico, y solo contingentemente político –la vinculación de Juan con la Revolución Mexicana aparecía como "un accidente en su vida" (Pozas, 1959: 7)–, hacia una mirada necesariamente histórica y política que, con léxico marxista, enfatizaba el carácter socio-económicamente modulado de la figura indígena: "El indio, en sus relaciones reales como un mundo capitalista", sostenía allí, "no es otra cosa que material humano de reserva" (Pozas, 1982: 237).
Con la excepción del breve análisis dedicado por Sklodowska (1992: 39-40) al problema de la fidelidad al informante en Amparo: millo y azucenas.
Nos referimos a la publicación de ¿Quién mató a Rosendo? en CGT.
Dentro de las veinte obras presentadas en la convocatoria (Aymerich, 1998: 32), el jurado premió a La guerrilla tupamara, de la uruguaya María Esther Gilio, que obtuvo el primer galardón, Girón en la memoria, de Víctor Casaus, y Amparo: millo y azucenas, de Jorge Calderón González, escritores cubanos que consiguieron, respectivamente, la primera y la segunda mención del certamen. La premiación recubría bajo el nombre "testimonio" textos de relativa diversidad temática, pero coincidentes en la inscripción política de los personajes de la reali- dad que retratan: el movimiento obrero y la guerrilla en el caso del texto de Gilio, las fuerzas armadas cubanas resistentes a la invasión norteamericana en Bahía de los Cochinos en Casaus, y una mujer líder del PC cubano en Calderón González. Los tres manifestaban, además, una común condición de producción, correspondiente a la segunda modalidad testimonial promovida por la convocatoria (vid. supra.), esto es, un diálogo practicado entre el escritor y los actores de la realidad política latinoamericana, que hacía posible la práctica literaria.
En los tres casos, la doble participación de escritor y protagonistas políticos en la elaboración del texto se exhibe en su materialidad. El escritor, por un lado, aparece manifiestamente representado en la zona prefacial de los libros, donde ocupa la posición enunciativa de un presentador, como sucedería en cualquier prólogo. La inclusión de este género paratextual, simultáneamente perteneciente al discurso literario e intelectual, instituye la oscilación constitutiva del testimonio, y de la noción de escritor que presupone, entre ambos campos sociales. La introducción de matrices discursivas y figuras de sujeto típicamente intelectuales en el texto literario es más manifiesta en el caso de Amparo…, donde toma la forma enunciativa de un nosotros que reemplaza la individualidad del autor literario con lo colectivo de la investigación antropológica en que se gestó el texto –"En 1963 integrábamos un equipo compuesto de un investigador y tres auxiliares" (Calderón González, 1970: 13).
En tanto, el cuerpo del texto es su zona propiamente testimonial, donde se despliega en di- versos modos la figura del testimoniante en interlocución con el escritor. Se plantea allí una oposición que puede orientar el análisis de todo el corpus del género, entre aquellos textos de voz testimonial colectiva, por un lado, e individual, por otro.
Para una biografía de Roa, cf. Martínez Heredia (2007).
Así, La guerrilla… y Girón… –como La noche de Tlatelolco y ¿Quién mató a Rosendo?– integran a su escena de enunciación una multiplicidad de voces, representación del colectivo identificado en los años "60 con la causa latinoamericana de transformación radical del mundo social. En el texto de Gilio, sus reportajes retratan la "experiencia directa del pueblo" (Gilio, 1970: 15) de Uruguay, como parte del "conjunto de naciones de Latinoamérica" (cit.: 11), en escenas cuya sucesión desplaza un país habitado por sobrevivientes, donde "morirse es asunto de todos los días" (cit.: 52), hacia uno ocupado por quienes "han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia" (cit.: 75), en las palabras de Fidel Castro citadas por el título de la tercera parte.13 Son el movimiento obrero y los tupamaros, que protagonizan los bloques finales de reportajes. En Girón…, en tanto, se trata de ex combatientes en la resistencia a la invasión norteamericana de 1961 que relatan su experiencia bélica. Ellos igualmente describen primero una supervivencia, entendida como vuelta a la vida luego de una experiencia cercana a la muerte: "Regresas. La guerra ha terminado y estás vivo" (Casaus, 1970: 10), según señala el epígrafe. Hacia el final, no obstante, podrán resignificar esa experiencia, en el sentir vivo de un presente victorioso pasible de proyectarse al futuro
-"Tal vez la guerra la ganaron todos. Los que combatieron y los que no combatieron. [ ] Tal vez por eso saludas a todos y aprietas contra tu pecho las flores que te lanzan a los ojos y cantas la victoria porque también es tu victoria" (Casaus, 1970: 307, bastardillas del autor).
El recorrido de Amparo es similar, aunque individualmente representado. La protagonista, pobladora del barrio pobre de Las Yaguas, pasa de sobrevivir a la explotación – "En comparación, la muerte es mejor que la pobreza (Calderón González, 1970: 78)"; "Yo he pasado mucho trabajo. No sé cómo yo estoy viva" (cit.: 153)– a la consecución de una vida revolucionaria realizada en su militancia en el partido: "a mí no me interesa nada más que el Partido" (cit.: 172); "He sentido más por la Revolución que por el figurao del colorete ni nada de eso" (cit.: 193). En efecto, las "incesantes luchas políticas a favor de un mejoramiento en las condiciones de vida imperantes" (cit.: 14), en que se había involucrado Amparo, son el primer motivo de selección de la informante que formula Calderón González en la introducción, seguido por su carácter de fuente legítima de una experiencia histórica – "conocía de su historia por haber vivido allí desde los primeros tiempos de su formación" –, y, finalmente, por sus negroafricanos "antecedentes étnicos" (cit.: 15).
De distintas maneras en cada obra, la voz testimonial configurada favorece la identificación del lector con la práctica política que aquella narra desde el saber de la experiencia. Así, si La guerrilla… y Girón… enfatizan lo inevitablemente colectivo de la construcción política, como representaciones de una pluralidad de voces dirigidas a una causa común, Amparo… señala la simultánea importancia política de las individualidades, encarnada en la figura del líder que ejemplifica la testimoniante. En ambos casos, se construye la noción de un pueblo heroico en su cotidianeidad, como lo ha señalado Jara (1986: 2) para el conjunto del género, o en su carácter de "ser común", carácter del que, en los tres textos, constituyen señales cabales las marcas de oralidad dispersas en la palabra de los testimoniantes, y su designación bajo sencillos nombres de pila.
Notemos, en este punto, la distancia que surge entre los testimoniantes en tanto "comunes" y la representación del escritor, asociado en los paratextos a una lengua culta y a un nombre con apellido que permite su estatuto de autor. No obstante, tal distancia aparece salvada en el diálogo in praesentia entre ambas figuras, que ha permitido la confección de los testimonios y se exhibe, como decíamos, en su materialidad textual. Así, tanto en Girón… como en Amparo…, la inclusión de fotografías refuerza la imagen de un escritor que ha estado allí presenciando, como testigo ocular, el cuerpo de quienes realmente habían protagonizado los hechos.
La cita corresponde a Fidel Castro en la Asamblea Nacional del Pueblo de Cuba de 1962, mundialmente conocida como Segunda Declaración de la Habana. En 1964, las palabras fueron evocadas por Ernesto Guevara en su discurso en la Asamblea General de la ONU.
Para finalizar, importa considerar los criterios que guiaron al jurado en el otorgamiento de los premios. En ese sentido, es primero notable un desfase entre la conceptualización sobre el testimonio en la Casa de 1970 y en la crítica reciente: así Amparo…, el texto premiado que en mayor medida se asemeja a los ejemplares hoy canónicos del género, como Biografía de un cimarrón y Me llamo Rigoberta Menchú, solo obtuvo la segunda mención. En efecto, si "los méritos literarios" (Gilio, 1970) habían sido el criterio primeramente ponderado en la evaluación, según formulaciones de la Casa, estos resultaban difícilmente atribuibles a la transcripción "fiel" de una entrevista antropológica. Pero importaban, además, "la actualidad del tema y la trascendencia política y social de los trabajos" (cit.). De allí que el libro Gilio cumpliera todos los requisitos: reelaboraba el material crudo testimonial con un fuerte efecto poético, tematizaba un proceso político de enorme trascendencia – "uno de los movimientos guerrilleros más justificados y heroicos de la historia contemporánea" (cit.)14–, y lo comunicaba de manera "casi instantánea", como afirmó la revista Casa (cit. en Gilman, 2003: 393) a un lector latinoamericano que podría, así, hacerse más rápidamente eco de la lucha tupamara.
Si bien la inaccesibilidad al conjunto de las obras participantes en el certamen limita la validez epistemológica de las conclusiones, puede sugerirse que la premiación de 1970 funda para el género testimonial una duplicidad constitutiva: su simultánea legitimación como modalidad literaria funcional al emprendimiento pro-revolucionario de la izquierda latinoamericana, y formalmente valorable, por el trabajo que supone sobre la materialidad del lenguaje. En términos de un análisis textual, se trataría de una literatura que buscaba promover la revolución en la región no solo desde la realidad sociopolítica enfocada por su dimensión temática, sino también en renovadores mecanismos retóricos y enunciativos propios de la puesta en discurso literario. Es factible, así, que las estrategias de resolución de tal duplicidad –más funcionalistas en ciertos testimonios, más formalistas en otros–, y de sus implicadas tensiones, muestren, en el conjunto amplio de ejemplares del género, la especificidad histórica de cada caso de análisis.
Hemos presentado algunos momentos relevantes de nuestra investigación en curso, centrada en el fenómeno genérico del testimonio latinoamericano. Como se ha visto, la construcción de objeto enfatiza la especificidad histórica del fenómeno, ligada a las transformaciones que en la década de 1960 experimentaron los campos intelectual y literario latinoamericanos, en el vínculo progresivamente más estrecho que mantuvieron con el campo político. Sin eludir la inscripción del fenómeno descrito a un problema testimonial más amplio, asociado a la violencia totalitaria propia del siglo XX, el estudio enfatiza la mediación significativa del campo en la producción de testimonios literarios, así como la particularidad asumida por el hecho de la violencia estatal en el caso latinoamericano.
Esta y las citas anteriores corresponden a documentos del jurado de Casa de las Américas transcritos en las solapas del libro de Gilio.
Se ha señalado, además, cómo la concepción histórica del género, en tanto matriz discursiva situada, y consolidada en la escritura y la lectura por su metadiscurso asimismo situado, permite la construcción de un corpus relativamente estable, vinculado a singulares condiciones de producción en los distintos ejemplares textuales que lo integran. Queda por estudiar, pues, el modo de inscripción de las obras del corpus provisorio en el género, esto es, su particular sentido histórico, y, eventualmente, revisar el alcance de la serie genérica, con los criterios teóricos cuya operatividad en el análisis literario hemos procurado mostrar.
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Autor:
Victoria García
Licenciada y profesora de enseñanza media y superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Docente de la Cátedra Libre de Estudios Gallegos en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Desarrolla una tesis de doctorado con financiación del Conicet, que investiga el proceso de constitución histórica del testimonio literario latinoamericano. Recientemente ha publicado "Configuraciones de mayo en la prensa nacionalista del Sesquicentenario" (FFyL, 2010) y "Autor, editor, puesta en obra: desencuentros y conciliaciones en los contornos de un libro (Operación masacre, 1957)" (Revista Discurso, UNAM, 2010). ?
Revista del Departamento de Letras
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Enviado por:
César Agustín Flores
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