Principales corrientes de la teoría del comercio internacional durante el siglo XX
Enviado por Jacqueline Laguardia Martínez
- El libre comercio
- Libre comercio y ventajas absolutas
- Ventajas comparativas
- Demanda recíproca
- La síntesis neoclásica y la dotación relativa de factores
- El control del comercio internacional
- El mercantilismo
- Protección externa y desarrollo nacional
- La teoría de la CEPAL (desarrollismo)
- El deterioro de los términos del intercambio (Singer-PrebischJ)
- La sustitución de importaciones
- Teorías contemporáneas sobre el comercio internacional
- Bibliografía
Las grandes corrientes en que se agrupan las diversas doctrinas que han surgido a lo largo de la historia del pensamiento económico. Dichas corrientes pueden resumirse como sigue:
1. El liberalismo: caracterizado por considerar que el comercio internacional tiene efectos directamente beneficiosos tanto para cada país que participe en él como para el conjunto del mundo.
2. El proteccionismo: que sin negar lo anterior (salvo en su etapa «prehistórica»: el mercantilismo) establece ciertas condiciones para que determinados efectos negativos del comercio puedan ser minimizados, como etapa previa al libre comercio.
El libre comercio
De manera muy general, el libre comercio es la dimensión internacional del liberalismo económico. Se trata, pues, de Ia segunda parte de la consigna burguesa del siglo XVIII: Laissez-faire, laissez -passer.[1] En definitiva, lo que la burguesía reclamaba era la retirada del Estado de la esfera económica tanto en el plano de la producción como del comercio, en circunstancias en que este último se veía confrontado con serias regulaciones implantadas por el mercantilismo.
Libre comercio y ventajas absolutas
El primer intento de una sistematización completa de una teoría liberal del comercio internacional corresponde a Adam Smith en su obra Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776. Antes de entrar en la teoría del comercio internacional propiamente, es necesario señalar un punto central de la ideología liberal, tal como lo plantea Smith, que está presente por medio de todo el pensamiento librecambista hasta nuestros días. Se trata de la idea de que cuando el individuo (léase el capitalista) persigue su propio interés, promueve el de toda la sociedad de manera más efectiva que si esto último fuese la intención de esa persona. Todas las reglamentaciones y las regulaciones del Estado (entendido este como poder "administración públicos en cualquiera de sus niveles) no sólo son innecesarias, sino que son negativas para la riqueza y el bienestar del conjunto de la sociedad.[2]
El libre juego de los intereses, individuales (es decir, de comerciantes industriales: la burguesía que buscaba el poder político) se convierte en el interés de la sociedad ya que, según Smith, la economía se autoregula gracias a la intervención de sus propias leyes; lo que él llama «la mano invisible».
Este mismo principio se aplica al comercio internacional: las regulaciones mercantilistas son absurdas por cuanto impiden el desarrollo de la división internacional del trabajo, principio sobre el cual descansa todo aumento de la riqueza:
Cuando un país extranjero nos puede ofrecer una mercancía en condiciones más baratas que nosotros podemos hacerla, será mejor comprarla que producirla, dando por ella parte del producto de nuestra propia actividad económica, y dejando a este emplearse en aquellas ramas en que saque ventaja al extranjero. Como la industria de un país guarda siempre proporción con el capital que la emplea, no por eso quedará disminuida (…) pues buscará por sí misma el empleo más ventajoso. Pero no se emplea con mayor ventaja si se destina a fabricar un objeto que se puede comprar más barato que si se produjese, pues disminuiría rigurosamente, en mayor o menor proporción, el producto anual, cuando por aquel camino se desplaza de la producción de mercaderías de más valor hacia otras de menor importancia.
De acuerdo con nuestro supuesto, esas mercancías se podrían comprar más baratas en el mercado extranjero que si se fabricasen en el propio. Se podrían adquirir solamente con una parte de otras mercancías, o en otros términos, con sólo una parte del precio de aquellos artículos que podría haber producido en el país con igual capital la actividad económica empleada en su elaboración, si se la hubiera abandonado a su natural impulso. En consecuencia, se separa la industria de un país de su empleo más ventajoso y se aplica al que lo es menos, y en lugar de aumentarse el producto permutable de su producto anual, como sería la intención del legislador, no puede menos que disminuir considerablemente.[3]
De este pasaje, que sintetiza de forma admirable el pensamiento de Smith sobre el comercio internacional, se pueden extraer tres elementos centrales de su doctrina:
El comercio internacional permite una mejor asignación de los recursos productivos nacionales, ya que se podrán desplazar desde producciones en que el país es menos eficiente hacia otros en que es más competitivo. El volumen total de la producción crecerá y con ello la riqueza de la nación.
Pongamos un ejemplo que nos permita ver esto con claridad: supongamos que Inglaterra emplea 100 unidades de capital (constante y variable) para producir 10 barriles de vino, y 50 unidades para producir 10 rollos de tela. Por su parte, Portugal emplea 60 unidades de capital para producir 10 barriles de vino y 90 para 10 rollos de tela. Tenemos que sin comercio el gasto total y la producción total serán las que siguen.
k x 10 | k x 10 | |||
barriles | rollos | |||
de vino | de tela | Total | ||
Inglaterra | 100 | 50 | 150 | |
Portugal | 60 | 90 | 150 | |
Total | 110 | 190 | 300 |
Si se especializan, Inglaterra destinará todos sus recursos a producir tela y Portugal las dedicará al vino. Tendremos que con 150 unidades de k, Inglaterra producirá 30 rollos de tela y Portugal, con sus 150 unidades, producirá 25 barriles de vino.[4] Si se intercambian la mitad de la producción, cada uno obtendrá 15 rollos de tela y 12,5 barriles de vino al haber empleado los mismos recursos que, sin la especialización y la mejor asignación de sus recursos domésticos, daban 10 rollos y 10 barriles cada uno.
b) La segunda idea del texto es que la división internacional del trabajo y la consiguiente optimización en la asignación de los recursos no son producto de reglamentaciones u otro tipo de intervención del Estado. Al contrario, la liberalización del comercio internacional permitirá a los productores extranjeros con ventajas (los más eficientes), es decir, los que producen más barato, entrar en el mercado nacional, al hacer que aquellos cuyos productos sean más caros abandonen esa producción y ese capital busque por sí mismo el empleo más ventajoso. Así, la optimización de la asignación de los recursos nacionales será resultado de la competencia de los productores extranjeros.
c) Por último, puede verse que para Adam Smith la división internacional del trabajo se produce en función de las ramas que en cada país son más eficientes (o sea, pueden producir mayor cantidad de artículos con un número dado de capital) que cualquiera de sus competidores en los demás países. De aquí la denominación de «ventajas absolutas» con que se conoce en esta doctrina.[5] Y he aquí justamente-el punto más débil del razonamiento de A. Smith si nos mantenemos dentro de los marcos de su argumento: ¿Qué ocurre con los países que no tienen ninguna rama, en qué posean una ventaja sobre todos sus competidores? ¿Quedarán fuera de la división internacional del trabajo y, por ende, estarán condenados a la pobreza? Porque si no pueden exportar ninguna mercancía pues siempre habrá competidores con ventajas ¿cómo podrían importar esas mercancías que otros producen a menor precio? En efecto, Smith no puede responder a este tipo de situaciones y sólo con David Ricardo se establecerá una teoría general del comercio internacional.
Ventajas comparativas
Cuando David Ricardo analiza en los Principios de economía política y tributación (1817), la cuestión del comercio internacional, parte del hecho de que el valor-trabajo no rige el valor de cambio de las mercancías en este plano.
«La misma regla que rige el valor relativo de los bienes en un país, no regula el valor relativo de los productos entre dos o más países». Y al poner como ejemplo las producciones de vino y paño de Portugal e Inglaterra, afirma: La cantidad de vino que Portugal tendría que pagar a cambio del paño obtenido en Inglaterra no se determina por las cantidades respectivas de trabajo necesarias para la producción de cada uno de ellos, como ocurriría si ambos bienes se fabricaran en Inglaterra o en Portugal.[6]
Ricardo desarrolla este primer ejemplo al suponer que se emplean, para producir una unidad de cada mercancía, las siguientes horas de trabajo respectivamente:
Vino (barriles) | Paño (rollos) | Total | |||
Portugal | 80 | 90 | 170 | ||
Inglaterra | 120 | 100 | 220 | ||
Total | 200 | 190 | 390 |
Vemos que, según A. Smith, Portugal se quedaría con cambas producciones, ya que tanto su vino como su paño son más baratos. Pero en ese caso Inglaterra no producirá nada y no exportará nada como para pagar sus necesidades de vino y paño. Por su parte, Portugal seguirá empleando las mismas 170 horas para producir sus mercancías. Sin embargo, Ricardo demuestra que ambos países tienen interés en especializarse según el patrón siguiente, y producir las mismas dos unidades totales de cada bien:
Vino (barriles) | Paño (rollos) | Total | ||||
Portugal | 160 | 90 | 160 | |||
Inglaterra | _ | 200 | 200 | |||
Total | 160 | 200 | 360 |
Se aprecia que, respecto a las necesidades originales de trabajo para producir las mismas dos unidades de cada mercancía, Portugal ahorra 10 horas de trabajo e Inglaterra ahorra 20 horas, si se intercambian las respectivas unidades excedentarias que han producido. Así, cada país puede optimizar la asignación de sus recursos, lo que eleva la producción total y mejora el bienestar de las personas.
Antes de considerar más en detalle las ventajas comparativas ricardianas, es necesario subrayar que no se trata, como se pretende a menudo, de comparar cada producto en ambos países (en efecto, esas son las ventajas absolutas), sino de la comparación de dos productos en cada uno de los países. Lo importante no es que el vino sea más barato en Portugal que en Inglaterra (ya que con el paño ocurre lo mismo), sino que en Portugal es más barato producir dos unidades de vino mientras en Inglaterra es más barato producir dos unidades de paño. De este modo, la relación de precios del vino portugués con relación al paño se situará entre los límites de aquellos existentes en cada país:
1 vino = 8/9 paño, y 1 vino = 12/10 paño. Por debajo de la relación
1 vino = 8/9 paño, Portugal no tendrá interés en exportar; por encima de
1 vino = 12/10 paño, Inglaterra no tendrá interés en importar y no habrá comercio ni especialización; ya que fuera de estos límites a uno u otro país le resultará más barato producir de manera doméstica la mercancía en la cuál es relativamente menos competitivo.
Hasta aquí lo que comúnmente se entiende como la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo que simplifica el razonamiento hasta transformarlo en un bello juego del espíritu, bastante alejado de la realidad. En efecto, la teoría tiene su coherencia interna y las críticas que siguen quedan en gran medida relativizadas al colocar las ventajas comparativas en el contexto de la obra de Ricardo, donde su visión del comercio internacional aparece de manera mucho más fina que lo que permite ver el planteamiento esquemático del argumento de las ventajas comparativas.
Pero, hasta este punto, nada nos explica los mecanismos por los cuales las naciones ajustarían su comercio exterior en virtud de ella; pues esta especialización no será resultado de un acuerdo explícito y consciente entre las partes interesadas. Será el propio mercado, dejado al libre juego de sus leyes, el encargado de establecer la división internacional del trabajo.
En efecto, Ricardo nos dice que, en un primer momento, Portugal exportará ambas mercancías a Inglaterra, puesto que posee ventajas absolutas tanto en vino como en paño y ambos bienes son más baratos en dicho país. Inglaterra compensará su déficit comercial con una disminución de sus reservas, que puede considerarse como una salida de oro. De este modo, la cantidad de oro disponible en Gran Bretaña disminuirá, mientras esta aumenta en Portugal.
Según la teoría cuantitativa de la moneda, el decrecimiento de la cantidad de oro en Inglaterra hará que su precio, en relación con las demás mercancías, aumente; lo que significa un descenso en el nivel de precios ingleses. En Portugal, lógicamente, ocurrirá lo contrario, y los precios de las mercancías subirán.[7]
Así, los movimientos internos de los precios evolucionarán hasta un punto tal en que ellos compensarán los diferenciales iniciales en los mismos, de modo que, en cierto momento, para el comprador (portugués o británico) se hará más barato el paño inglés. Inglaterra dejará, así, de importar telas y comenzará a exportar esta mercancía. Sólo en ese momento se realizarán las ventajas comparativas de manera concreta en el comercio entre ambas naciones.
En este plano del análisis surge una de las críticas más sólidas -con aquella de Emmanuel qué veremos más adelante- a la teoría de las ventajas comparativas. Anwar Shaikh[8]muestra que los flujos financieros no revierten, necesariamente, el intercambio establecido sobre la base de las ventajas absolutas. Si retomamos el ejemplo de Ricardo, el flujo neto de oro desde Inglaterra hacia Portugal hará disminuir la oferta monetaria en aquella y aumentarla en este, lo que incrementará las tasas de interés en Gran Bretaña mientras ellas disminuyen en Portugal, quien verá florecer las inversiones (estimuladas, por los bajos intereses) al tiempo que ellas se reducen en Inglaterra. Las ventajas portuguesas se harán más netas y el déficit comercial inglés, en lugar de reducirse y equilibrarse, se consolidará.
Por su parte, el diferencial de tasas de interés hará que los capitales fluyan desde el país con intereses bajos (Portugal) hacia aquel de altas tasas (Inglaterra); flujo que permitirá a esta última financiar su déficit comercial con endeudamiento (en lugar de recurrir a las reservas como en un primer momento). Se configura así una asombrosa situación, parecida a la que viven actualmente los países subdesarrollados o, más aún, Estados Unidos durante los 80.[9]
De esta manera el déficit comercial se transforma no en una situación transitoria, como pretende Ricardo, sino en una determinante estructural del relacionamiento externo de los países que cuentan con desventajas absolutas. En efecto, si los flujos financieros repercuten sobre los intereses y no sobre los precios, las ventajas comparativas no lograrán imponerse por el libre juego de la oferta y la demanda, y el comercio internacional se estructurará sobre las ventajas absolutas.
Por otra parte, existen ciertos supuestos para que este modelo funcione; específicamente, el de la inmovilidad de los factores. En efecto, si el capital y el trabajo pudiesen desplazarse de un país a otro: «Representaría indudablemente una ventaja para los capitalistas ingleses y para los consumidores de ambos países que, en tales circunstancias, tanto el vino como el paño fuesen fabricados en Portugal y que, por lo tanto, así el capital como el trabajo que Inglaterra emplea en la producción de paños, se trasladara en Portugal para este propósito».[10] Pero, para Ricardo, la experiencia demuestra que los capitalistas se dan por satisfechos con una tasa de ganancia baja en su propio país en lugar de buscar un empleo más ventajoso de su capital en el extranjero.
En cuanto a la inmovilidad del capital, discutible en tiempos de Ricardo, es hoy en día un supuesto inaceptable, y como demostración baste ver el enorme volumen de los flujos internacionales de capitales bajo sus diferentes formas. Ya a fines del siglo pasado, un pensador burgués como Hobson introduce el término de «imperialismo» para designar la necesidad del capital de traspasar las fronteras nacionales en la búsqueda de un empleo rentable.
En lo que respecta a la inmovilidad internacional de la fuerza de trabajo, se trata de un supuesto que se ajusta a la realidad tanto de la época en que escribe Ricardo como a la de nuestros días.[11] Pero, si la fuerza de trabajo no puede desplazarse de un país a otro, entonces nada impide que en un país los salarios sean más altos que en el otro. ¿Cómo podemos entonces comparar los costos en horas de trabajo si cuando los llevamos a salarios tenemos que una hora en el país A puede costar lo mismo que cuatro horas en el país B? Y por ello cabe la pregunta: en el momento de decidir sobre la especialización en una economía capitalista ¿qué le interesa al empresario? ¿Ahorrar horas de trabajo p aumentar sus ganancias? Pues el costo se puede reducir ya sea al disminuir la cantidad de horas de trabajo para una cantidad dada de producto o al aminorar la remuneración de los trabajadores para la misma cantidad de horas.[12]
Es por todo esto que la teoría ricardiana de las ventajas comparativas no ha sido utilizada ni por él ni por sus discípulos como un modelo real de comercio internacional, sino como un argumento convincente de las ventajas del libre comercio, en un mundo caracterizado por las trabas al mismo y las políticas proteccionistas.
Que las ventajas comparativas ricardianas no se hayan convertido en un modelo concreto de comercio internacional está también dado por los supuestos que ella contiene y que le dan un carácter bastante abstracto, al hacer difícil su transposición a la realidad. Los propios neoclásicos criticarán estos supuestos, sin embargo y como veremos, siempre en una perspectiva de continuación, completamiento y desarrollo de las ventajas comparativas:
Ambos factores son inmóviles, ya que de otra manera lo óptimo sería que los capitales y los trabajadores ingleses se trasladen a Portugal. Vimos que este supuesto es aceptable para la mano de obra pero no para el capital. Además, la inmovilidad (y la no competencia) de los factores introduce una fuerte distorsión en la lógica del argumento.
Los rendimientos son constantes, lo cual también es inaceptable. Este supuesto es fundamental ya que si consideramos que los rendimientos son crecientes en la manufactura (paño) y decrecientes en la agricultura (vino), la especialización hará que la industria inglesa gane eficiencia, mientras la viticultura portuguesa se tornaría progresivamente menos eficiente a medida que aumentan sus respectivas escalas de producción.[13]
Es necesario señalar también que la teoría de Ricardo se presenta como una elaboración bastante estática en sus consecuencias, ya que una vez realizada la división internacional del trabajo los países quedarían como condenados a determinada estructura del producto. El único motor de transformación sería que por algún motivo la relación externa de precios de intercambio del bien exportado cayera por debajo de la relación que él tiene internamente con la mercancía importada; pero esa mercancía, por efecto mismo de la especialización, ya no se produce domésticamente y el país se vería en serias dificultades para «desespecializarse».
Pero la teoría también es estática en su planteamiento, ya que nada explica las diferencias de productividades entre los países ni las diferencias de costos al interior de cada uno. Y esto no es una casualidad. En efecto, los tratados de 1642,1654 (en que Inglaterra acordaba a Portugal una protección política contra el expansionismo español a cambio de privilegios comerciales), 1661 y, finalmente, el Tratado de Methuen en 1767, habían establecido una división internacional del trabajo entre los dos países sobre la base de la especialización que posteriormente Ricardo va a despolitizar con su teoría de las ventajas comparativas, al dar una racionalidad a posterior a una situación que de hecho era resultado no de los mecanismos naturales del libre comercio sino, al contrario, de las relaciones impuestas por las correlaciones de fuerza existentes. O como apunta Marx en el «Discurso sobre el libre comercio», parece natural que el Caribe se especialice en la producción de azúcar, aunque no fue la naturaleza la que puso la caña en el Caribe sino el colonizador, a punta de espada y látigo.
En efecto, toda esta línea de pensamiento no nace y se desarrolla en Inglaterra por azar. Ella es la expresión teórica de los intereses de la burguesía inglesa en la época en que se encuentra a la cabeza de la revolución industrial y es consciente de que su producción es más competitiva que la del resto del mundo y, por lo tanto, tiene mucho que ganar con el libre comercio.
Demanda recíproca
La teoría de Ricardo, debido a que, como dijimos, es más un argumento en favor del libre comercio que un patrón de intercambios internacionales, había dejado sin solución del problema de la determinación de los precios, al reducirse a establecer los límites fuera de los cuales el Comercio no tendría lugar y a explicitar el mecanismo de ajusta de los niveles de precios de los socios gracias al cual se establece un patrón de intercambio de acuerdo con las ventajas comparativas.
John Stuart Mill se concentró en examinar la cuestión de los valores internacionales a partir de la teoría de las ventajas comparativas, así como a analizar en detalle las mencionadas variaciones de los niveles de precios de los países que comercian y, por lo tanto, de los precios relativos de las mercancías intercambiadas. El argumento de J.S. Mill es el siguiente, cuando parte de un ejemplo similar al de Ricardo pero iguala la cantidad de trabajo, por lo que los diferenciales se expresarán en términos de los volúmenes producidos. Tenemos así, que para 300 días de trabajo las respectivas producciones serán los expresados en la tabla:
Vino (barriles) | Paño (rollos) | |
Portugal | 100 | 75 |
Inglaterra | 50 | 60 |
Como en el ejemplo de Ricardo, Portugal posee ventajas absolutas para ambas mercancías pero Inglaterra tiene una ventaja relativa en el paño. Ahora bien, Ricardo muestra que el precio internacional del vino (su relación de intercambio con el paño inglés) será tal que 100 barriles se cambiarán en una proporción que se sitúe por encima de 75 rollos de paño (que es lo que en Portugal vate el vino) y por debajo de 120 rollos (que es la cantidad que en Inglaterra equivale a 100 barriles, ya que representa los mismos 600 días de trabajo). Pero ¿dónde se situará la tasa dentro de la gama de estos márgenes?
J.S. Mill responde que ello dependerá de la demanda de cada país para el producto el otro país. Retomemos el ejemplo y partamos con un precio de 100 barriles de vino por 95 rollos de tela, y supongamos que en ese nivel de precios la demanda en Inglaterra se satisface con 100 000 barriles de vino y la demanda portuguesa de tela se satisface con 95 000 rollos de paño. En ese caso habrá un equilibrio de la demanda recíproca y cada uno pagará sus importaciones exactamente con sus exportaciones.
Pero supongamos también que a ese mismo precio de 100 V = 95 R los consumidores ingleses sólo desean consumir 80 000 barriles de vino y los portugueses los mismos 95 000 rollos de tela. Entonces, a ese precio, las exportaciones de vino de este país únicamente alcanzarán para obtener 76 000 rollos de tela (800 x 95). Para poseer los 19 000 rollos adicionales, Portugal deberá ofrecer más de 100 unidades de vino por 95 de tela. Pongamos que el precio baja a 100 V = 80 T. A este precio los ingleses consumirán más vino y los portugueses menos tela; por ejemplo, 110 000 toneles y 75 000 rollos respectivamente. A ese precio, con los 110 000 barriles se comprarán 88 000 rollos, 13 000 más de los que Portugal necesita, ya que el precio del vino es, en este caso, demasiado bajo y, por ello, la demanda inglesa resulta excesiva en relación con la demanda portuguesa de tela. Los precios se acomodarán, de esta forma, hasta establecerse una relación en que ellos permitan satisfacer, exactamente, las respectivas demandas de ambos países.[14]
En lenguaje moderno, J.S. Mill afirma que los precios internacionales, son función de la extensión y la elasticidad-precio de la demanda recíproca de cada país con respecto a los productos del otro; de tal manera que la relación de intercambio internacional se sitúe entre las relaciones de intercambio internas de ambos y a un nivel tal que las exportaciones de cada uno permitan la exacta satisfacción de la demanda interior del bien importado.
Para terminar, señalemos que la teoría de la demanda recíproca se sitúa al mismo tiempo en continuidad respecto a Ricardo, ya que viene a complementar la de las ventajas comparativas, y en ruptura con la tradición de la economía política clásica (Smith y Ricardo), en la medida en que abandona el análisis del valor-trabajo para centrarse en los equilibrios del mercado (oferta y demanda). Esta ruptura es importante porque, como veremos, marcará toda la llamada «síntesis neoclásica», que se reclama continuadora de la economía política clásica pero, de hecho, la traiciona en lo más profundo.
En efecto, el abandono total del valor-trabajo conducirá a las teorías superficiales de la oferta y la demanda, así como al marginalismo y otros enfoques subjetivistas como formas de explicar los precios de manera independiente del proceso de producción.
La síntesis neoclásica y la dotación relativa de factores
Alrededor de un siglo después de la publicación de los Principios de economía política y tributación, de David Ricardo, dos economistas nórdicos, Eli Heckscher en The Effect of Foreign Trade and the Distribution of Income (1919) y Bertil Ohlin en Interregionaland International Trade (1933) retomaron la cuestión de las ventajas comparativas y procedieron a reformular esta teoría, al partir de la definición de las características propias de cada país, en que aquellas descansan. El razonamiento, de manera esquemática, es el siguiente.
Si dos países cuentan con la misma proporción entre capital y trabajo, tendrán igual curva de posibilidades de producción, y no poseerán interés en desarrollar un intercambio. Pero si su dotación relativa de factores es diferente, entonces aquel donde el trabajo sea relativamente más abundante, tendrá interés en especializarse en la producción de aquellas mercancías que emplean gran cantidad de mano de obra (labour-intensive); mientras que aquel que posee de modo respectivo una mayor cantidad de capital, se especializará en producciones que consuman una alta proporción de este factor (capital-intensive).
Se evita así el problema que mencionábamos en la teoría de Ricardo. En efecto, aquí se considera que las mercancías que requieran cantidades relativamente grandes de un factor costarán menos cuando este factor sea barato; y será barato cuando el país cuente con una cantidad, correlativamente abundante de él.
De este modo, los países se especializarán en las producciones que requieran proporciones importante del factor abundante (y por lo tanto barato), e intercambiará sus mercancías por aquellas que insuman una parte mayor del factor que, en ese país, es escaso (y por lo tanto caro).
Esta tesis, considerada como la más prominente explicación de las bases del comercio internacional, tiene la propiedad de reformular la teoría ricardiana al introducir un concepto más realista de los costos (el precio de los factores, diferentes según su dotación relativa, y no la cantidad de trabajo empleado), y eliminar el sesgo arbitrario de la teoría clásica, al quedar explicadas las diferencias en los costos que, en Ricardo, eran sólo un dato.
Sin embargo, esta teoría no ha escapado a las críticas, la más célebre de las cuales es aquella conocida como «paradoja de Leontieff»[15]. En su estudio empírico se demuestra que los Estados Unidos presentan un patrón de especialización que no se corresponde con su inmensa dotación en capital. «La participación de Estados Unidos en la división internacional del trabajo se basa en la especialización en las líneas de producción intensivas en trabajo más que en las intensivas en capital. En otras palabras, el país recurre al comercio exterior con el objeto de economizar su trabajo excedente y no a la inversa».[16]
En efecto, Leontieff muestra que mientras las exportaciones de Estados Unidos contienen una proporción de factores de 13,911 dólares por año-hombre, sus importaciones presentan una relación de 18,185 dólares. Es decir, las importaciones son el 30% más intensivas en capital que las exportaciones.
Sobre esta paradoja, podemos adelantar una observación: un país como Estados Unidos no puede ser considerado una realidad homogénea. Zonas tales como el Nordeste son altamente densas en capital y poseen, efectivamente, un comercio exterior acorde con la teoría de Heckscher-Ohlin.[17] Por su parte la zona del Middle-West, gran exportadora de productos agrícolas, cuenta con una extraordinaria abundancia de tierras fértiles, así como una importante reserva de trabajadores migrantes, tanto nacionales como mexicanos y otros.[18]
Es necesario notar que, pese a la gran similitud entre esta teoría y aquella de David Ricardo, existe una importante diferencia en cuanto al mecanismo por el cual se realiza la especialización. Mientras en Ricardo aquel consiste en las variaciones de los precios de los productos en virtud de los flujos monetarios, en la versión neoclásica la especialización se implementa por los diferenciales en los precios de los factores, determinados por las respectivas dotaciones de los mismos.
Finalmente, señalemos que la especialización, según la dotación relativa de factores, tiene una consecuencia teórica fundamental, que hace de esta teoría un pilar central del pensamiento moderno, y en especial neoclásico, sobre comercio internacional: si los países que cuentan con mayor oferta relativa de factor trabajo se especializan en producciones intensivas en este factor, y los que cuentan con una menor oferta relativa de mano de obra se vuelcan hacia producciones intensivas en capital; entonces las demandas respectivas de cada uno de los factores será también diferente. El precio del trabajo (los salarios) subirá allí donde antes de la especialización eran menores (porque era más abundante la oferta de mano de obra) y se llegará, con una especialización perfecta, a un punto de equilibrio en que se igualen las tasas de remuneración de los factores en ambos países. Tenemos, así, un patrón de igualación de los precios de los factores que elimina las distorsiones posibles en el planteamiento ricardiano de las ventajas comparativas y que garantiza, en esta lógica, la optimización de la asignación de recursos en cada país, que es la base de toda la argumentación en favor del libre comercio.
El control del comercio internacional
Frente a las teorías en favor de la liberalización del comercio internacional, encontramos una corriente opuesta que, a partir de análisis diferentes y/o) complementarios a los adversarios librecambistas, propugnan distintas formas de control del comercio exterior. Las hipótesis de tipo proteccionista tienen dos vertientes: el mercantilismo y la doctrina, mucho más tardía, que elaborara Friedrich List en el contexto de la unificación de Alemania. Esto último servirá, como veremos, de substrato a otras teorías en favor de la protección externa, concretamente el desarrollismo cepaliano.
El mercantilismo
El pensamiento mercantilista se desarrolla en Europa a partir del siglo XVI, en un contexto de sociedades agrarias en que la guerra es el modo normal de relación entre los Estados (entonces principalmente ciudades-estados) y en un momento en que empieza a expandirse el comercio entre ellos, de conjunto con el desarrollo del capitalismo y de una nueva clase dominante: la burguesía comercial. En este sentido, el mercantilismo es la teoría económica del capitalismo comercial. Y esa nueva clase capitalista seguirá su ascenso mientras se forman y consolidan los Estados nacionales, al menos en lo que se refiere a los que serían las principales potencias de la época: Inglaterra, España, Francia, Portugal y Holanda (con el desplazamiento definitivo de los polos italianos, que caerán bajo la dominación de los diferentes Estados nacionales).
En cuanto a los creadores del mercantilismo, no se trataba de intelectuales (por esos años preocupados en problemas del Cielo), sino de financistas, mercaderes o funcionarios estatales; aquejados directamente de la cuestión del rol del Estado en el desarrollo de las actividades comerciales y enfrentados a un mundo en que el comercio exterior se convertía en una actividad cada vez más importante en esas economías.
La piedra angular del pensamiento mercantilista (propia del capitalismo preindustrial) no se encuentra expresada por ningún autor de la época, pero está implícita en todos sus análisis: la riqueza se considera como un stock y no como un flujo. Esto es, si los recursos económicos totales son estáticos, la cuestión es, pues, obtenerla mayor parte posible de ellos. Y cada centavo que gana un Estado es un centavo que pierde otro, ya que para el mercantilismo la riqueza no se crea, está y se reparte.
Esto nos lleva a la identificación entre el incremento de la riqueza del Estado y el aumento de su poder. Esta consecuencia lógica, conocida como «teoría del poder del Estado», explica la enorme cantidad de recursos destinados a los gastos militares: construcción naval, reclutamiento, adiestramiento y equipamiento de grandes ejércitos. Un Estado poderoso podrá, pues, apropiarse de las riquezas del mundo.
Otro elemento básico en el mercantilismo es la «teoría de la balanza comercial». Esta parte, a su vez, de la convicción de que el oro y la plata no sólo expresaban la riqueza, eran la riqueza. Así: «…una nación sólo puede ganar mediante el comercio exterior si tiene una balanza favorable, o un exceso del valor de las exportaciones sobre el de las importaciones. La ganancia surgió de hecho de que las exportaciones sobre el de las importaciones tenía que pagarse en oro y plata, y para una nación la adquisición de esos metales preciosos, o tesoro, era la forma más segura de enriquecerse; para una nación sin minas de oro ni de plata, esta era la única forma».[19]
Esta importancia dada a los metales preciosos proviene tanto del fenómeno llamado «fetichismo del oro» (que subsiste aún en nuestros días, en que alguien que apenas come, se viste y vive bajo un puente y posee muchas prendas de oro es considerado como «rico»; y no está dispuesto a cambiar algunas de esas prendas por una mejor calidad de vida por miedo a «empobrecerse»). Pero, además, hay un hecho importante: en su comercio con el Báltico y con Oriente, los países de Europa occidental se veían obligados a saldar en metal sus cuentas ya que sus productos (de mala calidad) no interesaban a aquellos comerciantes.
En el plano que nos interesa aquí, el de las teorías del comercio internacional, las premisas mencionadas conducen a la necesidad de una severa reglamentación del comercio exterior, así como de otros métodos de control del mismo. Entre los últimos destaca el monopolio del comercio colonial, que España puso en manos del rey y Portugal en las de agentes autorizados. Lo importante es el apoyo estatal (véase Milltar) a las empresas de conquista y de control de las vías comerciales, que podían ser ejecutadas por el propio Estado (España) o por particulares (Portugal y, más tarde, Inglaterra, Holanda, etc.).
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