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De la economía de la posesión a la economía de la egoencia (página 2)

Enviado por hoskar44


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6. De cómo a medida que se satisfacen las necesidades de trans-sobrevivir cambia la relación con las necesidades de sobrevivir: devenir y renuncia

Se ha señalado que el ser humano es una unidad indisociable de cuerpo, mente y espíritu que existe como individualidad participante en una totalidad de la que es inseparable. Los múltiples aspectos de la condición humana se expresan a través de las necesidades del cuerpo, la mente y el espíritu, todas ellas importantes y que precisan ser atendidas adecuadamente cuando corresponde.

A medida que el ser humano avanza en la atención de sus necesidades de trans-sobrevivencia gana un sentido de trascendencia tal que van cambiando las formas de su relación con todos los aspectos de su existencia. Entre otras cosas, y esto es lo que nos interesa aquí, cambia el nivel en el que se establecen relaciones y cambia también la manera cómo se perciben y satisfacen las necesidades de sobrevivencia. Se modifican las maneras como uno se relaciona con los demás, con la sociedad, con los bienes materiales, con los recursos personales y sociales de que se dispone individual y colectivamente; se modifican las comprensiones y acciones respecto a la naturaleza, a las personas, a uno mismo; en suma -por decirlo de algún modo- se va dando vuelta la noción de ser en el mundo.

Este proceso tiene como elemento fundamental el descubrimiento de la ley que rige la vida y la armonización con ella, aspectos de los cuales pasamos a ocuparnos.

Devenir Entendemos por devenir la progresión de la transformación incesante, un interminable encadenamiento de sucesos en el que todo lo existente aparece, se desarrolla y desaparece en el tiempo y el espacio. La humanidad desde la más remota antiguedad ha percibido el devenir y lo ha expresado de diversas maneras. Las más variadas tradiciones místicas se refieren a una totalidad universal interconectada y en movimiento; por ejemplo en el libro místico de los hebreos, La Kabala, se dice:

"El hombre debe percibir que nada permanece, sino que todo está siempre convirtiéndose y cambiando. Nada queda inalterable. Todo nace, crece y muere. En el mismo momento en que alcanza su cenit empieza a declinar. La ley del ritmo está actuando constantemente. No hay una realidad. No hay cualidad, fijeza ni sustancia permanentes en nada. Nada es duradero, excepto el cambio mismo. El hombre debe contemplar todas las cosas como evolución de otras, en una continua acción y reacción, flujo y reflujo, creación, destrucción, nacimiento y crecimiento y muerte. Nada es real y nada permanece sino el cambio."

Ya en la antigua Grecia se expresó una comprensión de la realidad como un incesante flujo que deviene, y más tarde el desarrollo de la filosofía dialéctica avanzó en la racionalización del cambio incesante. La física moderna también ha capturado este aspecto de la realidad al concebir al universo como una malla de relaciones intrínsecamente dinámica. La física cuántica vincula el cambio a la naturaleza de onda de las partículas subatómicas y la teoría de la relatividad, al unificar el espacio y el tiempo, hace imposible pensar a la materia sin su movimiento y su incesante transformación en energía y viceversa. Así, en "… las visiones de un mundo cambiante … no hay lugar para formas estáticas o para sustancias materiales inmutables. Los elementos básicos del universo son patrones dinámicos de cambio; fases transitorias en un constante flujo de transformación y cambio …" (Capra, 1991: 204).

No es, por cierto, menester adentrarse en el misticismo, la reflexión filosófica o la física moderna para reconocer la vida y la ley fundamental que la rige, el devenir. La experiencia cotidiana de cualquier persona es suficiente; por eso desde tiempos remotos la humanidad ha experimentado un profundo asombro ante el cambio: nacimiento, desarrollo, muerte, el inevitable proceso de la realidad viva, la rueda de la eternidad que jamás se detiene.

El devenir es inherente a la existencia humana, y el ser humano quiera o no, lo sepa o no, es protagonista del devenir en su propia existencia. La relación del ser humano con el devenir tiene como escenario fundamental su propia vida. El ve cómo todo se transforma: cambia el mundo en que vive, cambia su cuerpo, cambia su mente, cambian sus relaciones con las personas y el mundo, cambia su conciencia. Por eso se ha afirmado que lo único perdurable, lo único que se conoce a ciencia cierta y que sabemos necesariamente sucede, la única certeza de la existencia humana es el devenir, el cambio incesante. El reconocimiento de esta única certeza conduce a la creciente comprensión de que uno participa de un complejo de relaciones múltiples, inagotables, cambiantes; que todo así como uno mismo fluye incesantemente, que todo es y deja de ser y así como viene pasa.

Pese a la evidencia demoledora del cambio incesante y la transformación permanente el ser humano tiende a aferrarse a lo temporal pretendiendo retenerlo; es esta la gran ilusión del afán de posesión que se plasma en lo que hemos llamado estado de conciencia posesivo. Este estado de conciencia no es sino el inútil y desgastante empeño de apropiarse de lo que indefectiblemente se va; los bienes, el tiempo, las personas, la juventud, lo que uno ama, los logros, en fin las posesiones. Frente a ello, desde distintos campos y en distintas épocas ha surgido la necesidad vital de vivir el devenir, esto es de asumir el cambio y vivirlo con conciencia. Es precisamente a esto lo que ciertas tradiciones místicas llaman "iluminación", el vivir con conciencia el movimiento de la vida y fluir con él; acercarse y alejarse, ir y venir, sin detenerse jamás.

Devenir y Renuncia El desenvolvimiento integral del ser humano consiste en integrarse conscientemente a esa totalidad en movimiento incesante; devenir conscientemente con ella. Por eso las necesidades de trans-sobreviviencia, como necesidad de sentido, se pueden sintetizar en una: la de desenvolver un estado de conciencia que haga posible comprender y vivir conscientemente el devenir:

La armonización e integración del ser humano con el devenir – la ley de la vida- se denomina Renuncia. No parecen haber muchas opciones para armonizar con la ley de la vida. Si todo es transitorio, si todo pasa, la única forma de relación posible es devenir con la realidad; un incesante llegar a ser con ella. Esto quiere decir no posesión. No posesión es una forma de relación con todo lo existente que consiste en no aferrarse a nada ya que todo se va. No posesión es, ante todo, una actitud interior y una práctica exterior de Renuncia que al armonizar al ser humano con el devenir, lo simplifica tan esencialmente que lo lleva a vivir con la única libertad real a su alcance, "… la libertad respecto de todo apoyo" (Waxemberg, 1994: 91).

Comúnmente se suele asociar la palabra renuncia a un sentido de pena y sufrimiento. La pena y el sufrimiento aparecen cuando la persona se aferra a lo que indefectiblemente se va, cuando pretende ilusoriamente poseer lo que no se puede poseer y que el devenir tarde o temprano se lleva. La Renuncia es más bien una manera de vivir conscientemente el movimiento de la vida; ya que todo deviene, ya que nada se puede detener ni retener, la única posibilidad de armonizar con el cambio permanente es no aferrarse a nada, esto es una actitud interior y una práctica exterior de no posesión.

En el plano personal la vida de una persona está basada en innumerables renuncias que permiten transitar de una etapa a otra en el proceso de su vida. Desde el punto de vista psicológico sólo las personas que consiguen renunciar a la gratificación y posibilidades de cada etapa cuando corresponde, las personas que consiguen renunciar a las nociones que tenían, a los modos de obrar y a las maneras de concebir y entender las cosas, logran vencer las crisis, experimentan desenvolvimiento como personas y viven a plenitud la experiencia de comenzar nuevas etapas. El psiquiatra Scott Peck enuncia los principales deseos, condiciones y satisfacciones a que hay que renunciar tarde o temprano en la vida: al estado infantil en el que no se responde a exigencias exteriores, a la fantasía de omnipotencia, al deseo de posesión total de uno de los padres, a la dependencia de la niñez, a las imágenes deformadas de los padres, a la omnipotencia de la adolescencia, al deseo de verse libre de todo compromiso, a la agilidad de la juventud, a la atracción y potencia sexuales de la juventud, a la fantasía de la inmortalidad, a la autoridad sobre los hijos, a las varias formas de poder temporal, a la independencia que da la salud física y, finalmente, a la vida misma y a uno mismo (Peck, 1986).

Una persona que avanza en una etapa de su desarrollo obtiene conquistas, accede a estados, pero al fin la etapa termina y las posibilidades inherentes a ella se agotan. Cuando ello ocurre sólo queda seguir adelante y abrir espacio para nuevas posibilidades; para ello es menester renunciar. Renunciar a lo conocido, renunciar a lo obtenido, renunciar a los logros y aventurarse a lo desconocido; sin Renuncia no hay posibilidad de comenzar una nueva etapa y profundizar el estado de conciencia abriendo nuevas posibilidades. Es esta la forma de vivir el devenir:

"Si bien cada cambio representa una especie de muerte relativa, … implica también un nuevo nacimiento. Estar vivo es transformarse contínuamente." (Waxemberg, 1994: 68). Desde esta perspectiva la Renuncia es una forma de ser y de vivir que -como dice Waxemberg- permite trascender los límites de nuestra ignorancia sobre lo que realmente somos: "Renunciar no es sufrir, … es encontrar el camino para hacia la plenitud y la conciencia. Esa es la manera en que uno logra la libertad que necesita para desenvolverse plenamente como ser humano". (Waxemberg, 1995: 18). Por la Renuncia el ser humano deviene con la vida, la vive y se libera de los logros y conquistas contingentes para continuar avanzando sin ataduras y sin límites. Frente al cambio incesante la persona vive con la única posibilidad que no la detiene; la Renuncia permanente.

Si bien la Renuncia en una primera aproximación puede ser entendida equivocadamente como un dejar para obtener, dejar para lograr, renunciar a algo para poseer otra cosa, a medida que el estado de conciencia se expande se comprende que el soltar esperando obtener, así como el dar esperando recibir ata a la expectativa de una recompensa futura que si se obtiene se hace una nueva posesión, y si no una dolorosa frustración. Para que la Renuncia sea tal, "… no debe asentarse en la esperanza de recompensas futuras. (La persona) … se ofrenda impulsada por la fuerza del amor que, si es real, la mueve a darlo todo, a darse a sí misma sin pedir, sin esperar" (Waxemberg, 1994: 27). A medida que esto ocurre la persona pasa a relacionarse participativamente con todo alcanzando, gradual e ininterrumpidamente, un estado de unión sin que exista un punto final al cual arribar. La vida ya no es "…un perseguir para alcanzar y poseer, sino … un tomar y dejar, … un desear no deseando, …un amor que se desprende del objeto del amor en el momento en que puede poserlo. La libertad de lo que se busca y se alcanza…" (Waxemberg, 1994: 73). Por eso la Renuncia, al modificar la relación del ser humano consigo mismo y con su contexto social, natural y universal, lleva a una radical transformación de la relación de la persona con sus necesidades.

Renuncia y necesidades. Un punto de partida para repensar la economía. La manera cómo las personas descubren y entienden sus necesidades y se relacionan con ellas expresa cómo cada quien se entiende a sí mismo en relación con uno mismo, con los demás y con lo demás; es, en definitiva, una función de su estado de conciencia. Es el estado de conciencia el que determina qué es o no una necesidad y cómo, con qué y con cuánto esta necesidad es atendida.

En el ser humano las necesidades suelen convertirse en deseos a partir de los cuales se racionaliza y elabora el sentido de necesidad. Podría decirse que el deseo es una necesidad transformada como consecuencia de un específico relacionamiento con las necesidades que depende del estado de conciencia. Los deseos, a menudo potenciados por el afán de posesión, se hacen fuerzas a menudo incontrolables que enajenan al ser humano convirtiéndose en directores de sus expectativas y acciones:

"Cierto grado de armonía y comodidad físicas es necesario, pero por sobre ese nivel se torna un impedimento y no una ayuda. Por lo tanto, el ideal de crear un número ilimitado de necesidades y satisfacerlas pareciera ser una falacia y una trampa. La satisfacción de las necesidades físicas de una persona, incluso las necesidades intelectuales del estrecho ego de un individuo, en un momento determinado llegan a un punto muerto para luego degenerar en voluptuosidad física e intelectual." (Gandhi, 1987: 86).

Las personas no necesitan mucho de lo que a menudo desean, teniendo en buena medida sus deseos creados y estimulados por quien se beneficia económicamente -o de alguna otra forma- de su atención. Quien tiene la capacidad de atender los deseos de alguien tiene abierta la posibilidad de ejercer alguna forma de poder. La esclavización del ser humano por los deseos fue resaltada por el Buda (Thera, 1999) en una época en que los deseos emergían nada más como resultado de la manera como cada quien se relacionaba con sus necesidades. Hoy en día se puede hablar de deseos artificialmente creados por intereses específicos que explotan tanto la capacidad humana de desear como la fuerza energética contenida en ella. En el campo de la economía, quien tiene la posibilidad de atender los deseos de las personas puede comandar las acciones de los deseantes y, en la medida de ello, de manipularlos; mucho más si se ha logrado hacer de las necesidades deseos, hecho que acompaña la emisión de ciertos códigos acerca de cómo y con cuánto esos deseos pueden ser atendidos.

La energía contenida en los deseos que por lo general se derrocha en su atención puede ser orientada conscientemente y retrotraída a las necesidades para establecer qué se necesita y cuánto. Este es un proceso consciente que concreta en el campo económico la actitud interior de Renuncia llevando a poner ciertos límites a lo deseado reduciéndolo poco a poco a lo necesitado.

Ello permite, por un lado, una relación consciente con lo que se desea y con lo que se necesita, haciendo posible que cada cual pueda determinar por sí mismo qué realmente necesita, para qué y cuánto; por otro lado permite dejar para otros lo que uno realmente no necesita. Lo primero abre para el ser humano un espacio de libertad en el cual cada uno decide libre y conscientemente lo que se permite, lo que no y por qué; nadie más que uno mismo accede a este espacio de libertad en el que está bloqueada la manipulación de los deseos por otros. Lo segundo deja un excedente de recursos que uno voluntariamente no toma porque verdaderamente no necesita. Es lo que Muñoz llama un modo de vivir a "medida humana":

"¿Qué es lo que realmente necesito para ser hombre? ¿Qué es lo necesario y qué es lo superfluo? Necesito trabajar, una casa para vivir, capacitarme, herramientas, libros. Pero ¿qué es lo que necesitan los demás? Desde el momento en que vivo en una comunidad integrada, estoy utilizando a cada momento bienes y servicios que no he producido: ¿en qué medida debo usarlos? Necesito lavarme las manos; pero, ¿cuánta agua necesito?." (Muñoz, 1980: 325).

La reducción de los deseos a las necesidades mediante la renuncia puede ser entendida como un proceso de simplificación de aspiraciones y expectativas en el que muchas supuestas necesidades, y los deseos que ellas alimentan, desaparecen por falta de estímulo. Esta simplificación es un trabajo individual que cada quien realiza consigo mismo y mediante el cual va explorando, personalmente y en la propia vida, a qué responden las necesidades, cómo se forman los deseos, cómo se puede canalizar la energía contenida en ellos y cómo se puede desarrollar un sentido de participación con las necesidades de los demás.

La Renuncia es pilar fundamental de ese proceso de simplificación como resultado del cual recursos, tiempo y energía pasan a ser utilizados estrictamente en función de lo que verdaderamente se necesita. La persona aprende a discernir cuanto tomar, de qué y para qué, y comprende que en el precario equilibrio de la vida cuando uno toma de más deja a otros en carencia:

"Es robo tomar algo de otra persona, aun cuando nos lo permita, si no tenemos real necesidad de ello. No debiéramos recibir ni una sola cosa que no necesitemos. De acuerdo con esta definición, el alimento es generalmente objeto del robo. Para mi, es robo tomar una fruta que no necesito o tomarla en una cantidad mayor que la necesaria. No siempre nos damos cuenta de nuestras necesidades reales, por lo cual la mayoría de nosotros multiplicamos impropiamente nuestras carencias, convirtiéndonos inconscientemente en ladrones. Si le dedicáramos alguna reflexión al tema, veríamos que podemos desembarazarnos de una gran cantidad de necesidades. Quien practique la observancia del no-robar, llegará a una reducción progresiva de lo que necesita. El origen de gran parte de la aflictiva pobreza que hay en el mundo son las violaciones al principio de no-robar." (Gandhi, 1987 : 88).

Por ello, continúa Gandhi:

"Sostengo que en cierta medida somos ladrones. Si tomo algo que no necesito para mi uso inmediato y lo guardo, se lo estoy robando a alguien. Me atrevo a sugerir que la ley fundamental de la naturaleza -ley que no admite excepciones- es producir lo suficiente para nuestras necesidades diarias; en consecuencia, si cada uno tomara lo suficiente para sí mismo y nada más no habría pauperismo en el mundo, no habría ningún hombre en el mundo que moriría de hambre. Entonces, mientras mantengamos esa desigualdad estaremos robando." (Gandhi, 1987: 89).

Esto se sintetiza en el principio elemental de la economía de la egoencia:

"Ocupar un lugar en el mundo, no más." Comprender y vivir este principio conduce a atender apropiadamente las necesidades de uno y a reconocer y contribuir a que los demás también satisfagan las suyas, permitiendo que cada quien ocupe su lugar en el mundo. Este reconocimiento comienza efectivamente en la etapa de la tolerancia, transformándose en la etapa de la solidaridad en un creciente compromiso para que así sea. Luego, en la etapa de la participación, y en la medida en que la distinción entre uno y los demás se va borrando, se pasa a asumir responsabilidad por las necesidades de los demás; el que los otros atiendan sus necesidades se hace a su vez una necesidad para la persona participativa que ve borrarse la separación entre "yo" y "los demás".

7. La economía de la egoencia

El ser humano es una unidad multifacética e integral cuyo desenvolvimiento implica el equilibrio y la armonización de sus distintas partes. Por ello es preciso atender todas sus necesidades para hacer posible el desenvolvimiento integral de un ser humano equilibrado y pleno, armónico consigo mismo, con todos y con todo. Puesto que el ser humano es una unidad de aspectos biológicos, psicológicos, sociales y espirituales, y puesto que las necesidades de cada una de estas dimensiones requieren ser atendidas para hacer posible el florecimiento de todas las posibilidades humanas, la economía necesita considerar todas las necesidades humanas, esto es hacerse una economía de las necesidades humanas, del ser humano integral que vive con su cuerpo, utiliza su mente, vive en sociedad, descubre el sentido de su existencia y se proyecta hacia el misterio de lo desconocido. Para el ser humano la economía ha de ser, por tanto, una economía del desenvolvimiento humano integral, una economía de las necesidades de sobrevivir y de las necesidades de trans-sobrevivir, una economía de las necesidades humanas.

La economía de las necesidades humanas es básicamente una economía de la egoencia, esto es de la individualidad expansiva y participante del ser humano. La egoencia del ser como estado de conciencia tiene al individuo asentado en sí mismo como punto de partida de su expansión ilimitada. Por ello se basa en el reconocimiento de la individualidad específica y única de cada persona que debe ser descubierta, comprendida, trabajada y desplegada por cada quien, una tarea indelegable sin la cual el desenvolvimiento del ser no es posible. Esta tarea -que tiene al menos dos direcciones- lleva al individuo, por un lado, al constante redescubrimiento de su unicidad mediante una exploración interior basada en el silencio y la contemplación. Al mismo tiempo, por otro lado, lo conduce a expandirse activamente y a participar en la vida con voluntad, esfuerzo y esmero, integrándose en una totalidad de la cual es parte cada vez más consciente. Es a esto a lo que se denomina el no-hacer haciendo.

El proceso de desenvolvimiento de la individualidad no debe ser entendido como una adición de habilidades, capacidades o virtudes, sino más bien como una gradual e incesante simplificación que lleva al individuo a la profundidad de sí mismo sin posesiones de ningún tipo. Por ello, su expansión participativa no es un hacer para ganar y poseer, sino un hacer para estar presente en el medio en que se vive. Puesto que la individualidad en desenvolvimiento se va desgajando del sentido de posesión, su acción exterior no tiene como finalidad el ganar y el poseer el fruto del esfuerzo, sino su ofrenda.

Por eso la economía de la egoencia es una economía del dar que conduce a la utilización justa y provechosa de los recursos, mientras se va asumiendo responsabilidad por los efectos de lo que uno hace en el medio natural y social en que vive. Así el individuo va descubriendo y definiendo su medida humana, ocupa su lugar en el mundo y contribuye para que todos puedan ocupar también sus propios lugares. Esto quiere decir: 1) utilizar adecuadamente los escasos aspectos de la vida, el tiempo y la energía de que se dispone; 2) asumir responsabilidad por uno mismo, por las necesidades que se tienen, por la manera cómo se satisfacen y por todo lo que se recibe de los demás y que es fruto de sus esfuerzos; 3) producir lo que uno consume, limpiar lo que uno ensucia, arreglar lo que uno ha roto mientras se aprovecha lo que la naturaleza, los demás, la sociedad han creado, preservándolo, mejorándolo y aumentándolo para que pueda servir a otros; 4) mejorar la sociedad en que se vive, atendiendo y satisfaciendo las necesidades de los demás, 5) aportar la capacidad y el talento que se tiene, el trabajo que se hace, las cosas que uno crea, como contribución a mejorar las condiciones al alcance de todos; 6) producir más de lo que se consume, limpiar además lo que no se ha ensuciado, arreglar también lo que no se ha roto, y asumir responsabilidad por el destino humano, la Unión de todos con la totalidad del universo.

La economía de la egoencia, como economía de la relación del individuo con todas sus necesidades y los recursos a su alcance, está dirigida a establecer cómo se satisfacen las necesidades en su justa medida en el contexto social, cultural, natural y cósmico del desenvolvimiento integral del ser humano. La economía de la egoencia no adiciona sino simplifica y se desarrolla con base en el esfuerzo consciente del individuo por armonizar con la ley fundamental de la vida -el devenir- mediante la no-posesión, que se vive y concreta mediante la Renuncia.

Estas son algunos de los elementos sobre los cuales está planteado el desafío de re-pensar la vida económica de personas y grupos humanos y de re-pensar la Economía como disciplina científica.

Palabras finales: "Al mundo entero -agregó nuestro Padre el Sol-, doy mi luz y mi resplandor; doy calor a los hombres cuando tienen frío; hago que sus campos fructifiquen y que su ganado se multiplique; cada día que paso doy la vuelta al mundo para estar más enterado de las necesidades del hombre y para satisfacer estas necesidades. Seguid mi ejemplo." (Mito Inca. Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega, año 1556).

8. Bibliografía

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Autor:

Oscar Zegada

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