La sociedad de la información como sociedad del riesgo
Enviado por Djamel Toudert
- 1. Introducción
- 2. La noción de riesgo en la sociedad actual
- 3. Riesgo vs. peligro
- 4. Aspectos generales del riesgo
- 5. Los riesgos en la sociedad actual
Abstract
La sociedad actual se caracteriza, entre otras cosas, por la mundialización tanto de los procesos productivos como de las comunicaciones y, por lo tanto, de las relaciones humanas. Paralelamente, los riesgos derivados de los avances tecnológicos aumentan día a día su número, a la vez que superan con creces los límites de lo local, por lo que dichos riesgos se convierten en elemento central del proceso de globalización. El objeto de esta comunicación es, en consecuencia, aproximarse al concepto de "sociedad del riesgo", aclarando sus significados y los aspectos más destacados que caracterizan las sociedades occidentales, conformadas en torno a la idea de las potencialidades (negativas y positivas) de la ciencia.
Palabras clave:
· dependencia
· globalización
· posmodernismo
· sociedad de la información
· sociedad del conocimiento
Si por algo se han caracterizado las sociedades post-industriales es, sin duda, por haber creado unas condiciones de vida tales que los grandes riesgos se han hecho algo cotidiano. Convivimos con ellos de tal manera que los hemos interiorizado y aceptado como una parte más de la realidad cotidiana.
No obstante, algunos de estos riesgos son asumidos voluntariamente y sin conflictos aparentes, mientras que muchos otros se ven envueltos en graves polémicas y protestas. Lo curioso del asunto es que son precisamente aquellas situaciones que más frecuentemente producen daños las más fácilmente asumidas por la sociedad. Los riesgos de la vida diaria (el tabaco, los accidentes de circulación, los crímenes…) son aceptados como "normales" a pesar de que el número de muertes que producen son mucho mayores que las grandes catástrofes, objeto habitual de contestación y de protesta social; si bien es cierto que son éstos últimos sobre los que menos control puede ejercer el individuo.
De igual manera, las diferentes formas de afrontar los riesgos a los que continuamente nos vemos expuestos son tan diversas como distintos los individuos unos de los otros. Por tanto, lo que para algunos es tolerable, para otros se convierte en totalmente inadmisible. Paralelamente, la gestión de dichos riesgos se establece a través de una doble actuación; por un lado, la acción individual de cada uno, y por el otro, la administración de tales potencialidades por parte de los poderes públicos (gobiernos, empresas, organizaciones, etc.) Es en esta doble vertiente, a menudo contradictoria, donde los riesgos cotidianos son objeto de debate. Por ejemplo, la gestión (individual y colectiva) de los riesgos derivados de la exposición la humo del tabaco se vuelve extremadamente complicada en función de la multiplicidad de intereses que actúan sobre el tema.
No obstante, en la sociedad actual no sólo existe una globalización de los riesgos individuales (en la práctica totalidad de los países industrializados aparecen en una medida u otra los riesgos antes mencionados) sino que los grandes riesgos actúan potencialmente en todo el mundo, superando las fronteras creadas por el hombre. Está la sociedad actual tan interrelacionada que lo que afecta a unas colectividades repercutirá necesariamente en el resto, tanto directa como indirectamente.
Debido, por lo tanto, a la presencia constante del riesgo en las sociedades modernas y a la inmediatez de sus consecuencias se hace necesaria una aclaración de lo que significa hoy por hoy el concepto de "sociedad del riesgo", expresión unida necesariamente a otros conceptos tan extendidos como son el de "sociedad de la información" o "globalización". Precisamente el objeto de esta comunicación no es otro que acercarnos a la noción que existe del riesgo en estos años iniciales del siglo XXI, caracterizado, hasta el momento, por una interconexión global nunca antes conocida.
2. La noción de riesgo en la sociedad actual
Indudablemente, las sociedades modernas post-industriales están condicionadas y determinadas por el advenimiento de la cultura del riesgo. Numerosos autores han analizado y escrito acerca de las características de la nueva sociedad global, conformada invariablemente por las potencialidades (positivas y negativas) de la ciencia, por lo que aquí sólo esbozaremos brevemente algunos puntos de interés.
La globalización ha supuesto el desbaratamiento de los supuestos fundamentales a partir de los cuales pensamos, organizamos y vivimos la sociedad como una unidad territorial que se cohesiona en torno a instituciones políticas nacionales (Beck; 1998a). Significa que la unidad del Estado y de la sociedad nacional se derrumba. En la nueva sociedad su papel lo han pasado a ocupar y desarrollar las empresas transnacionales y organismos supranacionales, que son los auténticos protagonistas y principales actores de una economía organizada a escala mundial.
El proceso de mundialización puede ser definido, por lo tanto, como "la progresiva extensión de las formas de relación y de organización social que desbordan los espacios tradicionales y se expanden hasta absorber el mundo entero" (Vallespín; 2000: p.31) Todo ello significa, fundamentalmente, que ya casi nada de lo que sucede en el mundo limita sus repercusiones a un espacio geopolítico concreto. La interdependencia de sistemas se ha producido en todos los aspectos de la sociedad, desde los más puramente económicos hasta los humanos, los políticos o los culturales.
Como consecuencia y causa de ello, ha surgido la llamada "sociedad-red", ampliamente tratada por Castells (Castells; 1999) en la que la inmediatez de relaciones, fundamentada en los avances tecnológicos (en especial las telecomunicaciones), ocupa un lugar esencial. La nueva sociedad de la información domina de modo destacado las interrelaciones del sujeto con su entorno, pero entendido éste no como su contexto más directo y concreto, sino como el total de las sociedades industrializadas que tienen acceso a dichas telecomunicaciones (no podemos obviar que, aunque extendida a nivel mundial, la transferencia de información no es sino unidireccional ya que el acceso a dicha información se limita en gran medida a los países más industrializados, por lo que todavía no podemos hablar de la culminación del proceso).
A la sombra de dicho proceso globalizador, ha surgido una sociedad en la que la multiplicidad de recursos y opciones se encuentra a la orden del día. No obstante, de igual manera que las potencialidades del sistema se han visto aumentadas de manera sustancial, se ha producido la expansión de los riesgos derivados de ellas. Crece, por tanto, "la incontrolabilidad de las consecuencias perversas de la modernidad" (Beiraín; 1996: p.13) Hoy en día los riesgos se han convertido en una característica más de la sociedad, no porque antes no existiesen, sino por su propia naturaleza y extensión, ahora sí definitivamente global.
Lo que ocurre es que los riesgos aparejados al avance de la sociedad ya no se circunscriben de ningún modo a los límites ficticios de las fronteras, por lo que no es posible expulsar ni apartar hacia fuera los peligros potenciales de nuestros actos. Cualquier actuación (sea positiva o no) tiene unas consecuencias que son susceptibles de alcanzar a todo individuo del planeta, ya sea para bien o para mal.
Así pues, siguiendo a Giddens y a Beck, puede afirmarse que la modernidad es una cultura del riesgo. Se han eliminado riesgos que anteriormente podían tener consecuencias catastróficas para los individuos, pero al mismo tiempo se han ido creando otros nuevos. A través de los avances tecno-científicos, creamos nuevos factores de riesgo desconocidos hasta la fecha.
La fase actual de la modernidad (o de la post-modernidad) se caracteriza, por lo tanto y a partes iguales, por la creación y proporción del bienestar así como por la producción de unos riesgos cada vez más difícilmente controlables por las instituciones encargadas de su vigilancia.
Lo novedoso de la situación no es ya, como decíamos, la existencia del riesgo, sino su verdadera magnitud y la práctica imposibilidad de mantenerlo, en cierta medida, "bajo control". En las sociedades tradicionales, los riesgos existían y de igual forma eran incontrolables o imprevistos, pero la diferencia consiste en que la previsión de que sucediesen podría situarse en unos márgenes "razonables". La modernidad, por el contrario, ha traído unos riesgos incalculables aparejados a la toma de decisiones públicas.
Es más, la organización social ya no descansa tan solo sobre la administración y distribución de los recursos. Ahora, más que nunca, tenemos que tener en cuenta la distribución de las consecuencias no deseadas o "colaterales" de los actos que se derivan de la mencionada toma de decisiones de relevancia pública.
Las sociedades modernas, pues, se diferencias de las preindustriales, en función de la distribución de sus riesgos. Fundamentalmente, se trata de la distinción entre "sociedad de riesgo" y "sociedades de peligro".
De esta forma, aquellas colectividades preindustriales se identifican claramente al predominar en ellas las situaciones de peligro frente a las de riesgo. Sin embargo, las sociedades occidentales actuales (post-industriales) se han venido determinando en cuanto al alcance global de sus riesgos.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre uno y otro concepto? En ambos casos se trata de la posibilidad futura de recibir daño o perjuicio alguno debido a una situación concreta. El peligro normalmente surge de forma natural y objetiva sin necesidad de intervención humana, además de que, por lo general es susceptible de ser observado directamente, sin mediación alguna.
El riesgo, en cambio, se desprende de forma directa de una actuación humana. Es decir, la diferencia estriba, fundamentalmente, en una "cuestión de atribución o imputabilidad"(López Cerezo y Luján;2000: p.23). El riesgo es la percepción social del peligro; se trata, por tanto, de una cuestión subjetiva (lo que para algunos es un grave riesgo para otros es perfectamente asumible) y se necesita de un intermediario especializado para hacerlo reconocible.
Las decisiones de los individuos derivan en riesgos debido a las características de la sociedad moderna, en la que las pretensiones de dominio racional de sus actos no son cumplidas, sino que en realidad las consecuencias escapan todo lo posible de dicho control instrumental, aspectos tratados, entre otros, por autores como Adorno o Horkheimer.
Beck argumenta que, a diferencia de los peligros incontrolables, fruto de una naturaleza ajena por completo al ser humano, y característicos de las sociedades premodernas; en la actualidad existe un nuevo carácter que radica en su simultánea construcción científica y social. Lo cual quiere decir que la ciencia se convierte, al instrumentalizarse al servicio del hombre, en causa, instrumento de definición y fuente de solución de riesgos. De igual manera, la no prevención (e incluso la misma prevención) tecno-científica, política, económica o individual de un peligro se convierte necesariamente en un riesgo al introducirse la variable humana de la ciencia.
4. Aspectos generales del riesgo
La noción de riesgo está caracterizada fundamentalmente por su componente futuro. Los riesgos tienen que ver con "la previsión, con destrucciones que no han tenido lugar pero que son inminentes" (Beck, 1998b: p.39) y esto es, precisamente, lo que los hace totalmente reales; aunque Beck opina, por otra parte, que tienen al mismo tiempo, un doble componente real e irreal. Por un lado, las evidencias previas conforman la realidad del riesgo, pero al estar ineludiblemente supeditado a la confirmación futura, éste se convierte en algo todavía irreal por la imposibilidad de ser palpable. El ser humano necesita, en muchas ocasiones, "ver para creer", y el caso de los riesgos no es una excepción. Aunque normalmente se suele aceptar la opinión de los expertos, la falta de una experiencia propia que la confirme hará que ésta pierda valor.
En este sentido, es necesario mencionar la naturaleza social del riesgo. Ante todo hay que tener en cuenta que el riesgo como tal es única y exclusivamente una percepción social. El riesgo es creado en sí mismo a partir del momento en que es reconocido socialmente. Se crea, por tanto, cuando identificamos un suceso aparentemente inofensivo como un posible daño futuro. Al hacerlo, se modifica la anterior visión que teníamos de dicha situación para adaptarla a la idea del posible mal. Se puede afirmar, entonces, que no existe ninguna conducta libre de riesgo precisamente por el carácter social del mismo. Es más, la "no toma" de decisiones es ya una decisión en sí misma fundamentada en la propia idea de riesgo.
En definitiva, la percepción social del riesgo implica necesariamente un juicio de valor: en primer lugar se identifica la situación inicial y después se analiza y se enjuicia para saber si existe riesgo alguno. La estimación de riesgo implica, por lo tanto, la valoración negativa de las posibles consecuencias del hecho analizado.
Todo ello viene a indicar que el riesgo se basa, fundamentalmente, en su componente subjetivo, por lo que no es posible distinguir entre el riesgo y su percepción, ya que viene siendo en cierto sentido lo mismo. De hecho, no existe apenas diferencia entre el riesgo real y el percibido, de tal modo que generalmente las propias percepciones alteran de manera sustancial las probabilidades reales del riesgo. Un hecho inicial y aparentemente inofensivo (o fácilmente solventable), al ser identificado como una posible contingencia futura, se convertirá, con toda seguridad, en un riesgo mucho mayor de lo que era en un principio
En definitiva, el riesgo es eminentemente subjetivo por todo lo que tiene de objeto social. Existe a causa de que los individuos asumen y perciben que existe. Sin esa percepción, la amenaza a la que hace referencia el riesgo seguiría existiendo de forma real, pero nunca sería considerada como tal, por lo que podría decirse que socialmente no existiría.
Es más, el peligro inherente que se encuentra implícito en la idea de riesgo, seguiría estando ahí, por lo que las consecuencias negativas serían iguales o incluso peores que si las hubiésemos identificado como potencialmente perjudiciales. La apreciación del riesgo provoca que éste exista desde el punto de vista del individuo, pero no así desde el punto de vista real, pues su existencia como peligro no está condicionada a la percepción y al conocimiento humanos.
Así, la percepción de los riesgos nunca se hará de forma pareja a la dimensión real del mismo. La familiaridad de una situación provoca que se minimicen los posibles daños posteriores al considerarlos reconocidos y por lo tanto, totalmente controlados. La familiaridad y la cercanía generan y crean una confianza que no siempre se corresponde con la situación real de peligro; de esta forma, se ignoran o desestiman aquellos que nos son más comunes, al tiempo que restamos igualmente importancia (incluso hasta ignorarlos) a aquellos que son extraordinariamente infrecuentes (al menos para nosotros). La confianza que subyace al hábito hace que nos consideremos a nosotros mismos como expertos en la materia declarando una inocuidad que no siempre acompaña a los hechos y que a menudo contradice la opinión de los expertos (Douglas; 1996: pp.57-71).
Al ser las entidades humanas y los individuos que las dirigen, a través de sus decisiones, los culpables últimos de la mayoría de los riesgos sociales de hoy, no cabe duda de que el propio concepto de riesgo está íntimamente ligado al de responsabilidad. Todo cálculo y gestión de riesgos tiene como consecuencia una elección, la cual, vistos sus posteriores resultados, debe conllevar necesariamente la asunción de las responsabilidades de dichas consecuencias.
"Si (los daños) son vistos como fortuitos, serán entendidos socialmente como peligros; pero si se perciben como fruto de decisiones, entonces serán entendidos como riesgos que conllevan imputabilidad respecto al responsable de la acción" (López Cerezo y Luján; 2000).
Aún así, surge un problema de cierta magnitud respecto del principio de responsabilidad del riesgo. La sociedad actual ha pasado de un reparto de poderes "centro-periferia", teorizado por Wallerstein, a otro más complejo que ha venido siendo llamado por diversos autores, tales como Ramonet o Beck, "modelo archipiélago". En este nuevo modelo, no existe un único centro, sino que se presentan varios en una red compuesta de múltiples elementos de tal forma que es casi imposible saber cuál es el principal. Pues bien, lo mismo ocurre con el control de riesgos: de manera similar, pierden su facultad de tener un culpable único al que se le puedan imputar todos los daños causados.
Tanto es así que en la sociedad actual se produce otra situación novedosa: la responsabilidad queda diluida por completo. En última instancia, la existencia del riesgo implica la acción u omisión del ser humano, pero ¿hasta qué punto existe en este sentido la noción de responsabilidad? No siempre está claro el grado de responsabilidad de cada parte implicada, pero la tendencia actual es a responsabilizar al propio sistema de cualquier daño obviando el papel que se ha jugado personalmente en ello. La lógica es que si el sistema (o la sociedad en último caso) es el culpable del riesgo en cuestión, los individuos pueden seguir actuando de la misma manera la necesidad de responder de sus actos ante nadie. La culpabilidad de los males queda diluida de tal forma que moralmente los verdaderos causantes no se consideran como tal, ya que su actuación sería vista como meramente circunstancial.
La naturaleza de muchos de los riesgos actuales (sobre todo de los tecnológicos) acentúan el grave problema de responsabilidad existente en las sociedades post-industriales. Aún así, no sólo se trata de una cuestión de responsabilidad personal, pues se hace difícil no ya admitir culpa, sino tan siquiera definirla, debido a que la gran mayoría de los riesgos actuales son consecuencia (directa e indirecta) de una acumulación de factores.
Sea como sea, la imputabilidad de responsabilidades se hace tremendamente difícil (por no decir imposible) desde el momento en que, como dice Bechmann (López Cerezo y Luján; 2000: p.135), para que ello suceda deben existir dos factores:
· por un lado, la previsibilidad; es decir, el conocimiento preciso de las consecuencias que tendrá una acción.
· por otro, un agente al que se le pueda achacar dichas consecuencias.
Es evidente que la toma de decisiones en la sociedad actual no se ciñe a este modelo, ya que las tecnologías cuentan con una gran diversidad de actores de todo tipo, con una cierta incertidumbre acerca del daño causado y con unas consecuencias por lo general imprevisibles, ya sea en forma de grandes catástrofes (accidentes nucleares, por ejemplo) o por su carácter acumulativo (las consecuencias negativas del humo del tabaco).
5. Los riesgos en la sociedad actual
En este sentido, independientemente del grado de responsabilidad aceptado por cada uno de los actores, podríamos distinguir dos grandes tipos de riesgos: los llamados "globales" y los "individuales".
· a) Riesgos "globales"
Se trata de aquellas posibles contingencias futuras cuyos resultados producen efectos dañinos a grandes grupos de individuos sin limitar su campo de acción a un territorio concreto. Es decir, son las grandes catástrofes que afectan una población de gran magnitud sobrepasando cualquier frontera y limitación física. Los ejemplos más claros serían, sin duda, las catástrofes nucleares (de manera inmediata) o el efecto invernadero (con un carácter acumulativo y oculto)
Vivimos en una era de globalización total (economía, comunicaciones, tecnología…) pero lo que más caracteriza a la nueva sociedad mundializada es, precisamente, la internacionalización de los grandes riesgos (lluvia ácida, vertidos petrolíferos, efecto invernadero, etc). El hecho más destacado de esta sociedad es que es imposible aislarse de los riesgos. Cada vez más, los hechos producidos en una parte del mundo se encuentran interrelacionados de manera directa en el resto del planeta; no hay, pues, posibilidad de darle la espalda a estas nuevas situaciones de peligro. Los avances científicos y tecnológicos han expuesto a la totalidad de la población mundial a unos riesgos que van aparejados a ciertos beneficios que sólo disfrutan unos pocos y es precisamente ahí donde radica una de las mayores paradojas de la sociedad actual.
· b) Riesgos "individuales"
Paralelamente a dichos grandes riesgos, existen lo que podríamos llamar pequeños riesgos cotidianos, que igualmente son susceptibles de afectar a grandes sumas de individuos, pero cuyas consecuencias son sufridas de manera individual.
Se trata, efectivamente, de problemas que afectan a una gran parte de la sociedad (por no decir a toda) pero no de la misma forma que las catástrofes antes referidas. Son, por ejemplo, los automóviles, el uso de aparatos eléctricos en la vida diaria, accidentes laborales o la exposición a sustancias perniciosas (tabaco, agentes contaminantes, etc.). Afectan a tantas personas por el tremendo número de casos que se producen en la sociedad, pero en realidad se trata de situaciones personales e individuales. Son, en este sentido, riesgos globales en tanto en cuanto afectan a individuos de todos los rincones del mundo, ya que el modelo social occidental se multiplica y reproduce (sobre todo sus defectos y sus peligros) en prácticamente todas las partes del planeta.
Por otro lado, la sociedad civil no es capaz de percibir la gran mayoría de los riesgos a los que nos enfrentamos debido a su carácter fundamentalmente tecnológico. Los profanos no somos capaces de distinguir las causas de unos daños, a menudo latentes, fruto de nuestros actos si no recibimos la información de un "intermediario" capacitado. Otra cosa es que nuestra propia y limitada experiencia nos haga desconfiar de su juicio o ignorarlo, pero eso no elimina la necesidad de que un experto haga explícitas las consecuencias de las acciones humanas.
Sucede, por tanto, que el científico se convierte en el "chamán" de la tribu, en aquel que nos pone en contacto con la causa y con la solución de nuestros males. La ciencia nos provee de los recursos necesarios para hacer frente a los riesgos de la sociedad, pero al mismo tiempo crea y recrea una y otra vez esos u otros riegos tecno-científicos.
Es por ello, precisamente, que Beck hace una crítica de la racionalidad científica, al acusar a la ciencia de totalizadora y, en cierto modo, de crear riesgos para su propia supervivencia. Ya no sólo es la naturaleza, el hombre y la sociedad lo que se somete a los criterios científicos, sino que es ella misma la que debe someterse a su propio control. La ciencia pasa, de esta forma, a la definición y atribución de los errores autogenerados (Beck, 1998b: p.207) en lugar de depender de situaciones y sucesos preexistentes.
La ciencia es, por lo tanto, el medio a través del cual salimos de la situación de incertidumbre en la que ella misma nos ha situado. Vivimos en una sociedad en la que dicha incertidumbre se une a la imposibilidad de control sobre las propias condiciones de existencia. Es por ello por lo que sin los juicios y análisis científicos, no podríamos conocer las consecuencias y los daños posibles que producirán nuestras propias decisiones. Surge, en este contexto, la imposibilidad de conocer a través de la experiencia personal, pero en cambio sí existe de manera destacada el conocimiento a través de la experiencia de otros. De todos modos, estos juicios sólo son aceptados en función de las pruebas y las conclusiones que cada uno extrae de sus hábitos cotidianos, tal y como hemos explicado anteriormente cuando hablamos sobre la familiaridad de los riesgos.
Entonces, ¿hasta qué punto recelamos u otorgamos credibilidad a los discursos expertos? La importancia de ello radica, así mismo, en el canal informativo utilizado, que habitualmente se trata de los medios de comunicación de masas. En la sociedad actual, conocida como la "era de la información" a pesar de que todavía es un porcentaje mínimo de la población mundial el que tiene acceso a dicha información, existe una cierta ambivalencia respecto a los llamados "mass media".
Por un lado se ha producido la sacralización de los mismos hasta tal punto que lo único real es aquello que se manifiesta a través de ellos. Como consecuencia, sólo los riesgos expuestos en los medios son reales, y cuando dejan de salir, dejan, simplemente, de existir para la sociedad.
Al mismo tiempo, existe cierto recelo hacia los propios medios debido a que suelen estar dirigidos por grandes intereses comerciales, por lo que la credibilidad de los mismos queda en gran medida en entredicho.
En este sentido, el acceso mayoritario a ciertos canales de información provoca necesariamente un "ruido", una "información estática" que no se filtra y que relativiza generalmente el peligro potencial de ciertas situaciones. Esta avalancha de información crea la falsa sensación de conocimiento, lo que evita apreciar la verdadera magnitud de ciertos riesgos. Igualmente, otro canal informativo de gran relevancia son los rumores (hoy de magnitud global) que suelen contribuir a difundir falsas ideas y juicios equivocados, pero cuya credibilidad es, en ocasiones, superior a la de las noticias verdaderas.
Aún así, la responsabilidad última de decidir qué riesgo es asumible y cuál no, se encuentra en manos de los individuos, de tal forma que en última instancia todos nos convertimos en expertos. La subjetividad del concepto implica necesariamente que la existencia del riesgo (o más bien su magnitud) está en el actor social que lo contempla. Se trata, en fin, de la "cultura del riesgo", diferente para cada sociedad y en cada individuo.
Actualmente la ciencia se encuentra íntimamente ligada al resto de los aspectos de la vida social, fundamentalmente a la política y a la economía. En este sentido, puede verse seriamente manipulada por los poderes fácticos de forma que los resultados, o al menos la enunciación pública de ellos, responda a los intereses de un grupo en particular. Así, por ejemplo, existen numerosas denuncias contra las compañías tabaqueras por, presuntamente, manipular diversos estudios sobre los resultados perniciosos de la adicción al tabaco para mostrar a la opinión pública unas conclusiones menos negativas de lo que en realidad deberían ser.
Las implicaciones sociopolíticas de la ciencia se ven claramente en cuanto a que son conformadoras e inspiradoras de la gestión pública de los riesgos. De esta manera, se produce una separación entre la "ciencia académica" y, por así decirlo, la "ciencia aplicada" o "reguladora". Las implicaciones y las características ente una y otra difieren en algunos puntos, ya desde las propias metas hasta la metodología procesal o las instituciones que se encuentran detrás de las investigaciones. Así, para la utilidad pública y política de la ciencia, ésta debe de tener como meta el discernimiento de "verdades" relevantes para la formulación de políticas concretas. De igual manera, las instituciones promotoras de los estudios suelen ser la industria o los propios gobiernos, mientras que para la ciencia académica, éstas son, por ejemplo, las universidades u organismos específicos de investigación.
La gestión pública del riesgo, basada en la experiencia científica, debe de estar dirigida a la reducción general de las situaciones susceptibles de generar daños futuros. Lo que ocurre es que normalmente debe hacerse un cálculo de riesgos para evaluar hasta qué punto, la evitación de un mal no provoca otro de mayor tamaño que el que se pretendía evitar. Numerosos son los ejemplos en los que las medidas tomadas para hacer frente a un peligro han resultado provocadoras de otro distinto. En este caso, la decisión debe venir dada por un cálculo de admisión de riesgos que evalúe objetivamente si los beneficios resultantes serán mayores que los perjuicios.
En definitiva, la sociedad actual no podría ser concebida sin entender la presencia constante de riesgos y el cálculo individual de los mismos, a la hora de decidir cuáles de ellos asumimos y cuáles no. En este sentido, los riesgos latentes y poco visibles son aceptados más fácilmente que aquellos más evidentes, de igual manera que las conductas con unas consecuencias muy lejanas son consentidas en mayor medida que aquellos cuyos resultados sean más inmediatos, aún cuando éstos sean menos perniciosos.
Sea como fuere, lo que es indudable es el hecho de que hoy casi no podemos hablar de riesgos personales, ya que toda la sociedad occidental se sustenta en actuaciones potencialmente peligrosas, en tanto en cuanto basadas en el desarrollo tecnocientífico. La exposición a estos riesgos es ahora total para la inmensa mayoría del planeta, en una sociedad de la información que, lejos de acercarnos soluciones, contribuye en muchos casos a crear confusión acerca de una realidad ya de por sí poco clara.
· Beck, U (1998):¿Qué es la globalización?. Barcelona, Paidós.
· Beck, U (1998):La sociedad del riesgo. Barcelona, Paidós.
· Beriain, J. (comp..) (1996): Las consecuencias perversas de la modernidad. Barcelona, Anthropos.
· Castells, M. (1999):La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Madrid, Alianza editorial.
· Douglas, M. (1996): La aceptabilidad del riesgo según las ciencias sociales. Barcelona, Paidós.
· Giddens, A. (1993): Consecuencias de la modernidad. Alianza Universidad.
· López Cerezo, J.A y Luján J.L (2000): Ciencia y política del riesgo. Madrid, Alianza.
· Ramonet, I (1998): Un mundo sin rumbo. Madrid. Editorial Debate.
· Ramos Torre, R. y García Selgas, F. (ed.) (1999): Globalización, riesgo, reflexividad. Tres temas de la teoría social contemporánea. Madrid, CIS.
· Solé, C. (1998): Modernidad y Modernización. Barcelona. Anthropos.
· Vallespín, F. (2000): El futuro de la política. Madrid, Taurus.
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Este artículo es obra original de Sergio Gómez Rodríguez y su publicación inicial procede del II Congreso Online del Observatorio para la CiberSociedad: http://www.cibersociedad.net/congres2004/index_es.html"
Sergio Gómez Rodríguez