La investigación cualitativa en España: de la vida política al maltrato del sentido (página 2)
Enviado por Antonio Calvete Oliva
UNA HISTORIA PROPIA
La llamada investigación cualitativa surgió en España en unas condiciones históricas muy concretas. No es tan fácil separar, con todo, lo que hubo en ello de contingente, de lo que constituyeron las condiciones de su impulso. Tras la Guerra Civil, a la muerte física le siguió la muerte social. La historia intelectual de la España de nuestros días es hija de aquellos años de plomo; la depuración de funcionarios, que se ensañó particularmente con la enseñanza, vació las universidades de todo pensamiento, y disciplinas enteras (así el Psicoanálisis como las Ciencias Sociales) desaparecieron del panorama social español, condenadas a un literal ostracismo, y hubieron de aguardar largos años a que llegara el momento de su refundación. Se impuso la discontinuidad. El Régimen necesitaba un "Saber" oficial que, en el campo de la Sociología -tardíamente reinstitucionalizada, pues se la veía en cualquier caso como un saber sospechoso- se consiguió mediante la importación masiva y acrítica de la "nueva ciencia sociológica", o de la "sociología científica moderna", estadounidense, por supuesto. La constante en cualquiera de sus denominaciones era la apelación a la Ciencia: ella garantizaba una "ciencia" social compatible con el statu quo, ajena a cualquier veleidad de cambio social, avalada y garantizada por el prestigio apolítico ("objetivo") de la Ciencia. Pero esto no vino sino a mostrar, bajo la forma de la negación, que pensamiento y política se encontraban inextricablemente unidos; también, naturalmente, para la disidencia. Esta historia se ha contado en alguna ocasión1, por lo que no merece la pena que nos detengamos en ella. Lo que interesa a nuestro propósito aquí es señalar que esa disidencia fue siempre a la vez intelectual y política, apasionadamente política e intelectual, pues el deseo de saber requería sacudirse de los hombros el plúmbeo saber oficial, y el deseo de libertad política necesitaba de un pensamiento que se abriese a la transformación social.
La investigación cualitativa española surge, efectivamente, en el ámbito de la contestación antifranquista; pero no en el seno de la ortodoxia comunista, sino de la mano de un incipiente movimiento estudiantil, algunos de cuyos miembros encontraron en este terreno una tarea profesional. Su referencia fue el Frente de Liberación Popular (FLP, más conocido en aquellos años por el Felipe). De ahí proceden Jesús Ibáñez, José Luis Zárraga o Francisco Pereña, quien se incorpora a la investigación a raíz de la represión policial. Alfonso Ortí y Angel de Lucas eran cercanos a esa misma posición política.
Esto, a nuestro entender, constituyó una singularidad del modo en que se fraguó la investigación cualitativa en nuestro país: lejos de toda doxa, la investigación cualitativa surge como fruto del deseo de aprehender la realidad, sin perder el carácter siempre problemático de la indagación y del pensamiento. Fueron el deseo de saber y el afán de pensar los que llevaron a una reflexión que nada tenía que ver con la sociología anglosajona, oficial o no. Ni siquiera es la sociología la disciplina que proporciona el grueso de los materiales para esta reflexión; estaba, naturalmente, Marx; pero también Weber, la filosofía, la lingüística, la semiótica, la lógica, el psicoanálisis… Diversidad de corrientes, de disciplinas, de autores… que no encontraban en la Universidad de la época su morada natural. Lo más interesante de este trabajo fue que no concluyó en el mero eclecticismo, y sorteó los riesgos del autodidactismo para crear una posición propia y necesariamente autóctona. No fue, tampoco, una reflexión académica, pues la Academia estuvo durante mucho tiempo vedada a este pensamiento y sus puertas cerradas a quienes en él se afanaban; era la urgencia del pensamiento sobre la vida la que guiaba esta reflexión, y fue la urgencia de la vida -en su sentido más literal- la que llevó a algunos de ellos a tener que ganársela en empresas de investigación de mercado, donde se puso a punto la técnica del grupo de discusión, y se desarrolló la metodología cualitativa, confrontadas ambas a la práctica de la investigación, a la necesidad de responder a la demanda con un análisis concreto. Nunca fue, entonces, una sociología abstracta, pero tampoco una mera práctica profesional, porque jamás ésta hizo olvidar la necesidad de pensar la investigación como una práctica antes que nada social, y en esa medida, crítica. Jesús Ibáñez siempre insistió en la necesidad del carácter crítico de la teoría social. Este verano se ha cumplido el décimo aniversario de su muerte. Desde aquí queremos hacer patente nuestro emocionado recuerdo del hombre y del intelectual. Fue él quien dio cabida en la investigación de mercados a ese grupo de disidentes políticos a que nos hemos referido antes. Alguna vez habrá que pensar con mayor detenimiento en la aparente paradoja de que fueran precisamente los "rojos" quienes levantasen este edificio teórico y metodológico ("entre todos inventamos el grupo de discusión", ha dicho Ibáñez2), y quienes proporcionasen al mercado una de sus herramientas de investigación (y en ese sentido, de manipulación) más estimables. Visto con el tiempo, podría decirse que fue esa disidencia intelectual y política la condición necesaria de la robustez y la eficacia de esta metodología, pues si hay teoría social ésta sólo puede ser crítica, ya que el sociólogo (el investigador social, sea cual sea su formación disciplinaria) sólo puede serlo dando testimonio de los discursos sociales, del funcionamiento en cada momento histórico y cultural del lazo social, lo que no se puede hacer desde la posición de un pensamiento cómodamente establecido en las instituciones y complacido y complaciente con las verdades oficiales de ningún signo. La crítica es el anverso de la moneda de este tipo de investigación; su reverso es la capacidad de manipulación social que proporciona a quien tiene el poder de usarla (esto es: a quien tiene poder; y esto vale tanto para el márketing del consumo, cuanto para el establecimiento de políticas públicas. Con todo, no hay que caer en la ingenuidad de creer que el poder puede ejercerse de modo omnímodo, sin investigación o con ella). No conviene olvidar que la investigación cualitativa respondió a una demanda del cambio económico y social. El consumo aparece en el horizonte de una España que tiene todavía un recuerdo muy reciente de su pobreza. La hora del cambio interroga a nuevas metodologías que nada tengan que ver con la estupidez oficial, lo que constituye entonces una de las condiciones de posibilidad de su desarrollo.
Algunos de aquellos disidentes lograron finalmente volver a la Universidad. Jesús Ibáñez llegó a ser catedrático de Sociología. Allí escribió -fue su tesis doctoral- un libro de saber enciclopédico titulado Más allá de la Sociología3. En él trabajó los fundamentos de la metodología cualitativa (que prefería denominar estructural) en sus aspectos epistemológicos, metodológicos y tecnológicos, y puso en cuestión los fundamentos de la sociología. El título no es casual: no proviene de ningún designio del márketing editorial, pero tampoco, como puede comprenderse, del saber académico. Lo que el título sugiere ("… el título se lo puso Pereña: yo, que había rotulado tantas cosas, no fui capaz de rotularme a mí mismo.")2, y el libro aborda es la construcción de lo que Ibáñez denominó un paradigma complejo de la investigación social, capaz de abordar la complejidad del mundo social. Está escrito a la manera muy personal de Ibáñez, quien gustaba definirse como un "bricoleur": "Cuando cito a un autor, lo cito como 'bricoleur': no para reconstruir su pensamiento sino para, deconstruyéndolo, construir el mío.2". Y el libro, en verdad, está lleno de referencias a todos aquellos materiales y autores con los que había construido su pensamiento.
UN SABER INACABABLE
Atractivo y sugerente siempre, incluso en aquello de lo que uno puede disentir (el libro no está elaborado para conseguir el asentimiento, como tampoco lo está desde la predicación, sino desde la búsqueda), Más allá de la sociología representa el pensamiento de su autor, antes que el de una escuela. Pero hay algo, a lo que el título apunta, que da cuenta también de una actitud, presente desde el inicio en esa manera de darse un pensamiento propio, de cuantos contribuyeron a alzar el edificio de esta metodología: el levantamiento de la clausura disciplinaria, la indagación en los márgenes o en los "intersticios" de las disciplinas, precisamente para desvelar aquello que el velo disciplinar oculta. No se trataba tampoco de complementar las perspectivas en un juego interdisciplinar o multidisciplinar como estaba de moda sugerir hace algunos años. La yuxtaposición de disciplinas nunca reconstruye un todo, pues el Todo es siempre inaccesible. De lo que se trata más bien es de trabajar en las encrucijadas como lugares de paso y comunicación, en los límites, en los vacíos4. De colocarse en un cruce de discursos, en una posición de apertura radical, esto es: renunciando a toda tentación de producir un cierre que sabemos imposible desde Gödel.
Producir un cierre en un sistema formal como es una teoría, es lógicamente imposible. Gödel lo demostró formulando su principio de incompletitud; según éste una teoría no puede ser consistente (esto es: todas sus expresiones son verdaderas) y, a la vez, completa (esto es: todas sus expresiones verdaderas pueden ser probadas). Tiene que haber en él al menos una expresión que no pueda ser probada, aun siendo verdadera. Esta formulación supuso un mazazo a las aspiraciones del pensamiento científico de la época, que creía poder acercarse a la verdad de modo completo y paulatino, en una tarea que, al menos en principio, podría llegar a tener un final. Después de Gödel sabemos que se trata de una tarea inacabable, pues para superar los límites del principio formulado por este autor, sólo cabe incluir el sistema afectado por este principio (cualquier sistema formal), en otro que lo incluya, que dejará al menos una expresión sin probar, y requerirá un meta-sistema que lo incluya a su vez, y así hasta el infinito.
Sostener esta posición (es decir, sostenerse en ella sin marearse) requiere algo más que el escrupuloso cumplimiento de los protocolos científicos al uso. Se necesita el valor de aceptar que el conocimiento es una empresa inacabable que exige un compromiso personal, y no un mero oficio que pueda ser ejercido rutina a rutina. Además, si hablamos de ciencia, ¿de qué ciencia estamos hablando? Desde sus inicios, la sociología (en realidad, todas las ciencias sociales) ha pretendido conseguir para su actividad la garantía o el marchamo de la Ciencia. Pero este aval así demandado atiende antes a razones de pertenencia que a razones lógicas. De lo que se trata, en definitiva, identificando Ciencia y Razón, es de no quedar fuera de ésta o, dicho de otra manera, de no quedar excluidos del mundo contemporáneo, que ha erigido a la Ciencia en el paradigma del modo de conocimiento verdadero olvidando dos cosas: los propios desarrollos de la física moderna, que introducen en el esquema clásico la necesidad de abordar el papel del observador de un modo radical en la observación (de manera que el mundo exterior ya no sería preexistente a la observación, al modo en que se concebía en la ciencia newtoniana). Y la diferente naturaleza y complejidad de los sistemas observados. El intento de cuantificar el mundo como expresión del verdadero conocimiento ha causado problemas en las ciencias sociales, tanto como en aquellas disciplinas, distintas de las ciencias físicas, que se ocupan también del mundo natural (sistemas geológicos, biológicos…). Al mismo lord Kelvin se le atribuye la afirmación de que había científicos -los físicos- que expresaban su saber en números, y que los demás eran "coleccionistas de sellos", refiriéndose de este modo despectivo a quienes practicaban disciplinas todavía nacientes, como la biología o la geología, incapaces de medir como lo hace la física5.
DE LAS COSAS A LAS PALABRAS
Las ciencias sociales no se han resistido a inscribir su actividad en el campo de la Razón (esto es, de la Ciencia), aunque para ello hayan debido subordinar a la medición la complejidad de los procesos que estudiaban. La máxima ha sido expresar en números y dejar fuera de su campo de conocimiento todo aquello que se resistiese a la medida. Hoy día es corriente la operación de medir no ya aquello que es pertinente, sino de hacer pertinente lo que es medible (lo que recuerda al chiste del borracho noctámbulo que buscaba bajo una farola sus llaves extraviadas, sólo porque allí había luz). Y se ha perseguido la manera de cumplir con todos los requisitos de construcción de teorías propios de las ciencias de la naturaleza, forzándolos y distorsionándolos cuanto fuera preciso, para que finalmente la naturaleza de los sistemas a los que se aplican las ciencias sociales y los procedimientos de la Ciencia, concebidos ya como universales, se adecuaran perfectamente los unos a los otros. El artificio de estos intentos no parece haber, con todo, descorazonado a quienes profesan esta fe. Según Fraser6, la perfecta adecuación del número para la descripción de procesos físicos resulta del hecho de que, mediante las reglas de la matemática, la mente da cuenta de sus propios umwelts -la parte circunscrita y significativa de un medio para una especie- temporales inferiores, "esos que comparte con el conjunto de los mundos atemporales, prototemporales y eotemporales". Y continúa: "Es el primitivismo de las raíces de las matemáticas lo que garantiza su pasmosa universalidad, su poder y su belleza. Es el mismo primitivismo el que hace que las herramientas matemáticas se vayan haciendo inservibles para abordar la causación biológica, noética e histórica. Según nos elevamos por los niveles integrativos de la naturaleza, de la materia a la vida, al hombre y a la sociedad, el mundo se va haciendo más impredecible -no por ignorancia nuestra, sino intrínsecamente-."
Al igual que sucedió en otros lugares, en España la investigación cualitativa hubo de abrirse camino ante la resistencia de la sociología oficial que apostaba por el dato como único producto objetivo de una ciencia social. Dejando ahora de lado cómo se haya producido tal dato (lo cual no es irrelevante) en el estudio de las sociedades encontramos, en el mejor de los casos, correlaciones estadísticas, y no relaciones causales en el sentido fuerte que este término toma en las ciencias naturales; de manera que el dato requiere una interpretación, abre una pregunta por su sentido. Y si tal sentido no se pretende producir como un mero cierre imaginario, es necesario que advenga como resultado de una escucha. Esto cambia totalmente la perspectiva de la investigación, y produce un desplazamiento de la misma hacia los discursos sociales. Que esta perspectiva y la cuantitativa sean o no complementarias constituye el núcleo de una discusión inacabada y, probablemente, inacabable. Aceptar la complementariedad suele ser una salida de compromiso para poner paz en este duelo, pero difícilmente aclara la naturaleza misma de la discusión. Naturalmente, en un sentido trivial ambas metodologías son complementarias (se pueden analizar datos y discursos, como parte de una misma investigación). No son, desde luego, complementarias si lo que con ello se pretende señalar es que cada una ofrece un sentido, y que su suma nos daría, por acumulación de perspectivas que enriquecerían el objeto, un sentido más completo del fenómeno estudiado. Esta cuestión de las perspectivas no deja de tener un interés metodológico y epistemológico del que no podemos hacernos cargo en estas páginas. Baste señalar que si cada metodología produce su propio objeto, algo similar podría decirse de las técnicas, con lo que criterios como el de la "triangulación" habrían de ser reexaminados en la perspectiva de la imposibilidad lógica de hallar espacios de traducción de unos "datos" a otros.
EL DISCURSO COMO VÍNCULO SOCIAL
Sí nos interesa señalar aquí que el problema de la interpretación requiere situar correctamente también el problema de la investigación. La investigación cualitativa, tal como la concibe la tradición a la que nos estamos refiriendo, implica, como hemos apuntado, tomar como objeto privilegiado del análisis el propio lenguaje en su dimensión de discurso social. Discurso social entendido siempre en sentido fuerte, no como información, ni como acto de comunicación. No se trata, en efecto, de estudiar una realidad de la que el discurso nos informaría -como si los fenómenos sociales fueran cosas y las palabras un calco de ellas-, sino de comprender cómo el discurso configura la realidad social. La lengua es, como decía Benveniste, el interpretante de la sociedad, lo que significa "primero y desde el punto de vista del todo literal, hacer existir lo interpretado y transformarlo en noción inteligible"7; así -continúa este autor-, sería posible investigar la lengua aislándola de la sociedad, mientras que estudiar esta última sin la lengua supondría una operación impensable. El discurso social no constituye, entonces, una manera de referirse mediante palabras a una realidad social extralingüística, sino un modo de regular el funcionamiento social mediante flujos simbólicos: en el modo de pensar social no está presente tan sólo el empuje a la comunicación, sino toda una institucionalización simbólica que organiza la relación con el otro, que instituye representaciones que garantizan el enlace con el otro, sin las cuales la presencia de éste sería del todo insoportable. Una sociedad sin discurso social sería, más que el reino de la barbarie, simplemente impensable. Discurso social equivale, entonces, a vínculo social -seguimos aquí a Pereña-, ya que es antes que nada una función que organiza de modo sistemático los significantes sometiéndolos a relaciones regidas por identificaciones e ideales colectivos, y estableciendo de esta manera el ser social de todo sujeto8. Éstos pueden circular en relación a los otros e integrarse en una colectividad gracias al triunfo de las identificaciones (y eso ya es discurso). Hay que entenderlo en su total radicalidad: el animal humano viene a un mundo que no tiene para él instrucciones de uso; carece del programa genético que permite al animal ser inteligibilidad pura. Depende del otro desde su comienzo, de tal manera que antes incluso que su propio cuerpo (todavía no organizado) se puede decir que es el Otro su primera instancia de relación con el mundo; lejos de regirse por el instinto ("manual de instrucciones" del ser vivo no hablante), ha de hacerlo por la demanda, que implica ya la palabra: se pide con los significantes del otro, y no hay más "instrucciones" que las que vienen del Otro. El lenguaje es, entonces, para el hombre, una segunda naturaleza, en su acepción radical: en el sentido de que la Naturaleza es algo de lo que el hombre está irremediablemente separado, perdido para él, y en el de que ningún individuo humano puede "erradicarse" del lenguaje. Otra cosa muy distinta es que exista una adecuación completa entre el lenguaje y el viviente. Hay, por el contrario, falta de adecuación que la propia palabra trata de suplir, suplencia que constituye toda una tarea que cristaliza bajo la forma de discurso, pues la relación con los otros nunca viene dada de antemano9.
El lenguaje al que nos referimos no es, como puede verse, un mero instrumento de comunicación, voz de una realidad distinta que serían las ideas. Por el contrario, es el campo mismo de las ideas, previamente organizadas para todo individuo humano como discurso; es, esencialmente, el modo humano de vínculo entre seres humanos, el vínculo social mismo.
Pues el sentido no viene dado, hay que construirlo, y esta tarea es permanente e inacabable: está condenada al fracaso a la par que es estructuralmente necesaria; esa es su paradoja. Hay siempre, por un lado, un fracaso subjetivo, pues nunca el sujeto consigue reunirse con sus identificaciones. Más precisamente, el sujeto sería efecto de la falta de coincidencia con sus identificaciones. Hay también un fracaso social, pues el carácter radicalmente intolerable de la diferencia (el real del Otro) nunca es completamente absorbido y neutralizado por los ideales8. Por esta razón no se puede entender el discurso social como una colección de enunciados más o menos estructurados: tiene su cara y su cruz, lo que dice y lo no dicho que lo determina.
No conviene confundir el discurso social (entendido como vínculo social) con el discurso oficial. Es verdad que el Estado (o la religión) se dan siempre como tarea suplir aquello de lo que el ser humano carece: el instinto y la palabra definitiva. Y que esta labor de suplencia aspira a conseguir el acuerdo de los sujetos parlantes en un todo de sentido conforme a un determinado deber ser. Pero -todos somos testigos de ello-, este proyecto nunca se consigue plenamente, es igualmente inacabable por muy tenaz que sea el empeño. De éste encontraremos sus huellas en el discurso social, tanto en lo dicho como en lo no dicho, pero salvo en situaciones históricas excepcionales, nunca habrá adecuación plena.
El discurso social es siempre, pues, un "proyecto" en permanente construcción y reconstrucción. No es fijo e inalterable. No existe la significación definitiva; pero a la vez el discurso aspira a ella, de tal manera que, en cada ocasión, en el análisis de cada discurso particular, debiéramos poder encontrar la huella, a la vez, de tal aspiración (el modo en que trata de darse el estatuto de cierre de sentido, de significación definitiva), y de lo que falla en ella. La razón de que el discurso sea susceptible de cambio tiene que ver precisamente con el sentido, con lo que el sentido es o, más precisamente, con lo que no es. Sentido y significación no coinciden. Se trata de una ya antigua distinción formal que proviene de la obra de Frege, y que ha sido ampliamente trabajada en lógica (Russell, Quine, Davidson…). En un lenguaje perfecto (en el sentido lógico de conjunto perfecto de signos) a cada expresión debería corresponder un sólo sentido; pero eso nunca es lo que sucede en los lenguajes naturales. El objeto que una expresión designa sería su significación o referencia (de ambas maneras se ha traducido Bedeutung). Sin embargo, dos expresiones diferentes pueden tener la misma referencia, pero distinto sentido (Sinn); éste último es el modo de concebir el objeto. Podemos sustituir, entonces, un signo por otro sin que se modifique la referencia; pero esta sustitución no deja inalterado el sentido. En el ejemplo clásico de Frege, el "lucero del alba" y el "lucero vespertino" tienen la misma referencia (Venus), pero su sentido no es el mismo. Como dice Frege, si sustituimos un término por otro, la referencia no cambia, pero sí el pensamiento. Un lenguaje en el que significación y sentido coincidiesen funcionaría como un código; es el ideal lógico, pero no la realidad de los lenguajes naturales. Y si estos últimos funcionasen como un código, el mundo cabría en un diccionario, y no habría cambio de sentido. Pero puesto que sentido y significación no coinciden, aquél no cabe explicarlo como cosa, ni puede ser sometido a cálculo o a programación alguna. Esto es lo que nos importa de esta distinción, pues implica una determinada "posición" de la interpretación respecto del sentido. Lo primero que cabe señalar a este respecto es que el sentido no es inmediato, puesto que no viene dado de antemano, lo que determina la evidencia de que haya que hablar, y hablar tanto, para ponerse de acuerdo sobre cualquier cosa. Pero eso no significa que sea relativo, de modo que el objeto se complete por la variedad de las perspectivas. ¿Proviene, entonces, el sentido, del yo? En tal caso habría que aceptar un cierto solipsismo del sentido que arruinaría toda posibilidad de comunicación entre seres hablantes. No, no hay creación individual de sentido cuando nos referimos al discurso social. Cada individuo o grupo social se expresa a su manera, "escoge" en el acervo lingüístico común su propia manera de expresarse; pero su decir no es gratuito, ni pura creación de sentido: está sobredeterminado por el discurso social, de manera que cuando habla, reproduce, como efecto de la identificación y si ésta funciona, la unidad social de sentido, antes que producir un sentido propio e individual. El sentido tiene carácter público. Es esto lo que explica que, a pesar de que la posibilidad combinatoria de los elementos de un lenguaje cualquiera sea prácticamente ilimitada, no suceda lo mismo con los predicados acerca de un determinado objeto social (cualquiera que sea éste; pensemos, por ejemplo, en la salud misma), en una sociedad y una época determinadas. Las posibilidades de innovación lingüísticas vienen limitadas por el hecho de que es imposible introducir nuevos términos categoremáticos (palabras que significan seres, objetos, cualidades…) sin producir desplazamientos en campos semánticos ya organizados y socialmente sancionados, aquellos que constituyen el acervo social compartido. Lo cual no quiere decir que no haya cambio, que lo hay, sino que la producción del sentido no se aloja en el yo, no es individual. Si al hablar reproducimos la unidad social de sentido es porque funcionan las identificaciones; si éstas se quiebran, el resultado será el estallido del sentido. La posibilidad del cambio, y su éxito, viene dada por el hecho de que la cadena significante tiene como condición no ser completa. El "shifter" de Jakobson es un elemento que fractura el código desde su interior (no hay código, pues), de manera que para decir "yo" el código ha de remitir al mensaje, y el enunciado a la enunciación.
Hay cambio en el discurso social, entonces, porque siempre hay algo que opera desde fuera del lenguaje mismo, porque la determinación del discurso es extradiscursiva; lo cual no quiere decir, por cierto, que sea el cambio en las cosas el que determine en estricta correspondencia el cambio en las palabras, pues el sentido de éstas requiere de su producción social: el acontecimiento ha de ser construido discursivamente. Pensemos en el 11-S, verdadero acontecimiento actual; la conmoción que supuso demandaba una reordenación del sentido, del discurso social, que diera cuenta de ello. Su sentido no era inmediato, no venía dado, sino que requería su construcción discursiva (y en ese proceso, que no afecta por cierto a un solo campo semántico, andamos). Un acontecimiento particularmente perturbador puede producir un estallido del discurso social tal que, en ese momento, encontremos una diversidad de sentidos. Pero ninguna sociedad puede tolerar una situación así por mucho tiempo, de manera que la propia diversidad demandará un discurso unificado, una organización social del sentido que supere su fractura en una pluralidad de propuestas. De lo contrario, la violencia, la guerra, será el camino para suturar esa quiebra del sentido, a modo de una significación colectiva sellada por las armas: he aquí la grandeza y la miseria del discurso social.
Hay también, naturalmente, cambio en el discurso por la presión (interna al discurso social mismo) de propuestas discursivas nuevas que vienen a desplazar, en un tiempo diferente para cada caso, campos semánticos existentes. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, en el campo de la salud con la presión de las concepciones de prevención y educación, que afectan a campos semánticos enteros referidos a comportamientos sociales consolidados, lo que inevitablemente "ralentiza" su incorporación al discurso social, y limita su eficacia. Este punto no deja de tener interés para ilustrar nuestra afirmación anterior respecto de la falta de coincidencia entre discurso oficial (lo es la idea de salud como prevención y educación) y discurso social, pues la integración del primero en el segundo no se produce a modo de una sustitución completa, sino que aquél es acogido parcialmente, a diferentes ritmos sus distintas propuestas, modificándose a la par que es hospedado, y produciéndose finalmente una fusión cuyo resultado no se corresponde del todo con la intención o el proyecto originales.
SENTIDO, CAMPOS SEMÁNTICOS Y ENUNCIACIÓN
¿Qué es, entonces, lo que la investigación cualitativa, en nuestra tradición, aborda? Habría que comenzar dejando claro que lo que en los manuales académicos se engloba bajo esa denominación es una gran cantidad de enfoques que tienen en común el hecho de que trabajan con los aspectos simbólicos de los fenómenos sociales y que emplean técnicas que no producen mediciones. Más allá de esto no hay sin embargo, necesariamente, grandes semejanzas. Lo que en el uso común llamamos en España "investigación cualitativa" se refiere, nombrándolo con más propiedad, al análisis sociológico del discurso social (valga la expresión, pues también la semiótica ha tratado de los discursos), y toma al lenguaje común como material de análisis e interpretación. Puesto que no hay cierre discursivo, como hemos explicado más arriba, es imposible una macrosemiótica, una ciencia universal y estable de los signos que pudiera desvelarnos el discurso social bajo todas sus formas y condiciones. Lo que encontramos, por el contrario, es el sentido como efecto (no significaciones fijas), de donde se hace ineludible la investigación social; esto es: el análisis particular del modo en que toma forma, se estructura, el discurso social en un momento dado y en una sociedad dada: la escucha.
Naturalmente, la investigación no trabaja con todo el discurso social, tarea tan imposible como la de la macrosemiótica. Aquél se ofrece a la tarea del análisis bajo la forma de un material bruto y diverso que interpretamos a modo de campos semánticos particulares, acotados en torno a un determinado objeto discursivo (pongamos por caso, la salud); campos semánticos que nunca son autónomos, sino que guardan relaciones con campos contiguos, y se organizan jerárquicamente en relación con otros en los que se integran (pongamos por caso el tabaquismo, que guardará relación de dependencia necesariamente con el campo más amplio de la salud).
Pero si el sentido es efecto, y el lenguaje nunca es un código cerrado y acabado, y, más aún, si el discurso social es mudable, la organización social del discurso sólo podrá presentársenos como campos semánticos cuya organización es siempre contingente, formados por elementos y relaciones entre elementos, y articulados por alguno de tales elementos (lo que denominamos un eje sémico)10. La reconstrucción de esta estructura por el investigador es efecto de la escucha de la articulación de sentido: requiere escucha y no hay saber previo que pueda sustituirla. Cuando se hace desde presupuestos disciplinares, la escucha se arruina, y el análisis se pervierte, es sustituido por un saber supuesto de aplicación universal que, por cierto, acaba siempre confirmándose a sí mismo. El análisis, por el contrario, tiene una función heurística o de descubrimiento, no busca la confirmación de hipótesis (aunque de su aplicación pueda derivarse esto como mero subproducto) pues si algo busca es la escucha de la emergencia del sentido, en los modos singulares en que en cada caso se produce ésta.
No podemos detenernos aquí a examinar qué son los campos semánticos, o los ejes sémicos. Pero sí debemos señalar aquellas características, que afectan a la concepción del análisis del discurso en que podemos reconocernos. Cuando hablamos de campo semántico nos referimos siempre a una estructura, a un modo de organización del sentido; nunca a una colección de dichos prendidos en los alfileres de una clasificación, de una taxonomía. Pues hay estructura hay organización y jerarquía, que no es tampoco la de un árbol lógico, ya que no es lineal. Y esa estructura es siempre la propuesta analítica de un investigador, que se somete a una "verificación" interna en la medida en que ha de dar cuenta de los dichos con los que trabaja si quiere ser coherente. Puede, naturalmente, confrontarse con cualquier dato de la realidad referido al mismo asunto; pero será siempre la propuesta analítica e interpretativa de un investigador. En ese sentido el análisis tiene autoría, y la escritura no es ajena a la tarea ética de hacer ver sus recorridos, sus razonamientos, el trabajo del análisis. Este aspecto se nos antoja más importante que muchas de las prescripciones de validez ("criterios de Guba" incluidos, al parecer de moda, en la actualidad, precisamente en el campo de los estudios de Salud) que menudean en los manuales y recetarios de investigación.
La insistencia en el papel del investigador no es gratuita. Significa que éste se convierte en el agente de una escucha, y no en el mero ejecutante de un cálculo. Difícilmente puede haber cálculo (y análisis de contenido realizado mediante programas de ordenador, por tanto) cuando el sentido es efecto, no viene dado. Como dijimos antes, el discurso social no es una mera colección de dichos, sino efecto de una violencia simbólica, esto es, de un proceso de adecuación de las hablas sociales a un centro significante que organiza el núcleo y delimita los contornos del discurso social. La violencia simbólica liga el proceso de sustitución metafórica a un centro, a un núcleo de sentido. El sujeto -cada sujeto e, incluso, cada grupo social- "elige" los significantes de los que hará uso, dispondrá de sus propios repertorios de estilo… Pero es "elegido" por la presión semántica, por el universo de sentido que es para él preexistente y que le constituye. Es ahí donde significante y significado vienen a articularse estratégica y provisionalmente como efecto de sentido (pues el signo, decimos, no es autosubsistente). Conviene, entonces, detenerse un instante en un aspecto en el que el sentido común se engaña: si toda producción discursiva implica sustitución de significantes e intento de acoplamiento del sentido y la significación (siempre incompleto), el sujeto no sabe lo que dice; cuando hablamos, no sabemos lo que decimos, pues no somos dueños de la estructura que genera nuestro decir. También por eso decimos, nos contradecimos y nos desdecimos; titubeamos o cambiamos de opinión. El sujeto parlante es dueño de sus opiniones, pero no de la estructura que las genera. Por eso el orden social no es consciente (lo que es requisito, por otra parte, de su funcionamiento, como es requisito que desconozcamos lo que decimos para que el lenguaje pueda seguir funcionando en nosotros). Por eso, porque significación y sentido nunca coinciden plenamente, hay posibilidad de cambio en los discursos. Y por eso, también, el análisis del discurso exige siempre tomar los campos semánticos estudiados como campos sólo estratégica y provisionalmente cerrados, mostrando su variabilidad interna y su mayor o menor fijeza. Podríamos decir que todo campo semántico aspira a manifestarse como significación, aspiración nunca completamente realizable, porque a ella se opone siempre el sentido, lo que exige que el análisis sea antes que nada una escucha y esté siempre atento a los puntos de acoplamiento y fuga, a las fluctuaciones del sentido y a los intentos de ligar éste a la significación para evitar su errancia. Nada, como puede comprenderse, que se resuelva mediante procedimientos canónicos ni clasificatorios, ni que deje lugar para prácticas de "análisis" mediante esquemas formales previos al análisis mismo. El analista no puede pretender, sin dimitir de su función al desentenderse del sentido, obtener una interpretación que sea más rígida que el sentido mismo que su tarea aborda.
Ese ejercicio de violencia simbólica no se muestra necesariamente en el discurso mismo bajo la forma de enunciados; no se manifiesta, sino que se oculta. Por ello es tan importante repetir que la verdad del discurso social no está tanto en lo que dice, cuanto en lo que no está dicho en él, pero es su condición. Esto requiere la escucha atenta, como decimos; escucha que no puede reducirse a los enunciados, sino que requiere prestar la máxima atención a la enunciación misma. Y ésta nos parece una diferencia fundamental del análisis del discurso en la tradición de la que venimos hablando, respecto de la concepción y las prácticas anglosajonas, que carecen de un concepto fuerte de discurso social, y cuyos procedimientos de análisis no incluyen tampoco un concepto fuerte que dé cuenta de la relación entre significación, sentido y enunciación. Si el sentido es efecto y no presupuesto, habremos de escucharlo también en lo no dicho que opera en lo dicho, en la enunciación. Jesús Ibáñez gustaba contar un chiste que circulaba en los medios intelectuales alemanes de la postguerra, y se refería a la Alemania del ascenso del nazismo, para ilustrar el trabajo del análisis del discurso; puede servirnos muy bien aquí para explicar cuanto decimos a propósito de la enunciación. El chiste decía así:
"He aquí que un alemán de origen judío se dirige a un amigo alemán de origen ario, para comunicarle su deseo de abandonar Alemania. Ante la sorpresa de este último, que le arguye que nadie persigue a los judíos, y lo tilda de paranoico, el judío le cuenta lo siguiente:
Hice un muestreo entre la población y pregunté si les parecía correcta la eliminación de judíos y farmacéuticos…
En ese momento, el amigo lo interrumpe:
¿Por qué los farmacéuticos?
Justamente eso preguntaron los encuestados -responde el judío-. ¿Ves entonces que debo irme?"
El judío escucha el sentido de la pregunta ("¿por qué los farmacéuticos?"); su temor no procede de los enunciados, sino de la enunciación, en la que se encuentra implícitamente presente la pertinencia de la distinción entre los judíos y el resto, a propósito de su eliminación, que el discurso totalitario de la época pretendía desconocer. Si no hubiera al menos algún atisbo de aceptabilidad en la hipótesis de la eliminación de los judíos, "judíos" y "farmacéuticos" serían términos intercambiables y equivalentes en el enunciado de la pregunta; no cabría preguntar por la pertinencia de uno sólo de ellos. Obsérvese de pasada algo de interés para la discusión acerca de la relación entre metodologías (la famosa complementariedad), y de los criterios de validez del análisis: ¿cómo puede una encuesta hacerse cargo de la enunciación? Y, ¿cómo puede la aquiescencia de los participantes en una investigación, supuesto que se les "devuelva" el análisis, constituirse en criterio de validación de sus resultados, si el análisis, para ser tal, no puede ser mera descripción, sino desvelamiento de una estructura que no es consciente para quienes la actualizan en forma de hablas particulares? ¿Cómo podría aceptar, sin más, el alemán ario del chiste el racismo presente en su enunciación, pero oculto en sus enunciados, si un análisis se lo revelara? Aceptar esta conformidad como criterio de validez supone un desconocimiento radical de lo que el discurso social es, así como de cuál debe ser la tarea que el análisis ha de darse.
Lo anterior nos conduce también a una determinada manera de ejecutar la técnica del grupo de discusión, que ha de centrarse en la escucha para que el discurso pueda ordenarse según sus propios criterios de pertinencia, y no conforme a guión previo alguno. Sobre esto sin duda habrá que volver en algún momento.
EL DECLIVE
Podemos, entonces, finalizar este texto volviendo a la pregunta que lo abría. ¿Cuánto queda de lo anterior en la investigación que se practica hoy en nuestro país? El auge de la investigación cualitativa en España va de la mano de su pauperización. Se está perdiendo esta manera de comprender el discurso social y su indagación, tanto en la Academia cuanto en los mercados que sostienen la investigación empírica. En la primera se pueden observar con claridad indicios de la disolución de este pensamiento en el seno de lo que constituye el saber académico, esa colección de citas que cuentan todas por igual por el hecho mismo de haber sido publicadas. Donde la clasificación de posiciones y corrientes, la yuxtaposición de unas y otras en relación a aspectos particulares de metodología o técnicas (lo que dijo Fulano, y lo que matizó Zutano) dan una apariencia de saber a la vez que hacen desaparecer todo pensamiento de su horizonte de intereses.
En el mercado privado de la investigación hace algún tiempo que se produjo la discontinuidad. El análisis dejó de serlo porque se plegó a la demanda hasta adoptar los puntos de vista y las nociones del márketing cuya capacidad analítica es aproximadamente igual a cero. La investigación es ante todo un negocio, por lo que no conviene contrariar al cliente con trabajos que no pueda entender directamente, que no se adecuen al dominio de sus "saberes" particulares: se vende mejor la descripción que el análisis, y además sale más barato (muchos ya no transcriben, y pretenden hacer pasar por análisis las notas que han podido tomar durante la realización de las técnicas). La entrada de las multinacionales en el mercado español de la investigación ha traído una investigación cualitativa pedestre, anti-analítica, descriptiva y sometida al márketing; esto, unido al hecho de que las jóvenes generaciones de investigadores se forman en los trucos del oficio, pero no en el análisis, completa el panorama de este mercado. Del cambio de los años sesenta hemos pasado al mantenimiento del statu quo. Buena parte de los profesionales de la investigación y la sociología han convertido su trabajo en algo tan mediocre como el discurso que producen y el que escuchan. La investigación se hace "oficial" y académica, y se aleja de la vida. Y a ello podría añadirse que, en ámbitos tradicionalmente no muy cercanos al análisis del discurso, se está de vuelta antes de haber llegado a ninguna parte. Se abraza la metodología cualitativa como si ésta se redujese a su vertiente anglosajona (desconociendo que hay otra, y así todos los grupos serán focus, aunque no se sepa qué es el discurso), y por su puerta trasera se colará la perspectiva de la investigación cuantitativa bajo la forma de requisitos de validez, criterios, "canonización" de los procedimientos, etc., que proporcionan el aspecto de la seriedad científica aun antes de haber intentado un mínimo de reflexión sobre lo que se está haciendo y sobre aquello a lo que se aplica.
Decía Jesús Ibáñez que investigador cualitativo es aquel que sabe lo que hace (pues su práctica incluye la reflexión sobre su práctica). Ojalá no nos veamos obligados a confirmar que esto ha dejado de ser cierto por completo.
AGRADECIMIENTOS
Todo texto es deudor de la enseñanza de aquellos a quienes el autor toma como maestros. Éste lo es particularmente de la enseñanza de Francisco Pereña, quien se dio además la tarea de discutir con el autor buena parte de sus contenidos, y de hacerle sugerencias que han permitido precisar mejor algunas de las ideas fundamentales que vertebran este artículo. No incurro en retórica vana si añado que los errores que puedan contener estas líneas son de exclusiva responsabilidad mía.
BIBLIOGRAFÍA
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Anselmo Peinado DEIK, Estudios Sociales. Madrid. Correspondencia: Anselmo Peinado. DEIK Estudios Sociales. Modesto la Fuente, 61 1.º Dcha. 28003 Madrid.
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