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La Vuelta a las Raíces: Nacionalismo Cultural de Jean Franco (página 2)

Enviado por Nabih Samsón


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Vasconcelos consideraba que América Latina sería la civilización que dirigiría al mundo, por lo que los latinoamericanos debían abandonar la idea de que eran "siervos espirituales" del pensamiento europeo.[4] Vasconcelos tenía un profundo convencimiento de que la sociedad latinoamericana progresaba hacia la fusión de todas las razas creando una "raza cósmica" encargada de dirigir el pensamiento y el arte mundial. De esta manera, colocaba los intereses raciales por encima de cualquier nacionalismo estrecho, mostrando una gran tolerancia a las expresiones de todas las razas y sus culturas. En la práctica mostró ello dándole trabajo en el ministerio al dirigente estudiantil peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), que se encontraba exiliado de su país por los continuos enfrentamientos con el dictador peruano Augusto Bernardino Leguía (1863-1932); e invitando a la poetisa chilena Gabriela Mistral (1889-1957) a enseñar en México.

En el escenario nacional, Vasconcelos llevó a cabo un ambicioso proyecto cultural popular, estimulando a la creación de bibliotecas y escuelas y alentando las bellas artes. Los indios fueron introducidos en el sistema de escuelas, para incluirlos de pleno en la sociedad y se distribuyó en toda la población diccionarios de lengua española y clásicos de literatura griega. Así, se convirtió muy pronto en el promotor de la famosísima Escuela Mexicana de Pintura Mural. Es en esta rama donde su efectivo programa de nacionalismo cultural adquiere éxito: en la pintura.

El Muralismo mexicano adquirió fama mundial[5]y sus figuras más destacadas fueron Diego Rivera (1886-1957); José Clemente Orozco (1883-1949); y el más tarde importante dirigente comunista, David Alfaro Siqueiros (1896-1974).

Los murales poco a poco irían adquiriendo un considerable sesgo revolucionario, representando el nuevo espíritu que identificaba a la nación con el pueblo, en donde los verdaderos héroes[6]eran las masas anónimas combatientes contra la opresión de los déspotas (la lucha de clases). Así, se fetichizó la figura del indio, del campesino y del trabajador. Se había gestado un verdadero arte nacional-revolucionario, había una manifiesta identificación entre lo nacional y lo indígena, y también una clara tipificación del enemigo: el blanco extranjero, español o yanqui, que simbolizaba al explotador y avasallador.

La Revolución repercutió en la actividad artística, impulsando ésta una revolución cultural, abriendo los horizontes de todas las disciplinas y desarrollando un nuevo concepto de nacionalismo, en el cual todos los sectores estaban invitados a participar. El gobierno, el pueblo y los artistas de México, se inspiraron en el anhelo de construir una nueva sociedad. Ningún otro país latinoamericano pudo concretar una revolución social durante este periodo, pero la experiencia del nuevo nacionalismo mexicano se propagó a todas las esferas intelectuales y artísticas del continente. Se idealizó este proceso consumado en México, ideal de que "todas las razas y clases debían participar de la vida nacional y que las formas sociales, políticas y artísticas genuinamente nacionales debían ocupar su lugar en la cultura y la sociedad, lugar usurpado por el viejo grupo minoritario."[7]3

 

Política y Cultura en el Perú

De todos los países latinoamericanos, el Perú parecía el más adecuado para seguir a México y desarrollar una forma original de sociedad y cultura. El principal problema a ello era el dictador Leguía. Aun así, durante el régimen dictatorial se crearon partidos como el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), fundado por Haya de la Torre, quien se había hecho conocido a partir de su carrera política en el Movimiento de Reforma Universitaria.[8]

El APRA defendía una política continental de antiimperialismo sosteniendo un programa fundado en el rechazo de cualquier estructura política, económica o social basada en modelos extranjeros.[9]

Poco después de la fundación del APRA surgió otro partido liderado por el socialista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), periodista y escritor que en un primer momento estuvo ligado a Haya de la Torre pero que al entrar en contacto con socialistas italianos, quienes lo influyeron indudablemente, fundaría el Partido Socialista del Perú.

Mariátegui en sus Siete ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (1928) analizaba la literatura peruana desde su efectividad como expresión del espíritu nacional, estudiando (por primera vez en Latinoamérica) el problema de la incorporación del indio a la literatura.

El escritor peruano más sobresaliente que aceptó el nacionalismo cultural de Haya de la Torre y Mariátegui fue Cesar Vallejo (18921938). En un comienzo, Vallejo se manifestaba en contra de teorías extranjeras como la marxista, por ser de realidades diferentes a la latinoamericana (aquí se ve gran influencia de Haya de la Torre), aunque más tarde, en sus segundo viaje a la URSS, Vallejo iba a convertirse en un militante comunista.

Tiempo después la literatura peruana y el nacionalismo cultural se empezaron a enamorar de la población indígena y autores como Ventura García Calderón (1888-1959) y Enrique López Albújar (1872-1965) encumbraron el exotismo del indio retratándolo como una criatura cuya pobreza e ignorancia surgían de la opresión feudal. Hubo un notorio intento en el nacionalismo peruano (reflejado en la literatura), dirá Franco, por despertar conciencia pública hacia la situación del indio y otros sectores oprimidos de la sociedad.

La Novela y la Regeneración Nacional

Colombia y Venezuela son países con poblaciones mestizas, pero ambos comprenden no sólo una gran variedad de razas y mezclas, sino también una enorme disparidad geográfica entre montañas y selvas. En estos países hermanos la vida cultural se había aprisionado en pequeñas tertulias literarias de aristócratas, donde los intelectuales desconocían totalmente sus tierras y sociedades. José Asunción Silva (1865-1896) de Bogotá y Rufino Blanco-Fombona (1874-1944) de Caracas son modelos representativos de intelectuales acomodados inadvertidos de sus propios contextos socio-culturales. En contraposición a ellos, nace en Colombia la figura de José Eustasio Rivera (1888-1928) y en Venezuela la de Rómulo Gallegos Freire (1884-1969) uno y otro provenientes de familias humildes y enraizados en las culturas populares. Rivera desde La Vorágine (1924) y Gallegos desde Reinaldo Solar (1920) y Doña Bárbara (1929) encausaron el nacionalismo cultural a proteger, en Colombia, a los vaqueros y caucheros de los llanos (para cuya protección no existían aún leyes); y Reinaldo Solar y Doña Bárbara en Venezuela, a los indígenas con la esperanza de que su cultura se fusione con la europea, con el fin de explotar las virtudes nacionales y hacer desaparecer males como la barbaridad y la violencia.

El Nacionalismo y el Inmigrante

Como ya se vio, en Venezuela y en Colombia la amenaza a la unidad nacional surgió del interior, de su disparidad interna. En otros países, la amenaza a esa unidad llego desde el exterior, desde el inmigrante. Ejemplos de esto son: Argentina, Uruguay, Chile y, en menor medida, Brasil. El Nacionalismo Cultural fue estimulado en un intento por preservar las tradiciones nacionales frente a los inmigrantes recién llegados que no tenían conocimiento de la cultura latinoamericana, ni de los aborígenes, ni incluso del español o el portugués. Fue en Argentina donde se desarrolló el intento más firme de resistir a este peligro de aculturación con el concepto de Argentinidad.

En 1910, el tucumano Ricardo Rojas (1882-1957) publicó el ensayo La Restauración Nacionalista, donde abogaba por el regreso a la tradición indohispánica que había sido marginada en parte por las migraciones de la segunda mitad del siglo XIX. Rojas, excelente escritor, profundo liberal y gran erudito, interpretaba al nacionalismo como producto de una historia compartida por su pueblo, enraizada en la naturaleza del país y de la sociedad. Identificaba el espíritu nacional en lo autóctono y tradicional. En base a lo expuesto, Rojas consideraba que la cultura europea no debía ser rechazada sino absorbida y adaptada para satisfacer las condiciones argentinas.

De manera opuesta a Rojas, el poeta Leopoldo Lugones, que en un primer momento había sido asociado a Rojas, comenzó a predicar hacia 1920 un nacionalismo cultural de tendencia derechista en que el ideal de la calma vida rural no debía ser quebrado por los exabruptos de la vida urbana. Llegó incluso a demandar gobiernos dictatoriales fuertes movido por el temor del desorden y la anarquía que llegaba paralelamente con los inmigrantes.

Nacionalismo Cultural y Vanguardia

Después de 1918 toda la concepción del arte sufrió cambios. El arte no pertenecía más al mundo sagrado y burgués, ahora los artistas creaban nuevos códigos poéticos y artísticos para interpretar a un mundo fragmentado de la posguerra mundial. Aparecían movimientos de vanguardia como el futurismo, el cubismo, y el dadaísmo. Este ánimo revolucionario del arte se comunicó de pleno con América Latina.

La vanguardia era revolucionaria y no sólo se circunscribía al plano de lo artístico, sino por el contrario, se extendía a las esferas de la política, generalmente asociada a movimientos izquierdistas o socialistas. Franco destaca que en tan sólo dos países de Latinoamérica los movimientos vanguardistas no se ligaron tanto a la revolución social sino fueron un intento de revitalizar las culturas nacionales: ellos fueron el movimiento "Matinfierrista" en Argentina y el "Modernismo" en Brasil. Los dos movimientos identificaban la cultura nacional con la cultura vanguardista de la ciudad moderna más que con la cultura popular del interior.

El joven más destacado del grupo que fundó la revista Martín Fierro (con tiraje desde 1924 a 1927) en Buenos Aires fue Jorge Luis Borges (1899-1986), escritor vanguardista que llegaba a Argentina después de largos viajes por Europa. La revista era un puente por el cual los argentinos se enteraban de la literatura europea. Rol que tiempo después fuese desempeñado por Revista Sur de Victoria Ocampo. Los escritores del Martín Fierro se burlaron sistemáticamente del pasado de su país, "como si se propusieran borrar para siempre la vieja imagen de la Argentina", replica Franco. Sus intenciones eran colocar a Buenos Aires como una especie de "culto de los veintes" y la capital cultural de América Latina.

Dos ensayos son destacados por Franco, ya que a su juicio, tratan abiertamente el tema del nacionalismo cultural, son: El Idioma de los Argentinos (1928) y El Escritor Argentino y la Tradición (1957) ambos de Borges. En el primero, el autor defiende un español inteligible contra la degeneración del lenguaje producido en Buenos Aires; en el segundo, define la tradición argentina como producto de la cultura occidental, aduciendo que sería absurdo apoyar cualquier concepto de nacionalismo argentino en una tradición no europea. De esta manera es como la revista Martín Fierro se identificaba más con una sociedad urbana culta que con su pasado rural y gauchesco.

En Brasil, el movimiento vanguardista conocido como Modernismo reflejaba el nuevo nacionalismo de los habitantes cultos de la ciudad. Se conoce como el nacimiento del Modernismo la exposición de la "Semana del Arte Moderno" que tuvo lugar en São Paulo en 1922. Allí, artistas y escritores jóvenes manifestaron su deseo de concebir un arte totalmente nuevo y anticonvencional.

Lo destacable de este movimiento fue el sentimiento de profunda conciencia nacionalista que se expandió a escritores y periodistas no ligados al movimiento de São Paulo. Este sentimiento, como el nacionalismo vanguardista de Buenos Aires, fue estimulado por la creencia de que sus países podían convertirse en poco tiempo en la vanguardia de la civilización.

Los modernistas rechazaban el pasado, por cuanto lo relacionaban al atraso rural, con el academicismo y con una imitación servil de los modelos europeos. Poetas como Mario de Andrade (1893-1945), Manuel Bandeira (1886-1968) y Carlos Drummond de Andrade (1902-1987) pronto se mostrarían en contra de las formas poéticas convencionales. Había un sentimiento entusiasta por el descarrilamiento de lo habitual en la poesía. Para el movimiento en su conjunto el Nuevo Arte, la industria y el comercio en São Paulo eran quienes en realidad representaban el futuro. Un nacionalismo cuya visión estaba asociada a la de un Brasil moderno e integrado, donde su forma distintiva de civilización y cultura no fueran meramente folklóricas o regionales.

El Regionalismo Brasileño

El movimiento regionalista del noreste de Brasil dio lugar a un gran renacimiento literario, especialmente en la novela. Este movimiento surgió como voz en contra de los modernistas de São Paulo. Los acusaban de querer derribar todo lo pasado, siendo que en él había todo un Brasil característico, con comidas, músicas y cultura, singularmente en el noreste. El sociólogo, antropólogo y escritor Gilberto Freyre (1900-1987) dio a conocer en el Congreso Regionalista de Recife un Manifiesto Regionalista, explicando que éste no implicaba un separatismo o localismo, sino alzaba la voz al Brasil para crear un nuevo sistema flexible en donde las regiones se constituyan en una verdadera organización regional. El Congreso intentaba revalorizar las tradiciones del noreste brasileño para que no queden enterradas por la avalancha cosmopolita y el "falso" modernismo. Quien más tarde también se enfilara contra el modernismo paulista sería José Lins do Rego (1901-1957), un destacado escritor que confiaba al regionalismo la tarea de enriquecer la cultura del país. Ya en la década del 30" a São Paulo y Rio de Janeiro se les agrego otra región con gran capital cultural e innegable importancia en la cultura nacional, era el Noreste brasileño. Había logrado afianzarse.

América como Vanguardia

Exceptuando a Lugones, cuyo nacionalismo cultural miraba hacia el pasado, todos los artistas latinoamericanos del veinte, desde los muralistas mexicanos hasta el vanguardismo argentino y brasileño, tenían en común el propósito de liberarse de la tutela europea. México se encontraba en una revolución sin vueltas y otros países parecían predispuestos a seguir su camino trascendental. No obstante ninguno pudo seguirlo, puesto que estos países se encontraban en una situación de dependencia económica y política con las potencias extranjeras europeas y norteamericana. En visión de Franco, los conceptos de "Libertad" y "Antiimperialismo" eran lemas de la época y la literatura y el arte adquirieron un tono profético, anunciando la llegada de una nueva era.

El reconocimiento extranjero al muralismo mexicano y a otras disciplinas latinoamericanas produjo un notable estímulo inicial, aunque el autor insiste en que este atractivo ya existía. Los escritores empezaban a sacar novelas para el mercado latinoamericano y ya no para Europa; los pintores, si bien continuaban emigrando a París, regresaban a sus tierras a hacerse de buena reputación; y Europa, si bien aún podía aportar técnicas nuevas, no exportaba más sus valores a Latinoamérica, tanto así que el mismo viejo continente se encontraba perdido en la literatura por falta de estímulos (recordar la tesis de Spengler). Por primera vez, el artista latinoamericano encontró algo en su contexto que no tenían otros (y que fascinaba a Europa), era el indio, el negro y su tierra.

 

 

 

 

Autor:

Nabih Yussef Samsón

[1] "La Vuelta a las Raíces: Nacionalismo Cultural" en "La Cultura moderna en América Latina" de Jean Franco, Cap. 3, Editorial Grijalbo (México, 1985).

[2] Dentro del ambiente cultural europeo, había quienes adherían a la tesis del alemán Oswald Spengler (1980-1936), que en "La Decadencia de Occidente" (1918-1922) exponía que la cultura de Europa estaba entrando en su etapa de natural decadencia, como alguna vez lo habían hecho la cultura: egipcia, griega, romana, etc. Su tesis causó mucho revuelo en Europa y sirvió como argumento contestatario de ideologías extremistas como el fascismo italiano, que pretendía devolverle a Italia su "natural" papel vanguardista del pasado.

[3] Cita tomada de "La Cultura moderna en América Latina" de Jean Franco, Cap. 3, Pág. 88, Editorial Grijalbo (México, 1985).

[4] Esta idea de "abandonar el pensamiento europeo" era ampliamente compartida por los más destacados propulsores del nacionalismo cultural en toda Latinoamérica, desde intelectuales hasta artistas de diversas disciplinas.

[5] Franco explica que fue también el gran reconocimiento en el exterior de la corriente muralista lo que ayudó a que esa escuela de arte fuera respetada y reconocida en su propio país. Este hecho generó interés en la producción nacional expandiéndose en variados campos artísticos del país: la música, la danza popular, la poesía, etc. La novela permaneció un tiempo apartada del "furor revolucionario" debido a que el escritor corriente (proveniente de las clases medias) criticaba, si bien no la revolución misma, sí la barbarie con la que ésta se había llevado a cabo.

[6] Se alzaron murales con las imágenes del caudillo indígena Cuauhtémoc y de figuras nacionales como Benito Juárez, héroe nacional y notable reformista del siglo XIX.

[7] Cita tomada de "La Cultura moderna en América Latina" de Jean Franco, Cap. 3, Pág. 100, Editorial Grijalbo (México, 1985).

[8] Recordar que es el mismo Haya de la Torre que tiempo después fue exiliado y trabajó con Vasconcelos en el Ministerio de Educación de México.

[9] Se repite una vez más el sentimiento de "abandonar el pensamiento extranjero" que comienza a generalizarse en toda Latinoamérica y cuyo primer emprendedor había sido Vasconcelos.

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