-¿No te des cuenta de que tal actitud sería contraria al precepto moral de no mentir y de que, por ello, en el mejor de los casos no podría implicar mérito alguno sino todo lo contrario?
-No sé por qué, pero tengo la impresión de que hablas movido por el rencor más que por el deseo de encontrar la verdad.
-Reconozco que no simpatizo demasiado con los dirigentes de vuestra organización, pero eso no significa que mis críticas sean viscerales, pues te estoy presentando argumentos de todo lo que critico y tú ni siquiera me contestas. Sigo con mi explicación: Lo que quiero que comprendas es que, en cuanto la fe se entienda como una opción personal, desde la misma moral cristiana debería considerarse inmoral, pues la creencia en los dogmas y misterios indemostrables de la jerarquía católica implica un desprecio a la veracidad, es decir, al mandamiento "no mentirás", que es incompatible con una valoración positiva de la fe, ya que defender la fe equivale a defender que se acepten como verdad doctrinas cuya verdad se desconoce[14]Los mismos dirigentes católicos proclaman que tales doctrinas sobrepasan las posibilidades de la razón humana para comprenderlas.
-Pues mira, no sé si es un argumento convincente o no, pero, como te he dicho antes, la fe ayuda a mucha gente a sentirse bien. De hecho, he oído a muchas personas que, en medio de situaciones especialmente graves, suelen decir: "Si no fuera porque tengo fe, esto no podría soportarlo".
-Eso no es un argumento relacionado con la verdad de esas doctrinas, sino sólo de su posible utilidad, al margen de que sean falsas. En tales casos se trata de personas que, ante el sufrimiento, la muerte y las diversas calamidades de la vida, se acogen a lo que sea con tal de superar la vivencia de los aspectos absurdo de la vida. Necesitan creer que, a pesar de las muchas penalidades, existe un "sentido oculto" para todo, y ahí es donde los dirigentes católicos se aprovechan para ofrecerles su mercancía religiosa, igual que hacen los "adivinos", "astrólogos", "videntes" y "quirománticos", prediciendo el futuro en relación con la salud, el dinero, el amor y dando respuestas alentadoras a todo lo que les quiera preguntar la gente que cae en sus redes.
-¡Pero, hombre! ¡¿Cómo se te ocurre comparar a esos embaucadores de feria con los dirigentes de nuestra iglesia?!
-Te aseguro que apenas encuentro otra diferencia que la del volumen del negocio y la mayor o menor capacidad para el teatro. En ambos casos todo se sustenta en un acto de fe ciega, que, como te he dicho, es un acto de autoengaño. ¡Si al menos hubiera un solo conocimiento que os sirviera como fundamento para los demás…! Pero nada de eso existe. Si te fijas un poco, podrás darte cuenta de que especialmente en el caso de Pablo de Tarso, había ya un interés especial en que la gente aceptase esa absurda doctrina acerca de la importancia de la fe. Y la verdad es que los dirigentes católicos han sabido explotarla hasta llegar a la situación actual, en la que esa organización se ha convertido en la mayor multinacional del planeta.
-¿Entonces tú no crees en Dios?
-Yo podría creer en todo lo que viniese de Dios, pero la condición previa tendría que ser la de saber que Dios existe, y no la de creer que Dios existe. Además tal como veo el mundo, tan lleno de sufrimiento y miseria, eso no es ningún aliciente como para suponer que detrás de él exista un ser omnipotente, bondadoso y providente que busque nuestro bien. De manera que no sólo no conozco ninguna prueba que demuestre la existencia de Dios sino que conozco planteamientos, como los de Hume y de Kant entre otros, que niegan la posibilidad de tal conocimiento. Y, personalmente, estoy convencido además de que el mismo concepto de Dios, entendido como un ser perfecto que crea, que es omnipotente, que premia, castiga, sufre, etc., es simplemente un concepto antropomórfico y contradictorio con la idea de un ser perfecto.
-Tal vez tú no conozcas ninguna prueba de la existencia de Dios, pero nosotros sabemos que existe, tanto por la fe como por la razón. Y a quienes no alcanzan a comprender una verdad tan esencial, les queda la vía de la fe, tan esencial para el catolicismo, de manera que, al afirmar la existencia de Dios mediante la fe, se realiza un acto trascendental, que luego permite tener la seguridad de que Dios existe, sin necesidad de más pruebas.
-Sin embargo y como ya te he dicho antes, la fe es un acto de afirmación que uno se hace a sí mismo acerca de algo que desconoce, y por ello, es un acto contra de la veracidad y, en consecuencia, contra la norma de la moral que prohíbe mentir. ¿Cómo podrías responder a esta crítica.
-¡Pero, hombre! ¿Cómo podría ser inmoral una virtud que nos acerca a Dios?
-Pues lo es. Para entenderlo sólo tienes que pensar un poco lo que acabo de decirte: Si la fe consiste en el esfuerzo por creer como verdad algo que ignoras que lo sea, ¿no significa esa actitud un autoengaño, incluso desde la imposible hipótesis de que Dios existiera?
-Mira, ¡se trata de una vivencia tan profunda que tengo la más absoluta seguridad de que ha sido el propio Dios quien me la ha enviado y de que, por ello mismo, Dios existe!
-Vale. No dudo de que estés convencido de lo que me dices. Pero tú mismo hablas de "vivencia". ¿Qué demuestran las vivencias? Sólo muestran los propios estados subjetivos, pero no que tales estados se correspondan con verdades ajenas a la propia subjetividad, pues para eso es necesario una demostración. Y, por eso, afirmar tus creencias como si fueran conocimientos es atentar contra el precepto de ser veraz, el cual exige que sólo afirmes las proposiciones que sepas que son verdaderas, pero que no asumas como verdadero aquello que simplemente creas sin justificación objetiva suficiente.
-Pero mi creencia, al margen de si tiene una justificación objetiva plena, tiene fundamentos muy sólidos, relacionados con múltiples documentos y con muchos siglos de tradición.
-Sabes que los documentos en que te basas son contradictorios en muchas ocasiones y que los escritos que hablan de Jesús se escribieron bastantes años después de cuando se supone que murió. Además, la humanidad está llena de iluminados, que se sienten en comunicación con Dios o con los extraterrestres o con los muertos, y de sinvergüenzas que viven de engañar al prójimo.
-¡No hagas esas absurdas comparaciones! ¡¿Cómo puedes pensar que nuestra iglesia tenga algo que ver con esa gente? ¡Nosotros llevamos el mensaje de Cristo!
-No te alteres. Pareces convencido de lo que me dices, pero yo te digo lo que pienso de muchos de los dirigentes de vuestra organización… Pero no nos desviemos del tema.
-Vale, sigamos. Respecto al valor de la fe quería que tuvieras en cuenta el punto de vista de un filósofo al que tú mismo te has referido. Me refiero a Kant. Supongo que sabes muy bien que este filósofo consideró que el conocimiento debía ser complementado por la fe y por eso escribió: "Me ha sido necesario suprimir el saber para dejar sitio a la fe". Esa actitud representa una clara humillación de la razón frente al don inefable de la fe, que Dios envía a todo aquel que reconozca la miseria de su razón frente al carácter inabarcable de sus misterios. A ver, ¿qué respondes a eso?
-Tus palabras son elocuentes en la forma, pero están vacías de contenido. Veamos: Respecto a esa frase de Kant, sólo demuestra que este filósofo, por su educación protestante, creía en Dios y, por eso, aunque criticó muy acertadamente la Metafísica en general y la Teología racional en particular, luego trató de recuperarlo recurriendo a la "primacía de la razón práctica", es decir, a una Teología basada en la moral absoluta que él defendió, dejando un hueco para la fe[15]Así que esa frase fue realmente desacertada. En su lugar, lo único que hubiera podido decir de manera veraz habría sido: "Me ha sido necesario negar el saber de la Metafísica y aceptar mi ignorancia respecto a tales cuestiones". Y, por cierto, en la práctica esta actitud más veraz es la que se adopta en cualquier libro de Física o de ciencia: No existe capítulo ni párrafo alguno dedicado a hablar de Dios. Pero además, al margen del aparente problema de si Dios existe o no, ¿no sería sorprendente que ese Dios se hubiera encaprichado en que creyéramos en él en lugar de darse a conocer directamente?
-¿Y a ti no te parece una actitud muy soberbia la de pretender indicarle a Dios cómo debe actuar?
-De nuevo incurres en tu error de antes: Das como un hecho la existencia de Dios sin haberla demostrado.
-¿Y qué me dices de los milagros? ¿Acaso no significan nada[16]
-He oído hablar de milagros, pero la verdad es que no he sido testigo de ninguno, y además, he oído hablar de ellos en todas las religiones que conozco. Así que con ese argumento tendría que aceptarlas todas, incluso las que dicen que la vuestra es falsa. ¿No te has dado cuenta de que los supuestos milagros sólo demostrarían que la sabiduría divina no era ilimitada, al poner en evidencia que o bien Dios se equivocó cuando desde la eternidad tenía predeterminado todo lo que por su voluntad iba a suceder o bien se equivoca cuando corrige sus designios "con milagros" que no encajaban con aquellos planes?
-¡Qué sabrás tú de los planes divinos! ¿Entonces te parece que los milagros de Lourdes o los de Fátima son falsos? ¿No te das cuenta de que la grandiosidad de estos lugares sería incomprensible si no fuera consecuencia de los milagros que la Virgen ha realizado en quienes acuden a ella con auténtica fe? ¿Por qué crees que tantos millones de personas siguen acudiendo a estos lugares?
-Sí. Ya sé que Lourdes está siempre muy concurrido y que se habla de que allí ocurren milagros de vez en cuando. Pero, sinceramente, esos milagros o lo que sea llegan a repugnarme: ¿Por qué la Virgen se iba a preocupar de ayudar a un paralítico con dinero suficiente para viajar a Lourdes y no de los miles de niños que cada día mueren de hambre? ¿Por qué para obtener los favores de la Virgen habría que acudir a Lourdes en lugar de poder conseguirlos en cualquier punto de la tierra?
-Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios o a la Virgen de los motivos de sus actos? Te falta humildad y te sobra osadía. Si comprendieses la absoluta libertad de la voluntad divina, no hablarías tan pretenciosamente.
-Yo trato simplemente de comprender. Los pretenciosos son los dirigentes de vuestra organización, que se creen –o eso dicen- en comunicación directa con ese Dios del que hablas. En último término pretendes resolver todos los problemas recurriendo a la fe, pero ¿no te das cuenta de que incluso para abandonar la razón necesitaría de una razón y que, por ello, la aceptación de la fe seguiría estando subordinada a la razón?
-Ya sé que desde tu adorado racionalismo te resulta difícil dar un solo paso en dirección a la fe, pero recuerda aquella frase de Pascal: "El corazón tiene sus razones, acerca de las cuales la razón no entiende"[17]. Lo que quiso decir es que en este tipo de cuestiones las explicaciones racionales son insuficientes, pero que hay motivos que uno mismo desconoce y que le conducen creer sin saber por qué.
-Yo no pondría ninguna objeción a las creencias espontáneas y no forzadas, pues tienen causas inconscientes, pero también involuntarias, a diferencia de las creencias relacionadas con la fe, que vuestros dirigentes pretenden que la gente se esfuerce en aceptar de manera voluntaria. Por eso, cuando Pascal habla de las "razones del corazón", podría estar acertado en cuanto se refiriese a "causas inconscientes" y a "creencias espontáneas". Pero, en cualquier caso, sus palabras habrían sido más exactas cambiándolas por otras de estilo freudiano, como podrían ser: "el inconsciente tiene sus motivos, acerca de los cuales la conciencia apenas sabe nada". Ahora bien, si Pascal se estaba refiriendo al deseo o a la necesidad subjetiva de creer en Dios, Nietzsche le habría replicado certeramente: "El hambre no demuestra que exista un alimento para satisfacerla".
-Dale la interpretación que quieras, pero está claro que esas "razones del corazón" influyen en las creencias de una manera muy importante y que, en definitiva, la fe tiene carácter racional.
-De acuerdo. Se puede hablar de razones o, mejor, de motivos que influyen en las creencias. Pero, aun así, no se supera el dilema que antes he señalado, pues, si dices que la fe es racional, en tal caso se debe poder convertir en conocimiento, dejando de ser fe; pero, si no se puede convertir en conocimiento, tu afirmación no tiene sentido y, de hecho, en ningún momento se ha razonado un solo dogma de fe.
-Pues mira lo que te digo, incluso desde una posición que negase el carácter racional de las verdades de fe, el mismo Pascal es conocido por su famosa apuesta, según la cual, aceptando que no se pudiera demostrar ni la existencia ni la no existencia de Dios, la mejor opción sería la de creer que Dios existía, pues en el caso de que no existiera, nada se perdía, mientras que, si existía, la ganancia era infinita.
-¡Vaya punto de vista más patético el de considerar que la creencia o la afirmación de algo que se desconoce pudiera reportar una ganancia tan especial! ¡Sería algo así como jugar a la lotería o a la ruleta, pero con todas las garantías: Si Dios existe y creo en él, entonces gano; pero si no existe y creo en él, nada pierdo. Confunde el creer con el querer. Me decepciona este pensador con un argumento tan infantil y ridículo.
-Ya te he dicho que desde Jesucristo la fe es fundamental como luz y como guía. Pero fíjate además en un detalle que se me había pasado antes: La iglesia católica no dice que la fe sea racional sino que es razonable.
-¿Y qué diferencia hay? ¿No comprendes que esa diferencia es sólo de términos? ¿No te das cuenta de que lo razonable sólo lo es si es racional? ¿Qué sentido tendría decir de algo que sea razonable pero no racional?
-Mira, yo considero bueno tratar de razonarlo todo, pero en bastantes ocasiones la razón humana y la experiencia son incapaces de orientarnos en cuestiones realmente serias, y en tales ocasiones es cuando uno siente la necesidad de acogerse a la seguridad que da la fe.
-No estoy de acuerdo, pues, aunque se sienta la necesidad de comprender mejor la realidad, la fe no me da esa comprensión, ya que por mucho que me empeñe en creer, no por eso entenderé ni más ni menos. Si alguien prefiere engañarse con todos vuestros misterios, dogmas, prejuicios y mentiras, pues allá él, pero personalmente, cuando desconozco la explicación de un problema, prefiero reconocer mi ignorancia y, si puedo, seguir investigando.
-¡Eres un caso perdido! No entiendo cómo puedes ser tan orgulloso. ¿Qué te cuesta aceptar la fe de Cristo y conseguir así la salvación de su alma?
-¡Por favor! Es muy grave lo que estoy oyendo: ¿Quieres decir que la famosa "redención" de Cristo depende ahora de que tenga fe? Pues mira lo que te digo: Con sus "verdades de fe" los dirigentes católicos no pretenden otra cosa que alcanzar objetivos como: 1) Presentarse a sí mismos como portadores de un mensaje misterioso, pero necesario para la obtención de la "eterna salvación"; 2) aparentar ante la gente que están en contacto con un Dios que les informa de sus mensajes y doctrinas para que las prediquen a los hombres; y 3) protegerse de cualquier crítica contraria a sus doctrinas a partir de su supuesta autoridad sobre los fieles de su iglesia, pues, cuando tales contenidos puedan ser racionalmente criticables, la mejor forma de mantener su autoridad es recurrir a la fe y a la autoridad divina, de la que supuestamente ellos serían sus emisarios, como si Dios, en el caso de que existiera, no hubiera podido comunicarse directamente con cada uno de los seres humanos. Además, si advierten más adelante que les conviene corregir alguna doctrina en cuanto la Ciencia ponga de manifiesto su falsedad, en tal caso tratarán de amoldarse a las evidencias científicas, y se excusarán diciendo que la anterior doctrina se había interpretado mal, o que se trataba de una metáfora, o mediante cualquier otra explicación que les permita seguir afirmando dogmáticamente lo que les convenga.
En definitiva, ¿qué autoridad podrían tener los dirigentes católicos para exigir que se tuviera fe en sus absurdos dogmas? En cuanto la fe y la religión en general van ligados al fanatismo y a la intolerancia, habría que concienciar a la sociedad de la conveniencia de desenmascarar a quienes, después de tantos siglos de fraudes y de asesinatos, siguen manipulando a niños y jóvenes para que reemplacen en sus filas a quienes, gracias a la fuerza de la cultura y de la racionalidad, se han ido liberando de sus garras.
-¡Eres un loco endemoniado! ¡Es imposible hablar contigo! ¡Déjame en paz y vete al Infierno!
La fe desde el punto de vista de Nietzsche
En relación con el Cristianismo y como consecuencia con su alta valoración de la veracidad, Nietzsche criticó la actitud de quienes, renunciando a la búsqueda de la verdad, se refugiaban bajo la bandera de las creencias religiosas y defendían la prioridad de la fe, de carácter irracional, sobre la veracidad crítica. El ataque de Nietzsche se dirige especialmente contra la tradición cristiana en la que sus más destacados representantes habían defendido el valor de la fe como camino alternativo, más perfecto y valioso para acceder a la verdad. Respecto a esta cuestión Nietzsche se pronuncia con su oposición más tajante en muy diversas ocasiones y desde perspectivas convergentes, que vienen a coincidir en el rechazo más radical del valor de la fe, proclamando, por ello, que la fe
"es la mentira a toda costa"[18]
y también que
"las convicciones son enemigas de la verdad, más poderosas que las mentiras"[19].
Una de tales perspectivas es la que centra su mirada en la actitud fanática de quienes defienden sus convicciones como si realmente fuera un deber la defensa perpe-tua de aquello que una vez pudo parecer verdadero. Frente a este proceder, Nietzsche defiende el derecho a "traicionar" las propias creencias, el derecho de los "los espíritus libres" a someter continuamente a crítica intelectual y a revisión las más profundas y vitales convicciones. Critica, pues, el hecho de que hasta el momento actual
"dejarse arrebatar las creencias equivalía quizá a poner en riesgo la salvación eterna"
y que
"cuando las razones contrarias se mostraban muy fuertes, siempre había el recurso de calumniar a la razón y acudir al "credo quia absurdum", bandera del extremo fanatismo"[20].
Y, por ello, afirma el derecho inalienable a la constante revisión intelectual de cualquier teoría o creencia, al tomar conciencia del carácter falible de la propia subjetividad. Se plantea, por ello, la siguiente cuestión:
"¿Estamos obligados a ser fieles a nuestros errores, aún sabiendo que con esta fidelidad dañamos nuestro yo superior? No, no hay tal ley, no hay tal obligación; debemos ser traidores, abandonar siempre nuestro ideal"[21].
desde el mismo instante en que tomemos conciencia de que se trataba de un ideal equivocado. Complementariamente, ataca la postura de quienes utilizan como argumento para defender sus creencias la sangre derramada por los mártires de dichas creencias; afirma efectivamente en El Anticristo:
"Que los mártires demuestran la verdad de una causa es una creencia tan falsa que me inclino a creer que jamás mártir alguno ha tenido que ver con la verdad […] Los martirios […] han sido una gran desgracia en la historia, pues seducían […] "Sin embargo, la sangre es el peor testigo de la verdad" "[22].
Complementariamente y de manera generalizada, afirma que
"la moral cristiana es la forma más maligna de voluntad de mentira"[23].
Tratando de explicar el fenómeno de la fe, Nietzsche lo atribuye, en La gaya ciencia, a una especie de enfermedad de la voluntad, por la cual
"cuanto menos se es capaz de mandar, tanto más afanosamente se anhela a quien mande autoritariamente, ya sea un dios, un príncipe, un médico, un confesor, un dogma o una conciencia partidaria"[24].
La actitud intelectual del débil de voluntad significa que ante
"un artículo de fe, así esté refutado mil veces, si lo necesita, creerá siempre de nuevo que es verdadero"[25].
Nietzsche se asombra y lamenta que incluso hombres de una categoría intelectual tan extraordinaria como Pascal hayan sucumbido a esa perturbación intelectual que viene significada por
"esa fe de Pascal que se parece de una manera horrible a un suicidio permanente de la razón"[26].
En contraposición con esa debilidad de la voluntad sitúa su defensa del espíritu libre, concepto que hace referencia al hombre que en ningún caso se siente definitivamente ligado ante ideología alguna, sino que vive "únicamente para el conocimiento"[27] y se caracteriza, en su búsqueda de la verdad, por el rigor más absoluto, por su disposición intelectual permanente para rechazar una opinión desde el preciso instante en que se le manifieste como falsa, y, en este mismo sentido,
"por la voluntad incondicional de decir no, allí donde el no es peligroso"[28].
Pasando a polemizar más directamente en contra del cristianismo y, en especial, en contra de la doctrina que considera la fe como requisito indispensable para la salvación, pone en evidencia lo absurdo de esta teoría comparando las supuestas relaciones de Dios con los hombres y las de un carcelero con sus presos, a través del siguiente diálogo:
"Una mañana los presos salieron al patio de trabajo; el carcelero estaba ausente […] Entonces uno de ellos salió de las filas y dijo a voces: "Trabajad si queréis, y si no queréis, no trabajéis: es igual. El carcelero ha descubierto vuestros manejos y os va a castigar terriblemente. Ya le conocéis; es duro y rencoroso. Pero escuchad lo que os voy a decir: no me conocéis; yo no soy lo que parezco. Yo soy el hijo del carcelero, y tengo un poder absoluto sobre él. Puedo salvaros, y voy a salvaros. Pero entendedlo bien, no salvaré más que a aquellos de vosotros que crean que yo soy el hijo del carcelero. ¡Que los otros recojan el fruto de su incredulidad!" "Pues bien, dijo tras una corta pausa uno de los presos más jóvenes-: ¿qué importancia tiene para ti que creamos o que no creamos? Si eres verdaderamente el hijo del carcelero y puedes hacer lo que dices, intercede en nuestro favor y harás verdaderamente una buena obra; ¡pero deja esos discursos sobre la fe y la incredulidad!""[29].
En relación con esta metáfora es evidente que en distintos pasajes de la Biblia hay múltiples textos en los que se aprecia esta valoración tan fundamental de la fe. Así, por ejemplo, el evangelio de San Juan afirma en este sentido:
"es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él alcance la vida eterna. Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino alcance la vida eterna"[30],
y
"en verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida"[31];
del mismo modo en su Epístola a los Romanos proclama Pablo de Tarso:
"si confesares con tu boca a Jesús por Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo"[32].
Posteriormente, el cristianismo, a través de muchas de sus más ilustres figuras (san Agustín, Lutero, Pascal, Kierkegaard, etc.), ha venido insistiendo en estos mismos planteamientos.
En estos planteamientos es asombrosamente ingenuo que se condicione la salvación a la fe, no sólo porque la fe implica cerrar los ojos al auténtico conocimiento sino también porque, como puede comprobarse en estos últimos pasajes, tal condicionamiento defiende la fe no por su propio valor, sino por ser un medio para obtener la eterna salvación, lo cual, utilizando la terminología kantiana, equivale a presentar la relación entre fe y salvación como un imperativo hipotético: Si quieres alcanzar la salvación, debes tener fe, planteamiento que, como el propio Kant indica, no puede tener carácter moral a causa de su carácter interesado. Y, por ello mismo, resulta paradójico que desde la perspectiva de Pablo de Tarso la fe –y no las obras- sea la llave de la salvación.
Autor:
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
[1] Juan 3:14-17.
[2] Juan 5:24.
[3] Romanos 3:28. Pablo de Tarso insiste muchas veces en esta idea. Así, en esta misma carta, en 10:4, escribe: “Dios concede la salvación a todo el que cree en él”.
[4] Romanos 10:9.
[5] Estos términos van entrecomillados porque es ridículo afirmar la existencia de un “saber acerca de ‘lo inexistente’”, como lo sería el referente a ese supuesto Dios, concepto que, analizado al principio, se ha mostrado como contradictorio.
[6] Juan 3:18.
[7] Marcos 1:15.
[8] Lucas 17:6.
[9] Pablo: Gálatas 1:16. La cursiva es mía. El valor absoluto que Pablo concede a esa fe para conseguir la salvación aparece de manera inequívoca en muy diversos pasajes, como los siguientes: Romanos, 3: 28, Romanos, 10: 10, Gálatas, 3: 24-25, Filipenses, 3:9.
[10] I Corintios 15:17.
[11] La frase “credo, quia absurdum” refleja adecuadamente este planteamiento, defendido por Tertuliano, un pensador cristiano de finales del siglo II y comienzos del III.
[12] Romanos 3:28.
[13] “In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum” (Juan 1:1).
[14] Por ello, en relación con la actitud que deba mantenerse respecto a la veracidad tiene interés hacer referencia a unas palabras de B. Russell que dicen: “Debemos dar a toda proposición que consideramos […] el grado de crédito que esté justificado por la probabilidad que procede de las pruebas que conocemos” (B. Russell: Ensayos filosóficos, p. 114-115, Al. Ed., Madrid, 1968.
[15] En efecto, esto quedó claró tanto en el Tratado de la Naturaleza humana de Hume como en la Crítica de la Razón Pura de Kant, especialmente en la Analítica y en la Dialéctica Trascendental.
[16] En otro artículo ya he explicado ampliamente que los milagros son contradictorios con la supuesta sabiduría y predeterminación divinas, ya que un milagro implica que Dios cambia sus planes a última hora como consecuencia de las peticiones del hombre a él, a María o a cualquier santo, como si no hubiera previsto desde la eternidad qué iba a suceder a lo largo de cada momento del tiempo. Pero la supuesta presciencia, predeterminación e inmutabilidad divinas son incompatibles con cualquier cambio en sus supuestos planes de la providencia, como lo serían los pretendidos milagros.
[17] “Le coeur a ses raison que la raison ne connait point”.
[18] El Anticristo, parág. 47.
[19] Humano…, parág. 483.
[20] Humano…, parág. 629.
[21] Humano…, parág. 628.
[22] El Anticristo, parág. 53.
[23] Ecce Homo, “Por qué soy un destino”, parág. 7.
[24] La gaya ciencia, parág. 347.
[25] Ibídem.
[26] Más allá …, parág. 46.
[27] Humano…, parág. 291.
[28] La voluntad de poder, IV, parág. 464. Ed. Aguilar, Buenos Aires, 1961. La mayor parte de las citas correspondientes a esta obra proceden de esta misma edición, a excepción de algunas que proceden de la selección presentada por Ediciones Península con el título En torno a la voluntad de poder -Friedrich Nietzsche, Barcelona, 1973.
[29] El caminante y su sombra, parág. 84.
[30] Juan 3:14-17. La cursiva es mía.
[31] Juan 5: 24.
[32] Pablo: Es asombrosamente ingenuo Romanos 10: 9. La cursiva es mía.
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