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Reflexiones críticas en torno a la fe


Partes: 1, 2

  1. Veracidad y fe
  2. El valor de la fe en el catolicismo
  3. La fe desde el punto de vista de Nietzsche

"El hombre alcanza la salvación por la fe"

Pablo de Tarso

Veracidad y fe

Al margen de la fe religiosa, es evidente que en el conjunto de nuestras actividades vitales la mayor parte de nuestras acciones tienen como supuesto la creencia en la eficacia vital de lo que emprendemos: Casi todo lo que hacemos presupone un conjunto de creencias acerca de la eficacia de lo que emprendemos, de manera que, sin ellas, la vida humana sería imposible. Pero, cuando se habla de las creencias humanas, conviene precisar el sentido con que se utiliza este término, pues no siempre es el mismo: La postura del creyente, aparentemente incompatible con la que mantiene un talante de absoluta veracidad, quizá no lo parezca tanto si se advierte que en este terreno pueden diferenciarse al menos dos sentidos básicos de la creencia, uno débil, de carácter espontáneo, y otro fuerte, de carácter dogmático.

La creencia espontánea se caracteriza por tratarse de una vivencia involuntaria que no pretende justificarse racionalmente, pero que, aunque sea de manera pre-reflexiva y acrítica, implica una certeza subjetiva acerca de doctrinas objetivamente inciertas. La importancia de este tipo de creencias deriva, por una parte, de la amplitud de sus contenidos y, por otra, del hecho de que, aunque muchas de ellas permanecerán indefinidamente en esta situación, otras se convierten en el origen de creencias dogmáticas o en el de auténticos conocimientos, y otras se desvanecen paulatinamente. El paso de la creencia espontánea a la creencia dogmática se produce por una reafirmación del valor de la primera sin que existan motivos objetivos que justifiquen este paso, mientras que la conversión de la creencia espontánea en conocimiento se produce cuando se alcanza una evidencia racional o empírica respecto al valor objetivo de sus contenidos.

La creencia dogmática, como ya se ha señalado, añade a los caracteres de la anterior una consciente y firme disposición a afirmar como verdadero el contenido de la creencia, a pesar de no contar con garantías de que lo sea. Se trata de la creencia como acto de fe, que se produce por sugestión y se fortalece por autosugestión para evitar su debilitamiento como consecuencia de posibles críticas procedentes de la Filosofía, de la ciencia o del simple sentido común. Por ello, si desde la perspectiva de una actitud veraz no habría nada objetable respecto a la creencia espontánea, puesto que ésta es involuntaria y no pretende suplantar al auténtico conocimiento sino todo lo más suplirlo mientras éste no haya surgido, no ocurre lo mismo por lo que se refiere a la creencia dogmática, ya que con ésta se suplanta el conocimiento y los planteamientos racionales. Por ello, mientras un aumento de creencia dogmática viene acompañado de un descenso de veracidad, un aumento de creencia dogmática implica un descenso de veracidad.

Por qué se mantiene, sin embargo, la creencia dogmatica en claro enfrentamiento con la veracidad es una pregunta que en parte puede responderse haciendo referencia a las mismas motivaciones que propician la aparición del otro tipo de creencia, ya que esta última es el origen primero de la anterior. Por ello, conviene analizar los motivos que explican la creencia espontánea y explicar los motivos que contribuyen a su transformación en creencia dogmática.

La creencia espontánea admite toda una compleja variedad de explicaciones que no necesariamente se excluyen entre sí, sino que se complementan mutuamente. En este sentido, hay que hacer referencia, en primer lugar, al hecho de que el ámbito de seguridades procedentes de auténticos conocimientos, especialmente durante la infancia, es muy limitado, y que, por ello, la realización satisfactoria de la vida exige que esos reducidos conocimientos tengan que ser complementados por creencias, basadas en la autoridad de una tradición inmemorial, que se acepta y es creída, en parte por motivos intrínsecos a tal tradición, en cuanto pueden representar la acumulación de un acervo de experiencias a partir de cuya depuración inductiva haya podido extraerse cierta "sabiduría popular", y en parte por motivos extrínsecos, en el sentido, por ejemplo, de que el sentimiento de integración en un grupo social se consigue más plenamente cuando el hombre comparte no sólo una vida comunitaria basada en la existencia de unos intereses económicos, sino especialmente un sistema de creencias comunes que favorece la cohesión del grupo y, en consecuencia, un sentimiento de seguridad y de fuerza frente a posibles grupos hostiles. En relación con esta cuestión conviene además recordar que el hombre, como "animal social", tiene fuertemente desarrollada la necesidad de sentirse integrado en una comunidad.

Hay que mencionar, en segundo lugar, el sentimiento de temor e inseguridad que provoca en el hombre el desconocimiento de su propia realidad y del mundo que le rodea: En las tradiciones míticas de todos los tiempos la creencia en dioses que gobernaban las fuerzas de la naturaleza (diluvios, sequías, terremotos, enfermedades o un clima apacible, buenas cosechas, salud, etc.) y la creencia de que tales dioses podían resultar accesibles para el hombre mediante diversos rituales mágicos y sacrificios sirvió para aminorar aquel sentimiento de temor; de ahí que, cuando con el progreso de la ciencia se han logrado de manera más eficaz esos mismos objetivos de control sobre la naturaleza, los diversos ritos mágicos y los sacrificios hayan dejado de ocupar el lugar preponderante que ostentaban y sólo se recurra a ellos en ocasiones excepcionales para las que, por otra parte, suelen ser tan ineficaces como la ciencia, aunque aporten al menos la satisfacción y el consuelo de "haberlo intentado todo".

Conviene puntualizar, por otra parte, que el paso de la creencia espontánea a la creencia dogmática no implica necesariamente un cambio en cuanto a su contenido sino especialmente un cambio desde la espontaneidad de la primera al carácter dogmático de la segunda, que en algunas ocasiones se pretende que sea aceptada como un conocimiento paralelo al de la ciencia y, en otras, como el único y auténtico conocimiento frente a los considerados por los dirigentes católicos como desvaríos heréticos de la Filosofía y de la Ciencia. Por su parte, la transformación de la creencia espontánea en conocimiento o su simple desaparición viene determinada por la existencia de un método riguroso para verificar o refutar los contenidos de la creencia espontánea correspondiente.

Y, en tercer lugar, es importante señalar el valor trascendental de la creencia espontánea como un imprescindible mecanismo de supervivencia durante la infancia, ya que es en ese período inicial de la vida humana cuando se depende de los mayores de manera más absoluta. Esa dependencia, en cuanto viene acompañada del afecto y de la satisfacción de las diversas necesidades del niño por parte de quienes le cuidan, lleva consigo el desarrollo correspondiente del afecto del niño hacia ellos, y, al mismo tiempo, de una confianza incondicional en la verdad de las creencias que le transmiten. Tales enseñanzas serán, en líneas generales, adaptativas desde el punto de vista vital, pero también de modo inevitable estarán constituidas por una mezcla de verdades y de prejuicios. Este hecho explica suficientemente el que de forma poco variable, generación tras generación, y gracias a esta labor de transmisión de las creencias de padres a hijos, las diversas religiones se mantengan en sus respectivas áreas de influencia: Quien nace y es educado en el seno de una familia cristiana asumirá el cristianismo con la misma naturalidad con la que aprende a hablar el idioma de sus padres; quien nace y se educa en medio de una familia musulmana difícilmente dejará de ser musulmán; y casi con toda seguridad permanecerá budista el que nazca y se eduque en una familia budista. Por este motivo, los dirigentes de las diversas religiones suelen preocuparse por realizar su misión de proselitismo y obtienen sus mayores éxitos encauzando especialmente su mensaje no hacia las personas adultas, que por el desarrollo natural de su capacidad racional y crítica o por haber interiorizado ya previamente durante su infancia otras creencias difícilmente se abrirían a la aceptación de una ideología religiosa diferente, sino hacia la infancia, que, aunque no llegue a ser capaz de valorar críticamente el contenido de las doctrinas que recibe o precisamente por ello, es por naturaleza mucho más receptiva.

Por otra parte y en referencia a la creencia dogmática, hay que señalar como causa de su desarrollo el interés de los dirigentes de las diversas religiones en proclamar la autosuficiencia de la fe, más allá y por encima de la razón, como mecanismo para tener asegurada la fidelidad de sus adeptos y para alejar así el temor y la preocupación que podría suponer el que los diversos contenidos religiosos pudieran ser objeto del libre análisis crítico y se encontrasen en el trance de ser rechazados en cuanto no superasen la prueba de dicho análisis. Como su posible rechazo podría poner en peligo la organización eclesial correspondiente, la solución a este problema consistió en advertir que los "dogmas" religiosos son, por definición, incomprensibles para la razón humana y que, por lo tanto, deben ser aceptados por un acto de fe; complementariamente, se atemoriza al creyente para que desista de su actitud crítica advirtiéndole que "sin la fe no hay salvación".

Sin embargo y en relación con la valoración que el cristianismo y otras religiones hacen de la fe -forma de creencia dogmática- como camino alternativo para la "salvación" (?), hay que insistir en que, de acuerdo con Nietzsche, parece una doctrina al menos tan absurda como lo sería la actitud del profesor que exigiera a sus alumnos, como condición indispensable para aprobar, que creyesen que él era la reencarnación de Platón.

Creer en algo, en el sentido de tender a considerarlo como verdadero sin que real-mente se pueda estar objetivamente seguro de que lo sea, tiene su explicación en cuanto existen toda una serie de circunstancias, tanto objetivas como subjetivas, que hagan surgir la creencia correspondiente. Así, por ejemplo, la creencia de que mañana llueva podría relacionarse con el hecho objetivo de que fuéramos expertos en meteorología y conociéramos la existencia próxima de un área de bajas presiones que hicieran pre-visible que tal fenómeno se produjera. Por otra parte, si además se está sufriendo una temporada de sequía, el deseo de que la lluvia se produzca -factor subjetivo- puede contribuir a que la creencia en la aparición de dicho fenómeno sea más intensa que si se atendiera exclusivamente a las circunstancias objetivas. Lo mismo sucede en el caso de las personas cuya penuria económica les lleva a jugar su sueldo en la lotería con un grado de confianza directamente proporcional al de su indigencia.

Así pues, la creencia en sentido amplio aparece como un fenómeno que es a un mismo tiempo natural e inevitable y que puede ser complementario del auténtico cono-cimiento cuando éste falta. Pero, en cualquier caso, parece que, si a nadie se le ocurre juzgar especialmente meritoria la creencia de que mañana llueva o deje de llover, y si tampoco se considera especialmente meritoria la devota actitud creyente del alumno que reconociese a Platón en su extraño profesor sino que se la juzgaría como un gesto sospechoso de interesada hipocresía, en tal caso lo mismo habría que juzgar de la creencia en el Dios del cristianismo o de la creencia en los dioses del Olimpo.

Conviene tener en cuenta además que la fe, como creencia dogmática, se opone a la veracidad y que, en consecuencia, se encuentra en contradicción con los mismos preceptos de la moral cristiana, por lo que, desde esta perspectiva, en lugar de laudable sería condenable.

El valor de la fe en el catolicismo

Los dirigentes católicos, a la vez que proclaman que "sin la fe no hay salvación", defienden el mandamiento "no mentirás", sin comprender que ambas exigencias son excluyentes, en cuanto la fe implica aceptar como verdad algo de lo que no se sabe que lo sea, mientras que la veracidad implica reconocer como verdad sólo aquello de lo que se sabe que es verdad.

La doctrina que exalta el valor de la fe como condición necesaria y suficiente para la salvación se remonta al pasado más remoto del Cristianismo, de forma que ya en el evangelio de Juan se afirma:

"…es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él alcance la vida eterna. Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino alcance la vida eterna"[1],

y

"en verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida"[2];

del mismo modo, en su Epístola a los Romanos, Pablo de Tarso defiende esta misma doctrina cuando escribe:

"El hombre alcanza la salvación por la fe"[3],

o cuando dice:

"si confesares con tu boca a Jesús por Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo"[4].

Respecto a estas palabras, comparándolas con los planteamientos de la posterior "teología católica"[5], tiene interés reflejar la contradicción de que mientras el Jesús de los evangelios y Pablo de Tarso presentan la fe como una opción personal libre a la que uno podría adherirse o alejarse voluntariamente, los dirigentes católicos parecen consideran de modo dogmático que la fe es un don gratuito que Dios concede a quien quiere y que, por lo tanto, no depende de una opción personal libremente elegida.

La primera perspectiva está en contradicción con la doctrina de la jerarquía católica, que entiende la fe como un don de Dios, pero de hecho es la defendida en los evangelios y de manera especial en las cartas de Pablo de Tarso, como puede comprobarse a través de los siguientes pasajes:

a) "El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios"[6];

b) "Convertíos y creed en el evangelio"[7]

c) "Y el Señor dijo:

-Si tuvierais fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta morera: "Arráncate y trasplántate al mar", y os obedecería"[8].

d) "Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación"[9].

Entre estas citas, aunque todas hacen hincapié en la idea de que la fe depende de una opción personal, tiene especial interés la última, la de Pablo de Tarso, en cuanto la relaciona con una finalidad interesada (es decir, como un imperativo hipotético) y por ello de carácter no moral, que impulsa a abrazar la fe "para alcanzar la salvación". Por ello, su defensa de que la fe sea el camino para la salvación es absurda. Y el absurdo es mayor, si cabe, teniendo en cuenta que Pablo llega a decir que "por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación", eliminando así la importancia moral de las acciones para concederla en exclusiva a esa fe, opuesta a la veracidad.

Por otra parte, decir, como Pablo, que

"si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido"[10]

llevaría a tener que demostrar que, en efecto, Cristo había resucitado, mientras que fundamentar la fe en el conocimiento de que Cristo hubiera resucitado sería una paradoja, pues en tal caso la fe, al fundamentarse en un conocimiento, dejaría de ser fe, por lo que sería doblemente absurdo que se le concediese un mérito especial.

En resumen, creer en la verdad de algo que se sabe que es verdad no parece tener mérito alguno, mientras que creer en algo que se sabe que es falso o que se desconoce que sea verdadero tampoco parece precisamente meritorio sino sólo una muestra de falta de rigor intelectual o del deseo de ver como realidades las fantasías agradables.

La segunda perspectiva, al entender que la fe es un don de Dios, plantea la dificultad de entender qué mérito o qué culpa podría tener nadie en tener o no tener fe. Cuando se presenta esta objeción a los defensores de esta última perspectiva, se le suele responder o bien que Dios da la fe a todos y que es responsabilidad de uno mismo aceptarla o rechazarla, o bien que, si no tiene fe, debe pedirla a Dios. Con la primera respuesta consiguen preocupar a personas mentalmente débiles que fácilmente llegan a sentirse culpables de su falta de fe en lugar de tomar conciencia de que no tienen por qué afirmar como verdad nada que no sepan que lo sea; y, con la segunda, consiguen convencer a personas igualmente manipulables, que no reparan en que para pedir la fe en Dios, antes haría falta creer ya en la existencia de ese ser a quien iban a pedirle la fe y, por ello, en tal planteamiento existiría un círculo vicioso.

En relación con esta cuestión podría plantearse un diálogo imaginario entre un ateo y un católico. En un momento dado, el católico podría decir:

-No trates de razonar sobre los dogmas de la Iglesia porque son misterios,

y el ateo podría responderle:

-Si son misterios y la razón no puede llegar a comprenderlos, ¿cómo has llegado a saber que son verdaderos?

El diálogo podría continuar así:

-Para alcanzar esa serie de verdades debes cumplir con dos condiciones: La primera es la de que aceptes la fe católica, y la segunda, unida a la primera, es que creas también que el Papa -y el cónclave de cardenales de la Iglesia Católicas- están inspirados por el Espíritu Santo cuando proclaman un dogma de fe.

-Vale. Pero justamente lo que te pido es que me expliques: a) qué argumentos podrías darme para que aceptase la fe de que me hablas, y b) por qué tendría que reconocer la autoridad del papa o de los cardenales de tu iglesia a la hora de aceptar o rechazar el valor de sus doctrinas. Pero, además, el problema es algo más complicado, pues si me dieras un argumento sólido acerca de lo que te he pedido, la fe dejaría de ser fe para convertirse en conocimiento, mientras que si no me lo dieras, su aceptación representaría un desprecio de la veracidad y de la razón.

-¡Por favor! ¡No digas barbaridades! Aunque te parezca absurdo, ya sabes que el mérito de la fe[11]consiste en aceptar doctrinas que son incomprensibles para el ser humano. Para pertenecer al número de "los escogidos" debes humillar tu razón como un instrumento que nada representa frente al don de la fe, que Dios envía a aquél que reconozca la insignificancia de su razón frente al carácter inconmensurable de su ser infinito.

-Lo siento mucho. No entiendo tu punto de vista por más que lo intento, pues me parece contradictorio. Por ejemplo, cuando hablas del mérito de aceptar la fe, aparece el siguiente problema: Si en principio lo único con que contamos desde el punto de vista de la búsqueda de la verdad es la razón y la experiencia, ¿por qué debería olvidarme de ellas y aceptar, mediante esa fe de que me hablas, la serie de doctrinas incomprensibles de vuestra religión? ¿No te parece que, si no me das argumentos, no tengo por qué abandonar mi propia racionalidad, por muy insignificante que sea? ¿No te das cuenta de que, además, para abandonar la razón y sustituirla por la fe necesitaría tener una razón? ¿No comprendes que, por ello mismo, la fe seguiría estando subordinada a esa razón, por lo que ésta seguiría siendo infinitamente superior a esa fe a la que tanto valor concedes?

-Mira, no hay otra alternativa. No tienes más opciones que seguir guiándote por la soberbia de tu racionalidad, tan insignificante y tan pobre, o acogerte a la gracia divina de la fe. Tú sabrás lo que haces.

-Te entiendo: La razón o la fe irracional, la comprensión o el dogmatismo y el fanatismo; dirigir mi vida desde mi racionalidad o renunciar a ella para dejar que los dirigentes de vuestra organización la dirijan con sus consignas, misterios, dogmas, mitos y prejuicios absurdos, pues todo eso que colocan en el terreno de la fe. Pero todo eso a lo que llamáis "misterio" es lo que en Lógica llamamos "contradicción". Y pretender que acepte como verdad todas esas contradicciones o afirmaciones gratuitas es pretender que renuncie a mi razón y me convierta en un borrego sumiso, dispuesto a comulgar con ruedas de molino. Por cierto, una fe de esa clase fue la que propició que en el año 1978 más de 900 personas se suicidasen en Guyana, obedeciendo la invitación de su jefe espiritual, el "reverendo" Jim Jones.

-¡Por favor! ¡Vaya comparación! ¡Ése era un loco! ¡Nuestras doctrinas son la palabra de Dios, revelada en las Sagradas Escrituras! ¡Allá tú si no quieres escucharla!

-Pero, ¿cómo sabes que existe un ser como ése al que llamáis "Dios"?

-Sé que existe porque lo siento dentro de mí, y a partir de ahí sé que Jesús era Dios, y que sus mensajes se encuentran en la Biblia, en la tradición cristiana y en las palabras de los representantes de Jesús en la tierra.

-Entiendo que, si sabes que Dios existe y que es él quien ha trasmitido esos misterios, es natural que creas en ellos. Pero, ¿dispones de algún argumento que demuestre realmente que Dios existe y que ha trasmitido tales misterios?

-Ya te lo he dicho. ¡Tengo la firme creencia de que existe y eso vale para mí más que cualquier demostración! Pero, además, ha habido muchos teólogos y filósofos que han demostrado su existencia!

-Ya veo que hablas de creencias y de demostraciones. ¿Tienes algún inconveniente en que nos centremos primero en unas y luego en las otras?

-Como quieras. No tengo ningún inconveniente.

-Te propongo esto porque, si consideras que hay argumentos que demuestran la existencia de Dios, en ese caso la fe no te haría ninguna falta, ya que, cuando se sabe algo, nadie dice que tiene fe sino que sabe.

-No estoy de acuerdo, pues la fe es otra forma de conocimiento. Pero sigue con tu crítica.

-Pues sigo. Cuando uno cree sin saber, ¿te parece que su fe tiene algún mérito? Te lo pregunto porque, según los dirigentes de tu religión, la fe representa un mérito muy especial, hasta el punto de que llegan a proclamar que "sin la fe no hay salvación", y eso me parece una barbaridad.

-No entiendo por qué te escandalizas, pues la fe es la virtud más importante del cristianismo. Sin ella todo el mundo andaría desorientado, pero con ella nos sentimos plenamente seguros y por encima de cualquier duda que pretendan plantearnos los no creyentes. Mira si tiene importancia que, como ya sabes, san Pablo escribió: "El hombre alcanza la salvación por la fe"[12].

-Sí, ya conocía ese punto de vista, pero insisto en que me parece absurdo.

-Ya sé que para los no creyentes el tema de la fe resulta muy oscuro, pero, ¿qué tiene de absurdo?

-Pues en principio podría referirme a dos objeciones esenciales.

-A ver, cuáles son.

-La primera consiste en que, si, como dicen los dirigentes de tu religión, la fe es un don de Dios, parece evidente que nadie tiene mérito ni culpa por tener o no tener esa fe. Y la segunda consiste en que, si, por el contrario, la fe depende de la propia voluntad en cuanto uno se esfuerce en creer, es decir, en asumir como verdad algo que no sabe que lo sea, entonces creer no sólo no tiene mérito alguno, sino que además es contradictorio con el precepto cristiano que prohíbe mentir.

-Analicemos esas críticas. Comencemos por la primera y luego veremos la segunda. ¿Te parece bien?

-Estoy de acuerdo.

-Pues voy a contestar a tu primera objeción. Consideras que si la fe es un don de Dios, entonces tenerla o no tenerla no implica ningún mérito. ¿Es eso lo que dices?

-Sí, en efecto.

-Pues la respuesta a tu objeción es que, aunque es verdad que es Dios quien concede la fe, para conseguirla hay que rezar, pedirla y ser perseverantes. Y eso no es tan fácil como parece. Es en esa predisposición positiva donde radica el mérito.

-Disculpa, pero no entiendo nada. ¿Dices que, si uno no tiene fe, tiene que rezar y pedírsela a Dios?

-Sí, eso es lo que he dicho.

-Pues, sinceramente, me parece que esa doctrina no tiene sentido.

-¿Por qué?

-Pues, muy sencillo. Si uno ya cree en Dios, no necesita pedirle la fe, pero, si no cree previamente en él, ¿cómo podría pedir la fe? ¿No te das cuenta de que para pedir algo a alguien, es necesario creer previamente en la existencia de ese alguien?

-No estoy de acuerdo con tu planteamiento. La cuestión es mucho más compleja y tú la planteas de una manera muy simple. Te equivocas al presentarla así, y por ello te precipitas en tus conclusiones.

-Dime en qué me he equivocado. A ver si es que no he entendido bien tu planteamiento.

-Lo que quiero decir es que tu crítica es muy simplista. Piensa que hay muchos siglos de cristianismo, muchos siglos de fe y de grandes pensadores cristianos que han estudiado a fondo estas cuestiones. ¿Crees que el pensamiento de toda esa serie de teólogos y filósofos no significa nada?

-No he dicho eso. Ya sé que ha habido pensadores cristianos relevantes. Pero una cosa es reconocer su valor histórico y otra muy distinta es considerar que sus doctrinas sean verdaderas. Y, precisamente, respecto a la objeción que estamos debatiendo, considero que tanto Agustín de Tagaste como Tomás de Aquino, dos pensadores cristianos especialmente conocidos, se equivocaron en sus planteamientos.

-Eso será una opinión tuya, pero el pensamiento de estos dos santos es muy valorado por los católicos y por los cristianos en general.

-Sí, ya lo sé, pero lo importante es si sus ideas sobre este tema fueron acertadas o no, al margen de su prestigio en el ámbito cristiano. Por ejemplo, Agustín de Tagaste escribió: "credo ut intelligam" –"creo para entender"-. Eso me parece una barbaridad, pues, si una cosa no la entiendes, por mucho que la creas, seguirás sin entenderla. Si un científico muy famoso de pronto comunicase que había descubierto una vacuna contra todas las enfermedades, es probable que desde ese momento creyeses en sus palabras. Sin embargo, tu creencia no pasaría de ser creencia mientras no comprobases mediante la experiencia que, en efecto, con esa vacuna desaparecían las enfermedades. Sólo entonces tu anterior creencia se convertiría en conocimiento. Pero, del mismo modo que no tendría valor moral alguno creer o no creer en el comunicado del científico del ejemplo, por lo mismo tampoco lo tiene creer o no creer en Dios, y menos todavía a partir de la doctrina de vuestros dirigentes según la cual la fe da Dios.

-Respecto al mérito de creer, tú mismo has hablado de la autoridad de la persona que propone determinadas doctrinas. Y en este sentido no me negarás el valor extraordinario de Jesús, el Hijo de Dios, cuya autoridad se pone de manifiesto tanto por la serie de milagros que hizo como en especial el de su misma vida y resurrección.

-Si Jesús tenía unas cualidades tan asombrosas, tu creencia será una consecuencia natural del conocimiento de tales cualidades. Pero del mismo modo que no veo mérito alguno en creer ni en no creer que un buen médico sea capaz de curar una enfermedad complicada, del mismo modo tampoco lo veo en creer o en no creer que Jesús haya sido un personaje extraordinario en cuanto mi creencia sea una consecuencia de mi conocimiento o desconocimiento previo de los prodigios que supuestamente realizó.

Por otra parte, cuando hablas de milagros, te estás precipitando, pues no sólo no existe ni una sola prueba mínimamente seria relacionada con ellos, sino que, sobre todo, son contradictorios con la omnisciencia y la predeterminación divinas. Además, si la creencia surge por un esfuerzo de la voluntad para sugestionarse de la verdad de lo que se le dice a uno cuando parece increíble y quien lo dice no inspira confianza alguna, ¿qué mérito habría en creerle?

Pero nos estamos desviando del tema. Mi pregunta es muy sencilla: Sólo te pregunto por qué consideráis meritorio tener fe. Pero, ya me contestarás cuando se te ocurra algo.

-¡Necesitas al menos cuatro cursos de Teología para poder dialogar sobre esta cuestión! ¿Cómo quieres que conteste a un planteamiento tan simple?

-¿No será que no tienes respuesta alguna que darme?

-Ni mucho menos. Lo que pasa es que me parece imposible que nos pongamos de acuerdo.

-Bueno, tú sabrás. Pero, ¿quieres que sigamos hablando?

-Como quieras.

-Pues, igual que he criticado antes a Agustín de Tagaste, quería criticar también a Tomás de Aquino. Este teólogo del siglo XIII concedió a la razón una importancia mayor que la que le dio Agustín, hasta el punto de que se sirvió de ella para intentar demostrar la existencia de Dios. Sin embargo, sus conocidas "cinco vías" fueron criticadas muy pronto por Guillermo de Ockham, que indicó que aquellas vías no demostraban nada y que aquella cuestión pertenecía al ámbito de la fe. En fin, ya sabes que posteriormente, en el siglo XVIII Hume y Kant –y posteriormente muchos otros pensadores- volvieron a criticarlas de manera contundente. Pero no es de eso lo que quería hablar ahora. A lo que quería referirme es a la actitud de Tomás de Aquino cuando subordinó la razón a la fe, llegando a proclamar que, si existe una contradicción entre ambas, tal contradicción es una prueba evidente de que es la razón la que ha incurrido en un error. ¡Eso sí que me parece patético! ¡Subordinar la racionalidad a la fe, y a la vez pretender razonar acerca de las razones por las que habría que negar la razón!

-Ten en cuenta que tanto Jesús como luego san Pablo insistieron en la importancia de la fe, y, por ello mismo, santo Tomás entendió que la fe debía ser la guía para evitar que la razón se alejase de la recta comprensión de las doctrinas teológicas. Y, en cuanto al valor de sus demostraciones de la existencia de Dios muchos católicos las siguen considerando válidas.

-Sí. Las vías de Tomás de Aquino será muy válida desde el cristianismo, pero no para la búsqueda de la verdad, pues ésta debe realizarse sin condicionamientos de ningún tipo, ya que, aunque es cierto que uno puede equivocarse en el ejercicio de su racionalidad, no es la fe la que puede corregir tales errores, sino la misma razón volviendo sobre sus pasos para asegurarse de haber realizado deducciones correctas y para corregir aquéllas en que se haya podido equivocar. Por ello la fe, en lugar de ser una ayuda en la búsqueda de la verdad, se convierte en un prejuicio que frena el avance del conocimiento, en cuanto subordina el valor de cualquier razonamiento a que su conclusión esté de acuerdo con ella. Por ello, lo correcto sería actuar de modo contrario al defendido por Tomás de Aquino y considerar que, cuando la razón alcanzase un resultado contradictorio con un dogma de fe, habría que rechazar tal dogma.

-¡Pero, hombre! ¡¿Cómo antepones la razón a la fe?!

-Pues, ¿qué quieres que te diga? Al fin y al cabo lo que te expreso no es tan escandaloso como parece. ¿No te has parado a pensar que el evangelio de Juan comienza con las palabras "en un principio existía la Razón, y la Razón estaba en Dios, y Dios era la Razón"[13]? Pues, si Dios era la Razón, ¿por qué defender la subordinación de la razón a la fe?

-Pues porque se trata de una razón humana, que es falible, y no divina, que es infalible, mientras que la fe viene de Dios, a través de Jesús y de la autoridad que concedió a sus representantes.

-Estoy de acuerdo en que por ser humanos podemos equivocarnos en el uso de nuestra razón, pero también por ser humanos podemos equivocarnos al establecer nuestras creencias. Pero, cuando dices que "la fe viene de Dios", incurres de nuevo en un círculo vicioso, ya que, para que tal afirmación tuviera algún sentido, primero tendrías que saber que Dios existe y a continuación tendrías que demostrar que la fe viene de él. Pero, desde el momento en que supieras que Dios existe, sobraría cualquier referencia a la fe, ya que se cree cuando no se sabe, mientras que, cuando algo se sabe, nadie dice "creo que esto es así" sino "sé que esto es así".

-¿No te parece que exageras en tu exaltación de la razón? Piensa qué sería de tanta gente que necesita creer y de alguien que les oriente en sus creencias.

-Desde luego que a los dirigentes cristianos -y especialmente a los del catolicismo- les viene de perlas que la gente crea en lo que dicen, y así han montado el negocio más fabuloso de la historia. Y es verdad que hay mucha gente con dificultades o con miedo a pensar por sí misma y que tiende a dejar en manos de otros cuestiones relacionadas con problemas vitales, y esa situación la explotan muy bien los dirigentes de la iglesia católica. Pero una cosa es que haya gente que no se atreva o no sepa pensar por sí misma y otra muy distinta es defender que la fe en lo que otro diga deba tener más valor que lo que diga la propia razón.

-¡Cuántas barbaridades hay que oír!

-¡De barbaridades, nada! Yo también he sido cristiano, pero a base de leer, de dialogar y de pensar, finalmente llegué a ver con claridad que todas las religiones sólo son un montaje con el que muchos se aprovechan de la ingenuidad y de la credulidad de la gente, que confía en el primero que les habla aparentando saberlo todo y amenazando con el fuego del Infierno a quien no les crea.

-Por favor, no mezcles los problemas. Dejemos para otro momento el problema del Infierno. Y el hecho de que haya embaucadores en todas partes no tiene por qué llevarte a generalizar.

-Pues bien. ¿Te parece que sigamos dialogando sobre la cuestión anterior?

-Si quieres que sigamos…

-Antes has dicho que la fe cristiana tenía, entre otros fundamentos, los milagros.

-Sí. Eso he dicho.

-Pero además dicen los cristianos que Jesús, que, según cuentan, hizo muchos milagros, era "el hijo de Dios" y que, por lo tanto, también era Dios. ¿Es así?

-Sí. Así es.

-Sin embargo, ¿sabías que apenas hay datos con valor histórico acerca de Jesús?

-Pues sí, conozco un poco esa literatura panfletaria, pero, aunque hubiera algo de cierto en ella, eso sería secundario, ya que la fe y las doctrinas de la iglesia católica suplen las deficiencias que pueda haber en los documentos que hablan de Jesús.

-Tú sabrás… Pero la resurrección de Jesús, tan importante para el cristianismo, y una infinidad de anécdotas que se cuentan en la Biblia no tienen base histórica alguna. Y los mismos evangelios tienen afirmaciones contradictorias entre sí y contradictorias con doctrinas posteriores de la iglesia católica. Todo esto tiene su importancia porque, si además resulta que no existe ninguna prueba rigurosa de la existencia de Dios, los fundamentos del cristianismo quedan reducidos prácticamente a cero, de manera que los cristianos ni siquiera disponéis de una base histórica que os sirva de punto de apoyo para sostener vuestra fe.

-Eso de que lo que dice la Biblia no sea una prueba me parece una afirmación muy atrevida. Una cosa es que a ti no te convenza, y otra, que no sea una prueba. Además, gracias a la tradición bíblica, hay millones de personas que creen en Dios.

-Estoy de acuerdo en que hay mucha gente que acepta la existencia de Dios y que incluso está convencida de poseer una prueba de su existencia, pero sabes que esas "pruebas" en realidad no demuestran nada, sino que sólo sirven para dejar tranquila la mente de quienes no se conforman con reconocer su falta de respuesta para cuestiones como ésa. No hace falta investigar mucho para comprobar que se trata casi siempre de personas que desde la infancia han sido adoctrinadas en las creencias religiosas, dificultándoles que en lo sucesivo puedan pensar por sí mismas y con independencia del lavado de cerebro recibido a lo largo de ese tiempo. ¿Acaso desconoces por qué vuestros dirigentes tienen tanto interés en acaparar la educación de la infancia? ¿Acaso desconoces por qué realizan esa labor de "catequesis", que no es otra cosa que una pederastia mental, un lavado de cerebro contra las mentes de los niños?

-¡Cuidado con lo que dices! Las intenciones de los dirigentes católicos son buenas, ya que, si creemos que las doctrinas católicas representan el mensaje de Cristo, es natural que nos sintamos en la obligación de trasmitirlo.

-Pero, ¿cómo es posible que seas tan ingenuo y hagas caso de unos dirigentes que viven en palacios, en medio de lujos faraónicos, y que, a pesar de que en teoría deberían ocuparse de los pobres, en realidad siempre han estado junto a los poderosos y sólo piensan en seguir enriqueciéndose y en aumentar su control sobre la sociedad? Además, ¿qué es la enseñanza del catecismo sino un constante martilleo de las mentes infantiles para acostumbrarles a despreciar su inteligencia y a valorar por encima de todo la fe en lo que ellos quieran decirles? Se aprovechan de que a esas edades los niños aceptan cualquier cosa que les digan los mayores en cuanto no han desarrollado su capacidad crítica.

-Tú ves lo que quieres ver, pero la preocupación de la iglesia católica por la infancia es la de evitar que caiga en manos de gente desalmada y encuentren lo antes posible el auténtico modelo de vida y el auténtico camino para su salvación.

-¡Pues vaya modelo de vida les dais!

-Los hombres somos pecadores, pero la iglesia de Cristo es santa.

-Ya… ¿Y qué argumentos proponéis a esos niños para que comprendan dogmas como el del pecado original o el de que el propio Dios tuviera que morir?

-¿Para qué te voy a contestar, si ya sé que no te voy a convencer?

-¿No será más bien que careces de argumentos y que la mayor dificultad para que me convenzas consiste en que no soy un niño? Sabes muy bien que vuestro adoctrinamiento a los niños se basa en reiterar lo mismo infinidad de veces, diciéndoles que deben tener fe en vuestras palabras y en insistirles en que la inteligencia humana es demasiado limitada para comprender los misterios divinos.

-Las doctrinas de la iglesia católica están inspiradas por Dios, y tienen más valor que cualquier argumento que se te pueda ocurrir.

-Te recuerdo que vuelves a incurrir en el círculo vicioso de antes. De nuevo introduces a Dios en tus argumentos sin haber demostrado que exista. ¿Acaso dispones de alguna prueba de su existencia? Aunque sé que, si la tuvieras, ya la habrías expuesto desde que hemos empezado a hablar.

-Creo que no vale la pena que intente exponerte ninguna, pues sé que no te voy a convencer. Así que dejemos ese tema.

-Como quieras. Pero recuerda que nos quedaba otro punto por analizar…

-Se me había olvidado. A ver, ¿cuál era?

-Consistía en la segunda alternativa, la de considerar que la fe fuera una virtud personal por la que se alcanzaba la fe.

-Sí, ya recuerdo. Pues bien, en realidad esforzarse en creer –hacer un "acto de fe", como decimos los católicos- no es una alternativa a la idea de que la fe sea un don divino sino sólo un complemento: Consiste en estar bien dispuesto y abierto a recibir ese regalo que Dios concede.

– Tampoco aquí consigo entender por qué alguien que tuviera fe debería esforzarse por conseguirla en lugar de esforzarse por alcanzar auténticos conocimientos.

-Tanto Jesús, como san Juan y san Pablo, y muchos otros santos insistieron en la importancia de la fe… ¡Sin ella andaríamos perdidos!

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