Usos de Weber en las transiciones intelectuales a la democracia. (página 2)
Enviado por Juan Manuel Nu�ez
Sin esas condiciones de lectura -abiertas por la derrota- la recepción de Weber en los tempranos ochentas es ilegible.
Por supuesto que este descubrimiento de Weber por parte de una amplia franja de intelectuales de izquierda no es externo tampoco a las reflexiones críticas que, desde mediados de los 70", estaba realizando el eurocomunismo sobre los conceptos marxianos. Para esa época, el mundo cultural de izquierda de los países latinos de Europa (Francia, Italia, España) comienza a construir interrogantes críticos respecto a la concepción política del cambio implícita en la doctrina marxista-leninista -sobre todo a la concepción del cambio social como golpe violento, a la idea de la dictadura del proletariado y la heteronomía de la política (epifenómeno de las relaciones sociales)-.
El resultado de esta apertura crítica fue la asunción de que en la tradición marxista no había elementos de una teoría consistente de la política y del Estado, sino que toda la concepción de la política marxista se encontraba absorbida por los análisis respecto del modo de producción capitalista.
Intelectuales de izquierda importantes como Cristine Gluscmann, Giacomo Marramao o Lucio Colleti, comenzaron a sostener que las referencias teóricas que podrían alumbrar un nuevo pensamiento de izquierda no eran las de la tradición marxista revisitada, sino externa a esos ejes referenciales. Los teóricos del pensamiento eurocomunista, buscando vías de acuerdo entre la democracia representativa y el socialismo, abandonan -hacia mediados de los 70"- la construcción del socialismo como golpe rupturante y abren el pensamiento de la política a una vía reformista e institucional.
En el marco de esa bifurcación conceptual Max Weber se erigió en un punto central de la reflexión teórica e hizo posible el redescubrimiento de su obra política. Fue Poggi quien en dos libros Encuentro con Max Weber (2003) El desarrollo del Estado Moderno (1978) resumió ese encuentro entre el socialismo eurocomunista europeo y el autor alemán. No puede dejar de mencionarse, empero, que es también un importante nombre de la tradición clásica del marxismo el que va a ser revisitado: Antonio Gramsci. El pensador encarcelado, quién había leído a Weber a principios de los 20" y elaborado buena parte de sus escritos a partir de esas lecturas (Portantiero: 1981) también era entonces vector de indagación renovadora. Fundamentalmente era revalorizado su concepto de hegemonía, pues este ayudaba, para los autores renovadores, a repensar la articulación entre estado y sociedad civil, al tiempo que superaba el dualismo estructura-superestructura -concepción en la cual la política era subproducto o efecto de las relaciones sociales-, dualismo que se visualizaba como idea predominante de un marxismo ortodoxo, economicista y perimido.
Seguiremos la declinación argentina de esas recuperaciones weberianas en tres casos: Aricó, Portantiero y Juan Carlos Torre.
Si con los Cuadernos de Pasado y Presente o con la primeras traducciones al castellano directa del alemán de El capital o los Grundrisses de Marx, Aricó ocupaba -en los tempranos 70"-el papel de un verdadero organizador cultural de la agenda temática del pensamiento de izquierda; a principios de los ochenta, el viraje en sus preocupaciones va a ser todo un signo y síntoma.
En el intento de renovar el acerbo cultural de la izquierda, en los intentos por dotarla de una perspectiva democrática, Aricó supervisará la publicación en dos volúmenes de los escritos políticos de Weber en la editora Folios (Weber:1982), poniendo a disposición a los lectores de habla hispana ese material inédito del autor alemán.
En el mismo año -1982- Juan Carlos Portantiero reseña en la revista Desarrollo Económico la edición de estos escritos de Weber dirigidos por Aricó, comentando que se asistía a una apertura a los textos de Weber en el debate sociológico y que ese dato "se hace particularmente notorio si se examina la literatura sociopolítica de filiación marxista, sobre todo europeo. En Europa -particularmente en Italia- tiene lugar un descubrimiento tardío de Weber que no puede ser disociado de la crisis del marxismo entendida en su sentido más hondo; como percepción, a menudo patética de que existen preguntas sobre el mundo contemporáneo que ni Marx ni los marxismos pueden responder…Lo que hay que agradecer y potenciar de este actual relanzamiento de Weber, es que, desde la mirada que hacia él está dirigiendo cierto posmarxismo, se puede construir una de las lecturas más productivas sobre la crisis contemporánea" (Desarrollo Económico N°y 87: 431: 1982).
Con esta reseña de Portantiero y la publicación de los textos de Weber supervisada por Aricó, los pensadores argentinos adherían a las bifurcaciones conceptuales de los intelectuales de izquierda europeos, que versaban sobre la falta de una teoría política y de Estado en el utillaje tradicional marxista y encontraban en el autor alemán algunas de las llaves para virar los prismáticos del pensamiento político. Weber era uno de los pensadores que ayudaban a partir aguas respecto del pasado.
Para los autores, la sociología del estado weberiana, podría suturar la reconocida faltante de esta en la tradición marxista. De alguna manera descubrían, también, cierta empatía entre el pensamiento político del autor alemán y las preocupaciones conceptuales que abría la transición hacia la democracia.
En 1980 Juan Carlos Torre realiza la introducción a la edición del Centro Editor de América Latina de las conferencias de Weber La ciencia como profesión y La política como profesión (Weber: 1980). Si la ciencia social marxista era la que en el proceso de radicalización política de los tempranos 70" fundaba el sentido de las posibilidades del cambio societal, si en la política setentista derrotada la ciencia marxista era la que cobijaba el accionar y la semántica del hombre nuevo, la introducción de Torre intenta salirse de ese prismático. Así, para el autor, en los tempranos 80", la tarea del cientista social, siguiendo a Weber, no sería donar sentido a la liberación socialista, por el contrario, esta "debería hacer conciente a la gente de sus propios valores y confrontarla con los posibles conflictos derivados de los medios necesarios para realizarlos y de las probables repercusiones de ello. Con lo que la elección entre diferentes valores o cursos de acción valorativos dejaría de ser una cuestión meramente emocional para involucrar algún tipo de deliberación racional. La decisión entre valores alternativos queda en los individuos: la ciencia social, esclarecida ella misma sobre sus propias limitaciones por el trabajo de esa autociencia que está en la base del debate epistemológico, sólo puede ayudarlos y nunca sustituirlos. Como conclusión digamos que, si bien los fundamentos lógicos que llevaron a Weber a distinguir entre juicios de valor y juicios fácticos son controvertibles, su llamado a una ética de la responsabilidad por parte de los científicos sociales continúa vigente" (Torre: 1980: Introducción a Weber: 18). Es decir, la lectura de Weber es utilizada para salirse de una idea de ciencia social como fundadora del sentido unívoco del hacer político y completamente ligada a la ética de la convicción; al contrario, la idea que prescribe la nueva lectura es que la ciencia social no indica qué hacer, sino que hace conciente a la gente de sus valores y las consecuencias de su accionar, indicando para el cientista social no la prescripción de un hacer ligado a la ética de la convicción o de los fines últimos, sino la ética de la responsabilidad, atenta a las consecuencias de su accionar. De alguna manera, Torre leyendo a Weber, problematiza la relación trasparente que antaño encontraba entre ciencias sociales y revolución. El viraje no es menor si se tiene en cuenta que con esta asunción prescriptiva respecto de la separación entre ciencia y política, Torre empieza a despegarse de la idea del compromiso del hacer intelectual -sartreano, gramsciano o guevarista- con el cambio social. Hay, en la introducción de Torre, un reconocimiento de raigambre weberiana de la autonomía funcional de la ciencia social, una reflexión que empieza a diferenciar la producción apegada a criterios disciplinarios, de las apuestas políticas y las elecciones ideológicas personales.
Ahora bien ¿Qué es lo que vieron en la obra de Weber para asumir de esa manera su pensamiento? ¿Qué agenda de problemas les imponía su obra? ¿Qué espejo encontraron en el pensamiento de Weber para asumirse como reflejo?
Intentaremos seguir esta relación de espejo entre Weber y algunos intelectuales de la transición democrática desde algunos puntos problemáticos: 1-crítica al marxismo; 2 -ética de la responsabilidad; 3-construcción de un estado democrático y de nuevos valores.
Por supuesto, todos estos ítems están relacionados, si los separamos es para que se nos entienda mejor. Se comprenderá que en lo que sigue solo intentaremos realizar la experiencia de una hipótesis, nos detendremos, no en el pensamiento de Aricó o Portantiero hacia el despertar democrático, sino que situaremos nuestro énfasis en indagar los modos en que la lectura de Weber pudo haber influido en las bifurcaciones intelectuales hacia el liberalismo de un grupo importantísimo de intelectuales argentinos.
1-Crítica al marxismo:
El viraje conceptual mencionado lleva del marxismo al liberalismo modernizador. Para los intelectuales que realizaron ese itinerario, el marxismo comenzó a ser visto como el armazón conceptual que brindaba el sentido de las prácticas políticas radicalizadas derrotadas. La crisis del marxismo es la crisis del sentido que este le otorgaba al mundo y sus alrededores.
Lo que se comenzaba a rechazar, principalmente, era la empatía entre conocimiento disciplinario de lo social y las prácticas políticas, la subsunción de la ciencia en la política, la relación íntima entre el hacer científico-crítico y el deber ser político.
Weber va a ser el guía en el intento de superación de esta empatía. Recordemos que para Weber resultaba imposible el intento de fundamentar científicamente cualquier valor último o supremo. La lucha por el hombre nuevo, la búsqueda de terminar con la opresión social, pierde así su relación íntima, desde Weber, con el discurso de las ciencias sociales.
En La ciencia como profesión presenta una larga lista de lo que no es la vocación científica, pero la recusación fundamental de Weber reside en el ingenuo optimismo de aquellos que "alaban la ciencia como el campo para la felicidad".
La labor intelectual del cientista social, leída desde la derrota, pierde toda capacidad normativa para fundar un deber ser de la política. El materialismo histórico comienza a ser considerado, al contrario que la sociología weberiana, como normativo, como fundando un sentido último al hacer político. Lo que los autores o las publicaciones arriba señaladas retoman de Weber es que la actividad científica disciplinar no aporta sentidos últimos al accionar político. Es la disyunción entre actividad científica y política lo que habrá interesado de Weber, pero eso no significa, en el autor alemán, que el cientista abandone la política, sino que entre en su fragor en el ámbito público, no en la cátedra. Cómo él mismo dice, "Cuando se habla de democracia en una reunión política no se encubre la posición personal; justamente, el tomar partido de manera claramente reconocible es un condenado deber y obligación. Las palabras que se utilizan no son entonces los medios para un análisis científico sino propaganda política dirigida a obligar a los otros a tomar una posición. No son las reglas del arado para ablandar el terreno del pensamiento contemplativo, sino espadas contra el adversario, instrumentos contra el adversario, instrumentos de lucha. Pero sería un sacrilegio utilizar la palabra en este sentido durante una lección en una sala de clase" (Weber: 1980: 47). En fin, para Weber, el profeta y el demagogo no tienen lugar en la elaboración científica, su lugar, enteramente legítimo, es el ágora, la discusión agonística del destino de la Polis en el ámbito público. La prescripción disciplinar autónoma weberiana, habrá implicado el rechazo, para toda una franja intelectual, de la yuxtaposición pretérita entre ciencia y política, entre demagogia y elaboración disciplinar, entre el trabajo del conductor de hombres y el maestro, prescripción que habrá sido el fundamento de la constitución de una campo disciplinar autónomo para las ciencias sociales argentinas a partir de la vuelta a la democracia.
Si el marxismo es leído como aquel discurso que reduce la ciencia al despliegue de la política revolucionaria, el pluralismo metodológico weberiano les hace el campo, como se dice, orégano, a las miradas renovadoras, pues les viene a decir que ninguna interpretación puede pretender para sí el carácter de última, dado que la realidad sociocultural está siempre sujeta a ser resignificada a la luz de los mudables valores producidos por la dinámica histórico-social. Cómo dice Weber "Todo "logro" científico significa nuevos problemas y quiere ser superado y envejecer. Quién pretenda dedicarse a la ciencia debe resignarse a ello" (Weber: 1980: 36).
Ningún valor supremo –igualdad, hombre nuevo, socialismo, etc- puede pretender para sí el carácter de más verdadero que otro y sobre todo jamás si la defensa de un valor supremo se realiza con el apoyo de la evidencia empírica -como lo enfatizó el autor alemán hasta el cansancio en La objetividad del conocimiento de la ciencia social y de la política social y en La ciencia como profesión.
Weber también posibilita una salida de un marxismo revisado como doctrina finalista de la historia y que construye conceptos que son representaciones del desenvolvimiento real de la sociedad. El concepto de tipo ideal, que permiten dar sentido a la observación científica, no implica una total identificación entre concepto y fenómeno observado; los tipos ideales son construcciones intelectuales que sirven para observar científicamente la realidad, pasibles de modificación a través del tiempo y la evolución de la indagación, "el concepto weberiano es un recipiente provisorio para contener, temporariamente, ciertos aspectos de lo real que resultan significativos bajo determinados puntos de vista -e insignificantes desde otros-" (Lazarte: 2005: 58). El tipo ideal como constructo realizado por el científico social no intenta copiar la realidad ni contenerla. El concepto ideal tampoco pretende ser la realidad, es una construcción mental relativa, provisoria y plural. Cómo dice Cohn "el calificativo "ideal" tiene para Weber un significado estrictamente metodológico y se refiere al carácter constructivo y no objetivo (por lo tanto no empírico) del tipo" (Cohn: 1998: 114). El trabajo intelectual del cientista no reside en descifrar conceptualmente las leyes de una realidad -externa a su propia elaboración- para así donar sentido a las empresas políticas emancipatorias, sino crear conceptos provisorios de un conjunto de relaciones y procesos empíricos que se nos presentan como significativos y que nada dicen de los fines últimos o éticos del accionar de los hombres.
Lo que fundamentalmente rechaza Weber es una concepción objetivista del conocimiento. La elaboración conceptual es para él una construcción provisoria, en ese sentido, los tipos ideales son "un cuadro mental. No es la realidad histórica y mucho menos la realidad auténtica, como tampoco es en modo alguno una especie de esquema en el cual se pudiera incluir la realidad de modo ejemplar" (Weber: 1985: 73).
Si no hay una realidad externa al conocimiento pasible de ser descifrada en su devenir, esto quiere decir que tampoco hay una finalidad hacia donde vaya la historia; lo que en el esquema weberiano es impugnado es el determinismo economicista marxiano.
Pues para Weber, como dice Aron "Una filosofía de tipo marxista es falsa porque es incompatible con la naturaleza de la ciencia y con la naturaleza de la existencia humana. Toda ciencia histórica y sociológica es una visión parcial. No puede anticiparnos la naturaleza del futuro, pues éste no se encuentra predeterminado. En la misma medida en que ciertos hechos del futuro están predeterminados, el hombre siempre tendrá libertad para rechazar este determinismo parcial, o para adaptarse a él de diferentes modos" (Aron: 1987: 236).
La metodología weberiana no quiere decir al hombre lo que debe querer o desear descifrando una ley de desenvolvimiento de la realidad, apenas pretende ayudarle elegir, tornando claras las opciones valorativas en juego y los respectivos costos de cada una de ellas. Por supuesto, la adopción del esquema weberiano para los intelectuales arriba señalados no es heterogenea al liberalismo político abrazado. El contenido ético del pensamiento weberiano torna al sujeto libre y responsable por lo que hace, pues intenta fundamentalmente llamar la atención a los hombres hacia los valores últimos reales que orientan sus acciones e indica las consecuencias que esos valores implican. La metodología weberiana hace uno con el prismático liberal, pues respeta la libertad de elección de cada uno, al mismo tiempo que responsabiliza por la decisión tomada al agente, en el sentido de anudar esas decisiones a sus posibles consecuencias. La sociología weberiana se propone auxiliar a las personas en sus elecciones, pero sin ser prescriptiva, sin decir a los sujetos qué hacer. Digamos que su reinado en las ciencias sociales posdictadura es interno a la erección del liberalismo modernizador como emblema de todo lo políticamente pensable y deseable. Así, dice Weber, a los seres humanos "La ciencia puede proporcionarle la conciencia de que toda acción, y también, según las circunstancias, la inacción política, en cuanto a sus consecuencias, una toma de posición a favor de determinados valores, y, de esa manera, por regla general contra otros -cosa que actualmente se desconoce con particular facilidad-. Pero practicar la selección es asunto de él. A favor de su decisión todavía podemos ofrecer el conocimiento de la importancia de aquello que se propone. Podemos mostrarle la conexión y la importancia de los fines que esta persona se propone y entre los cuales ha de elegir" (Weber: 1985: 13).
La lectura de Weber, la aprensión de su método, como se ve, lleva a romper con una versión del marxismo leído en clave teleológica y con cualquier tipo de determinismo científicista de la acción política. La infinitud de lo real coloca al conocimiento de la sociedad y su historia en una apertura siempre abierta a la superación. Es el pluralismo cognoscitivo, el relativismo perspectivista y la separación entre ciencia y política lo que habrá interesado del autor alemán a los intelectuales de la izquierda renovadora argentina para integrarlo a sus marcos referenciales.
Por lo demás, la metodología weberiana, al separarse de cualquier pretensión objetivista de la actividad científica, es decir, al separar realidad de concepto, y al hacer de éste último una construcción contingente, no pretende descubrir la ley del desenvolvimiento de la realidad, sino abrir la comprensión del sentido de la acción social, los valores en juego de los actores en la historia, pero no para incidir sobre ellos, sino para desplegar sus latentes consecuencias, buscar la razón de sus plurales racionalidades.
La realidad en Weber no tiene ley ni sentido último a ser descubierto, la realidad, en sí, es un eterno fluir infinito carente de significado. Weber rechaza con sorna la doctrina marxista de intentar descubrir los sentidos de la historia a partir del descubrimiento, en última instancia, de su ley económica oculta: "La llamada concepción materialista de la historia en su viejo sentido, genialmente primitivo, del Manifiesto Comunista, por ejemplo, apenas continúa prevaleciendo hoy en las mentes de legos y diletantes. Entre estos todavía se encuentra difundido ciertamente el curioso fenómeno de no quedar satisfechos en su necesidad de encontrar una explicación causal de un determinado hecho histórico hasta que, de algún modo o en alguna parte, no se muestren causas económicas co-actuantes (o que parezcan serlo). Sin embargo, cuando ése es el caso, en cambio, se conforman con las hipótesis más gastadas y los lugares comunes más generales, por haber así logrado satisfacer su necesidad dogmática de creer que las "fuerzas impulsoras" económicas son las "auténticas", las "decisivas en última instancia" (Weber: 1985: 36).
Un marxismo en crisis es revisado por una izquierda intelectual renovadora desde el sesgo de los sentidos que éste le había querido dar a la historia y a la realidad. La amplia recepción de Weber es inseparable del distanciamiento de estos autores respecto del referencial anterior. El autor alemán, en síntesis, no sólo otorgaba razones para considerar perimido lo que se intentaba dejar atrás, sino también abría las compuertas a la construcción alternativa de nuevas razones.
El pensamiento de Weber hace de las causas no una taxonomía donde una puede ser más importante que otra y determinar el desenvolvimiento histórico, sino que el pensamiento causal se expresa en términos de probabilidad. Así, en Weber, según Aron "Las relaciones causales son parciales y no globales, indican un carácter de probabilidad y no de determinación necesaria. Esta teoría de la causalidad, parcial y analítica, es y quiere ser una refutación de la interpretación vulgar del materialismo histórico. Excluye la posibilidad de que se considere a un elemento de la realidad como determinante de los restantes aspectos de la misma, sin sufrir a su vez la influencia de estos mismos" (Aron: 1987: 245).
Las leyes que permiten comprender y así explicar la acción social son para Weber probabilistas y pluricausales. La historia, al no tener ningún sentido teleológico prefijado, al igual que la construcción política democrática, es una empresa sin término, abierta.
En resumen, si la concepción materialista de la historia era problematizada críticamente en los tempranos 80" como un relato finalista y unívoco del accionar de los actores, que licuaba el hacer científico en las apuestas de los compromisos, siendo la elaboración intelectual no otra cosa que el desciframiento de las leyes de una realidad ya establecida, la lectura de Weber, con su concepción no determinista de la historia, su pluralismo metodológico, su separación entre ciencia y política y su liberalismo responsable de las consecuencias, otorgará, es nuestra hipótesis, una vía alternativa a la crisis de perspectivas propiciadas por la derrota setentista.
2-ética de la responsabilidad:
Weber reconoce el peligro de la intersección entre el mesianismo secularizado ligado a la idea de revolución en una época que intenta normativizar sus instituciones; descubre, en su presencia actualizada, una acción disolvente que pone en riesgo los alcances de la misma sociedad burguesa y que apunta a partir en dos la historia. El autor alemán interpretó el potencial actualizado del mesianismo como parte de la ofensiva revolucionaria contra la racionalidad del sistema, como una brutal interrupción del curso histórico que lejos de prometer un tiempo de felicidad sólo iba a liberar fuerzas destructivas e irracionales.
Para Weber el dilema al que se enfrentaba la sociedad moderna -una vez definido el proceso de racionalización[1]- no era otro que el de la contradicción por él desarrollada entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción o de los fines últimos. Sin duda que en los años que siguieron al estallido de la gran guerra y durante el caos posterior a la derrota alemana Weber profundizó aún más su concepción de la política asociada a la ética de la responsabilidad, lo que lo llevó a rechazar sus antiguas inclinaciones dostoievskianas que de la mano de los Karamazov llevaban directamente hacia la ética de la convicción. El autor alemán, en la famosa conferencia La política como profesión plantea los enormes peligros que conllevaba la fusión entre mesianismo y política: "En el mundo de las realidades, por regla general, encontramos la experiencia siempre renovada de que el partidario de una ética de los fines últimos se convierte de pronto en un profeta milenarista. Aquellos, por ejemplo, que acaban de predicar el amor contra la violencia reclama ahora el uso de la fuerza para la última hazaña violenta, que conducirá entonces a un estado de cosas en el que toda violencia estará abolida" (Weber: 1980: 133). Por supuesto, Weber llega a la siguiente conclusión "Quién busca la salvación del alma, de la propia o de la de otros, no debería buscarla en los caminos de la política" (Weber: 1980: 139)
El pensador alemán piensa la política desde la perspectiva de un realismo sin esperanza, como un instrumento de negociación a partir del cual impedir que la sociedad se convierta en un campo de batalla. Su republicanismo y su contribución a la elaboración de la constitución de la República de Weimar deben ser leídos desde este escepticismo y la asunción realista y constructiva de quién se erige como guía político. Su rechazo de cualquier forma de profetismo político o mesianismo va asociado a su reivindicación de los valores ilustrado-burgués. Reivindicación que, por supuesto, en el caso de Weber, carece de entusiasmos desmedidos y se encuentra profundamente surcada por los poco acogedores vientos de la época.
Claro está que la diferenciación entre la ética de la convicción y de la responsabilidad es leída desde las transiciones intelectuales a la democracia de forma casi transparente. Si las tentativas de cambiar el mundo habían llegado a semejante derrota era por estar signadas unilateralmente por la ética de la convicción. Esta, en el esquema de Weber, incita a los actores a actuar de acuerdo a los sentimientos, sin referencia explícita o implícita a las consecuencias que ese accionar pude llegar a desplegar. Las formaciones guerrilleras, el accionar radicalizado de las bases fabriles del post-cordobazo, el pensamiento intelectual que acompañó y formateo esas secuencias, no habrán medido las consecuencias de sus actos ni las fuerzas reactivas que habrán desencadenado, de ahí su ineluctable ruina.
Sin embargo, la ética de la convicción, para Weber, no está excluida totalmente del campo de la acción política. Sin una idea del mundo es imposible hacer política. Pero estas convicciones deben siempre adecuarse a la realidad política del momento. Es decir, la ética de la responsabilidad que está en el núcleo del accionar político, no quiere decir que ésta "sea igual a un oportunismo sin principios. Naturalmente, nadie dice eso. No obstante, hay una posición abismal entre la conducta que sigue la máxima de una ética de los fines últimos – estos es, en términos religiosos: "el cristiano hace el bien y deja al Señor los resultados"- y la conducta de quién actúa siguiendo una ética de la responsabilidad que dice "Debemos responder por las consecuencias previsibles de nuestros actos" (Weber: 1980: 131).
Max Weber ofrece como ejemplos de la ética de la convicción el caso del pacifista absoluto o el sindicalista revolucionario.
El espejo de Weber construido por el pensamiento de la transición, en este tema, es, como se dcecía, casi transparente. Si los movimientos fabriles o guerrilleros fueron derrotados, es por su perspectiva milenarista, por no realizar acciones previendo sus consecuencias.
Por el contrario de ésta ética de los fines últimos, heterogénea al orden existente, completamente imputable a las intentonas de construir el hombre nuevo, la ética de la responsabilidad es simplemente la que se preocupa de la eficacia y por lo tanto se define por la elección de los medios adaptados al fin que se desea alcanzar. Es una ética del estadista político, del constructor de nuevos valores estatales, no del revolucionario.
Es una ética, en fin, homogenea a los intentos de construir un pensamiento político democrático y ligado al consenso estatal. Cómo dice Aron "la moral de la convicción no puede ser la moral del Estado. Aun puede afirmarse que, en el sentido extremo del término, la moral de la convicción no puede ser la del hombre que entra, aunque sea en mínima medida, en el juego político, aun si apela a la intermediación de la palabra o de la pluma. Nadie dice o escribe lo que fuere, indiferente a las consecuencias de sus manifestaciones o sus actos, movido únicamente por la preocupación de obedecer a su conciencia" (Aron: 1987: 259). Plantear una línea reformista para la política de izquierda habrá implicado asumir un pensamiento que va a estar cada vez más signado por la moral de la responsabilidad, es decir, por asumir las consecuencias del accionar de los actores políticos.
La recuperación de la distinción weberiana de la ética de la responsabilidad y de la convicción cumplirá un papel sustancial en el pensamiento de la transición hacia la democracia. Estas éticas son presentadas como dos alternativas con las cuales se traza una frontera entre la política revolucionaria y la democrática. La de la convicción, sujetada a la trascendencia de las causas y referida al deber ser de la política, no había previsto las consecuencias que traerían ciertas acciones -la contraofensiva militar-. Por lo tanto, no parece ser la buena ética que debe donar sentido a las políticas democráticas. En cambio la de la responsabilidad se gesta como aquella ética que, al exigir la meditación previa de las consecuencias que traerán las acciones emprendidas, se torna racional con arreglo a fines. La recuperación de las dos éticas weberianas tiene como fin la crítica a las acciones instrumentales de las izquierdas anteriores al golpe y señala el cuidado que toda buena política debe tener con respecto a la brecha que puede abrirse entre estructura de ideales y realidad.
Hasta tal punto el pensamiento weberiano impregna el pensamiento político de la transición que, cuando se produzcan las leyes del perdón a los genocidas (1986-87) propiciadas por un Alfonsín encerrado en su laberinto, la revista La ciudad futura va a utilizarla para defender las posiciones del presidente radical en su editorial: la medida "es inaceptable desde el punto de vista simple, implacable, maniqueo, irresponsable si se quiere de la ética y del hecho de que su implementación no cumpliría con los fines de fortalecer la frágil democracia que transitamos", no obstante, inmediatamente preguntan los autores de la editorial "pero, la verdad de las cosas, ¿es la misma cuando se la mira desde el vértice del poder que cuando se lo mira desde una posición de gobierno?". La respuesta se formula desde una posición de gobierno: "existen lógicas distintas. Y también responsabilidades disímiles. Percepciones encontradas. Exigencias no siempre aceptables por quienes estamos alejados de las responsabilidades de gobierno. La necesidad de fortalecimiento del sistema político haría necesaria tan drástica determinación" (La ciudad futura N° 3: 1986: 4).
3-Construcción de un estado democrático:
La democracia entendida como idea fuerza tiene en la transición intelectual el poder de impulsar otros conceptos, otra concepción de la política; distante al socialismo que hace del antagonismo y la revolución sus principales vectores y opuesta a la concepción de la política como guerra. En ese sentido se construyen nuevos itinerarios: de la política entendida como epifenómeno de las relaciones sociales a considerar su autonomía, desde la política concebida como guerra antagónica hasta la política entendida como acuerdo, pacto, gradualualismo, cooperación. En fin, de la revolución al consenso.
El revival neocontratualista de la transición hace del consenso, de las búsquedas pactadas de resolución de conflictos su principal argumento. El orden erigido por la ley se separa de los significados conservadores de antaño. La cuestión a pensar no va a ser más desarticular un orden capitalista opresivo, sino cómo construir un orden democrático, en el cual impere el respeto a las reglas por parte de los diferentes actores sociales.
El orden democrático entendido como un sistema de reglas procedimentales hace de la búsqueda del consenso y de la convivencia sus principales elementos. Lo que queda sustraído a este modelo es la política entendida como guerra, como antagonismo. La oposición guerra-orden cumple una primera función importante que es la delimitación de dos maneras alternativas de entender y practicar la acción política para la izquierda. La guerra reenvía al pasado, a la idea de revolución y al antagonismo social, el orden se esgrime como lo deseado, la búsqueda de acuerdos y una vía reformista para el cambio.
Poniendo en primer plano el cómo sobre el quién ejerce la soberanía, la democracia permite pensar en un conjunto de reglas para la constitución del gobierno y la formación de las decisiones colectivas. Aquí la democracia como forma procedimental juega un papel importante como ajuste de cuentas con la anterior ética de la convicción (que había llevado al guerrillerismo y militarismo) y con la filosofía de la historia de cuño marxista (el inexorable camino hacia el socialismo).
En la medida que este tránsito ocurre se deja de satanizar la oportunidad de participar en el gobierno y en los asuntos de Estado. La izquierda renovadora democrática muestra su renovación en la medida en que se gestan ideas políticas orientadas por un espíritu estatal.
La ética de la responsabilidad no sólo es la vara para evaluar las responsabilidades pasadas, sino que también es el prismático para la construcción de la democracia posible.
Ciertamente Weber era un liberal alemán, para él, sin un mínimo de libertades liberales, la construcción de un orden estable era siempre endeble. Empero, no creía en la voluntad general ni en los derechos de los pueblos a disponer de sí mismos. Si deseaba una parlamentarización del régimen alemán era para mejorar el desenvolvimiento de las jefaturas carismáticas. En la biografía de Weber realizada por su mujer -citada por Aron- hay una escena que puede clarificar la concepción weberiana de la democracia. Se trata de la conversación entre Lundendorff y Weber respecto de las realidades políticas de posguerra: "Weber- ¿Cree usted que yo considero democracia la porquería que ahora tenemos? Ludendorff -Si usted habla así, quizás podamos llegar a un acuerdo. Weber- Pero la porquería de antes tampoco era monarquía. Ludendorff- ¿Qué entiende usted por democracia? Weber- En la democracia, el pueblo elige un jefe en quién deposita su confianza. Luego el elegido dice: "Ahora, ¡cierren la boca y obedezcan!". El pueblo y los partidos ya no tienen derecho a seguir hablando" (Aron: 1987: 300). . Sin embargo, Weber no traza el perfil de un dictador irresponsable. Weber ofrece una teoría del poder político centrado no en la figura del dictador discrecional, sino en la labor dirigencial de la figura carismática-plebiscitaria que, en tiempo de crisis y de desencantamiento es capaz de configurar un nuevo orden y nuevos valores. Cohn resume bien su concepción política "Un liberal singular: elitista, competitivo, adepto del más implacable realismo político en la búsqueda de los objetivos del poder con todos los medios que no atenten contra las libertades individuales" (Cohn: 1998: 251).
La figura del líder carismático es sustancial en el pensamiento político weberiano, pues ante la crisis y radicalización política de posguerra este no opta por una política tradicionalista o restauradora de los viejos valores ligados al antiguo régimen. La posición de Weber es favorable al ejercicio irrestricto de los mecanismos democráticos de representación y competencia electoral. Pero este ejercicio democrático se resume en la elección del líder carismático, el cual es disruptivo, enteramente antiinmovilista, pues su labor, ya plebiscitado, será movilizar las fuerzas partidarias para construir nuevos valores.
Lo que fascina del pensamiento de Weber en la transición intelectual a la democracia es su costado realista. La cuestión de la creación de un liderazgo político carismático capaz de crear nuevos valores democráticos, responsable de sus actos y capaz de concretar la institucionalidad estatal del país fue el espejo con el cual se identificaron los pensadores de la transición a la democracia. Para la intelectualidad que realiza el traspaso de la revolución a la reforma, Alfonsín ocupará el lugar de la figura carismática creadora de nuevos valores propugnada por Weber.
Es decir, si Weber sostenía que sin nuevos valores democráticos donados por la figura carismática que confieran legitimidad al orden, la República de Weimar era sólo una ilusión, para Aricó o Portantiero si los actores de la transición no adoptaban los valores de la democracia consensual ligados a la figura de Alfonsín, el regreso del desgarramiento social era ineluctable. La lectura weberiana es la que habrá abierto las condiciones para la participación de Portantiero y De Ípola como intelectuales orgánicos del proyecto de refundación nacional alfonsinista.
Entablando una especie de comparación con el momento incierto de la transición hacia la democracia, el pensamiento weberiano les servía como espejo, pues éste apunta a la construcción de nuevos valores, la construcción institucional -partido político, parlamento, rol de sindicatos– como sistema de contrapesos frente al corporativismo y la presencia organizada de las masas.
Pero sobre todo el pensamiento de Weber era utilizado porque este llama a hacer política entendiéndola como una actividad responsable, equidistante de cualquier mesianismo, separando el hacer político de la labor del cientista social, recuperando el valor de algunas instituciones antaño despreciadas -como el Parlamento o las elecciones-.
Sin embargo, fundamentalmente son las advertencias sobre las consecuencias de la política revolucionaria que Weber realiza en la conferencia La política como profesión, las que para toda una generación de intelectuales argentinos habrán servido de verdadera profecía retroactiva respecto de la derrota setentista.
Referencias bibliográficas:
Aron, Raymon. Las etapas del pensamiento sociológico, Tomo II, Buenos Aires, Ediciones Siglo XX, 1987.
Cohn, Gabriel. Crítica y Resignación, Buenos Aires, Universidad de Quilmes, 1998.
Lazarte, Rolando. Max Weber. Ciencia y valores, Rosario, Homo Sapiens, 2005.
Lesgart, Cecilia. Usos de la transición a la democracia, Rosario, Homo Sapiens, 2003.
Pinto, Julio. Max Weber actual. Liberalismo ético y democracia, Buenos Aires, EUDEBA, 1998.
Portantiero, Juan Carlos. Usos de Gramsci, México, Puntosur, 1981.
Weber, Max. Ciencia y política, Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1980.
Weber, Max. Sobre la teoría de las ciencias sociales, Buenos Aires, Planeta, 1985.
Autor:
Prof. Lic. Juan Manuel Nuñez
Maestría en Ciencias Sociales-Flacso
Materia: Teoría Sociológica
Profesor: Forte
[1] Según Pinto "Weber percibe lúcidamente que el fenómeno de la racionalización no se da sólo en el campo de lo estrictamente económico, del mercado. Lo detecta asimismo tanto en aquel que es el ámbito del Estado como en el espacio de la ciencia. El Estado moderno, estructurado sobre la base del racionalismo jurídico, constituye para Weber otro resultado del creciente proceso de racionalización occidental, en el que su exitoso desarrollo ya no requiere justificaciones religiosas. Es por eso que ahora la conducta humana es encauzada por las instituciones estatales, que han pasado a adquirir una muy distinta característica. El incremento y la despersonalización del poder, llevan al gobierno de funcionarios, el que produce una creciente burocratización de la vida política" (Pinto: 1998: 47).
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |