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Resumen del libro Slan, de Alfred E. Van Vogt (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4

Pronunciar aquellas palabras le hizo comprender cuan imperfectamente cerrado estaba en realidad su cerebro. Pese a que había mantenido su mente concentrada en el peligro y no en la corriente de sus triviales pensamientos, había captado lo suficiente para tener una breve y coherente historia de la muchacha.

Se llamaba Johanna Hillory. Era piloto de línea de la Línea de Marte, pero aquél tenía que ser su último viaje durante algunos meses, ya que se había casado recientemente con un ingeniero residente en Marte y esperaba un hijo; en vista de 10 cual fue asignada a cargos que requerían menos esfuerzos que la constante tensión nerviosa de la aceleración a la cual estaban sometidos los viajes por el espacio.

Jommy Cross empezó a tranquilizarse. Una recién casada esperando un chiquillo no tomaría probablemente decisiones desesperadas.

– Muy bien – dijo Jommy – dejemos, pues, nuestras armas al mismo tiempo y sentémonos.

Una vez las armas estuvieron en el suelo Jommy Cross contempló a la muchacha y le sorprendió ver en sus labios una leve sonrisa de ironía que fue aumentando

Desfallecido, Jommy vio que la muchacha lo amenazaba con una pequeña pistola que tenía en la mano izquierda. Sin duda, mantuvo aquella diminuta arma oculta en su, espalda durante aquellos momentos de tensión, esperando irónicamente el momento oportuno de hacer uso de ella. Su voz musical, de timbre de oro, prosiguió:

-¿Conque te has tragado toda esta historia de la pobre esposa separada. y el chiquillo, y el marido esperando ansioso? Una víbora ya crecida no hubiera sido tan crédula. Y en cambio ahora, la víbora joven morirá víctima de increíble estupidez.

X

Jommy Cross tenía la vista fija en la pistola sostenida con mano firme por la muchacha slan. En medio de la impresión sufrida, veía aquello que en el fondo le causaba aquella especie de desfallecimiento; era la forma como la nave avanzaba a velocidades vertiginosas. No había aceleración, era tan sólo aquel incansable avance de millas tras millas de vuelo, sin la menor indicación de si estaban todavía en la atmósfera de la Tierra o en el espacio libre.

Desfallecía. Su mente no sentía el menor terror, pero carecía también de todo plan. Toda idea de acción quedó completamente desplazada de su cerebro al darse cuenta de que estaba totalmente dominado. La muchacha había echado mano de sus propios defectos para derrotarlo.

Debía saber que su cortina mental era defectuosa y con una astucia casi animal, dejó transparentar su patética historia para hacerle creer que jamás, ¡oh, jamás!, tendría el valor de sostener una lucha a muerte. Ahora Jommy veía fácilmente que su valor era a prueba de acero y que no podía esperar competir con ella hasta dentro de muchos años.

Obedeciendo su orden, Jommy se apartó hacia un lado y la vio recoger del suelo las dos armas, primero la suya, después la de él. Pero ni durante un solo instante su mirada se apartó de Jommy, ni su mano tenía el menor temblor mientras seguía apuntándolo.

Dejó a un lado la pequeña arma que le había servido para engañarlo y volvió a recoger la primera y, abriendo un cajón que había bajo el cuadro de instrumentos metió la pistola de Jommy en él sin dirigirle siquiera una mirada. La actitud vigilante que conservaba no dejaba a Jommy la menor esperanza de poderla dominar. El hecho dé que no lo hubiese matado inmediatamente podía ser atribuido a que quería hablar con él. Pero no podía dejar esta posibilidad al azar.

-¿Te importa que te haga algunas preguntas antes de matarme? – dijo con voz hosca.

– Las preguntas las haré yo – respondió ella fríamente -. No puede tener ninguna finalidad el satisfacer tu curiosidad. ¿Qué edad tienes?

– Quince años.

– Entonces te encuentras en un estado de desarrollo mental y emotivo en el cual apreciarás incluso algunos minutos de retraso de la muerte – asintió ella -; y como un ser humano adulto, te complacerá, sin duda, saber que mientras contestes mis preguntas no apretaré el gatillo de esta pistola de energía eléctrica, si bien el resultado final será la muerte.

Jommy Cross no perdió el tiempo en reflexionar sobre estas palabras.

-¿Cómo sabrás que te digo la verdad? – respondió.

– La verdad aparece implícita en las mentiras más sagaces – dijo ella con una sonrisa confiada -. Nosotros, los slans sin tentáculos, careciendo de la facultad de leer los pensamientos, nos hemos visto obligados a desarrollar la psicología hasta sus limites más extremos. Pero dejemos esto. ¿Te han mandado a robar esta nave?

– No.

-¿Entonces, quién eres?

Jommy le hizo un breve relato de su vida y mientras ésta se iba desarrollando, veía que los ojos de la muchacha se entornaban y que la sorpresa fruncía con suavidad su frente.

-¿Tratas acaso de decirme – interrumpió secamente -, que eres el muchacho que vino al Centro del Aire hace seis años?

– Me impresionó mucho hallar una gente tan asesina, capaz incluso de dar muerte a un chiquillo en el acto – asintió él.

-¡Con que por fin ha llegado el momento! – exclamó ella echando llamas por los ojos -. Durante seis largos años hemos estado estudiando y analizando si teníamos derecho a dejarte escapar.

-¿De…jar…me, es…ca…par?… – balbució Jommy.

La muchacha no le hizo caso y prosiguió como si no le hubiese oído:

– Y desde entonces hemos estado esperando a nueva acción de las víboras. Estábamos casi seguros de que no nos delataríais porque no podíais desear que nuestra gran invención, las naves del espacio, cayesen en poder de los humanos. La principal cuestión que nos preocupaba era: ¿qué había detrás de aquella primera maniobra de exploración? Ahora, en tu intento de robar una nave-cohete tengo la respuesta.

Sumido en el silencio Jommy Cross escuchaba aquel erróneo análisis. El desaliento crecía en él. Un desaliento que no tenía nada que ver con el peligro que corría. Era la increíble locura de aquella guerra slan contra slan, cuya mortalidad rebasaba casi la imaginación. Con su voz vibrante teñida ahora por el triunfo, Johanna prosiguió:

– Es agradable saber seguro la verdad de lo que durante tanto tiempo sospechábamos y la prueba es casi increíble. Hemos explorado la Luna, Marte y Venus. Hemos llegado incluso hasta las lunas de Júpiter, y jamás hemos encontrado un astronave desconocida, y ni el menor rastro de una víbora. La conclusión es contundente. Por alguna razón, quizá porque sus reveladores tentáculos los obligan a estar siempre en movimiento, no han creado nunca las pantallas de antigravedad que hacen la nave-cohete posible. Cualquiera que sea la razón, la pura lógica tiende a demostrar inexorablemente que carecen de naves del espacio.

– Tú y tu lógica empezáis a fastidiarme – dijo Jommy Cross – Parece increíble que un slan pueda andar tan equivocado. Supongamos, supongamos sólo por un instante que lo que te cuento es verdad.

– Desde el principio – soltó ella con un esbozo de sonrisa en los labios -, había sólo dos posibilidades. La primera te la he expuesto ya. La otra, la de que no has tenido nunca contacto con los slans, nos ha preocupado durante muchos años. Comprendes, si habías sido mandado por los slans, sabían ya que controlábamos las vías aéreas. Pero sí eras independiente, poseías un secreto que tarde o temprano, cuando te pusieses en contacto con los slans podría ser peligroso para nosotros En una palabra, si tu versión es cierta, tenemos que matarte para evitar que en el futuro puedas informarlos de nuestros conocimientos y porque nuestra política es no correr riesgos con las víboras. En todo, tu muerte es segura.

Sus palabras eran duras, su tono helado. Pero mucho más amenazador que su tono o sus palabras, era el hecho de que para aquella mujer, ni la verdad ni la mentira, ni la justicia o la injusticia, tenían importancia. El mundo de Jommy se tambaleaba ante la idea de que si esta inmoralidad era la justicia slan, éstos no podían ofrecer al mundo nada que pudiese siquiera compararse con la simpatía, la bondad y la gentileza espiritual que tan frecuentemente había visto en los cerebros de los más bajos seres humanos. Si todos los slans adultos eran como ella, no había esperanza ya.

Su mente andaba errante por el espantoso abismo que separaba los slans, los seres humanos y los slans sin tentáculos y una idea más terrible y sombría aún se apoderó de él. ¿Era acaso posible que todos los grandes sueños y las grandes obras de su padre pudiesen perderse en aquel solitario desierto de la nada, destruidos y arruinados por estos dementes fratricidas? Los papeles de la ciencia secreta de su padre que hacía tan poco tiempo había retirado de las catacumbas estaban en el bolsillo, y aquella implacable criatura usaría y abusaría de ellos si no cejaba en su propósito de darle muerte. A pesar de toda lógica, a pesar de la certidumbre de que no podía esperar coger a un slan adulto desprevenido, tenía que conservar la vida a fin de evitar que esto sucediese.

Su mirada se fijó en el rostro de la muchacha viendo los surcos de preocupación de su frente, una preocupación que en nada aminoraba su vigilancia. Los surcos de la frente se suavizaron mientras decía:

– He estado examinando tu caso. Tengo, desde luego, autoridad para matarte sin consultar al consejo, pero se presenta el problema de si la situación que expones merece su atención o no, o si seria suficiente redactar un breve informe. No es una cuestión de piedad, de manera que no conserves esperanzas.

Pero él las conservaba. Para hacerlo comparecer ante el consejo se necesitaría tiempo y el tiempo para él era la vida. Pese a que se daba cuenta de que tenía que hablar con calma, puso cierto fuego al decir:

– Tengo que confesar que mi razón se siente paralizada por esta guerra entre slans con y sin tentáculos. ¿Es que tu gente no se da cuenta de hasta qué grado mejoraría la posición de todos los slans si quisierais cooperar con las «culebras», como vosotros nos llamáis? ¡Culebras! Esta sola palabra es la prueba de vuestra bancarrota intelectual; delata una campaña de propaganda llena de slogans y frases sin valor.

Pese a la llamarada que apareció en los ojos grises de la muchacha, sus palabras fueron despectivas.

– Una pequeña historia puede ilustrarte sobre el asunto de la colaboración slan. Los slans sin tentáculos llevan cerca de cuatrocientos años de existencia. Como los verdaderos slans, son una raza distinta, nacida sin tentáculos, que es lo único que los diferencia de las culebras. Por motivos de seguridad formaron comunidades en remotos distritos donde el peligro de ser descubiertos quedaba reducido a un mínimo, dispuestos a tener amistad con los verdaderos slans contra el enemigo común, el ser humano. ¡Cuál no sería, pues, su horror al verse atacados y asesinados, su cuidadosamente edificada civilización arrasada por las armas y el fuego, por los verdaderos slans! Hicieron desesperados esfuerzos por reanudar la amistad, por establecer contacto, pero todo inútil. Finalmente, comprendieron que sólo podían encontrar una cierta seguridad en las peligrosas ciudades regidas por los humanos. Allí los verdaderos slans, delatados por sus tentáculos, no osaban aventurarse.

El tono de mofa había desaparecido de su voz. Sólo quedaba en ella la amargura.

-¡Culebras! ¿Qué otras palabras pueden adaptarse a vosotros? No os odiamos, pero tenemos una sensación de engaño y de maldad. Nuestra política de destrucción es una mera defensa, pero se ha convertido en una implacable y feroz actitud.

– Pero seguramente vuestros jefes podrían tratar este asunto con ellos.

-¿Tratar este asunto con quién? Durante los últimos trescientos años no hemos podido localizar un solo lugar donde se esconda un verdadero slan. Hemos capturado alguno que nos atacaba, hemos matado algunos en plena lucha. Pero no hemos descubierto jamás nada acerca de ellos. Existen, pero acerca de dónde, cómo y cuáles son sus propósitos, no tenemos la menor idea. No hay un misterio mayor en la faz de la Tierra.

– Si esto es verdad – la interrumpió Jommy Cross con pasión -, por favor, levanta por un momento tu cortina mental para que pueda ver si tus palabras son sinceras. También yo he considerado esta lucha demente desde que descubrí que existían dos clases de slans y que estaban en guerra. Si puedo llegar a la absoluta convicción de que esta locura es unilateral podría…

La voz de la muchacha, seca como un bofetón, cortó su razonamiento.

-¿Qué quieres hacer? ¿Ayudarnos? ¿Tienes acaso la pretensión de que podamos jamás creerte y dejarte marchar libremente? Cuanto más hablas, más peligroso me pareces. Siempre hemos obrado bajo la suposición de que una culebra, a causa de su facultad de leer los pensamientos, es superior a nosotros y, por lo tanto no debe dársele tiempo de escapar. Tu juventud te ha dado diez minutos de vida, pero ahora que conozco tu historia no veo ya la utilidad de conservártela… Por otra parte, tu caso no me parece digno de ser llevado ante el consejo. Otra pregunta… y morirás.

Jommy Cross dirigió una mirada de odio a la mujer. No había ya el menor sentimiento amistoso en él, ni la menor relación entre el recuerdo de su madre y ella. Si decía la verdad, eran los slans sin tentáculos los que debían inspirarle simpatía, no los misteriosos y evasivos slans que obraban con tan incomprensible crueldad. Pero simpatizando o no, cada una de sus palabras le demostraba claramente cuán peligroso sería dejar que aquella poderosa arma que el mundo tenía que conocer, cayese en manos de aquella raza de odios infernales. Tenía que destruir aquella mujer. ¡Tenía que hacerlo! Rápidamente, dijo:

– Antes de hacerme la última pregunta, considera seriamente la oportunidad sin precedentes que se presenta ante ti. ¿Es posible que dejes que el odio deforme tu razón? Según tú misma has dicho, por primera vez en la historia de los slans sin tentáculos, te has encontrado con un verdadero slan que está convencido de que los dos tipos de slans podrían cooperar en lugar de aniquilarse.

-¡No seas idiota! – respondió ella -. Todos los slans que hemos capturado estaban dispuestos a prometer lo mismo.

Las palabras resonaban como golpes y Jommy se sentía alcanzado por ellos, derrotado, sus argumentos hechos añicos. En sus profundos sentimientos se había imaginado siempre los slans adultos como nobles criaturas, dignas, despreciativas de perseguidores, conscientes de su maravillosa superioridad. Pero…, ¿dispuestos a hacer promesas? Trató desesperadamente de restablecer su posición:

– Todo esto no cambia la situación. Puedes comprobar prácticamente lo que te he dicho. El hecho de que mi padre y mi madre fueron muertos. El hecho de haber tenido que huir del antro de la vieja ésta a quien has golpeado y que está en la habitación contigua, después de haber vivido con ella desde chiquillo. Todo te probará que soy quien digo ser; un verdadero slan que no ha tenido jamás relación con la organización secreta. Puedes despreciar tan a la ligera la oportunidad que se te ofrece? Ante todo, tú y tu pueblo debéis ayudarme a encontrar los slans, después actuaré como oficial de enlace y estableceré contacto en representación vuestra por primera vez en la historia. Dime una cosa, ¿has sabido jamas por qué los verdaderos slans odian a tu pueblo?

– No – dijo ella con perplejidad -. Algunos slans que hemos capturado han hecho la ridícula declaración de que no toleran ningún cambio en su raza. Dicen que sólo el perfecto resultado de la máquina de Samuel Lann debe sobrevivir.

-¿Samuel… Lann;.. máquina? – El hilo de sus ideas parecía casi desgarrar físicamente el cerebro de Jommy Cross -. ¿Quieres decir… crees que es verdad que los verdaderos slans fueron creados por una máquina?

Vio que la muchacha lo estaba mirando, frunciendo el ceño, intensamente.

– Empiezo casi a creer en tu historia – dijo lentamente -. Creía que todos los slans sabían que Samuel Lann había utilizado una máquina para operar la transformación en su mujer. Más tarde, durante el período sin nombre que siguió a la guerra de los slans, el uso de la máquina produjo una nueva especie: los slans sin tentáculos. ¿No sabían tus padres nada acerca de esto?

– Esta tenía que ser un misión – dijo Jommy Cross tristemente -, Hacer las exploraciones, establecer contacto, mientras mi padre y mi madre preparaban el…

Se detuvo, enojado consigo mismo. No era aquel el momento de reconocer que su padre había consagrado su vida a la ciencia y no hubiera querido perder un solo día en una investigación que sabía larga y difícil. La primera mención de la ciencia podía llevar a aquella mujer astuta e inteligente a examinar el arma, que sin duda creería una mera variación de la suya propia. Prosiguió:

– Si estas máquinas existen todavía, la acusación de que los slans hacen monstruos con los chiquillos humanos son verdad…

– He visto algunos de estos monstruos – asintió Johanna Hillory -. Fracasos, desde luego, fracasos todos ellos.

Jommy Cross se sentía terriblemente impresionado. Todo lo que durante tanto tiempo había creído, creído apasionadamente y con orgullo, se derrumbaba como un castillo de naipes. Las horrendas mentiras no eran tales mentiras. Los seres humanos estaban sosteniendo una maquiavélica lucha, casi inconcebible por su inhumanidad. Se dio cuenta de que Johanna Hillory seguía diciendo:

– Tengo que confesar, a pesar de mi convicción de que el consejo ordenará tu muerte, que los puntos que has suscitado constituyen una situación peculiar. He decidido hacerte comparecer ante ellos.

Jommy necesitó mucho tiempo para compenetrarse con el sentido de las palabras, que produjeron un gran alivio a sus nervios. Era como un peso insoportable que se elevase, se elevase… Finalmente tenía lo que tan desesperadamente deseaba: tiempo, tiempo… Que le diesen tiempo, y el azar podía prepararle un escape… Se fijó en la muchacha que se acercaba cautelosamente al cuadro de instrumentos. Produjo un leve ruido apretando un botón. Sus palabras llegaron a las alturas donde se habían remontado sus esperanzas y en el acto rodaron por el suelo.

-¡A todos los miembros del Consejo!… ¡Urgente!… Conectar con 7431 para juzgar inmediatamente un caso slan especial…

¡Juzgar inmediatamente! Se reprochó haber tenido esperanzas. Hubiera debido pensar que no tendrían necesidad de hacerlo comparecer físicamente ante el Consejo, cuando su ciencia de la radio suprimía todos los peligros de tal demora. A menos que los miembros del Consejo tuvieran una lógica diferente de la de Johanna Hillory, estaba perdido.

El silencio de espera que siguió fue más aparente que real. Se oía el continuo y palpitante zumbido de los cohetes, el débil silbido del aire contra la cubierta exterior, lo cual quería decir que la nave seguía navegando por la espesa atmósfera de la Tierra. Y había además el insistente chorro de pensamientos de Granny, combinándose todo para turbar el silencio.

– La impresión se hizo añicos. ¡Granny! ¡Granny activa, consciente, pensando! Johanna Hillory, al encontrarse al principio con la resistencia de Jommy y deteniéndose para interrogarlo antes de darle muerte, había dado tiempo a Granny de reaccionar del golpe que Johanna le había asestado en la cabeza para hacerle perder temporalmente el conocimiento y poder acercarse silenciosamente a él por detrás. Un golpe mortal hubiera producido una caída que hubiera resonado de una manera diferente a sus sensibles oídos. El desvanecimiento había sido de corta duración. La vieja granuja estaba despierta. Jommy abrió cuanto pudo su facultad de captación de ideas.

– Jommy, nos va a matar a los dos, pero Granny tiene un plan. Haz una señal para decirme que me has oído. Golpea el suelo con el pie. Jommy, Granny tiene un plan para impedir que nos mate.

Una y otra vez llegaba a su mente el insistente mensaje, nunca el mismo, siempre acompañado de extraños pensamientos e incontrolables digresiones. Ningún cerebro humano, tan mal educado como el de Granny, podía emitir una honda coherente de sus ideas. Pero el tema esencial era éste. Granny vivía. Granny se daba cuenta del peligro. Y Granny estaba dispuesta a cooperar hasta un extremo desesperado para evitar el peligro.

Jommy comenzó a golpear distraídamente el suelo con el pie, más fuerte, más fuerte, un poco más levemente…

«Granny oye»… captó. Se detuvo de golpear. Sus excitados pensamientos prosiguieron: «Granny tiene dos planes. El primero es hacer un fuerte ruido. Esto asustará a la mujer y podrás saltar sobre ella y Granny vendrá a ayudarte. El segundo plan es levantarse del suelo, meterse en la habitación donde estás, y abalanzarse sobre ella en el momento en que pase cerca de la puerta. Quedará sorprendida y en el acto puedes saltar y sujetarla.

-.Granny va a pensar: «Uno», «dos». Golpea con el pie después del plan que te parece mejor. Reflexiona sobre ellos un momento.»

No tenía necesidad alguna de reflexionar. El plan número uno fue inmediatamente rechazado. No había ruido por fuerte que fuese capaz de alterar los nervios de una slan. Una agresión física, algo concreto, era la única esperanza.

«Uno», dijo Granny mentalmente. Jommy esperó, cantando con ironía el ansia de la vieja de ver aceptado su primer plan, disminuyendo así el peligro que correría ella con el plan número dos, su precioso pellejo. Pero era una vieja astuta y en el fondo sabia que el plan número uno era poco eficaz. Finalmente, su cerebro pensó, a desgana:

«Dos».

Jommy golpeó el suelo con el pie. Simultáneamente se dio cuenta de que Johanna Hillory estaba hablando por radio, transmitiendo el relato de su vida y su ofrecimiento de cooperación; y al terminar emitió su opinión de que debía ser ejecutado.

Jommy pensó que unos minutos antes hubiera estado allí sentado escuchando con ansia las respuestas que iban llegando por el invisible altavoz. Eran voces profundas de hombres; otras más ricas y vibrantes de mujer. Pero ahora apenas seguía el hilo de sus discusiones. Una de las mujeres quería saber su nombre. Jommy veía que no todos estaban de acuerdo. Estuvo algún rato antes de darse cuenta de que se dirigían a él.

-¿Tu nombre? – dijo la radio.

Johanna Hillory se alejó de la radio acercándose a la puerta.

¿Eres sordo? – le gritó -. ¡Quiere saber tu nombre!

-¿El nombre? – repitió Jommy Cross con cierta sorpresa grabada en la mente. Pero nada podía distraerle en aquel momento supremo. Mientras golpeaba con el pie, toda idea desapareció de su cerebro. Sólo se daba cuenta de que Granny estaba de pie al lado de la puerta y captó las vibraciones que manaban de ella. La tensión de su cuerpo, la preparación para obrar y después, el terror. Esperó anhelante que llegase el momento, la parálisis amenazando su agotado cuerpo.

Todas las granujadas que había cometido durante su accidentada carrera acudieron en su ayuda. Entró en la habitación. Con los ojos brillantes, enseñando los dientes, se lanzó sobre la espalda de Johanna Hillory. Sus delgados brazos rodearon los hombros de la muchacha. Las llamas que brotaron del arma que Johanna tenía en los dedos alcanzaron inútilmente el suelo. Después, como un animal, se volvió con una fuerza irresistible. Durante un momento desesperado Granny salió agarrándola por los hombros. Era el momento justo necesario. Jommy Cross pegó un salto.

También en aquel instante Granny lanzó un agudo grito. Sus garras soltaron su presa y el desgarbado cuerpo quedó alargado en el suelo.

Jommy Cross no perdió tiempo en querer igualar una fuerza que sabía superior a la suya. En el momento en que Johanna Hillory se volvió como una tigresa hacia él, le asestó un rápido y fuerte golpe en la nuca. Era un golpe peligroso, y requería una perfecta coordinación de músculos y nervios. Hubiera podido perfectamente romperle el cuello, pero su destreza se limitó a dejarla sin sentidos. La sostuvo al desplomarse y mientras la tendía en el suelo su cerebro trató de captar el de la muchacha, franqueaba la destrozada cortina mental, buscando febrilmente. Pero el latir de su inconsciente cerebro era demasiado lento, el caleidoscopio de sus imágenes demasiado borroso.

Empezó a sacudirla suavemente, observando el rápido torbellino de sus ideas, mientras los movimientos físicos de su cuerpo aportaban leves cambios químicos que, a su vez, cambiaban la orientación de las ideas. Pero no habla tiempo para pensar en detalles y mientras las imágenes iban haciéndose más amenazadoras, se apartó rápido de ella y se acercó a la radio. Con la voz tan pausada como pudo, dijo:

– Sigo deseando discutir condiciones amistosas. Puedo ser de gran ayuda para los slans sin tentáculos -. No hubo respuesta. Repitió sus palabras con mayor insistencia, y añadió -: Tengo sumo interés en llegar a un acuerdo con una organización tan poderosa como la vuestra. Estoy dispuesto incluso a devolver la nave si me enseñáis lógicamente la forma de escapar sin caer en una trampa.

¡Silencio! Cerró la radio y se volvió hacia Granny que estaba medio sentada, medio echada en el suelo.

– No hay salida – dijo -. Todo esto, la nave, la muchacha slan, forman parte de una trampa en la cual nada se ha dejado al azar. Hay siete cruceros de cien mil toneladas fuertemente armados que nos están dando caza en estos momentos. Sus instrumentos de captación reaccionan sobre nuestras placas de antigravedad, de manera que ni la obscuridad es una protección. Estamos listos.

Las horas de la noche fueron pasando y con cada una de ellas la situación iba pareciendo más desesperada. De los cuatro entes animados que gravitaban por aquel cielo de un negro azulado sólo Granny estaba echada sobre una silla neumática sumida en un profundo sueño. Los dos slans y aquella incansable y vibrante nave, velaban.

¡Fantástica noche! Por una parte, la idea de que una fuerza destructora podía alcanzarlos a cada instante; por otra,… Como fascinado, Jommy Cross fijó la vista en la placa de visión y vio la veloz imagen que pasaba ante sus ojos. Era un mundo de luces que se extendía hasta el infinito, donde alcanzaba la vista, luces y más luces. Manchas obscuras, lagos, charcas, lagunas de luz…, comunidades agrícolas, pueblos y ciudades, y de cuando en cuando colosales metrópolis. Finalmente sus ojos se apartaron de las placas de visión y se volvió hacia donde estaba Joann Hillory, manos y pies atados. Sus ojos grises lo miraron interrogadores. Antes de que él pudiese decir nada, la muchacha dijo:

– Y bien, ¿has decidido ya?

-¿Decidido qué?

– Cuándo me vas a matar, desde luego.

Jommy Cross movió negativamente la cabeza, despacio.

– Lo que más me sorprende de tus palabras – dijo pausadamente – es esta actitud mental que considera que uno debe recibir o dar la muerte. No voy a matarte. Voy a soltarte.

– No hay nada sorprendente en mi actitud – respondió ella después de un breve silencio -. Durante cien años los verdaderos slans han matado a los nuestros a primera vista; durante cien años hemos tomado represalias. ¿Qué podía ser más natural?

Jommy Cross se encogió de hombros, impaciente. Había en él demasiada incertidumbre acerca ¿e los verdaderos slans para permitirse discutirlos ahora, cuando su única idea fija era escapar.

– Mi interés no reside en esta fútil y miserable guerra tridua entre slans y seres humanos. Lo importante son las siete naves de guerra que nos persiguen en estos momentos.

– Es sensible que lo hayas descubierto – respondió ella -. Ahora pasarás el tiempo en inútiles preocupaciones, formando planes. Hubiera sido mucho menos cruel para ti haberte considerado a salvo, y después, en el mismo momento en que descubrieses que no lo estabas, morir.

-¡No he muerto todavía! – exclamó Jommy Cross con viva impaciencia -. No me cabe la menor duda de que es mucha presunción por parte de un muchacho esperar, como estoy empezando a hacerlo, que debe haber una manera de salir de esta trampa. Tengo el mayor respeto por la inteligencia de los slans adultos, pero no olvido que tu pueblo ha sufrido ya varias derrotas. ¿Por qué, por ejemplo, si mi destrucción es cierta, esperan estas naves? ¿Qué esperan?

Johanna Hillory sonreía, con su bello y enérgico rostro sereno.

-¿No esperarás que conteste tu pregunta, verdad?

– Sí – respondió Jommy sonriendo, pero con cierta indiferencia -. Comprende – añadió -, durante estas últimas horas he envejecido un poco. Hasta la noche pasada era muy inocente, idealista. Por ejemplo, durante aquellos primeros minutos que estuvimos apuntándonos mutuamente, hubieras podido matarme sin resistencia por mi parte. Para mi, eras un miembro de la raza slan y todos los slans deben estar unidos. No hubiera podido apretar el gatillo para salvar mi alma. Te has demorado, desde luego, porque querías interrogarme, pero entonces tenias la oportunidad. La situación ha cambiado.

Los perfectos labios de la muchacha adquirieron una expresión pensativa.

– Creo empezar a ver a lo que vas.

– En realidad es muy sencillo – asintió Jommy sonriendo -. O contestas mis preguntas o te golpeo la cabeza y obtendré lo que quiera de tu cerebro inconsciente.

-¿Cómo sabrás que te digo la ver…? – comenzó ella. Pero se calló, abriendo sus ojos grises atemorizada al ver la mirada de Jommy -. ¿Esperas que…?

– ¡Sí! – exclamó él fijando la vista en sus ojos hostiles y relucientes -. Bajarás tu pantalla mental protectora. Desde luego, no espero tener un pleno acceso a tu mente. No tengo inconveniente en que controles tus pensamientos formando un círculo alrededor del tema. Pero tu pantalla debe bajar… ¡ahora!

La muchacha permanecía sentada, silenciosa, con un brillo de repugnancia en sus ojos grises. La mirada de Jommy era curiosa.

– Es sorprendente – dijo -. ¡Qué extraños complejos se desarrollan en las mentes que no tienen contacto directo con otras! ¿Es posible que vuestra raza haya construido en vuestro mundo interior otros mundos sagrados y secretos, y que después, como cualquier ser humano sensitivo, os avergoncéis de dejar ver estos mundos a los forasteros? Hay en ello material suficiente para un estudio psicológico que podría revelar la causa básica de esta guerra interslan. Sin embargo, dejemos eso. Recuerda – terminó – que he visitado ya tu mente. Recuerda también que de acuerdo con tu propia lógica, dentro de pocas horas seré abrasado para siempre por las llamas de los proyectores eléctricos.

– Desde luego – dijo ella apresuradamente esto es verdad. ¿Tienes que morir, verdad? Bien, contestaré tus preguntas.

La mente de Johanna Hillory era como un libro grueso que no podía medirse, con infinito número de páginas que analizar, y una estructura increíblemente rica e increíblemente compleja, embellecida por billones de impresiones acumuladas durante los años, por un intelecto de una aguda observación. Jommy Cross captó rápidos y tentadores destellos de sus últimas sensaciones. Veía, en una palabra, la imagen de un planeta indeciblemente desolado, de bajas montañas, arenoso, helado, todo helado… ¡Marte! Había imágenes de una bella ciudad encerrada entre cristales, de grandes máquinas funcionando bajo cegadoras baterías de luces. En algún sitio nevaba con una furia inusitada y en breve fue visible una nave del espacio que relucía como una joya bajo el sol, a través del grueso cristal de una ventana.

La confusión de imágenes fue aclarándose cuando la muchacha empezó a hablar. Hablaba lentamente, y él no hizo ningún intento de darle prisa, pese a su convicción de que cada segundo contaba y de que de un minuto a otro la muerte podía caer sobre aquella indefensa nave. Sus palabras y los pensamientos que las corroboraban eran como otras tantas piedras preciosas maravillosamente talladas, fascinadoras.

Los slans sin tentáculos habían sabido desde que empezó a trepar por la pared que se acercaba un intruso. Interesados principalmente por cuál sería su objeto no lo mataron cuando hubieran podido hacerlo sin dificultad. Habían dejado abiertos varios accesos a la nave y él utilizó uno de ellos, pese – y éste era un factor para él desconocido – a que los timbres de alarma no habían funcionado.

La razón por la cual las naves perseguidoras vacilaban en destruirlo era que se resistían a utilizar los proyectores eléctricos sobre un continente tan densamente habitado. Si subía a una altura suficiente para que cayese al mar, si se decidía a girar en torno al continente, su combustible se acabaría en el plazo de unas doce horas y al venir el alba podrían utilizar los proyectores eléctricos con un rápido y mortal efecto.

– Supongamos que aterrizase en la parte baja de una ciudad – dijo Jommy Cross -; podría quizá escapar por entre tantas casas, edificios y gente.

Si la velocidad de esta nave baja a doscientas millas por hora, quedará destruida, sin tener en cuenta el riesgo que comporta y que esperan todavía salvarme la vida capturando la nave intacta. Ya ves que soy franca contigo.

Jommy parecía silencioso. Estaba convencido, aterrado, de la realidad del peligro. No había la menor inteligencia en aquel plan. Era una mera cuestión de confianza en un gran número de cañones.

– Todo esto – dijo al final extrañado -, por un pobre slan, una nave. ¡Cuán intenso tiene que ser el temor que impulsa a un tan gran esfuerzo, a tal gasto, por tan poca compensación!

– Tenemos que juzgar a la víbora según nuestras propias leyes – respondió ella fríamente con el resplandor del fuego en sus ojos grises. Su mente estaba concentrada en el esencial significado de sus palabras -. Los tribunales humanos no ponen en libertad a los culpables porque cuesta más el proceso que el importe de lo robado. Aparte de esto, lo que has robado es de tal precio que sería el mayor desastre de nuestra historia que te escapases.

– Das por supuesto con excesiva facilidad que los verdaderos slans no están en posesión del secreto de la antigravedad – respondió Jommy muy impaciente -. Mi propósito es analizar durante los próximos años los verdaderos slans en su lugar de residencia y puedo asegurarte ya que, prácticamente, nada de todo lo que me has dicho será utilizado como prueba. La misma circunstancia de que vivan tan ocultos es una indicación de sus inmensos recursos.

– Nuestra lógica es muy sencilla – intervino Johanna -. No los hemos visto en naves-cohete, por consiguiente es que no las tienen. Ayer mismo, durante aquel ridículo raid sobre el palacio, su nave, aunque muy bella, era propulsada por varios motores a chorro, tipo de motor que desechamos hace ya más de cien años. La lógica, como la ciencia, es la deducción sobre la base de la observación, de manera…

Jommy Cross frunció el ceño contrariado. Cuanto hacía referencia a los slans, era malo. Eran estúpidos y asesinos, habían desencadenado una guerra estúpida, inútil y fratricida, contra los otros slans. Rondaban por el país utilizando sus diabólicas máquinas de transformación sobre las madres humanas, y las monstruosidades que de ello resultaban eran destruidas por las autoridades médicas. ¡Alocado propósito de destrucción! ¡No tenía sentido, sencillamente!

No se amoldaba al noble carácter de sus padres. No se amoldaba con el genio de su padre ni con el hecho de que él mismo había vivido seis años bajo la influencia de la baja mentalidad de Granny y permanecía inalterado, impoluto. Y finalmente no se amoldaba al hecho de que él, slan todavía muy joven, había caído en una trampa que ni tan sólo sospechaba y sólo porque uno de los mecanismos de la red interior de la nave, no había funcionado, permitiéndose así escapar a la venganza.

¡Su pistola automática! Un factor evidente era que ni tan sólo la sospechaban. Sería inútil, desde luego, contra las naves de guerra que navegarían detrás de ellos en la oscuridad. Necesitaría un año o quizá más para construir un proyector con un rayo suficientemente potente para reducir aquellas naves a pavesas. Pero una cosa podía hacer. Lo que podía tocar, su fuego destructor lo desintegraría en átomos componentes. Y ¡pardiez, con tiempo y un poco de suerte ya tenía la respuesta!

El destello de un reflector apareció en la placa visual. Al mismo tiempo la nave sufrió una fuerte sacudida, como un Juguete que acaba de recibir un formidable golpe. Los metales crujieron, las paredes temblaron, las luces parpadearon y entonces, mientras los ruidos de la violencia se iban desvaneciendo convirtiéndose en amenazadores susurros, pegó un salto de las profundidades de la silla donde había estado sentado y agarró el activador del cohete.

La máquina inicio en el acto una alocada aceleración. Contra la presión de la furiosa zambullida, avanzó y puso en acción la radio. La batalla había empezado y si no conseguía persuadirlos de desistir, no se presentaría jamás ante él la oportunidad de poner su único plan en acción. La rica y vibrante voz de Johanna Hillory repitió como un eco el pensamiento que latía en su cerebro.

-¿Qué vas a hacer? ¿Decirles que renuncien a sus planes? ¡No sean tonto! Si finalmente deciden sacrificarme, no vas a creer que tu bienestar les importe en lo más mínimo, ¿no te parece?

  XI

Fuera de la nave, el cielo nocturno era negro. Algunas estrellas centelleaban fríamente en la noche sin luna. No había el menor rastro de nave enemiga, ni un movimiento ni una sombra que se destacase contra la intensidad de aquel techo profundo, túrgido, negro. Dentro de la nave, el silencio fue roto por un grito ronco procedente de la habitación contigua, seguido de un rencoroso chorro de vituperios. Granny estaba despierta.

-¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

Hubo un breve silencio e inmediatamente después el súbito final del rencor y el alocado comienzo del miedo. Instantáneamente sus aterrados pensamientos brotaron como un frenético chorro. Obscenas maldiciones, fruto del terror, saturaron el aire. Granny no quería morir. Que matasen a todos los slans, pero no a Granny. Granny tenía dinero

Estaba borracha. El sueño había hecho que la bebida se apoderase nuevamente de ella. Jommy Cross cerró su mente a sus pensamientos y en el acto llamó por radio.

-¡Al comandante de las naves de guerra! ¡Al comandante de las naves de guerra! Johanna Hillory vive. Estoy dispuesto a liberarla al amanecer con la única condición de que se me permita volver nuevamente al aíre.

Hubo un silencio y la voz pausada de una mujer penetró en la habitación.

– Johanna, ¿Estás ahí?

– Sí, Manan.

– Muy bien – prosiguió la pausada voz de la desconocida -, aceptamos bajo las siguientes condiciones: Nos informarás con una hora de anticipación del lugar donde aterrizarás. El punto de aterrizaje debe estar situado por lo menos a treinta millas, es decir, a cinco minutos de la gran ciudad más próxima que permitan la aceleración y desaceleración. Supongamos, desde luego, que crees poder escapar. Muy bien. Tendrás dos horas más de oportunidad. Tendremos a Johanna Hillory. ¡Buen cambio!

– Acepto – dijo Jommy Cross.

-¡Espera! – gritó Johanna. Pero Jommy Cross fue demasiado rápido para ella. Una fracción de segundo antes de que el grito hubiese salido de sus labios sus dedos habían cortado la radio. Se volvió hacia ella.

– No hubieras debido levantar tu cortina mental. Era toda la advertencia que necesitaba. Pero, desde luego, te hubiera ganado de las dos maneras. Si no hubieses levantado la cortina mental hubiera captado también el pensamiento de tu cerebro.

¿Qué súbita pasión alocada es ésta – preguntó mirándola con suspicacia – que te induce a sacrificarte sólo para negarme dos horas más de vida?

La muchacha permaneció silenciosa. Sus grandes ojos grises tenían una expresión más pensativa que nunca. En tono de gentil mofa, Jommy Cross le dijo:

-¿No podría ser el hecho de que me concedas la posibilidad de escapar?

– Me estaba preguntando – dijo ella – por qué los timbres de alarma del edificio de las naves del espacio no nos advirtieron la forma exacta cómo te aproximabas a esta nave. Hay en esto un factor que al parecer no tuvimos en cuenta. Si debes realmente escapar con esta nave…

– Escaparé – dijo Jommy con calma -, viviré a pesar de los seres humanos, a pesar de Kier Gray y de John Petty y de la cruel banda de asesinos que vive en el palacio. Viviré a pesar de la vasta organización de los slans sin tentáculos y sus asesinas intenciones. Y algún día daré con los verdaderos slans. No ahora, porque un muchacho joven no puede esperar triunfar donde los slans sin tentáculos han fracasado, pese a los millones que son. Pero los encontraré, y aquel día… -. Hizo una pausa; después, gravemente, prosiguió: -Miss Hillory, quiero darte la seguridad de que ni esta nave, ni ninguna otra, será empleada jamás contra tu pueblo.

– Hablas muy aventuradamente – respondió ella con súbita amargura -. ¿Cómo puedes asegurar nada en nombre de estos implacables seres que gobiernan los consejos de las víboras?

Jommy Cross se quedó mirando a la muchacha. En sus palabras había algo de verdad. Y sin embargo, una parte de la grandeza que tenía que ser la suya se apoderó de él mientras permanecía en aquella sala de controles, con su reluciente cuadro de instrumentos, las brillantes placas visuales y los bellos muebles en que estaba sentado. Era el hijo de su padre, heredero de los frutos del genio de su padre. Que le diesen tiempo, y sería el señor del poder irresistible. La suave llama de todos estos pensamientos se infiltró en sus palabras al decir:

– Puedo decirte, en verdad, que de todos los slans que viven en el mundo hoy, ninguno es tan importante como el hijo de Peter Cross. Donde quiera que vaya, mis palabras y mi voluntad tendrán influencia. El día en que encuentre a los verdaderos slans la guerra contra tu pueblo habrá terminado para siempre. Has dicho que mi salvación sería el peor desastre que puede ocurrir para los slans sin tentáculos; al contrario, será la mayor de sus victorias. Algún día tú y los tuyos os daréis cuenta de ello.

– Entre tanto – dijo la muchacha con una sonrisa irónica – tienes dos horas para huir de siete cruceros pesados pertenecientes a los verdaderos gobernantes de la Tierra. De lo que no pareces darte cuenta es de que actualmente no tememos ni a los seres humanos ni a las víboras, y que nuestra organización sobrepasa todo lo imaginable. Cada pueblo, cada capital, cada ciudad, tiene su gremio de slans sin tentáculos. Conocemos nuestra fuerza, y el día menos pensado saldremos a la luz del día, nos apoderaremos del gobierno y…

-¡Eso seria la guerra! – saltó Jommy Cross.

– En el plazo de dos meses aniquilaremos cuanto tenían – fue la respuesta de la muchacha.

-¿Y entonces, qué? ¿Qué será de los seres humanos en este post-mundo? ¿Concibes acaso cuatro billones de esclavos a perpetuidad?

– Somos inconcebiblemente superiores a ellos. ¿Es que tenemos que vivir escondiéndonos constantemente, pasar privaciones en los más fríos planetas, cuando suspiramos por la verde Tierra y la libertad de esta eterna lucha contra la naturaleza… y contra los hombres que tan valientemente defiendes? No les debemos más que dolor. Las circunstancias nos obligan a devolvérselo con intereses.

– Preveo el desastre para todos… – dijo Jommy Cross.

La muchacha se encogió. de hombros y respondió:

– El factor que obró en tu favor en el Centro del Aire, cuando nuestra actitud era negativa a esperar los acontecimientos, no puede ayudarte jamás ahora, cuando nuestra actitud es definitivamente positiva de aniquilarte con nuestras más poderosas armas. Un minuto de fuego reducirá esta nave a cenizas que caerán sobre la tierra en forma del más sutil polvo.

-¡Un momento! – exclamó Jommy Cross.

Se detuvo en seco. No había ni soñado que el limite de tiempo sería tan corto y que ahora tendría que depender de la tenue esperanza psicológica de que la velocidad de la nave engañase sus sospechas. Con voz dura, dijo:

-¡Basta de estas estupideces! Voy a llevarte a la habitación contigua. Tengo que fijar algo en la nariz de la nave y no debes saber qué es lo que fijo.

Las luces de la ciudad aparecieron por el oeste un momento antes de aterrizar. Después, el muro de un valle cerró a su vista el mar resplandeciente. La nave se, posó sobre el suelo con la suavidad de una ave mientras Jommy equilibraba las placas de antigravedad. Apretó el resorte que abría la puerta y desató a la muchacha.

Con la pistola eléctrica de la muchacha en la mano, ya que había sujetado la suya en la punta de la nave, vio a Johanna Hillory detenerse un momento en el umbral. La aurora empezaba a asomar por detrás de las colinas de levante y la luz, todavía de un gris sucio, marcaba la curiosa silueta de su enérgica y bien formada figura. Saltó a tierra sin decir una palabra. En el momento en que Jommy avanzó hacia el umbral pudo ver la cabeza de la muchacha al nivel de la parte baja de la puerta, iluminada por el resplandor que brotaba del interior de la nave.

– ¿Cómo te sientes? – le preguntó.

– Un poco emocionado – dijo él encogiéndose de hombros -, pero la muerte me parece remota y difícilmente aplicable a mí.

– Más aún – respondió ella con calor -. El sistema nervioso de un slan es una fortaleza casi inexpugnable. No puede ser afectada por la demencia, los «nervios» o el miedo. Cuando matamos, es porque la lógica nos ha llevado a esta política. Cuando la muerte amenaza nuestras vidas, aceptamos nuestra situación, luchando hasta el final con la esperanza de que un factor imprevisible nos salve, y, finalmente, contra nuestra voluntad, nos inclinamos ante el fantasma de la muerte, conscientes de no haber vivido en vano.

Jommy la miró con curiosidad, proyectando sus pensamientos sobre los de la muchacha, sintiendo el suave latir de sus pulsaciones y el extraño tono semiamistoso de su voz y brotando de su cerebro. Entornó los ojos ¿Qué propósito se estaba formando en aquel cerebro frío, sensible, ajeno a todo sentimentalismo?

– Jommy Cross – prosiguió Johanna -, quizá te extrañe saber que he llegado a creer tu historia y que no solamente eras o que afirmas ser, sino que profesas realmente los ideales que pretendes. Eres el primer auténtico slan que he encontrado en la vida, y siento ceder la tensión que me dominaba como si, después de tantos siglos, se levantase aquella sombra mortal. Si escapas a nuestros cañones, te pido que conserves tus ideales cuando crezcas y no nos traiciones. No te conviertas en el instrumento de unos seres que sólo han usado la muerte y la destrucción durante tantos años sombríos. Has ocupado mi cerebro y sabes que no te he mentido acerca de ellos. Cualquiera que sea la lógica de su filosofía, es equivocada, porque es inhumana. Tiene que ser equivocada, porque sus resultados han sido unos sufrimientos sin fin.

¡Si huía! ¡Con que era así! Si conseguía huir, ellos dependerían de su buena voluntad y la muchacha jugaba ahora esta carta, cualquiera que fuese el valor que tuviese.

Pero recuerda una cosa – prosiguió Johanna Hillory -, y es que no debes esperar ayuda por nuestra parte. Por medida de seguridad debemos considerarte como un enemigo. Demasiadas cosas dependen de ello, el destino de todo mi pueblo está en juego. De manera que no esperes en fecha futura encontrar merced, Jommy Cross, por lo que te haya dicho o porque me has liberado. No intervengas en nuestra vida porque, te lo advierto, representa tu rápida destrucción. Reconocemos a los verdaderos slans una inteligencia superior, o mejor dicho, un desarrollo superior de su inteligencia, debido a su facultad de leer los pensamientos, pero no hay astucia de la cual no los creamos capaces, no hay implacabilidad que no hayan igualado. Un plan que requiera cincuenta o cien años de preparación no les es desconocido. Por consiguiente, pese a que doy crédito a lo que me has dicho, ante la incertidumbre de la forma cómo puedes desarrollarte y tranformarte cuando crezcas, me inclinaría a matarte en este mismo instante si estuviese en mi poder. No pongas por lo tanto jamás a prueba nuestra buena voluntad. Es la sospecha, no ]a tolerancia, lo que nos gobierna. Pero ahora, adiós y, por paradójico que pueda parecer… ¡buena suerte!

Jommy permaneció viéndola alejarse graciosamente y perderse en la oscuridad que cubría el valle por el oeste, el camino que llevaba a la ciudad, su camino también. Su forma se convirtió en una sombra en medio de la penumbra de la noche. Desapareció detrás de una colina. Jommy cerró rápidamente la puerta, entró en el almacén y cogió un par de trajes del espacio de la pared. La vieja refunfuñó débilmente cuando la obligó a endosarse uno de ellos. Él se puso el otro y entró en la sala de controles.

Cerró la puerta tras el rostro contorsionado de Granny que seguía sollozando detrás del cristal del traje y se sentó fijando intensamente la mirada en la placa visual. Sus dedos buscaron el activador de las placas de antigravedad; y entonces acudió la vacilación, la duda que había ido creciendo en él durante cada segundo que lo había ido acercando al momento de la acción. ¿Era posible que aquel plan tan sencillo surtiese efecto?

Jommy Cross veía las naves como Oscuros puntos en el cielo. El sol brillaba ya haciendo relucir las metálicas formas de torpedo, como diminutos insectos sobre el inmenso cielo azul. Las nubes y neblinas del valle iban fundiéndose con mágica rapidez y si la claridad con que podía verlas en la placa visual era digna de fe, incluso el tiempo se estaba poniendo en contra de él. Las sombras de aquel angosto valle lo ocultaban todavía, pero dentro de pocos minutos la perfección del día empezaría a disminuir todas sus posibilidades de salvación.

Su cerebro estaba tan intensamente concentrado, que por un momento el deformado pensamiento que acudió a su mente le pareció venir de sí mismo.

«…no necesitas preocuparte. La vieja Granny se librará del slan. Tomará un poco de maquillaje y se cambiará la cara. ¿De que le serviría haber sido actriz si no pudiese cambiar sus facciones? Granny se convertirá en una mujer deliciosa y blanca como ha sido. ¡Si!»

Parecía sufrir convulsiones al pensar en su rostro y Jommy Cross apartó la imagen de su mente. Pero recordaba sus palabras. Sus padres habían usado cabello postizo, pero el necesario e incesante corte del natural no había dado resultado satisfactorio. Sin embargo, los verdaderos slan se veían obligados a hacerlo constantemente, y ahora que tenía edad suficiente para conseguirlo de una manera satisfactoria, la ayuda de Granny y su experiencia podían ser la respuesta.

Era extraño, ahora que había trazado sus planes para el futuro, su vacilación desaparecía. Ligera como una mota de polvo, la nave se alejaba de Tierra, alcanzando enorme velocidad bajo el empuje de los cohetes. Cinco minutos de aceleración y desaceleración, había dicho el comandante slan. Jommy sonrió. No desaceleraría. A una velocidad no disminuida se lanzó contra el río que formaba una línea negra en las afueras de la ciudad, la ciudad que había elegido precisamente porque tenía un río. En el último momento accionó a fondo toda la desaceleración.

Y en aquel memento final, cuando era ya casi demasiado tarde, la confianza de los comandantes slans debió flaquear; olvidaron su resistencia a hacer uso de sus cañones y mostrar sus naves tan cerca de una ciudad humana… y se cernieron como siete aves de rapiña, lanzando fuego desde los siete cruceros. Jommy Cross tiró suavemente del alambre que accionaba el gatillo del arma, montada en la punta delantera de la nave.

Desde el exterior un violento golpe aumentó la velocidad de trescientas millas a la hora de la nave. Pero apenas se dio cuenta de aquel único efecto del fuego de la nave enemiga. Su atención estaba concentrada en su propia arma. En cuanto tiró del alambre se produjo una llamarada blanca. Instantáneamente un círculo de dos pies de diámetro de la punta de su nave desapareció y el mortífero rayo blanco se extendió hacia delante en forma de abanico, disolviendo él agua del río frente a la nave en forma de torpedo y por el túnel así formado se deslizó en plena desaceleración bajo la espantosa explosión de los tubos propulsores.

Las placas de visión se oscurecieron con agua encima y debajo, después se ennegrecieron todavía al terminarse el agua, y la inconcebible ferocidad de la destrucción atómica iba abriendo pasó en la tierra más y más profundamente.

Era como volar por el aire, salvo que no había otra resistencia que la presión de las explosiones de los cohetes. Los átomos de la tierra, destrozados en sus elementos componentes, perdían instantáneamente su irreal solidez matemática y ocupaban un espacio tenuemente ocupado por la materia. Diez millones de años de formación cohesiva se desvanecieron convirtiéndose en el más bajo estado de materia primitiva.

Con la mirada fija Jommy contemplaba la aguja de los segundos de su reloj; diez, veinte, treinta…, un minuto. Comenzó a levantar la nariz de la nave hacia arriba, pero la enorme presión de la desaceleración hacía toda la nivelación física imposible. Transcurrieron treinta segundos antes de que cortase el número de explosiones de los cohetes y el final estuvo a la vista.

Al cabo de dos minutos y veinte segundos de avance subterráneo la nave se detuvo. Debía estar cerca del centro de la ciudad y tenía aproximadamente ocho millas de túnel detrás de él por el que penetraría el agua del deformado río. El agua cerraría el paso, pero. los frustrados slans no necesitarían intérprete para comprender lo ocurrido. Además, sus instrumentos debían señalarle en aquel momento la situación de la nave.

Jommy Cross se echó a reír alegremente. Bien, que lo supiesen. ¿Qué podían esperar hacerle ahora? Tenía el peligro delante, desde luego, mucho peligro; especialmente cuando Granny y él saliesen a la superficie. Toda la organización de los slans sin tentáculos debía haber sido advertida ya. Sin embargo, aquello era el futuro. De momento, la victoria era suya y era agradable, después de tantas horas de agotamiento y desesperación. Ahora venía el plan de Granny que consistía en separarse y adoptar un disfraz. La risa se desvaneció en sus labios.

Estaba sentado pensativo y se dirigió a la habitación contigua. La negra bolsa del dinero estaba sobre el regazo de la mujer, protegida por su garra de bestia feroz. Antes de que pudiese darse cuenta de sus intenciones, la había cogido. Granny lanzó un grito y se arrojó sobre él. Fríamente, la mantuvo a distancia.

– No te excites. He decidido adoptar tu plan. Trataré de disfrazarme de ser humano y nos separaremos. Voy a darte cinco mil dólares. El resto lo tendrás dentro de un año aproximadamente. He aquí lo que tienes que hacer.

Detenidamente, le explicó:

– Yo necesito un sitio donde vivir, de manera que te irás a las montañas y comprarás un rancho o lo que sea. Una vez estés instalada pon un anuncio en un periódico. Yo contestaré por el mismo camino y podremos seguir juntos. Conservaré el dinero para el caso de que decidieses traicionarme. Lo siento, pero fuiste tú quien me capturaste primero y por lo tanto tienes que seguir conmigo. Pero ahora tengo que volver atrás y tapar el túnel. Algún día dotaré esta nave de energía atómica y no quiero que los demás vengan hasta entonces.

Tenía que abandonar aquella ciudad durante algún tiempo, para emprender un viaje transcontinental. Allí podía encontrar otros slans sin tentáculos. De la misma manera que su padre y su madre se habían conocido accidentalmente, la suerte podía depararle encontrarse con otro verdadero slan. Además, había también la primera investigación que era necesario hacer sobre el todavía rudimentario plan que iba tomando forma en su cerebro. El plan de pensar el camino a emprender hacia los verdaderos slans.

XII

Buscó… y triunfó. En la tranquila reclusión de su laboratorio en el rancho de Granny en el valle, los planes y proyectos que su padre habla impreso en su mente fueron convirtiéndose lentamente en realidades. Aprendió de cien maneras distintas a controlar la ilimitada energía que conservaba en sagrado depósito, para el bien de los slans y los seres humanos a la vez.

Descubrió que la efectividad de la invención de su padre era el resultado de dos hechos básicos:

que la fuente de energía podía ser tan diminuta como algunos granos de materia, y que el efecto no tenía necesariamente que adoptar la forma de calor. Podía ser convertido en movimiento o vibración, en radiación y, directamente, en electricidad.

Comenzó a construir un arsenal. Transformó una montaña cercana al rancho en fortaleza, sabiendo que sería insuficiente contra un ataque de conjunto, pero siempre era algo. Con una ciencia protectora todavía más vasta a su disposición, sus investigaciones adquirieron un carácter más determinado.

Jommy Cross parecía seguir siempre caminos que relucían más allá de lejanos horizontes, o llevaban a extrañas ciudades, todas ellas pobladas de, interminables ejemplares de seres humanos. El sol salía y se ponía, y volvía a salir y ponerse, y había también melancólicos días de lluvia e incontables noches. Pese a que estaba siempre solo, la soledad no lo afectaba, porque su alma desbordante se nutría de la insaciada ansia y del tremendo drama que cotidianamente se representaba ante sus ojos. Doquiera fijase su atención, encontraba la organización de los slans sin tentáculos, y semana tras semana aumentaba su preocupación. ¿Dónde estaban los verdaderos slans?

El misterio era un problema sin solución que no lo abandonaba un momento. Seguía sus pasos mientras caminaba lentamente por una calle de su centésima… ¿o era milésima ciudad?

La noche cerraba sembrada de iluminadas ventanas de las tiendas y cien millones de deslumbradoras luces. Se detenía ante un puesto de periódicos y compraba todos los de la ciudad; después regresaba a su coche, aquella nave de guerra especial sobre ruedas de aspecto ordinario que no se apartaba jamás de su vista. El viento fresco de la noche volvía las hojas de los periódicos mientras él recorría rápidamente sus columnas.

El viento refrescó un poco y trajo a su olfato un relente de lluvia. Una ráfaga de viento hizo presa sobre la hoja de papel, la desgarró, la hizo revolotear por el aire y se la llevó calle abajo jugueteando con ella. Dobló cuidadosamente el periódico para protegerlo de la furia del viento y subió a su coche. Una hora después arrojaba los siete periódicos al cesto de los papeles de la acera. Reflexionando profundamente volvió a subir al coche y se sentó al volante.

La vieja historia de siempre. Dos de los periódicos eran de los slans enemigos. Le era difícil observar la sutil diferencia, la coloración especial de los artículos, la mi

"RESUMEN DEL LIBRO SLAN"

Autor: ALFRED E. VAN VOGT

Traducción de MANUEL BOSCH BARRET

E. D. H. A. S. A.

BARCELONA BUENOS AIRES

TITULO DEL ORIGINAL EN INGLES: «SLAN»

Depósito Legal: B. 3961 -1963

© by Editora y Distribuidora Hispano Americana, S. A.

Avda. Infanta Carlota, 129. Barcelona

N.º. Rgtro. 3075-55

 

Enviado por:

 Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

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Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

Partes: 1, 2, 3, 4
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