- Para lograr paciencia he aquí algunos consejos
- Algunas estrategias para poder ser más tolerante
- En resumen
- Miedo al cambio: Cambiar intimida…
- Los hábitos o patrones de conducta
- La crisis en el cambio de etapa
- En resumen
- Miedo al deber: Con este anillo te desposo hasta que la muerte nos separe
- El miedo a las obligaciones y a perder la dependencia
- El por qué del miedo
- Bibliografía
"…algo tan fácil de perder y tan difícil de encontrar."
En cierta manera este es un otro de los tantos artículos que me inspiran la espiritualidad — ese atributo tan especial que nos separa, sin excluirnos, de la sublime particularidad sacrosanta — que la Naturaleza nos asignara cuando nos diera el soplo de la vida.
El libro de Job relata en la Biblia un episodio que ha quedado como paradigma de la paciencia. Dice este antiguo cuento que el acaudalado campesino Job empezó un día a perder a sus hijos, su mujer, sus sobrinos, sus campos sin una razón aparente. Al tiempo de sufrir estas calamidades Job se atrevió a inquirir a Dios el porqué Él permitía que le sucedieran estas cosas, ya que había en Job una sensación de frustración, una decepción y todos los sentimientos –– muy humanos –– que se provocan en estas situaciones. El tono del reclamo de Job era fuerte y exaltado pero Dios no le contestaba. Job, sin embargo terminaba su alegato, conformándose con las decisiones divinas.
Job mientras su esposa se burla de él por G. de la Tour
Así pasaron como cien años y el buen Job esperaba pacientemente una respuesta. Cuando las inquisiciones de Job cesaron un buen día Dios contestó y dijo:
".. .y Yo mismo te rendiré homenaje por la victoria que te da tu diestra".
A partir de ese momento los rebaños de Job se multiplicaron hasta hacerse inmensos, sus campos volvieron a producir. Tuvo otra mujer y hermosos hijos. Job gozó aun de esta bonanza hasta el final de sus 438 años, legándonos un bonito ejemplo de paciencia. ¿Se imaginan con que estoicismo debió soportar Job esta terrible experiencia?
…¿Y, nosotros, consumidos por la inquietud que nos causa la llegada atrasada del periódico matinal?
Paciencia nos dice el diccionario que "es la virtud consistente en sufrir resignadamente los males y adversidades". Como segunda acepción, nuestro buen arbitrio, nos dice que es "una virtud opuesta a la ira". Sin embargo, la tercera acepción es la que nos interesa: "tranquilidad y sosiego en la espera de las cosas". Aprender a ser pacientes consiste en tener ciertas habilidades que nos permitan observar las situaciones, evitando perder el control de la circunstancia y las emociones — algo que en la niñez y en la adolescencia son escasas.
La paciencia es una actitud de atención y de aguante a una cosa que nos interesa mucho y que nuestro descontrol puede dañarla. Paciencia es el arte de concentrarse en soportar ciertas condiciones.
Paciencia es sustento de toda terapia y del logro de perder de peso…
Para lograr paciencia he aquí algunos consejos
1.- Pausar: distanciarse de los asuntos, reflexionar, tomarse un tiempo y decidir qué hacer. Después de la pausa se retoma la situación, con la mente despejada y una solución razonada.
2. Refrene las expectativas. Si la situación a la que le está mostrando paciencia, está dada en expectativas altas — Trate de reducir las mismas, porque no logrará en ese momento lo que se propone y sólo le ocasionaran más frustraciones y molestias.
3. Comunique el motivo de su impaciencia a quien la provoca y pídale que le ayude a entenderla. Hacerlo así le hace compartir parte de la carga que le agobia y ayuda a disminuir la frustración.
4. Adáptese al ritmo de los demás sin rendir su dignidad. Es más fácil adaptarse a los demás, que los demás se adapten a uno.
Paciencia, en cierto modo, es soberanía sobre uno mismo. Y este autocontrol extendido vendría a ser la tolerancia. Como puede verse, un concepto nos va llevando a otro pero ahora creo que al analizar la tolerancia encontraremos lo que estamos buscando para todos. Tolerar significa respetar, considerar, acomodar las opiniones, comportamientos de los demás a los nuestros — puede decirse que nuestra reacción ante cualquier acto u opinión debe ser diferida, demorada ya que está siendo analizada fría y racionalmente, porque la reacción inmediata a menudo es emotiva, pasional, obnubila la razón y nos hace cometer fallas. El tener una actitud tolerante, entonces, nos pone por encima del ocasional interlocutor porque no caemos en el juego del "dime y el te diré" y nuestra respuesta diferida, siempre es apropiada, racional y orientada a nuestros objetivos. Si no nos planteamos ningún designio en nuestras relaciones con los demás, estos no tienen mayor futuro para desarrollarse.
Esclavas esperando su compra en Etiopía — 2005
Algunas estrategias para poder ser más tolerante
1. Las reacciones emotivas inmediatas deben estar controladas. Necesariamente se debe visualizar el objetivo de la relación con la persona para diferir o templar la reacción. En el caso de familiares, pareja o persona cercana; creemos, que la respuesta debe ser altamente diferida, analizada, racionalizada y después emitida porque lo que queremos de ellos:
a) Mantener, de por vida, una relación sólida y estable
b) Ayudarlos a desarrollar una personalidad madura, si es lo esperado bajo las circunstancias
c) Evitar que se emplace en el otro un sentimiento de desconfianza — especialmente en toda relación terapéutica (Véanse mis ponencias separando la terapia de o terapéutico).
2. La vida cotidiana con el vaivén de idas y venidas, del sin fin de actividades que nos hacen perder de vista lo importante — por lo apremiante — y lo inmediato por lo necesario. No dejemos pasar lo importante por pensar en lo urgente, o lo necesario, o lo inmediato.
3. Finalmente ser paciente, nos lleva a ser tolerante — pero tolerancia también nos lleva a actuar sin contradicciones entre los pensamientos, las palabras y las acciones.
Proponerse hacer lo mejor posible, hace ganar la confianza e inspira fe en los demás.
No traicionar la confianza ajena y la propia nos conduce a una vida de integridad porque nuestro interior y exterior son como la imagen de un espejo.
En resumen
La premura no es buena; y es, precisamente, la herramienta preferida de quienes pretenden usarnos o manipularnos — no seamos sus víctimas.
Cuando en búsqueda de sus propios intereses, algunos desean impelernos a que seamos precipitados en nuestras respuestas, es entonces el momento de seguir nuestra injunción práctica, diciéndoles quedamente: "Déjame pensar"…
Muchos quienes lo han escuchado entienden por qué lo digo…
Ahora hablaremos de otros miedos
Miedo al cambio: Cambiar intimida…
Las transformaciones físicas y vitales que se producen a lo largo de los años pueden asumirse con naturalidad y sin angustia.Es curioso observar cómo a lo largo de la vida los cambios en nuestra forma de ser se producen sin apenas darnos cuenta. Modificamos el carácter como reacción a determinados acontecimientos y no como resultado de una planificación voluntaria. Se vive, pero se revisa poco la vida, tal vez llevados por la creencia errónea de que la personalidad no cambia. "Uno o una es así, y así es", suele decirse. Sin embargo, se puede cambiar para mejorarse uno mismo y para mejorar las relaciones con los demás. En definitiva, se pueden revisar los patrones de conducta y conformar el carácter más cercano al gusto propio.
En eso es que se basa toda terapia.
Además, se quiera o no, en el propio crecimiento personal aparecen necesidades que antes no existían, y esto impulsa a la persona a efectuar modificaciones en su manera de vivir. Esta necesidad se conoce como "crisis", una idea a la que se le asigna de manera habitual un significado negativo porque define una fase en la que la persona experimenta un nivel de angustia mayor de lo normal. (Véanse mis artículos al respecto).
Para superarlo, y asumirlo, hay que entender que el cambio es natural y necesario — como también lo son la incertidumbre y el miedo que trae consigo, porque implican el paso de un estado conocido a otro desconocido, de unos hábitos a otros.
No es fácil… pero, es posible…
Los hábitos o patrones de conducta
Los hábitos se desarrollan a medida que vivimos y establecen las formas predeterminadas de actuar en toda situación. Esto es así porque tendemos a repetir las conductas que en ocasiones anteriores nos han dado buenos resultados o, por lo menos, nos permiten anticipar con certeza lo que vamos a obtener. En la conformación de esas pautas de comportamiento estamos influidos por las características de nuestra personalidad. Por tanto, en cierta medida, seguimos el dictado de una tendencia innata y refleja. Pero sólo en cierta medida, debido a que con el paso del tiempo las conductas se arraigan a fuerza de repetirlas.
Por eso conviene revisarlas y, si fuera necesario, reformarlas. No siempre resulta fácil, pero a veces no queda más remedio, sobre todo si queremos librarnos de lo que representa un obstáculo para hacer real la posibilidad de ser más felices. No en vano, la motivación para afrontar una situación es siempre satisfacer alguna necesidad.
En esas premisas se asientan nuestros fallos crónicos a dejar de fumar, o de adelgazar sanamente.
Las necesidades de las personas van transformándose a medida que van recorriendo las etapas del desarrollo personal, que no siempre se corresponden con los cambios físicos que experimenta el cuerpo, pero sí con la llegada de una nueva etapa en la que se presentan nuevas exigencias. Esa ansiedad ante los efectos del paso del tiempo y los cambios personales ha dado lugar al conocido concepto de las "crisis de la vida". En un principio, se habló de la crisis de la mitad de la vida, que se situaba en torno a los 40 años, pero esta idea se ha expandido hasta abarcar varias "crisis" que marcan el paso de una etapa de desarrollo a otra. No importa cuál sea la edad que se tenga. Cuando toca crecer, toca. (Véanse mis ponencias acerca de las crisis).
La crisis en el cambio de etapa
A la idea de crisis se le asigna siempre un significado negativo con el que se da a entender que es una fase en la que la persona experimenta un nivel de angustia mayor de lo acostumbrado.
Esto es natural, dado que implica el paso de un estado conocido a otro desconocido, y la incertidumbre que esto genera produce un aumento de inseguridad. Sin embargo, ese temor a lo desconocido no puede conducir a la negación de llevar a cabo los cambios que el desarrollo personal exige, porque si así ocurre, se ejerce una violencia contra uno mismo.
Esta situación desagradable resulta además gratuita, puesto que por más que se intente, nunca se va a poder volver al estado en que se encontraba uno antes. Otro factor que contribuye a empeorar las cosas es que todas las personas no maduran ni se desarrollan al mismo tiempo. Por causas genéticas y ambientales, cada persona tiene su ritmo y está lista para pasar de una etapa a otra de su vida en un momento determinado, que no tiene por qué coincidir con el de las personas que le rodean.
Mujer en las tres edades por E. Munch
Cómo planear adelante:
Para poder cambiar nuestra situación tenemos que transformar nuestra conducta, y es preciso ser sincero con uno mismo para variar el rumbo. Podemos imaginar que se vacía la alforja que acarreamos en el sendero de la vida, se quita aquello que pesa pero que no es necesario, y así se puede seguir caminando y se puede llenar de nuevo. Aprovechar las crisis significa revisar toda la vida:
Cuando se trata de cambiar hábitos, es necesario distinguir entre lo que constituye parte de la estructura ingénita de nuestra personalidad (y, por lo tanto, difícilmente modificable) y lo que sí se puede cambiar.
Quitar costumbres, vicios o manías siempre resulta penoso porque son conductas que se han incrustado de manera importante en nuestra manera de ser. Por eso perder de peso, es como aprender otro idioma (fefl).
Seamos conscientes de que mientras no se produzcan los cambios, nos seguirán ocurriendo las misma cosas que hasta ahora nos amedrentan.
Uno de los factores más importantes para poder asumir la transformación es la sinceridad propia. Tiene que llegar un momento en que dejemos de lado la tendencia a auto engañarnos para no posponer toda acción.
Es preciso analizar cada una de las creencias que se han ido instalando en nuestra vida y determinar cuáles nos favorecen o nos perjudican.
Es importante considerar la oportunidad de que otras personas — puede que profesionales — intervengan ayudándome en los procesos de cambio, no tanto dándonos consejos, sino ofreciéndose a ser espejos de nuestra propia persona para que cada uno se pueda examinar con mayor detenimiento para poder juzgar y actuar con más acierto.
En resumen
Para vivir, para envejecer y para lograr la felicidad, hay que realizar que con la vida hay que cambiar — algo que tantos temen, porque les recuerda del envejecer.
Y finalmente, del peor de los miedos…
Miedo al deber: Con este anillo te desposo hasta que la muerte nos separe
Dr. Félix E. F. Larocca En los Estados Unidos, los jóvenes de hoy — una tercera parte de quienes tienen 30 años viven todavía en casa de sus progenitores — lo piensan mucho antes de irse del hogar familiar. Mientras que, todos en general, le damos mil vueltas a la cabeza antes de suscribir cualquier compromiso que suponga una atadura: haciendo gestiones para comprar una vivienda, consolidar una relación sentimental, tener hijos, cambiar de lugar de residencia para acceder a un nuevo puesto de trabajo, iniciar una carrera…
Tememos, la atadura del compromiso y el deber.
Este mundo de comodidades y seguridad en que vivimos nos ha hecho conservadores, recelosos ante el futuro e indecisos — transformándonos en personas inseguras y desconfiadas. Buena parte de esta situación se debe a la educación protectora y permisiva que los padres de las últimas generaciones han proporcionado a sus hijos. Esa sensación de bienestar, a cambio de casi nada y con tan pocos límites u obligaciones, actúa como freno ante lo nuevo, al aumentar el nivel de ansiedad y miedo ante las incertidumbres que la vida a todo el mundo nos plantea.
Hijo de buen papá
Sin duda, hay barreras objetivas ante el cambio, porque significa trabajo y esfuerzo, algo en que los hijos que fueron consentidos no osan pensar.
Pero hace sólo cuatro décadas, ni se vivía tan cómodamente ni la gente exigía que le dieran tanto tiempo para encontrarse a sí mismos, para definir sus preferencias y para decidir en su propio estilo de vida.
Había que echar "pa"lante", y eso era todo. Ahora es diferente.
"Papá, no lo tomarás bien, pero voy a cambiar de carreras — por la cuarta vez…"
Crear una familia o irse de casa de los padres supone renuncias importantes, que pueden verse compensadas una vez realizado el cambio; pero que hacen que la gente lo piense mucho si es que algún día tomarán la decisión. De ahí origina el síndrome de Peter Pan, que ya discutiéramos en un artículo por el mismo nombre.
El miedo a las obligaciones y a perder la dependencia
Los problemas acostumbran a surgir incluso antes de que se llegue a la convivencia de la pareja: empieza a plantearse si es "el momento adecuado", si se está "preparado para dar un paso tan importante", si "no nos estaremos precipitando".
La vida en pareja entraña el riesgo al fracaso amoroso, además de un compromiso, una comunidad de objetivos, una necesidad de tolerancia, comprensión, cariño y atención permanente al otro, una mecánica de concesiones mutuas, una pérdida de libertad individual en la medida que deben alcanzarse consensos. Una decisión al trabajo y al ganarse la vida juntamente. En suma, un conjunto de cambios que si se realizan espontáneamente y sin gran cálculo conducirán a nuevas circunstancias que iremos sobrellevando como mejor podamos — unas veces con optimismo y otras con la resignación y madurez de quien ha modificado su vida y asume las repercusiones de sus actos.
Pero, cuando ante la expectativa del cambio, nos planteamos una y mil veces si no será más lo que perdemos que lo que ganamos y puede más el temor al fracaso que la expectativa ante lo bueno, tenemos un problema — y, muy grande…
No, ¿tan buen papá?…
El galardón
La recompensa de arriesgarse a crecer y a ser maduro, es que conforme se va madurando, muchos tienden a ser más realistas, comprensivos y generosos con los demás. Al conocernos mejor y al estar más familiarizados con los recovecos y limitaciones nuestras, nos mostramos más tolerantes y abiertos. Pero es trabajo, y a muchos, no les gusta esa palabra.
El por qué del miedo
Algunos jóvenes manifiestan miedo al compromiso con otras personas e, incluso, al compromiso con su propia autonomía. Temor a responsabilizarse, a vivir con independencia territorial y emocional respecto a sus padres. Miedo, en suma, a hacerse cargo de sí mismos, a ser responsables de sus actos, decisiones, de ganarse la vida independientemente y de tener opiniones — algo que pretenden ocultar con la argumentación de sus que "derechos" son inalienables.
El miedo revela normalmente una desproporción entre la dimensión de lo que tenemos que afrontar y los recursos con que contamos para ello. Porque no es suficiente disponer de esos recursos, hemos de ser conscientes de nuestra capacidad y para hacerlo es indispensable ponerla en práctica. Aquí está el alma de la cuestión. Los padres han protegido tanto a sus hijos, han querido allanarles tanto el camino, que no han hecho sino erigir barreras insuperables a su madurez. Han olvidado que valerse por uno mismo y dotarse de la capacidad de afrontar las dudas, los problemas y las dificultades, sólo se aprende desde una autonomía de opinión y de acción, que debe irse construyendo libremente, y con el transcurso de los años.
Los jóvenes han de ir generando sus propios recursos, experimentando sus capacidades y comprobando que los errores son oportunidades de aprendizaje para crear respuestas más eficaces y adecuadas. Un joven que ignora sus capacidades tenderá a ser inseguro y temeroso, a manifestar dependencia de las personas que le han ayudado y nunca aprenderán a resolver sus problemas. (Véase mi artículo: Adolescencia: Quo Vadis?).
Una cosa es ayudar a los hijos y otra, bien distinta, es realizar tareas y adoptar decisiones que les corresponden a ellos. El efecto de esta equivocada actitud es evidente: no se emanciparán, tardarán más en madurar y en asumir las competencias que les corresponden, e incluso podrían aferrarse a esa niñez utópica y tóxica — prolongada inconscientemente por los padres — tan indolente y exenta de responsabilidades.
Nunca serán independientes y sufrirán de dependencias hostiles.
Al final, se obstaculizará el difícil camino hacia la autonomía como seres pensantes, libres y responsables. Creándoseles un alto nivel de expectaciones obligadas de los demás y una tendencia a la vida fácil y sin responsabilidades, lo que propicia una escasa tolerancia al fracaso, un miedo a la disciplina y un pavor al esfuerzo. (Véanse mis artículos acerca del Braguetazo y de la Ergofobia).
¡Qué triste!
Educar, como misión, obligación y vocación:
La principal misión de los padres es ayudar y acompañar a los hijos a que se conviertan en personas autónomas y responsables. Dejándolos solos cuando esto se logra.
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En resumen
Con cada paciente que visita al psiquiatra infantil, llega, por lo menos una madre, que se culpa a sí misma por los problemas del niño. De ser esto cierto, la culpa pertenecería a generaciones anteriores, ya que la culpa de esta madre sería la culpa de su madre, y la de ésta, la de la propia; ad infinitum — llevándolo a lo absurdo.
La culpa de los padres es la de tratar de vivir la vida de sus hijos para que ellos los quieran.
El ejemplo del Nuevo Testamento es elocuente; cuando vemos el testimonio de un Dios que es crucificado, por la voluntad de su Padre Todopoderoso, para poder entrar en su Gloria…
Entonces entenderemos al "buen papá"…
Bibliografía
Suministrada por solicitud.
Autor:
Dr. Félix E. F. Larocca