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Resumen del libro Felicitas Guerrero, de Ana María Cabrera

Enviado por Valentina Giaccone


Partes: 1, 2

  1. Desde los abuelos
  2. Sueños y mordazas
  3. Un refugio para la esperanza
  4. Las dos caras de un mismo espejo
  5. Ordenando la casa
  6. Cronología de la desolación
  7. El carnaval de la peste
  8. La tierra es mujer
  9. Cae la máscara
  10. Aún
  11. Epílogo

Desde los abuelos

Antonio Guerrero y Antonia Reissing se casaron en Málaga en 1816. Su amor era intenso como el sol del Mediterráneo. Luego de dos años tuvieron un hijo, Carlos José. Más tarde llegó una niña, Ana Joaquina.

Carlos nadaba como pocos, su obsesión era navegar, viajar y formar una empresa naviera propia. Su primo Enrique partió en esta aventura junto a unos amigos. Luego tomó su decisión de irse a América con su amigo Elías Romero y otros jóvenes. Allí se necesitaban brazos trabajadores y manos creativas.

Carlos llegó a Buenos Aires, en 1837 comenzó a frecuentar las reuniones del salón literario, donde aprendió a amar la libertad y escuchar a Esteban Echeverría. Así decidió trabajar para este país y le pidió a Romero que le presentara a Martín de Álzaga, allí comenzó una larga amistad. Álzaga era hijo de un guerrero de la Independencia y se había desempeñado como diputado y director del Banco Nacional.

Ese primer día Carlos José y Martín comentaron las ideas de Echeverría y sus sueños de trabajo en libertad. Guerrero empezaba a formar su flota en el puerto de Buenos Aires. A ellos se sumó Bernabé Demaría y juntos cambiaban impresiones sobre la difícil situación del país gobernado por Rosas.

Una tarde Carlos José fue seducido por una joven que salía de una casa de moda en la Esquina de Cueto. Él dejó de conversar con Elías y le preguntó quién era esa muchacha, su amigo le contestó que era Felicitas Cueto. Ella era hija de Catalina Montes de Oca y Manuel José Cueto, era la mayor de siete hijos. Pero también le confesó que el padre le había conseguido novio y Carlos desesperó, seguro de que ella sería suya.

Felicitas no estaba enamorada de su futuro esposo, no lo quería aceptar. Era noviembre y llegó el Corso de las Flores. Ella viajó desde San Telmo hasta Palermo junto a sus hermanas Tránsito y Valeria. Cuando estaban allí, Felicitas se encontró con su enamorado y se presentaron. Meses después se volvieron a ver y descubrieron que estaban realmente enamorados.

Mientras los señores Cueto preparaban la boda de su hija, ella recibió una carta de Carlos. A partir de ese momento se encerraron mensajes de amor que algún criado se encargaba de llevar cada día. Sus padres se enteraron de este romance y le dijeron que no lo iban a permitir. Felicitas fue a misa con su novio y su padre, sabía que allí estaría Carlos y debía arrancar ese amor de una vez.

Carlos le envió nuevamente una carta a su amada para que reflexione, diciendo que si eso era lo que ella quería, él huiría de su vida. Felicitas fue decidida a hablar con sus padres. Les comunicó que él la quería y que deseaban casarse. Ellos tomaron la decisión de que la visite dos veces por semana de cinco a siete de la tarde en la sala y acompañados por su familia.

Ella estaba feliz pero no sabía que él había tenido que escapar a Montevideo por las repercusiones políticas. Cuando regresó, Elías lo acompañó a San Isidro para que visite a la muchacha que estaba allí, desilusionada con su madre. Se abrazaron y tomaron el té, el hermano de la prometida, Silvio le comunicó la decisión de su padre. Luego del Corso de Flores de 1844 hablaron de la boda, se casarían el 11 de enero en San Ignacio.

El día de la boda llegó y después viajaron una semana a San Isidro. Cuando regresaron a Buenos Aires, el señor Cueto les había regalado una casa en la calle México. El 26 de febrero de 1846 nació su primera hija: Felicitas Antonia Guadalupe.

Sueños y mordazas

Se escuchaba un alboroto en la cocina, era una muleta que había llegado a la casa, se llamaba Edelmira. Doña Felicitas se estaba recuperando de su segundo parto, era un varón: Carlos. Ella le asignó a la mulata el cargo de nana de Felicitas. La niña y ella instauraron un pacto de lealtad y cariño. La amiga preferida por Felicitas y sus padres era Albina Agueda Casares y Rodríguez Seguí. La niña tuvo que limitar sus juegos y empezar el colegio.

El 25 de mayo de 1856 se inauguró el Club del Progreso y el matrimonio Guerrero asistió al baile. Este club y su diario uniría las tendencias y aspiraciones para llegar a acceder a la ciencia y técnica de Europa, que era sinónimo de prosperidad.

Felicitas amaba la música y al enterarse de un pariente lejano de Edelmira que era maestro de piano, insistió para que sus padres los contratasen. Se llamaba Roque Rivero "Roquito" y ella adoraba sus clases. Felicitas ya tenía siete hermanos: Carlos, Antonia, María, Catalina, Luis, Antonio y Manuel. El hijo de Demaría la admiraba en secreto, se llamaba Cristián.

Abriría sus puertas el teatro Cristóbal Colón, todos conversaban sobre este hecho y estaban ansiosos por asistir a la inauguración. Esa noche cantarían La Traviata y Felicitas, de once años, quería ir, pero sus padres no se lo permitieron. Cuando la familia regresó, ella les preguntó cómo era y Bernabé le regaló el programa. La niña lo admiraba y tenían conversaciones interesantes juntos.

Felicitas no podía dormir en la noche y tampoco hablar con sus hermanas ya que eran muy pequeñas, entonces decidió empezar a escribir su propio diario. Ella soñaba con un galán como el de sus novelas, pero dentro de pocos meses cumpliría quince años y su padre la casaría con Martín de Álzaga.

Era el 26 de febrero de 1861, la niña buscaba a su nana y no la encontraba. Al llegar a la cocina la encontró con Nicandro contra la pared de la cocina, él la tocaba y gemían. A Felicitas su corazón le palpitaba frenético y entonces escribió en su diario lo que sentía.

Más tarde Tránsito entró a su habitación y la saludó por su cumpleaños. Ella se vistió con un vestido de Francia, se puso sus alhajas y saludó a sus invitados. Sus amigas conversaban de los muchachos que habían conocido y Felicitas soñaba con algo igual. Su hermana tocó el piano y ella cantó deslumbrando a todos.

Cuando todos los invitados se retiraron su padre la esperaba en el escritorio para conversar, estaba nervioso. Al comunicarle que se casaría con Martín de Álzaga ella quiso irse, le parecía una pesadilla. Dijo que nunca se casaría con alguien que no ame. Su padre le comunicó que con él estaría protegida y segura, que el amor llega con el tiempo.

Felicitas lloró toda la noche la muerte de sus primeras ilusiones de amor.

Un refugio para la esperanza

Felicitas amaneció pálida y decidió escribirle a Albina para que vaya a verla de inmediato. Luego recordó el primer encuentro con Álzaga, fue en su casa en una fiesta, donde conversaron un buen rato de música.

Cuando llegó su amiga fueron a dar un paseo junto a Tránsito, Bernabé y su hijo Cristián. El señor Demaría le habló muy bien de su futuro esposo y la invitó al estreno de su obra en el Teatro Colón, llamada "La América Libre". Felicia se emocionó.

Edelmira salió en la mañana siguiente a hacer las compras. Se encontró con el negro Domingo, amigo de ella que vendía alfajores y masitas. Él la consoló a la nana que estaba muy triste por su niña y luego al ver a Nicandro Pavón (era peón de La Postrera y su amante) hablaron del futuro matrimonio y de los encuentros que tendrían en la estancia de Álzaga. Más tarde, las hermanas Lezica, que vendían dulces en caldo, se burlaron de Felicitas y la nana al llegar a la casa se desbordó en llanto.

El domingo por la mañana los Guerrero, Casares y Bernabé fueron a misa. Felicitas lucía una belleza angelical y un joven llamado Enrique Ocampo quedó extasiado con ella. Él afirmó que ella sería suya luego de piropearla cuando caminaba.

Luego del almuerzo del domingo, los hombres pasaron al escritorio y llegó Álzaga. Hablaron de política y economía, eran inteligentes y amantes de la libertad. Álzaga volvió a pedirle la mano de su hija a Guerrero y le comentó que como regalo de bodas le obsequiaría una mansión en la calle Florida. En la víspera del día de la Patria se daría un baile en el Progreso para anunciar formalmente la boda.

Felicitas se sentía como en una obra de teatro: todos vivías los preparativos de su casamiento como si fuera de ellos y ella se dejaba arrastrar.

El 25 de abril se presentó La América Libre, por primera vez un drama de la historia nacional. A pesar de que no concurrió mucha gente, fue un éxito y se volvería a presentar el 25 de mayo. Fue criticada porque el autor permitió el estreno después de una tragedia como el saqueo de San Juan ocurrido el día anterior.

La noche del 24 de mayo era la presentación de Felicitas Y Álzaga, en Bs As no se hablaba más que de eso. La pareja bailaba y ella se sentía cómoda a su lado. Un caballero invitó a bailar a Albina, él la fue llevando cerca de Felicitas, era Ocampo, y le susurró "joven, bellísima". Ella se retiró y comenzó a marearse diciendo que era la emoción.

Álzaga invitó a toda la familia a La Postrera, su estancia favorita (Era la última residencia de la civilización, después estaban las tribus indígenas). Estaba sobre el río Salado, en un monte de talas. Felicia caminó junto a Albina y se emocionaron al pensar en sus destinos que cambiarían tan pronto.

Al regresar a Bs As, Felicitas salió al patio cuando intuyó una sombra a sus espaldas. Era el señor Álzaga que le preguntó si quería ser su esposa, ella respondió: Sí, quiero.

Las dos caras de un mismo espejo

Era enero en Buenos Aires, las mujeres se dirigieron a la quinta de San Isidro en busca de aire fresco. Ésta era la población más antigua de la costa del Plata, nació durante la segunda fundación de Buenos Aires. Juan de Garay después de luchar contra los indios querandíes comenzó la distribución y laboreo de la tierra.

La familia Montes de Oca poseía una señorial quinta allí, la dueña de la casa, la señora Catalina, las recibió con alegría.

El club del Progreso había suspendido el baile del 9 de julio de 1861 ante la posible guerra entre porteños y provinciales. Luego se declararon caducas las autoridades nacionales y al vislumbrar un próspero porvenir porque fue delegado Mitre como gobernador de Buenos Aires, se decidió festejar con un gran baile el 25 de enero de 1862.

La futura esposa estaba cansada de los consejos que recibía de todas las mujeres.

Ya repuestas volvieron a la vida habitual de Buenos Aires. Carlos Francisco estaba en el campo desde hacía un tiempo con Álzaga. Trabajaba en La Postrera.

Felicitas y su prometido se casarían en San Ignacio, al igual que sus padres hacía 17 años atrás. Él preparaba su casa para la noche de bodas y la mansión de la calle Florida se estaba construyendo. La señora Guerrero recibió el vestido de bodas de su hija y el suyo desde París.

Llegó el esperado día, Felicia saludó a su familia. Su padre y su futuro marido leían un folleto de Alberdi, acerca de la cuestión de la capital de la República. Sostenía la federalización del Municipio, para no dar tanto poder a la Bs As.

Los carruajes se detuvieron frente a la iglesia de San Ignacio. Albina lloraba, su amiga se casaba y su madre, agonizaba. La pareja dio el "Sí, quiero", se unía la belleza de ella con la fortuna de él.

La familia festejaba al ver la felicidad de su hija mayor, Tránsito, Valeria y Ángela Álzaga, hermana del novio, estaban emocionadas. A la hora de la despedida, Felicia no se quiso ir sin saludar a Albina que se había retirado por la muerte de su madre. Cuando salían de la casa de los Casares, la pareja se cruzó con Ocampo, quien los saludó y rozó la falda de la recién casada.

Luego entraron a la mansión donde los esperaba Edelmira que viviría con ellos. En el momento en que quedaron solos Felicitas y Martín, se sedujeron y quedaron envueltos por la pasión.

Silvio, Elías y Cristián habían salido alegres de la fiesta y el jovencito se dejó llevar por los demás, lo hicieron beber demasiado y lo llevaron a un prostíbulo para que olvide a Felicia. Después, se le cayó un poema del bolsillo y la prostituta quedó embelesada por este. Ésta y Felicia, cada una en su condición, se hacían la misma pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Una cortesana o una dama?

Ordenando la casa

Albina le confesó a su amiga que desde que su madre murió, hacía dos años, su padre parecía un niño perdido y le agradecía el cariño que les brindaban; su padre estaba conversando con Álzaga y Guerrero, se lo notaba mucho mejor junto a ellos. Albina estaba pálida y delgada.

Los hombres comentaban que Francisco Solano López era presidente del Paraguay desde 1862 y Brasil le había declarado la guerra. Mitre y el parlamento brasileño mostraban su actitud imperial y tildaban al Paraguay de bárbaro. Uruguay tenía puestas las esperanzas en este país. Se opinó que Brasil y Argentina trataban de ponerse de acuerdo para asumir una actitud alarmante. Paraguay iba a juzgar cualquier ocupación de su territorio como un atentado contra el equilibrio pacífico de los Estados del Plata. Luego de estas declaraciones, Argentina se mantuvo neutral. Las tensiones crecían, López defendió el Uruguay y Argentina se alió a Brasil.

Felicitas estaba leyendo unos versos de Andrade cuando se desmayó. Enseguida llegó el doctor Montes de Oca y la felicitó: Felicitas estaba esperando su primer hijo.

Ella se sentía feliz por llevar una vida dentro y también protegida, por su marido al que veía fuerte y seguro. Ella lo acompañaba a las estancias, aprendía sobre ganado y venta de tropas.

Una tarde una mujer se anunció a la servidumbre: quería conversar con la señora de la casa. Su marido volvería por la noche del campo. La joven entró a la casa y se presentó como Ángela Álzaga. Tenía alrededor de veinte años y un aire a la familia de Martín. Las dos mujeres estaban muy nerviosas, y en un momento ella dijo que era la hija de Don Álzaga. También confesó que su madre se llamaba María Camino y que tuvo con él cuatro hijos, se habían conocido en Brasil.

Todo le daba vueltas a Felicitas, volaba de fiebre, aunque no le extrañaba la doble vida de Álzaga. Le contó a su amiga lo ocurrido y ella decidió comunicarle lo ocurrido a los Guerrero. En ese momento difícil, Doña Felicitas comenzó a gritar muy disgustada, pero Carlos no reaccionó igual; él ya lo sabía.

Felicitas no quería ver a su marido, se sentía mal porque él nunca se lo había contado.

El 21 de julio de 1866 fue el día del nacimiento: Felicitas iba a dar a luz. Ella estaba junto a su madre y una criada, se quejaba. Luego llegó la partera Aurelia Baracchi y nació un varón. Era rubio, de facciones finas y delicadas, su padre lo llamó Félix Francisco Solano. El primer nombre por su padre y hermano y el segundo por el Supremo paraguayo.

Felicitas apenas le hablaba a su marido y estaba preocupada por sus padres. El señor Guerrero pasaba las noches en vela en su escritorio. No sabía cómo evitar que María Camino enfrente a su hija, le decía a su mujer que él lo solucionaría y ella, aunque sufría, sabía que el haría lo mejor para toda la familia.

Una mañana, Felicitas visitó la casa de sus padres, su madre estaba pálida y cansada, pero le respondió con excusas. Esa tarde habló con su hermano Carlos Francisco y con su tío Silvio acerca de las preocupantes sublevaciones en el interior del país y de la triple alianza Argentina-Uruguay-Brasil contra Paraguay.

Cuando regresó a su casa, su marido estaba de viaje y al ingresar María Camino apareció y la amenazó. La obligó a meterse en su cuarto y le dijo que se vengaría por quitarle a su hombre. Se acercaron Carlos Francisco y dos criados, así alejaron a la intrusa. Edelmira consoló a Felicia durante toda la noche.

Esa misma noche la señora de Álzaga tuvo una pesadilla y al despertarse sobresaltada, su nana le advirtió que la Casa de Gobierno se estaba incendiando. Parecía que todas las calamidades hubieran caído sobre el país: la triple alianza contra el Paraguay y ahora eso.

El clima en la casa era similar al del país: agresiones externas, incertidumbre, crisis, desorganización.

Luego del segundo incendio arreglaron la Casa de Gobierno, la pintaron de color rosa.

El señor Álzaga no sabía qué hacer para que su mujer le sonriera, entonces, una noche le confesó que tuvo cuatro hijos con otra mujer, que se ocupó de ellos y los reconoció, aunque nunca se había casado con ella. De pronto comenzó a leer un documento que detallaba como heredero a su hijo Félix, pero en caso de fallecimiento la única heredera sería Felicitas. Dejaba una suma de dinero para María Camino y sus cuatro hijos, además de una mantención todos los meses. Su esposa sería la futura dueña de sus acciones, bienes y próximas sucesiones.

Cronología de la desolación

Una mañana de septiembre Álzaga invitó a su mujer a ir al campo. Edelmira, triste porque Nicandro peleaba en el Paraguay, y Concepción, la nana de Félix, acompañaban a la familia.

Al llegar Felicitas salió a caminar y ordenó el desayuno, tomaron mates, leche y tortas fritas. Estaban todos muy felices menos Edelmira, quien lloraba con desesperación. Felicia, quebrada por ver a su nana de esa manera, la consoló. El campo la entusiasmaba a la señora de Álzaga, pero tuvieron que volver a Bs As luego de un mes allí.

Ya en su hogar se enteraron de la muerte de Nicandro en la batalla de Curupayty. Había muerto junto a diez mil soldados argentinos y paraguayos el 22 de septiembre de 1866.

Por esos años, la familia viajó muchas veces a las tierras de salado, con cuidado por las tribus indígenas que estaban cerca de La Postrera. Felicitas soñaba con ver poblados sus campos con la mejor hacienda. Quería dar al país la más nutritiva y sabrosa carne.

El 12 de octubre de 1868 se consagró la fórmula Sarmiento-Alsina, el pueblo estaba festejando. El nuevo presidente constitucional deseaba lograr un equilibrado desarrollo gubernativo, el nuevo gobierno beneficiaba al agro.

En 1869 Felicitas estaba esperando a su segundo hijo, Álzaga se lo agradeció. Volvían del campo, y él estaba desmejorado. Al entrar en la casa de los Guerrero, Martín se descompuso. El doctor le recomendó reposo y a los pocos meses ya estaba repuesto.

Al Comienzo de la primavera Catalina fue a visitar a su hermana mayor. La joven estaba bellísima con un vestido celeste, le pidió a Felicia que la acompañe a ver a un hombre de quien ella estaba enamorada: Guillermo Martínez Cuitiño. Fueron a la Plaza del Parque y la pareja se sentó en un banco. Mientras Felicitas la esperaba y admiraba el amor que su hermana sentía, sintió una presencia detrás suyo, un hombre susurró su nombre y la tomó del brazo. Era Enrique Ocampo. Él le dijo que era peligroso salir de casa sin su marido y su hijo. Ella se asustó y salió corriendo.

Al regresar a su casa Edelmira y dos criadas las esperaban en la puerta, Félix tenía mucha fiebre. Felicitas se desesperó y fue a ver a su hijo, abrazó a su marido y lloró, lo veía muy mal. Por tres días entraron y salieron médicos, el niño tenía fiebre, vómitos, dolores de cabeza y hemorragias por la nariz. Finalmente el médico anunció que era la fiebre amarilla, Félix murió el 3 de octubre de 1869. La madre estaba desahuciada, su amiga Albina la consolaba diciéndole que su futuro hijo y Álzaga la necesitaban… Luego su marido la sostuvo con sus fuertes brazos.

Dos meses después, el 27 de noviembre, murió Doña Catalina Montes de Oca, la abuela de Felicitas.

Álzaga preparó otro testamento en nombre de su nuevo hijo, pero el 2 de marzo de 1870 murió Martín, así llamaron al segundo hijo del matrimonio Álzaga. La pena fue tan grande que Don Martín no pudo soportarlo y falleció el 17 de marzo.

Felicitas prefirió llorar en su quinta de la Noria, en la calle Barracas, allí la acompañaban por las tardes Albina y Tránsito. El dolor por las cuatro muertes de seres queridos en tan solo 5 meses derrotó a la viuda de Álzaga, ella estaba encerrada en un sombrío mutismo.

Al terminar el velorio de Don Martín, Felicitas se apresuró a entrar a su landó oscuro. Al querer subir se tropezó y una mano de un caballero la levantó. Una sensación recurrente e inexplicable la acompañó hasta su quinta de Barracas.

El carnaval de la peste

Barracas era un barrio de señoriales quintas. Al sur estaba la residencia de los Montes de Oca, que causaba la admiración de los vecinos. También se encontraba la quinta de José Gregorio Hernández Plata, abuelo del autor del "Martín Fierro". Cerca de allí se levantaba el castillo de la quinta de Sáenz Valiente. Algunos dicen que fue construido para morada del virrey Sobremonte, otros comentaban que fue cuartel de Cuitiño durante el Gobierno de Rosas. Fue construida por Don Anselmo Sáenz Valiente en 1806. Allí, junto a su esposa Juana Pueyrredón, realizaban brillantes reuniones. En este barrio estaba recluida Felicitas, en la quinta de de Álzaga, conocida como la Quinta de la Noria.

Todas las tardes, Edelmira y Albina le hacían compañía a la joven, ella aun permanecía en silencio, tenía una expresión diferente. Con el tiempo, ellas lograron que Felicitas reciba visitas, a su familia. Con los paseos por el jardín, ella se estaba abriendo a la luz y al color.

Fue en la quinta de Montes de Oca donde Enrique Ocampo la invitó a bailar. La viuda se estremeció y se dejó llevar por la música casi sin mirarlo, sus ojos la intimidaban. Al rato él le hizo llegar por una criada que se encuentren en el balcón, pero él no asistió al lugar de la cita.

Los cronistas de los diarios escribían sobre la belleza de felicitas: "Felicitas Guerrero, la mujer más hermosa de la República". A ella le generaba sorpresa y mucho de confusión. Cada día tenía más reuniones. Estaba rodeada de gente pero se sentía sola. Ella deseaba ir al campo pero el tema del insistente reclamo de sus hijastros la retenía en Buenos Aires. Junto a su padre tomaron la decisión de cederles a los hijos naturales de Don Martín la suma de un millón y medio de pesos.

Felicitas escribía en su diario porque estaba confusa, le faltaba amor y Ocampo la desconcertaba. Cuando estaban en público la halagaba pero cuando estaban a solas, la asustaba.

En 1871 Ocampo le escribía proponiéndole que sea su esposa, pero ella aun no sentía el amor dentro suyo. Se produjo un caso de fiebre amarilla y Felicitas lloraba por el recuerdo de Félix. Su familia le suplicaba que deje Barracas, ya que era el foco infeccioso, y que se mude con ellos a San Isidro, ella aceptó. Los jóvenes fueron a una procesión que salía desde la Iglesia de Santa Lucía, allí Ocampo la amenazó: "Serás mía o de nadie más". Solo les quedaba rezar por la peste y la sequía que angustiaba a los porteños. Milagrosamente comenzó a llover y con mucho ánimo Felicitas se trasladó a San Isidro junto a su familia.

Era el baile de máscaras y no fue suspendido por la fiebre amarilla. Su traje de gitana la atraía a Felicitas, quien junto a Albina disfrazada de princesa incaica salieron de la casa. La joven Guerrero bailaba al ritmo de la música cuando un hombre la tomó por la cintura. Ninguno de los dos hablaba. Ella, al querer sacarle la máscara, le clavó sus uñas y se horrorizó al ver la sangre del desconocido en sus manos. Salió corriendo y se encerró en su habitación, el joven era Enrique Ocampo.

Al ser imposible sepultar a todos los muertos, se necesitó el establecimiento de un nuevo lugar. El 13 marzo se abrió el cementerio de la Chacarita de los Colegiales. Al día siguiente se formó la Comisión Popular para luchar y vencer a la enfermedad.

Felicitas tomó la decisión de irse a La Postrera para hacerse cargo de las estancias que su marido le había legado. Su padre se enojó y le dijo que eso era cosa de hombres. La madre se solidarizó con su hija pero no podía pelear con su marido. Felicia no entendía el enojo de su padre. Ella no quería ser solo nota de cronistas…

La tierra es mujer

Ya en el campo con el "veranito de San Juan" se preparaba la tormenta. La familia de Felicitas se preparaba para las fiestas populares, pero ella no participaba de éstos. Estaba sentada debajo de la glorieta cuando un relámpago sacudió sus reflexiones, pero con las primeras gotas de lluvia se alejaba cada vez más de su residencia. Cristián salió a buscarla, ella se abrazó a él llorando por tantas responsabilidades y le confesó el miedo que sentía al estar con Ocampo. El joven Demaría le agradeció por confiar en él. Con un chocolate junto al fuego Felicitas se reanimaba, bailaba y cantaba junto a sus seres queridos y al día siguiente participó de la fiesta de San Juan.

Un peón, Pedro Gómez, estaba abusando por la falta de un patrón y discutió con la viuda de Álzaga por la falta de unas vacas. Aquella noche la joven estanciera se retiró para leer acerca del tema y encontró una solución al problema. Con la invernada los animales no iban desde la estancia al matadero sino que pasaban por diferentes dueños. Pedro hizo una trampa cambiando la marca original de la dueña. Ahora ella tenía que crear una estrategia para descubrir al pillo, Remigio Molinas reemplazaría a Pedro. Felicitas le escribió a su hermano Carlos para que vaya a la estancia y para informarlo de lo sucedido.

El 16 de octubre de 1871 en San Telmo se casaron Tránsito y Bernabé Demaría. En la boda Cristián invitó a danzar el romántico vals a Felicitas. Él temía que ella descubriera su intenso amor, pero el mágico momento se diluyó para ingresar al mundo de sus recuerdos.

A principios de noviembre llegó a Barracas el capataz de la estancia para pedirle a Felicitas asistencia médica para su mujer enferma. Ella mandó a comprar los remedios y junto a Albina, Cristián, Tránsito y Bernabé, partieron para tomar el tren a Chascomús. Al llegar allí subieron a los carruajes y llegaron a La Postrera. Felicitas fue ella misma a ver a Micaela, le dio un caldo y la fiebre desapareció.

Después de pasar unos días en la estancia decidió partir hacia Laguna Juancho. No se veía nada, la noche era sombría. Los caballos resbalaban en el fangoso terreno, el coche era movido por la fuerza del agua y estaban perdidos. El miedo y la lluvia los castigaban cuando un hombre apareció y le tendió la mano a Felicitas para que pase a su carruaje. Era Samuel Sáenz Valiente, dueño de esas tierras que eran vecinas a las de Álzaga. Esa noche el estanciero recibió al grupo en el casco de su estancia, ella se sintió acariciada por su mirada azul y sus galanteos.

El primer poblador había sido don Clemente López Osornio, el abuelo de don Juan Manuel de Rosas, muerto en manos de los indios. Cerca de la casa, un olmo había sido testigo del descanso de Mitre. La estancia pertenecía a su amigo don Gervasio Rosas. A la sombra de aquél árbol se habían gestado sus bellas rimas. Pero cuando su padre se enteró de los trabajos rudos a los que era sometido, ordenó su regreso. Allí también pasaba largas temporadas Lucio V. Mansilla, sobrino de Rosas.

Sáenz Valiente recibió a los jóvenes con una rica comida y los invitó a pasar la noche; solo tenía ojos para Felicitas. A la mañana siguiente invitó a la joven a dar un paseo y se sentaron juntos debajo del paraíso en flor. El galanteo los envolvía con la dulzura del nacimiento del amor, no hacían más que mirarse con ternura. Luego de una semana Samuel le confesó que la amaba. El amor por fin llegaba al corazón romántico de felicitas. Al otro día ella tuvo que volver a Barracas, él iría a visitarla.

Ya en su quinta Felicitas se sentaba en el quiosco para recordar los besos de Samuel. Una tarde al estar a solas con su nueva amiga Dolores Flores, ella le confesó que estaba enamorada de su hermano Carlos Francisco pero él se había ido al campo y no escribía. La joven comenzó a llorar y Felicia decidió que debía responderle a su hermano la carta que le había mandado.

La viuda de Álzaga estaba preocupada por la falta de noticia de Sáenz Valiente, sentía miedo al abandono. Pero Samuel llegó a su quinta y le propuso casamiento, ella comenzaba a ser feliz. La sociedad de Buenos Aires no hablaba de otra cosa. La mansión de la calle Florida se estaba preparando para que la futura pareja fuera a habitarla. El traje de bodas había sido encargado a París.

La navidad de 1871 empezó con el incendio del vapor "El América". Según el maquinista, cuando el capitán se dio cuenta de que el vapor "Villa del Salto" lo había pasado, le ordenó que diese la fuerza a la máquina.

1871 se terminaba con crímenes en incendios. En medio de las catástrofes Felicitas Guerrero planeaba, feliz, su segunda boda.

Cae la máscara

Entre sueños Felicitas escuchaba las insistentes declaraciones de amor de Ocampo. Ella deseaba que ya no la molestara, era la mañana del 29 de enero de 1872 y pronto se casaría con Samuel Sáenz Valiente. Él era el hombre que ella había elegido, a los 26 años estaba por primera vez enamorada.

La joven estanciera estaba planeando un gran festejo en La postrera, el gobernador de la provincia, don Emilio Castro, y su ministro Malaver iban a ir a la inauguración del puente sobre el río Salado. Se llevaría a cabo el 3 de febrero, fecha del derrocamiento de Rosas.

Felicia le pidió a su nana que le masajeara la espalda, le dolía mucho. Al llegar a la parte superior del omóplato izquierdo una oleada roja nubló la vista de Edelmira. Ella gritó del horror y salió corriendo. La joven lloraba y el dolor persistía.

Albina, su amiga y Carlos pasaron todo el día haciendo compras por las tiendas del centro. Carlos comentó que ahora con los telégrafos podrían comunicarse más rápido cuando tengan algo urgente. Él empalideció de repente, no sabía por qué.

Cuando regresaron sus familiares y amigos los esperaban en el quiosco. Felicitas les dijo que la esperen en la sala, ella se iría a cambiar y volvería para comer. Albina la detuvo diciéndole que tenga cuidado, que no vaya porque Ocampo quería verla y estaba allí. Ella dijo que tendría que enfrentarlo para que dejara de molestarla y subió la escalera hacia su habitación. Enrique Ocampo tenía que entender que lo que había sucedido entre ellos fue solo un coqueteo de carnaval. Ella caminó hasta la salita donde estaba su enamorado. Él le dijo que sería solo de él, ella se negó y le dijo que no quería verlo nunca más. Ocampo le dijo que ella se casaría con él, el corazón de Felicitas se aceleraba cuando descubrió el verdadero rostro de él. Enrique Ocampo mostró un revolver, ella giró, se enredó en su bata de seda blanca y un tiro ensordeció la sala. Al caer se golpeó la frente con una mesita. Bernabé y Cristián se precipitaron sobre el asesino. Cristián y Ocampo forcejearon y se escucharon dos disparos, el cadáver de Enrique cayó al suelo mientras el joven se arrodilló junto a él. Felicitas se incorporaba tambaleando, caminaba contraída por el dolor y terminó en los brazos de Samuel. Colocaron a la viuda en su cama, se estaba muriendo.

La terrible noticia llegó por telégrafo al campo, el joven Guerrero no quería entender lo que estaba escuchando y saltó sobre alazán preferido.

Albina no se movía de la cama de su amiga, en un momento Felicia abrió los ojos y habló. Dijo que no quería morir así, pidió a los doctores Blancas y Gonzales Catán, y perdió el sentido.

El caballo y el jinete cayeron con violencia, el alazán estaba moribundo y Carlos tuvo que sacrificarlo de un tiro. El joven empezó a investigar el terreno para saber dónde estaba.

En Barracas los cuatro médicos examinaban nuevamente a la paciente. Confirmaron el diagnóstico fatal ya que había desgarramiento y rotura de órganos vitales.

Carlos Guerrero divisó un rancho, pidió un caballo para llegar a Barracas. Un paisano le entregó a Petiso y se alejaron de Domselaar con renovadas fuerzas.

Felicitas llamó a su amiga diciendo que se sentía mejor, preguntó por todos y le hablaba a su novio sin darse cuenta de que Samuel se había ido la noche anterior después de dejarla en su habitación. Ella quiso continuar hablando pero se ahogó. Cuando Albina fue a pedir ayuda y volvió, su amiga estaba muerta. Felicitas murió el 30 de enero de 1872.

El caballo de Guerrero estaba agotado y murió, ya al entrar en Barracas. Pero Carlos escuchó la terrible noticia y se desplomó.

En los carnavales de ese año, la Policía publicó un Edicto que prohibía llevar armas como accesorios del disfraz, aunque éste lo requiriese.

Aún

Buenos Aires lloraba la muerte de Felicitas Guerrero. Los cronistas escribían acerca del drama pasional. El 25 de octubre de 1872 se anunciaba la construcción de una capilla. La familia Guerrero había contratado al Dr. Ernesto Bunge para la arquitectura y los materiales eran de Europa. El costo total había sido calculado en dos millones de pesos. El nombre sería Santa Felicitas en honor a dos mártires. Una de ellas antes de ser sacrificada fue obligada a presenciar el asesinato de sus siete hijos. La otra, del año 256, estaba embarazada de ocho meses y fue entregada en el anfiteatro a los leopardos. El sufrimiento de mujeres y madres las unía a Felicitas Guerrero.

Edelmira no hablaba, tenía una extraña actitud, creía ver el fantasma de su ama, había enloquecido.

En el año 1873, Sarmiento era el presidente de la República. Demaría publicaba poesía en el Parnaso Argentino, bajo el seudónimo de Ema Berdier.

Una amiga suya, Juana Manuela Gorriti, estaba escribiendo la historia de Felicitas y le regaló a él la primicia del escrito.

Tránsito no dejaba de llorar a su sobrina preferida y Cristián la lloraba como la había amado, en silencio. Él había terminado su carrera de contador y empezaba Derecho.

En el campo, los hermanos de Felicitas siguieron trabajando con más fuerza que nunca. Barragán siempre llevaba un ejemplar de la primera parte del Martín Fierro y por las noches leía a la peonada analfabeta. Fierro era cada uno de ellos.

Una tarde, Catalina escuchó a Edelmira hablar con su hermana muerta. Ella le decía que Samuel se había casado con Dolores Urquiza, que él no podía estar solo. En cambio, Cristián cada día la quería más. Catalina le contó a Antonia y María y las tres hermanas fueron a rezarle a la capilla familiar.

Para Cristián Felicitas era una víctima del sistema patriarcal y ahora ella se había convertido en inspiradora de su tesis doctoral en jurisprudencia. Él defendía los derechos de las mujeres, quería darles independencia para darle la responsabilidad de sus faltas y establecer el reinado de la justicia. El jurado no salía de su asombro, aplaudían y él le agradecía a Felicitas en el fondo de su corazón.

1879 fue un año de decisiva importancia para el progreso argentino. Se había decretado territorios nacionales los desiertos conquistados por las expediciones del Alsina y Roca. Se inició para la actividad agropecuaria un período de expansión.

En Barracas el 30 de enero de 1879 se abría la capilla Santa Felicitas. Al entrar a la izquierda, estaba la estatua de Felicitas con Félix. A la derecha, la de Álzaga mirándolos, fuerte como siempre.

Catalina no estaba porque se había casado con Guillermo Martínez Ituño en Londres, en la iglesia de Saint James.

Carlos Francisco trabajaba duro en el campo. Estaba casado con María Ignacia Rodríguez Gaete, tenía un varón llamado Carlos y esperaban otro hijo. La muerte de su hermana volvía una y otra vez a su mente, rezaba por ella allí, en el campo. Si seguía trabajando de esa manera iba a haber excedentes en la producción agropecuaria. Se podría exportar, deseaba que Felicitas pudiera ver todo eso.

El campo seguía creciendo. La gente leía a José Hernández, quien expresaba que la República Argentina debía fijar su atención en la producción ganadera.

A través de Felicitas su padre y sus hermanos empezaron a conocer y amar el campo. Así Guerrero envió a sus hijos a Escocia con la misión de comprar los primero Aberdeen Angus. Estaban a punto de producir la mejor carne vacuna.

Luego de dos meses y medio llegaron a Londres y visitaron a Catalina. Luego continuaron en el tren hacia Edimburgo. El remate estaba por empezar, comenzaron a desfilar y compraron tres animales. Carlos decidió volver a su tierra porque allí lo necesitaban.

En Buenos Aires la familia Guerrero crecía. Antonia se casaría con Nicanor Albarellos Lavalleja y María se estaba enamorando de Remigio Molina.

La vida de Albina Casares se opacaba, el hombre nunca llegó. Desde la muerte de Felicitas, ella se había convertido en la confidente de Cristián, pero ella guardaba ilusiones de amor. Albina se animó a escribirle pero Tránsito la interrumpió. Una vez más había discutido con su marido y la paralizó al confesarle que Cristián se casaría con Eufemia, la hija de Guillermo Schedden e Isabel Rodger. Tránsito se fue y Albina empezaba a quemar la carta que nunca recibiría el joven Demaría.

Partes: 1, 2
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