- 1. El proceso revolucionario teniendo en cuenta la participación de los diversos grupos sociales y políticos.
- 2. Examine los problemas vinculados a la legitimidad y la soberanía tras la crisis del orden colonial
- Notas
1. El proceso revolucionario teniendo en cuenta la participación de los diversos grupos sociales y políticos.
Como todo proceso, el que comenzó en las provincias del antiguo Virreinato del Río de La Plata en 1810 contó con la participación de diversos actores sociales y políticos cuya actuación conjunta dio forma al movimiento revolucionario, debido esto a que ninguna etapa puede ser comprendida sólo desde la óptica del accionar de algunas figuras importantes, sino que hay que tener en cuenta el contexto socio-político que permite la emergencia de estas personas, al tiempo que da cuenta de la formación de sus caracteres principales. Al buscar la participación de los distintos actores, hay que pensar en sus motivaciones, qué los llevó a actuar de determinada manera, contextualizados siempre dentro de la sociedad en que se encontraban (y teniendo en cuenta los límites que esta les imponía). Demistificadas ya las ideas sobre un nacionalismo primigenio que pudiera guiar el actuar de las personas, hay que ahondar un poco más para descubrir por qué los grupos sociales y políticos obraron como lo hicieron: ¿Por qué es distinta la participación de la campaña bonaerense a la de la de la Banda Oriental o de Salta? ¿Por qué las elites también son distintas? ¿Cómo participa el ejército? ¿Cómo actúan las clases subalternas de la ciudad? ¿Cuáles son las diferencias políticas entre los grupos más moderados y los más radicalizados, y a qué se deben? Es la intención de este trabajo hacer un análisis de estas cuestiones ya que puede servir para aclarar este asunto, de manera de lograr una mejor comprensión del proceso revolucionario en su totalidad, considerando todos los grupos que actuaron en él así como sus motivaciones.
Para comenzar, sería prudente realizar una enumeración de los principales actores sociales que formaban parte de la realidad tardo colonial, es decir, de la época que puede ser tomada como los albores del proceso revolucionario: los años 1806-1810, donde ocurrieron algunos sucesos (invasiones inglesas, desmoronamiento de la monarquía española) que serían determinantes en los años siguientes. Se trataba esta de una sociedad de antiguo régimen, estamental, esquemáticamente formada como una pirámide: en su cúspide se encontraban los comerciantes ligados con la metrópoli, en su mayoría peninsulares, cuya riqueza económica se debía a su posicionamiento monopolizante dentro del comercio que abarcaba desde el alto Perú hasta el puerto de Cádiz. También peninsulares, los seguía debajo en la pirámide el conjunto formado por la burocracia colonial y escolástica, de un alto reconocimiento social. Luego, aparecía la elite comercial criolla, de menor envergadura, vinculada a la anterior. Eran todos estos los miembros principales de la sociedad colonial, seguidos por un heterogéneo grupo de personas que conformaban los sectores medios (pulperos, hacendados, curas, etc.) y finalmente por la plebe urbana, el sector subalterno alejado de la toma de decisiones políticas, materialmente pobre, que abarcaba desde jornaleros y lavanderas hasta gente sin ocupación fija (se encontraban todos los estamentos mencionados dentro del ámbito urbano, habiendo más estamentos en el ámbito rural como ser los hacendados y la plebe rural) (1). Las invasiones inglesas de los años 1806 y 1807 determinaron la formación de los primeros cuerpos de milicias formados por nativos, lo que fue un suceso muy importante para las clases subalternas, ya que les permitió acceder a un lugar de reconocimiento social antes inexistente; al tiempo que funcionaba como centro de redistribución económica, ya que era la elite la encargada del mantenimiento económico de estos cuerpos.
La descomposición de la monarquía y la consiguiente formación de la primera Junta de gobierno en 1810 constituiría un hecho crucial en la vida de las ex –colonias del Río de La Plata. Al tratarse de un proceso revolucionario, consecuente con los sucesos de toda América, la guerra independentista llevada en contra de las tropas realistas (y en contra de propios hermanos americanos mayoritariamente) tomaría un lugar central: la revolución sólo se mantendría con el ritmo de la guerra, revistiendo esta la categoría de asunto central en las políticas del nuevo gobierno. Es de esta manera como se puede observar que la elite económica, sostenedora de la guerra y principal afectada por la descomposición del antiguo virreinato (y del antiguo mercado), veíase posponer sus prerrogativas ante el mandato de la nueva elite política criolla en ascenso: un nuevo grupo de patriotas ilustrados surgidos en el proceso revolucionario, portadores de un conjunto de ideas más radicales o más moderadas que irían delineando el panorama futuro. Pero estas diferencias no eran menores, y el enfrentamiento entre radicales (entre quienes se encontraban Moreno, Castelli y Artigas entre otros) y los moderados (con Saavedra a la cabeza) podrá leerse como una de las claves para el mantenimiento de la dinámica revolucionaria, al concretarse en luchas facciosas por el poder. Con respecto a esto, es significativa la apelación que hacen estas facciones a las clases populares: mientras los más moderados aprovecharán de la movilización de las clases populares (propugnándola a través de los alcaldes por ellos manejados, como se ve en los hechos del 5 y 6 de marzo de 1811) pero se cuidarán de controlar los límites del proceso, los morenistas congregarán sólo a los intelectuales ya movilizados miembros de la elite ilustrada, en torno a reuniones en clubes o sociedades (el Café de Marco, o la Sociedad Patriótica), y tenderán a educar para extender los derechos reivindicados, pero moderadamente: serán llamados jacobinos por tener ideas de instaurar un mundo nuevo reconociendo valores de igualdad, libertad, pero sin caer en la manipulación popular. Distinto será el accionar de Artigas en la Banda Oriental, quien deberá construir sus bases apelando a todo aquel que adhiera a sus peticiones (por demás progresivas y radicales, como ser la formación de una confederación o el reparto de tierras), más allá de que sean quienes tengan menos para perder quienes finalmente lo sigan; y distinto será también el actuar de Güemes en Salta, quien sí construirá su apoyo en un ejército de gauchos, sin miembros de la elite. En todos los casos se observa cómo las elites revolucionarias deberán actuar según las necesidades coyunturales se lo impongan, acudiendo o no al apoyo popular, para vencer dentro de las luchas intra-elite.
Por otra parte, la posición de la elite pro-peninsular se vio cambiar luego de la revolución: en Bs. As. fue desplazada de los centros de poder y ampliamente resistida por la sociedad (su expulsión fue lo que motivó a las clases populares a movilizarse en abril de 1811), aunque en la Banda Oriental y en Salta continuó manteniendo cierto poder, debido esto a la menor movilización producida en estas ciudades (donde a diferencia de Bs. As. la campaña fue mucho más revolucionaria que la ciudad –Montevideo apoyó el ataque portugués, en Salta antiguos funcionarios borbónicos de la ciudad alentaron la reconquista desde el Alto Perú-). Es necesario, para entender las acciones de este sector, tener en cuenta el desmembramiento que había sufrido el comercio del cual ellos eran los principales beneficiarios, y el cual ellos querían reimponer (reimponiendo el virreynato). También beneficiarias de este comercio, y por lo tanto perjudicadas con la ruptura del mismo, las elites provinciales (criollos en su mayoría), debieron en esta primer etapa de la revolución posponer sus intereses ante el avance de un Bs. As. que imponía ejércitos y revolución al unísono, y que consideraba realista toda desavenencia.
Por otro lado, al ser la victoria militar la primer meta de este gobierno, la sociedad asistió a un proceso de profesionalización del ejército, el cual concentró (como se ha explicado) a la mayor parte de los sectores populares. Así, las milicias locales tomarán un carácter localista y se formará a nivel mayor un ejército, donde el pueblo podía ver cambiar su situación social, al tiempo que hacer lugar a sus nacientes intereses patrióticos. Comenzaría así un proceso de participación política de los sectores subalternos a través de las milicias, primero convocados para dirimir diferencias dentro de la elite (abril de 1811) y luego para reclamar por prerrogativas propias dentro de los denominados motines autónomos (percepción de pagas, expulsión de gobernantes, sostén de oficiales, etc). Dentro del cuerpo revolucionario más importante, las clases populares encontraban un lugar para participar activamente de la vida política y de la revolución. Pero quienes no lo hacían a través de las milicias o el ejército, encontraban en la muy politizada ciudad un importante lugar de participación política, ya sea a través del cabildo (en última instancia, el representante de la voluntad del pueblo, y el que tenía mayor legitimidad para convocarlo), o las socializadas discusiones en las calles y pulperías o en las fiestas (las que congregaban al pueblo a menudo, y le permitían expresarse muy activamente, apoyando o cuestionando al régimen). Heterogéneo socialmente, este grupo actuará también en la campaña: en Salta y la Banda Oriental, donde existía una situación previa tensionante respecto al acceso y tenencia de las tierras (claro enfrentamiento entre clases), será más proclive a radicalizarse y participar del proceso revolucionario (siguiendo a algún caudillo que supiera oír sus reclamos). Es interesante observar cómo no son principalmente intereses independentistas (meramente políticos) los que los mueven, sino intereses más cercanos a su realidad diaria, como ser conseguir reivindicaciones exigidas de antiguo, o expulsar al antiguo dueño del poder económico; así se entiende que se agrupen detrás de los representantes más radicalizados (Artigas, Güemes) en algunos casos, o de los más moderados (los alcaldes saavedristas) en otros. Ante las posibilidades de participación que abrió el nuevo escenario político, las clases populares aprovecharon para actuar como un actor más, con intereses sociales que terminarían resultando en apoyos políticos de vital importancia, y también con propios intereses políticos que jugarían un importante rol en el proceso: en Septiembre de 1811 apoyarán al cabildo abierto para la formación del primer triunvirato (logrando la destitución de la moderada Junta Grande), en Octubre del mismo año apoyarán la formación del segundo triunvirato (de carácter más radical), y ante las actitudes de Alvear (importante figura del sector radicalizado, miembro de la Logia Lautaro y de la Sociedad Patriótica) con respecto a las levas milicianas –su aumento- y al precio del pan – el cual también aumentó debido a las levas de los peones-, también apoyarán su destitución. De esta manera, las clases subalternas, ya a través del ejército, ya a través del cabildo o de la presión en la calle, se construyeron en un actor importante, que perseguía prerrogativas sociales propias, y que no tenía miramientos en apoyar un gobierno moderado o radical para conseguirlas.
Esta primer etapa de la revolución concluirá hacia el año 1815, cuando las derrotas militares, la perdida de influencia en el litoral y el interior (derrotas en el Alto Perú, formación de la Liga de los Pueblos Libres), y la coyuntura internacional (restauración en Europa, retorno de Fernando VII al trono, presencia portuguesa en la Banda Oriental) determinen el comienzo de la segunda etapa de la revolución, mucho más moderada que la primera, donde el ejército perderá su carácter de privilegio al ser visto por la elite económica como responsable de una gran carga impositiva. Así se pasará a una política caracterizada por la delegación en figuras locales del reclutamiento y la financiación de tropas, especialmente la campaña y en las fronteras, lo que traerá como consecuencia la ruralización de las bases de poder al otorgar al sector rural mayores prerrogativas; de esta manera se comprende el apoyo otorgado a figuras como Güemes (que implicará el posterior ascenso de los caudillos) a quién se le permitió encargarse de la defensa de la frontera del norte con un ejército formado por milicianos locales; parte de esta misma política constituirá el abandono de la Banda Oriental al acecho portugués (y la consiguiente derrota de Artigas). Por otra parte, el moderado Director Pueyrredón (quien sucedió a Alvear), ya no dejará lugar a levantamientos populares en la ciudad, siendo así las milicias mucho más controladas, política que culminará en 1820 con la disolución del cabildo y el final del activismo popular, así como el final de la participación política del ejército. Con respecto al interior, en esta segunda etapa Bs. As. intentará rehacer el vínculo con las elites provinciales debido a que necesitaba su apoyo por la desfavorable coyuntura, por lo que formará nuevas intendencias cabeceras (superando las 3 existentes desde las reformas borbónicas) y llamará en 1816 a un congreso para la declaración de la independencia en Tucumán: la lógica revolucionaria que antes permitía a las elites políticas de Bs. As. gobernar sin cuidados se ha acabado, y así como ya no podrá mandar ejércitos centralistas que se impongan a las provincias, tampoco podrá seguir imponiéndoles gobernantes, ni prescindiendo del apoyo político de ellas. Se puede observar cómo, al llegar a la mitad del proceso revolucionario, las tendencias anteriormente mencionadas se revierten, y es ahora la elite económica la que determina la continuación del proceso y se impone a la elite política: será esta segunda etapa de la revolución mucho menos vertiginosa, con gobiernos más moderados y más preocupados por lograr la consolidación interior (2).
Entre las dos etapas se percibe un cambio en la participación de los distintos sectores: la presión de las clases subalternas, la posición privilegiada del ejército y las luchas facciosas de la elite política que caracterizaban al primer período desaparecen en el segundo, en el que priman el ordenamiento interior y la culminación de la radicalización, determinados por la elite económica. Cada sector aprovechó el momento adecuado para presionar por sus intereses, dando forma de esta manera al proceso revolucionario; la coyuntura determinó que algunos consigan más que otros, incluso que algunos desaparezcan –como sería el caso de los sectores políticos más radicalizados-, pero lo que resultó determinante es que el actuar de estos grupos visto en su totalidad fue lo que permitió el avance del ciclo revolucionario. Para 1820 la independencia ya será una realidad, aunque todavía falten muchos años para superar las diferencias particulares que hacen ver en este momento distintos estados independientes en cada provincia en lugar de un solo estado nacional. Pero el proceso revolucionario ya ha llegado a su fin.
2. Examine los problemas vinculados a la legitimidad y la soberanía tras la crisis del orden colonial.
Es muy común dentro del imaginario social suponer que el final del período colonial, la revolución de Mayo y la declaración de la independencia suponen a priori la constitución de la Argentina tal cual la conocemos ahora. Idea introducida por ciertos sectores de la historiografía, es un lugar común imaginar los límites políticos y la nacionalidad ya existentes a partir de 1810, fortaleciendo la unión y los intereses independentistas de entonces. Pero esta suposición es un error, que traspola ideas y percepciones actuales a un pasado de esta forma idealizado. Al romperse el vínculo colonial no había una nación ya formada, con límites y soberanía autónoma: en este trabajo se intentará dar cuenta de los problemas que trajo la partición de la organización colonial en lo que respecta a la legitimidad y la soberanía del orden resultante, teniendo en cuenta tanto los orígenes de las concepciones de legitimidad y soberanía, como las limitaciones estructurales que impuso la ruptura del vínculo colonial para la concreción de una clase dirigente nacional y de una soberanía nacional.
Durante el período colonial, la monarquía se apoyaba en la teoría del pacto para legitimarse sobre los pueblos que gobernaba. Esta teoría, proveniente de la escolástica desde el siglo XVII, sostenía que Dios otorgaba poder a los pueblos, entendidos estos como un conjunto de personas que comparten un espacio físico de vida, y estos de común acuerdo lo delegaban en un rey al que otorgaban la facultad de regirlos. De esta manera, la soberanía residía en los pueblos, poniéndose así énfasis en el pacto al que llegaban estos para gobernarse. Asimismo, según esta teoría, ante la ausencia del rey, el poder se retrotraía a los pueblos, quienes reasumían la soberanía hasta pactar la nueva unión: tratábase así de una unión de pueblos autónomos, de cuerpos, distinto al posterior contrato social de Rousseau que supone la unión de individuos que forman un contrato para representarse. El Virreynato del Río de la Plata formaba parte de la monarquía, al estar compuesto por distintos pueblos (representados por los cabildos) que se atenían al pacto de sujeción. El orden colonial se encontraba por el mismo motivo legitimado mediante la existencia de la monarquía, lo que otorgaba unidad a todo el virreynato.
Pero todo este mundo se vería conmocionado con la ruptura del lazo colonial: al desvincularse de la monarquía, la nueva Junta de gobierno rompía el lazo que otorgaba legitimidad a la antigua unión. Desaparecida la monarquía que los interpelaba en tanto súbditos de un mismo rey, el antiguo conjunto de pueblos ya no tenía una unidad legitimada: hete aquí la dificultad de construir un orden dominante legítimo sobre las provincias del antiguo Virreynato del Río de la Plata. Por lo pronto, ante la ruptura con la monarquía (esto es, desaparecido el rey) las soberanías que los pueblos delegaban antes en la monarquía era ahora retrotraída a los mismos pueblos: como lo indicaba la teoría pactista, los pueblos se encontraban en posición de volver a hacerse cargo de su autodeterminación. Constituidos como unidades autónomas independientes, el nuevo gobierno tendría dificultades para volver a construir un orden legítimo que agrupe a estas provincias que recuperaban su soberanía y no tenían motivos para volver a delegarla en un nuevo gobierno (3). Buenos Aires no tuvo dudas de que en el nuevo contexto a ella le correspondería ejercer la soberanía sobre el resto, pero los demás pueblos si tuvieron dudas sobre esto. Buenos Aires intentará sostener la estructura fiscal al erigirse como metrópoli, para lo que mantendrá el añejo régimen de intendencias. El error es que para formar la verdadera soberanía no es necesario mantener la estructura fiscal, sino construir la soberanía, que no se encontraba sólo en los cabildos cabecera de las intendencias, sino en los pueblos: recién cuando estos pueblos manden diputados con mandato operativo que representen su voluntad inmodificable se logrará construir la soberanía a nivel nacional. Pero para llegar a esto pasarán años de luchas en los que Buenos Aires (siguiendo una óptica de centralización vigente en la realidad colonial) intentará imponer gobernantes a los pueblos, que lucharán por conseguir la autonomía política. Dentro de este contexto de lucha política, surgirán distintas teorías para lograr la unidad, que irán desde la confederación (respetando la autonomía soberana de los pueblos), la monarquía americana (que constituiría un nuevo pacto de sujeción siguiendo el modelo monárquico, pero resaltando una tradición americana), la república (que supone un nuevo contrato social, basado en voluntades individuales). Con respecto a la legitimidad del nuevo orden reinante, luego de la revolución, la sociedad se encontrará ante una nueva legitimidad que ya no reposará en la monarquía, sino en la construcción de nuevos lazos sociales y políticos: la misma revolución será legitimante, delimitará un antes y un después, un nosotros y un ellos, oponiéndose a la anterior sociedad e instalando un nuevo pacto en la nueva comunidad (4). Surgirá así la idea de patriotismo como eje del nuevo sistema bajo el cual se nuclea la nueva sociedad: se entiende así el cambio en la semántica de Moreno, al referirse al "pueblo" y diferenciarlo de un "ellos" que en un principio significaba a los enemigos a la monarquía para terminar siendo los enemigos del nuevo gobierno (5).
Por otra parte, es necesario hacer un análisis al nivel de las elites que hubieran podido dar unidad a nivel inter-regional. Cabe remarcar durante todo este proceso la inexistencia de una clase dirigente a nivel nacional que hubiera podido dar algún tipo de unidad (basada ya sea en intereses económicos, políticos, nacionalistas, etc.): se debió esto a la filiación comercial mas no productiva de la clase económicamente pudiente, lo que implicó la ausencia de un mercado nacional, y el consiguiente aislamiento de las distintas regiones provinciales (6). Así, la provincia se convertía en el máximo grado de cohesión social y política, y al no superarse el particularismo provincial que les impedía conectarse con otras regiones, terminaban siendo más fuertes las tendencias centrífugas a la dispersión (lo que implicaba que se conecten con los fuertes mercados cercanos, exteriores, como Chile, la Banda Oriental y el Alto Perú) que las centrípetas a la unificación. Roto el antiguo lazo colonial, roto el antiguo comercio colonial, la reformulación de las redes de intercambio no favoreció en lo inmediato la conformación de un sistema nacional, sino que por el contrario, significó mayores problemas para esta. No sería sino hasta que tome vigor la exportación de cueros en la década de 1820 y forme un mercado nacional, que se pueda superar el particularismo provincial, y la existencia de intereses conjuntos de lugar al surgimiento de una clase dirigente a nivel nacional que apoye la legitimidad del orden y la formación de una soberanía conjunta.
El proceso revolucionario que comienza en 1810 lucharía así contra las tropas realistas para independizar el territorio, pero tendría una lucha más importante a nivel interior contra sus propias dificultades para lograr darle a los pueblos resultantes de la descomposición del espacio virreynal un nivel de unidad mayor. Encontrar una nueva legitimidad, conformar un interés nacional y lograr una soberanía conjunta, dentro de una sociedad joven en formación que encuentra a cada paso limitaciones para hacerlo, representarían dificultades serias. Los problemas acerca de la forma de esta soberanía supondrán luego años de encarnizada lucha civil, hasta que se superen esos conflictos con la formación de una nación en la década de 1860.
Azcuy Ameghino, Eduardo, "Artigas y la revolución rioplatense: indagaciones, argumentos y polémicas al calor de los fuegos del siglo XXI", pp. 51-90, en Ansaldi, Waldo (coord.), Calidoscopio latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente, Bs. As., Ariel, 2004.
Chiaramonte, J. C., "El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX", en Carmagnani M. (comp.): Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina. México, F.C.E., 1993.
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Di Meglio, Gabriel, "Un nuevo actor para un nuevo escenario. La participación política de la plebe urbana de Buenos Aires en la década de la Revolución (1810-1820)" en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani", 3ra. Serie, n°24, 2003, pp. 7-43.
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________________, Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, Bs. As., CEAL, pp. 108-120 (apartado "La revolución")
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- No se han tenido en cuenta otros tipos de estratificación social, como ser la diferenciación social según sean "Don" o no, y la estratificación racial (existían españoles, criollos, mulatos, pardos, indios, etc.)
- "El gobierno de la elite revolucionaria sufrió así aislamiento progresivo frente a los grupos sociales que la habían llevado al poder en los años 1806-1810, enajenándose incluso aquellos mismos a los que pertenecía. Después del desmoronamiento de la estructura política revolucionaria en 1815, la reconstrucción se hizo sobre bases muy distintas. Se condenó abiertamente el extremismo revolucionario, y el nuevo sistema buscó sin vacilaciones su apoyo político entre los grupos adinerados de la sociedad…" T. Halperín Donghi: "Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1015", en El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1978. pp. 156-157.
- "Lo que muestra entonces el proceso político de la primera década revolucionaria es la perduración de las tendencias al autogobierno provenientes del período hispanocolonial, reformuladas en las tendencias autónomas desarrolladas luego de mayo de 1810 sobre la base de la retroversión de la soberanía…" J.C. Chiaramonte: "El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX", en Carmagnani M. (comp.): Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina. México, F.C.E., 1993. P.111
- T. Halperín Donghi: Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, Bs. As., CEAL, 1975. pp. 108-120 (apartado "La revolución")
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Pedro Quiroux