Papel de Nuestra América en la formación ético-jurídica martiana
Mucho se ha escrito sobre el inagotable ideario latinoamericanista de José Martí, por eso siempre se corre el riesgo carecer de originalidad y autenticidad cuando se trata de ahondar en ese tema. No obstante, como fuente infinita, todavía existen aspectos de su pensamiento que merecen una necesaria reflexión ante la genialidad de su vigencia. En esta oportunidad, trataré de realizar una aproximación a la trascendencia e influencia decisiva que tuvo América Latina en la formación de las convicciones, principios y concepciones ético-jurídicas en José Martí.
En la formación integral del Apóstol no se puede dejar de hacer mención a la repercusión que en ello tuvo la estancia de Martí en países como México, Guatemala y Venezuela; que indudablemente fueron claves en la universalización de su pensamiento ético-jurídico.
Fue en el año 1875 cuando José Martí se radicó en México, poniéndose en contacto, por primera vez, con la población indígena, y fue tal su identificación con ella, que, observando hacia el futuro, dijo que hasta que el indio no se incorporara a la lucha por la liberación de América, ésta no alcanzaría su plena independencia, y defendiendo estas ideas escribió que: "Ni con galos ni con celtas tenemos que hacer en nuestra América, sino con criollos y con indios".[1]
En este país, la política de Lerdo de Tejada reflejaba la inestabilidad de un gobierno que se había propuesto la libertad como objetivo, y aunque Martí compartió los presupuestos teóricos del gobierno, realizó determinados señalamientos: "Una es la libertad y distintas las maneras de conseguir su afianzamiento […] con ser hombres, traemos a la vida el principio de la libertad; y con ser inteligentes […] el deber de realizarla. Se es liberal por ser hombre; pero se ha de estudiar, de adivinar, de prevenir, de crear mucho […] para ser liberal americano."[2] Sin embargo, a raíz de la irrupción de Porfirio Díaz en Ciudad de México, decidió alejarse del país, cuando evidentemente la marcha hacia la libertad había sido truncada.
Esta tierra le permitió, asimismo, comprender de una manera más clara y directa, la dinámica socio-política latinoamericana y, confiando en su continente, que emergía de la diversidad de modelos importados, se lanzó a la construcción de la Patria nueva, diciendo al respecto: "El sueño comienza a cumplirse. América, gigante fiero, cubierto con harapos de todas las banderas que con los gérmenes de sus colores han intoxicado su sangre, va arrancándose sus vestiduras, va desligándose de estos residuos inamalgamables […] va redimiéndose de su confusión […] y ora vacilante, firme luego […] camina hacia sí misma".[3]
Con estas ideas, iniciaba entonces su peregrinar por las tierras continentales hacia Guatemala, donde nuevamente abogó por la unidad al sentir los peligros de antiguas divisiones producto a las cuales había entrado la conquista. En esta nación adquirió Martí una visión del proyecto liderado por Justo Rufino Barrios, tomando mayor conciencia del desequilibrio en el cual vivían nuestras sociedades. La dirección política del país había pasado a manos de la pequeña burguesía agraria, grupo encabezado por Barrios, obligándolo el afianzamiento liberal a reformar el derecho en un marco que ya no cedía lugar a las comunidades indígenas, sino a los propietarios.
Martí, aunque mantuvo cierto recelos hacia Barrios, postura que se justifica por su reciente experiencia de México, confió en los resultados de los Códigos guatemaltecos, sobre los que no tardó en dar su opinión; dejando plenamente esclarecido un concepto de identidad verdaderamente revolucionario para su tiempo: "Interrumpida por la conquista la obra natural y majestuosa de la civilización americana, se creó con el advenimiento de los europeos un pueblo extraño, no español, porque la savia nueva rechaza el cuerpo viejo; no indígena, porque se ha sufrido la injerencia de una civilización devastadora, dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso; se creó un pueblo mestizo en la forma, que con la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia." [4]
En sus consideraciones respecto a este cuerpo legal, dejó plasmados importantes criterios en el campo del Derecho; al establecer que los nuevos Códigos guatemaltecos ni podían ser enteramente renovadores haciendo caso omiso de las relaciones sociales existentes; ni podían ser más avanzados y modernos de lo que el grado de desarrollo económico, político y social, cultural y espiritual del pueblo guatemalteco permitía; aludiendo además al hecho de que la elaboración de los nuevos Códigos, así como las formas institucionales que debían ser adoptadas, tenían que fundamentarse en el estudio de los afectos e intereses de los seres humanos que integraban el pueblo de que se tratara, centrando así su análisis en la problemática político-jurídica vinculada de forma estrecha con las características de cada pueblo.
Posteriormente viajó a Venezuela, donde nuevamente vivió la dictadura, ahora con Guzmán Blanco, y pronto fue expulsado del país, expresando entonces en carta a Fausto Teodoro Aldrey: "De América soy hijo y a ella me debo. Y de la América a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, esta es la cuna. Déme Venezuela en qué servirle: ella tiene en mí un hijo".[5]
De su paso por México, Guatemala y Venezuela salió Martí fortalecido en sus convicciones latinoamericanistas. Comprendió la naturaleza de los gobiernos, y la necesidad de realizar un cambio urgente en la esencia de sus mecanismos a fin de lograr la participación del pueblo y de cada uno de sus ciudadanos de forma activa en la vida pública de cada nación. Influyó radicalmente además en sus concepciones ético-jurídicas, pues fue a partir de la realidad de nuestra América que Martí pudo exponer con claridad sus teorías respecto al gobierno y a la política, sustentadas en la actuación de un gobernante que se identificara con su país y respondiera a los intereses de su pueblo, que era en fin, del que emanaba todo su poder, tarea ésta que exigía a su vez el respeto de los valores éticos que constituían la base de la moralidad nacional.
Más largo de su vida, de 1881 a 1895. Aún cuando no dejó de reconocer las virtudes de la tradición democrática y liberal de la patria de Lincoln, mostró los peligros que representaba en ese país un individualismo feroz y desenfrenado, llegando a escribir en ese sentido que: "Esta República, por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos".[6]Allí observó un país lleno de ambiciones y avorazado dominio, dispuesto a arrojarse sobre el mundo, y en primer lugar sobre Cuba y América Latina.
Martí pudo valorar que el momento latinoamericano era otro, y que por tanto, resultaba una necesidad urgente que la América se mostrara como era, una en identidad y en necesidad de actuar, para así poder lograr la prosperidad de sus pueblos y defenderse del peligro que representaba los Estados Unidos, por lo que constituía un imperativo la reconquista de su libertad para restaurar su alma propia, denunciando al mismo tiempo la continuidad de la conquista, disfrazada ahora con su nuevo método colonial en nuestros pueblos, señalando que: "[…] entró a padecer América y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico".[7] "[…] En lo que se escribe ahora por nuestra América imperan dos modas, igualmente dañinas, una de las cuales es presentar como la casa de las maravillas y la flor del mundo a estos Estados Unidos, que no lo son para quien sabe ver; y otra propalar la justicia y conveniencia de la preponderancia del espíritu español en los países hispanoamericanos, que en eso mismo están probando precisamente que no han dejado aún de ser colonias".[8]
En 1891, Martí publicó en la Revista Ilustrada de Nueva York y en El Partido Liberal de México, su emotivo ensayo "Nuestra América", en el que reiteraba sus ideas en defensa de la identidad y autoctonía latinoamericana. Autoconciencia y unidad son los primeros consejos que Martí da a los pueblos latinoamericanos, pero para lograr su consecución, era preciso erradicar algunos de los problemas que se habían mantenido en América desde la colonia, entre los que sobresalían el de la explotación de los indígenas, desposeídos de sus tierras y derechos, y el referido a aquellos que vivían en América pero se sentían europeos, renegando de lo propio, los desarraigados, a quienes Martí llamó "sietemesinos": "Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, bribones, de la madre enferma […] ".[9]
En defensa abierta de los valores autóctonos de nuestras tierras, Martí destacaba que no era posible aplicar leyes europeas a nuestros países, puesto que éstas no se acomodaban a su composición, señalando al respecto: "ni el libro europeo ni el yanqui dan la clave del enigma hispanoamericano"[10], y nos indicaba también que para poder solucionar los problemas existentes en nuestros pueblos, los gobernantes debían basarse en los elementos propios de su país y no en los ajenos, pues el desconocimiento de lo que llamó "elementos naturales" de un país traía como consecuencia el establecimiento de las tiranías que habían asolado a los países americanos poco después de lograda la independencia; por lo que sentenciaba: "[…] La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales […] con leyes heredadas".[11]
Aún cuando Martí divulgó los progresos que tenían lugar en los diferentes sectores del mundo de su época, en él es una constante la conservación y el fortalecimiento del nervio nacional, recuérdese en ese sentido cuando dijo: "Injértese en nuestras Repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas".[12]
Trazó igualmente en este ensayo la génesis emancipatoria del nuevo hombre americano: "[…] el viejo hombre enmascarado y falso, que vivía de espaldas a su propia realidad y dominado por formas culturales y políticas impuestas y extrañas, ha dado paso al nuevo hombre natural y mestizo, que examina críticamente esa civilización deformadora, que cambia el dogma y la creencia por la crítica y el examen, que recupera su naturaleza original que le había sido interrumpida, que recobra su alma propia, que comienza a crear un pensamiento propio y a ser él mismo, que empieza a vivir con autenticidad y libertad" [13]de ahí que en el pensamiento ético-jurídico martiano, la libertad y la autenticidad constituían dos realidades, y reflexionando en ese sentido afirmaba que para poder vivir en la autenticidad, el ser humano necesitaba ser libre, pensar y vivir desde sí mismo y no compelido por otros, necesitando por tanto, potenciar la libertad real y esencial, que no era más que la libertad del espíritu, entendiendo entonces a la libertad como una fuerza transformadora capaz de generar la Justicia por la que abogó siempre.
Resaltó la importancia de formar el hombre nuevo, aquel que se caracterizara por el ejercicio constante de la capacidad, de pensar por sí propio, de ejercer el criterio, de juzgar yendo a la raíz, a lo esencial, a lo que nace, por lo que señaló: "[…] a lo que quisiera yo ayudar es a llenar nuestra tierras de hombres originales, criados para ser felices en la tierra en que viven, y vivir conforme a ella, sin divorciarse de ella, ni vivir infecundamente en ella, como ciudadanos retóricos, o extranjeros desdeñosos nacidos por castigo en esta otra parte del mundo. El abono se puede traer de otras partes; pero el cultivo se ha de hacer conforme al suelo. A nuestros niños los hemos de criar para hombres de su tiempo, y hombres de América".[14]
A partir de estas consideraciones del Apóstol, resulta evidente cómo en nuestros días su obra y pensamiento siguen provocando reflexiones en las más diversas esferas del saber humano, fundamentalmente en el ámbito jurídico. A partir de su ética, nos advirtió sobre los problemas que enfrenta hoy nuestra sociedad y los problemas que amenazan a las naciones de Latinoamérica; y fue él mismo, el que previó la trascendencia de sus concepciones, cuando en vísperas de su muerte, desde el Campamento de Dos Ríos escribió a Manuel Mercado: "Sé desaparecer, pero no desaparecerá mi pensamiento"[15], expresando así su convicción de que a través de su obra transformada en arma seguiría peleando en los tiempos futuros.
Sin dudas, el legado martiano es un legado que no pertenece solo a Cuba, sino también a nuestra América, hecho éste corroborado por un planteamiento de Alejo Carpentier: "Por un milagro de su propio genio, Martí, caído en Dos Ríos, había de erigirse a la vez, en definidor del presente y anunciador de lo futuro […] su obra sigue respondiendo a todas las preguntas que sobre nuestra América nos hacemos cada día […] es guía de su tiempo y anticipador del nuestro […] ¿En qué consiste la característica anticipadora de José Martí? En que nos da en su obra el anuncio de la tarea revolucionaria de revolucionaria de hoy, de la Revolución Latinoamericana que se está por hacer".[16]
Hoy en América Latina, están en marcha procesos que retoman las ideas integracionistas de Martí, a favor de la independencia y la soberanía. Así, se han ido reconociendo plenamente la autonomía de las comunidades indígenas, para entonces poder integrarlas según sus necesidades, voluntades y formas genuinas al desarrollo colectivo de la nación.
En este sentido vale la pena destacar las palabras pronunciadas por el presidente de la República Bolivariana de Venezuela Hugo Chávez Frías, que refiriéndose a la importancia de ajustar los movimientos integracionistas a los ideales del Maestro, señaló: "El siglo que viene para nosotros, es el siglo de la esperanza, es nuestro siglo, es el siglo de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí, del sueño latinoamericano".[17] "Junto a la Alternativa Bolivariana para las Américas, poderoso instrumento para el desarrollo económico y social de nuestros pueblos, promovamos el ALMA: la Alternativa Martiana para las Américas, que en el terreno de las ideas y del pensamiento se convierta en símbolo de la alianza entre Martí y Bolívar".[18]
Resulta imposible negar entonces el papel de Nuestra América en la formación de nuestro José Martí, no solo sobre la base de sus concepciones integracionistas y latinoamericanistas, sino además, valorando la trascendencia de estas en sus proyecciones ético-jurídicas.
El Apóstol, al vivir la realidad de nuestras naciones, pudo advertir la apremiante necesidad, primero, de liberar al indio, de reconocerlo como hombre, así como los derechos que le asistían como tal en la sociedad, como paso previo e indispensable para lograr la independencia.
Su postura de constante conservación de lo originario, lo natural, repercutió en sus ideas ético-jurídicas, pues al defender las culturas autóctonas, aludía también Martí a la necesidad de que la organización del Estado se sustentara en esa idea, pues solo contando con Gobiernos e instituciones propias, con leyes nacidas del país, que se atemperaran a las exigencias de sus ciudadanos, se podría dar eficaz solución a los problemas presentes en nuestras naciones, y a la vez, defender la Justicia desde la particularidad cultural cubana y latinoamericana en general, como único modo de asegurar el bienestar futuro y crear una nación generosa, fundada en el trabajo y la equidad; sin que para ello fuera necesario extrapolar modelos ajenos, que en vez de proporcionar adelanto para nuestros pueblos, lo que implicaban era el retraso y la desigualdad en todos sus órdenes.
Su proyecto republicano de hondo contenido ético no hubiera sido de tal significación si Martí no hubiese alcanzado a comprender la realidad de las naciones latinoamericanas, así como el peligro que encerraba cada vez más para las mismas el poderío norteamericano.
Las concepciones ético-jurídicas de José Martí, articuladas sobre la base de la defensa de la Justicia y el respeto a la dignidad del hombre, dependieron en gran medida, por tanto, de la universalización que alcanzara el pensamiento martiano durante la época en que se asentó en México, Guatemala, Venezuela y Estados Unidos, de ahí que no se pueda omitir tal repercusión cuando se aborda el tema de la formación del pensamiento del Apóstol, pensamiento integral dentro del cual lo ético-jurídico alcanza gran relevancia, y que constituye indudable guía para Cuba y América Latina en general.
Sobre la base de estos argumentos y otros ya conocidos es que se ha llegado a afirmar de manera absoluta que la figura de José Martí constituye una de las cimas de la historia americana tanto por su lucha y heroica muerte, como por su poesía y pensamiento.
Como poeta abrió los senderos al modernismo hispanoamericano, como pensador nutrió las raíces de la identidad, de la filosofía y el filosofar desde esta nuestra América, como revolucionario pensó, organizó y dirigió, junto con otros patriotas, la lucha de independencia de Cuba que fue también un capítulo singular en la reafirmación de la identidad latinoamericana y como jurista dejó plasmada una concepción del Derecho permeada de un gran sentido ético que indiscutiblemente se ha convertido en un verdadero código de ética para aquellos que desempeñan tan importante labor como lo es la construcción de un gobierno autóctono que responda a los intereses de la mayoría.
Esta condición de integridad esencial que da sentido y dirección a su vida, es hoy un ejemplo insustituible de coherencia ética, un paradigma moral en un mundo en que el sujeto se encuentra cada vez más desgarrado y una esperanza para restaurar la conciencia fragmentada del hombre de nuestro tiempo.
Autor:
Lic. Yaneisi Bencomo Fariñas.
[1] Martí Pérez, José: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo VII, p.59. (Salvo que se indique lo contrario, las citas de Martí proceden de esta edición, que en lo adelante se citará colocando con números romanos el tomo y a continuación con números arábigos la página donde la cita puede ser localizada.) [N. del Autor.]
[2] Ibídem, p. 349.
[3] Ibídem, p. 348.
[4] Ibídem, p. 100.
[5] Ibídem, t. I, p. 212.
[6] Cit. pos: Hart Dávalos, Armando: “José Martí, iberoamericano y universal”, en Revista de la Sociedad Cultural José Martí “Honda” No. 6-2002, p. 11.
[7] Cit. pos: Herrera Franyutti, Alfonso: “Génesis y actualidad de Nuestra América”, en Edición Digital de la Conferencia Internacional: “Por el equilibrio del Mundo”, Génesis Multimedia y Sociedad Cultural José Martí, La Habana, 2003
[8] Martí Pérez, José, op. cit., t. XXI, pp. 289-290.
[9] Ídem.
[10] Ibídem, t. VIII, p.244.
[11] Ibídem, t. VI, pp. 16-17.
[12] Ibídem, p.18.
[13] Cit. pos: Herrera Franyutti, Alfonso: “Génesis y actualidad…”. cit.
[14] Martí Pérez, José, op. cit., t. XX, p. 146.
[15] Ibídem, t. IV, p.170.
[16] Carpentier, Alejo, en Revista de la Sociedad Cultural José Martí “Honda” No. 21-07, p.13.
[17] Chávez Frías, Hugo, en Revista de la Sociedad Cultural José Martí “Honda” No. 21-07, p.13.
[18] Cit pos. Hart Dávalos, Armando: “El alma del ALBA”, en Revista Bohemia No. 19, Año 99, 14 de septiembre de 2007, p. 21.