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Interrelacion afectos-violencia social y liderazgos. Estudio psicoanalítico

Enviado por jose cukier


Partes: 1, 2, 3

  1. Definición
  2. Relación entre los desarrollos de afecto y la constitución del aparato
  3. Enseñar, gobernar, curar, una tarea imposible
  4. Consideraciones previas
  5. El E.L.M. narcisista (Desmentida. Desestimación. Creencia en el educador)
  6. Imperativos categóricos. Tabú del pensar. Saber enciclopédico. Recuerdos póstumos. Otras consecuencias
  7. De la didactopatogenia a la violencia social
  8. Bibliografía

Definición

Concebimos el pensamiento como un proceso cognitivo que consiste en focalizar la atención en una unidad para identificar sus características, de acuerdo con un interés o un objetivo previamente definido. La identificación ocurre en dos etapas: la primera concreta y la segunda abstracta. La identificación concreta ocurre cuando realizamos el primer contacto con el objeto y la abstracta cuando podemos prescindir del objeto e imaginamos sus características.-

Los tipos de pensamiento. El pensamiento mítico- A los efectos de estos desarrollos, es necesario deslindar el origen de los nuevos tipos de lógica con que opera el preconsciente. Freud, (1918b), distinguió dos orígenes para el pensar: uno, Inconsciente, es inherente a la especie, y el otro, preconsciente, corresponde a una conquista cultural de la humanidad y es alcanzado por cada yo mediante el aprendizaje. Todos estos procesos de complejización psíquica tienen algo en Común: cada nueva forma de pensamiento surge en los intersticios lógicos del pensar previo, debido a las imposibilidades internas con las que éste se enreda.

El nuevo pensamiento es empujado por la necesidad psíquica de expresión de los procesos pulsionales y se manifiesta con un mayor grado de refinamiento. ¿De qué manera se introduce el pensar cultural en el Yo? el mismo se introduce como un imperativo categórico, es decir, bajo la forma de un orden constituyente del superyo, (1923b), orden cuyas razones no son explicitadas porque es imposible que el yo las entienda. Precisamente, el imperativo categórico es el tipo de la frase contenida en el superyo, que luego, cuando el Yo logra conquistar la intelección de las razones por las cuales la frase fue dicha, el pensar correspondiente pasa a estructurar el preconsciente. En este caso, la concordancia con el superyo tiende a sustituir a la obediencia ciega del Yo al superyo, cuyo ideal el Yo tiene la ilusión de realizar. En principio los imperativos categóricos suelen provenir de padres o equivalentes, pero luego son atribuidos a figuras cada vez más distantes, que van desde los educadores hasta los autores con quienes el contacto se reduce a lo escrito, a la "palabra del ausente", (1930a).

El carácter imperativo, hereda algo del mandato que antes tenían las pulsiones para el Yo, a las cuales éste res pondió con actos. Ante estos imperativos el Yo carece de capacidad analítica, crítica, de la misma manera como ante la pulsión; y abarcan el terreno de la sexualidad, el del trabajo y el de la muerte. En el plano de la sexualidad, una serie de órdenes prohíben la masturbación, imponen la necesidad de la maternidad o la paternidad. En el plano laboral la orden sería "ganarás el pan con el sudor de tu frente", y en cuanto a la relación con la muerte, la orden consiste en reconocer la necesidad del fin de la vida personal. Cada uno de estos imperativos categóricos parece ser una transformación del vínculo con la pulsión: la sexual, la de autoconservación, la de muerte, respectivamente, op.cit, (1991). Estudiar los tipos de pensar con que opera el preconsciente (por la introducción de nuevas lógicas, conquistadas mediante el aprendizaje) no difiere excesivamente del análisis de la constitución de los tipos de superyo. Se pueden discriminar diferentes tipos de superyo, lógicamente sucesivos: totémico, mítico, religioso, de las cosmovisiones y científico-ético, op.cit, (1980,86). De allí derivan tipos distintos de preconsciente, que incluyen un modo particular de deseos y de representaciones-grupo exteriores. Estos tipos de superyo son lógicamente sucesivos porque existe un requisito interno en la secuencia. Para que aparezca uno, el mítico, por ejemplo, es necesario que haya emergido el totémico.

A los efectos de este desarrollo, la educación escolar como agente de cambio psíquico, nos interesa el ideal mítico. Este implica un deslinde entre animal y humano. Distingue dos tiempos: el de la gesta heroica, origen del grupo, y el de lo cotidiano. La oposición entre el ideal y el Yo es de tipo espacial y también temporal. El espacio mítico suele superponerse en apariencia al espacio del grupo que sostiene este tipo de creencia, pero está distribuido con otra lógica, en cuanto a las investiduras de objetos y lugares, como por ejemplo ciertos ámbitos en que irrumpe la producción de lo sagrado. El tiempo del mito, es el de un presente honrado y sostenido por las generaciones posteriores del grupo supuestamente generado por el héroe. Esta oposición entre dos temporalidades (el presente mítico renovado por el pasaje de sucesivas generaciones de individuos), coincide con ese tipo de lógica que Piaget, (op.cit), describe como inteligencia de las operaciones concretas. Esta, entre otros procedimientos, incluye la posibilidad de actividades intelectuales conjugadas de seriación y clasificación. El tiempo del mito se expresa léxicamente como "presente épico", es decir, aquél que alude a un corte en la sucesión, en la trayectoria fijada por el destino, y perpetúa este cambio para las generaciones surgidas a partir de entonces. Este presente épico implica un tipo de inmortalidad que se sostiene gracias al recuerdo constante exigido al grupo, alude a un acto que no cesa de ocurrir: la independencia de la Nación, la jura de la bandera, la derrota de los invasores, por ejemplo. Estos al ser repetida en las generaciones sucesivas, educación escolar mediante, produce ese vínculo social que Freud llamó camaradería, que incluye la dimensión laboral. La temporalidad de la inmortalidad, es sostenida por la memoria (por el alma) de un pueblo originado gracias al héroe. El recuerdo del héroe significa una menor dependencia de la percepción del objeto visual y su sustitución por una imagen. En cuanto a la diferencia entre la percepción de un objeto y la percepción de una imagen, recordemos que Freud, (1909b), (1918b), (1926d), distingue la zoofobia de Juanito de la del Hombre de los lobos, afirmando que la segunda derivó de percibir una lámina del animal temid o, mientras que la primera surgió ante la percepción de la caída del caballo. El alma, como doble del cuerpo, surge según Freud, (1912-

13), en el intento de resolver la contradicción entre percepción y memoria, entre la ausencia sensorial y la vívida presencia de un objeto anhelado, en los recuerdos. La ausencia del cuerpo se coimplica entonces con la presencia de su espíritu, de su imagen. La sustitución de un tótem por una imagen, ofrece cierta autonomía al yo con respecto a la percepción directa del objeto. Esto lleva a reflexionar acerca de la lectoescritura, apartado que desarrollaré más adelante.

La diferencia entre el ideal y el Yo es menos superable, porque los requisitos para acceder a la categoría de héroe implican ya un esfuerzo personal y un reconocimiento social difícilmente alcanzable. Por lo tanto para cada individuo la desmentida del juicio que distingue entre el ideal y el Yo resulta más costosa. El grupo supuesto como consecuencia del mito es más amplio, y la representación-grupo propia del pensar mítico posee un mayor grado de abarcatividad, reúne algo así como un conjunto de clanes, en un vínculo de camaradería. En el origen del grupo es puesto un líder con rasgos humanos, aunque separado del resto de la comunidad ya no en términos espaciales, sino temporales. Cada tipo de pensamiento más sofisticado no disuelve el anterior. Lo incluye de diferentes maneras y entra en relaciones con el. La complejización genera intrapsíquicamente funciones que se relacionan con un iniciador. Freud mencionó fragmentariamente el concepto en; 1905e, 1908e, 1910c, 1918a, 1928b. El iniciador es un operador que conduce al Yo de un tipo de configuración simple a otra más elaborada. Es anterior al vínculo interpersonal y se presenta como una relación del Yo con las representaciones. Posteriormente por proyección busca plasmarse en el mundo. Es recibido de alguien a quien se estaba en verdad esperando. Las representaciones del iniciador son preconscientes, y son el resultado de la transacción entre los deseos edípicos y narcisistas por un lado, y la imposición cultural de inscribirse en ámbitos extrafamiliares, amorosos y culturalespor el otro. Existen iniciadores laborales, del lenguaje comprensivo, de la sensualidad (masturbación, secretos del sexo o la actividad eró tica), de la actividad sexual, intelectuales. El maestro, es un iniciador que evidencia su eficacia cuando hace su encuentro con el operador intrapsíquico. Este se manifiesta a través de la necesidad del psiquismo de que "alguien desde afuera preste una ayuda". COMENZARE ENUNCIANDO LA PLURALIDAD DE LAS CAUSAS QUE ATACAN EL PENSAMIENTO, PARA LUEGO ESTUDIAR EN PROFUNDIDAD ALGUNAS DE LOS MOTIVOS ENUNCIADOS.

ENUNCIACIÓN DE LAS CAUSAS DE NATURALEZA AFECTIVA Dolor psíquico, masoquismo y la nostalgia. La angustia, el dolor físico, la desesperación, el asco, la cólera, ataques de furia, el bienestar, pánico, sopor, terror, frenesí de cólera, impaciencia, goce, humillación y vergüenza, enojo, furia, tedio, la pulsión de ver, gratitud, desconfianza, convicción ante la palabra, celos, envidia, resentimiento, sentimiento de no ser amado, lo siniestro, la desvalorización, reconocimiento, despersonalización, desrealización, extrañamiento, disgusto, mal gusto, orgullo, euforia, pesimismo, resignación, piedad, humor, lo cómico y el chiste, el afecto en la sublimación y la creatividad. Entramado pasional, sus defensas y los tipos de pasión. Creencias, religiones, fanatismos, corrupción, fascinación, relatos ficcionales, ilusionismo, ironia, sarcasmo, paradoja, hipocresía, cinismo, identificación proyectiva.

Afecto -INDICE- Deseo, investidura representacional, el yo y su lugar ante los desarrollos de afecto. El afecto y su molde anterior a la constitución de cada psiquismo singular. Relación entre los desarrollos de afecto y la constitución del aparato mental. Afecto, el comienzo del autoerotismo y el yo real primitivo. Afecto y placer. Afecto y el yo-real definitivo. Afecto y la formación del Superyo. Afecto, sublimación y creatividad. Algo más acerca de la pasión.

Introducción Esta presentación intenta desplegar algunas propuestas metapsicológicas acerca de los afectos vinculándolas con el desarrollo del aparato mental. Entendemos como afecto al registro de cualidad inscripto en la conciencia, producto de un desprendimiento de libido en el yo bajo la forma de descarga. La inscripción en la conciencia requiere de la empatía y ternura por parte de quién está a cargo del infante para morigerar la pulsión. Este asistente original brinda el sustento para que se constituya la fractura en el ello y diferenciarlo del yo. Así facilita la inscripción del matiz afectivo, en la conciencia como contenido de la misma. El matiz afectivo deriva de la introyección del soporte materno, y si bien es un producto intrapsíquico, requiere para su constitución del enlace con un otro diferente, de manera que el matiz es representante del ensamble pulsional y la realidad.

Afecto, deseo, investidura representacional, el yo y su lugar ante los desarrollos de afecto – El deseo resulta de un incremento de la tensión interna que inviste a ciertas representaciones. El aumento pulsional ante un registro perceptual o una representación alcanza su cúspide con el desligamiento. Ambos aportan cantidad al aparato mental y le imponen trabajo. Mientras que la investidura representacional implica un empuje de la pulsión que se dirige a la conciencia y a la motilidad a través de un sistema de censuras y procesos retóricos; el desarrollo de afecto corresponde a una expresión de la energía fuera del sistema representacional. La desinvestidura no se coimplica necesariamente con el desprendimiento, puede ser un desplazamiento de una representación a otra, pero el desarrollo de afecto es necesariamente un desprendimiento pulsional.

No todos los afectos son producto exclusivo de procesos de descarga. Tomemos la angustia como ejemplo. Ésta tiene acción de descarga con exteriorización motriz, más el carácter displacentero específico más la percepción de la acción. Afecto y deseo se articulan.

El deseo puede quedar potenciado si a la vez hay un desarrollo de afecto placentero, y coartado si se acompaña de un afecto opuesto. Como el preconsciente es un sistema constituido por estratos representacionales, en cada uno de ellos pueden generarse diferentes desarrollos de afecto, porque una vivencia queda inscrita y luego traducida en cada estrato tal como lo describe Freud en "Pegan a un niño", "(…) la fantasía de paliza de la niña pequeña recorre tres fases; de ellas, la primera y la última se recuerdan como concientes, mientras que la intermedia permanece inconsciente (…) En la primera y tercera fantasías, el niño azotado es siempre un otro; en la intermedia, sólo la persona propia; (…)". Desde la perspectiva del estudio de los diferentes desarrollos de afecto, es conveniente subrayar que: el primer estrato se distingue por la frase "Mi padre azota a mi hermano (al que yo odio)". El segundo estrato por la frase "yo soy azotado por mi padre", y el tercer estrato que se asemeja nuevamente al primero y "el niño azotado es otro".

Ante el afecto displacentero resultante de un deseo, el yo puede oponer como defensa la inhibición y la represión. Si el recuerdo es del mismo estrato representacional y en consecuencia se acompaña de vivencia, la defensa es una inhibición normal. Si el recuerdo posteriormente genera displacer en un estrato diferente de aquel en el ocurrió la vivencia y la inscripción del recuerdo, la defensa es la represión. Habida cuenta de que existen diversas pulsiones, es posible que un deseo que se acompañe de afecto placentero se vea incrementado, pero es probable que el deseo satisfecho a la vez que genera placer incremente o inhiba la tensión pulsional de otro tipo, por ejemplo el placer preliminar y su relación con la tensión sexual genital. Un afecto displacentero puede también provocar un aumento tensional en otra área. Tomemos por ejemplo el dolor psíquico. La frustración del deseo libidinal provoca dolor y despierta un deseo hostil hacia el objeto que no satisface, en consecuencia la libido se desprende de la representación e inviste otro objeto. Hasta aquí deseo y desarrollo de afecto se rigen por el principio del placer, y el displacer causa del aumento tensional, provee energía para la defensa. En el masoquismo hay una alteración de aquel principio. El desarrollo del afecto displacentero potencia la tensión sexual. Freud conjetura que un estímulo doloroso puede ser neutralizado con una contrainvestidura semejante a la

traumática que lleva a un empobrecimiento pulsional global. Pero cuando el esfuerzo expulsivo fracasa, en vez de neutralizar el trauma mediante la proyección usando la musculatura, lo hace incorporándolo a la sexualidad – Entonces, autoerotismo mediante el trauma se perpetúa. La tensión muscular es sustituida por una excitación pasiva en otra zona distendida.

En la nostalgia hay enlace entre pulsión y representación, y el desarrollo de dolor que incrementa la pulsión sexual en vez de hostilidad, deviene de que el yo supone al objeto anhelado como imposible de reemplazar. En el duelo, el registro de ausencia del objeto genera dolor, desinvestidura hostil con cambio de la dirección libidinal hacia otro objeto. Entonces podemos diferenciar por lo menos dos tipos de dolor psíquico. Uno en que la ausencia del objeto genera la frustración del anhelo y es fuente de displacer. En el otro hay un trabajo psíquico de desprendimiento de libido de las representaciones del objeto ausente, y el dolor se desarrolla por la desunión de las asociaciones, impulsado por el deseo hostil. ¿Qué lugar ocupa el Yo ante los procesos de desprendimiento de libido? Cómo los afectos -salvo en el caso del dolor- son sensaciones, cualidades, percepciones de naturaleza vasomotriz y secretora, la descarga se realiza sin mediación preconsciente – El Yo pude inhibir actuando sobre la investidura representacional concomitante, suprimir el afecto y restarle el matiz afectivo y desatender la percepción de la descarga. Lo que no puede es evitar el desprendimiento. El Yo es pasivo ante el desarrollo de afecto, se convierte en activo cuando frente al incremento pulsional puede, o no, ser controlado por el Yo. El primer Yo -el Yo real primitivo- es el responsable de las modificaciones internas que acompañan al afecto, del registro placer-displacer, esto significa que es activo. Puede pensarse que también es activo ante otro Yo. En cambio el Yo real definitivo, que domina la motricidad aloplástica o que apela a la represión, a las formaciones reactivas o a la anulación, y se sostiene por la sobreinvestidura representacional es pasivo ante los desarrollos de afecto. Agreguemos que el desprendimiento de la pulsión se rige por los siguientes principios: cuando la descarga es total, domina la inercia y la pulsión de muerte; la descarga mantiene el principio de constancia sostenida por la autoconservación; o bien puede mantenerse con un ritmo apoyada en el principio de placer.

El afecto y su molde anterior a la constitución de cada psiquismo singular- Sostuvo Freud que los afectos en un principio no están soldados a las huellas mnémicas, sino que son variaciones tensionales de la fuente pulsional. Las variaciones de cantidad dependen de las vivencias de satisfacción o de dolor, y el afecto desarrollado se constituye en el primer símbolo mnémico, cuyo prototipo es la angustia. Ésta se acompaña de displacer que avanza a una intención de dolor. Éste es resultante de la sobreinvestidura somática la cual produce la ruptura del equilibrio narcisista prenatal. Se completa con una acción motora "acorde a fines". -El trauma de nacimiento y su angustia, es tomado por el Yo real primitivo como una vivencia que fue eficaz para luego crear la angustia señal. El dolor, residuo de la angustia pero diferente, requiere ser discriminado en: dolor físico, vivencia de dolor, dolor psíquico. El primero se entiende en términos cuantitativos. Magnitudes desbordantes invaden el aparato psíquico que se ve impedido de registrar las cualidades del objeto. El grito es el primer modo de descarga capaz de producir una modificación endógena. Permite un registro cualitativo – porque reconoce el objeto generador de dolor como hostil- y autoriza que la descarga pase a ser controlada por el principio de constancia en vez del de inercia, preparando el camino a la vivencia de dolor. El dolor es anterior a la proyección expulsiva y previamente se genera una investidura narcisista elevada del lugar doliente del cuerpo. La libido narcisista se desprende en un esfuerzo por realizar una contrainvestidura, que se da automáticamente y conduce a un empobrecimiento pulsional global.

Freud sustituye el concepto de "descarga interna" por el de "hemorragia interna" que alude a u n estado de pasividad, y de inermidad del yo real primitivo.-La energía de reserva que se pierde, es energía del yo destinada a la realización de acciones específicas. Las perturbaciones en las pulsiones de autoconservación derivan de una tentativa de defensa ante una herida narcisista. Merced a la hemorragia de autoconservación, la capacidad desintoxicante y trófica va siendo desgastada por el dolor. Freud dice que en la infancia son característicos el desvalimiento motor y psíquico. Ante la situación traumática, frente a la cual uno está desvalido, coinciden el peligro externo y el interno. Acá se liga desvalimiento con situación traumática, sea que el yo vivencie en un caso un dolor que no cesa, o en otro una éxtasis de necesidad que no puede hallar satisfacción.

La situación económica es, en ambos, la misma. El desvalimiento motor encuentra su expresión en el desvalimiento psíquico. El dolor psíquico requiere de una investidura de nostalgia previa, de un objeto no coincidente con el registro perceptual. Esta falta se convierte en una herida por la que se pierde libido narcisista, lo cual genera recogimiento psíquico. Esto permite diferenciar dolor de angustia. En la angustia hay una modificación somática acompañada o no de alteración vasomotora, presencia o no de descarga que no se da en el dolor, y por fin, en éste una hipertrofia de la intensidad de la investidura representacional. La vivencia de dolor, requiere que la tensión sea soportable y no anule la conciencia, y su constitución puede que sea contemporánea a la del yo real primitivo. La vivencia de dolor genera una sobreinvestidura libidinal del órgano y con ello su inscripción con la representación espacial correlativa. El enlace entre angustia y dolor psíquico constituye la desesperación, que se da previamente en el soma de la siguiente manera: acumulación tensional, ruptura de equilibrio narcisista, angustia con dolor psíquico como afecto displacentero para equilibrar la tensión. Este displacer que acompaña al intento de lograr una alteración endógena, se encuentra en el molde de la angustia. La cólera, también nominada como ira o furia tiene su molde en las tentativas de descarga ante una tensión del orden del hambre o la sed, que proviene de ciertos órganos y que son percibidos como hostiles. La tentativa es fallida si no se acompañada de la acción específica. Ante el fracaso de la defensa, sobreviene la descarga -inútil- mediante la musculatura voluntaria. La cólera es un esfuerzo de liberarse de un estímulo pulsional mediante la proyección. De manera especular, otro afecto displaciente como el asco, intenta mediante la incorporación, la eliminación de un estímulo sentido como nocivo y que proviene del exterior. El afecto placentero de la vivencia de satisfacción, es posterior a la alteración endógena generadora de displacer que deviene por la alteración interna. Esta vivencia es el molde de afectos como goce, felicidad, dicha, júbilo, alegría, bienestar, orgullo, humor y el espectro de lo cómico. El afecto placentero, es un cambio particular de cantidad en cualidad, que, desinvestidura mediante, no procura nuevas exigencias al aparato psíquico. El placer se debe al reencuentro sensorial con el objeto, tal como en la vivencia de satisfacción, y al ritmo estimulante de la sensorialidad y la motricidad que replica las variaciones tensionales endógenas de órganos como el corazón, los

pulmones y el estómago. Estos primeros ritmos, que implican desinvestidura de libido narcisista, son placenteros a pesar de que no implican el encuentro con objetos satisfacientes. Sin embargo, puede conjeturarse que los mencionados órganos no son solamente fuente sino también objetos producidos por la desinvestidura y reinvestidura posterior. En el placer hay entonces: un placer por la descarga, surgimiento de una percepción, recepción de la investidura narcisista con su registro cualitativo construyéndose así el primer ritmo.

La transformación de estos moldes primigenios en desarrollos de afectos y la reproducción de los mismos, requiere como condición la conformación de representaciones -de los órganos y de la periferia interior- y así la aparición de los deseos y anhelos. Estas representaciones exigen para su inscripción del matiz afectivo.

Relación entre los desarrollos de afecto y la constitución del aparato

EL comienzo del autoerotismo y el Yo real primitivo- Antes de la constitución del yo real primitivo, el placer se asocia a la disminución de tensión debido a la fuga o a la satisfacción apoyada por un asistente. Cuando no se puede aliviar la tensión endógena se da el dolor; la angustia automática cuando se exige una redistribución de las pulsiones de autoconservación; los ataques de furia que son puestos en marcha por mecanismos expulsivos de naturaleza refleja; bienestar cuando hay satisfacción somática. Algunas palabras acerca del Yo real primitivo. Su conformación responde a una secuencia de momentos. Primero la tendencia a la eliminación refleja de los estímulos. Luego ésta es sustituida por la fuga. Cuando ésta fracasa quedan investidos los estímulos endógenos pulsionales. Al ligarse varias investiduras de los órganos surge una primera estructura, el Yo real primitivo, que intenta aligerar la tensión por modificación interna en vez de la acción específica. Los afectos apoyados en las pulsiones de autoconservación devienen de vicisitudes económicas. Con el surgimiento del yo real primitivo aparece la discriminación entre los estímulos externos e internos y el principio de inercia inicial se va reemplazando por el de constancia mediante la acción específica. En estos momentos, cuando las pulsiones sexuales y de autoconservación no son satisfechas pueden alterar la retracción necesaria para el dormir. Surge otro afecto diferente, el sopor o somnolencia que es un producto de la acumulación tóxica de los deyectos metabólicos. Acumulación debida a la falencia de la actividad placenteria materna en la primera etapa de simbiosis. Al surgir las zonas erógenas, aquellas vivencias se complejizan con el placer devenido del autoerotismo que requiere de la motricidad voluntaria –movimiento de la lengua y los labios-. Otros desarrollos de afecto de estos momentos iniciales son el pánico, terror, frenesí de cólera y de goce. El pánico, en un aparato psíquico que se encuentra en sus albores, implica la pérdida de aquel que sostiene la articulación de las zonas erógenas. Ante el incremento tensional sobreviene la desorganización psíquica.El terror implica una situación de crisis con parálisis, que surge cuando la estimulación autoerótica no es satisfaciente de una zona erógena.El frenesí de cólera se relaciona con que la necesidad creciente, exige la salida del autoerotismo y la satisfacción por parte del objeto. La desorganización del autoerotismo surge cuando un deseo hostil no puede ser llevado a cabo. Esto puede deberse a la ausencia del objeto hostil o bien a que éste, investido con la pulsión de autoconservación, no es satisfaciente. En consecuencia la investidura sexual frustrada, genera la furia que lleva del principio de placer al de constancia a al de inercia. ¿Que sucede con el frenesí de goce en el autoerotismo? La autonomía de cada zona erógena impide la satisfacción sucesiva o simultánea. Es imposible porque ninguna zona es dominante sobre la otra. La excepción se daría en el caso de una satisfacción de la necesidad al mamar, porque ninguna necesidad es superior a las otras – como defecar u orinar-.

Afecto y el Yo-placer ¿En que consiste el placer? Es una calificación de la cantidad producida por el ritmo, esto es por la serie de incrementos y descensos de magnitudes de investidura en la unidad de tiempo. Esta unidad puede considerarse como el ciclo que va desde la investidura, hasta la resolución de la misma. La resolución se da, cuando hace su encuentro con algún estímulo que altere la fuente pulsional ligada a la necesidad derivadas de la autoconservación. En un momento posterior, con la apertura de las zonas erógenas, los erotismos adquieren sus propios ritmos que son diferentes a los de la necesidad. Los estímulos externos son placenteros cuando repiten las variaciones internas, lo cual es típico del autoerotismo en el cual hacen su

encuentro sensación, percepción, motricidad y desarrollo de afecto. La investidura de la zona erógena conlleva la articulación de las cualidades externas e internas, que se acompañan de vivencias de satisfacción o de dolor y que deben mantenerse en un cierto equilibrio. Este último brinda la posibilidad de sostener la atención y la descarga de placer mediante la motricidad y el registro perceptual. En el autoerotismo ocurre una sobreinvestidura de éste equilibrio, y en la zona erógena hay registro de estímulos perceptuales rítmicos, que se articulan de manera concordante con las variaciones internas de placer-displacer. Esta ligadura de las zonas erógenas se rige por el criterio de la simultaneidad y lleva a una mayor complejidad del tema. Al articularse entre sí las zonas erógenas y las fuentes pulsionales cada cual con su ritmo propio, se producen combinaciones múltiples -un tiempo fuerte para un erotismo puede ser débil para otro y ambos complementarse.- Las cosquillas son un ejemplo de la reunión en una zona erógena de un estímulo sensorial rítmico y un afecto incoercible. Son dos cualidades originadas en fuentes diferentes, una exterior y otra en el cuerpo. Un momento anterior a la descarga placentera (goce), se da una investidura del objeto, posicionado por el yo como un ideal, un enamoramiento, que incrementa la añoranza del objeto que se desea. Este estado es resultado de una proyección y la libido se reencuentra con el yo mediatizado por un objeto.En el reino del Yo placer la descarga es más intensa. No existe aún la inhibición que luego impone el yo real definitivo, representante de la realidad. El yo no puede inhibir el pasaje del enojo a la cólera o de la impaciencia a la desesperación, afectos que veremos más adelante, y la tarea de inhibición la realiza solamente el asistente. En estos momentos del desarrollo psíquico, se gestan los juicios de atribución, y el yo incorpora lo placentero o útil y lo desatribuido como tal es escupido. Cuando fracasa la desatribución del gusto- disgusto, se reactiva el primitivo mecanismo de expulsión o fuga por medio de la arcada, inicio de otro afecto, el asco. Pero éste si puede inhibirse mediante la expulsión de la boca. En una etapa evolutiva posterior -genital- con el dominio de la palabra, el asco es usado como expresión de displacer estético. El asco junto con la vergüenza serán luego uno de los diques de la sexualidad. Con la aparición de éste Yo placer, los afectos son desbordantes como resultado de la unificación de las zonas erógenas. La palabra aunque inscrita, aún no puede ser dicha y ésta falta de posibilidad determina los estallidos. Inicialmente el Yo placer en el que ocurren los estados de pasión, no es sentido como propio y es proyectado, está fuera de sí. Lo que le pasa al Yo placer, es vivido como consecuencia del afecto que desarrolla otro Yo, en posición de ideal, y que es tomado por el Yo placer mediante la identificación. Cólera, -también llamada furia, ira-, desesperación, goce, son los afectos dominantes que surgen en éste momento. También la consumación sexual, el "éxtasis", suele decirse como que se está "fuera de sí", o momentos de goce o de orgullo como que "no cabemos dentro de nosotros". El enojo es una forma atenuada de cólera, mezcla de afecto y deseo hostil; en un paso más hipertrófico, el yo es dominado por el afecto y se desarrolla la furia, cuando se coarta el deseo hostil. Cuando lo anhelado no coincide con la percepción surge la desesperación como afecto, – mezcla de angustia y dolor psíquico-. El anhelo es un componente fundamental y estructurante, el dolor surge por la pérdida de energía libidinal por el lugar de la herida que certifica la ausencia de lo anhelado. La impaciencia es una forma menor de la desesperación, y surge cuando frente a la frustración de un deseo devorador se desarrolla el afecto. Mientras que en la desesperación hay un trauma que al producir una herida narcisista, da lugar a la pérdida de libido; en la impaciencia hay una investidura -un deseo- acompañada de un afecto displaciente. Ante la escisión entre el dolor y la angustia -propio de la desesperación- queda solamente la angustia cuando el objeto se aleja. La hostilidad es dirigida hacia otro en posición de indefensión con lo cual el trauma sufre la transformación pasivo-activo. El cambio evita la pérdida libidinal porque el deseo hostil es satisfecho de manera motriz.

El fracaso de ésta defensa genera cólera y humillación, afecto correlativo a la pérdida del control de las heces que causan el goce anal. La humillación está constituida por: dolor psíquico porque el Yo no coincide con el ideal -omnipotente en su control cinético-, al que se le adosa un acceso de furia por el fracaso de actuar exitosamente el deseo hostil. Si la defensa es exitosa surge el júbilo que desborda el Yo. La humillación combinada con un estado depresivo, más la nostalgia de aquel que derrotó al yo genera furia por sentir nostalgia, y todo este conjunto complejo se expresa como tedio. Previo a la humillación suele observarse un goce masoquista autoerótico, el Yo se humilla a sí mismo golpeándose o profiriéndose insultos.

La vergüenza surge cuando fracasa el deseo de que alguien hostil e idealizado desaparezca de la percepción. Dolor por que el Yo no coincide con el ideal y sentimiento de fracaso para que otro yo desaparezca de la vista, componen la constelación de la vergüenza. Ante el fracaso, el que desaparece de la vista es el propio Yo. Se trata de un deseo exhibicionista frustrado. Este tipo de vergüenza se da en un contexto interindividual, y luego, junto con el asco se desarrolla intrapsíquicamente en la latencia como diques contra la sexualidad. Parece tener su origen en la adquisición d e la posición erecta. Humillación y vergüenza son afectos correspondientes a la fase anal primaria. La primera se vincula con el polo motriz y el par sadismo- masoquismo; la segunda con el polo perceptual y el binomio exhibicionismo- escoptofilia. La somnolencia es otro afecto atemperado de este momento evolutivo. Contiene un cierto grado de tristeza, no inundante, porque la necesidad de dormir impone retirar libido de la sensorialidad, finalidad que se posibilita por la compañía de un objeto transicional. Como estamos ante un aparato psíquico elemental el resultado de los recursos defensivos suele ser ineficaz. Ha de esperarse la constitución de otros criterios lógicos de enlace de las representaciones -analogía, causalidad intrapsíquica-, que se dan en el Yo-real definitivo para que los desarrollos de afecto displacientes se mantengan solo como amenazas, pero sin desarrollarse.

Afecto y el Yo real definitivo Hasta aquí hemos dicho que el Yo real primitivo es el agente de las descargas internas y el Yo placer el encargado de registrar las variaciones placer-displacer. Con el Yo real definitivo el recuerdo de las vivencias no necesita ser repetido, y la memoria va cobrando mayor autonomía respecto de la percepción. Este momento de constitución del aparato coincide con la etapa anal sádica, y con ella afectos placenteros activos ligados al dominio, o pasivos ligados a la excreción. Derivados como la pulsión de ver – transformación del deseo de aferrar- y la pulsión de saber, compuesto por el deseo de aferrar y de ver. Este deseo que origina las teorías sexuales infantiles, deviene del esfuerzo de obtener un concepto del ideal. En la relación con éste surge un desarrollo de afecto, la gratitud, en relación al objeto obtenido el Yo mantiene un vínculo posesivo que genera el goce. Cuando a la pulsión de saber de le adosa la crítica a la palabra de aquel que otorga el don, surge la desconfianza. La crítica surge porque el Yo supone un deseo retentivo en el ideal, suposición que se da cuando las palabras esperadas no coinciden con las propias vivencias somáticas. Opuesto a la desconfianza es la convicción ante la palabra, que es un desarrollo de afecto en el Yo por el enlace entre las percepciones y la actividad mental. Agreguemos dos satisfacciones autoeróticas, el placer sadomasoquista de dominarse en la motricidad voluntaria, y el placer de ensuciarse con la autestimulación anal. En la etapa anal sádica, el niño supone que su hostilidad puede generar cólera de los padres y como consecuencia teme perder el amor de éstos.

El temor a la pérdida del amor inhibe conductas agresivas del niño, y el afecto queda como una señal. En los celos, debemos diferenciar los edípicos de aquellos que emergen del complejo fraterno. En los celos edípicos distinguimos cinco desarrollos de afecto: dolor por la pérdida de un objeto, humillación ante el fracaso de los argumentos para conseguir el amor de ese objeto mediante un auxiliar, culpa ante la crítica del aspecto autoobservador del Super Yo y el deseo de encontrarse en el lugar del modelo, sentimiento de inferioridad por la comparación del Yo con el ideal y deseo hostil hacia el rival ganador. Los celos del complejo fraterno aparecen cuando surge el lugar del rival en la fase anal secundaria- donde se constituye el complejo del prójimo, las inscripciones por analogía y causalidad y el comienzo de la palabra hablada-. Aún la investidura libidinal del objeto es escasa y el dolor por la pérdida del objeto es dolor por perder la posesión de un don, los otros desarrollos de afecto son similares.

En la fase fálica surge la envidia que tiene el siguiente entramado: el deseo de tener algo, un don que sobreinviste el objeto del deseo y cuya ausencia en el Yo le produce a éste dolor psíquico, una diferencia entre lo que posee el Yo y el objeto. Estos constituyentes generan humillación, autodesvalorización, autorreproches y hostilidad hacia el ideal que distribuyó los bienes. La hostilidad, ante la impotencia de transformar la situación se transforma en furia. En el resentimiento predomina el sentimiento de haber sido víctima de una injusticia, no se extingue con el pasaje del tiempo y el Yo guarda ánimos vengativos que son racionalizados como actos de justicia (pero por mano propia). Los desarrollos de afecto que estamos describiendo, a pesar de ser displacientes, no pueden aún ser inhibidos por el Yo. La diferencia básica entre envidia y celos consiste en que en la primera, hay un deseo agresivo hacia el ideal vivido como injusto y del cual el Yo queda decepcionado; en los celos éste deseo no aparece. Se ha sustituido a la madre injusta por el padre, y el Yo pretende ser amado por éste. Puede suceder que el Ideal se mantenga en la madre, y el Yo ante el temor de no ser amado por sus deseos hostiles, cambie el desarrollo de afecto agresivo por el sentimiento de no ser amado, sentimiento que no es posible de inhibir.

En el goce autoerótico por la estimulación del pene o el clítoris, el Yo tiene una vinculación de enamoramiento, acompañado de omnipotencia, y felicidad por la coincidencia del narcisismo con el autoerotismo. Cuando el niño descubre que su madre no tiene pene surge el horror. Éste se desarrolla a partir de tres deseos: el de encontrar en la madre un doble de sí cuyo fracaso conduce a la angustia de castración, (que es un afecto traumático), un deseo agresivo porque incrimina a la madre como responsable de una falta, un deseo de ser como el ideal cuyo derrumbe genera en el Yo el sentimiento de aniquilación. El horror articula entonces tres afectos, angustia, culpa y aniquilación. Para mantener este desarrollo de afecto como una señal, el Yo se defiende de la siguiente manera; de la angustia con la represión, de la culpa con la identificación secundaria (que si fracasa lleva a que la culpa sea traumática), con la desmentida de la aniquilación (cuyo fracaso da lugar a un afecto traumático). El fracaso de la desmentida conduce al desarrollo de lo siniestro, porque la maduración del aparato ya permite diferenciar la familiar de lo extraño. El sentimiento de culpa, en un primer momento implica angustia y dolor por la pérdida del amor, luego el dolor se mantiene como amenaza por que el deseo de la castración materna es reprimido, y queda la angustia frente al temor de la pérdida del amor. La culpa sustituye el temor a no ser amado por los padres, es una consecuencia inexorable de las alternativas de los destinos pulsionales que complejizan el aparato psíquico. Secuencialmente la culpa se va construyendo por: un deseo hostil, luego un deseo libidinal, nostalgia por un estado anterior imaginario, registro de la ausencia de lo anhelado, acusación al Yo nostalgioso y responsable del deseo hostil, desarrollo del afecto culpa. La diferencia entre culpa y aniquilación estriba en que en la primera, la investidura es con el objeto y el derrumbe del ideal queda incluido intrapsíquicamente como instancia, el superyo. En la aniquilación la investidura es narcisista, y la caída del ideal lleva consigo al Yo, quien se siente desintegrado. El vínculo de ser –identificación primaria-, es afectado por la desorganización del Yo-placer, con coincidencia de los afectos de angustia y dolor. Recíprocamente relacionado con la culpa surge la desvalorización, en ésta el Yo resulta perdedor en su comparación con el ideal.

Partes: 1, 2, 3
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