Fundador de los Jesuitas
1491 – 1556
El camino espiritual de Ignacio de Loyola: 1491-1540.
(Esta narración de la vida de Ignacio se basa en la "Autobiografía", un escrito dictado por el mismo Ignacio a un compañero, tres años antes de su muerte. Al hablar, Ignacio se refiere siempre a sí mismo en tercera persona como "el peregrino").
de Loyola a Montserra
Ignacio un hidalgo, nacido en 1491 en la Casa solar de Loyola, en el País Vasco, fue educado como un caballero en la corte de España. En su autobiografía resume sus primeros veintiséis años de vida en una sola frase: "fue hombre dado a las vanidades del mundo y, principalmente, se deleitaba en el ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra". El deseo de ganar honra, llevó a Ignacio a Pamplona para defender esta ciudad fronteriza, atacada por los franceses. La defensa era desesperada, cuando, el 20 de mayo de 1521, Ignacio fue herido por una bala de cañón que le quebró totalmente una pierna, dejándole la otra malherida. Pamplona e Ignacio con ella, cayeron en manos de los franceses.
Los médicos franceses cuidaron a Ignacio y lo enviaron a Loyola donde pasó por una larga convalecencia. En este período de forzada inactividad pidió libros para leer y, por puro aburrimiento, aceptó los únicos que se encontraban en la casa: un libro de la Vida de los Santos y una Vita Christi. Entre lectura y lectura, el romántico caballero soñaba, unas veces, en imitar los hechos de San Francisco o Santo Domingo y, otras, en lances caballerescos en servicio de una Señora de no vulgar nobleza". Transcurrido un tiempo, cayó en la cuenta de que "había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallándose seco y descontento; y cuando en. hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos, no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, más aun después de dejado, quedaba contento y alegre… Se le abrieron un poco los ojos y empezó a maravillarse de esta diversidad, y a hacer reflexión sobre ella… poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban". Ignacio iba descubriendo la acción de Dios en su vida, y su deseo de honra se iba transformando en un deseo de entregarse completamente a Dios, aunque estaba muy poco seguro de lo que esto podría significar! "Mas todo lo que deseaba hacer, luego como sanase, era la idea de Jerusalén… con tantas disciplinas y tantas abstinencias, cuantas un ánimo generoso, encendido de Dios, suele desear hacer".
Ignacio comenzó su viaje a Jerusalén tan pronto como terminó su convalecencia. La primera parada fue el famoso Monasterio de Montserrate. El 24 de marzo de 1522, ofreció la espada y el puñal "delante el altar de Nuestra Señora de Monserrate, a donde, tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse las armas de Cristo". Pasó toda la noche en vela, con su bordón en la mano. Desde Montserrate bajó a una ciudad llamada Manresa, donde pensaba permanecer unos días. Estuvo allí casi un año.
Manresa
Ignacio vivió como un peregrino mendigando para satisfacer sus necesidades fundamentales, y gastando casi todo su tiempo en la oración. Al principio, los días pasaban llenos de gran consolación y alegría; pero pronto la oración se convirtió en un tormento y solamente experimentaba fuertes tentaciones, escrúpulos, y tan gran desolación que le venían pensamientos, "con gran ímpetu, para echarse por un agujero grande que aquella su cámara tenía". Finalmente, volvió la paz. Ignacio reflexionaba en la oración sobre "el buen y mal espíritu"" que estaban detrás de experiencias como ésta, y comenzó a reconocer que su libertad para responder a Dios era influenciada por estos sentimientos de "consolación" y "desolación". "En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole".
El peregrino era cada vez más sensible a los movimientos interiores de su corazón y a las influencias exteriores del mundo que le rodeaba. Reconocía a Dios revelándole su amor e invitándole a una respuesta, pero también sabía que su libertad para responder a ese amor podía ser ayudada o dificultada, según fuera la forma como viviera esas influencias. Aprendió a responder en libertad al amor de Dios luchando para remover los obstáculos de esa misma libertad. Pero "el amor se debe poner más en las. obras". La plenitud de libertad llevaba inevitablemente a una total fidelidad; la respuesta libre de Ignacio al amor de Dios tomaba la forma de un servicio por amor, una total dedicación al servicio de Cristo que, para el hidalgo Ignacio, era su "Rey". Puesto que era una respuesta de amor, al amor de Dios, nunca podría basta ; la lógica del amor pedía una respuesta siempre mayor ("magis").
Su conversión al servicio de Dios, por amor, se confirmó en una experiencia que tuvo lugar un día mientras descansaba a orillas del río Cardoner. "Y estando allí sentado, se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas…
recibió una gran claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto como de aquella vez sola"'.
Ignacio anotaba sus experiencias en un pequeño libro ; era ésta una práctica que había comenzado ya en su convalecencia en Loyola. Al principio, estas notas eran solamente para su uso personal, pero poco a poco vio la posibilidad de que pudieran tener una aplicación más amplia. "Algunas cosas que observaba en su alma y las encontraba útiles, le parecía que podrían ser útiles también a otros, y así las ponía por escrito". Había descubierto a Dios y consiguientemente el sentido de la vida; y aprovechaba cualquier oportunidad para llevar a otros a experimentar el mismo descubrimiento. Conforme pasaba el tiempo, sus notas fueron tomando forma más estructurada y llegar a ser la base de un pequeño libro llamado Ejercicios Espirituales, publicado para ayudar a otros a conducir a hombres y mujeres a través de una experiencia de libertad interior que lleva a un fiel servicio a los demás.
De París a Roma
Este pequeño grupo de siete compañeros se fue junto, en 1534, a una pequeña capilla de un monasterio de Montmartre, en las afueras de París, y el único sacerdote entre ellos -Pedro Pablo- celebró una misa en la que todos ellos consagraron sus vidas a Dios mediante los votos de pobreza y castidad. Durante aquellos días "habían decidido todos lo que tenían que hacer, esto es: ir a Venecia y Jerusalén, y gastar su vida en provecho de las almas". En Venecia los otros seis compañeros, Ignacio entre ellos, fueron ordenados sacerdotes. Pero su decisión de ir a Jerusalén no llegó a realizarse.
Las continuas guerras entre cristianos y musulmanes hicieron imposible el viaje a Jerusalén. Mientras esperaban que se suavizase la situación y las peregrinaciones pudieran reanudarse, los compañeros dedicaron su tiempo a predicar, dar Ejercicios y trabajar con los pobres en los hospitales. Finalmente, cuando había pasado un año y el viaje a Jerusalén seguía siendo imposible, decidieron "volver a Roma y presentarse al Vicario de Cristo, para que los emplease en lo que juzgase ser de mayor gloria Dios y utilidad de las almas"".
Su resolución de ponerse al servicio del Santo Padre significaba que podían ser enviados a cualquier parte del mundo donde el Papa los necesitase; los "amigos en el Señor" podrían ser dispersados. Sólo entonces decidieron crear un vínculo permanente entre ellos que los mantuviera unidos aunque estuvieran físicamente separados. Añadirían el voto de obediencia y quedarían así constituidos en una Orden Religiosa.
Hacia el fin de su viaje a Roma en una pequeña capilla, a la vera del camino, en el pueblo de La Storta, Ignacio "fue muy especialmente visitado del Señor… estando un día, algunas millas antes de llegar a Roma, en una Iglesia, y haciendo oración, sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo". Los compañeros se convirtieron en Compañeros de Jesús, para asociarse íntimamente al trabajo redentor de Cristo resucitado, en y por la Iglesia, que actúa en el
mundo. El servicio de Dios en Cristo Jesús se hizo servicio en la Iglesia y de la Iglesia en su misión redentora.
En 1539 los Compañeros, diez ya, fueron benignamente recibidos por el papa Paulo III, y la Compañía de Jesús fue formalmente aprobada en 1540; unos pocos meses después Ignacio fue elegido su primer General.
La Compañía de Jesús asume el apostolado de la Educación: 1540-1556.
Aunque todos los primeros compañeros de Ignacio eran graduados por la Universidad de París, las instituciones educativas no entraban dentro de los propósitos originales de la Compañía de Jesús. Como se describe en la "Fórmula" presentada a Paulo III para su aprobación, la Compañía de Jesús fue fundada "para dedicarse principalmente al provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana y para la propagación de la fe mediante lecciones públicas y el servicio de la Palabra de Dios, los Ejercicios Espirituales y obras de caridad, y concretamente por medio de la instrucción de los niños y de los ignorantes en el cristianismo, y para espiritual consolación de los fieles oyendo sus confesiones""'. Ignacio quería que los jesuitas se mantuvieran libres para poder desplazarse de un lugar a otro donde la necesidad fuera mayor; y estaba convencido de que las instituciones le fijarían en un lugar e impedirían su movilidad. Pero los compañeros tenían sólo un propósitos "servir y amar a su Divina majestad en todas las cosas, estaban dispuestos a adoptar el medio que pudiera mejor ayudar a cumplir este amor y servicio de Dios, en el servicio a los demás.
Pronto aparecieron claros los resultados que podrían obtenerse de la educación de la juventud, y no pasó mucho tiempo sin que los jesuitas se dedicasen a este trabajo. Francisco Javier, escribiendo desde Goa, India, en 1542, se mostraba entusiasta de los resultados que los jesuitas que enseñaban en el Colegio de San Pablo, estaban obteniendo; Ignacio respondió animándoles en su labor. Un Colegio había sido fundado en Gandía, España, para la educación de los que se disponían a entrar en la Compañía de Jesús; en 1546 comenzaron a admitirse otros jóvenes de la ciudad, ante la insistente petición de sus padres. El primer "Colegio de la Compañía", en el sentido de una institución primariamente destinada a seglares, fue fundado en Messina, Italia, solamente dos años después. Y cuando se vio claro que la educación era, no solamente un medio apto para el desarrollo humano y espiritual, sino también un instrumento eficaz para la defensa de la fe, el número de colegios
de la Compañía, comenzó a crecer muy rápidamente: antes de su muerte en 1556, Ignacio había aprobado personalmente la fundación de 40 colegios. Durante siglos, las congregaciones religiosas habían contribuido al desarrolló de la educación en filosofía y teología. Para los miembros de esta nueva Orden el extender su trabajo educativo a las humanidades e incluso llevar colegios, era algo nuevo en la vida de la Iglesia, que necesitaba una aprobación formal, mediante un decreto del Papa.
Ignacio, entre tanto, se quedó en Roma y dedicó los últimos años de su vida a escribir las Constituciones de la nueva Orden Religiosa.
Inspiradas por el mismo espíritu de los Ejercicios Espirituales, las Constituciones manifiestan la capacidad ignaciana para compaginar los fines más idealistas con los medios más concretos y realistas para alcanzarlos. La obra, dividida en diez partes, es un manual de formación para la vida de la Compañía.
En su primer borrador, la Parte IV consistía en unas directrices para la educación de los jóvenes que debían ser formados para ser jesuitas. Como iba aprobando fundaciones de nuevos Colegios, al tiempo que escribía las Constituciones, Ignacio revisó parcialmente la Parte IV para que incluyera los principios educativos que debían guiar el trabajo que iba a ser asumido en los Colegios. Esta Parte de las Constituciones es, por lo tanto, la mejor fuente para conocer el pensamiento explícito y directo de Ignacio sobre el apostolado de la educación, aunque fue en gran parte completada antes de que él valorase el importante papel que iba a representar la educación en el trabajo apostólico de los jesuitas.
El preámbulo de lo Parte IV señala así la finalidad : "siendo el scopo que derechamente pretende la Compañía ayudar las ánimas suyas y de sus próximos a conseguir el último fin para que fueron criadas, y para esto, ultra del ejemplo de vida, siendo necesaria doctrina y modo de proponerla…"
Las prioridades en la formación de los jesuitas fueron también prioridades en la educación de la Compañía : un énfasis en las humanidades que debían preceder a la filosofía y a la teología, un orden de progreso cuidadosamente observado en el seguimiento de estas sucesivas ramas del saber, las repeticiones de la materia, y una participación activa de los propios estudiantes en su educación. Debía emplearse mucho tiempo en conseguir un buen estilo literario.
El papel del Rector es esencial, como centro de autoridad, inspiración y unidad. NO se trataba de métodos pedagógicos nuevos ; Ignacio estaba familiarizado con la falta de método, con los métodos de muchos colegios, y especialmente con la cuidadosa metodología de la Universidad de París. El eligió y adaptó aquellos que le parecieron más adecuados para los fines de la educación jesuítica.
Hablando explícitamente acerca de los colegios para seglares, en el capítulo 7o. de la Parte IV, Ignacio particulariza sólo unos pocos puntos. Insiste, por ejemplo, en que los estudiantes (en aquellos tiempos prácticamente todos cristianos) "sean bien instruidos en lo que toca a doctrina cristiana". También, de acuerdo con el principio de la "gratuidad de los ministerios" en que no debe cobrarse por la enseñanza. Quitando estos y otros pequeños detalles, le parece suficiente que se aplique el principio básico enunciado muchas veces en las Constituciones : "y porque en particulares y personas, no se descenderá aquí más a lo particular, con decir que haya Reglas que desciendan a todo lo necesario en cada Colegio". En una nota posterior añade una sugerencia : "de la regla del Colegio de Roma se podrá acomodar a los otros la parte que les conviene".
En su correspondencia, Ignacio prometió un desarrollo ulterior de las Reglas, o principios básicos, que habrían de regir en todos los colegios. Pero insistía en que no podría elaborar estas Reglas hasta que pudiera deducirlas a partir de la experiencia concreta de quienes estaban de hecho empeñados en la labor educativa. Antes de haber podido cumplir esta promesa, en la madrugada del 31 de julio de 1556, Ignacio murió.
Ejercicios Espirituales
Los Ejercicios Espirituales no son un simple libro de lectura; son guía para una experiencia, un compromiso activo que capacita para un crecimiento en libertad y lleva a un servicio fiel. La experiencia de Ignacio en Manresa puede ser una experiencia personalmente vivida.
Toda persona, en los Ejercicios, tiene la posibilidad de descubrir que, aun siendo pecador o pecadora, es personalmente amada por Dios e invitada a responder a su amor. En los Ejercicios, la respuesta comienza con el reconocimiento del pecado y de sus consecuencias, el convencimiento de que el amor de Dios supera el pecado, y un deseo de este Amor perdonador y redentor. La libertad de la respuesta es posible gracias a la creciente capacidad, con la ayuda de Dios, de reconocer y comprometerse en la lucha por superar los factores interiores y exteriores que impiden una respuesta libre. Esta respuesta se desarrolla positivamente por un proceso de búsqueda y acogida de la voluntad de Dios Padre, cuyo amor nos ha sido revelado en la persona y en la vida de su Hijo Jesucristo, y de descubrir y elegir los modos específicos de poner por obra este amoroso servicio de Dios en el servicio activo a otros hombres y mujeres, en el corazón mismo de la realidad.
El Primer Ejercitante
Iñigo fue él primer ejercitante. Los Ejercicios escritos por el fueron fruto de sus experiencias personales en Manresa. Los escribió para ayudar a los otros, comunicándoles las ideas y sentimientos que a él le habían transformado. A los que se decidirán a practicarlos y tendrán capacidad para hacerlos en sus totalidad, les impondrá un mes de intensa actividad, con cuatro o cinco horas diarias de meditación, más los exámenes y reflexiones. Todo regulado mediante normas bien precisas : "adiciones, anotaciones, reglas", encaminadas a conseguir el mayor fruto posible. El Santo no nos dice cuándo hizo él los Ejercicios, pero tenemos fundamento para pensar que fue en los últimos meses tranquilos en Manresa. Aunque, si bien lo miramos, Los Ejercicios comenzaron ya en Loyola.
No sabemos con certeza cuál fue el orden por el que Iñigo experimentó en sí mismo los diversos temas de los Ejercicios. A modo de conjetura, podemos suponer que los practicó, en líneas generales, tal como los dejó escritos.
Su alma estaba bien preparada para recibir las luces del Señor. En Montserrat se había purificado mediante una confesión general que duró tres días. En Manresa, la terrible prueba de los escrúpulos había completado esta obra de purificación. Ahora su alma estaba en paz. Podía dedicarse con todo sosiego a la consideración de las cosas divinas.
Lo que él iba buscando desde Loyola era poner orden en su vida. Ahora comprendió que lo primero que necesitaba era conocer el fin para el que había sido criado. En definitiva, se trataba de cumplir los designios de Dios sobre él. Para cumplir la voluntad de Dios era necesario, ante todo, conocerla. El obstáculo eran las "aficiones desordenadas", que entenebrecen los ojos de la mente y arrastran la voluntad hacia el pecado. Tendrían que luchar contra estas aficiones desordenadas, para lo cual era necesario vencerse a sí mismo. A ello le ayudarían los Ejercicios cuyo título sintetiza todo su contenido : "Ejercicios espirituales para vencer a sí mismo y ordenar su vida, sin determinarse por afección alguna que desordenada sea".
El trabajo que iba a emprender exigía una voluntad generosa y decidida. Iñigo entró en los Ejercicios "con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor".
Ante todo, se le presentó ante los ojos el plan de Dios sobre la creación : "el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma". Las cosas de la tierra han de ayudarle para conseguir este fin. De donde se sigue que "tanto ha de usar dellas cuando le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse dellas cuando para ello le impiden". Las verdades del Principio y Fundamento son tan orientadoras para el ejercitante y son un prólogo tan luminoso para la actividad que desarrollará en el curso de los Ejercicios, que resulta difícil pensar que en un documento tan importante no sea de Manresa, por lo menos en una redacción rudimentaria. Con la experiencia y con los estudios llegará Iñigo a darle la forma perfecta y armónica que ahora tiene.
Frente a los planes de Dios se levanta la rebelión de la criatura, es decir, el pecado. Iñigo recorrió mentalmente el proceso de su vida, evocando los pecados cometidos de año en año, recorriendo los sitios y las casas donde había vivido, el trato que había tenido con otros, los oficios que había ejercido. Un doble sentimiento invadió su alma : la vergüenza ante la fealdad de sus culpas, dolor por haber ofendido a Dios. Pero el resultado no fue la desesperación. "Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otros tanto, mirando a mí mismo. Lo que hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo". La vida de Iñigo será una respuesta a esta triple interrogación.
En otra meditación sobre los pecados, todo se resuelve en un "coloquio de misericordia" , es decir, en un recurso confiado y amoroso a la misericordia divina, refugio único del pecador.
De esta primera parte o "semana" de los Ejercicios salió ya Iñigo enamorado de Jesucristo, considerado como libertador y redentor. No sólo no volverá a ofenderle, sino que procurará seguirle. Cristo se le presenta como rey, al que deberá obedecer y servir con más fidelidad de la que ha tenido con los señores de la tierra. Jesús le llama para una gran empresa, que es la de restaurar la humildad perdida. La santidad se le presenta como la conquista de un reino, que debe conseguirse mediante la victoria de todos los enemigos de los planes de Dios. Estos enemigos los conocía muy bien Iñigo, porque otras veces le habían vencido. Son la sensualidad y el amor carnal y mundano. Iñigo se resuelve a participar con la mayor generosidad en esta campaña. No tendrá que hacer más que seguir los ejemplos de Jesús, que irá delante de él. Su empeño consistirá en conocer íntimamente a Jesucristo para más amarle y seguirle. Meditando los pasos del Evangelio desde la encarnación hasta la pasión y resurrección de Jesús, penetró en "las intenciones", es decir, en espíritu del divino Maestro y en sus máximas, opuestas diametralmente a las del mundo : pobreza y humildad contra codicia y soberbia. Todo lo verá resumido en el sermón del monte, cuando Iñigo se abrazará con la pobreza actual y con las humillaciones para imitar a Cristo pobre y humillado, alistándose así debajo de su bandera. Seguirá a Cristo en su pasión y muerte, para participar también de la gloria de su resurrección.
Al término de sus Ejercicios, Iñigo tenía resuelto el problema de su vida. El servicio de Dios será su ideal ; Jesucristo, su modelo ; el ancho mundo, su campo de trabajo. Porque desde entonces ya no será el peregrino solitario que medita y hace penitencia, sino que se dedicará con todas sus fuerzas a " ayudar a las almas", es decir, a llevar a los hombres al cumplimiento de su destino.
Antes de salir de Manresa, podemos suponer que hizo su última visita a la seo, a la iglesia de los dominicos y a las ermitas donde había orado con tanta devoción. Es probable que subiese también a Montserrat para despedirse de la Virgen morena y de los monjes del monasterio. A sus amigos maresanos les dejó lo poco que tenía : su escudilla, el cordón con el que se había ceñido y su sayal de peregrino. El se llevaba, en cambio, el recuerdo imperecedero de lo mucho que había recibido en la ciudad catalana. Había llegado allá como un penitente recién convertido. Salía transformado en un hombre espiritual, lanzado a las grandes empresas de la gloria de Dios a que estaba destinado, el germen de las cuales se encerraba en los Ejercicios, hechos y escritos en Manresa. Con el andar del tiempo, el nombre de Manresa. Quedará universalmente ligado al recuerdo de San Ignacio. Centenares de visitantes acudirán a orar en la Santa cueva y Manresa será el nombre de no pocas casas de oración.
El Sistema Educativo de La Compañía de Jesús La "Ratio Studiorum" (Razón de ser de los Estudios)
En los años siguientes a la muerte de Ignacio, no todos los jesuitas estaban de acuerdo en que el trabajo en los Colegios era una actividad propia de la Compañía de Jesús; la disputa duró hasta bien entrado el siglo XVII. Sin embargo, el compromiso de los jesuitas en la enseñanza siguió creciendo a ritmo rápido. De los cuarenta Colegios que Ignacio había aprobado personalmente, treinta y cinco estaban funcionando cuando él murió, aun cuando el número total de miembros de la Compañía de Jesús no había llegado todavía a los mil. En el espacio de, cuarenta años, el número de Colegios alcanzó los 245. El desarrollo prometido de un documento que resumiera los principios comunes a todos los colegios jesuíticos era ya una necesidad práctica.
Los sucesivos Superiores de la Compañía promovieron un intercambio de ideas basadas en experiencias concretas, en forma tal que, sin faltar al principio de Ignacio de atender las "circunstancias de tiempos, lugares y personas", se pudieran desarrollar un curriculum básico, y unos principios pedagógicos generales que provinieran de esta experiencia y fueran comunes a todos los Colegios de la Compañía. Hubo, pues, un período de intenso intercambio entre todos los Colegios.
Los primeros borradores de un documento común se basaban, como Ignacio había deseado, en las "Reglas del Colegio Romano". El General P. Rodolfo Aquaviva nombró una comisión internacional formada por seis jesuitas; se reunieron en Roma para adaptar y modificar estos borradores provisionales, partiendo de la experiencia de las diversas partes del mundo. En 1586 y, de nuevo, en 1591, este grupo publicó borradores más completos que fueron ampliamente difundidos para su comentario y corrección. Sucesivo intercambio, reuniones de la comisión, y trabajo de redacción
llevaron, finalmente, a la publicación de la "Ratio Studiorum", el 8 de enero de 1599.
En su redacción final la "Ratio Studiorum" o "Plan de Estudios o Razón de ser de los Estudios", de los Colegios Jesuíticos, es un manual para ayuda de profesores y directivos en la marcha diaria del Colegio ;contiene una serie de "reglas" o directrices p4rácticas que se refieren a materias como el gobierno general del Colegio, la formación y distribución de profesores, los programas, o los métodos de enseñanza. Como la Parte IV de las Constituciones, no es tanto un trabajo original, cuanto una buena colección de los métodos educativos más eficaces de aquel tiempo, experimentados y adaptados a los fines de los Colegios de la Compañía.
Hay pocas referencias explícitas a los principios subyacentes que dimanan de la experiencia de Ignacio y sus compañeros, y que se fijaron en los Ejercicios Espirituales y en las Constituciones ; tales principios habían sido expresados en las primeras versiones, pero fueron sobreentendidos en la edición final de 1599. La relación entre maestro y estudiante, por tomar solo un ejemplo, debía reflejar la relación entre el que da los Ejercicios y el que los recibe ; puesto que los autores de la Ratio, así como la mayoría de los educadores de los Colegios eran Jesuitas, esto podría fácilmente presuponerse. Así y todo, aunque no se mencionase explícitamente, el espíritu de la Ratio, como el que inspiró los primeros Colegios Jesuíticos, era expresión clara de la visión de Ignacio.
El proceso que llevó a la redacción y publicación de la Ratio produjo un sistema" de Colegios, cuya fuerza e influencia radicaba en el espíritu común, que se había desarrollado en principios pedagógicos comunes, basados en la experiencia y corregidos y adaptados por medio de un constante intercambio. Fue el primer Sistema Educacional de este tipo, que el mundo había conocido.
El sistema se desarrolló y enriqueció durante más de doscientos años, pero tuvo un brusco y trágico final. Cuando la Compañía de Jesús fue suprimida por una Bula Pontificia en 1773, fue prácticamente destruida una red de 845 instituciones educativas extendidas por toda Europa, las Américas, Asia y Africa. Solamente unos pocos colegios de jesuitas quedaron en territorio ruso, donde la supresión nunca llegó a tener efecto.
Cuando Pío VII decidió restaurar la Compañía de Jesús en 1814, una de las razones que dio para su determinación fue que "la Iglesia Católica puede gozar, de nuevo, del beneficio de su experiencia educativa". El trabajo educativo, de hecho, comenzó casi inmediatamente, y poco después, en 1832, se publicó una edición experimental revisada de la Ratio Studiorum, pero nunca fue definitivamente aprobada. Las turbulencias de la Europa del siglo XIX, marcada por revoluciones y frecuentes expulsiones de los jesuitas de varios países -y, consiguientemente, de sus Colegios- impidieron una renovación de la filosofía y pedagogía de la educación jesuítica. Con bastante frecuencia la Compañía estaba dividida y sus instituciones educativas eran utilizadas como apoyo ideológico de una u otra parte de las naciones en guerra. A pesar de todo, en medio de situaciones difíciles, los Colegios de la Compañía comenzaron nuevamente a florecer, de manera especial en las naciones, que entonces se desarrollaban, de las Américas, India, y Asia Oriental.
El siglo XX, especialmente en los años posteriores a la segunda guerra mundial, trajo un espectacular aumento en el tamaño y número de las instituciones educativas de la Compañía. Los decretos de las diversas Congregaciones Generales, particularmente las aplicaciones del Concilio Vaticano II incorporadas al decreto 28 de la Congregación General 31, esparcieron las semillas de un espíritu renovado. Hoy día, el apostolado educativo de la Compañía se extiende a más de 2.000 instituciones de una increíble variedad de tipos y niveles. 10.000 jesuitas trabajan en estrecha colaboración con casi 100.000 seglares para educar a 1.500.000 jóvenes y adultos en 56 países en todo el mundo.
La educación de la Compañía hoy no constituye ni puede constituir el "sistema" unificado del siglo XVII; y, aunque no pocos principios de la Ratio original conservan actualmente su validez, el curriculum y la estructura uniformes, impuestos a todos los centros educativos del mundo, han sido sustituidos por las distintas necesidades de las diferentes culturas y confesiones religiosas y por el perfeccionamiento de los métodos pedagógicos, que varían de una cultura a otra.
Esto no significa que el "sistema" educativo de la Compañía no sea ya una real posibilidad. El espíritu común y la visión de Ignacio fueron los que hicieron posible que los Colegios de los jesuitas del siglo XVI desarrollaran unos principios y unos métodos comunes; pero fue el espíritu común, unido a una finalidad también común, lo que creó el "sistema" escolar jesuítico del siglo XVII, tanto o más que los principios y métodos más concretos recogidos en la Ratio. Este mismo espíritu común, juntamente con las finalidades básicas, los objetivos y las líneas de acción que se derivan de él, pueden ser una realidad en todas las escuelas de la Compañía hoy, en todos los países del mundo, aun cuando las aplicaciones más concretas sean muy diferentes y muchos de los detalles de la vida escolar vengan determinados por factores culturales diversos y por otras instancias exteriores.
Los Jesuitas
Los Jesuitas pertenecen a una Orden Religiosa de la Iglesia Católica que ha ofrecido su servicio apostólico de servicio a la fe cristiana durante 450 años. Los Jesuitas forman Comunidades de vida en todo el mundo, frecuentemente alrededor del apostolado educativo. Tienen también otros trabajos apostólicos ubicados en Parroquias, Centros de Investigación, Casas de Ejercicios Espirituales, Casas de Escritores, Centros de Servicio Social, Medios de Comunicación, Misiones, etc. y en donde un servicio más sobresaliente pueda prestarse a los hombres y mujeres necesitados de hoy. De una manera muy particular y recientemente los Jesuitas se orientan en su trabajo apostólico en la búsqueda y promoción de la justicia. En este sentido, han organizado un trabajo particular con los Refugiados del mundo y acompañan a aquellas personas que han sido forzadas a dejar sus tierras y su país.
San Ignacio de Loyola es el origen del tipo de espiritualidad cristiana que ilumina la vida y obra de los Jesuitas y por la cual son bien conocidos en el mundo.
La Compañía de Jesús está organizada en el mundo a través de Provincias o regiones que unifican el trabajo apostólico de los Jesuitas y están bajo la dirección de un Superior llamado Provincial. A nivel mundial están dirigidos por un Superior llamado General. Periódicamente, los Jesuitas se reúnen en Roma, la sede central de la Orden, en un Cuerpo Legislativo, máximo organismo de dirección de la Institución, llamado Congregación General. En ella se estudian y se disponen políticas y opciones claras para el futuro apostólico de la Orden.
Misión de los Colegios Jesuitas de Colombia
La Compañía de Jesús asume la tarea educativa como una participación en la misión evangelizadora de la Iglesia. Por esto, sus Centros ofrecen a la sociedad una clara inspiración cristiana e ignaciana, y un modelo de educación personalizada, humanizadora y liberadora.
Desde esta visión cristiana de la vida, la Compañía de Jesús opta por la apertura de los Centros a todas las clases sociales sin discriminación alguna, aspirando a que los medios de financiación pública respondan por los costos educativos reales de la educación.
Así mismo, plantea sus Colegios como Comunidades Educativas, promoviendo con los miembros que la componen un sistema responsable de participación, y compartiendo con ellos su herencia espiritual y educativa.
Los Colegios de la Compañía de Jesús, atentos a la evolución de la Sociedad y a las situaciones de creciente desnivel socio-económico, desean una proclamación responsable del Evangelio, de modo que éste ilumine los aspectos estructurales y culturales de la sociedad, en los que están incrustadas las raíces de la injusticia.
La Compañía de Jesús consciente de que no es posible el servicio de la fe sin promover la justicia, entrar a las culturas y abrirse a la comunicación interreligiosa, desea hacer de sus Colegios ámbitos de diálogo, en los que se recojan las inquietudes y planteamientos de la cultura, se ofrezcan con honestidad y rigor las respuestas de la fe y se ayude a las personas a madurar con actitudes profundas de diálogo.
La red de Colegios de ACODESI educa aproximadamente en Colombia a 15.000 estudiantes de ambos sexos. El 95% de ellos continúan sus estudios universitarios. Todos los Colegios son actualmente de co-educación, es decir, educan hombres y mujeres en una perspectiva de género que integra y dignifica la persona humana en su misión, sus funciones y la expresión de su sexualidad.
Los Colegios jesuitas son instituciones de educación privada. El último año los Colegios Jesuitas aportaron en ayudas económicas a las familias de los alumnos que lo necesitaban una suma de alrededor de $ 350 millones de pesos. Los Educadores Jesuitas son alrededor de 60 y los colaboradores apostólicos seglares alrededor de 2.000 (la mayoría de tiempo completo al servicio de las instituciones educativas).
En este contexto ACODESI ofrece servicios que permiten a los miembros de los Colegios desarrollar la Cultura Ignaciana y la Misión de educar con excelencia en la formación de hombres y mujeres competentes, conscientes, compasivos y comprometidos.
Inspirada por su Misión, ACODESI pretende para su inmediato futuro los siguientes objetivos generales :
- Favorecer la integración de sus Colegios e instituciones para contribuir a la tarea de transformar las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales, mediante "el servicio a la fe y la promoción de la justicia", inspirada en el amor preferencial a los pobres.
- Impulsar la formación de las personas que constituyen la Comunidad Educativa en cada institución, para que puedan contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de las sociedades, mediante la transformación de la realidad nacional, hacia un nuevo orden social, basado en la solidaridad y la justicia.
- Propiciar la reflexión sobre la PedagogRa Ignaciana en el que hacer educativo y su implementación en cada una y en el conjunto de las entidades asociadas, procurando que se unifiquen en el Proyecto Educativo Institucional.
- Intercambiar experiencias, conocimientos, innovaciones y recursos para lograr una mejor calidad de sus instituciones coherente con el Proyecto de la PedagogRa Ignaciana.
- Asegurar una participación coordinada entre los diferentes organismos, asociaciones, fundaciones e instituciones relacionados con la tarea educativa de Colombia y de América Latina y en el ámbito internacional, que puedan contribuir al logro de estos objetivos.
- Participar activamente y vincularse a otras organizaciones de educación católica y privada cuyos objetivos sean afines a los propios.
Índice:
Capitulo I:
"De Loyola a Montserra"
Capitulo II:
"Manresa"
Capitulo III:
"De Jerusalén a París"
Capitulo IV:
"De París a Roma"
Capitulo V:
"La compañía de Jesús asume el Apostolado de la Educación"
Capitulo VI:
"Ejercicios Espirituales"
Capitulo VII:
"El sistema educativo de la compañía
de Jesús la "Ratio Studiorum"
Capitulo VIII:
"Los Jesuitas "
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