- Introducción
- El principio de la Decisión
- El principio de la Dependencia
- El principio de la Perseverancia
- Las leyes son para cumplirlas
- Las leyes del éxito: aprenderlas, comprenderlas y aplicarlas
- Primer Principio: Revise su vida
- Segundo principio: Perdonar
- Tercer principio: Renueve su forma de pensar
- Cuarto principio: Afianzar la Paz Interior
- Quinto Principio: Pedir y Recibir
- Conclusión
Introducción
¿Cuál es el secreto de los hombres y mujeres de éxito?
Con frecuencia los cristianos preguntan: ¿Qué hacer para sacar adelante planes, proyectos y en particular, la vida de fe?¿Cómo alcanzar el éxito?
La mejor ilustración para cada quien sería remitirlo a esta historia que tuvo ocurrencia en Europa. Sin embargo, en la Biblia hallamos un pasaje que ilustra estos tres factores desencadenantes del éxito en cualquier área.
Se encuentra en el segundo libro de Samuel, capítulo 23, versículos 11 y 22. Allí leemos: "El tercer valiente era Sama hijo de Agué el ararita. En cierta ocasión, los filisteos formaron sus tropas en un campo sembrado de lentejas. El ejército de Israel huyó ante ellos, pero Sama se plantó en medio del campo y lo defendió, derrotando a los filisteos. El Señor les dio una gran victoria.".
Le sugiero algo: léalo otra vez. Personalmente utilicé la Nueva Versión Internacional pero igual, si busca el episodio en la Reina Valera 1960 o quizá la Biblia de las Américas, el sentido es el mismo. Palabra a palabra encontrará los tres principios que le invito a asumir hoy: Decisión, Dependencia y Perseverancia.
El principio de la Decisión
Conozco muchas personas con extraordinarias ideas. Pese a ello, jamás llegan a ninguna parte. ¿Por qué razón? Porque salvo propuestas novedosas, carecen de la Decisión necesaria para llevar esas inquietudes a la concreción. Si desea llegar lejos, debe asumir un factor ineludible: Decisión.
Vamos al texto bíblico. Leemos que "El tercer valiente era Sama hijo de Agué el ararita. En cierta ocasión, los filisteos formaron sus tropas en un campo sembrado de lentejas. El ejército de Israel huyó ante ellos, pero Sama se plantó en medio del campo…". Pareciera que en Israel el único con la capacidad suficiente de pasar de las palabras a los hechos, era Sama. El era uno de los hombres valientes que acompañó a David en su exilio y en el posterior arribo al poder.
Observe que lo único a mano era un campo de lentejas. Cuando el enemigo vino a robarlos, todos huyeron.
Fácilmente renunciaron a muchas horas de trabajo, desvelos e incluso incertidumbre por la sequía, atemorizados por el volumen de sus contendores. En eso eran expertos los filisteos como lo es Satanás: en infundir temor.
Quizá su vida cristiana está en un nivel de estancamiento que despierta alarma. Aún así, usted permanece impasible. Ha comenzado a deteriorarse su relación con Dios, consigo mismo y con los demás y aspira volver a revitalizar la relación con Jesucristo, pero no ha tomado la Decisión. Hoy es el día. Comience ahora. No espere más.
El principio de la Dependencia
Usted y yo podemos alcanzar grandes metas si tenemos un poder superior para vencer. Frente a los adversarios que declaran la guerra a un país no queda otra alternativa que armarse y pelear, o huir. En caso de emprender la retirada es porque no tienen la capacidad de responder.
Vamos al plano práctico. Nosotros, ¿podemos vencer? Si, porque cualquiera que sea la batalla, la libra nuestro amado Dios por nosotros.
Leamos como prosigue el relato: "…Sama se plantó en medio del campo y lo defendió, derrotando a los filisteos. El Señor les dio una gran victoria.".
¿En quién confiaba el protagonista de esta historia? En Dios. No se afianzó en sus capacidades ni tampoco en el poderío militar. Confió en Dios. Hay que agregar algo más, su Dependencia y confianza en el Creador era tanta, que no se desanimó pese a que los demás salieron huyendo.
El principio de la Perseverancia
Siempre recuerdo, e incluso he contado varias veces, la historia de Héctor. El se congrega en una iglesia de la que fui pastor asociado. Tiene cerca de cincuenta años. En el tiempo al que me refiero, tendría cuarenta y cinco. ¿Sabe qué le caracterizaba? La Perseverancia. Corrió la Maratón Santiago de Cali cinco veces, y en todas llegaba casi entre los últimos. Aún así, lo volvía a intentar.
—Un día ganaré y todos descubrirán que no hay secreto, que solo basta perseverar-me repetía cada vez que competía.
La Perseverancia fue un principio que asumió y puso en práctica Sama. No se desanimó aunque todo estaba en contra. Persistió y venció. Igual con nosotros: ¿está bien que nos dejemos agobiar por un error en la vida cristiana? En absoluto. Es necesario volver a comenzar, siempre asidos de la mano del Señor Jesucristo, cuantas veces sea necesario.
Hoy le invito para que adopte estos tres principios que son válidos y eficaces en su vida secular y eclesial. Tienen aplicación en todas las áreas. Y más, en el vivir a Cristo en el día a día.
Tal vez ocurre que usted fácilmente se da por vencido. Esa es la razón por la que no llega a ninguna parte. Pero si avanza con Decisión, bajo la Dependencia de Dios y le añade el ingrediente de la Perseverancia, no dudo que logrará salir airoso en todo cuanto emprenda.
Si usted está decidido para alcanzar el éxito, dispóngase a aplicar en su vida cinco principios que le ayudarán a sobreponerse a los obstáculos y salir airosos, hasta alcanzar la realización plena…
© Fernando Alexis Jiménez
Todavía hay oportunidad de comenzar una
nueva vida de Éxito
A José Roberto lo detuvieron por ignorancia. Una mañana soleada. Una brisa fresca proveniente de una playa cercana bañaba su rostro. "Será un día maravilloso", se repitió sonriendo al despertar. Ansiaba estar junto a las olas. Quería disfrutar al máximo cada instante de sus vacaciones. Pero lo detuvieron. "Ha cometido una infracción", le anunció el guarda, al tiempo que le pedía su identificación. Para colmo de males, había dejado el Pasaporte en el hotel. Y así lo repitió una y otra vez en la delegación policial.
—Lo sentimos, señor…¿me recuerda su nombre, por favor?-le inquirió el oficial, frunciendo el ceño.
—José Roberto…-dijo él, expectante.
—Bien, señor José Roberto. En nuestro país usted no puede cruzar el semáforo cuando esté en rojo…–explicó, al tiempo que buscaba en un Manual de Legislación de Tránsito.-Incluso, da lugar a una sanción económica—
—Pero no venía ningún auto. En mi país es permitido…–
—Tiene razón, señor José… José Roberto-le dijo, señalando un Código–. Es su nación no hay problema si lo hace, pero en esta república está prohibido…–
—Pero no lo sabía….-se defendió el joven turista.
—No saber las leyes acá no lo exime de la sanción. La secretaria le extenderá el comparendo cívico–, y le indicó con la mano hacia dónde debía dirigirse para recibir la multa.
Sobra decir que aquel día se tornó sombrío. Hubiese deseado regresar a Colombia en el primer avión de ruta, pero ¡todavía quedaban doce días de vacaciones!
Las leyes son para cumplirlas
Un territorio, además de extensión geográfica y densidad poblacional, está estrechamente relacionado con unas leyes que son de carácter ineludible. Se establecen con el propósito de ejercer control y guardar equilibrio en el gobierno. Son principios de obligatorio cumplimiento, más cuando tienen fuerza de Constitución Política de una Nación. Es claro, ¿verdad?
Igual ocurre en el reino de Dios. Tiene unas pautas que se deben atender. Pero como en un gobierno terrenal, el cumplimiento de tales directrices nos aseguran tranquilidad y posibilidades de realización en todos los órdenes, en la dimensión espiritual atender las leyes nos llevan al éxito en el proceso de crecimiento personal y espiritual.
Ahora bien, el hecho de que desconozcamos tales principios, por ignorancia o deliberadamente, no nos exime de las consecuencias en las que incurrimos al transgredirlos. Ocurre en todos los países y también el reino de Dios.
En cierta ocasión el Señor Jesucristo le dijo a sus discípulos: "-Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos."(Mateo 20:25-28, Nueva Versión Internacional)
Aquellas palabras, sencillas y profundas, rompieron todos los esquemas. No las esperaban. Los aterrizó. Les permitió entender que el reino de Dios tiene unas leyes infalibles del éxito.
El hecho de que todo el mundo alrededor se mueva alrededor de unos principios e incluso, que por fuerza de la tradición haya dado validez a su existencia, no significa que ocurre igual con quienes esperamos la realización plena de nuestra existencia. Si anhelamos el cambio y el subsecuente crecimiento, debemos guiarnos bajo unos parámetros claros que están trazados en ese libro maravilloso que se llama Biblia.
Las leyes del éxito: aprenderlas, comprenderlas y aplicarlas
¿Qué es el éxito? El significado depende de la cosmovisión de cada quien. Para algunos será la consecución de dinero; para otros, tener fama, y mujeres hermosas alrededor. Es posible que unos cuantos consideren que éxito es escalar en posiciones de trabajo y hay quien dirá que es graduarse en una carrera profesional y ejercer por años en una empresa, gozando de estabilidad laboral y económica.
Para quienes profesamos fe en Jesucristo, éxito está asociado con la realización personal y una vida plena. En otras palabras crecimiento en dos dimensiones trascendentales: la personal y espiritual. Crecer en la relación con nosotros y los demás, y en nuestra relación con Dios, el Supremo Hacedor.
¿Cómo lograrlo? Aplicando dos principios: fidelidad y perseverancia. Solo quienes se mueven bajo tales parámetros, logran avanzar.
El Señor Jesucristo lo explicó en términos sencillos cuando dijo a sus discípulos, y también a nosotros hoy: "Les aseguro que entre los mortales no se ha levantado nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan logran aferrarse a él, porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan."(Mateo 11:11-13, Nueva Versión Internacional)
Si tiene la disposición en el corazón y se toma de la mano del amado Salvador, podrá avanzar en el proceso de crecimiento hacia el éxito.
Recuérdelo siempre: fidelidad y perseverancia. Dos palabras claves. Las relaciono con la historia de un atleta keniano que por años compitió en la Maratón Internacional de mi amada ciudad: Santiago de Cali. Ganó muchas veces, cada año. Y cuando le preguntaron cuál era su secreto, sonriendo a la cámara de televisión dijo, con ayuda de su traductor: "Vengo de una aldea muy pobre y lejana. Allá esperan que gane. Y no vine desde tan lejos, cruzando el océano, para perder. Así llegara de último, llegaría a la meta".
Esa respuesta, que guardo anotada en una libreta, expresa determinación, fundamentada en fidelidad y perseverancia. Fidelidad a nuestras metas y perseverancia para alcanzarlas, por encima de la adversidad. Y todo esto será posible si damos pasos firmes, no en nuestras fuerzas sino en las del Señor Jesucristo. Con su ayuda, alcanzaremos la victoria, el éxito que tanto soñamos…
Le invito para que iniciemos hoy un apasionante recorrido por Cinco principios para el Éxito. Son principios sencillos y prácticos. Están concebidos para que los desarrolle por espacio de un mes. Puedo asegurarle que al término de ese período, ¡Su vida será distinta! Y podrá decir: "Con el poder de Jesucristo estoy avanzando en el crecimiento personal y espiritual".
Puedo asegurarle que inicia hoy una experiencia maravillosa e inolvidable que transformará su existencia
Ps. Fernando Alexis Jiménez – Contacto (0057)317-4913705
Primer Principio: Revise su vida
Identificar y reconocer de corazón en qué hemos fallado,
claves para el éxito
Ah, por lo que veo le interesa el éxito. Nos acompañó en la primera estación de camino hacia la realización personal y espiritual, y le interesa conocer otra Ley del Reino de Dios, infalible para ser un hombre o una mujer exitosos. ¿De cuál se trata? Del arrepentimiento.
Para ilustrarla, le invito para que nos traslademos a tres escenarios:
Pasaron tres semanas, en una habitación que por la soledad le parecía más húmeda que de costumbre. No sabía qué hacer. Daba vueltas en la habitación. Parecía un león enjaulado. Podía describir de memoria todos los objetos del lugar: una cómoda, una cama, un cuadro con un paisaje de fondo.
¡Había cometido adulterio! Su esposa le rogó que le dijera la verdad. No una sino muchas veces. Pero él persistía en su comportamiento. Ahora estaba arrepentido. No quería volver a lo mismo. ¡Deseaba un cambio!
"Si tan solo Magdalena me diera la oportunidad, vería que soy ahora muy diferente", se repetía.
Animado por ese convencimiento, la buscó. Incluso, sin importarle que lo vieran, se arrodilló frente a ella, a las seis de la tarde, cuando salía de su trabajo como secretaria.
Debieron transcurrir dos meses antes que ella pudiera corroborar su sincero arrepentimiento. Sólo entonces, cuando evidenció los cambios en él, volvió a confiar y darle una nueva oportunidad.
En otro lugar, Ricardo está preocupado. Lleva tres meses sacando existencias de mercancías. Es almacenista. Sabe que ha robado bastante. No quiere seguir haciendo lo mismo. No podría seguir mirando a su esposa e hijos, sabiendo que es deshonesto.
Movido por esa situación indescriptible que anidó en su corazón, abordó al gerente.
—Estoy arrepentido. He venido obrando mal y quería ponérselo de manifiesto. Usted decidirá qué hacer-le explicó.
No fue a la cárcel. Aunque el asunto era grave, las directivas de la factoría acordaron que con parte de sus prestaciones laborales, saldara el valor de lo adeudado por el desfalco. "Me arrepentí y fue lo mejor", me dijo al término de una conferencia en la que abordamos las Leyes Infalibles del Éxito.
La mujer acababa de discutir con su esposo. Presa de la ira le gritó todo cuanto se vino a su cabeza. Lo trató de adúltero, de irresponsable, de mal esposo. Lo dijo tan duro que sus vecinos le oyeron.
Iba conduciendo el carro, de camino al trabajo, cuando le asaltó ese gusanillo que identificó como arrepentimiento. No pudo resistirse. Tomó el teléfono celular y marcó su teléfono:
"Perdóname, se que cometí un grave error. No debí ofenderte", se disculpó. Coincidieron en que, en adelante, esa misma situación no debía ocurrir de nuevo. Fue una decisión sabia. Su hogar sigue teniendo altibajos, pero la decisión de no incurrir en ese tipo de escándalos, que terminan generando heridas en el cónyuge y en los hijos, ha sido un fundamento para que todo vaya bien…
Como podrá apreciarlo, en todos los casos el común denominador ha sido el arrepentimiento. Una ley infalible para alcanzar el éxito y que prima en el Reino de Dios, y desde el mundo espiritual, ejerce una poderosa influencia en el mundo material…
¿Por qué revisar nuestra vida?
Seguramente y al abordar el tema, uno de los primeros interrogantes que le asalta es, ¿qué es y cómo podemos entender qué es arrepentimiento? Hay varias alternativas para definirlo y sin duda, todo depende de la perspectiva de quien te responda. Si va al Diccionario de la Lengua Española, encontrará una apreciación y si se diriges a especialistas en Derecho y Leyes, le mostrarán una visión muy particular.
Por ese motivo le invito para que vayamos a las raíces mismas del término. En Hebreo (nâjam) encontramos la palabra que, vertida a nuestra lengua, traduce: "sentir pesar (disgusto) por algo hecho", "estar triste", "consolarse". El vocablo (shûb) se traduce como "retornar". En Griego la acepción es muy similar (metanoé). La traducimos al español como "cambiar de opinión, de dirección", "sentir remordimiento" y "convertirse". También es importante considerar el concepto que se obtiene de la palabra (metánoia) que igual se refiere a "cambiar de opinión" y "convertirse".
Vamos a ser más prácticos, ¿le parece? Arrepentirse es identificar un error y, una vez evaluadas las consecuencias inmediatas y futuras así como el daño que trae a nuestras vidas y las de quienes nos rodean, disponernos a cambiar.
Ese es un fundamento de éxito. Identificar en qué estamos fallando y disponernos a corregir esa situación o comportamiento de cara a ver nuevas oportunidades de vida.
Hace pocos días mientras me lustraban el calzado en una magnífica área arborizada en pleno centro de Santiago de Cali, la Plaza de Caycedo, me dijo aquél hombre mientras daba brillo a los zapatos: "Soy uno de los lustradores que más buscan aquí. ¿Se da cuenta? Pues no siempre fue así. Al comienzo hasta echaba betún en las medias de los caballeros. Todo por hacer mi trabajo rápido y atender a nuevos clientes".
–¿Le trajo problemas?–, le pregunté.
—No, realmente la gente fue muy decente. No me hicieron reclamos. Pero perdí bastante: no me volvieron a buscar para lustrar calzado. Sólo cuando me dispuse a hacer las cosas bien, la demanda de mis servicios volvió a ser como al comienzo; es más, ahora con mayor interés me buscan. Saben que trabajo bien…–, explicó con sano orgullo.
Coincidí con él. Hacía un muy buen trabajo como lustrador. Reconocer las fallas fue el principio para mejorar y dar pasos hacia la excelencia, un punto fundamental para alcanzar el éxito.
Reconocer los yerros es esencial para cambiar y crecer. Y si estamos orientados al cambio, si es el más caro anhelo que alberga nuestro corazón, es Dios quien nos está abriendo las puertas para dar esos pasos concretos, de corregir lo malo y reemprender el camino hacia lo bueno, hacia el crecimiento personal y espiritual, que es el fundamento del éxito.
El apóstol Pablo escribió que acongojarnos por el mal que hayamos hecho, consciente o inconcientemente, es una buena señal y nos orienta a una nueva dimensión de cambio: "Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. "(Romanos 7:9, 10)
¿Ha pensado en la importancia de revisar su vida?
Jamás podré olvidar a un hombre con quien compartí espacio en la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos en una clínica de la ciudad. Mi hijo estaba a pocos metros librando una lucha contra la vida y la muerte, mientras que él tenía, también a pocos metros, a su esposa debatiéndose contra un cáncer.
—Si tan solo Dios me diera la oportunidad de que mi esposa sanara, yo sería diferente. Saldría a caminar con ella al atardecer, le diría palabras hermosas, llegaría a casa con un ramo de rosas, le haría la vida feliz–,se lamentaba.
¡Descubrió que amaba a su esposa, veinte años después de compartir la vida juntos!
Días después murió ella, pero aquella dolorosa experiencia-que ojala no hubiese ocurrido–, le llevó a cambiar. Se arrepintió de dedicar tanto tiempo a su trabajo y poco a su familia, y en adelante, su forma de pensar y de actuar fue diferente. ¡Dios le fortaleció en la crisis y pudo salir airoso!
El arrepentimiento, en el buen sentido de la palabra, fue para bendición; el puntal para crecer en las dimensiones personal y espiritual. ¡Igual puede ocurrir con su vida hoy!
Haga una valoración de cómo anda todo en casa, en el trabajo, en el estudio y donde quiera que se desenvuelva socialmente. Sin duda apreciará que ha cometido múltiples errores y que, si se arrepiente de corazón y se dispone a cambiar, podrá aplicar correctivos y ver cómo el rumbo de su existencia toma un nuevo norte.
Tenga presente que-por encima de la maldad que haya anidado y desarrollado a lo largo de muchos años-es el amor de Dios-infinito y apacible-el que le lleva a arrepentirse y es una puerta que no debe dejar que se cierre: "¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?"(Romanos 2.4)
¡Hoy es el día para tomar una decisión que le llevará sin duda a la victoria en todos los órdenes!
¡No desperdicie esta maravillosa oportunidad!
Ocurrió en un gran centro comercial. Un almacén de comidas rápidas ofreció grandes rebajas. El lleno fue total. Pero ¡calcularon mal las promociones! Sobró demasiada comida.
—Traigan al primero que pase–, dijo el gerente–. Y ¡gratis!-
Los dependientes se dispusieron a cumplir la orden. Y un hombre, que estaba recorriendo el lugar, extasiándose en las vitrinas, casi fue obligado a entrar:
–¡Usted tiene la oportunidad!-le dijeron. Y lo obligaron literalmente a sentarse y pedir lo que quisiera.
Permítame compartir esa ilustración aplicada a su existencia. ¡Uste también tiene la oportunidad de arrepentirse! No se deje arrastrar por ese pasado en que fue mal padre, o madre sin sentido de compromiso en el hogar, o tal vez hijo intolerante con sus padres. ¡Uste también tiene la oportunidad de arrepentirse!
El Señor Jesús, nuestro amado Salvador, ilustró bellamente este principio del reino en cierta ocasión que estaba reunido con una multitud: "Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento."(Mateo 9:12-14)
Arrepentirse es para aquellos que reconocen de corazón, con honestidad, con radicalidad, que han fallado y quieren imprimir un giro a su vida. ¡Usted tiene la oportunidad. Recuerde que es una posibilidad que está a sus puertas y que lo aconsejable, es no dejar pasar por alto.
Un gran autor con quien compartí varios correos, el sacerdote jesuita Carlos G. Vallés-quien por muchos años vivió en Ahmadabad –India–, decía que un derecho de todo ser humano es a equivocarse y el segundo, arrepentirse.
Si usted encamina sus pasos hacia una auto evaluación sincera, podrá salir adelante: recuperar su hogar, la relación con sus hijos, recobrar sueños metas y esperanza y, por supuesto, remontarse a nuevas alturas en procura de ser exitoso. Recuerde que no es en sus fuerzas sino en el poder del Señor Jesús.
Lo más importante en un ser humano
La mujer golpeó con fuerza a su hijita. ¡No podía concebir que-producto de su inquietud-hubiese volteado el jarrón con jugo! Fue una golpiza como nunca antes. "La letra con sangre entra", se repetía furibunda recordando un viejo dicho de su abuela.
Aunque la chiquita imploraba misericordia, ella se dejó arrastrar por la ira. Saciada su molestia, la dejó escapar y la menor, como un animalito herido, corrió a refugiarse bajo la cama, en su cuarto.
El reloj marcó las diez de la noche. Lorena ni siquiera se atrevía a subir donde estaba su hija. Estaba sinceramente arrepentida. ¡No sabía cómo decírselo! Pensó una y otra vez que no podía seguir igual. ¡Era necesario cambiar!
Por fin venció todos los temores a enfrentar la realidad. Estaba sinceramente arrepentida y así se lo hizo notar a la chiquita, que no cesaba de llorar:
—Reconozco que hice mal; perdóname. Puedo asegurarte que no volverá a ocurrir–, dijo.
Se abrazaron y, sí, lloraron las dos. Pero aunque fue un momento muy doloroso, se convirtió en el comienzo de una nueva vida para esa familia. En adelante Lorena midió cuidadosamente todas sus reacciones cuando estaba presa de la molestia.
Pues bien, medite por un instante que no hay nada más maravilloso delante del Señor, que una persona como usted, comprometida con el cambio y el crecimiento personal y espiritual, reconozca que ha fallado: "Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán. "(Oseas 5:15) El rey David, inspirado por Dios, lo expresó de la siguiente manera: "El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios"(Salmo 50:23)
Pero a esto sumamos algo más: que realmente haya cambio. Que permita, usted que ha sido concebido para el éxito, que Dios obre la transformación que sólo Él en sus fuerzas, puede hacer en un ser humano. Un principio de realización personal que enseñó un gran hombre del primer siglo: "Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento…"(Mateo 3:8)
Frutos dignos de arrepentimiento no es otra cosa que evidenciar de qué manera estamos cambiando. Tenga presente que no es sus fuerzas sino en el poder de Dios. Y ese cambio comienza por cosas pequeñas, modificaciones que a los demás pueden pasar inadvertidas pero que usted más que nadie conoce. Los pequeños grandes cambios.
La mejor ilustración es la de una pared de ladrillos. Una vez terminada la estructura se ve majestuosa, pero realmente es la sumatoria de uno y otro y otro ladrillo unidos con argamasa. Así es el cambio. No es algo inmediato. Es integrar un pequeño cambio a otro y otro más…
Tenga presente que si desea ser un triunfador, un principio o Ley infalible que debe aplicar, es el arrepentimiento. ¡Su vida será diferente cuando haya dado ese paso! Podrá dar pasos firmes hacia el crecimiento personal y espiritual, alcanzando sueños, metas y proyectos que para otros resulta difícil de conquistar….
© Fernando Alexis Jiménez
Segundo principio: Perdonar
El perdón libera nuestra vida
Se miraron a los ojos. Un destello de segundos. Algo fugaz como un relámpago en una noche oscura que amenaza tormenta. Rosaura quería decir muchas cosas. Tenía tristeza. La embargaba la desolación. Sin embargo reprimió sus emociones. Resultaba mejor callar y medir, con sumo cuidado, el alcance de cada palabra.
Rolando se asomó por los barrotes. Esperaba insultos. Una frase procaz. Incluso, que lo agrediera. ¡Al fin y al cabo en una gresca de pandillas le había provocado la muerte a su hijo de diecisiete años! Sin embargo nada de eso pasó. Una mirada que lo dijo todo.
—Te perdono…–musitó ella, sintiendo que se quebraba su voz–. Sólo vine a decirte que te perdono–. Y se echó a llorar.
El joven guardó silencio pero, en lo más profundo de su ser, sintió que esas palabras lo hacían libre. Como si le hubieran quitado una pesada carga de su espalda.
—Gracias…–dijo quedamente. Rosaura tomó su mano, prendida de los barrotes, la apretó con fuerza como si se tratara de su propio hijo, muerto violentamente ocho meses atrás, y se alejó llorando. También con la sensación de haberse liberado de una tremenda carga…
¿Qué hacer en medio de la encrucijada?
Marcela no acostumbraba fisgonear en el celular de su esposo, pero aquella mañana lluviosa en Santiago de Chile, decidió identificar a qué números había marcado. Había un teléfono recurrente, pero en la opción de llamadas recibidas, aparecían los mismos dígitos.
Miró furtivamente en dirección a la ducha. Como siempre, Ronaldo cantaba mientras se afeitaba con la misma dedicación de quien de un relojero suizo. Así que aplicó "Repetir" y automáticamente se marcó el último número. Al otro lado de la línea alguien con voz melosa respondió: "Aló, amor. ¿Ya estás fuera de casa? ¿Podemos hablar?…Aló, háblame mi vida… Alo…"
Marcela sintió que el mundo se hundía bajo sus pies. ¡Su marido, en quien tanto confiaba, tenía una amante!
Abrió furiosa la puerta del baño y le gritó con toda la fuerza que pudo:
—Explícame, ¿quién es la mujer que respondió al teléfono cuando marqué desde tu celular?….-
Él se quedó mirándola. No esperaba que aquello ocurriera. Dejó la afeitadora a un lado. No sabía qué responder y sólo se atrevió a musitar:
—No debiste andar en mis cosas…—
Ella salió llorando. No quiso escucharlo cuando le dijo que era solo una aventura y que allí mismo, incluso delante de ella si lo prefería así, cortaría la relación.
En la tarde, cuando regresó del trabajo, no encontró ninguna de las pertenencias de Marcela.
Pasaron tres meses antes que pudieran tener un nuevo contacto. Ella guardaba resentimiento y después de una tarde, en la que dialogaron, discutieron y por momentos conciliaron, coincidieron en la necesidad de volver juntos "para intentarlo de nuevo".
No resultó fácil para Marcela perdonar la infidelidad de su cónyuge. Sin embargo un día pudo compartir con algunas amistades que su matrimonio había reiniciado el curso de siempre. "Por fin, pude perdonarlo…."
¿Quién dijo que perdonar era fácil?
Sí, me pregunto, ¿Quién dijo que era fácil perdonar a quien te causa daño? Todos, en algún momento de nuestra vida, habremos enfrentado el terrible dolor que se experimenta a nivel emocional cuando alguien nos traiciona, habla en contra nuestra, hiere nuestra confianza o nos causa daño de alguna manera.
La rabia inunda nuestro corazón. Nos parece que perdonar es imposible.
"Es un asunto de los que no tienen dignidad", gritaba furibunda una vecina cuando su esposo le pidió que le perdonara por una noche de farra con unos amigos.
Tal vez usted mismo ha atravesado por una situación similar. Sobrarían las palabras para explicarle qué se siente.
Pero, ¿ha pensado que la falta de perdón le impide avanzar hacia el éxito? Sin duda habrá leído, escuchado o visto por televisión informes científicos de las enfermedades que desencadena guardar rencor. Desencadenan altos niveles de estrés, insomnio, dolores de cabeza, afectación en el funcionamiento del organismo y casos en los que personas que anidan resentimientos contra alguien, manifestaron enfrentar cáncer y artritis, para mencionar solo algunas consecuencias.
¿Piensa seguir en la misma cárcel?
Hay quienes están en una cárcel, en medio de cuatro paredes y custodiados por unos cuantos barrotes, pero son libres. Su mente sueña; aman: así mismos y a los demás. Anhelan, sueñan y hasta saborean la libertad y piensan de qué manera aprovecharán cada minuto.
A diferencia de ellos, hay quienes están en libertad, caminan por las calles sin que nadie les ponga problemas, pero están atormentados por la peor cárcel que uno pudiera conocer: La falta de perdón.
A dos hombres ilustres de la historia se atribuyen frases profundas y a la vez sencillas sobre el perdón: Napoleón Bonaparte, el célebre conquistador y estadista europeo solía repetir: "El perdón nos hace superiores a los que nos injurian.". Por su parte el famoso pintor irlandés Francis Bacon habría dicho: "Vengándose, uno se iguala a su enemigo; perdonándolo, se muestra superior a él.".
Pero en mi condición de cristiano, deseo compartir con usted un principio de éxito que compartió el Señor Jesús con sus discípulos y con nosotros hoy cuando alguien lo abordó: "Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: -Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? -No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces -le contestó Jesús. "(Mateo 18:21, 22. Nueva Versión Internacional)
Para ilustrar la profundidad de su enseñanza, compartió con ellos en cierta ocasión una historia que le invito a considerar. "»Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. "Tenga paciencia conmigo -le rogó-, y se lo pagaré todo." El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. »Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. "¡Págame lo que me debes!" , le exigió. Su compañero se postró delante de él. "Ten paciencia conmigo -le rogó-, y te lo pagaré." Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo. "¡Siervo malvado! -le increpó-. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?" Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía. »Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano. "(Mateo 18: 23-35, Nueva Versión Internacional)
Este pasaje que aplica a su relación con Dios, consigo mismo y en su interactuar con los demás, arroja varias enseñanzas que sin duda habrá descubierto:
1. Dios nos perdonó, y no tenemos derecho alguno de no perdonar a otros.
2. La misericordia es un principio de vida, que enriquece nuestra vida y resulta gratificante para los demás.
3. Nuestro perdón no es ni grande ni pequeño: es un todo. Transforma nuestra vida y la de quienes nos rodean.
4. Dios que perdona, recibe honra y gloria cuando perdonamos.
¿Qué derecho teníamos a recibir perdón?
La cara de sorpresa que mostró el agente policial no podía describirse. Aquél joven estaba frente a su escritorio confesando que llevaba varias semanas con unas valiosas obras de arte robadas de casa de un millonario de la ciudad.
—Lo hice porque no tenía para consumir drogas. Pero estoy arrepentido. Ni siquiera me atreví a ofrecer los cuadros y antigüedades a nadie. Aquí están…–explicó.
El alto oficial hizo dos llamadas, luego lo condujo a la celda. No había transcurrido un día cuando José fue llamado por un guarda. "Puede irse-le dijo–. El propietario retiró los cargos y habló a su favor".
No podía creerlo. ¡Merecía varios años de cárcel! Cuando preguntó la rezón, el comandante le explicó que tras conocer de su arrepentimiento, el dueño de las pinturas y los valiosos objetos, había decidido darle una nueva oportunidad.
He aquí una ilustración práctica de lo que Dios hizo con usted y conmigo. Nos perdonó. Todas nuestras maldades ameritaban que estuviéramos en condenación. Sin embargo no fue así. Sin que lo mereciéramos, nos perdonó.
El amado Señor Jesús murió en la cruz. Su sacrificio hizo posible este milagro, que nos abre las puertas a una nueva vida. El apóstol Pablo explicó a los cristianos de Colosas en el primer siglo y a nosotros hoy: "… ustedes estaban muertos en sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal. Así que nadie los juzgue a ustedes por lo que comen o beben, o con respecto a días de fiesta religiosa, de luna nueva o de reposo. "(Colosenses 2:13-16, Nueva Versión Internacional)
Con frecuencia vienen a nuestra mente pensamientos que nos acusan sobre el pasado. "¿Cómo pretendes cambiar si fuiste esto o aquello…?". E inmediatamente, como en una película underground, se traslapan imágenes del pasado, de cuanto hicimos mal. Pero es ahí cuando debemos recordar que por el sacrificio de Jesucristo en la cruz, usted y yo fuimos perdonados. No importa cuánta maldad obramos. ¡Fuimos perdonados!¡Dios lo hizo por misericordia!
Hay quienes atribuyen esa sensación de acusación permanente, a razones sicológicas. Los cristianos sabemos que es una estrategia de Satanás para impedir nuestro crecimiento personal y espiritual. Por eso, cada vez que nos amedrenta con ideas falsas, acusándonos de un ayer de pecado, le recordamos que tales pecados fueron perdonados y limpiados por su preciosa sangre en el monte del Gólgota.
¿Se acuerda Dios de nuestros pecados?
Si el Señor nos perdonó, no se acuerda más de nuestros pecados. Imagine por un instante que vamos al Despacho de Dios en el cielo. Entramos a su espaciosa oficina y Él está, juiciosamente y con una libreta en la mano, respondiendo a las oraciones de miles de creyentes en todo el mundo.
Usted carraspea para llamar su atención. Él deja su ocupación y se queda mirándolo.
—Dime…–le dice con afabilidad.
—Señor, me encuentro avergonzado por mis pecados…–musita usted.
—Realmente no se de qué me hablas-le responde Dios–. Es más, para tu tranquilidad voy a buscarlos en el archivo….-Inmediatamente teclea el computador. Busca por su nombre, luego por su apellido. Finalmente y antes de desistir, ausculta con fundamento en su profesión. Concluye diciéndole: —Te lo dije. Tus pecados los perdonó mi Hijo Jesús en la cruz. Ya no tienes cuentas pendientes…–
Luego, con una sonrisa, la más amable y tierna que hayas visto jamás, te dice.
—Vuelve tranquilo a casa… Y por favor, cuando salgas, cierra la puerta–. Y con estas frases, retorna a su trabajo en la libreta, contestando más y más oraciones.
¡Dios ya lo perdonó! La Biblia, un libro maravilloso en el que aprendemos principios sencillos y dinámicos que nos conducen al éxito, nos enseña que: "Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente."(Salmo 103:12, Nueva Versión Internacional)
Desate a quien tiene en prisión
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