La Influencia de la Economía
Las teorías explicativas de la transición son muchas y diversas debido, en gran medida, al alto grado de complejidad de los fenómenos de cambio, la gran cantidad de variables que inciden sobre él y las diferencias específicas que adquiere cada régimen autoritario que avanza hacia la democratización de su sistema político.
Son muchos los investigadores que se interesan por los procesos de transición, entre los cuales se encuentra Dankwart Alexander Rustow. Centrándose en el estudio de los diferentes factores explicativos que puedan conducir hacia un modelo de transición democrática, Rustow critica la visión economicista que mantenían investigadores como Lipse, negando que las democracias estables sean aquéllas que han conocido un mayor crecimiento económico y posean una mayor tasa de alfabetización. Esto no quiere decir que niegue la relación entre economía y cambio político, sino su concepción como causa directa de la transición, ya que –en su opinión- se trata tan sólo de una correlación (Rustow 1970: 342).
Haggard y Kaufman (1997) comparten la crítica de Rustow al funcionalismo, aunque difieren en el énfasis que dan al proceso en el estudio del cambio político. En efecto, Haggard y Kaufman constataron que la crisis de los setenta y ochenta reforzó la oposición democrática frente a los regímenes autoritarios, muchos de los cuales cayeron. Por ello, estos autores se centran en el condicionamiento de la economía a corto plazo y su influencia en los procesos de transición a la democracia.
En su opinión, cabe buscar el origen en el sector privado. El advenimiento de una crisis conlleva un efecto directo para la esfera política ya que crea una sensación negativa de la acción del Ejecutivo. Ante esta situación, los principales actores económicos, alarmados por la línea de acción que parece estar siguiendo el país, demandarán el cambio en la implementación de las políticas o, incluso, la renovación del propio Gobierno.
Se trata de una situación delicada para el régimen autoritario que, si pierde la confianza en sus dirigentes políticos, verá como el deseo de cambio de la elite civil del país se canaliza hacia demandas de democratización del sistema político.
Así, si bien la crisis económica adquiere una gran importancia en el proceso democratizador y afecta de forma notable a su producto final, no se erige como condición necesaria ni suficiente para avanzar hacia el cambio político. Siguiendo esta línea, Haggard y Kaufman (1997: 263) han establecido una relación de países que han avanzado hacia la democratización de sus regímenes en ausencia de crisis económica, como son el caso del Chile (1990) o Turquía (1983).
La economía no afecta con la misma intensidad a todos los regímenes. La influencia ha sido notable en casos como el de Suecia o Turquía. En otros, en cambio, no ha adquirido un rol destacable, como en los procesos de Filipinas e India.
Aún así, la existencia de crisis económica determina la institucionalización postautoritaria. En ausencia de crisis, los gobiernos dictatoriales salientes tienen mayor fuerza y son capaces de establecer y hacer aceptar sus normas del juego, por lo que redactan constituciones hechas a su medida. Por el contrario, en situación de crisis su posición de fuerza y capacidad de influencia se ven fuertemente debilitadas (Haggard y Kaufman 1997: 273).
La gran beneficiada de esta situación de crisis es la oposición, por lo que se hace más improbable el establecimiento de enclavamientos autoritarios en el nuevo régimen político, como es el caso de Chile tras la dictadura de Pinochet.
Haggard y Kaufman mantienen que en época de crisis, aprovechando la debilidad de la derecha, la oposición al régimen tiende hacia la izquierda e incluso hacia posiciones antimercado. Esta afirmación, empero, denota un cierto sesgo ideológico en cuanto presupone que los regímenes autoritarios son conservadores y capitalistas. De esta manera excluye otros tipos de dictadura de izquierda que, como la comunista, han regido la vida política de muchos países como Polonia durante décadas.
El origen de este sesgo parece encontrarse en los procesos democratizadores de América latina, un área marcada por regímenes autoritarios de ideología profundamente conservadora enfrentada una población –y oposición- mayoritariamente de izquierdas.
La preocupación por la economía y su efecto sobre la política llevan a hablar a O’Donnell y Schmitter (1988 : 101) de efecto pendular, una teoría que subraya la incidencia de la economía sobre el poder político y "por consiguiente, es más probable que los votantes [ante una situación de crisis económica] resuelvan castigar a los gobernantes, ya sea de izquierda o de derecha, que han conducido mal, a su juicio, los asuntos del país".
Si bien esta afirmación es válida, debemos considerarla con prudencia. En efecto, todo juicio sobre la acción de un determinado grupo o partido político que realiza un individuo se ve influenciado por las percepciones y tendencias ideológicas de éste, por lo que no se tratará en ningún caso de un juicio objetivo. Así, un conservador tenderá a considerar más acertadas las actuaciones de un gobierno de derechas que uno de izquierdas, aunque se trate de la misma política; del mismo modo que valorará más positivamente a un candidato conservador que a uno progresista. Esto se refleja incluso en el tipo de políticas que se llevan a cabo por los gobiernos democráticos más allá de la dimensión económica.
El Proceso hacia la Democracia
La inexistencia de una sola vía que conduzca a la democracia es una opinión compartida por O’Donnell, Schmitter, Haggard, Kaufman y Rustow; un camino que, citando a éste último (1970: 345), puede incluso ser temporalmente discontinua. No obstante, todos ellos establecen un proceso, más o menos abierto, a través del cual se fragua la democratización de los regímenes autoritarios.
La unidad nacional, es la primera etapa que marca el éxito de un proceso de democrati-zación según Dankwar A. Rustow (1970: 350). El autor entiende unidad nacional como la situación que se da en un determinado país cuando sus ciudadanos no se cuestionan la comunidad nacional a la que pertenecen. Se trata de una condición necesaria –aunque no suficiente- para el desarrollo posterior del proceso de democratización.
Para apoyar su teoría de unidad nacional, prerrequisito para instaurar la democracia, Rustow cita el ejemplo de la República de Turquía. Resulta cuanto menos chocante que este país euroasiático sea ejemplo de democracia basada en la unidad nacional cuando son muchos los autores que matizan la democraceidad del eterno candidato a la Unión Europea y, a la vez, denuncian la represión que lleva a cabo sobre la minoría kurda.
No en vano el denominado problema kurdo afecta a unos "12 millones de personas, distribuidas por 23 provincias del sureste, casi la tercera parte del territorio turco" (Belmonte y Martorell 1996) y ha forzado el entendimiento entre Turquía y el Iraq post Sadam Husein en la lucha contra los rebeldes kurdos del PKK (EFE 07/08/2007).
Fuente: Federation of American Scientists
Dejando atrás la elección de Turquía como democracia nacionalmente consolidada, Rustow establece como segunda etapa para la democratización la fase preparatoria. En ésta se produce un refuerzo del papel de la elite en un proceso delicado que conlleva la polarización extrema del espectro social y político del país.
De hecho, es precisamente en esta etapa donde se manifiesta la importancia de la unidad nacional, ya que la polarización la sociedad puede comportar a la secesión de las regiones no consolidadas
Haggard y Kaufman (1997) mantienen que las tensiones de esta etapa preparatoria afectan especialmente una clase media y baja que, a pesar de constituir los sectores más vulnerables de la sociedad, pueden alcanzar un gran éxito de movilización, desestabilizar la gobernabilidad del régimen y forzar importantes concesiones.
Otros autores, como O’Donnel y Schmitter (1988), se fijan en la liberalización de los regímenes autoritarios para prever el cambio hacia la democracia. Distinguen entre liberalización y democratización entendiendo la primera como la ampliación de derechos que protegen a la persona y la segunda la ciudadanía, el derecho a ser tratado como igual, manifestado en elementos mínimos como votos, sufragio universal, etc.
En este proceso, O’Donnel y Schmitter (1988: 25) destacan la lucha por el poder que se produce dentro de sus mismas estructuras, donde se enfrentan los llamados duros y blandos. En un principio, los blandos –favorables a un cambio en el régimen- creen tener el control y los duros –inmovilistas- no actúan. A continuación, empero, las tensiones y desórdenes que conlleva el cambio de régimen establecen las condiciones óptimas para el golpe de Estado de los duros, a lo que se opondrán los blandos.
Esta es una fase sumamente compleja y delicada, dado que la situación requiere de una gran calma social que haga apaciguar el deseo de reacción violenta por parte de los duros, mientras que la actividad de la oposición tiende a aumentar al sentirse fuertes en la nueva situación (O’Donnel y Schmitter 1988: 48).
Superada la polarización, la institucionalización de aspectos cruciales para este proceso democrático provoca que se acepte la diversidad dentro de la unidad mediante la inclusión de los principales sectores y tendencias políticas. El Estado consigue así "niveles y pautas de demandas (…) que jamás habría aceptado en los comienzos de la transición" (O’Donnell y Schmitter 1988: 49).
Es la denominada fase de habitualización (Rustow 1970: 358), momento en que los principios invocados en la transición fuerzan el cambio de las elites dirigentes del país mediante elecciones libres. En efecto, el avance de aquellos que creen por convicción en la recién estrenada democracia son premiados por el voto ciudadano.
En la argumentación de O’Donnell y Schmitter sorprende constatar, no obstante, el juicio de valor sobre un sistema de representación, llegando a afirmar que "es preferible una representación proporcional extrema" a un sistema mayoritario ya que, siguiendo el planteamiento de Juan Linz, "el presidencialismo pone en peligro la consolidación democrática". Por ello, estos autores apuntan hacia "una solución ultraparlamentaria, al estilo italiano" (O’Donnell y Schmitter 1988: 99).
En mi opinión, es un error afirmar categóricamente la bondad de un sistema de representación dado que la democracia y el sistema político de un país se ven influenciadas –y son fruto, en gran medida- por su propia trayectoria e historia política.
En este sentido, es sencillo encontrar grandes democracias presidencialistas con una separación estricta entre el poder ejecutivo y legislativo, entre las que destaca sin duda los Estados Unidos de América.
Del mismo modo, defender el sistema proporcional como el más deseable resulta del todo inadecuado, más aún cuando el ejemplo señalado por O’Donnell y Schmitter es el de Italia, una república caracterizada por una continua conflictividad e inestabilidad política, largos y complejos procesos parlamentarios y una reducida capacidad para llevar a cabo la implementación de políticas a largo plazo por parte del ejecutivo (Barrientos del Monte 2004).
De hecho, con anterioridad a la reforma de 1994, el sistema político italiano era considerado como pluralista polarizado. En él, los débiles gobiernos provenían de inestables coaliciones heterogéneas, frente a una oposición compuesta de multitud de pequeños partidos que no tenían capacidad individual para ganar por sí mismos mayores espacios (Barrientos del Monte 2004).
Conclusión
La heterogeneidad ha sido la nota dominante en los procesos políticos de transición hacia la democracia que se han llevado a cabo en las últimas décadas, y que han afectado a todo tipo de regímenes, ya sea de corte militar, dictaduras personalistas, o sistemas autoritarios de partido único.
Es cierto que estos países transicionistas mantienen profundas diferencias entre ellos en cuanto a estructuras políticas, historia e inercias internas. Pero esto no impide poder establecer una serie de generalizaciones comunes a todas ellas que expliquen el cambio hacia la democratización de los sistemas políticos.
Rustow hace una clasificación del proceso de democratización en cuatro fases, entre las cuales destaca la unidad nacional, primera y más importante, dado que sin ella, una vez comience la transición y la consiguiente extrema polarización de la sociedad, el país puede ser testigo de la secesión de parte de su territorio no consolidado.
O’Donnel y Schmitter (1988) ven en la liberalización de los regímenes autoritarios la manera de estudiar el cambio hacia la democracia. Para ello, comienzan con la distinción entre liberalización y democratización, constituyendo la primera la ampliación de derechos que protegen a la persona, y la segunda lo que se conoce como ciudadanía, es decir, el derecho a ser tratado como igual, manifestado en elementos mínimos como voto o sufragio universal.
Una visión más economicista es la defendida por Haggard y Kaufman, que estudian la influencia de la economía en el advenimiento de la transición y posterior democratización. Estos autores defienden la fuerte influencia de la economía en el cambio gracias a su interrelación con el sector privado.
Así, toda crisis económica conlleva una demanda de cambio en las políticas económicas del país, consideradas desde el primer momento como responsables de esta situación subóptima, que incluso puede convertirse en demanda de cambio en el Ejecutivo nacional.
Si a esta situación se le añade la falta de confianza en el Gobierno, la voluntad de cambio que acompaña a toda crisis económica puede abocar a las elites civiles hacia demandar la democratización del régimen. Aún así, cabe decir que la crisis per se no se erige como condición necesaria ni suficiente para el cambio político.
En realidad, la crisis económica modula la fuerza del régimen autoritario para hacer prevalecer su voluntad durante el proceso de transición. En ausencia de crisis, el/los gobernantes contarán con mayor poder de coacción y serán capaces de imponer su voluntad durante el proceso, estableciendo una serie de normas con las que extender su influencia una vez finalizado el cambio de régimen, como sucedió en el caso de Chile tras la dictadura de Augusto Pinochet.
La lucha de las elites dentro de las estructuras internas del régimen son el núcleo del trabajo de O’Donnel y Schmitter (1988: 25). De acuerdo con su investigación, la transición se caracteriza por una batalla interna entre aquellos favorables al cambio políticos –llamados blandos– y los adeptos al antiguo régimen –los llamados duros. En esta lucha, los blandos creen controlar la situación y los duros, cautos ante los acontecimientos que se están desarrollando, no actúan.
Pero la llegada de las tensiones y desórdenes que inevitablemente conlleva la transición provocan un refuerzo de las posiciones de los duros y establecen las condiciones óptimas para el golpe de Estado. Los blandos reaccionarán oponiéndose firmemente a esta involución política y situándose junto con el resto de la oposición al régimen.
Se trata, como vemos, de una visión un tanto elitista de la sociedad según la cual los procesos de transición se deciden desde un grupo muy reducido de personas. Con esto no se niega el papel de las masas como forma de presión, sino que se interpreta como una forma de instrumentalización desde la elite para reforzar sus posturas en contra de las posiciones del adversario –los duros, partidarios de no avanzar hacia la democratización del sistema político nacional.
Bibliografía
Barrientos del Monte, Fernando, ": el sistema electoral italiano a diez años de su reforma", Ciudad Política, 30/08/2004, http://www.ciudadpolitica.com
Belmonte de Rueda, Esperanza; Martorell, Manuel, "Kurdistán: historia de un nacionalismo imposible", Centro de Investigaciones para la Paz, http://www.fuhem.es
EFE, "Turquía e Iraq acuerdan intensificar la lucha contra los rebeldes kurdos del PKK", El Mundo, 07/08/2007, www.elmundo.es
Haggard, Stephen; Kaufman, Robert R., "The Political Economy of Democratic Transitions", Comparative Politics, nº29,1997. pp.263-283.
Rustow, Dankwart A. "Transitions to Democracy. Toward a Dynamic Model", Comparative Politics, nº12, 1970, pp. 337-363
O'Donnell, Guillermo; Schmitter Philippe C., Transiciones desde un gobierno autoritario. Conclusiones tentativas sobre democracias inciertas, Paidós, Buenos Aires, ([1986]1988), pp. 7-127
Priego Moreno, Alberto, "Georgia: ¿Otra revolución de terciopelo?", UNISCI Discusión Papers, Universidad Complutense de Madrid, enero 2004, www.ucm.es/info/unisci
Biografía del Autor
Ciudad de nacimiento: Vinaròs (Castelló) España
Ciudad de residencia: Barcelona
Jaume Tardy Martorell es Gestor de Programas Europeos del Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet, en el área metropolitana de Barcelona (España). Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración con la especialización en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), cursó el último año de la carrera en el Institut d’Études Politiques de Paris, con el itinerario de Organizaciones Internacionales.
Diplomado en el postrado en Cooperación para el Desarrollo por la Fundación CIDOB, ha colaborado en esta institución en el desarrollo del Anuari CIDOB de Relacions Internacionals de 2003 en materia de subsidios comunitarios a países de la cuenca mediterránea; y ha trabajado seis meses como técnico cooperante en Marruecos en el Plan Piloto para la Mejora de las Condiciones de Vida de los Niños de la Calles de Tetuán.
En el 2005 fue becario de la Escuela de Administración Pública de Cataluña para trabajar en las funciones propias de la institución, en el departamento de Investigación y Publicaciones.
Actualmente cursa los estudios de doctorado en Ciencia Política "Procesos políticos en Europa del Este y CEI (antigua URSS)" en la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid, y ha participado como observador electoral internacional de la Organización para la Cooperación y Seguridad en Europa (OSCE) en las elecciones parlamentarias de Armenia que se celebraron el 12 de mayo de 2007.
Jaume Tardy Martorell
Tècnic en Programes Europeus
Ajuntament de Santa Coloma de Gramenet - Barcelona
Barcelona, 15 de junio de 2007
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