- ¿Es la obesidad metáfora de nuestro tiempo?
- Prosiguiendo con la chikungunya, el Ébola y teorías de conspiración
- Ébola: La fiebre hemorrágica africana
- Las epidemias: verdades, metáforas y conspiraciones
- La Plaga
- La pandemia del 1918
- Las teorías de conspiración y su importancia
- En resumen
- Bibliografía
Escribiendo acerca de las muchas afecciones y brotes epidémicos que han plagado nuestro mundo por toda su historia, la humanista norteamericana Susan Sontag, presenta en su libro Illness as a Metaphor lo que ella entiende que sean las causas determinantes de la apariencia concomitante y simultánea de ciertos estados físicos y emocionales que señalan y caracterizan un período particular en nuestra historia.
Para la tesis, en su libro contenida, Sontag estudia enfermedades ya viejas, con un pasado ilustre.
La enfermedad en cuestión, cuando aparece, delimita tanto la época, como el mismo período se define por su presencia.
La peste bubónica, la histeria, las neurosis de guerra, la consunción, la clorosis, el SIDA, las disorexias, el virus del Ébola, la obesidad y la dieta — o "la enfermedad del dietar", como algunos la llaman — representan ejemplos de las mismas condiciones paradigmáticas, tanto en el presente como en el pasado. FEFL en: La Obesidad como metáfora de nuestro tiempo: La cuestión
Leer más: http://www.monografias.com/trabajos49/cuestion-de-obesidad/cuestion-de-obesidad#ixzz3BHdeSQtc
Le tricorne mutante…
Esta tesis es acerca del impacto que han tenido en nuestras mentes los anuncios relacionados con las epidemias que recién nos han afectado, de cerca y de lejos; de nuestra propensión humana a distorsionar los eventos mismos, de nuestras tendencias a regodearnos en teorías de conspiraciones y de la realidad que circunda todos estos eventos.
Comenzaremos con la obesidad, la que se ha caracterizado como una epidemia global (o "pandemia"), que por el modo de su progresión alrededor del mundo, ha merecido que se acuñe el neologismo de "globesidad" para caracterizarla. (Azúcar, Artritis y Adiposidad: Le Tricorne mutante de la GlobesidadLeer más: http://www.monografias.com/trabajos88/azucar-artritis-adiposidad/azucar-artritis-adiposidad#ixzz3BHksqaIH).
La obesidad, de acuerdo a la definición científica no es una enfermedad en el sentido estricto de la acepción, sin embargo — aunque no se ajuste a la definición más aceptada para definir este último concepto, y, aunque carezca de etiología firmemente establecida, un medio de transmisión y contagio especificado — La obesidad, ya ha recibido el privilegio dudoso de ser considerada no sólo "enfermedad", sino que se la considera epidemia global; lo que la hace elegible a ser una enfermedad de transmisión y contagio y no un simple malestar. (Véanse, por este mismo autor: Los enigmas de la obesidad: Sus causas y Los enigmas de la obesidad: Sus curas: https://www.academia.edu/1857396/Los_enigmas_de_la_Obesidad_Sus_causas).
Antes de retornar a nuestro propósito inicial de explorar brotes epidémicos recientes y pasados de enfermedades infecciosas y sus efectos en la psicología colectiva, debemos preguntarnos si la obesidad representa una metáfora de nuestros tiempos, como lo concibiera Sontag.
¿Es la obesidad metáfora de nuestro tiempo?
La respuesta es que sí, que lo es. Porque encarna una idea que representa nuestro período en la historia. (Leer más: /trabajos49/cuestion-de-obesidad/cuestion-de-obesidad).
Fernando Botero
Prosiguiendo con la chikungunya, el Ébola y teorías de conspiración
Recientemente hubo en la República Dominicana y otros países cercanos, un brote epidémico de la fiebre chikungunya, enfermedad contagiosa que en seguida definiremos para beneficio de nuestros lectores:
Chikungunya ( / ? t? ? k ?n g ? n j ? / chi -k?n- guun -y? ; Makonde de "lo que se dobla hacia arriba")
virus (CHIKV) es un virus transmitido por artrópodos , del género alfavirus , que es transmitida a los humanos por el virus de la realización Ædes mosquitos .
CHIKV se transmite de manera similar a la fiebre del dengue y causa una enfermedad con una enfermedad aguda febril fase que dura de dos a cinco días, seguido de un período de más dolores en las articulaciones de las extremidades; este dolor puede persistir durante años en algunos casos.
La mejor forma de prevención es en general el control de mosquitos y, además, evitar las picaduras de mosquitos infectados por alguna. No existe un tratamiento específico pero los medicamentos se pueden usar para reducir los síntomas. Reposo y fluidos también pueden ser útiles. (Leer más: http://www.ask.com/wiki/Chikungunya). (Fuera de bromas, la construcción gramática con que uno se tropieza en esta enciclopedia es, con frecuencia, deplorable).
Prosiguiendo
De acuerdo al Ministerio de Salud Pública, la enfermedad, solamente en la República Dominicana clamó cientos de miles de víctimas. Cifra, la última, resultando dudosa o imprecisa, debido al hecho de que nuestros sistemas estadísticos carecen de fiabilidad por su ausencia.
Lo cierto es que el brote capturó el interés público y que todavía persiste como tema de conversación y como base para teorías de conspiración, las que más adelante consideraremos.
Nuestros medios de comunicación e información en Radio KOOL y Punta Cana TV pueden corroborar que diariamente se reciben llamadas de personas en búsqueda de información, o relatando las historias de los síntomas de sus dolorosas y molestas secuelas que resultan de esta infección. De cuando en cuando se escuchan las teorías etiológicas de quienes — contrario a las causas establecidas — prefieren creer otras cosas, informándonos que no es el mosquito el artrópodo que la transmite, sino que es la presencia de haitianos inmigrantes en el país que la causan.
Así es como nacen las teorías de conspiración.
Para complicar el escenario, pronto después de que apareciera la chikungunya nos llegaron las noticias de la epidemia del Ébola, la que aquí presentamos como hiciéramos en otra ponencia publicada en el 2007. La que — como sucede con algunas epidemias históricas — puede que represente una metáfora mundial de nuestro tiempo.
Ébola: La fiebre hemorrágica africana
Cuando recientemente escribiera un artículo acerca de esta urgente condición, realicé, con desmayo, que compartí el espacio, en el periódico en que apareciera, con una historia — en la sección de salud — acerca de la ultracavitación, o liposucción sin cirugía, la que — por razones inexplicables — recibiera mayor espacio en la página en que ambos artículos se publicaron. (Para la educación del lector, aquí se puede leer más acerca de la llamada "celulitis" como "enfermedad" y de la liposucción como "cura": www.edu.red/trabajos100/celulitis-revisitada-descifrando-lo-malentendido/celulitis-revisitada-descifrando-lo-malentendido#laliposucb).
La última epidemia que nos ha venido aterrando es la del Ébola, enfermedad viral que ha causado la muerte a cientos de personas en África solamente en los pocos meses transcurridos del año 2014.
Muchas personas reaccionaron con alarma cuando dos trabajadores de salud norteamericanos fueron traídos de Liberia a Atlanta para recibir tratamiento con medicinas experimentales. El temor era que ellos, con su presencia, contaminarían e infectarían el resto de la nación norteamericana.
Lo que sería una falsa alarma, porque en el instante en que escribo este artículo, ambas víctimas se han recuperado y fueron dadas de alta por los médicos que las trataron. (Para leer esta conmovedora historia: http://www.webmd.com/news/20140822/ebola-medical-drama?ecd=wnl_day_082414&ctr=wnl-day-082414_nsl-ld-stry&mb=ydW9itkh%2fFazAssVi46OT%40HnVev1imbCypyaviJv350%3d).
La realidad es que el Ébola (asesino despiadado que es) no posee lo que necesita para causar una pandemia (un brote mundial de una enfermedad infecciosa).
El Ébola se transmite solamente por medio de contacto íntimo con secreciones provenientes de sus víctimas. Para soslayarlo, solo hay que evadir contacto con el sudor, la sangre o los cuerpos de los pacientes vivos o de los cadáveres.
Pero, para quienes hayan tenido la oportunidad (como yo la tuviera) de leer el libro de Laurie Garrett The Coming Plague (1994), uno queda con la idea de que las incursiones humanas dentro de las junglas tropicales despierta agentes infecciosos dormitados que acechan en espera para infectar al imprudente ingenuo.
Prosiguiendo
Aun están frescas nuestras memorias con el pánico que causara desde 2004-2007 la pandemia ocasionada por el virus aviar H5N1.
Las epidemias: verdades, metáforas y conspiraciones
Si consideramos las epidemias descritas en la Biblia, muchas atribuidas a la rabia divina, unas como plagas y otras como castigos — además de las reportadas — en libros de historia, nos enseñan que la raza humana ha sido diezmada en varias ocasiones por epidemias patógenas generalizadas.
La Plaga Antonine o la Peste de Galeno (165 EC), atribuida al sarampión o la viruela, causó la muerte al Emperador Marcos Aurelio y a millones de sus súbitos.
La Plaga Justiniana, causada por la mortífera bacteria Yersinia pestis, que se desparramó causando estragos — desde el África del Norte, cruzando el Mediterráneo — a Constantinopla y otras ciudades de importancia situadas en esta región.
Para el año 524 ratas y pulgas infectadas habían acarreado la infección tan lejos como Rennes en Francia y dentro del corazón geográfico de Alemania. Millones de personas encontraron la muerte de esta manera.
Entonces, recordemos la Muerte Negra de 1348-50, también causada por Y. pestis, pero que esta vez se diseminó por medio de las pulgas humanas y de pulmón a pulmón, como lo hace la gripe.
Esta plaga se expandió a lo largo de la Ruta de Seda a lo que es ahora Afganistán, India, Persia, Constantinopla y de ahí, cruzando el Mediterráneo, a Italia y el resto de Europa, matando decenas de millones de individuos mundialmente.
De todas las pandemias recientes, en el 1918, la de la Influenza Española, habiendo causado la muerte a 40 millones de personas alrededor del globo hoy se considera el patrón por el que las pandemias se miden.
El virus Ébola
Es axiomático en el campo de la epidemiología que las enfermedades infecciosas más letales son las que son recientemente introducidas dentro de la especie humana.
Lo antedicho tiene sentido, porque el parásito que mata su huésped es un parásito muerto, ya que sin el huésped el germen patógeno no puede sobrevivir y diseminarse en una gran mayoría de los casos.
De acuerdo a lo expresado, nuevos microbios que hacen erupción en nuestra especie constituyen los detonantes para pandemias, mientras que patógenos que tienen una historia larga en una especie huésped habrán evolucionado a ser relativamente benignos y endémicos.
Muchos epidemiólogos expertos contienden que cualquier pandemia futura resultará de la intrusión humana en el mundo natural.
Un riesgo, ellos sugieren, proviene de las poblaciones empobrecidas del continente africano y otros lugares donde los moradores avanzan con determinación muy dentro de la foresta virgen en búsqueda de la carne de animales silvestres — roedores, conejos, monos y otros simios — exponiéndose a patógenos peligrosos con resultados nefastos.
Estos patógenos se multiplican silenciosamente entre los animales salvajes, a veces sin causar síntomas, pero pueden igualmente explotar con ferocidad espeluznante entre las personas que se arriesgan a entrar en áreas donde los seres humanos no deben aventurarse.
Siguiendo la misma línea de pensamiento, otro riesgo propuesto resulta cuando ciertas aves diseminan uno nuevo patógeno infeccioso a pollos en granjas industriales, y últimamente transmitiéndolos a nosotros en forma de contagio epidémico.
Pero hay algo en los escenarios descritos, que carece de lógica.
No hay nada nuevo en el contacto íntimo entre animales y gente. Nuestros antecesores homínidos vivieron en la vida salvaje antes de que nuestra especie evolucionara en Homo sapiens. Es esta última la razón por la que algunos antropólogos los llaman cazadores-recolectores, un término que todavía aplica a algunas gentes modernas, incluyendo grupos consumidores de la carne de animales salvajes en el África Occidental.
Luego de la domesticación y cría de animales, nosotros viviríamos cerca de ellos, manteniendo vacas, cerdos y pollos en corrales y aun dentro de nuestras viviendas por miles de años.
Las pandemias surgen, más por contactos casuales entre animales y seres humanos, que de ninguna otra manera: Desde un punto de vista evolucionario, hay un paso perdido entre un animal patógeno y una pandemia humana que ha sido ignorado en estas horripilantes, aunque totalmente especulativas, ideas.
Se conjetura que las infecciones humanas más peligrosas son casi siempre enfermedades que no proceden de animales — frescas en su aparición en la especie humana — sino que representan enfermedades que han sido adaptadas a nuestro género por algún tiempo: la viruela, la malaria, la tuberculosis, el tifo, la fiebre amarilla y el polio son ejemplos de éstas.
Para poder adaptarse a nuestra especie un patógeno tiene que ocurrir en ciclos entre las personas — de persona, a persona, a persona.
En cada repetición, las cepas mejor adaptadas para la transmisión serán las que se propagarán. De esta manera la selección natural empujará las cepas circulantes hacia una transmisión progresivamente más eficaz, y, por consecuencia, hacia una acomodación incrementada hacia los huéspedes humanos. Este proceso por necesidad tiene lugar entre personas.
Un patógeno debe forzar su nuevo huésped humano a que actúe como un sistema dispensador de gérmenes: estornudando, tosiendo, dispersando partículas repletas de microbios en el aire.
H5N1. Influenza aviar
Es esta la idea insensata que carece de sentido evolucionario y, quizás represente una de conspiración, por la cual se postula que virus animales altamente contagiosos — como el H5N1 virus de la influenza aviar — mientras circula inocuamente entre los pollos, puede repentinamente mutarse en un microorganismo transmisible al ser humano tornándose poderosamente letal.
Lo que parece ser dudoso, porque la adaptación a un nuevo huésped es un asunto preciso y biológicamente muy delicado.
Ser un germen adaptado al ser humano significa que este microbio posee la habilidad de infectar seres humanos, superar sus sistemas inmunes, y manipular el huésped infectado en la dispersión del microbio.
Un patógeno exitoso debe de forzar su nuevo huésped humano a que actúe como un sistema de propagación: estornudando, tosiendo, expulsando partículas cargadas de microbios en el aire, o eliminándolas por medio de la diarrea.
Para hacernos estornudar, un virus gripal de alguna manera, se aprovecha de nuestra tendencia evolucionada a estornudar y toser para librarnos de irritantes, sean estos pólenes o virus.
Estornudando un virus puede asistir en reducir la carga patógena en el huésped y en acelerar la recuperación, para asimismo asegurarse de que quienes nos rodean adquieran una dosis de lo que nos quebranta.
Un virus asintomático es mucho menos probable que sea un virus contagioso. Por el otro lado, si uno se debilita total e inmediatamente, el patógeno puede tornarse tan agresivo que la inmovilidad resultante impide que el enfermo salga a dispersar los gérmenes.
El Ébola es un notable ejemplo de lo antedicho.
Pero, una vez que los virus desarrollan la habilidad de la transmisión entre humanos, esos mismos patógenos letales pueden causar enfermedades humanas devastadoras.
Guerra del Peloponeso
Los imputados usuales son muy bien conocidos: la viruela, que sobrevive en el medio ambiente exterior por largo tiempo, el cólera, que se disemina por el agua; y el Estafilococo áureo, que se adquiere por personal profesional de salud, desconocedor de su presencia y reconocido actualmente como el más mortífero ERM. (Estafilococo resistente a la meticilina).
Una epidemia misteriosa del pasado, la Gran Plaga de Atenas, demuestra cuán letales se tornaban las epidemias en tiempos remotos.
La Plaga
La Plaga, creída que fuera causada por el tifus, la viruela o por el mismo Ébola — dependiendo en quién se consulte — estalló en Atenas durante el verano del 430 AEC, durante los días tempranos de la Guerra del Peloponeso. Conflicto que duraría 27 años entre Atenas y Esparta para establecer la hegemonía del estado triunfante en el mundo Helénico de entonces.
Pericles, el líder de facto de Atenas, quien promoviera la guerra, desarrolló una estrategia defensiva que resultaría ser fatal para sí mismo y para la tercera parte de la ciudadanía ateniense.
Él insistió en traer todos los nacionales — gente residente en los pueblos y villas rurales fuera de las murallas de la ciudad — a vivir dentro de la cercada urbe dejando el resto de la ciudad-estado a ser arrasada por los invasores espartanos.
Las murallas de Atenas se extendían desde el puerto de Pireo al de Falero, cada uno de los cuales quedaban alrededor de cuatro millas de la ciudad propia.
La Gran Peste
Sellándola de tal manera que, por delante, quedando tan solo el mar, los atenienses podían refugiarse sin riesgos — por lo menos en la mente de Pericles — hasta que la Guerra del Peloponeso concluyera.
La población normal de la ciudad era de unas 150,000 personas. Los escolares estiman que de entre 200 a 250 mil familias se mudaron a la misma acarreando con ellas todas sus posesiones, incluyendo sus animales y construcciones pequeñas adyacentes a sus moradas.
Pero, Pericles no había pensado, ni había hecho provisiones para los recién llegados, quienes estaban acostumbrados a sus casas solariegas, sus aldeas apacibles y sus campos abiertos.
Algunos de ellos tenían hogares o parientes dentro de las murallas, pero la mayoría no tenían a donde ir, apiñándose en chozuelas o en tiendas de campaña o albergándose en espacios entre las paredes de las murallas. De esa manera los campamentos abarrotados estaban maduros para el estallido de infecciones virulentas.
De éstas ocurrir, los médicos y el personal asistente perecerían rápidamente, y los únicos que quedarían para atender a los enfermos serían aquellos supervivientes que eran inmunes a reinfecciones.
Pero una infección inesperada llegaría por mar. Utilizando el mismo portal que Pericles dejara abierto para alimentar a los atenienses y para importar dineros suficientes para mantener vivo el esfuerzo de guerra.
El historiador ateniense Tucídides nos relata que la enfermedad que les sorprendió se originó en Etiopía, procedió norte hacia Egipto y Libia, cruzó el Mediterráneo hacia la Isla de Lemnos y luego procedió hacia Atenas. Donde causara la mayor devastación porque la Gran Plaga se volvería más funesta en el gran campo de refugiados en que Atenas se había convertido.
Tucídides relata:
Personas, hasta el momento en perfecto estado de salud, de repente comenzaron a tener sensaciones de quemazón interna y pesadumbre dolorosa en la cabeza, sus ojos se volverían de color rojo púrpura e inflamados. Dentro de sus bocas aparecieron efusiones provenientes de la lengua y la garganta, y el aliento se volvería fétido y desagradable.
Los síntomas posteriores en su aparición fueron los estornudos y la ronquera. Sin mucha dilación se despertaría la tos y comenzarían los dolores del pecho.
Luego, el estómago sería afectado con dolores recios y vómitos teñidos con bilis y dolores abdominales más intensos.
Los esfuerzos para producir el vómito eran espasmos ineficientes y punzantes. Para los afortunados, la enfermedad terminaba en la muerte en esta etapa. Mientras que para otros, la agonía duraría por mucho más tiempo.
El historiador perspicaz describe erupciones cutáneas, delirios, confusión mental y, entre los supervivientes, tejidos ennegrecidos y gangrenosos en las extremidades y, ceguera en ocasión.
Esta era una infección sumamente virulenta, contagiosa y sistémica. Los médicos y sus asistentes morían rápidamente, y los únicos que quedaban para asistir los demás eran los supervivientes, inmunes al agente causante de la enfermedad.
Lo que la Plaga de Atenas nos enseña es que una enfermedad de virulencia leve a moderada puede exacerbarse en situaciones cuando los enfermos están atrapados juntos con los sanos. Lo último causa que la infección se propague como fuego incontrolable.
Si la epidemia de Atenas hubiera sido el tifus, la posibilidad más cierta, normalmente se hubiese diseminado por la propagación procedente de los liendres humanos y las heces fecales contaminadas.
Debe de haber existido piojos entre los inmigrantes que llegaron a Atenas.
Usualmente, simplemente por rascar las picadas de piojos, sepultando las deposiciones fecales de los insectos dentro de la piel, asegura la transmisión de la enfermedad.
Pero, en condiciones de hacinamiento, la transmisión del tifo puede ser más directa.
Por ejemplo, en los campos de prisioneros serbios, durante la Primera Guerra Mundial, donde el tifo era incontrolable, la transmisión aérea — posiblemente por heces fecales disecadas de piojos — se comprobó que ocurrieran.
Las condiciones propicias, en otras palabras, pueden causar la evolución a corto plazo de una enfermedad diseminada por el piojo humano en algo mucho más explosivo y severo.
La pandemia del 1918
Un proceso evolutivo similar dio origen a la epidemia de influenza del 1918, propulsada por el sistema de guerra de trincheras del Frente Occidental.
En la primavera del 1918, una ola inicial de influenza ligera apareció en los Estados Unidos, se propagó por todo el país y contaminó a las tropas en los barcos zarpando hacia Europa.
Desde esos buques, la infección se extendió a las trincheras, donde se avivó a la virulencia mortal en las condiciones hacinadas suministradas por las excavaciones estratégicas, los trenes y las ambulancias, moviendo a todos — los enfermos y los sanos — en conjunto.
El sistema en su totalidad representaba un servicio gigantesco de propagación viral.
La epidemia, convertida en pandemia, dejó el Frente Occidental por varios puertos y estalló por todas partes del planeta, enviando a sus muertes cerca de 2.5 por ciento de quienes infectara — e infectaría cientos de millones de personas.
Marmotas
Este paradigma de infección predadora no era causado por alguna combinación de genes tipo de la influenza aviar. Ambas, la Plaga Ateniense y la Epidemia de la gripe del 1918 evolucionaron con predecible precisión darvinista. Genes que hacen estragos del cuerpo de manera más rápida y eficientemente superarán las castas más leves.
Si esas cepas letales poseen acceso repetitivo a huéspedes frescos y los frenos que contienen la virulencia están apagados, entonces, la enfermedad letal evoluciona y se disemina.
Examinando epidemias y pandemias, a través del lente de este período evolucionario, se hace innegable que la condición necesaria más importante para la evolución de enfermedades virulentas y transmisibles es la existencia de una factoría de enfermedad humana.
Sin las condiciones sociales necesarias que permiten la evolución de enfermedades virulentas transmisibles, brotes epidémicos letales son improbables.
La misma letalidad por sí no es tan poco común: SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome – o síndrome respiratorio agudo grave), que aterró la China en 2002 y 2003, causó la muerte a 10 por ciento de sus víctimas; mientras que el Ébola mata 60-90 por ciento; la rabia sin tratamiento mata cerca del 100 por ciento, como igualmente lo hace la plaga neumónica, causada por la Yersinia pestis, el agente bacteriano de la Muerte Negra, la peor pandemia en la historia de la humanidad.
Pero ser ambas cosas, letal y transmisible fácilmente, requiere circunstancias rigurosas. Aún la Muerte Negra, que se pensara viniera de las marmotas del Asia Central tuvo que haber evolucionado en una cadena de transmisión entre seres humanos para volverse tan mortífera y efectiva como fuera.
La lucha contra patógenos existentes es más urgente que la caza por posibilidades nuevas. Podrá resultar menos interesante, para los epidemiólogos pero tendrá más probabilidades de aliviar el sufrimiento real en el mundo.
Entonces, ¿qué tiene de malo escuchar el redoble de la llamada incesante que nos exhorta a que nos protejamos contra las plagas que se aproximan — contra el Ébola en África y la gripe aviar en Asia?
Información de alerta del gobierno español acerca del Ébola
¿Sería posible que una pandemia insospechada de proporciones enormes pueda hacer erupción proveniente de algún patógeno — hasta el momento — desconocido?
¿Está el apocalipsis al acecho en nuestra vecindad, entre ratas o monos, o murciélagos, o ardillas voladoras, o aves?
La Muerte Negra nos recuerda que "nunca se puede decir nunca". Puede que exista un patógeno animal en nuestra proximidad que, bajo las circunstancias apropiadas, pueda evolucionar y mantener ambas, virulencia y transmisibilidad, infectando humanos y asimismo otros animales.
El virus de viruela del mono centroafricano (así llamado porque fue identificado por la vez primera en macacos en el 1958) posee atributos peligrosos. Como el virus de la viruela, es a menudo mortífero, siendo también un patógeno que se sienta y espera ya que puede sobrevivir en el medio inhóspito exterior.
Sin embargo, la evolución de la viruela del mono en una enfermedad humana, tal como lo es la viruela, parece ser improbable porque algunas cepas del virus de esta infección deben ser transmitidas de persona a persona iterativamente por varias generaciones, lo que nunca sucediera. En este ejemplo, las cadenas de transmisión se romperían fácilmente y el proceso se ha interrumpido totalmente.
La realidad es que la gente continúa muriendo víctimas de enfermedades de adaptación humana. La malaria causa la muerte a más de 1 millón de niños anualmente. La tuberculosis, en sus formas más severas resistentes a las drogas, permanece bien enraizada por todo el mundo. El polio, a pesar de todos nuestros nobles esfuerzos, continúa matando y paralizando niños.
Combatiendo los patógenos existentes es donde resta nuestro mayor sentido de urgencia.
Evitando la hacinación malsana de seres humanos debe de evitarse a todo coste.
Pausando
La conspiración paradigmática
Hasta ahora, hemos reflexionado en los aspectos médicos generales de algunas de las infecciones que nos han ocupado en tiempos recientes y aquellas que lo hicieran en tiempos remotos.
Hemos aprendido que una condición de apariencia reciente como lo es la obesidad. Por su ubicuidad y quizás por razones políticas se ha añadido a nuestra lista de "epidemias".
Las teorías de conspiración y su importancia
La creencia en conspiraciones se encuentra a medio camino entre el escepticismo que no se queda solo en las apariencias y el pensamiento religioso que acepta hechos increíbles a cambio de una historia que da un sentido total a la vida. (Seguir leyendo: http://esmateria.com/2014/02/26/por-que-creemos-en-teorias-de-la-conspiracion/)
Si el chisme nos indica algo es que consiste en una actividad propia a la naturaleza de nuestra especie. (Véanse mis ponencias al respecto).
Las teorías de conspiración suministran bases para explicar aquellos eventos aleatorios que nos obstaculizan nuestros derroteros ofreciéndoles explicaciones alternativas y plausibles a la vez.
Las traigo a colación porque, muy a menudo, se utilizan por las mismas personas que se regodean en el chisme, para darse aires de ser informados, mientras contradicen informaciones genuinas. Como cuando alguien nos advierte adoptando manera erudita que "la chikungunya no la transmite el mosquito, ya que, siendo otra forma del dengue, la transmiten los estornudos de quienes la sufren… Sé que es así porque lo leí en un periódico, cuyo nombre no recuerdo…"
Para quienes tienen como misión impartir conocimientos y educar poblaciones, las teorías de conspiración hay que siempre tenerlas en cuenta para tomarlas en consideración cuando tratamos de instruir a un público, a menudo hecho vulnerable por la ignorancia y el miedo.
En resumen
Las epidemias del Ébola y su hermanastra — en cronología de aparición — la de la chikungunya pueden ser definidas como metáforas locales e internacionales.
Transporte para pacientes con Ébola
Es así porque definen épocas que serán recordadas por sus nombres. Lo que, a menudo olvidamos, son las lecciones que nos enseñaran, por no haberlas aprendido bien.
La presencia del Ébola ha despertado un interés irresistible porque el último caso que entrará en una metrópolis del mundo civilizado, llegaría — recibido como héroe — a la ciudad de Londres coincidiendo con el instante en que escribo esta tesis.
La llamada "epidemia de la obesidad" (globesidad) merece una explicación más acertada y sobria. Aquí la ofrecemos:
www.edu.red/trabajos88/azucar-artritis-adiposidad/azucar-artritis-adiposidad).
Fin de la lección.
Bibliografía
Sontag, S: (1977) Illness as metaphor Farrar Straus Giroux
Larocca, FEF: El sendero de la mente al cuerpo: Derrotero de dos vías en academia.edu, researchgate.net y monografías.com
Además, extensivos enlaces (links), bibliografía adicional y referencias de contribuciones a este tema y otros temas mencionados por este mismo autor, pueden obtenerse en los siguientes portales:
Academia.Edu
ResearchGate.net y
Monografías.com
Coda
Esta lección se dedica a los propietarios de las radioemisoras KOOL FM (106.9), Mambo FM (94.3) y Punta Cana FM (99.1), de la emisora televisora Punta Cana TV y de los semanales Bávaro News y el Tiempo Higüeyano.
A mis compañeros de cabina en el programa La Revuelta/Salud y a Fernando en Las 4 Estaciones.
Específicamente doy reconocimiento al psicólogo Fernando M. Placeres P. y a la periodista Rosanna Figueroa.
¡Aplauso!
Autor:
Dr. Félix E. F. Larocca