Descargar

VIA CRUCIS

Enviado por Jaime Gonzalez


Partes: 1, 2

     

    Indice1. Introducción 2. La condena. 3. La Cruz 4. La Caída 5. El Encuentro con María. 6. La Ayuda. 7. Un Consuelo 8. Caer de nuevo 9. Lagrimas 10. Desaliento 11. Desnudez 12. Crucifixión. 13. El Testamento 14. Los Amigos del Final. 15. Los Decepcionados 16. Jesús

    1. Introducción

    Comentador: Jesucristo, camino del calvario, camino hacia la muerte, es el Señor de la vida. El calvario es el lugar de la misericordia, del perdón y de la vida. Ese camino de dolor es la garantía de nuestro gozo, el camino de la vuelta a la casa paterna. El camino de la muerte es el camino de la vida, el camino que nos conduce al Padre, fuente de la Vida. Es el signo sangriento del amor misericordioso. Cargando la cruz de nuestra miseria y de nuestro pecado, caminemos concientes de aquello en que hemos fallado, del peso que el Señor cargó por nuestras culpas personales. Vamos a escucharlo y contemplarlo cargando el madero de la cruz y muriendo en ella por nosotros; vamos a apreciar el inmenso amor con que se ofrece por nosotros y con el que nos llama a seguirle y nos guía hacia el Padre y Señor de la vida. Si sabemos escuchar la voz de la cruz, la voz del Calvario, la voz del sufrimiento redentor, si somos capaces de contemplar este drama con admiración y afecto, entonces aprenderemos a descubrir el misterio enorme del amor de Dios, Padre de misericordia que nos ha reconciliado en su Hijo Jesucristo quien nos ha dado la Vida con su muerte. Necesitamos encontrarnos con Jesús, en cada hombre que sufre; necesitamos caminar con Jesús para volver al Padre; necesitamos descubrirlo, a cada momento, cargando con su cruz, camino del Calvario, el enorme Calvario del mundo en el que todos vamos con el peso de nuestra propia cruz. Descubrir el lenguaje de la cruz es descubrir que muchos de nuestros caminos no van por el de Jesucristo, quien, a pesar de su derrota, es el camino de vida. El dolor, el sufrimiento, la cruz y la muerte se presentan en todos nuestros caminos, en todos los caminos del hombre. "Jesús no inventó la cruz", se la impusimos nosotros, le salimos con ella a su paso. Y seguimos saliendo al paso de nuestro hermano el hombre, para obligarle a cargar el peso del sufrimiento. Continuamos sin respeto ni aprecio suficiente a la vida El Calvario no tiene sentido para quien no quiere darle lugar al lenguaje del amor, de un amor que se entrega así: sin medida. Este día, estamos frente a la cruz en el Calvario. Esa cruz nos invita a la amistad y a la vida, a amar y a vivir. Jesucristo siempre se presentó y actuó como amigo entregado y fiel, hasta dar la vida por nosotros, conforme a su propia enseñanza, a su propio compromiso. Jesús: Mi mandamiento es éste: Que se amen unos a otros como yo los he amado. (Sean amigos como yo he sido amigo de ustedes). No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. (Dense unos a otros, unos por otros, como yo doy mi vida por ustedes) Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor. A ustedes les llamo amigos porque todo lo que oí de mi padre se lo he manifestado (Jn 15, 12 – 15) A ustedes les he manifestado los misterios del Reino (Mt 13, 11) Comentador: Jesucristo nos llama a amar como Él. En su amor evaluemos hoy nuestro amor. Él es el rostro humano del amor del Padre. Vamos, pues a contemplar el sufrimiento de Jesús, y los sufrimientos de todos los hombres. En Él vamos a ver nuestros propios sufrimientos, pero con una visión especial: El camino de la cruz es el camino del hijo pródigo cuando vuelve al Padre. Sí, Jesús "se convierte en el hijo pródigo" para nuestra salvación. Abandonó la casa del Padre celestial, se vino a un país lejano, derrochó dada día, misericordiosamente, todo lo que tenía. Y volvió con su cruz, de regreso hacia el Padre. Ese es nuestro camino, el camino que hemos de recorrer todos nosotros, en nuestro regreso al Padre misericordioso. Narrador: "Era ya de día cuando los soldados de la guardia de los sacerdotes sacaron a Jesús del calabozo en que había pasado las últimas horas. A empujones lo echaron de nuevo al patio de la casa de Caifás, donde le esperaba un buen grupo de los sanedritas, de aquellos que por la noche le habían juzgado. Los discípulos no se habían movido y así se les habían esfumado a los jefes del pueblo, quienes, de hecho, experimentaban un gran temor en su interior, por lo que pudieran hacer los seguidores de Jesús. De cualquier manera le sacaron atado. Jesús respira el aire libre del ambiente muy distinto al de aquella asfixiante prisión. Una multitud de curiosos, entre ellos muchos de los que indudablemente le aclamaron apenas unos días antes y le aclamaron como Rey, ahora se agolpan a la puerta del palacio de Caifás. De ahí partieron a la Torre Antonia, para encontrarse con Pilato. Hombre: Señor, déjame caminar hoy contigo. Yo soy quien merece esta cruz. Yo soy quien he pecado. Dame tu luz para contemplar el misterio de tu amor, el que nos quieres revelar hoy, camino del Calvario. Permíteme asumir mi propia responsabilidad en tu humillación y en tu tortura, la que sufriste allí en Jerusalén y la que sigues sufriendo en la historia de todos los hombres. Abre mis oídos, mis ojos y mi corazón, para atender el llamado que me haces, a reconocerme hijo pródigo, necesitado de volver al Padre, a descubrirte en el hermano y a seguirte con mi cruz, con tu cruz, con la cruz que cargaste por todos los hombres. Todos: Señor Jesús, permítenos caminar, hoy, contigo; danos oportunidad de encontrarte en esta pasión tuya, en la pasión de todos los hombres y mujeres que padecen en el mundo. Déjanos valorar en nuestro corazón la magnitud de tu amor y la triste realidad de nuestro pecado. Haz que te descubramos entre nosotros en las pruebas de la vida y que, por ellas, participemos en tu pasión redentora. A M E N

    2. La condena.

    Narrador: En aquel tiempo, Jesús compareció ante el Procurador, quien le preguntó: "¿Eres tú el rey de los Judíos?" Jesús le respondió: "Tú lo has dicho". Pero nada respondió a las acusaciones que hacían los pontífices y los ancianos. Entonces dijo Pilato: "¿No oyes todo lo que dicen contra ti?" Pero él, a nada respondió, hasta el punto que el Procurador se quedó muy admirado. Con ocasión de la Fiesta, el Procurador solía conceder la libertad del preso que la multitud quisiera. Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo pues Pilato a los allí reunidos: "¿A quién quieren que deje en libertad, a Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?", pues sabía que lo habían entregado por envidia. Estando él sentado en el Tribunal, su mujer envió a decirle: "No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por causa de Él". Mientras tanto, los pontífices y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús, y así, cuando el Procurador les preguntó: "¿A cuál de los dos quieren que les suelte?". Ellos respondieron: "¡A Barrabás!" Pilato les dijo: "y ¿qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?"; respondieron todos: "¡Crucifícalo!" Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y cómo crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: "¡Inocente soy de la sangre de este justo! ¡Allá ustedes!"; y todo el pueblo respondió: "¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás y a Jesús se lo entregó, después de haberlo hecho azotar, para que lo crucificaran". Comentarista: A algunos, Pilato les parece violento, cruel y sádico, indeciso, que intenta aplicar la justicia y que está lleno de turbaciones. Sin embargo, siempre es señalado como un gran responsable de la muerte de Cristo. Pero, antes de que él se lavara las manos y dejara a la libre voluntad de la chusma la decisión sobre la vida de Cristo, ya Jesús había sido juzgado y condenado por aquel amigo que le vendió y le entregó, por aquellos que se durmieron y no pudieron velar una hora con Él. Fue juzgado desde antes, por el abandono cobarde y la apostasía de los más queridos… Sin embargo, por amor a nosotros, Dios entrega a su Hijo a la muerte. Ciertamente no lo entrega como lo hizo Judas o aquellos que le llevaron a la condena, sacerdotes y ancianos del pueblo; eso significaría una negación absoluta de su amor de Padre. Dios entrega a su Hijo, por amor, desde el momento que llega al mundo para salvarnos. Desde entonces la existencia de Jesús se realizó plenamente conforme a su dignidad filial. Los hombres empujamos a Jesucristo a la muerte para conducirlo a la nada. El Padre lo recibe en el abrazo eterno de la intimidad divina. Jesús vive eternamente filial en su condición de Dios y de hombre. "En la muerte de Jesús acontece el Nacimiento eterno del Hijo en este mundo, y se manifiesta el misterio de la paternidad de Dios a quien Jesús no pudo llegar más que muriendo". Jesús: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar, sino para que el mundo se salve por Él. Salí de Padre y vine al mundo. De nuevo dejo el mundo y vuelvo al Padre. Comentarista: No es fácil aceptar a Jesucristo, el regalo del Padre, el Hijo entregado para que no perezcamos. Intentamos más fácilmente el camino opuesto, el camino de Pilatos. Estamos, tal vez, entre esos muchos Pilatos que hay en el mundo, que condenan de una u otra manera, que traicionan su papel y no les importa meterse en injusticias. Estamos entre esos Pilatos que traicionan la verdad, la fidelidad y la amistad, el amor matrimonial y la vida de familia, porque no sabemos o no queremos comprometernos en el amor. Hay Pilatos y hay condenados hoy en el mundo. Muchos que se sienten irremisiblemente condenados. Algunos porque han perdido la esperanza ante el problema que les ha surgido. Aquellos que son despedidos del trabajo y no tienen esperanza de encontrar otro. Aquellos que en la plenitud de su vida y de su apego a ella, en plena juventud, cuando tienen un futuro esperanzador y hasta exitoso, reciben del médico el anuncio de la muerte en un diagnóstico fatal. No hemos aprendido a descubrir a Jesucristo en aquel a quien condenamos. ¿A cuántos conocemos cargando una injusta condena? ¿A cuántos hemos condenado injustamente? Ese es el hoy de la Pasión de Cristo (Pausa para reflexionar) Hombre: Jesús, es cierto que el amor inmenso del Padre te ha llevado a pagar nuestra salvación a precio de sangre, la "sangre derramada" que tú entregaste a tus discípulos en el cáliz de la cena pascual. Te hiciste ofrenda por nosotros. Quisiste redimirnos amorosamente, a través de toda tu vida, de tu pasión y de tu muerte. Y consumaste tu entrega de amor en la cruz. El precio de nuestro pecado eres Tú mismo, por eso nadie puede pagarlo sino Tú. Por eso tu condena es el signo más pleno del amor. Con todo, nosotros seguimos el camino opuesto, por eso, hoy siguen las condenas a muerte. Entre nosotros sigue imperando la calumnia, la crítica, la difamación, la injusticia, el olvido de los derechos humanos. Dentro de nosotros hay cobardías y hay miedos que nos impiden salir a defender la verdad y la justicia; que nos impiden sostener nuestras convicciones y mantenernos fieles a nuestra responsabilidad. Yo también Señor me descubro condenándote en mis hermanos cuando tengo miedo de decir la verdad; cuando me resisto a correr el riesgo de perder una amistad, si digo la verdad. Yo también he condenado por debilidad, por cobardía, por malicia o por crueldad. A veces te he tenido las buenas intenciones de salvarte, pero te he condenado. Jesús: No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados. Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Hagan con los demás lo que quieren que hagan con ustedes. Todos: Perdónanos, Señor, el no haber entendido que toda tu vida, tu pasión y tu muerte, tu condena y tu crucifixión, son precio de nuestro pecado, son un pago de amor por nosotros. Perdona que no haya comprendido tan inmenso amor y te siga condenado injustamente. Perdónanos tantas veces que te hemos condenado en nuestro hermano el hombre.

    3. La Cruz

    Narrador: Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo; luego, tejiendo una corona de espinas, la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban diciendo: "Salve, Rey de los Judíos". Y, escupiéndolo, le quitaban la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar. Temblaba Jesús que por primera vez sentía la vergüenza de la desnudez. Su cuerpo era el de un hombre. Su miedo el de un hombre. Su soledad, en medio de aquella jauría, era la soledad del hombre. Saltó la primera sangre cuando una correa mal dirigida cruzó por primera vez su cara. Los golpes siguieron sobre sus espaldas. Eran las espaldas de un hombre. Apretó los dientes y aferró sus manos a la argolla a la que le habían atado. Oía las risas y los jadeos de los que le golpeaban. Su espalda era ya un campo arado, rajado como por cuchillos, y la sangre se mezclaba con largos surcos azules y morados. Era un dolor tan ancho, que comenzaba a no sentir los golpes en la espalda. Su mirada borrosa no podía ver la sangre que resbalaba ya hasta sus pies. Cuando lo desataron, era como un cordero apaleado y cayó desfallecido como un bulto sobre el suelo. Alguien propuso la idea de divertirse con él, coronándolo de espinas como rey de los judíos. Otro más tuvo la idea de poner sobre su espalda malherida un manto de púrpura, signo de realeza. Con aquel vestido Jesús comenzaba a tener un aspecto verdaderamente ridículo. Lo coronaron con un haz de ramas de espino que plantaron como un casco sobre su cabeza. Y le saludaron golpeándole sobre la corona con una caña que luego ponían en sus manos como un cetro. Le gritaban con burla: "Salve rey de los judíos". Pilato había ordenado flagelar al prisionero pero no imaginó ni el número de golpes, ni el espectáculo de aquel rey de burla. Pensó que con este castigo todo terminaría. Se volvió a los sacerdotes y exclamó a voz en grito: "Vean; lo traigo aquí fuera para que conozcan que no hallo en él delito alguno". Hizo que Jesús se presentará en el balcón sobre la plaza y gritó nuevamente: "He aquí al hombre". No sabía Pilato que sus palabras iban a cruzar la historia como una profecía, Jesús era verdaderamente el hombre, el primer brote de la humanidad nueva que sólo Él podía hacer nueva. Comentarista: La cruz es el patrimonio de todos los hombres; está expresada en el mismo cuerpo humano. Llena y abraza a cada uno de nosotros y nos confía la misma misión de Jesucristo con su cruz: redimir, salvar. Nos encarga esa misión en el ámbito de nuestra vida personal, en el de nuestra familia, entre nuestras amistades. Hay tantas familias resquebrajadas, heridas, divididas, desintegradas o disueltas; tantas familias golpeadas por la enfermedad que está amenazando a muerte y no lo pueden aceptar; tantas familias heridas y bloqueadas en el corazón por los problemas no resueltos, por resentimientos amargos, por odios, por torturas interiores. Todo esto es cruz. Cada una de esas cruces, suben y bajan por nuestras calles en el campo y en la ciudad, en los caminos y en las carreteras y se apretujan ocultas en el corazón de cada uno de los que sufren. Frecuentemente, son cruces maldecidas o solamente toleradas; son cruces sin nombre y sin esperanza; llevan a la desesperación o a la resignación; pero muy pocas sirven para redención. !Y todas son la cruz de Cristo!. En la cruz de Jesucristo Dios se deja ver como Padre "rico en misericordia" (Ef. 2, 4) Jesús encarna y personifica esa misericordia sin límites; es la epifanía, la manifestación personal de la misericordia divina; Él mismo es todo misericordia, la misericordia de Dios. Su misericordia es la señal de que es el enviado de Dios. La misericordia de Dios quiso manifestarse por su participación en la experiencia dolorosa de la vida de los hombres; Jesús le ha dado a la misericordia divina una nueva dimensión, haciéndola humana y revelando así claramente la humanidad de Dios. (Pausa para reflexionar) Hombre: Jesús, bendito seas por tu misericordia divina, esa misericordia infinita a la que has dado expresión humana. Bendito seas por esa cruz en que nos dejas el signo de tu misericordia, de la misericordia infinita del Padre. Dame esa valentía tuya para abrazar mi cruz, la cruz de cada día, la cruz que llevo sobre mis hombros y que me duele más cuando la ponen sobre mí aquellos que más amo, aquellos de quienes debiera esperar ayuda y consuelo Ayúdame a conocer en mi propia experiencia tu misericordia para ofrecerla al menos al menos a aquellos a quienes amo y quiero liberar del peso de la cruz. Gracias, por invitarnos hoy, a cada uno de nosotros a poner todas nuestras cruces en relación con la tuya, para entender y vivir la misericordia del Padre. Gracias, porque nos pides, que entendamos el lenguaje preciso de tu cruz, ese lenguaje que nos invita a sembrar con tu cruz y nuestra cruz el germen del amor, la misericordia y la esperanza. Jesús: "El que pone la mano en el arado y vuelve la mirada atrás no es digno de mí. Sean misericordiosos como su Padre del cielo es misericordioso. Amen a los que los odian. Hagan el bien a los que los maldicen. Ofrezcan la mejilla izquierda a quienes les abofetean en la derecha. Perdonen no sólo siete veces, sino setenta veces siete. Bienaventurados los perseguidos por la justicia. Bienaventurados serán ustedes cuando los maldigan por mi causa. Tomen su cruz de cada día y síganme". Todos: Perdónanos, Señor, por no haber aceptado que tu Cruz enorme es el camino de la misericordia del Padre. Perdónanos por la Cruz que no hemos sabido cargar con valentía. Perdónanos por esa Cruz que cargamos sobre los hombros cansados de los demás, sin apiadarnos de ellos. Perdónanos y dales tu amor y misericordia.

    4. La Caída

    Narrador: "Ha caído tu mano sobre mí: nada queda intacto en mi carne por tu furia. Nada sano en mis huesos, debido a mi pecado. Mis culpas sobrepasan mi cabeza, como un peso harto grande para mí; mis llagas son hedor y putridez debido a mi locura; encorvado, abatido totalmente, sombrío ando todo el día. Me late el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta. Estoy apunto de caer. No me abandones, oh Yahvéh, Dios mío, no estés lejos de mí" (Sal 37). "Él soportó el castigo que nos trae la paz y con sus llagas hemos sido curados" (Is. 53, 5). "Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero que es llevado al matadero, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca" (I.s 53, 7). Comentarista: Jesús camina por las calles de Jerusalén, jadeante y casi asfixiado por el peso del madero que le aplasta y le doblega, por la debilidad que arrastra, a causa de la sangre derramada, de las heridas y los golpes. Ante sus ojos las paredes de las casas se mueven y se agigantan; y tiemblan en su mirada los rostros de aquella multitud que aúlla enfurecida. Todo le parecía terriblemente lejano. Ante él sólo se presentaba el horizonte de la muerte que le aterraba como a cualquier ser humano. Le gustaba vivir. Se sentía bien en esta tierra que Él había credo muy hermosa, como habitación para los hombres sus hermanos. Amaba cuanto le rodeaba: el sol, el agua, las estrellas, los árboles, los crepúsculos, los corderos y el hombre. Sin embargo, todo estaba llegando al final. Le hubiera gustado de otro modo; pero sabía bien que no había otro. El pecado del mundo había cerrado todas las otras salidas. Se hizo hombre para esto; lo sabía y, con todo, hubiera deseado que al menos alguien le acompañara con amor entre la jauría que le acosaba y que quería derribarle. Se sentía desoladoramente solo. Tenía miedo de que tanto dolor no sirviera para nada. Y esta soledad era la más amarga de las gotas del cáliz que bebía. Bien dice el refrán: "Llórate pobre, pero no te llores solo". Comenzó a temer que perdería el conocimiento. Tenía la sensación de que sus pies flotaban. No encontraba el suelo para dar un paso. Oyó el grito del centurión que le mandaba seguir adelante, mientras iba viendo el suelo que se precipitaba sobre su rostro. El madero le golpeó contra la tierra que Él había creado. Sintió como una quemadura en las rodillas; cayó… Jesús: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida la pierde; el que pierde su vida para este mundo, la guarda para la vida eterna. (Pausa para reflexionar) Hombre: Has caído Señor, por la debilidad y la fatiga. Saboreas el cáliz de la amargura hasta las últimas gotas. Así has querido aceptar totalmente nuestra condición humana. Tú eres Dios verdadero que has querido ser hombre verdadero y éste es el precio: conocer la derrota, la fatiga, la debilidad del cuerpo, la limitación de las propias fuerzas. Tú el Dios poderoso, aceptaste ser humillado, aceptaste la burla y aprendiste a caer. Yo sé que no has caído por el peso de tu pecado, sino porque has querido, porque has aceptado ser como nosotros, ser hermano de todos nosotros, hacerte solidario con nosotros, para purificarnos y conseguirnos la misericordia y el amor del Padre. El sufrimiento pasa, pero no el sentido y la experiencia de haber sufrido. Nuestro sufrimiento, si descubrimos su sentido y lo unimos al tuyo, nos purifica, nos lleva a la rectitud, nos hace madurar. Un hombre que no ha sufrido corre el riesgo de permanecer inmaduro toda su vida. Para que entendamos eso te hiciste nuestro ejemplo. El Padre no te ahorró el paso por la dureza de la vida, tu paso, tu Pascua, para la maduración de tu ser como Redentor que culmina en tu ser resucitado. Porque tu caída me enseña el valor del sufrimiento, el valor de la dureza de la vida, porque débil me enseñas a levantarme por la fuerza del Padre, te ruego me perdones el miedo al sufrimiento de la caída. Perdóname porque te he visto caer en muchos, y no me he atrevido a detenerte. Perdóname, Señor, por haber caído. Enséñame a levantarme. Jesús: Feliz el que cuida del débil y del pobre,: Todos: Perdónanos, Jesús, nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestras caídas. Enséñanos a levantarnos con valentía y esperanza; enséñanos a continuar nuestro camino con humildad. Ayúdanos siempre a levantarnos, acompáñanos hasta llegar al final.

    5. El Encuentro con María.

    Narrador: "Ustedes todos los que van por el camino, deténganse y vean si hay dolor semejante a mi dolor, al dolor con el que soy atormentada, con el que Yahvéh me ha herido el día de su ardiente cólera" (Lam 1, 12). "¿A quién te compararé, hija de Jerusalén? Grande como el mar es tu dolor ¿Quién te consolará?" "Su madre conservaba todas las cosas en su corazón" (Lc 2, 15) "Hijo, ¿por qué has hecho esto con nosotros?" (Lc 2, 48). Comentador: No hay duda que María salió al paso del hijo en el camino del Calvario. Una madre no puede permanecer lejos del hijo que sufre. Los evangelistas nada nos dicen sobre dónde estuvo María al paso de Jesucristo con la Cruz, aquel Viernes Santo; pero no podemos dudar que ella tenía necesidad de estar junto a Jesús, ¡día tremendo para el corazón de una madre!. Había llegado la realidad que había temido por más de treinta años. Simeón le había dicho, que una espada le atravesaría el alma; pero no había entendido el dramático destino del pequeño que ahora, pasados los años, iba cargando esa cruz. No acababa de entender bien las cosas, pero está ahora aquí, frente al dolor y la soledad. María compartió con Jesús estás horas de redención; pero sólo pudo hacerlo, acompañándolo en su soledad, experimentando el desamparo del Padre que también a ella le había abandonado: "Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Era otra vez la terrible soledad de los días en que José desconfiaba de ella, una soledad multiplicada atrozmente en su corazón ahora que era la madre de un condenado a muerte. Nadie sabía mejor que ella, que si su hijo se decía Hijo de Dios, es porque lo era de verdad. Sólo una madre que haya visto morir al hijo que brotó de sus entrañas, puede entender el dolor de María. Sólo quien haya luchado contra la muerte en el lecho donde el hijo se agita convulsionado por la fiebre, o mejor, sólo la madre de un hijo condenado injustamente a la muerte, podrá entender el dolor de María. ¿Dónde esta la paz de Nazaret, de los días alegres cuando Jesús era niño?. Llevaba treinta años preparándose para este momento pero, aún así, no podía entenderlo. Miró al hijo. También él la miró, aunque hubiera querido esconderse a su mirada. Si tuviera las manos sueltas se habría limpiado el rostro y alisado el cabello para que no lo viera como estaba. Hace un esfuerzo para enderezarse. Es como si, ante el dolor de ella, todos sus propios dolores hubieran desaparecido. Se miran. En la mirada se abrazan sus almas, y el dolor de los dos disminuye al saberse acompañados, pero crece y crece al saber y mirar que el otro sufre. Luego los dos se olvidan de sus dolores, para unirse en una misma aceptación: "Hágase en mí según tu palabra". María: Yo le acepté en mis entrañas y le llevé en ellas, nueve meses. Nueve meses mi sangre sostuvo la vida de Dios. Yo le llevé en mi seno, como llevan todas las madres a sus hijos, fruto de su vida y de su amor. Nació una noche fría de invierno, y lo recosté en un pesebre; allí derramó sus primeras lágrimas. Yo lo llevé en mis brazos al destierro, con el corazón angustiado a cada instante, pero con el deseo de protegerle y de liberarle. ¡Hay tantas cosas que pueden matar a un niño! Yo le eduqué entre las risas y lágrimas, en el trabajo, la oración, la alegría, el amor y la vida. Yo estuve con él, observando siempre, en su mirada, lo grande de su misión; descubriendo en sus juegos de niño y en sus estudios de joven, y en su trabajo después, cómo juega, y estudia, y trabaja el mismo Dios en la tierra. Yo siempre vi en Él al Hijo de Dios, a mi hijo. Un día se fue a cumplir la última tarea. Era ya todo un hombre, había hecho su trabajo de hijo y de carpintero, de amigo y de vecino, de joven alegre y de muchacho optimista, su papel de hombre y de Dios. Pero le faltaba todavía predicar el Reino, enseñar la verdad, mostrar el camino, entregar la Vida, y se fue. Yo guardé en mi corazón sus palabras y sus milagros; yo, que había aprendido a leer sus pensamientos, supe entonces de sus tristezas, de sus gozos, de sus esperanzas y de su amor. Yo presentía que habría de llegar este momento de encontrarlo en el camino cargando la cruz. Al mirarlo empujado para continuar, la calle parece más pendiente, los edificios más altos y el calor se hace más sofocante. Frente a mí, pasa Jesús. Lo miré y me miró. Nos dimos cuenta de que era el final, el duro final: Entregar a la muerte al Hijo de Dios, a mi Hijo, para que puedan todos los hombres tener la vida. Comentarista: María es la mujer, la madre, la esposa, la hija, la novia, la amiga, la hermana. María es aquella mujer que mira cómo el hijo de meses se muere asfixiado y calenturiento. María es aquella madre que vela al hijo enfermo, y aquella que le toma la mano para dibujar las primeras letras, la que hace con los hijos la tarea y la que les sirve en la mesa el pan amasado con sudor y cariño. Es la madre que reprende al hijo aunque le duela. Es la madre que lee en los ojos la inocencia del niño, las inquietudes del adolescente y las luchas del joven. Es la madre que se entrega día con día a los hijos, y una mañana cualquiera los ve partir a la escuela, a la Universidad, al taller, al trabajo, al matrimonio, a la dura lucha de la vida, a cumplir su misión en un puesto público, en una profesión humanitaria, o en el sacerdocio, o los mira partir definitivamente con la muerte y se queda sola, otra vez, como al principio. Es la mujer que está en el cimiento de todas las obras del hombre y en el alma de sus acciones, en la fuerza de todas sus convicciones y en la grandeza de todos sus ideales. Es la mujer que está junto a todas las cruces del mundo. María, es la esposa que lucha y anima, la que sostiene al marido ante los duros golpes de la vida, la que le despide con un beso cuando se va al trabajo y lo recibe con una sonrisa a su regreso; la que le alienta en los problemas y le hace dulces los días amargos. María es aquella viuda, que lucha a brazo partido por sacar adelante a sus hijos; aquella que recibió a tres pequeños huérfanos y les entregó sus bienes, sus conocimientos, su amor y su vida; es aquella mujer que sirve de madre, de aliento y de sonrisa. Es aquella mujer abandonada que sufre y calla. Es… ¡Toda mujer que hace de su presencia en el mundo una manera de volverlo más agradable! María se expresa en todo corazón materno que se llena de misericordia. Dios es a la vez Padre y Madre por razón de su amor y unifica en su fuente divina el ser masculino, que se expresa en respeto, lealtad, fidelidad a sí mismo y al otro, con el ser femenino que se expresa en el acogimiento y la ternura. María sabe conocer y aceptar, intuir, esa suavidad materna de la misericordia divina y la expresa con su afectuosa solicitud de madre y de abnegada colaboradora de Dios. Ella participa en la revelación de la misericordia divina por el sacrificio de su corazón. Ella es quien conoce más a fondo el misterio del amor y la misericordia. En ella y por ella, el amor misericordioso del Padre no cesa de revelarse. Ella es la Madre de la Misericordia por ser Madre de Jesucristo, el amor misericordioso del Padre. (Pausa para meditar) Hombre: Gracias, Jesús, por María, tu Madre, presente en el amor limpio y generoso de todas las mujeres del mundo. Gracias por su amor y su ternura, por su entrega, su dolor, su sacrificio y su sonrisa. Gracias por todas las madres, y por todas las esposas, y por todas las novias que con su cariño y sufrimiento, hacen al hombre más útil, más fuerte, más grande, más fecundo, más feliz. Gracias, María, por todo, porque nos diste a tu hijo, y porque nos aceptaste como hijos. Bendita Seas. Todos: Bendita seas, María, porque has creído; ayúdanos siempre a encontrar a Jesús en el camino de la vida, a entender en la fe las circunstancias difíciles de nuestra existencia, y ven a alentarnos para poder llevar nuestra cruz con más valentía. Déjanos ver en un tu amor, en tu solicitud y ternura de Madre, la expresión de la misericordia divina. (Canto Dios te Salve María)

    6. La Ayuda.

    Narrador: Cuando le llevaban a crucificar, obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene que volvía del campo, a que le ayudara con la cruz. Jesús está a punto de caer; ha hecho un esfuerzo sobrehumano por aparecer entero ante su Madre y ahora todo se resquebraja en su interior. El centurión teme que se le muera en el camino; pero el reo debe llegar a la cruz y morir en ella, según lo escrito en la condena. Vuelve los ojos en derredor. Necesita que alguien cargue con la cruz y que alivie por unos momentos el peso que va cargando el reo; pero no logra encontrar ninguna actitud, ningunos ojos compasivos. Descubre aquel hombre que venía del campo y le obliga a llevar la cruz. ¿Qué sucedió en el corazón de Simón de Cirene? Seguramente, descubrió sus ojos llenos de mansedumbre y serenidad, que nada tenían que ver con un condenado a muerte. Sintió curiosidad, piedad e indudablemente, amor. Con este movimiento interior, aquel pobre campesino fue ampliamente recompensado y siguió a Jesús por el camino. Jesús: Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Lo que hagan con uno de éstos más pequeños, conmigo lo hacen. Dichoso el que se apiada del desvalido. Comentarista: Hay muchos en la vida arrastrando la cruz. Todos tenemos oportunidad de tomar el papel de Simón de Cirene. ¡Qué difícilmente puede reconocerse cada uno de nosotros en este Simón! El hombre rehuye la cruz, no quisiera tener ni la más leve parte en el sufrimiento; no quiere probar las humillaciones, mucho menos compartir los dolores y las humillaciones ajenas. Por eso descuidamos tanto la ayuda al hermano que sufre. Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre. Esto nos parece imposible, porque no cabe en nuestro limitado corazón el amor infinito del Padre. Su mensaje sobre la misericordia de Dios nos dice, no sólo lo que Dios es y lo que siente por los hombres, sino que nos muestra la exigencia de ser como Dios, siendo misericordiosos con los demás, como Dios es misericordiosos con nosotros. Si la fragilidad del hombre hace que inmediatamente surja en Dios una actitud de perdón, lo mismo ha de suceder en el corazón del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, Padre misericordioso. El Cirineo vivió intensamente la misericordia, su corazón se abrió a un hombre maltrecho, pero lleno de bondad y de amor, cuya debilidad llamaba a la misericordia. Simón de Cirene fue la criatura privilegiada que pudo dar su misericordia a su creador, que tuvo misericordia de Dios. Hoy, nosotros sabemos que el amor y la misericordia que damos a nuestro hermano, es amor y misericordia que mostramos al mismo Hijo de Dios. ¿Quién no ha visto a alguien con su cruz junto al camino? Es Jesús camino del Calvario. Se busca hoy también un Cirineo. ¿Quien quiere ayudarle? (Pausa para reflexionar) Hombre: Cirineo es el papel que yo debí haber hecho siempre, porque siempre lo tengo al alcance de la mano, porque siempre hay cruces que levantar y espaldas para quitarles su peso, porque siempre hay algo con qué alivianar su cruz. Es el papel que nos corresponde cumplir a todos los hombres, todos los días, hasta la muerte. Toda la vida debiéramos ser un Cirineo. Un resumen de nuestra vida podría ser éste: "Fue un Cirineo". Gracias, Señor, por todos los que ayudan a cargar la cruz sin presunciones ni egoísmos, en silencio, sinceramente, porque saben que cualquier cosa hecha en favor de los hombres, es también hecha a ti. Gracias, Jesús, por todos los Cirineos que hay en el mundo, tendiendo la mano al miserable, al ignorante, al huérfano, a la viuda, al estudiante pobre, al campesino ignorado, a la familia en promiscuidad, y al cargador enfermo. Gracias, Jesús, por todos los Cirineos. Gracias y perdón. Perdón por todos los egoístas, los que alzan sus hombros y pasan indiferentes, los que dejan en la cuenta de la vida a los hombres tirados con sus cruces; los que, a lo más, arrojan sus limosnas a la salida de sus fiestas; los que alquilan hombres para caminar ellos más desenvueltos. Por ellos y por los Cirineos de presunción, los que hacen teatro de su misericordia y, compran el cielo con el dinero que les sobra. Por mí, Señor, con mi atroz egoísmo y mi apariencia de bondad, por tanta farsa, Señor, ¡Perdón! Jesús: El rey les dirá: "Vengan benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era forastero y me hospedaron; estaba desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a verme. En verdad les digo, que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicieron" (Mt 25, 31). "Felices los que saben hacerse prójimo del miserable y del abatido, de los que saben ayudar, comprender y alentar al hermano en los días amargos… " Todos: Perdónanos, Jesús, por la cruz que sólo tomamos por obligación o por paga, pero sin amor. Perdónanos, Señor, por la cruz que hemos visto y hemos dejado con indiferencia en hombros de los demás. Perdónanos por tantos que caminan por la vida sin misericordia, por tantos que caminan sin un Cirineo. Enséñanos a llevar tu cruz, la cruz de todos los hombres que sufren y que tú pones en nuestro camino porque es también tu cruz.

    7. Un Consuelo

    Narrador: Dice de ti mi corazón: "Busca su rostro". Sí, Señor, tu rostro busco, no me escondas tu rostro. (Pausa) Muchos quedaron espantados al verlo, pues, su cara estaba desfigurada, y ya no parecía un ser humano… Este hombre creció ante Dios como un retoño, como raíz en tierra seca. No tenía gracia ni belleza para que nos fijáramos en El, ni era agradable para que pudiéramos apreciarlo. Despreciado y tenido como basura de los hombres, varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, estaba despreciado y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban; y nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado. Por sus llagas hemos sido curados. Comentarista: En esta estación recordamos un gesto amoroso, misericordioso, espontáneo y valiente de una mujer. De ella nada dicen los Evangelios. Pero es un personaje que expresa el deseo de la Iglesia esposa que, en su piedad y en su ternura, desea y necesita limpiar este rostro dolorido y ensangrentado. Porque es la esposa enamorada que desea ver siempre limpia y transparente la imagen del esposo, surgió esa figura, Verónica, cuyo nombre eso significa, verdadero Icono, verdadera Imagen. Ha sido un anhelo del hombre de todos los tiempos ver el rostro de Dios. Quizá con Felipe, el apóstol, supliquemos: Muéstranos al Padre! Nuestra súplica dice que queremos tener la satisfacción de contemplar el rostro divino: pero lo grandioso es que necesitamos aprender a descubrir el rostro de Dios en el rostro de cada uno de nuestros hermanos. Jesús: "Yo te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Hace tanto tiempo que estoy con ustedes y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"?. No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Comentarista: Sí, sólo el Hijo conoce al Padre. El, que "está en el seno del Padre", nos ha acercado este Padre, nos ha hablado de El, nos ha revelado su rostro, su corazón Pero El nos ha dicho también que hemos de descubrir ese rostro en cada ser humano. En los rostros que vemos a diario en nuestro caminar, y en los más cercanos, dentro de nuestro hogar. Hay muchos rostros golpeados y maltrechos que encontramos cada día a nuestro paso. Rostros que llevan el polvo del camino. Rostros llenos de cansancio, de sudor y fatiga, por el trabajo abrumador. Rostros marchitos por la vejez, la soledad, el peso de los años, las penas y la vida. Rostros de niños que empiezan a afearse por los ojos, porque en su corazón se anidó la ponzoña del rencor y la mentira. Rostros endurecidos en la crueldad, en el egoísmo, la vanidad o la envidia. Rostros dolidos, amargados, enfermos, heridos por la ingratitud, la indiferencia o el olvido. Rostros esqueléticos por el hambre y el descuido. Todo rostro que sufre está reclamando misericordia. El Evangelio recoge con amplitud los aspectos que, según Jesús, implica el amor hecho misericordia. Jesús nos propone la manera auténtica de ser misericordiosos: convertirnos en el Padre celestial, siendo misericordiosos como El. Ser como el Padre Dios, implica una misericordia que es comprensión, perdón, compasión, encuentro, aceptación, que implica también llorar con el hermano, sufrir por su pecado, compartir y sobrellevar con él su carga. ¿Cuántos rostros hemos visto en nuestra vida? ¿Qué es lo que en ellos descubrimos? Tal vez una súplica de ayuda, de comprensión, de apoyo, de misericordia… ¿Hemos adivinado alguna vez en esos rostros a Cristo? Quien quiera descubrir hoy el verdadero rostro de Cristo que haga el papel de Verónica y que lo descubra en el hermano que sufre. ¿Quién quiere dar apoyo, alegría, alivio y consuelo al Jesús que va junto a nosotros en el camino? (Pausa para reflexión) Hombre: Cuántas veces, Jesús, se me ha borrado tu rostro, en los rostros escupidos y golpeados de los que sufren en el corazón una tortura. No te he visto a mi paso por la calle, en todo aquel que sufre la humillación, el desprecio, la vergüenza y la injuria. Enséñanos tu rostro en los menos importantes, en los desvalidos, en los que sufren sin saber siquiera quién los golpea. Perdónanos y gracias Jesús. Gracias Verónica, porque en ti encontramos la abnegación y la ternura, la bondad y la comprensión de todo aquel que consuela o ayuda a un hermano. Gracias por la abnegación de la enfermera, la abnegación del médico, el arrojo del abogado que defiende a aquel hermano ignorante o inexperto, el cuidado del policía que da la mano al anciano para cruzar la calle, y la valentía del que lucha por cambiar el rostro de tantos pueblos oprimidos y hambrientos. Gracias, Jesús, por aquella hermanita de la caridad, por aquella religiosa que desde jovencita consagró su vida para hacer sonreír tu rostro en el rostro surcado de un anciano, o de un enfermo. Gracias, Jesús, por aquel sacerdote que lucha por cambiar tantos rostros entristecidos. Haz que encontremos tu rostro en todos los hombres y que lo grabemos en nuestros corazones. Jesús: Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que derraman ternura y cariño, donde hay angustia y lágrimas. Felices porque desbordan comprensión amorosa donde hay ofensa y desprecio. Felices porque su misericordia es un signo de fe y hace presente el amor de Dios. Felices porque el extremo del amor es la misericordia, porque en la misericordia es en lo que el hombre se parece más a Dios. Todos: Gracias, Señor, por las manos benditas que saben dar socorro como una caricia. Gracias porque dejas que alivien tu fatiga. Gracias y perdón. Perdón por no haberte descubierto en los rostros dolidos. Perdón por no haberte transformado en los rostros deshechos y humillados.

    Partes: 1, 2
    Página siguiente