8. Caer de nuevo
Narrador: "No hay quien sea justo, ni siquiera uno sólo. No hay un sensato, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se corrompieron. No hay quien obre el bien, no hay siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta, con su lengua urden engaños. Veneno de áspid bajo sus labios; maldición y amargura rebosa su boca. Ligeros sus pies para derramar sangre. Ruina y miseria son sus caminos. El dolor me acomete, el corazón me falla. No puedo más. El camino de la paz no lo conocieron; no hay temor de Dios ante sus ojos" (Rom 3, 10-18). "Me duele el quebranto de mí pueblo; estoy abrumado, el pánico se apodera de mí. ¿Quién convirtiera mi cabeza en llanto y mis ojos en manantial de lágrimas?" (Je 18 ss). Comentarista: No es sólo el cansancio acumulado, la debilidad producida por la sangre derramada o el atroz padecimiento que Jesús llevaba en el cuerpo y en el espíritu; en esta nueva caída, Jesús es empujado y vuelve a saborear la tierra por nuestras recaídas, por las veces que nos hemos mantenido en el pecado a causa de nuestra voluntad adormecida; por nuestra falta de entusiasmo en el camino, por todas las veces que poco a poco nuestra decisión se ha ido debilitando y acabando. Cristo lleva el peso de nuestra debilidad, de nuestra flaqueza, de nuestro pecado habitual o consumado. Cristo sufre esta caída por los desalentados, los tristes, los apáticos, los perezosos, los desesperados, los que ya no tienen confianza en la vida, ni en la gente, y se dejan tirar fácilmente en el camino. Cristo siente el peso de la cruz oprimiéndolo sobre su espalda mientras trata de levantarse. Cuántas veces hemos sido capaces de empujar al hermano y hacerlo caer. (Pausa para reflexionar) Hombre: Jesús: así, caído, quiero ver en ti el resultado de una zancadilla; quiero ver en ti a todos los que cayeron, porque alguien disimuladamente les hizo trastabillar, y todas las razones por las que cayeron: Odio, envidia, rencor, avaricia, engaño, traición o cansancio. Porque alguien se quiso vengar de ellos y los tiró; porque alguien no pudo soportar que fueran mejores, más afortunados, y los calumnió; porque alguien metió los celos y la discordia en aquel matrimonio feliz y los dividió. Las caídas, Señor, que se han pensado y que han conseguido con el hermano. Las caídas que te ocasionan los que piensan y saben y están seguros de lo que va a suceder. Nuestras caídas por cansancio, por desaliento, porque ya no queremos luchar. En esta caída tú sufriste el dolor por los que tienden la trampa y por los que caen en ella. Pero tú te levantas para que nosotros aprendamos a levantarnos de nuestros desalientos y frustraciones, de nuestras amarguras y de nuestros pecados. Jesús: Feliz el hombre que acepta pacientemente la prueba, porque una vez probado, recibirá la corona de la vida prometida a los que permanecen fieles. Todos: Te pedimos Señor, que nos quites la presunción de creernos seguros de que no vamos a caer. Líbranos de los engaños, de las zancadillas y de las caídas que nos hunden en el desaliento. No permitas que nuestro corazón se endurezca y se desaliente en la caída. Ayúdanos a ver nuestro pecado ahí bajo el peso de tu cruz aplastando todo tu cuerpo, y danos fuerza para levantarnos y buscar ser fieles a tu amor.
Narrador: Unas mujeres de Jerusalén le seguían golpeándose el pecho y lloraban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos, porque días vendrán en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron; entonces dirán a los montes: ¡Caigan sobre nosotros! y a las colinas ¡Cúbrannos! Porque si así tratan al árbol verde ¿qué harán con el seco?". Estaban allí al borde del camino, conmovidas llorando. Jesús, un tanto repuesto gracias a la ayuda del Cirineo, puede ver el llanto y la expresión de ternura de aquellas mujeres y por eso llegamos escuchar su voz en el camino de la cruz. En sus palabras hay algo de consuelo y no poco de reprensión. Nada ganan con llorar tardíamente. Si por algo hay que llorar no es por el dolor del perseguido, sino por el pecado de los perseguidores. Comentarista: Jesús nos muestra al Padre rico en misericordia. Es la expresión encarnada de la misericordia del Padre en su propia persona y, concretamente, en su amistad,. En la pasión de Cristo, las mujeres se mostraron valientes y decididas. Miran a Jesús y lloran, sin disimularlo, a la vista de todos. Demuestran así que están de parte de él y que sufren con él. Muestran que han aprendido de El a sufrir con el que sufre, a llorar con el que llora. El enseñó, con el testimonio de su vida, que el amor va mucho más allá del afecto sensible hacia la otra persona, más allá de la admiración, del deseo de poseer al otro. Admirar y poseer no son en sí la realidad amor. Nos enseñó que el amor verdadero tiene que ser un don y sólo don. No puede pedir nada a cambio porque deja de ser amor; es una entrega apasionada para buscar la felicidad del otro. Nos enseñó Jesús que sus discípulos no aman para ser amados; su modelo de amor es sin medida porque Dios es amor, un permanente don. "Cuán desvalido puede ser un hombre que ama! Al amar, renuncia a su propia fuerza y se expone a no recibir más en su existencia. Lo característico del amor es una entrega total, humilde. Sólo puede ser capaz de amar quien se entrega totalmente, quien sólo busca proteger y defender al otro, darle vida, garantizarle la experiencia del amor". Cristo nos enseña a mar así, porque su amor es igual al amor del Padre. El Padre es amor infinito dándose siempre. Ser cristiano debiera significar que es alguien que se da siempre, que sabe llevar y conllevar la debilidad del otro; que comparte con el otro tanto la felicidad como la infelicidad; que uno es una parte del otro en todo. Un amor así, es por naturaleza, misericordioso. Quien ha experimentado la misericordia puede ser misericordioso. Porque el Padre es misericordioso y siempre nos ofrece así su amor; Jesús nos dice que la misericordia es la expresión fundamental del amor del Padre hacia el hombre. Si no comprendemos lo que es la misericordia, no hemos entendido la misión a la que fue enviado Jesucristo. Aquellas mujeres vivieron la misericordia. Tal vez su dolor necesitaba purificarse, pero tenían motivo para compadecerse; miraron a Jesús que acaba de levantarse por segunda vez del suelo, lloraron sin consuelo y lo escucharon. Así le dieron su compasión, su misericordia y su amor. "Es enorme el número de hombres que nacen, viven y mueren sin haber usado ni una vez su alma, sin haber amado". Aprender a amar cuando, en su dolor supremo, Jesús se compadece de las mujeres, es el desafío que tenemos quienes deseamos aceptar al Padre de misericordia como nos lo ofrece Jesús. (Pausa para reflexionar) Hombre: ¡Si juntáramos las energías de nuestros lamentos y las expresáramos en misericordia! ¡Si mostráramos nuestro amor más con las acciones que con lágrimas y palabras! Enséñame, Señor, a llorar, pero en la lucha, en la entrega por el otro, en la misericordia. Déjame llorar pero que mis lágrimas me purifiquen, que purifiquen al mundo y que tengan el poder del amor para transformar toda tristeza en alegría. Haz que mis lágrimas se conviertan en responsabilidad y servicio, para impedir que los hombres tengan que llorar inútilmente. Perdónanos, Jesús. Perdóname tantas lágrimas inútiles que he derramado o he hecho derramar; perdónanos esas lágrimas de amargura, de ira, de odio, de injuria, esas lágrimas que debí convertir en alegría. ¡Perdón, Señor, Perdón!. Jesús: Felices los que lloran porque serán consolados. Felices los que lloran lágrimas de arrepentimiento porque su pecado se lava en ellas. Felices los que lloran en sincera comprensión del dolor ajeno, porque sabrán sobreponerse a las lágrimas hasta buscar y conseguir el remedio. Felices quienes, aunque lloren, se mantienen serenos y firmes frente a los problemas, las injusticias y la violencia. Felices porque han sabido encontrar en sus lágrimas fortaleza y sabiduría, para detener serenamente el odio y la destrucción con el amor. Felices los que toman sus dolores como una forma de conseguir la redención. Todos: Perdónanos, Señor, por haber causado más lágrimas que consuelo; por el llanto vertido sin haber luchado, por el dolor sufrido, por el dolor causado. Por los lamentos inútiles y sin acciones que nos comprometan hasta lograr el cambio en nuestra vida, en nuestro hogar, en nuestra comunidad
10. Desaliento
Narrador: "Ha sido tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías, y aplastado por nuestros pecados. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y por sus llagas hemos sido sanados. Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su camino y Yahvéh descargó sobre Él la culpa de todos nosotros, fue maltratado y Él se humilló y no dijo nada. Fue detenido y enjuiciado injustamente sin que nadie se preocupara por él. Fue arrancado del número de los vivos y herido de muerte por los crímenes de su propio pueblo" (Is 53). Nada dicen los textos de las caídas de Jesús, pero la tradición más antigua de la Iglesia ha señalado, que por tres veces conoció el Señor la dureza del suelo que El creó con una palabra. Su cabeza golpea sobre el suelo y su rostro se obscurece más por la sangre y por la tierra. Apenas se puede levantar. Tiran de él, le obligan a seguir el camino. Comentarista: Cayó humillado, bajo el peso de la cruz aplastante, porque le habían cargado mucho, le habían exigido mucho, le habían maltratado mucho. Cayó humillado y vencido, como caen las víctimas inocentes en las guerras y en los disturbios; como caen los que se cansan en la lucha; los inocentes a quienes se culpan de los delitos ajenos; los que se han esforzado por mantenerse fieles y, después de luchar y luchar, al fin prueban la caída y la derrota. Cayó como aquellos que fueron empujados hasta hundirse en el lodazal, porque no les amaron, porque no les ayudaron. Se dejaron arrastrar sin darse cuenta de lo duro que es caer, de lo que cuesta y avergüenza la humillación de caer. Cayó como aquel esposo fiel, trabajador, abnegado, que todo era para su esposa y sus hijos, pero que un día perdió el control y cayó. Cayó como caemos todos, por sorpresa, por ingenuidad, por imprudencia, por malicia o por desesperación. Cayó Jesús, porque no pudo más. Cayó por los que ahora, deprimidos y desalentados, se dejan arrastrar hasta la desesperación. Cayó por los que perdieron la confianza en sí mismos y la fe en Dios. En esta caída Jesús soporta las caídas de todos los que han preferido estar caídos que de pie, de los que dejaron de luchar, de los que perdieron la esperanza, de los que han dejado de amar, de los desesperados ante la traición, de los que prefieren morir aplastados por el peso de la cruz y del dolor antes que seguir de pie, en el camino y en la lucha. La tercera caída nos sirve para reflexionar en la piedad de Dios sobre nuestra miseria, sobre nuestro pecado. Él mira en el pecador un hijo que se ha ido de casa y que ha caído hasta el fondo, hasta disputarse las bellotas con los cerdos cuando, andrajoso y hambriento, lo ha gastado todo, lo ha perdido todo y se alquila para conseguir con qué vivir. La misericordia es el camino escogido por Dios ante la realidad de nuestro pecado. Lo más importante no es lo penoso del camino de regreso, sino el camino que el Padre recorre para encontrarnos. Dios con la mirada de su justicia sin duda nos ve culpables, pero con los ojos de su compasión nos mira víctimas. El hombre que prefiere estar caído, aquel que se dejó arrastrar por el desaliento y la desesperación es ciertamente culpable; pero antes que culpable es víctima de aquel mal, origen de todos los males que arranca de la caída del primer hombre. Así, ante esa imagen sufriente de un Jesucristo caído hasta morder la tierra en el suelo, ante el hombre que cae en ese enorme desaliento y parece que no encontrará remedio ni paz para su conciencia, Dios tiene ante todo una mirada de misericordia. (Pausa para reflexionar) Hombre: Caíste, Señor. ¿Cómo encuentras la tierra que tú mismo creaste? ¿A qué te sabe el polvo que mordiste? Tu cuerpo es una medida. Los hombres tenemos que medir la tierra con nuestro cuerpo, tenemos que conocerla palmo a palmo, piedra a piedra, hasta descubrir que el camino de la verdad, el amor y la justicia es escabroso, aunque también el del mal es pérfido y traidor. Cuántas veces he caído porque me he fallado a mí mismo, porque me he sentido solo, porque me han defraudado los demás. Señor, los hombres hemos aprendido a caer por desesperación, porque nos sentimos impotentes para reanudar la comunicación en la familia y para reconstruir el amor. Nos dejamos caer por desaliento, por una desesperación siniestra que nos hace desistir de amar; y dejar de amar es dejar de vivir. Se nos cuela la desesperación por todos los rincones del alma, y se nos llena de tinieblas el corazón Por eso caemos hasta el abismo de la desesperación y comenzamos a desistir. No queremos más, no nos importa nada. Queremos desentendernos de todo, desaparecer, renunciar a la vida, renunciar a existir, ya que nuestra realidad nos pone como unos fracasados. Pero yo sé, que Tú has venido precisamente para mirarnos así y para tomarnos en tus brazos, los brazos que te ha dado el Padre para que me sostengas, para que me ayudes a llegar a la cercanía de su amor. Por mis caídas sin sentido y por las caídas de todos los que han terminado en la desesperación, por ellos y por mí, Señor, tú bien lo sabes, por mis decepciones, por no buscar en ti la fuerza para luchar hasta conseguir la alegría y encontrar la paz, perdóname, Señor. Jesús: Felices los que ponen su confianza en Dios y dominan la angustia y la desesperación. Felices los que sacan fuerza de su nada y vuelven a intentar una y otra vez el diálogo y la comunicación, hasta que resurja el amor. Felices porque, cuando ponen en Dios su confianza encuentran paz; felices porque desbordando bondad y generosidad, viven la alegría plena y el gozo de la armonía consigo mismos, con los demás y con Dios. Todos: Perdón, Señor. Por esa caída tan terrible y desalentadora; hemos caído y Tú sabes el abismo al que hemos llegado. Nos encontramos hoy con caídas de las que muchos no se levantarán. Enséñanos a encontrar en ti la fuerza para nuestra debilidad. Ayúdanos en nuestras desesperaciones; en aquellas que nos asaltan en la vida de cada día, las que nos vienen por sorpresa y las que buscamos con toda la malicia y luego nos llevan a la cerrazón y a la desesperación. Enséñanos a levantarnos siempre, a luchar constantemente, a reemprender el camino hasta que encontremos tu gozo y tu paz en brazos del Padre de misericordia.
Narrador: Llegados a un lugar llamado Gólgota que significa "lugar de la calavera", le dieron a beber vino mezclado con hiel. Los soldados, después de que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, uno para cada soldado. La túnica era sin costura, de una pieza, tejida de arriba abajo, por eso dijeron: "No la rompamos; echémosla a suerte a ver a quien le toca", Para que se cumpliera la Escritura: "se han repartido mis vestidos; han echado a suerte mi túnica". (Jn. 19, 23ss) Comentarista: Jesús miró el lugar; la cruz enorme, y sus brazos, muy distintos de los brazos maternos, se abrían como esperando abrazarlo y levantarlo a la mirada de todos. Comprendió que había llegado la hora señalada por el Padre, la hora que daba sentido a su venida a este mundo. Estaba aturdido, pero asumía libremente soportar todo el peso del pecado del mundo, el pecado de los hombres de todos los tiempos. Lo había cargado sobre sus hombros de hombre y de Dios, para lanzarlo al mar infinito de la misericordia del Padre. Desnudo, Jesús, desnudo y con la vergüenza de ser ajusticiado! Los verdugos se lanzan de prisa contra Jesús y le arrancan las vestiduras. Sí, arrancan su vestido pegado ya a la carne por la sangre coagulada que brota de nuevo al tiempo que también se desata el dolor adormecido a su espalda. Allí esta Jesús, desnudo, a la mirada de todos, por todos los despojados del mundo por todos los avergonzados y por todos los cínicos que han perdido la vergüenza y ostentan su desnudez. Se desnuda a alguien para curarle, se desnuda para asear, se desnuda para pecar, se desnuda con las manos y se desnuda con la imaginación, se desnudan los cuerpos y se desnuda el corazón, se arrancan los vestidos y se arrancan los sentimientos, las ilusiones, las esperanzas, la virtud interior. Está desnudo Dios y, ante El, estamos desnudos todos los hombres. Se desnuda a Jesús, siempre que un cuerpo se profana, siempre que una persona es humillada, escarnecida, difamada, calumniada. Jesús soporta el dolor y la vergüenza de todos los despojados, de aquellos a quienes se ha arrancado la dignidad, la libertad, la confianza, el respeto, el honor; siente la vergüenza de aquellos que sufren la violencia sobre sus bienes, sobre sus convicciones y sobre su propio cuerpo. En el Calvario se aglomeran todos los sin vestido, los que sufren el frío, la mugre y la fealdad, la fetidez y los harapos. En el Calvario el Cuerpo de Cristo ensangrentado se expuso a adoración universal. Es el Cuerpo que el Padre quiso que asumiera para hacerse Pan y Eucaristía, para hacerse alimento de vida eterna, para dar la misma vida de Dios, como manjar, en la mesa de los hijos. Es el Cuerpo que se sirve en la fiesta al regreso del Hijo pródigo, ese hijo que somos todos nosotros. Es el Pan que prepara el Padre para la fiesta del Hijo. (Pausa para reflexionar) Hombre: Señor, por la vergüenza de tu desnudez, enséñanos que la única desnudez legítima y salvadora, es la de quien se despoja de todo para servir a los demás y para servirte. Perdónanos, si te desnudamos todavía. Perdona tanta ropa desperdiciada, mientras muchos no tienen qué ponerse. Perdona las muchas cuentas acumuladas en los bancos con el salario robado al trabajador, o las utilidades escamoteadas y sin repartir justamente. Perdona a los cínicos que se glorían de desnudarte. Perdona a los que hacen una sociedad más pobre por su pereza, su irresponsabilidad, su indiferencia, su codicia o su rapiña. Perdóname a mí, que no he aprendido tu lección de humildad y de pobreza, y que tantas veces he profanado tu cuerpo en mis hermanos, y te he desnudado y cubierto de vergüenza. Por todos los desvestidos y por todos los que están desnudándolos. Por ellos y por mí, y por tu desnudez y tu vergüenza y por todas nuestras desvergüenzas. Perdón. Perdón y gracias. Gracias por ese cuerpo que tú, el Verbo Eterno, asumiste para ofrecerlo en sacrificio por nosotros y para darlo a todos en la Eucaristía, como alimento de vida eterna. Jesús: No se angustien pensando en qué comerán para mantener la vida o con qué se cubrirán el cuerpo. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido?: Miren las aves del cielo que no siembran, ni cosechan, ni acumulan en graneros, y el Padre que está en el cielo las alimenta. ¿No valen ustedes, acaso, más que ellos? ¿ Y por qué se preocupan por el vestido? Miren los lirios del campo cómo van creciendo y no hilan, ni tejen, ni se fatigan. Felices los que saben desprenderse de todo, hasta de sí mismos, para amar y servir al hermano. Felices los que tienen alma de pobre y saben cuidar al hermano en sus carencias. Felices los que saben darse en el amor, porque amando son felices y viven para el servicio. Felices porque cubren la pobreza del hermano con su atención, su ternura y su cariño. Todos: Perdónanos, Señor, por tu desnudez. Perdónanos, Cristo, por lo que hoy despojamos a los demás. Perdónanos haberte despojado de tu vestido. Ayúdanos a recordar siempre que tenemos que conservar nuestro cuerpo, puro y limpio. Perdónanos, por los que hoy apostamos el vestido de nuestros hermanos y los robamos. Perdónanos todo aquello que debiera darnos vergüenza. Perdónanos por no haber apreciado suficientemente tu presencia en nuestro cuerpo y por no haber buscado más amorosamente el alimento en que tú te nos das como Pan de Vida Eterna.
Narrador: Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a El y a los malhechores, a uno a la derecha y a otro a la izquierda. Comentarista: La crucifixión fue fruto de un refinamiento de la crueldad del hombre. Habían buscado cómo dar muerte despiadada y había llegado al martirio de la cruz. A causa de la crueldad, del deterioro físico, psicológico y moral que sufría el reo, los judíos veían en esta muerte una maldición: Maldito el que pende del madero. Sin embargo, precisamente ese madero ha venido a ser el camino que el Padre ha querido ofrecernos para que lleguemos al encuentro con Él, en el amor y la amistad. Jesús: Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna. Cuando sea levantado, entonces sabrán ustedes que Yo soy. Comentarista: La cruz, en el misterio pascual, es la revelación que Jesús hace de la misericordia del Padre, es decir, del amor que va hasta la raíz misma del mal, del pecado y la muerte, para destruirlos. Necesitamos aprender a amar de esta manera: darnos hasta la raíz del mal, especialmente aquel que nos viene de la persona amada. Entonces asumiremos su realidad, para purificarla, redimirla y santificarla. Muchas veces tomamos el camino contrario. No hemos aprendido a hacernos ofrenda de amor para dar vida a quien amamos, como el Padre nos muestra en Jesucristo, sino a dar muerte de distintas maneras. Hemos aprendido bien a dar muerte al cuerpo y al alma. Matamos con las armas, con las palabras o con el proceder en la vida. Matamos de golpe, de frente, o por la espalda, con la rapidez del rayo o envenenando cada día. Matamos por odio, por rencor, por descuido, por irresponsabilidad, por desprecio, por incomprensión, por indiferencia. Hay muchos verdugos para clavar hoy a Jesucristo. verdugo-padre, verdugo-madre, verdugo-hijo. Porque se está matando la paz y la tranquilidad,, la armonía y la confianza en el hogar. Se mata en los hijos la felicidad, la seguridad, la ilusión por la vida y hasta la imagen del amor y la armonía de familia que habían aprendido como un tesoro de familia y que ahora es destrozado por sus propios padres. Porque se mata lentamente a la esposa, con los gritos, el desprecio, la incomprensión, la indiferencia, el rencor, el olvido. Se mata al esposo, con el egoísmo, la cerrazón, el silencio, la indiferencia, la indecisión, la desatención, la frialdad, los cálculos, las exigencias, los caprichos… Cuántos verdugos hay en los hogares! ¡Y cómo son refinados en sus suplicios! La profesión que algún día todos ejercemos es de verdugo. (Pausa para reflexionar) Hombre: Cuántas veces, Señor, he sido tu verdugo, cuántas cruces grandes, cruces pequeñas, con nuevos suplicios. Todas han sido preparadas para ti. Cuántas veces he encontrado el camino fácil para hacer sufrir a los demás; incomodidades, disgustos, presiones morales ¡todo es un suplicio! Hemos clavado en el dolor, con el hambre, las pasiones, las debilidades y los pecados. He olvidado, Señor, que lo que hago con uno de los más pequeños, contigo lo hago. ¡Perdónanos, Señor! Todos: Perdónanos, Jesús, por todos los sufrimientos inútiles que sembramos a diario en nuestra familia. Perdónanos todas las cruces que te hemos preparado, todos los clavos con que te hemos herido y taladrado. Perdónanos las cruces inútiles en que clavamos a diario a aquellos que hacemos sufrir, despiadadamente.
Narrador: Un largo silencio se había hecho pesado mientras Jesús, clavado y puesto en alto en el madero, veía a la multitud y escuchaba sus voces maldicientes. Los grandes discursos, las sabias enseñanzas, las conversaciones íntimas, las revelaciones simbólicas y proféticas, compartidas desde el corazón durante el camino al "huerto de los olivos", habían quedado atrás. Unas cuantas palabras habían salido de su boca en caminar al Calvario. Luego, todo fue silencio ante las injurias, los gritos y las burlas. La muerte se acercaba. Jesús comprendió que no podía perder esta hora final en la que tantas cosas importantes le faltaban por hacer y decir. Tendría que ahorrar palabras porque ya casi no le quedaba aliento; pero era necesario dejar su testamento. Así quería dejar, al final, desde la cruz, un nuevo testimonio imperecedero de su entrega y de su amor. Los sumos sacerdotes, los escribas y fariseos, los que le habían condenado, todos fueron al suplicio. Le injuriaban, le escupían, se burlaban de Él, le empujaban, gritaban, reían, aplaudían. Sabían divertirse a costa de la víctima en el culmen del suplicio. Y en medio de aquel barullo Jesús exclamó: Jesús: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Comentarista: La medida del amor, está en el perdón. El Padre ama infinitamente y por eso perdona infinitamente. Jesús perdona a sus verdugos, a quienes le han humillado y le han entregado a la muerte; y no sólo perdona, sino justifica: No saben lo que hacen. Se dirige al Padre abriendo su corazón pidiendo el perdón para sus hermanos. Era el momento de su gran congruencia de vida, precisamente en este cruel momento final. El había dicho: "Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por su amigo". Había señalado también el camino para seguirle: "Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persiguen" "Hagan el bien a los que los odian". "Perdonen y serán perdonados". Enseñó a perdonar y, llegada su hora, en el momento de más humillación y dolor, perdonó. Crucificar a Cristo, crucificar al hermano, es la ruptura y la profanación del vínculo de fraternidad, es el pecado que clama ante el Padre. Pero Dios sigue siendo el Padre que siempre nos ama, aún en el momento del máximo pecado de la humanidad: la crucifixión de su Hijo. Sin embargo, en ese momento supremo de amor, de la entrega del Hijo amado para nuestra reconciliación, es cuando Cristo nos perdona. El Padre Dios nos mira con amor y nos perdona también. Todo en la vida de Cristo es un misterio de amor. ¿Hay aquí alguien que no haya perdonado que no haya podido o querido perdonar? ¿Quién puede ser mejor que Jesucristo, como para sentirse en la altura y en una perfección tal que ni siquiera piense en perdonar?. Si tanto has sido perdonado, ¿por qué no perdonas tú? (Pausa para reflexionar) Hombre: Señor, enséñanos que el amor es más grande y más limpio cuando sabe perdonar. Ayúdanos a abrirnos al perdón, para que nuestro amor sea un auténtico reflejo de tu amor. Enséñanos, Señor, a perdonar; porque muchas veces los que nos injurian, los que nos hacen mal, no saben lo que hacen. Todos: Enséñanos, Jesús, a perdonar. Enséñanos a pedir perdón Narrador: Sobre la cruz estaba un letrero que decía: Jesús Nazareno Rey de los Judíos. Estaban crucificados con Él dos ladrones; uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban le insultaban: "Tú que destruyes el templo y lo levantas en tres días, baja de tu cruz y creeremos en ti". Los sacerdotes y jefes se burlaban de El y decían: "Salvó a otros y a sí mismo no se puede salvar. Que baje de la cruz y creeremos en Él". Uno de los malhechores crucificados con él, insultándolo también, le dijo: "¿Así que tú eres el Cristo? Entonces sálvate tú y sálvanos a nosotros". Pero el otro crucificado le respondió diciéndole: "¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios?. Nosotros lo tenemos merecido, por eso pagamos nuestros crímenes, pero Él ¿qué mal ha hecho?" Y volviéndose a Jesús le dijo: "Jesús, Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino". Jesús volvió la cabeza y la mirada bondadosa para premiarlo. Jesús: Te digo en verdad, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso. Comentador: El dolor de Jesús, su destrucción, su cuerpo llagado, su rostro malherido, su oración, su paz, se hicieron mensaje de salvación para aquel ladrón que hemos llamado Dimas. A la orilla de la vida, al borde de la muerte aquel hombre había comprendido lo incomprensible del amor y del perdón, al ver a aquel reo que muere junto a él. Una luz le llena el corazón y la mente. Se reconoce culpable de sus crímenes, merecedor de aquel suplicio. Ante la inocencia evidente de Jesús que perdona, su fe surge y descubre al prometido por los profetas, al salvador de Israel. Tal vez leyó el letrero colocado sobre la cabeza de su compañero de martirio "Jesús Nazareno, Rey de los judíos"; por eso le pide sólo que le recuerde en su Reino. "Un moribundo ve a Jesús moribundo y le pide la vida; un crucificado ve a Jesús crucificado y le habla de su Reino. Sus ojos no perciben sino cruces, pero la fe que le ha nacido como una luz esplendorosa, le permite ver un trono" (Bossuet). Jesús ,mira el interior de aquel hombre y le responde con una promesa y una gran misericordia. Da la última esperanza a un hombre y le promete que compartirá su gloria. Él, que anduvo con publicanos y pecadores llamándolos a la conversión, Él, que perdonó a la samaritana y a aquella adúltera, ahora vuelve a probar su amor misericordioso, al aceptar la profesión de fe, el cambio de corazón, la humildad y valentía de aquel hombre que le pide un favor cuando todo mundo se burla de su poder y de haberse llamado "Hijo de Dios". La voz sale de lo más profundo del corazón de Cristo. Está canonizando a un hombre: "Hoy estarás conmigo en el paraíso. (Pausa para reflexionar) Hombre: Jesús, tus palabras se hacen promesa y esperanza. Cuando nos sintamos infelices, haz Señor que veamos cómo nuestra vida tiene una última meta. Cuando en lo profundo de nuestro interior el sufrimiento resquebraje el alma, cuando nuestra maldad nos llene de vergüenza, haz Señor, que confiemos en tu palabra y que, con fe, te descubramos aún en medio de la miseria. Que sepamos que el amor del Padre es más grande que nuestro pecado y que su misericordia es capaz de purificarnos y de compartirnos su gloria Perdóname Señor, el no haber sabido llegar a ti con una esperanza firme, y una fe inquebrantable confiado en tu misericordia. Todos: Perdónanos, Señor, si no hemos tenido fe para descubrirte aún en medio de lo más negro de nuestras amarguras. Perdónanos si no hemos confiado suficientemente en tu misericordia. Narrador: Junto a la cruz de Jesús, estaban varias mujeres; María, su madre, estaba de pié, estaba otra María, esposa de Cleofás, y María Magdalena, y uno de sus discípulos llamado Juan. Viéndolos, Jesús dijo a su Madre: Jesús: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Narrador: Luego dijo a Juan: Jesús: Ahí tienes a tu Madre. Comentador: Era un testamento de amor firmado con sangre, como si les dijera: cuídalo como a tu hijo; ámala, porque es tu Madre. Cristo confía a su Madre a su discípulo más querido. Lo da todo. Incluso lo que más ha amado. (Pausa para reflexionar) Hombre: Gracias, Señor, por la madre que nos diste a todos. Gracias, Madre, por el Hijo que nos diste para salvarnos. Feliz tú que has creído, porque todo lo que se te ha dicho de parte de Dios se cumplirá. Todos: Acéptanos, Señora, como a hijos. Recíbenos en tu regazo de Madre. Narrador: Poco a poco extrañas tinieblas fueron cubriendo el Monte Calvario; una sensación extraña de temor y silencio sobrecogía a todos. Jesús mismo debió sentirse solo y de pronto gritó. Jesús: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Comentador: Jesús se siente abandonado por el Padre Celestial con el que es una sola cosa. Para unirse a nosotros también en la forma de soledad y de abandono, penetra hasta lo más profundo de la tristeza del hombre. Desde entonces Dios ha querido compartir el dolor más cruel del mundo que es la soledad.. Desde entonces no estamos solos en nuestro dolor, pues el Padre comparte todo el dolor del mundo en ese dolor de su Hijo Jesucristo, de su hijo el hombre que somos todos nosotros. Así, en la cruz, Jesús el Hijo amado, tomó partido: El partido de quien está solo y abandonado. Su experiencia es experiencia de Dios que penetra hasta lo más profundo de la tristeza del hombre. La muerte de Jesús no es ciertamente su muerte trágica, sino la incomprensión de que se vio rodeado: desde antes de la cruz, los apóstoles no comprendieron bien quien era El, así dieron muerte al Hijo de Dios; sus mismos enemigos que le llevaron a la muerte, tampoco supieron por qué lo perseguían; y sus mejores amigos se quedaron dormidos a la hora de su agonía y huyeron cuando más necesitaba la prueba de amistad. Hoy, veinte siglos después los que nos decimos creyentes, no procedemos con coherencia, cuando huimos de la reflexión y el silencio que nos pide el encuentro con Cristo, y nos refugiamos en una playa o en un centro de diversión. Desde aquellos hechos, estamos seguros de que solamente en la soledad se acrecienta el alma, que sólo en ella se puede oír la voz de Dios y sentir cercana su presencia. (Pausa para reflexionar) Hombre: Yo también muchas veces me he quedado solo, por eso entiendo que tu grito es mi grito en las horas de angustia y desesperación. Apenas me atrevo a repetir tus palabras: Son tuyas, inmensamente tuyas; te han servido para expresar tu enorme soledad. Yo también me he sentido abandonado, deprimido, decepcionado. Déjame, Señor, aprender tus caminos cuando me aplaste la noche del silencio en mi soledad interior. Todos: Por la angustia de tu soledad, Jesús, enséñanos a confiar siempre en nuestro Padre Dios. Cuando estemos solos, tiéndenos tu mano, Señor Narrador: Se acercaba la hora sexta, habían pasado largos minutos de silencio, se oía hasta el viento, cuando Jesús habló nuevamente con voz entrecortada. Jesús: Tengo sed. Narrador: Un soldado corrió a empapar de vinagre la esponja con que limpiaba sus manos de sangre. La puso en una caña y se la acercó a los labios. Jesús probó el vinagre y no bebió. Hombre: Nos pedías ayuda, en la cruz de todos los sedientos. Enséñanos que podemos y debemos ayudarte al menos con un sorbo de agua. Enséñanos que no es suficiente llevar en el alma el deseo de ayudar a los necesitados, sino que hemos de ayudarles con todas nuestras posibilidades. Enséñanos que estar cerca de Dios es estar cerca de los hermanos. Todos: Enséñanos a mirarte en los sedientos. Enséñanos a dar agua de nuestros bienes, de nuestras alegrías, de nuestro afecto y de nuestra vida, a quienes sedientos de amor y de ternura, de conocimientos y de valoración, van junto a nosotros pidiéndonos ayuda, escucha, comprensión… Narrador: Claramente se veía el fin. No podía más. Apenas se oía su voz jadeante. Ya no quedaba nada de El. Jesús: Todo está cumplido. Comentarista: Todo, desde el nacer de una Virgen hasta el realizar la redención en una cruz, todo lo ha cumplido Jesucristo. Ha perdonado, ha entregado como don a su Madre, ha dado la esperanza a los hombres. Ahora ha llegado el fin. Hombre: Jesús, yo quiero cumplir mi tarea y llegar al final como tú. Quiero terminar diciendo: Todo lo he cumplido. Todos: Señor, enséñanos a descubrir el camino que trazaste para nuestra vida. Enséñanos a cumplir tus planes de amor y de servicio. Enséñanos a concluir nuestra vida con la seguridad de que hemos cumplido tu voluntad. Narrador: Hacia las tres de la tarde, Jesús levantó de nuevo la voz. Jesús: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Narrador: Y dando un grito, expiró. -Todos en silencio recordamos la muerte del señor- Comentarista: Desde entonces, allí donde se da un perdón, donde se da una esperanza a los hombres, donde alguien se da a sí mismo para hacer feliz a otro, donde alguno se siente totalmente abandonado, donde alguien se confía a la misericordia de los amigos, donde un hombre soporta la soledad de su destino y, finalmente, allí donde alguien se aventura a entregar su vida para lograr el amor, allí está presente Cristo. Esa es la manera de morir: Jesús se entrega en manos del Padre, para enseñarnos cuál es la manera de ir definitivamente a El. En el momento supremo de su muerte en la cruz, Jesús culmina su vida de confianza filial y le entrega su espíritu. Hombre: Cuando todo estuvo consumado, cuando tú lo decidiste, inclinaste la cabeza y entregaste al Padre tu espíritu en la plegaria desgarradora de tu último grito. Y quedaste muerto entre nuestros muertos; entre nuestros muertos que te confesaron y entre los que te negaron; entre los que hoy te confiesan con los labios y tienen el alma muerta, entre los que te niegan desde la cruz con el alma herida. Por todos ellos y por mí, por todos, Jesús muerto, ¡Perdón! Todos: ¡Perdónanos, Jesús, Perdónanos!
Narrador: Había caído la tarde, y como era víspera de sábado, tenían que bajarle de la cruz, pues los judíos no querían que quedaran ahí los cuerpos para el día siguiente. José, un miembro del Consejo Supremo, natural de Arimatea, era un hombre justo. Conocía a Jesús, escuchó sus palabras, creyó en El. No estuvo de acuerdo en que se le condenara; pero tampoco pudo evitarlo. Caifás, el Sumo Sacerdote, ganó la propuesta: "Es necesario que muera un hombre para que el pueblo se salve". Al mirar al Maestro, muerto ya, tuvo la valentía de pedir a Pilato el cuerpo de Jesús. Pilato dudó que hubiera muerto tan pronto y ordenó que se quebraran las piernas a los reos para que se desangraran colgados. El verdugo lo hizo; quebró las piernas de los dos ladrones, pero Jesús ya estaba muerto. Y no le quebraron las piernas, sino que le abrieron el costado de una lanzada y al instante salió sangre y agua. Desde ese momento el centurión confesó: "Verdaderamente este es el Hijo de Dios". José tomó el cuerpo y lo llevó al sepulcro. Nicodemo era otro miembro del Consejo, conoció a Jesús. Con cautela fue analizando su doctrina, lo que oía de su predicación. Le escuchó varias veces y de lejos. La primera vez que lo visitó fue una noche. Tenía miedo de que lo reconocieran. La conversación fue muy precisa. Le dijo que el que no renace no puede entrar en el Reino de Dios. Re-nacer volver a nacer. Iniciar una nueva vida por el bautismo, en el agua y en el Espíritu. Pero cómo conseguir este renacer, este nacer de nuevo, este nacer cada día haciendo presente su espíritu. Pensamientos y recuerdos se aglomeraban en sus mentes mientras lo bajaban de la cruz , mientras le ungían con la mirra perfumada que llevaron para embalsamarle. Perfumaron los lienzos con que lo cubrieron, lo pusieron en brazos de su madre para que le hiciera la última caricia y le diera el beso postrero. Luego lo llevaron un sepulcro nuevo. Comentador: Fueron los amigos ocultos de la vida, los escasos amigos de la última hora. José y Nicodemo, son el tributo de la amistad junto a la cruz de Jesús en el Calvario. Ellos fueron testigos también de aquel dolor de María, que recibe al Hijo muerto, lo estrecha en su regazo como cuando era niño, mientras en su corazón seguían las lágrimas y los recuerdos. ¿Quién no ha sido testigo del dolor de una Madre junto al hijo muerto? (Pausa para reflexionar) Hombre: Reconócelo, Madre te lo hemos traído. Lo hemos descolgado del madero. Se ha dormido, Madre, y no sabemos qué hacer con El. Recíbelo en tus brazos. Tú eres la única que sabes cómo se despierta a Dios, porque lo despertaste de niño. Despiértalo Madre como cuando era niño. Despiértalo Madre, y perdónanos que lo hayamos dormido en su dolor y en su sangre. Perdónanos Jesús, Perdónanos Madre por todos los dolores de las madres que lloran a sus hijos muertos; porque seguimos matando con la injusticia, con la inmoralidad, con el vicio, y con la miseria. Perdónanos por nuestros niños que caminan, muerta la inocencia, mugrosos y con hambre. Perdónanos, por los grandes que se matan con injurias, traiciones, presiones, sangre y guerra. Todos: Perdónanos, Jesús, por el dolor de tu madre. Perdónanos, María, por todas esas lágrimas que la injusticia arranca y que han vertido en el mundo todas las madres. Perdónanos Jesús y perdónanos Madre.
Narrador: Había un huerto cerca del Calvario y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido sepultado. En una sábana envolvieron a Jesús, después de perfumarlo, y lo pusieron en el sepulcro, que estaba cavado en una roca; Entonces las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús y habían seguido a José y a Nicodemo, se fijaron cómo ponían el cuerpo y ayudaron a colocarlo. Apresuradamente cerraron el sepulcro con una enorme piedra. Y volvieron todos con el corazón deshecho, con la tristeza inmensa, con cansancio y con miedo. Había muerto Jesús. Muchos esperaban que El sería el Salvador, el Redentor, el que habría de conducir a la victoria, a la felicidad, a la paz. Lo enterraron presurosos y decepcionados, recordando los milagros y añorando sus palabras; luego, volvieron a la Ciudad. Comentarista: Decepción y prisa. Prisa por terminar, por quitar de enfrente todo lo que puede apretar la conciencia. De prisa se quita todo rastro de sacrificio, porque molesta en el alma. De prisa, eludimos la conversación sobre el tema que no nos conviene, de prisa, ocultamos lo que nos humilla, de prisa, quitamos de enfrente al que nos pide ayuda. ¡De prisa pasamos por la vida regateando el amor y muriendo en el egoísmo! De prisa y decepcionados. Decepcionados porque las cosas no salieron como queríamos. Porque la vida nos trata mal, porque pedimos a Dios y no nos oye, porque nos fallaron los amigos, el trabajo, los curas. De prisa y decepcionados, se pone punto final a muchos trabajos apostólicos, a muchos esfuerzos cívicos, a muchas iniciativas sociales, a muchos hogares esperanzados. ¿Cuántos vamos por la vida decepcionados? (Pausa para reflexionar) Narrador: Sólo María, la Madre, sufriendo sin medida, callada y dolorosa, volvía a la ciudad con gran esperanza: Resucitará!. Hombre: Señor, déjame reconocer los sepulcros que yo he cavado para aquéllos que voy sepultando en vida, a los que he traicionado, vendido y encarcelado. Déjame ver a tiempo el sepulcro que abro a la amistad que se rompe, al noviazgo que se mancha, al amor conyugal que se destruye, a la familia que se desune y a la patria que se oprime. Perdónanos si estamos ya decepcionados y no tenemos otra cosa que amargarnos, porque no esperamos ni queremos ya luchar. Perdona nuestro cansancio y desaliento. Perdónanos y ven Señor a iluminar nuestras tinieblas. Con tu luz y con tu amor alumbra nuestras desesperanzas. Todos: Ven, Señor Jesús, a llenarnos de esperanza.
Yo soy Jesús, Hijo de Dios, hijo de María. El hijo del carpintero. El hijo del Hombre. Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, soy el camino, la verdad y la vida. Yo soy el buen pastor y doy mi vida por mis ovejas. Yo soy, la puerta, el que entra por mí está a salvo. Yo soy el pan del cielo. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en El, por eso tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, no perecerá; aunque muera, vivirá. Yo soy el principio y el fin, el primero y el último, el que es, el que era, el que será. Yo soy el que vive, estuve muerto, pero resucité, y ahora estoy vivo por los siglos de los siglos. (Pausa para reflexionar) Compromiso De Fe Todos:Jesús, puesto que nos has enseñado que Dios es nuestro Padre, queremos vivir como sus hijos, haciendo cada día su voluntad de amarnos y ayudarnos como hermanos, usando los bienes de la tierra para provecho de todos. Queremos ser tus amigos, tus hermanos y seguir tu ejemplo en nuestra vida. Queremos servirte en todos los necesitados y oprimidos, ya que al nacer de la Virgen María, quisiste vivir como nosotros, en nosotros, y ponerte a nuestro alcance, en el cuerpo y las necesidades de todos ellos. Porque aceptaste morir en la cruz por amor nuestro y fuiste condenado, injustamente, como un hereje agitador y subversivo, queremos luchar contra el pecado, el egoísmo, las injusticias, la mentira y la falsedad, y hasta queremos perdonar a nuestros enemigos. Queremos colaborar para reconstruir un mundo a tu servicio, ya que al resucitar, nos haces libres y capaces de tener parte en tu resurrección. Queremos hacer caso al Espíritu Santo que tú nos participas, que nos anima a dedicarnos al verdadero amor, que nos da los sacramentos y nos une en comunidad al Papa, a nuestro Obispo, a los Sacerdotes y a todos los cristianos, para que podamos entender y vivir las Escrituras. Porque en tu resurrección, el Dios que resucita a los muertos te ha recibido en su regazo creador de Padre, haciéndote renacer, así, como Señor de la vida, nosotros queremos ser contigo defensores de la vida. Porque nos has participado tu vida, estamos unidos al mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por esta unión con la Trinidad, viviendo unidos en el trabajo, la oración y la vida, por el parentesco, el matrimonio, la familia, el compañerismo y la amistad, podremos alcanzar la felicidad perfecta al llegar a la casa del cielo y resucitar también nosotros. AMEN. Viernes Santo. Templo del Calvario. Toluca.
Autor:
Jaime Gonzalez
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