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El Dios emotivo

Enviado por Jesús Castro


Partes: 1, 2

    El Dios del Génesis no es una deidad cualquiera, de entre las muchas que han sido aceptadas, confeccionadas, elaboradas, elucubradas, fabricadas, imaginadas, impuestas, intuidas, inventadas, manufacturadas, producidas o teorizadas por la criatura humana. Él es un Dios corporalmente indescriptible, pero con una personalidad muy asequible a nuestro propio entendimiento; pues el Génesis dice: "Jehová Dios, el Todopoderoso, hizo al ser humano a Su imagen y semejanza" (Génesis 1:26).

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    La mitociencia.

    Entre los expertos domina la idea de que la Ciencia nació como consecuencia de la inquietud de la mente humana por explicar los fenómenos que tenían lugar en la naturaleza, pero al principio de la historia humana las explicaciones al respecto eran pueriles y fantasiosas, cargadas de misticismo y subjetividad. En realidad, parece que antes del surgimiento de la Ciencia se habría desarrollado lo que podríamos llamar Mitociencia (un intento fallido de hacer Ciencia, ya que no superaba los dominios de la Mitología). Dicha Mitociencia se podría concebir como una especie de teorización fantasiosa, que trataba de explicar los fenómenos a través de la fantasía y la emotividad desbordantes, tal como hacen los niños. Era, pues, una ciencia infantil o infantiloide.

    El despertar de la razón.

    Según los estudiosos de la evolución del conocimiento humano, parece ser que desde el origen de la humanidad hasta el tiempo de la Grecia clásica la inmensa mayoría de las culturas recurrió al mito como elemento primordial para la explicación de las grandes incógnitas existenciales y el origen del universo. Sin embargo, en el lapso comprendido entre el siglo lV antes de la EC (era común o cristiana) y hasta el siglo ll de la EC tuvo lugar, en una zona reducida del Mediterráneo, el nacimiento y desarrollo del pensamiento científico. No obstante, a tenor de lo que aporta el Génesis, los datos con los que cuentan los investigadores para recomponer el pasado histórico de la humanidad, en donde quedaría enmarcado el estudio del aparecimiento y desarrollo del pensamiento racional, son extremadamente escasos y equívocos. Al parecer, no queda constancia alguna de la época prediluviana, salvo por lo que de ella se dice en el Génesis (ver G023, Creencias bioetiológicas prediluvianas, página 5 y siguientes). Tampoco hay casi nada sobre la franja temporal posdiluviana-prebabeliana (ver G025, Franja prebabeliana, página 2 y siguientes). Por lo tanto, los exiguos datos que emplean los investigadores para componer una interpretación de la evolución cognoscitiva de la humanidad son datos posbabelianos (ver G027, La dispersión posbabeliana).

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    Pero los datos de la época posbabeliana (después de la dispersión de Babel) pueden ser muy engañosos, puesto que dependen de los avatares del grupo lingüístico que se esté considerando. Hubo grupos que sufrieron una fuerte regresión cultural y tecnológica, en tanto que otros grupos conservaron su nivel intelectual ancestral (adquirido antes de la dispersión babeliana) o incluso tendieron a superarlo. Dicha heterogeneidad en la evolución cultural de los distintos grupos es malinterpretada por los evolucionistas materialistas afirmando que los restos antropológicos menos avanzados culturalmente precedieron a los más avanzados, descendiendo estos últimos de los primeros. Pero esa componenda teórica es simplista y forzada, razón por la cual la antropología evolutiva se enfrenta a tantas paradojas y presunciones inestables.

    De aquí se desprende que la Mitociencia debió medrar entre algunos grupos lingüísticos posbabelianos que sufrieron un retroceso considerable en su primitivo acervo cultural, y esa merma se transmitió a la prole e incluso se acrecentó de generación en generación en determinados casos. De todas formas, bien es verdad que hacia el siglo lV antes de la EC se frenó el descenso intelectual en (al menos) algunos enclaves singulares del Mediterráneo. Para ese tiempo en particular ya existían, y habían existido, grandes imperios posbabelianos; pero parece que todos ellos solían imponer a sus súbditos una férrea dictadura mental y religiosa, de tal manera que el progreso venía empañado por dogmas y premisas cargadas de subjetivismo. Carl Sagan, en su libro COSMOS, editado en español en 1980, página 174 y siguientes, explica:

    «Durante miles de años los hombres estuvieron oprimidos —como lo están todavía algunos de nosotros— por la idea de que el universo es una marioneta cuyos hilos [son manejados por] dioses […] inescrutables. Luego, hace 2 500 años, hubo en Jonia un glorioso despertar [y dicho despertar] se produjo en Samos y en las demás colonias griegas cercanas que crecieron entre las islas y ensenadas del activo mar Egeo oriental… Esta revolución creó el Cosmos del Caos. Los primitivos griegos habían creído que el primer ser fue el Caos, [y dicho] Caos creó una diosa llamada Noche y luego se unió con ella, y su descendencia produjo más tarde todos los dioses y los hombres. Un universo creado a partir [del] Caos concordaba perfectamente con la creencia griega en una naturaleza impredecible manejada por dioses caprichosos. Pero en el siglo sexto antes de Cristo, en Jonia, se desarrolló un nuevo concepto, una de las grandes ideas de la especie humana. El universo se puede conocer, afirmaban los antiguos jonios, porque presenta un orden interno: hay regularidades en la naturaleza que permiten revelar sus secretos. La naturaleza no es totalmente impredecible; hay reglas a las cuales ha de obedecer necesariamente. Este carácter ordenado y admirable del universo recibió el nombre de Cosmos.

    Pero, ¿por qué todo esto en Jonia, en estos paisajes sin pretensiones, pastorales, en estas islas y ensenadas remotas del Mediterráneo oriental? ¿Por qué no en las grandes ciudades de la India o de Egipto, de Babilonia, de China o de Centroamérica? China tenía una tradición astronómica vieja de milenios; inventó el papel y la imprenta, cohetes, relojes, seda, porcelana y flotas oceánicas. Sin embargo, algunos historiadores atinan que era una sociedad demasiado tradicionalista, poco dispuesta a adoptar innovaciones. ¿Por qué no la India, una cultura muy rica y con dotes matemáticas? Debido según dicen algunos historiadores a una fascinación rígida con la idea de un universo infinitamente viejo condenado a un ciclo sin fin de muertes y nuevos nacimientos, de almas y de universos, en el cual no podía suceder nunca nada fundamentalmente nuevo. ¿Por qué no las sociedades mayas y aztecas, que eran expertas en astronomía y estaban fascinadas, como los indios, por los números grandes? Porque, declaran algunos historiadores, les faltaba la aptitud o el impulso para la invención mecánica. Los mayas y los aztecas no llegaron ni a inventar la rueda, excepto en juguetes infantiles.

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    Los jonios tenían varias ventajas. Jonia es un reino de islas. El aislamiento, aunque sea incompleto, genera la diversidad. En aquella multitud de islas diferentes había toda una variedad de sistemas políticos. Faltaba una única concentración de poder que pudiera imponer una conformidad social e intelectual en todas las islas. Aquello hizo posible el libre examen. La promoción de la superstición no se consideraba una necesidad política. Los jonios, al contrario que muchas otras culturas, estaban en una encrucijada de civilizaciones, y no en uno de los centros. Fue en Jonia donde se adaptó por primera vez el alfabeto fenicio al uso griego y donde fue posible una amplia alfabetización. La escritura dejó de ser un monopolio de sacerdotes y escribas. Los pensamientos de muchos quedaron a disposición de ser considerados y debatidos. El poder político estaba en manos de mercaderes, que promovían activamente la tecnología sobre la cual descansaba la prosperidad. Fue en el Mediterráneo oriental donde las civilizaciones africana, asiática y europea, incluyendo a las grandes culturas de Egipto y de Mesopotamia, se encontraron y se fertilizaron mutuamente en una confrontación vigorosa y tenaz de prejuicios, lenguajes, ideas y dioses.

    ¿Qué hace uno cuando se ve enfrentado con varios dioses distintos, cada uno de los cuales reclama el mismo territorio? El Marduk babilonio y el Zeus griego eran considerados, cada uno por su parte, señores del cielo y reyes de los dioses. Uno podía llegar a la conclusión de que Marduk y Zeus eran de hecho el mismo dios. Uno podía llegar también a la conclusión, puesto que ambos tenían atributos muy distintos, que uno de los dos había sido inventado por los sacerdotes. Pero si inventaron uno, ¿por qué no los dos?

    Y así fue como nació la gran idea, la comprensión de que podía haber una manera de conocer el mundo sin la hipótesis de un dios; que podía haber principios, fuerzas, leyes de la naturaleza, que permitieran comprender el mundo sin atribuir la caída de cada gorrión a la intervención directa de Zeus».

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    El alejamiento progresivo de la humanidad con respecto a su Creador, tras la dispersión posbabeliana, dio paso a una serie de dioses inventados y remotos para el hombre, caprichosos, de intenciones y personalidades desconocidas e imprevisibles, controladores en exceso y a la vez extremadamente distantes, frecuentemente terroríficos y crueles, intolerantes y exigentes, implacables y racionalmente incomprensibles. Desde el truncado registro histórico acerca del sentimiento religioso colectivo (un legado cuasi nulo, salvo el aporte del Génesis), parco con respecto a los verdaderos orígenes, han fantaseado la mayoría de los comentaristas y especuladores científicos, por lo que las conclusiones de estos investigadores, entre quienes figura el doctor Sagan, son obligadamente deficientes en muchos aspectos. Por ejemplo, la decadencia religiosa humana fue la que condujo a una saturación de mitología y a un empobrecimiento mayúsculo de la capacidad colectiva para mantener el buen juicio con relación a creencias y criterios existenciales. Sucedió algo parecido a lo acontecido en la Edad Media, en lo más crudo del Oscurantismo europeo, cuando se desarrolló una de las más abominables regresiones culturales de la que hay constancia: la pérdida del bagaje de elaborados conocimientos de la antigüedad y su reemplazo por las más absurdas supercherías concebibles y la más estúpida cretinización de la masa humana.

    Una situación tan extrema como ésa provoca inevitablemente una reacción álgida por parte de algunos individuos preclaros de la sociedad afectada, y tal cosa sucedió precisamente incluso antes de que se extinguiera la Edad Media en Europa. Sobrevino como un impulso de cambio vehemente cuando soplaron los vientos del Renacimiento, los cuales demandaban con intensidad el uso de la razón y de la experimentación científica, para adaptar los conocimientos a la realidad objetiva y no la realidad a los conocimientos subjetivos. De manera parecida, los pensadores jonios de la antigüedad reaccionaron con un fuerte despliegue de racionalidad frente a las contradicciones e incoherencias de las creencias tradicionales e ilógicas de sus contemporáneos de otras naciones.

    Pero el empeño racionalista jonio no estaba exento de riesgos, aunque diera la impresión primaria de contribuir a la emancipación liberadora de la mente humana. Un efecto negativo fue el apartar al investigador de su Creador, contribuyendo al desarrollo del materialismo científico, el cual, en su estadio histórico contemporáneo, ha dado a luz al paradigma evolutivo materialista y a la hipótesis criteriológica fundamental de la Metaevolución, que tienden a capturar dogmáticamente todo el pensamiento del hombre del siglo XXI y a sumergirlo en un despropósito existencial contraproducente. El mismo libro, COSMOS, en su página 174, expone: «Hace 2 500 años, hubo en Jonia un glorioso despertar: se produjo en Samos y en las demás colonias griegas cercanas que crecieron entre las islas y ensenadas del activo mar Egeo oriental. Aparecieron de repente personas que creían que todo estaba hecho de átomos; que los seres humanos y los demás animales procedían de formas más simples; que las enfermedades no eran causadas por demonios o por dioses; que la Tierra no era más que un planeta que giraba alrededor del Sol. Y que las estrellas estaban muy lejos de nosotros» (Se ha subrayado la frase que insinúa cómo comenzó a fraguarse la doctrina que culminaría en el evolucionismo moderno).

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    Parece que la secuencia de acontecimientos que culminó en la decantación de los jonios hacia la ciencia materialista y racionalista comenzó por un alejamiento previo de la humanidad de la guía del Creador, allá en los comienzos. Posteriormente hubo un recrudecimiento considerable de dicho desapego, durante la dispersión posbabeliana. Esto supuso un descenso degradatorio del pensamiento colectivo, que condujo a la cretinización mitológica y al subjetivismo cognoscitivo. Semejante estado exasperó a las mentes más preclaras, especialmente aquéllas que vivían en el clima intelectual favorable de las islas del Egeo. En breve, éstas se plantearon un enfoque que pretendía liberar al ser humano de los atavismos a la mitología y a la Mitociencia. Semejante enfoque, obviamente, pasaba por depurar al conjunto de los conocimientos adquiridos de toda clase de contaminantes emotivos y subjetivos, de los cuales la mitología y la religión estaban abundantemente impregnadas. El resultado no podía ser otro que el establecimiento del materialismo científico. Ello nos trae a la memoria el siguiente texto salomónico: "Existe un camino que es recto ante el hombre, pero los caminos de la muerte son su fin después" (Proverbios 14:12).

    Realmente, los jonios tomaron el aparente "camino recto" de eliminar de la nueva ciencia todo vestigio de mitología, religiosidad y subjetivismo; y podemos decir que desde el prisma puramente humano no les quedaba una mejor elección. Sin embargo, no les fue posible percatarse de que con tal acción echaban también a un lado un tipo de religiosidad singular, edificante y extremadamente deseable: la conexión con el Creador de la realidad, del universo, del cuerpo humano y de todo lo que existe. En aquellos días, tal conocimiento estaba disponible, de manera tímida, en la maltrecha tierra de Judá.

    La hegemonía de la razón.

    El desmantelamiento del imperio romano de occidente trajo consigo el sepultamiento general de los conocimientos amasados por los griegos y el comienzo en Europa de una época de oscurantismo y devastación de la cultura, así como la imposición de un sistema social basado en la guerra y la rapiña, la superstición y el embrutecimiento, la ignorancia y el temor irracional. Éstas eran las características del feudalismo, cuyos estragos culturales fueron parcialmente contrarrestados por la laboriosidad de los monjes en los monasterios, lugares de retiro religioso que sirvieron además de escondite o refugio para innumerables obras y traducciones de documentos valiosos acerca del pensamiento académico de muchos autores clásicos de la antigüedad.

    Esta mengua cultural se produjo en la Europa medieval como consecuencia de la pérdida del orden establecido por el imperio romano, a resultas de la desintegración de éste. Dicho menoscabo guarda interesantes similitudes con el embrutecimiento que determinados grupos humanos experimentaron después de la dispersión posbabeliana.

    Al igual que los jonios de la antigüedad, quienes reaccionaron contra la incoherencia, la superficialidad y el dogmatismo de los conocimientos de su época, así también hubo una reacción álgida por parte de algunos pensadores europeos durante la segunda parte de la Edad Media, dando lugar al denominado Renacimiento, un movimiento de restauración y rescate del modo de pensar de los antiguos artistas, filósofos e investigadores de la Grecia Clásica. Entre las ideas que fueron desenterradas o re-descubiertas figuraban no pocos elementos intelectuales procedentes de los científicos jonios que, muchos siglos atrás, habitaron las racionalmente productivas islas del Egeo.

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    En la segunda mitad del siglo XVIII, pese a que más del 70% de los europeos eran analfabetos, la intelectualidad y los grupos sociales más relevantes descubrieron el papel que podría desempeñar la razón, íntimamente unida a las leyes sencillas y naturales, en la transformación y mejora de todos los aspectos de la vida humana. Se desarrolló entonces un movimiento cultural e intelectual conocido como la ILUSTRACIÓN. Según Kant "la Ilustración significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad mental de la que él mismo es culpable. Puerilidad es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta puerilidad es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena".

    Los ilustrados pensaban que estas leyes básicas y naturales que gobiernan todo el universo podían ser descubiertas por el método cartesiano y aplicadas universalmente al gobierno humano y a las sociedades antrópicas. Por ello, la élite de esa época sentía enormes deseos de aprender y de enseñar lo aprendido, siendo fundamental el uso del raciocinio y la búsqueda del rigor lógico. Como característica común hay que señalar una extraordinaria fe en el progreso y en las posibilidades de los hombres y mujeres para dominar y transformar el mundo.

    Los ilustrados exaltaron la capacidad de la razón para descubrir las leyes naturales y la tomaron como guía en sus análisis e investigaciones científicas. Defendían la posesión de una serie de derechos naturales inviolables, así como la libertad frente al abuso del poder absoluto. Criticaron la intolerancia en materia de fe, las formas religiosas tradicionales y al supuesto "Dios castigador" de la Biblia que brotaba de la teología pseudocristiana, y finalmente rechazaron toda creencia que no estuviera fundamentada en una concepción antropocéntrica y naturalista de la religión. Estos planteamientos, relacionados íntimamente con las aspiraciones de una burguesía ascendente, penetraron en otras capas sociales potenciando un ánimo crítico hacia el sistema económico, social, político y religioso establecido, que culminó en la Revolución francesa. También, parece que la criteriología de la Ilustración potenció enormemente el desarrollo de la ALTA CRÍTICA BÍBLICA (ver Nota, a continuación).

    NOTA:

    La "Ilustración" fue una época histórica y un movimiento cultural e intelectual europeo —especialmente en Francia e Inglaterra— que se desarrolló desde fines del siglo XVII hasta el inicio de la Revolución Francesa, aunque en algunos países se prolongó durante los primeros años del siglo XIX. Fue denominado así por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la humanidad mediante las "luces" de la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el "Siglo de las Luces".

    Los pensadores de la Ilustración sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una gran influencia en aspectos económicos, políticos, religiosos y sociales de la época. La expresión en las artes de este movimiento intelectual se denominó Neoclasicismo.

    La época de la Ilustración impuso una nueva norma filosófica. Se aceptó el racionalismo, y con éste la insistencia en que la razón debía ser el árbitro final en cuanto a la verdad. El racionalismo combatió las creencias en los fenómenos sobrenaturales, lo cual llevó a muchos a negar que hubiera un canon bíblico divinamente inspirado. Personajes tales como el pastor luterano alemán H. B. Witter, el médico francés Jean Astruc, el erudito alemán J. G. Eichhorn, K. D. Ilgen, el sacerdote escocés Alexander Geddes, el alemán J. S. Vater, L. De Wette y otros, en conjunto, sirvieron a modo de máquina barrenadora contra la credibilidad del mensaje contenido en la sagrada escritura.

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    Los grandes pensadores ilustrados y racionalistas, incluidos los teólogos de la Alta Crítica, contribuyeron a la implantación de la creencia en que Dios, el Creador, es un ser impersonal, carente de emociones y sentimientos, distante del hombre y del mundo en el que éste vive. A tal punto de vista debió contribuir la importancia excesiva que los racionalistas concedían al uso del "raciocinio puro", al grado de cuasi idolatrarlo como si se tratara de la única tabla de salvación para la humanidad. En semejante clima intelectual encontró fácil eco el materialismo científico y filosófico, así como la resultante inmediata de éstos, emergida desde los dominios académicos de la historia natural: la doctrina evolucionista.

    El evolucionismo afirmaba que el hombre procedía, no de la obra de un Diseñador Supremo, tal como declara el Génesis, sino de bestias simiescas que con el transcurso del tiempo transformaron su conducta animalesca y su cuadrupedia hasta conseguir un porte más humano, al tiempo que comenzaron a usar piedras, varas, lanzas rústicas y otros instrumentos, progresivamente más y más sofisticados, en el interés de la supervivencia. Entonces, según esta doctrina, el ser humano, en las cavernas o en primitivos asentamientos relativamente seguros, comenzó a mirar hacia el cielo y a intentar entender los fenómenos celestes. Poco a poco, por tanto, surgió el pensamiento racional y la bestia simiesca se transformó en un espécimen menos dominado por la tiranía de los instintos.

    Estas nociones evolucionistas, aunadas al racionalismo materialista en auge, auspiciaron la idea de que en la lucha por la supervivencia fue determinante el uso la fuerza intelectual derivada de la razón, o la hegemonía del raciocinio humano, que elevó al hombre muy por encima de los animales. De ahí que las emociones se llegaran a considerar como un lastre, que tiende a ralentizar el desarrollo de la razón. La educación racionalista se impuso, y dominó casi todo el paisaje docente hasta la segunda mitad del siglo XX. El hombre del futuro, que saltaría al espacio interestelar y conseguiría poblar el universo con colonias de individuos de su propia especie, debería potenciar al máximo sus habilidades racionales y subyugar hasta el extremo, o extinguir totalmente, sus componentes emotivas residuales (reliquias, éstas, de su pasado animalesco). Así se pensaba, a nivel general, hasta hace relativamente poco tiempo.

    No extraña que el concepto que el creyente promedio tenía de Dios (entre los escasos seres humanos que iban quedando con un sentimiento religioso genuino) se viera afectado por estos esquemas, especialmente si tal creyente estaba en posesión de una educación superior. Por lo tanto, esta influencia racionalista y materialista ha repercutido en el concepto que los creyentes tienen de Dios en el sentido de preconizar que el Todopoderoso no es más de una fuerza impersonal, distante e ignota, inasequible y absolutamente desprovista de emociones y sentimientos; y, por ende, completamente indiferente a las miserias y necesidades humanas. A esta sombría conclusión contribuyó, adicionalmente, una serie de interrogantes no resueltos (o mal respondidos) por los más conspicuos teólogos contemporáneos. Entre estos interrogantes, catalogados académicamente como focos de paradojas insuperables, figuran los siguientes: ¿Si el Creador es un Dios de amor: por qué permite el sufrimiento y la maldad que se observan en la sociedad humana? ¿Si el Creador desea que le conozcamos: por qué permite que proliferen tantas religiones y tantas creencias confusas, frecuentemente ilógicas, contradictorias y hostiles, unas para con otras?

    ¿Cómo es posible que un Dios de amor haya creado una biosfera en la que se atisba una competitividad atroz y una depredación inmisericorde entre especies vivientes distintas, y a veces hasta dentro de una misma especie? (Nota: en futuras monografías se abordarán convenientemente estas paradojas).

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    Si bien no parece haber respuestas humanas para esas cuestiones, tenemos que decir que la sagrada escritura contiene (explícita o implícitamente) las anheladas respuestas, por lo que para hallarlas es necesario esforzarse concienzudamente por adoptar el enfoque correcto. Tal enfoque no puede provenir de una imposición criteriológica humana, como casi siempre han hecho los teólogos (por ejemplo, intentando comprender los pasajes sagrados a través de elementos filosóficos tomados del pensamiento de Platón y de Aristóteles); sino que se debe buscar, ante todo, la guía interpretativa que emana del tema fundamental de la sagrada escritura, es decir, del conocimiento de "por qué" y "para qué" ha sido dada la Biblia (Nota: estos dos interrogantes son despejados por la propia Biblia, como también veremos en futuras monografías).

    Razón y emoción.

    ¿Qué criterio, lógica o razonamiento llevó a los pedagogos y pensadores occidentales a rechazar de plano las emociones y a elevar la "razón o raciocinio" por encima de toda otra cosa? Parece que la idea de ver a las emociones y sentimientos como si fueran un lastre intelectual fue la causa. Evolucionistamente hablando, se creía que el ascenso en la escala filogenética para órdenes de seres vivos superiores comportaba una obligatoria pérdida de las componentes emotivas en favor de una ganancia para las facultades intelectivas vinculadas al raciocinio. De hecho, buena parte de la cinematografía de ciencia ficción del siglo pasado, haciéndose eco de este paradigma racionalista, daba por sentada la hipótesis de que el progreso de las civilizaciones del futuro dependería básicamente del uso máximo del raciocinio y la represión del "parasitismo" emocional. Es decir, la clave del éxito radicaría en eliminar la influencia que las emociones y los sentimientos ejercen sobre la mente racional, a la vez que se debía potenciar todo lo posible el desarrollo de dicha mente racional.

    Sin embargo, hacia finales del siglo XX se produjeron una serie de avances y descubrimientos en las ciencias cognoscitivas que pulverizaron el paradigma racionalista y concedieron un lugar prominente a los fenómenos emocionales que se desarrollan en la mente humana. También, la tecnología computacional, al intentar emular el lenguaje humano para poder construir sistemas de traducción de alto nivel, así como estructuras informatizadas con capacidad de aprendizaje y redes neuronales simuladas que condujeran a la obtención de máquinas con comportamientos inteligentes (inteligencia artificial), se vio forzada a dar a luz una especie de "biónica computacional" (ingeniería basada en la emulación de los circuitos neuronales del cerebro, de los mecanismos adaptativos inteligentes de animales y plantas, etc.), la cual, a su vez, requería vehementemente de una inversión no pequeña en investigaciones de carácter psicológico, neurológico, pedagógico, lingüístico y así por el estilo. Es posible que, a raíz de esta demanda, las ciencias cognitivas y neurológicas hayan visto elevada su reputación a unos niveles de categoría académica bastante honorables.

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    Al parecer, los estudiosos de los procesos mentales y los ingenieros informáticos que intentaban crear inteligencia artificial se percataron de que una pieza clave e ineludible para poder entender (y luego intentar emular) a los sistemas inteligentes naturales giraba en torno a la noción de "decisión", es decir, alrededor de la capacidad de un ser viviente para elegir entre varias opciones y lograr acierto o éxito en dicha elección. Dicho "éxito" podría referirse a una contribución en favor de la supervivencia, del ahorro de energía, del bienestar, etc. En consecuencia, el problema de la "decisión" había que analizarlo y estudiarlo a fondo, puesto que encerraba una complejidad no pequeña; por ejemplo, había que vincular la "toma de decisiones" a una criteriología de base que pudiera servir para puntuar el grado de acierto o desacierto en la elección de una decisión, o sea, la medida de su éxito. Una tal "criteriología básica" suponía, pues, un reto aparentemente infranqueable para una máquina informática: hasta la fecha todos los sistemas computacionales reciben dicha criteriología de la fuente humana que los ha producido, no de ellos mismos.

    Se han difundido varios documentales científicos y se han publicado muchos artículos recientes que muestran, con cada vez más insistencia, que las decisiones son fundamentalmente emocionales; es decir, es la emoción la que mueve a tomar la decisión, y no la razón o el raciocinio. Por lo visto, el raciocinio puro actuaría como un grifo que sirve para llenar una enorme base de datos en donde se encuentran todas las posibles opciones, estudiadas hasta el más mínimo detalle, pero desde la más absoluta frialdad analítica, sin compromiso alguno con cualquiera de dichas alternativas. De ahí que el verdadero desafío que se presenta para la creación de inteligencia artificial es la elaboración de algún mecanismo eficaz que pueda dotar de emoción a la máquina, de tal manera que ésta sea capaz de tomar decisiones por sí misma. De otra manera, la inteligencia artificial se quedaría relegada a lo que pudiéramos llamar un "sistema experto", esto es, una enorme y sofisticada base de datos que contiene toda la experiencia de un grupo de individuos versados en determinado campo del saber y cuya criteriología de decisión no sería más que el reflejo informatizado de la toma de decisiones humana del equipo técnico que diseñó dicho sistema y/o el de los expertos que contribuyeron con sus conocimientos. Al presente, parece que toda tentativa de creación de inteligencia artificial no ha conseguido despegar de la plataforma tecnológica cuya vanguardia está nutrida por una avanzada camada de "sistemas expertos".

    Toma de decisiones bacteriana.

    Se entiende por DECISIÓN al resultado de DECIDIR, siendo "Decidir" una palabra proveniente del verbo latino "Decidére", que significa "separar por medio de un corte, de una ruptura o de un talado". Es una fusión de los términos DE o DIS, que connotan "separación", y CAEDÉRE, que puede traducirse como "cortar, romper o talar".

    Originalmente, el verbo latino CAEDÉRE pertenecía al argot de los leñadores y de las comunidades rurales, y se usaba para significar cortamiento o tala de árboles y de las ramas de éstos. Y cuando, como solía ser en la mayoría de los casos, dicha tala era selectiva se usaba el verbo DECIDÉRE: se elegía qué árboles y/o ramas talar y cuáles conservar, según cierto criterio de conveniencia. Es evidente, pues, que DECIDÉRE era un verbo que implicaba una CRITERIOLOGÍA de base, una capacidad de ELECCIÓN y una LIBERTAD de acción.

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    Posteriormente, DECIDÉRE pasó desde el campo rural al terreno moral, de una manera figurada. Todavía en latín, llegó a significar la eliminación selectiva de posibilidades, soluciones o vías morales salvo una de ellas, que era aquélla que interesaba conservar. DECIDIR llegó a ser sinónimo de ELEGIR, en determinados casos, pues ambos conceptos suponían optar por una de entre varias posibilidades (dos o más de ellas).

    Hoy día, la facultad de un ente, individuo o colectividad para DECIDIR se estudia fundamentalmente en psicología bajo la denominación de TOMA DE DECISIONES, entendiéndose por DECIDIR como la capacidad de elegir entre una o más alternativas compatibles entre sí o que se presentan simultáneamente. Entonces surgen preguntas más o menos difíciles de abordar, las cuales ocupan muchos recursos académicos, clínicos y empresariales, figurando entre éstas: ¿Cuándo es mejor eligir una alternativa que otra u otras, en el proceso de toma de una decisión? ¿Por qué cuesta menos esfuerzo tomar una decisión en lugar de otra? ¿De qué manera produce mayor satisfacción la toma de una decisión determinada? ¿De qué factores depende el éxito futuro de una decisión?

    La TOMA DE DECISIONES se define como el proceso que consiste en escoger una entre varias opciones. La forma en que los individuos toman decisiones en las organizaciones y la calidad de las opciones que eligen están influidas principalmente por sus percepciones, por sus creencias y por sus valores.

    En los seres humanos, la toma de decisiones suele verse como una capacidad mental, más o menos consciente. Hasta es posible anticipar los resultados degradatorios que al respecto se producirían en un determinado individuo si a éste se le fuera restando poco a poco la funcionalidad cerebral, de manera que su lucidez mermara progresivamente. Así, si a una persona normal se le produce un menoscabo cerebral hasta convertirla en un "retrasado mental", es obvio que su capacidad decisoria se ve muy disminuida; y si ahora le añadimos una merma mayor, al grado de convertirla en un sujeto pasivo, en estado cuasi inconsciente, como le sucede al individuo que está en coma debido a un trauma cerebral, se hace patente que su capacidad decisoria será muy poca y estará gobernada mayormente por los mecanismos automáticos básicos (deglutir, respirar, reaccionar mecánicamente ante un estímulo táctil, etc.). En este último estadio parece que las decisiones, si es que se pueden llamar así, son actos reflejos gobernados por la porción del sistema nervioso de más bajo nivel, lo cual sugiere que tal vez se pueda rastrear la toma de decisiones en zoología (y hasta en botánica) con relación a especímenes vivientes muy bajos en la escala filogenética, incluso llegando a los seres unicelulares. ¿Ha sido posible esto? ¿Hay algún dato científico al respecto?

    Existen evidencias recientes de que las bacterias, a nivel de individuo y a nivel de colectividad, toman decisiones. Estas decisiones tienen que ver con cuestiones simples que afectan a la vida individual y/o colectiva, de tal manera que, aun sin disponer de un sistema nervioso, estos pequeñísimos seres vivientes pueden ejercer cierto grado de libertad decisoria, la cual está fuertemente determinada por la conveniencia o no conveniencia de tal o cual acción, de cara a la supervivencia de la especie o género de vida. Y, debido a la escasa sofisticación de lo que pudiéramos llamar "mente bacteriana", las decisiones de estos microbios serían aparentemente básicas, pues su panel de posibilidades tiene pocas opciones.

    Sin embargo, en la segunda mitad de la década de los años 2000 comenzaron a aparecer artículos científicos que condujeron a la idea de que las bacterias poseían una capacidad compleja en la toma de decisiones. Haciéndose eco de ello, un artículo publicado en la página de Internet "http://www.cidipal.org", y titulado "¿Pueden las bacterias enseñarnos a tomar decisiones vitales?", comenta lo siguiente:

    «[Tenemos] mucho que aprender de las humildes bacterias cuando se toman decisiones (de vida o muerte) bajo condiciones de estrés (Nota: aquí la palabra ESTRÉS significa CAUSA QUE PERTURBA LA VIDA BACTERIANA), de acuerdo al médico de la Universidad de Tel Aviv [y profesor] Eshel Ben Jacob y varios biofísicos teóricos de la Universidad de California en San Diego, cuyo artículo de investigación sobre "Esporulación y Competencia del Bacilo SUBTILIS" fue publicado en el "Proceedings of the National Academy of Sciences". De acuerdo al profesor Eshel Ben Jacob de la Universidad de Tel Aviv, las bacterias como ésas tienen formas de hacer frente al estrés y mucho podríamos aprender de ellas. Ben Jacob y sus colegas indicaron que la vida es complicada y apremiante, incluso para estas microscópicas criaturas (que viven en grandes colonias, cada una 100 veces más grande que el número de humanos en la Tierra). Los investigadores se preguntaban cómo la enfrentaban, y si sus estrategias para hacerlo podían ser descritas a un nivel molecular.

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    El siguiente estudio mostró cómo, bajo condiciones de estrés, las bacterias se comunican usando señales químicas y tomando decisiones de maneras sofisticadas, utilizando una compleja red de genes y proteínas para calcular intrincadas posibilidades, como [se haría] en "teoría [matemática] de juegos". Muchas bacterias, explicó Ben Jacob, reaccionan al hambre, a las toxinas y al daño en el ADN creando esporas —versiones más resistentes, dominantes hasta que las condiciones mejoren— que puedan autorregenerarse. Más de 500 genes diferentes están involucrados, y el proceso puede tomar alrededor de 10 horas. Termina cuando la célula madre muere y el ADN original se desintegra, mientras [una copia de] su genoma […] se convierte en una espora. Esto, de manera desafortunada, no puede ocurrir en formas de vida más elevadas, en la cuales la decisión [sólo] es entre la vida y la muerte, dice el médico de la UTA (Universidad de Tel Aviv).

    Un pequeño número de esas bacterias pueden revertirse a un estado intermedio llamado "competencia", en el cual el ADN —cubierto por [una especie de] "sobre"— puede todavía absorber substancias de su medio ambiente, [pues] el organismo no es todavía una espora. En [semejante] caso, pueden absorber el ADN [desechado por los congéneres convertidos en] esporas, que [se encuentra esparcido en el] medio ambiente, y buscar […] segmentos resistentes a los antibióticos (si el estrés es causado por estas drogas anti bacterianas); o consumir [los restos de ADN] como alimento (si el estrés es debido al hambre).

    Ese estado intermedio causa que unas pocas bacterias "escogidas" sobrevivan, incluso si el medioambiente no regresó a la normalidad, y se reproducen cuando la situación mejora y ya no necesitan ser casi esporas. El inconveniente de esto es que la alternativa irreversible es la muerte si las condiciones no mejoran, con la pérdida definitiva del ADN bacteriano. La investigación descubrió que sólo el 10 % de las bacterias escogían este último estado, y aquí es donde entra en escena la teoría de juegos (el "dilema del prisionero"), explicó Ben Jacob.

    [La "teoría de juegos" es un área de la matemática aplicada que utiliza modelos para estudiar el comportamiento de individuos que interactúan a través de estructuras formalizadas de incentivos (juegos), mediante procesos de decisión. Desarrollada en sus comienzos como una herramienta para entender el comportamiento de la economía local e internacional, se usa actualmente en muchos campos, como en biología, sociología, psicología y filosofía. Experimentó un crecimiento sustancial y se formalizó por primera vez a partir de los trabajos de John von Neumann y Oskar Morgenstern, antes y durante la Guerra Fría, debido sobre todo a su aplicación a la estrategia militar, en particular a causa del concepto de "destrucción mutua asegurada". Ahora bien, desde los años 1970 se ha aplicado a la conducta animal. También, a raíz de ciertos juegos, como el del "dilema del prisionero", en los que el egoísmo generalizado perjudica a los jugadores, la teoría de juegos ha atraído también la atención de los investigadores en informática, usándose en inteligencia artificial y cibernética].

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    [Aunque tiene algunos puntos en común con la "teoría de la decisión", la teoría de juegos estudia decisiones realizadas en entornos donde los participantes interaccionan. En otras palabras, estudia la elección de la conducta óptima por parte de un individuo cuando los costes y los beneficios de cada opción no están fijados de antemano sino que dependen de las elecciones de los otros individuos. Un ejemplo muy conocido de la aplicación de la teoría de juegos a la vida real es el ya mencionado "dilema del prisionero", popularizado por el matemático Albert W. Tucker, el cual tiene muchas implicaciones de cara a comprender la naturaleza de la cooperación humana].

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