Una revisión bibliográfica sobre el diálogo entre la búsqueda de una institucionalidad y el peso de las armas desde Maipú a Loncomilla
Abril 5 de 1818, nueve de la mañana.
Los ejércitos rivales estaban separados apenas por unos siete kilómetros. Morgado y Ordoñez querían trabar combate cuanto antes. En medio del desconcierto y ausencia de mando se ordenó la marcha oblicua. Osorio pretendía deslizarse por el flanco patriota, si la inoperancia de San Martín de lo permitía. Este, desconcertado ante la marcha del enemigo, se disfrazó de campesino y se acercó a las columnas realistas. Desde 500 metros pudo observar el desfile a tambor batiente y banderas desplegadas. "Qué brutos son estos godos -exclamó-. Osorio es más torpe de lo que pensaba". Y volviéndose hacia sus acompañantes, les añadió: "¡El triunfo de este día es nuestro!. El sol por testigo". A las diez de la mañana el ejército patriota salvó el kilómetro y medio que lo distanciaba del realista y se tendió en batalla sobre el borde sur de una loma. El movimiento del ejército patriota obligaba a Osorio a presentar la batalla. Ante lo ya inevitable, sacó al terreno el mejor partido que pudo.
Luego de media hora de incesante cañoneo, San Martín comprendió que sus efectos eran prácticamente nulos, y dio orden de atacar con las dos divisiones. La embestida general corrió distinta suerte en las dos alas. Por un lado, las tropas patriotas de Las Heras cortaron el ala izquierda realista del centro y del ala derecha, por otro, Ordoñez derrotaba completamente a dos batallones de Alvarado, y después rechazaba al batallón Infantes de la Patria enviado de refuerzo por Las Heras. Por un momento creyese asegurada la victoria realista. Más las reservas de Osorio estaban agotadas y las de San Martín intactas.
Cuando la incertidumbre era mayor, se oyó en la retaguardia patriota el toque de carga. San Martín había ordenado el ataque de la reserva. Los cazadores de Freire y de Bueras cargaron sobre el enemigo; la infantería realista empezó a ser copada y rodeada por los batallones patriotas. Pero el Burgos se negaba a rendirse. Sus soldados al grito de "¡Aquí está el Burgos! ¡Dieciocho batallas ganadas, ninguna perdida!", Desplegaron al viento su bandera, y los demás cuerpo siguieron su ejemplo, trabándose un combate demoníaco. Soldados de uno y otro bando se fusilaban a mansalva. Viéndolo todo perdido Osorio se retiró a galope del campo de batalla con el resto de la caballería. Las tropas realistas se replegaron hacia las casas de Lo Espejo y la caballería patriota los acuchillaba impunemente. Cuando las últimas tropas realistas se retiraban, llegó O´Higgins al campo de batalla al frente de unos mil milicianos. Echándole el brazo izquierdo al cuello, gritó a San Martín: "¡Gloria al salvador de Chile!", Y el vencedor le respondió: "General, Chile no olvidará jamás el nombre del ilustre inválido que en el día de hoy se presentó en el campo de batalla en ese estado". El ejército patriota había triunfado en la Batalla de Maipú, dejando en el campo de batalla el 35% de sus efectivos. A pesar de las bajas, el resultado inmediato era el fin de la amenaza realista, tal como escribió San Martín en el parte de la batalla: "Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye. Nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es libre".
Con este triunfo, se abría un escenario totalmente nuevo. Los vencedores, se enfrentaban con el problema de la organización de un territorio que había internalizado un sistema colonial de gobierno. Había que establecer un modelo político nuevo; una organización cívica y administrativa que lograse reemplazar la antigua administración española. En este sentido, nos encontramos con el primer sentimiento de identidad chilena, configurado bajo la doble forma de quiebre político (producto de las guerras de la Independencia), y quiebre de la identidad subjetiva de la nación (la ruptura con el pasado que significaba la administración española).
Este rol de reconstruir un orden político, de "hacer política", de constituir un ideal de estado y nación propio, irían emparejados a la importancia que adquirieron las armas en este periodo formativo del estado chileno. Al respecto, Raymond Aron afirma que "la guerra no es solamente un acto político, sino un verdadero instrumento de la política, una continuación de las relaciones políticas y una realización de éstas últimas por otros medios". En este sentido, cuando se habla de armas, se está refiriendo a los conflictos que vivió la nación durante sus primeros cien años de existencia, como también, el valor e influencia que adquirieron importantes personajes provenientes de la esfera militar. Así, esta revisión bibliográfica busca realizar una observación de la importancia que significó para la constitución del estado, el diálogo y relación establecido con la dimensión de las armas y la guerra a lo largo del siglo XIX. De este modo, la estructura política del Chile del XIX, no se puede comprender en su totalidad, sin asignar la debida importancia de fenómenos de la primera mitad del siglo lo fueron la Guerra de la Independencia, Portales y la Batalla de Lircay, la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, los motines de Urriola y Campino, los presidentes-militares Prieto y Bulnes, y la Guerra Civil de 1851.
El objetivo es visualizar el papel que jugaron las armas y las guerras de primera mitad del siglo XIX, en la creación y consolidación de pilares políticos fundamentales en la estructura del Estado-Nación, aproximándonos a la máxima de Charles Tilly (1990) de que "la guerra hizo al Estado y el Estado hizo la guerra". A modo de ejemplo, el contexto de conflicto que termina con la Batalla de Lircay, permite la aparición de una carta constitucional que va durar hasta 1825. Por otro lado, la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, permitirá el ascenso del componente identitario, dentro de la historia política del Estado. En otras palabras, la guerra se convertiría en un "solidificador de las sociedades políticas".
El presente análisis, se estructura en dos fases de observación. Un primer periodo, que abarca desde la Guerra de la Independencia hasta la Guerra hasta el asesinato de Portales. El segundo análisis, abarca desde la Guerra contra Confederación Perú-Boliviana y la Batalla de Loncomilla. En todo ellos, la intensidad de la relación entre la figura del Estado y las armas fue bastante notoria y significativa. El objetivo, es describir la formación del estado desde la perspectiva de la guerra e influencia militar, tomando como vértices del análisis bibliográfico dos frases claves: Chile como "una tierra de experiencias de guerra" (argumento de Góngora) y donde el origen y consolidación institucional del siglo XIX se forjó bajo "el yunque de espada".
EL CENIT PORTALIANO: De la inestabilidad post-mortem del régimen colonial a la bayoneta de Cerro Barón.
La guerra de la Independencia, fue un periodo de prueba para el embrionario Estado Chileno que emergía en los campos de batalla desde 1813. Desde la formación de la junta en 1810 hasta el triunfo patriota en Maipú, se enmarcan en el deseo de organizarse; de establecer un modelo institucional propio. La respuesta realista ante el deseo de emancipación y autoorganización chileno, fue de no tolerar la subversión.
A pesar de la oposición realista, el proyecto independentista se impuso, y la primera figura institucional que emerge luego del triunfo patriota de 1817 en la Batalla de Chacabuco (y que sienta las bases políticas de la naciente administración), fue la Declaración de la Independencia, la que representa el abandono oficial de la experiencia administrativa española. Sin embargo, consolidado el ideal emancipatorio, por medio de la Batalla de Maipú en 1818, existe una sensación general de inseguridad ante el nuevo escenario político que emerge luego del triunfo de las armas patriotas. Como bien señala un observador de la época, se visualiza a Chile como un Estado "que ha vuelto a la infancia de manera forzada, que se encuentra sin navegación, comercio ni industrias". A pesar de lo anterior, este periodo marca el inicio de un proceso de organización del orden republicano que se refleja en la publicación del proyecto de Constitución Provisoria para el Estado de Chile de 1818, "sancionado por la unanimidad de los electores de la época, que representan a los chilenos desde Copiapó a Cauquenes".
Lo que vivía Chile, no era un proceso aislado. Con las consolidaciones de los distintos procesos de Independencia a lo largo del continente sudamericano, éste mismo dejaba de ser políticamente un continente con sello de gobiernos coloniales, y a medida que los territorios iban siendo liberados de la Corona Española, urgía instalar nuevas estructuras institucionales. De este modo, se iniciaba una de las etapas más arduas y ásperas posteriores a las batallas finales de la Independencia, ya que las estructuras coloniales habían desaparecido y era necesario organizar a las nuevas naciones, como también encontrar un nuevo equilibrio intercontinental y regional "en las dilatadas comarcas devastadas por la lucha armada, conmovidas socialmente, desprovistas de los más elementales recursos económicos". Al respecto, Jaime Eyzaguirre se muestra bastante pesimista en su análisis, donde señala que "el espíritu de los Cabildos arrancaría a América de la Madre Patria para conducirla en breve a la propia desintegración. La independencia política iba a conquistarse con mucha sangre y sacrificando la comunión del cuerpo y del espíritu. Así partida América en veinte pedazos y con un sinfín de recelos y susceptibilidades lugareñas, acabaría lanzándose por una senda cargada de incertidumbres y amenazas". Este es el escenario en que se encuentra Chile en términos políticos (incertidumbre) y militar (los significativos triunfos patriotas de Chacabuco y Maipú).
A partir de 1818 la unidad política en torno a un proyecto aglutinador de Estado-Nación se verá confusa, incierta e inestable. Es decir, personajes de forja militar y de estilos "caudillescos" como O´Higgins, Freire y Pinto, operaban como fuerzas disgregantes (dentro de la misma clase dirigente) en torno a la instauración de un sistema de gobierno estable que reemplazara al antiguo orden colonial. Lo que establecía O´Higgins en cuanto a gobierno Político era derribado y reemplazado por Freire, y éste a su vez era desplazado por Pinto. De cierto modo, la influencia de estos personajes constituían diques a la integración de un orden nacional, ya que la tarea de conciliar los intereses divergentes, y los enfrentamientos internos entre facciones, era de enorme complejidad, e iba a recorrer toda la década del veinte. Así, una vez liberado el territorio chileno de españoles en abril de 1818, Bernardo O´Higgins organizó la naciente república aplicando un autoritarismo progresista, pero fracasó enfrentado por los grandes terratenientes (quienes se hacían representar por un hombre de armas como Freire). Tras estos intentos de organización política, el país conoció una experiencia federalista, que rápidamente desembocó en una situación de crisis ante la rivalidad entre los dueños de la tierra (la clase dirigente) y las pequeñas burguesías urbanas. Esto provocó que el abandono del proyecto federalista. En otras palabras, estos procesos de creación de pilares políticos del prematuro Estado, enmarcado en los proyectos de connotados militares, o bien, en los ensayos constitucionales como el de Mariano Egaña en 1823 o el Federalista de 1828; ellos representan un entramado de "momentos republicanos", de expresiones de deseo de organización política, que las armas habían consolidado desde 1813 (con la expedición de Pareja).
Sin embargo, no es menor, el peso de estos personajes de armas como O´Higgins, Freire, y más tarde, Prieto y Bulnes. Ellos concibieron programas políticos que le permitiesen dar a Chile gobernabilidad e institucionalidad. Para O´Higgins, por ejemplo, la solución era el establecimiento de un gobierno autoritario, una dictadura, la que se fue quedando si base de apoyo. Freire, emerge como el personaje que le desea imprimir el componente pipiolo y liberal a la forma de gobierno del Estado, reflejado en la significativa cantidad de ensayos constitucionales de la época. La indisciplina terminó por resquebrajar su obra. En el caso de Prieto y Bulnes, es hablar de cierta manera del régimen portaliano. A pesar de las diferencias, todos ellos "concibieron su misión fundamental como la formación y consolidación posterior de un estado libre, independiente y soberano." En otras palabras, son el reflejo de la síntesis entre la espada y el deseo político de una institucionalidad de gobierno.
Es en este contexto, en el cual se insertan las demandas de organización del Estado, donde numerosos autores enmarcan la figura de Diego Portales (se diría su contexto de acción). Desde la visión de Mario Góngora y Alberto Edwards, es el personaje que permitiría encauzar el orden y contener las pugnas de la clase dirigente en cuanto organización del poder político en el naciente territorio. Lo destacable, es dentro de la perspectiva de estos autores; en cuanto que sin ser un militar asume las funciones de gatillador del orden y organización del Estado Chileno. Visión opuesta, encontramos en Villalobos, quien afirma que Portales nunca forjó una institucionalidad ni fue un creador de orden, sino que instrumentalizó la búsqueda de organización política para garantizar su interés privado. Sin embargo, el análisis de esta revisión busca visualizar la relación en Portales, el Estado y los conflictos del periodo.
Si fijamos el foco de orientación desde la perspectiva de Edwards y Góngora, es posible identificar el ideal político de gobierno portaliano en una de las cartas enviadas a José Miguel Cea en 1822, donde señala la inviabilidad de un modelo democrático como el norteamericano en países latinoamericanos, y del cuidado que hay que tener de la influencia internacional de los Estados Unidos. Al respecto expresa: "Estados Unidos reconoce la independencia americana, pero cuidado con salir de una dominación para caer en otra. Hay que desconfiar de esos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de la libertad, sin habernos ayudado en nada. Puede ser la conquista de América no por las armas, sino por la influencia en todas las esferas". Con relación a la inviabilidad del modelo democrático señala en esa carta: "La democracia que pregonan esos ilusos, es un absurdo en los países americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, cuando es necesario establecer una buena república. La monarquía no es tampoco el ideal americano, salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué se gana?. La república es el sistema que hay que adoptar, un gobierno fuerte, centralizado, cuyos hombres sean verdaderos hombres de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se haya moralizado, que venga el gobierno liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos". Es una crítica al desorden de la década del veinte, donde participan personajes de estampa militar.
Desde la perspectiva de Edwards, la clave en el orden portaliano es la clase dirigente, la cual por más de veinte años va estar quieta, obediente, dispuesta a prestar apoyo desinteresado y pasivo a todos los Gobiernos, que permitirá establecer el proyecto político de país que buscaba para poder organizar a la nación. Sin embargo, antes y después de ese milagro, la historia política del Chile independiente es la de una fronda aristocrática siempre hostil a la autoridad de los gobiernos, y veces en abierta rebelión contra ellos.
Sin embargo, el elemento revelador en este análisis, es que la clase dirigente (la fronda) nunca fue guerrera y tampoco lo ha sido nunca. A diferencia de la reducida y nada opulenta sociedad pencona, la cual vivía en estrecho contacto con los jefes del ejército. Mario Góngora, al respecto añade, que el país "del Bío-Bío" era un país militar de importancia decisiva y fundamental, que caracterizaba a la imagen de Chile como país de guerra, con relación al país pacificado de La Serena y Santiago. La clase dirigente, la llamada Fronda, no estaba constituida en las armas sino en la tierra, en la hacienda, ya que la experiencia de guerra está ausente en ella. En términos de Edwards, habría una rivalidad y paradoja entre "civilidad y la espada" respecto de la organización del Estado; en la manera de hacer política en la embrionaria nación. Puesto que cuando, el peso de la "civilidad" en las decisiones de la configuración de los pilare organizativos, no lograban imponerse por la civilidad, era necesario recurrir los hombres de armas. En otras palabras, habría una estrecha y paradójica relación entre armas y espada respecto de la organización del Estado, antes de la llegada de Portales, el cual paradójicamente, debió recurrir a la espada y el rifle, para imponer su modelo organizativo.
Lo que deseaba Portales era restaurar material y moralmente la monarquía, no en su principio dinástico (no como sucesión por vínculos de sangre, si eventualmente, a través de elecciones de jefes de gobierno por vía de sufragios "universales"), sino que en sus fundamentos espirituales como fuerza conservadora de orden y de las instituciones. El mismo Edwards refuerza lo anterior al señalar que lo que hizo Portales fue crear una "religión de Gobierno" (Un gobierno respetado por su autoridad, inmutable, superior a los partidos y prestigios personales), basada en una "reacción colonial" núcleo de su sistema político, es decir, el restablecimiento del principio colonial monárquico, pero de carácter impersonal y sin vínculo de sangre; así el Gobierno "no debe estar vinculado a nadie, y mucho menos que a nadie, a él mismo". Se reposaba en una fuerza espiritual orgánica que había sobrevivido al triunfo de la Independencia: "el sentimiento y el hábito de obedecer al Gobierno legítimamente establecido". Pero para llevarlo a la práctica, había que hacer surgir del caos revolucionario un gobierno improvisado, que inspirase desde un principio una la veneración religiosa; es decir, que motivara una restauración moral del país años de anarquía, que tendiera un puente que restableciera la tradición interrumpida.
Para lograr esto, desde la perspectiva de Portales, debía eliminar toda oposición a su proyecto político de organización y orden del Estado, personificado en la figura de Freire. De este modo, se vale de las armas y en la Batalla de Lircay de 1830 consuma "una revolución dentro de la revolución". Consolidado el triunfo, es interesante observar, que organiza la Guardia Nacional sobre el modelo de las milicias de la Colonia (elemento que expresa su ideal de rescate de la herencia colonial en cuanto a sistema de gobierno); "con lo que la sociedad queda jerárquicamente armada frente a una posible resurrección del caudillaje". La batalla misma de Lircay marca un importante hito en el Chile de comienzos de la década del treinta, ya que por orden de Portales, se hizo silencio en torno a esta batalla fraticida, para que el régimen de 1830 surgiera de "la libre voluntad de los pueblos". La derrota de Freire en Lircay, marca un periodo de acelerada evolución institucional.
Bajo el mismo análisis de Edwards, Portales designa al general Prieto, jefe del ejército vencedor de Lircay, como Presidente de la República, por iniciativa y bajo protección del mismo estadista. Sin embargo, es paradójico, ya que es un personaje que representaría las armas, pero a su vez, la impersonalidad del gobierno buscado por Portales. Así, Portales en septiembre de 1831 había llegado a la cumbre de su poder, al consolidar, desde la visión de Alberto Edwards, la formación del "Estado Portaliano". Simon Collier, señala que esta alianza política- militar entre Portales y Prieto, permitió que Chile se ganara una reputación única en Hispanoamérica por la estabilidad política y la continuidad institucional, subrayando el rol del general en este proceso histórico. Collier, afirma que Prieto fue revestido con la inmensa autoridad, casi monárquica, que le fue conferida por la Constitución de 1833.
Mario Góngora, afirma que hacia 1830 surge un gobierno fuerte, extraño paradojalmente al militarismo y a los caudillos de los tiempos de la Independencia, que proclama en la Constitución de 1833 que Chile es una república democrática representativa, pero carente de la virtud clásica del republicanismo, para ser gobernada autoritariamente con celo en el bien público. Desde esta observación, establece una distinción respecto del análisis de Edwards en cuanto la impersonalidad y abstracción del gobierno del "Estado Portaliano". Góngora en este sentido, piensa que en Portales "el principal resorte de la máquina" es lo que llama en sus cartas "los buenos" y "los malos". Los primeros serían los hombres de orden, los hombres de juicio y que piensan; son hombres de conocimiento de juicio, de notorio amor al país y de las mejores intenciones. Los segundos, sobre quienes debe recaer el rigor absoluto de la ley, son los "forajidos", los "lesos y bellacos", aludiendo sin duda a los pipiolos y los conspiradores de cualquier bando. Esto se ve reforzado en una carta enviada por Portales a Joaquín Tocornal en 1832, donde se refleja este deseo de virtud que debe existir en el modelo de "Estado Portaliano": "En cada resolución se dará un gesto de justificación, de imparcialidad, de orden, de respeto a la ley, que insensiblemente irá fijando una marcha conocida en el gobierno; y así vendrá a ganarse el acabar de poner derrota a la impavidez con que en otro tiempo se hacía alarde del vicio, se consagraban los crímenes, y ellos servían de recomendación al gobierno, minando así los cimientos de la moral pública, y rompiendo todos los vínculos que sostienen a todos los hombres reunidos". Para Sergio Villalobos, crítico de la postura épica de Portales, afirma que el principal "resorte de la máquina" es la voluntad y la dureza de los hombres de gobierno y del sector social que representaban.
Por otra parte, Góngora concuerda con Edwards respecto de la centralidad y orden que debía irradiar el sistema portaliano hacia la sociedad, pero considera que la institucionalidad creada tras la Batalla de Lircay, debía apoyarse en una clase dirigente. Esta clase debía estar sujeta obedientemente al gobierno, por el propio interés en el orden público. Esta relación de cooperación y sometimiento, impediría la impersonalidad del gobierno, ya que aristocracia terrateniente (clase dirigente), debe responder a un gobierno claramente definido en su ideal de conseguir el orden público.
En el plano internacional, el "Estado Portaliano" se ve enfrentado a la amenaza de la Confederación Perú-Boliviana de Santa Cruz. Ella emerge como la única rival capaz de derribar al sistema institucional levantado por Portales desde el triunfo de Lircay. Lo anterior, queda reflejado en el temor que siente el estadista sobre de la Confederación, en la carta enviada a Blanco Encalada de 1836. En ella señala que "la posición de Chile frente a la Confederación es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el gobierno, porque ello equivaldría a un suicidio. Esos dos estados siempre serán más que Chile en todo orden de circunstancias y cuestiones". Agrega que "la Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América. Por su extensión geográfica; por sumador población de raza blanca; por sus riquezas; por el dominio que la organización trataría de ejercer en el Pacífico; por el mayor número de gente ilustrada de la raza blanca, muy vinculada a las familias de influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos; por todas estas razones la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco". Es interesante comentar, desde la perspectiva de Jorge Larraín, que el discurso encendido de Portales, sumado a la experiencia misma de la guerra, conlleva a que el conflicto contra la Confederación Perú-Boliviana se manifieste como uno de los tres pilares del surgimiento de la identidad chilena impulsada por las guerras; los otras dos, son la Guerra de Arauco y la Guerra del Pacífico.
La Confederación amenaza la estabilidad del sistema institucional y político chileno. Portales en sus cartas afirma que la clave está en la virtud: "La conquista de Chile por Santa Cruz no se hará por las armas…pero intrigará a los partidos, avivando los odios parciales de los O´Higgins y Freire, echándolos unos contra otros". Es decir, Portales teme que los esfuerzos de instalar un sistema institucional centralizado y fuerte, basado en hombres virtuosos, sea corrompidos por las influencias de Santa Cruz, y provoquen el colapso. Por ello, la única solución es la derrota militar de la Confederación, y por ello se ve reflejado en su carta a Blanco Encalada: "Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre el Pacífico; esta debe ser su máxima ahora y ojalá fuera del Chile para siempre. Las fuerzas militares vencerán por su espíritu nacional, y si no vencerán contribuirán a formar la impresión de que es difícil dominar a los pueblos con carácter". De lo anterior, es importante analizar dos puntos: el dominio del Pacífico y el espíritu nacional. Respecto del primero, se visualiza que todo estado chileno fuerte y centralizado debe ser potencia terrestre y marítima, esta última, reflejada en el dominio del Pacífico. El mismo Góngora al respecto, señala que es posible "que nunca haya sido vista con tanta claridad el destino de Chile, y a ese horizonte histórico de Portales corresponde precisamente la expansión territorial y la expansión comercial marítima de Chile en el siglo XIX". El segundo punto, tiene que ver con el espíritu nacional. Portales, llama a imponerse sobre la Confederación desde la identidad chilena; desde el espíritu guerrero heredado desde las guerras de la Independencia. Góngora, corrobora lo anterior, cuando afirma que cada generación del siglo XIX vivió una guerra: guerras de la Independencia, guerra contra de la Confederación, guerra del Pacífico, y la guerra Civil de 1891. Sin embargo, Portales no alcanza a contemplar el triunfo chileno, pues muere asesinado antes de que la primera expedición militar zarpe del puerto de Valparaíso con la finalidad de enfrentar a la Confederación.
Al respecto, Villalobos afirma que desde que Portales había asumido la dirección política y gubernativa en 1830, las conjuraciones para derrotarlo se habían sucedido unas tras otras, formando un cuadro de permanente inestabilidad y preocupaciones, distando mucho de la tranquilidad atribuida a este periodo por Edwards. En este sentido, describe una ola de conspiraciones militares como la del capitán José María Labbé en 1831; la del comandante Joaquín Arteaga en 1833; la expedición de Freire en 1836; la conspiración en el ejército del sur en 1837. Todas ellas, reflejan un desequilibrio de la relación entre espada e institucionalidad. La última conjura tuvo una larga preparación, y estuvo encabezada nuevamente por militares, como lo fue el coronel José Antonio Vidaurre, en momentos de que las tropas debían preparar su lucha contra la Confederación. El argumento de los conspiradores, era que Portales personificaba un gobierno tiránico que atropellaba los fundamentos de la libertad y era el causante de arrastrarlos a una guerra no justificada. El ministro fue apresado, y en el Cerro Barón, el sargento Santiago Florín, con un grupo de soldados, le dio muerte a punta de proyectiles y bayonetazos.
Resulta paradójico, que el ascenso de Portales a un sitial protagónico en la creación de una institucionalidad "moderna", sea por medio de las bayonetas de Lircay; y termine siendo asesinado por las mismas en el Cerro Barón. La fórmula "civilidad y espada", o en otras palabras, "institucionalidad estatal y espada" persiste sin ninguna modificación, independiente de la visión tanto de Edwards, como su opuesta, la de Villalobos.
VISIONES CAMBIANTES: De una guerra forjadora de identidad a la revolución del último patriota.
Si se remite a la lectura del manifiesto de los conspiradores encabezados por Vidaurre, uno de los motivos del alzamiento contra Portales, era la identificación declara guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, como un acontecimiento injustificado e indeseado: "el proyecto de expedicionar sobre el Perú y por consiguiente, la guerra abierta contra esta república, es una obra forjada más bien por la intriga y la tiranía, que por el noble deseo de reparar agravios a Chile, pues aunque efectivamente subsisten estos motivos, se debía procurar primeramente vindicarlos por los medios incruentos de transacción y de paz, a que parece dispuesto sinceramente el mandatario del Perú".
El propósito de los conspiradores no se cumplió, y la expedición militar encabezada por Blanco Encalada zarpó con destino a las costas del Perú. La indignación frente al asesinato es de tal magnitud, según Carlos Molina, que "de impopular, la guerra pasa a constituirse en la aspiración más profunda de cada chileno". Francisco Antonio Encina, destaca la inesperada reacción del pueblo chileno, que a la postre iba a decidir la contienda. Señala que "artesanos, empleados y jornaleros abandonaban sus hogares y sus ocupaciones para pedir un puesto cualquiera en el ejército, resueltos a reintegrarse a su régimen de vida normal después de cumplido el deber". En términos del análisis de Larraín, la guerra contra la Confederación, señala el primer indicador de identidad nacional, el cual fortalecería los pilares de institucionalidad y gobernabilidad.
Manuel Bulnes, ante la firma del Tratado de Paucarpata, que significó una tratado de paz del ejército de Blanco Encalada con la Confederación sin derramar una bala y que causara revuelo en el país, encabeza un nuevo ejército contra los ejércitos de Santa Cruz. Se suceden los Combates de Guías y del Buin, el Combate Naval de Casma; y finalmente la Batalla de Yungay, que corona el triunfo de las tropas chilenas de Bulnes sobre la Confederación. La última batalla consolidó la imagen del pueblo triunfante, y el arquetipo del "roto chileno", como artífice del triunfo en la Batalla de Yungay, que no escatimaba oportunidad en combate de sacrificarse por su patria. Tal como afirma Benedict Anderson: de ofrendar su vida.
Encina, afirma que a Bulnes, como el personaje vencedor, se lo convirtió en héroe, despertando enorme admiración en el país. La única recompensa que pidió, fue el de reincorporar a los derrotados en Lircay y la reposición del grado y honor a O´Higgins. El general vencedor de Yungay, en 1841, asume el cargo de Presidente de la República, sucediendo Joaquín Prieto, quien luego, del triunfo del Ejército Restaurador, se encargó de organizar la hacienda pública y de retornar a la normalidad institucional, suprimiendo los consejos de guerra de 1837. Es decir, se mantiene esta fuerte relación entre la política organizativa de Estado desde la influencia de las armas. El ganador de Lircay y de Yungay, asumen como líderes políticos de joven Estado.
El gobierno de militar, miembro de la clase dirigente de Concepción, se destacó por ser un periodo de expansión, de avances, progresos, bonanzas y vida intelectual; fueron tiempos de prosperidad del trigo, de la llegada de Ferrocarriles y la explotación de las mineras. Por otra parte, a partir del gobierno de Bulnes se comenzó un plan de formación de la marina de guerra. Se constituyen cuadro de oficiales y de una escuadra permanente, y cuyo primer comandante general fue el ex –Presidente Prieto.
Sin embargo, es menester analizar la tradición portaliana que significaba la figura de Bulnes en la cima del poder del Estado. Portales había frenado el caudillaje en 1830 con una hábil táctica política; la de su empeño en poner a la cabeza del gobierno del país a un general pencón, pues no ignoraba que la sociedad pencona era temible, en cuanto estaba vinculada a los generales del ejército de la frontera, algunos de ellos aristócratas y grandes terratenientes. Tal como señala Edwards: "Desde la Independencia, Concepción hubo de ser escuchada". De esta manera, por más de veinte años la sociedad política de Santiago, administró y configuró las bases políticas bajo el amparo de la "espada de Penco".
A principios de la década del cincuenta, por un lado, se intensificaban los antagonismos entre el gobierno y los opositores liberales. Por otro, concluía el decenio de Bulnes y debía elegirse el candidato del gobierno, que por tradición portaliana, tendría que ser un militar miembro de la sociedad pencona; eventualmente el conocido actor de los principales hechos bélicos desde la Independencia hasta Yungay: el General José María de la Cruz. Sin embargo, arrastrado por las decisiones partidarias del grupo conservador más duro, el Presidente Bulnes se inclina por Manuel Montt como futuro candidato oficialista a la presidencia, quebrando el equilibrio "espada/política".
La situación entró en una espiral de alta complejidad. La clase dirigente percibió que este era el momento de retomar su papel decidor como el que poseía antes de 1830, y esperaban usar a al general de Concepción tal como usaron a Freire en la década del veinte.. Por otra parte, los ciudadanos de Concepción, en febrero de 1851, proclamaron a De La Cruz como candidato independiente.
El conflicto que desembocó en la Batalla de Loncomilla, fue generado específicamente en la no-aceptación por parte del general De La Cruz, del triunfo abrumador de Montt en las elecciones, y la organización de un ejército oficialista al mando de Bulnes, dispuesto a frenar la insurrección contra el gobierno conservador:
"Al llegar a las inmediaciones de Reyes, Bulnes captó el panorama táctico, y de acuerdo a sus jefes, se decidió dar la batalla no obstante haberse frustrado la sorpresa. Envió una columna con la orden de flanquear la derecha enemiga y tomarle a toda costa la espalda. García debía entretener la batalla por el frente con el resto de la infantería y la artillería. Mas, en vez de acatar la orden explícita, desplegó este jefe sus tropas en guerrilla, señalándoles como objetivo la captura de las casas. Los crucistas se defendieron con vivísimo fuego, que no logró, sin embargo, frenar a los atacantes. El campo quedó sembrado de cadáveres.
Mientras en el centro se consumaba la matanza, Baquedano, con el propósito de salvar la batalla ya perdida y sin parar mientes en los profundos barrancos que tenía por delante, ordenó una carga general en masa. Los 900 jinetes se precipitaron como un alud. Los primeros, al llegar al barranco de Barros Negros, empujados por los inmediatos seguidores, cayeron al fondo en confusos montones de hombres y caballos. Bulnes conocía palmo a palmo el terreno, de suerte que pasó por el espacio libre y acuchilló a mansalva a las masas arremolinadas de la caballería enemiga. La carga estuvo a punto de costar la vida al general. La lanza de un soldado cruciata pasó a pocos centímetros de su vientre.
Poco después de las 11 de la mañana, luego de cuatro horas de rudo combate, De la Cruz había perdido toda la caballería y casi un 30% de la infantería. Los restos se replegaron en las casas de Reyes. Toda resistencia era inútil. No tenían víveres ni municiones. La rendición había de producirse fatalmente antes de 48 horas. Pero la tropa gobiernista embistió frontalmente contra los muros erizados de fusiles de las casas de Reyes, perdiendo en tres horas el 30% de los efectivos. Durante cuatro horas se repitieron los ataques. Sordos y ciegos, caían ahora dos o tres por cada defensor abatido. Poco después de las tres de la tarde se agotaron, al fin, las fuerzas sobrehumanas…"
Desde la perspectiva de Edwards, el pronunciamiento del ejercito de sur, encontró a un país indiferente, y "el genio de Portales combatió en Loncomilla al frente de los cuerpos cívicos improvisados que él mismo creara. Desde su tumba asestó aquel último golpe al caudillaje." Desde la visión de Maurice Zeitlin, la guerra civil de 1851 (junto con la de 1859), tendrá una significativa importancia en la contribución y avances de las libertades civiles y los derechos políticos en Chile. Desde la perspectiva de análisis inicial, en cuanto a la relación entre política y espada, la Batalla de Loncomilla, se configura en el enfrentamiento entre dos espadas patriotas, donde la ganadora, no es ninguna de ellas, sino que la institucionalidad del Estado. Es decir, desde las guerras de la Independencia se venía dando un equilibrio entre espada y política, orientado a obtener un beneficio común. Con el resultado "incierto" de Loncomilla (dato revelador, ya que los dos generales se proclamaron vencedores), se rompe el equilibrio entre la espada y la política, en cuanto organización de los pilares del Estado (que no volvería repetirse hasta 1891). Por el contrario, la importancia de la guerra en la dimensión nacional identitaria, heredada de la Batalla de Yungay, permanece estable. Reflejo de ello, el sentimiento nacionalista en la Guerra contra España de 1866 y la Guerra del Pacífico, análisis que merecen investigación aparte.
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CHRISTIAN OROS NERCELLES
Santiago, Diciembre del 2004
Director de Estudios