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Alma bíblica

Enviado por Jesús Castro


  1. Alma
  2. Alma humana

Este artículo pretende contestar lo más eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en los estudios profundos del Génesis: ¿Qué debemos entender por "alma bíblica"; es decir, cuál es el verdadero significado del vocablo "alma" que aparece en las Sagradas Escrituras?

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Alma.

Como ya hemos visto anteriormente, en el artículo G047 (Néfesch), la utilización en la Vulgata Latina del vocablo "anima" para traducir el hebreo "néfesch" marcaría un patrón imborrable de cara al futuro, esto es, respecto a las lenguas románicas o derivadas del latín. Las sucesivas traducciones de la Vulgata a las lenguas románicas emplearían el mismo vocablo latino u otro parecido: un derivado vocabular de "anima", según las características del idioma románico en formación. Así, en español y portugués "ánima" ha pasado a ser "alma"; en francés, "âme"; y en italiano, sin apenas variación, "anima". Por su parte, en inglés la palabra "soul" equivale a la española "alma".

Jerónimo, el autor de la Vulgata Latina, escogió el vocablo "anima" para verter "néfesch" porque no encontró en latín otro término cuyo significado se aproximara más a "néfesch". Al principio, "anima" significaba "viento"; pero posteriormente, en los días de Jerónimo y tal como él la entendió, había llegado a denotar "principio vital y vida". Por lo tanto, es con esta última significación con la que Jerónimo la seleccionó para traducir el término hebreo "néfesch" en su Vulgata.

Bien es verdad que entre "ánima" y "néfesch" no existe una correspondencia semántica (o significación) absolutamente exacta, sino sólo aproximativa. Pero esto no quiere decir que actualmente, en español o en inglés, por ejemplo, no se pueda llegar a adquirir la significación correcta del término bíblico "alma", que ha sustituido a "néfesch". A tal conocimiento se llega por medio de tener una idea del significado del vocablo "nefesch" en el hebreo arcaico y bíblico, una lengua ya muerta, pero sin embargo susceptible de ser bien investigada en los dominios académicos de la filología hebrea. También, y más que nada, el verdadero sentido bíblico de "alma" o "néfesch" se obtiene realmente por el estudio de la Sagrada Escritura en el idioma contemporáneo al que está traducida, merced a disponer de una buena y fiable concordancia y entonces pasar a examinar todos los pasajes bíblicos en que coherentemente aparece "alma" (en sustitución de "néfesch"); así se llega a la denominada "definición bíblica del término", la más fiable.

NOTA:

Es interesante observar el carácter adaptativo, dinámino y evolutivo que posee toda lengua viva (lengua que actualmente está en uso cotidiano por una comunidad de hablantes), dependiente siempre de la cantidad de sus usuarios, ubicados éstos en el espacio y el tiempo. Por consiguiente, la misma flexibilidad, impredecibilidad y versatilidad de los usuarios cotidianos de una lengua es lo que confiere a ésta su cualidad de fenómeno huidizo y difícilmente precisable; así, pues, en el mejor de los casos, sólo es tratable de forma aproximativa y estadísticamente incompleta.

Las lenguas muertas (actualmente en desuso cotidiano) nacieron, se desarrollaron y murieron de manera similar a la forma en que progresan los seres vivos. No debería ser muy extraño esto, pues una lengua no es más que el sumatorio difuso de la vitalidad de una comunidad de personas en la que sólo se tiene en cuenta el fenómeno del habla.

Entre las "lenguas muertas" figuran algunas denominadas "clásicas", como el hebreo, el griego y el latín. Sin embargo, con cierta frecuencia han sido "resucitadas" parcialmente algunas de ellas para ser usadas como coadyuvantes en la elaboración de nuevos términos académicos, científicos y tecnológicos. Por ejemplo, la palabra "átomo", empleada en Física y Química con muchísima frecuencia, está formada por la conjunción de los vocablos griegos "a" (no) y "tomo" (divisible).

El aumento progresivo del conocimiento académico, científico, cultural, tecnológico y general de la humanidad hace que las lenguas contemporáneas relevantes dispongan de los elementos necesarios para acoger dichos avances cognitivos, entre los que se encuentran todos los avances filológicos. Esto quiere decir, por ejemplo, que el español actual es capaz de dar cabida a todo el saber contemporáneo mientras que el español de hace 500 años no podría hacerlo, pues no estaría adaptado convenientemente. Mucho menos, pues, una lengua muerta, como el latín o el griego koiné.

Más aún, mientras que el español de nuestros días puede albergar todo el conocimiento filológico que corresponde al latín y entender perfectamente esta lengua muerta, no puede decirse lo mismo del latín con respecto al español actual. El latín es una lengua del pasado, adaptada a su época y congelada en el tiempo, por decirlo así. Intentar verter al latín todo el caudal del español comtemporáneo equivaldría a "resucitar" dicha lengua muerta y "transformarla" en otra clase de latín capaz de dar cabida a todo ese caudal cognitivo que ha venido a existir (y a transformar la lengua) posteriormente.

Estas consideraciones son aplicables también a las lenguas muertas que sirvieron de soporte a la Sagrada Escritura, tales como el hebreo bíblico, el griego koiné y el latín. Las actuales lenguas contemporáneas, como el español, pueden contener toda la filología relativa a dichas lenguas antiguas; pero esas viejas lenguas, congeladas en el tiempo, no pueden contener todo el saber contemporáneo que sí admite el español actual.

La Sagrada Escritura, incluido el Génesis, se caracteriza por su dinamismo cognoscitivo; es decir, por ser susceptible de ofrecer un entendimiento progresivamente aumentante del Creador, de su propósito y de la guía que supone para el ser humano. Por ejemplo, la grandeza de Dios es hoy más relevante que antes, gracias a los descubrimientos astronómicos (ver G048, Hebreo Arcaico, página 4). Esto se comprende bien en el español contemporáneo, que dispone de la terminología técnica apropiada, pero sería bastante incomprensible en el hebreo arcaico. Para que dicha limitación dejara de serlo en el hebreo arcaico, tal idioma antiguo debería a su vez ser transformado y convertido en una especie de hebreo contemporáneo, contra la definición de hebreo arcaico (lengua muerta, congelada en el tiempo).

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Se puede comprender ahora, tal vez, por qué el Supremo Hacedor no ha requerido de sus fieles que preserven el hebreo arcaico como una lengua sagrada, invariable e inamovible. Él permitió que el primer hombre hiciera progresar a su libre albedrío el idioma primigenio, por medio de dar nombres a los animales. Su revelación, la Sagrada Escritura, debería propagarse a todos los idiomas. No hay base para pensar que deba existir una lengua sagrada, superior a las demás en cuanto a preservar la verdad revelada. El error humano, o su mala condición de corazón, puede tergiversar cualquier verdad en cualquier idioma, incluso en un supuesto idioma sagrado (ver G048, Hebreo Arcaico, página 3, nota).

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Tocante al término bíblico ALMA, la obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS, tomo 1, editada en español en 1991 por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, páginas 94-98, dice en parte:

«El uso dado en el contexto bíblico a los términos originales (hebreo néfesch [?!?!?]; griego psykjé [????]) muestra que la palabra "alma" se refería tanto a una persona como a un animal o a la vida que hay en ambos. Sin embargo, la idea que la palabra "alma" comunica hoy a la mayoría de la gente no concuerda con el significado de los términos hebreo y griego que emplearon los escritores bíblicos inspirados. Éste es un hecho cada vez más reconocido. Ya en 1897, después de un análisis detallado del uso de néfesch, el profesor C.A. Briggs hizo la siguiente observación en el "Journal of Biblical Literature" (volumen 16, página 30): "El uso que en la actualidad se le da en inglés a la palabra alma por lo general transmite un significado muy diferente de ??? [néfesch] en hebreo, y es fácil que el lector incauto la interprete mal". Lo mismo pudiera decirse respecto al uso de la palabra "alma" en nuestro idioma.

Más recientemente, cuando la "Sociedad de Publicaciones Judías de América" editó una nueva traducción de la Torá —los cinco primeros libros de la Biblia—, el jefe de redacción, H.M. Orlinsky, de la universidad Hebrew Union, dijo que la palabra "alma" casi se había eliminado de dicha traducción porque "la palabra hebrea que se trata aquí es "nefesch"". Añadió que "otros traductores habían interpretado que ésta significa "alma", algo completamente inexacto. La Biblia no dice que tengamos un alma. "Nefesch" es la persona misma, su necesidad de alimentarse, la mismísima sangre de sus venas, su propio ser" (The New York Times, 12 de octubre de 1962).

La dificultad estriba en que los significados que se suelen atribuir a la palabra "alma" no se derivan principalmente de las Escrituras Hebreas o de las Griegas Cristianas, sino de la antigua filosofía griega, que en realidad es pensamiento religioso pagano. El filósofo griego Platón, por ejemplo, puso en boca de Sócrates las siguientes palabras: "El alma, […] que se separa pura, sin arrastrar nada del cuerpo, […] se va hacia lo que es semejante a ella, lo invisible, lo divino, inmortal y sabio, y al llegar allí está a su alcance ser feliz, apartada de errores, insensateces, terrores, […] y de todos los demás males humanos, […] para pasar de verdad el resto del tiempo en compañía de los dioses" (Fedón, 80 d, e; 81 a).

En contraste directo con la enseñanza griega de que psy·kjé (alma) es inmaterial, intangible, invisible e inmortal, las Escrituras muestran que cuando psy·kjé y né·fesch se utilizan con respecto a las criaturas terrestres, ambas se refieren a lo que es material, tangible, visible y mortal.

La "New Catholic Encyclopedia" (1967, volumen 13, página 467) dice: "Nepes [né·fesch] es un término mucho más abarcador que nuestro vocablo "alma", pues significa vida (Éx 21.23; Dt 19.21) y sus diversas manifestaciones vitales: respiración (Gé 35.18; Job 41.13[21]), sangre (Gé 9.4; Dt 12.23; Sl 140[141].8), deseo (2Sa 3.21; Pr 23.2). El alma en el AT [Antiguo Testamento] no significa una parte del hombre, sino el hombre completo: el hombre como ser viviente. De manera similar, en el NT [Nuevo Testamento] significa la vida humana: la vida de la persona, el sujeto consciente (Mt 2.20; 6.25; Lu 12.22-23; 14.26; Jn 10. 11, 15, 17; 13.37)".

La traducción católica romana "The New American Bible", en su "Glosario de términos de la teología bíblica" (páginas 27, 28), dice: "En el Nuevo Testamento, "salvar uno su alma" (Mr 8:35) no significa salvar alguna parte "espiritual" del hombre, como algo en oposición a su "cuerpo" (en el sentido platónico), sino a la persona completa, destacando el hecho de que la persona vive, desea, ama y ejerce su voluntad, etc., además de ser algo concreto y físico" (publicada por P.J. Kenedy & Sons, Nueva York, 1970).

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Né·fesch viene de una raíz que significa "respirar", y en un sentido literal se podría traducir como "un respirador". El "Lexicon in Veteris Testamenti Libros" (de Koehler y Baumgartner, Leiden, 1958, página 627) la define como "la sustancia que respira, que hace del hombre y del animal seres vivientes, Gé 1: 20, el alma (estrictamente diferente de la noción griega del alma), el asiento de la cual es la sangre, Gé 9: 4f; Le 17:11; Dt 12:23: (249 veces) […] alma = ser viviente, individuo, persona".

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La palabra griega psy·kjé se define en los léxicos griego-inglés como "vida", y "el ser o la personalidad consciente como centro de las emociones, deseos y afectos", "un ser vivo", y esos léxicos muestran que ese término se usó para referirse a "animales" no sólo en la Biblia, sino en obras griegas. Por supuesto, como esas fuentes tratan principalmente de los escritos griegos clásicos, también incluyen todos los significados que los filósofos griegos paganos dieron a esa palabra, como: "espíritu difunto", "el alma inmortal e inmaterial", "el espíritu del universo" y "el principio inmaterial del movimiento y la vida". Seguramente, el término psy·kjé también se aplicaba a la "mariposa" o "polilla", criaturas que experimentan una metamorfosis, transformándose de oruga en criatura alada, debido a que algunos de los filósofos paganos enseñaron que el alma salía del cuerpo al momento de morir (Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, revisión de H. Jones, Oxford, 1968, páginas 2026, 2027; New Greek and English Lexicon, de Donnegan, 1836, página 1404).

Los escritores griegos antiguos aplicaron psy·kjé de diversas maneras inconsecuentes, pues sus filosofías personales y religiosas influían en el uso que le daban a dicho término. De Platón, a cuya filosofía se pueden atribuir (como por lo general se reconoce) las ideas comunes en cuanto al "alma", se dice: "Mientras que a veces habla de una de las [supuestas] tres partes del alma, la "inteligente", como una necesariamente inmortal, mientras que las otras dos son mortales, también habla como si hubiera dos almas en un cuerpo: una inmortal y divina, y otra mortal" ("Thoughts on the Tripartite Theory of Human Nature", de A. McCaig, en The Evangelical Quarterly, Londres, 1931, volumen 3, página 121).

En vista de esta inconsecuencia en los escritos no bíblicos, es imprescindible dejar que las [Santas]

Escrituras hablen por sí mismas, mostrando lo que los escritores inspirados querían decir cuando utilizaban el término griego psy·kjé o el hebreo né·fesch. Este último aparece 754 veces en el texto masorético de las Escrituras Hebreas y psy·kjé aparece 102 veces en el texto de Westcott y Hort de las Escrituras Griegas Cristianas; en total, 856 veces. Debido a este uso frecuente, es posible determinar con exactitud el sentido que tenían estas voces para los escritores bíblicos inspirados y el que deberían transmitir al lector moderno. Al efectuar este examen, se observa que, a pesar del sentido amplio de estos términos y sus diferentes matices, no hay inconsecuencia ni confusión entre los escritores bíblicos en lo relacionado con la naturaleza del hombre, como sucedió entre los filósofos griegos del llamado período clásico.

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Né·fesch aparece por primera vez en Génesis 1:20-23. En el quinto "día" creativo Dios dijo: ""Enjambren las aguas un enjambre de almas vivientes [né·fesch], y vuelen criaturas voladoras por encima de la tierra […]". Y Dios procedió a crear los grandes monstruos marinos y toda alma viviente [né·fesch] que se mueve, los cuales las aguas enjambraron según sus géneros, y toda criatura voladora alada según su género". Con referencia al sexto "día" creativo, né·fesch se aplica de manera similar al "animal doméstico y animal moviente y bestia salvaje de la tierra", pues se dice que son "almas vivientes" (Génesis 1:24).

En las instrucciones que Dios dio al hombre después de crearlo, utilizó de nuevo el término néfesch para referirse a la creación animal: "Todo lo que se mueve sobre la tierra en que hay vida como alma [literalmente, en lo que hay alma viviente (né·fesch)]" (Génesis 1:30). Otros pasajes donde se designa así a los animales son: Génesis 2:19; 9:10-16; Levítico 11:10,46; 24:18; Números 31:28; Ezequiel 47:9. Ha de notarse que las Escrituras Griegas Cristianas también aplican la palabra griega psy·kjé a animales, como en Revelación 8:9 y 16:3, donde se utiliza con relación a las criaturas del mar.

Por tanto, las [Sagradas] Escrituras muestran con claridad que né·fesch y psy·kjé se utilizan para designar a la creación animal inferior al hombre. No obstante, veremos que estos mismos términos también aplican al hombre.

Exactamente la misma expresión hebrea que se usa para la creación animal, a saber, "néfesch jaiyáh" (alma viviente), se aplica a Adán cuando se dice que después que Dios formó al hombre del polvo del suelo y sopló en sus narices el aliento de vida, "el hombre vino a ser alma viviente" (Génesis 2:7). El hombre era diferente de la creación animal, pero esa distinción no se debía a que él fuese un né·fesch (alma) y los animales no, sino más bien, a que, como muestra el registro, sólo el hombre fue creado "a la imagen de Dios" (Génesis 1:26,27). Se le creó con cualidades morales como las de Dios, y muy superior a los animales en poder y sabiduría; por consiguiente, podía tener en sujeción a todas las formas inferiores de vida animal (Génesis 1:26,28). El organismo del hombre era más complejo y versátil que el de los animales. (Compárese con 1 Corintios 15:39). Además, Adán tenía la perspectiva de vivir para siempre, aunque luego la perdió, algo que nunca se ha dicho de las criaturas inferiores al hombre (Génesis 2:15-17; 3:22-24).

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Es verdad que el relato dice que "Dios procedió a soplar en las narices del hombre aliento [una forma de nescha·máh] de vida", mientras que no se dice lo mismo de la creación animal. Sin embargo, hay que tener presente que el relato de la creación del hombre es mucho más detallado que el de la creación de los animales. Además, en Génesis 7:21-23 se narra la destrucción que el Diluvio causó a "toda carne" que estaba fuera del arca, tanto a los animales como a las personas, y entonces dice: "Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento [una forma de nescha·máh] de la fuerza de vida, a saber, cuanto había en el suelo seco, murió". Es obvio que el aliento de vida de las criaturas animales también vino originalmente del Creador, Jehová Dios.

El "espíritu" (hebreo rú·aj; griego pnéu·ma) o fuerza de vida del hombre tampoco es distinto de la fuerza de vida de los animales, pues Eclesiastés 3:19-21 dice que "todos tienen un solo espíritu [werú·aj]".

El relato dice que el hombre "vino a ser alma viviente"; por lo tanto, el hombre era un alma, no tenía un alma inmaterial, invisible e intangible que residiera dentro de él. El apóstol Pablo muestra que la enseñanza cristiana no difería de la enseñanza hebrea primitiva, pues cita de Génesis 2:7 y dice: "Así también está escrito: "El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente [psy·kjén zó·san]". […] El primer hombre procede de la tierra y es hecho de polvo" (1 Corintios 15:45-47).

En Génesis se muestra que el alma viviente resulta de la combinación del cuerpo terrestre con el aliento de vida. La expresión "aliento de la fuerza de vida [literalmente, aliento del espíritu, es decir, fuerza activa (rú·aj), de vida]" (Génesis 7:22) indica que la fuerza de vida o "espíritu" que hay en todas las criaturas, tanto humanas como animales, se sostiene por medio de la respiración (al aspirar el oxígeno del aire). Esta fuerza de vida se halla en toda célula del cuerpo de la criatura.

Como el término né·fesch se refiere a la criatura misma, deberían atribuirse a esta palabra las funciones o características normales propias de criaturas físicas. Éste es precisamente el caso en las [Sagradas] Escrituras. Se dice que né·fesch (alma) come carne, grasa, sangre o cosas materiales similares (Le 7:18,20, 25,27; 17:10, 12,15; Dt 23:24); tiene hambre o desea con vehemencia alimento y bebida (Dt 12:15, 20,21; Sl 107:9; Pr 19:15; 27:7; Isa 29:8; 32:6; Miq 7:1); es engordada (Pr 11:25); ayuna (Sl 35:13); toca cosas inmundas, tal como un cuerpo muerto (Le 5:2; 7:21; 17:15; 22:6; Nú 19:13); es "secuestrada" o "alguien se apodera de ella como prenda" (Dt 24:6,7); hace trabajo (Le 23:30); se refresca con agua fría cuando está cansada (Pr 25:25); es comprada (Le 22:11; Eze 27:13); dada como ofrenda para cumplir un voto (Le 27:2); es puesta "en hierros" (Sl 105:18); se desvela (Sl 119:28), y lucha por aliento (Jer 15:9).

Puede observarse que en muchos textos se hace referencia a "mi alma", "tu alma", "su alma", etc.

Esto es debido a que né·fesch y psy·kjé pueden significar la persona misma como alma. Por lo tanto, a menudo es posible expresar el sentido del término por medio de pronombres personales. En cuanto a esto, el "Lexicon in Veteris Testamenti Libros" (página 627) explica que "mi néphesh" significa "yo" (Gé 27:4,25; Isa 1:14); "tu néphesh" significa "tú" (Gé 27:19,31; Isa 43:4; 51:23); "el néphesh de él" significa "él, él mismo" (Nú 30:2; Isa 53:10); "el néphesh de ella" significa "ella, ella misma" (Nú 30:5-12), etc.

El término griego psy·kjé se utiliza de manera similar. El "Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento" (de W.E. Vine, volumen 1, página 79), da como uno de sus usos: "(i) el equivalente a los pronombres personales, utilizado para énfasis y efecto: 1ª persona, Jn 10:24 ("nosotros"); He 10:38; cp. Gn 12:13; Nm 23:10; Jue 16:30; Sal 120:2 ("me"); 2ª persona, 2 Co 12:15; He 13:17", etc.

Tanto né·fesch como psy·kjé también se utilizan para referirse a vida, no tan sólo como una fuerza o principio abstracto, sino vida como criatura, humana o animal. Né·fesch (alma) no se utilizó con referencia a la vida vegetal, ni durante su creación en el tercer "día" creativo (Gé 1:11-13) ni más tarde».

Alma humana.

A lo largo de la historia de la humanidad, siempre ha habido individuos preclaros que han conseguido elevarse muy por encima de los atavismos culturales del entorno y han alcanzado a ver más allá que la mayoría de sus contemporáneos. Tal es el caso de Copérnico, Galileo, Newton, Pasteur y otros. El estudio profundo, la perspicacia y la honestidad intelectual les ha permitido, en general, obtener una visión aventajada y con frecuencia distinta del punto de vista comúnmente aceptado.

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El literato inglés John Milton fue un hombre de esta clase. Acerca de él, la revista LA ATALAYA del 15-9-2007, publicada por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, dice, en parte, lo siguiente, en sus páginas 11 a 13:

«Pocos escritores han influido tanto en el mundo de su tiempo como John Milton, célebre autor del poema épico inglés "El paraíso perdido". Como señaló cierto biógrafo, era un hombre al que "muchos amaban, algunos odiaban, pero muy pocos ignoraban". Y hasta el día de hoy, la cultura y la literatura inglesas le deben mucho a su trabajo.

¿Cómo llegó John Milton a ejercer tanta influencia? ¿Y por qué su última obra, titulada "Tratado de doctrina cristiana", resultó tan polémica que no se publicó hasta ciento cincuenta años después?

John Milton nació en 1608 en el seno de una familia acomodada de Londres. Él mismo dijo: "Mi padre me inculcó el deseo de estudiar literatura desde la infancia, y llegó a entusiasmarme tanto que, a partir de los 12 años, rara vez me retiraba a dormir antes de la medianoche". Sus excelentes resultados académicos lo llevaron a obtener una maestría en Cambridge en 1632. En los años siguientes siguió leyendo con interés libros de historia y literatura clásica.

Milton deseaba ser poeta, pero en aquella época Inglaterra estaba sumida en una revolución política. El Parlamento, con Oliver Cromwell a la cabeza, formó un tribunal que ejecutó al rey Carlos I en 1649. Y gracias al estilo persuasivo con que defendió aquel acto, Milton se convirtió en portavoz del gobierno de Cromwell. De hecho, aun antes de adquirir fama como poeta, John Milton ya era conocido por sus tratados sobre política y moralidad.

Sin embargo, en 1660 cambió su situación. Al restaurarse la monarquía con la coronación de Carlos II, Milton se vio en peligro de muerte debido a su conexión con Cromwell. Decidió ocultarse, y fue sólo gracias a la influencia de algunos amigos poderosos como este escritor salvó su vida. Con todo, su interés por los asuntos espirituales no disminuyó en ningún momento.

El propio Milton describe cómo empezó a interesarse por lo espiritual: "Siendo todavía muy joven, comencé por realizar un estudio concienzudo del Antiguo y del Nuevo Testamento en los idiomas originales". Milton consideraba que las Santas Escrituras eran la única guía confiable en cuestiones espirituales y morales. Pero cuando analizó los libros religiosos tradicionales, quedó profundamente decepcionado. Más tarde escribió: "Llegué a la conclusión de que mi credo y mi esperanza de salvación no podían basarse en aquellos libros". Así que decidió analizar sus creencias empleando únicamente "la Biblia como vara de medir". Con este fin, se puso a confeccionar listas de textos clave organizados por temas, listas que después utilizaba para citar textos bíblicos.

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Hoy día se recuerda a John Milton sobre todo por ser el autor de "El paraíso perdido", una adaptación poética del relato bíblico sobre la caída del hombre en el pecado y su pérdida de la perfección (Génesis, capítulo 3). Esta obra, editada por primera vez en 1667, fue la principal impulsora de su fama literaria, sobre todo entre los anglohablantes. Varios años después publicó una continuación, titulada "El paraíso recobrado". Ambos poemas exponen el propósito original de Dios para el hombre —disfrutar de una vida perfecta en un paraíso terrestre— y señalan al tiempo en que Dios, mediante Cristo, restaurará el Paraíso en la Tierra. Por ejemplo, en "El paraíso perdido", el arcángel Miguel predice el tiempo en que Cristo va a "otorgar a sus fieles el premio, y recibirlos en su felicidad, sea en el Cielo o en la Tierra, porque entonces la Tierra entera será todo un Paraíso, una mansión mucho más deliciosa que ésta del Edén lo ha sido nunca, y los días serán más venturosos".

Milton albergó durante años el deseo de realizar un estudio que abarcara todo aspecto de la vida y la doctrina cristianas. Pese a que para 1652 se había quedado totalmente ciego, trabajó en dicho tratado con la ayuda de varios secretarios hasta su muerte, acaecida en 1674. Lo tituló "Tratado de doctrina cristiana basado únicamente en las Santas Escrituras", y en su prólogo escribió: "La mayoría de los autores que han afrontado esta tarea […] han relegado a los márgenes, con breves referencias al capítulo y el versículo, los pasajes bíblicos en los que se basa todo lo que enseñan. Por el contrario, yo me he esforzado por colmar mis páginas de citas extraídas de toda la Biblia". Fiel a su palabra, en el "Tratado de doctrina cristiana", Milton hace referencia a la Biblia o cita de ella en más de nueve mil ocasiones.

Sin embargo, aunque hasta entonces no había tenido reparos en expresar sus opiniones, Milton decidió no publicar este tratado. ¿Por qué? Por un lado, sabía que sus explicaciones bíblicas discrepaban sensiblemente de las enseñanzas tradicionales de la Iglesia. Por otro, la restauración de la monarquía le había hecho perder el favor del gobierno. De modo que posiblemente estuviera esperando un momento más propicio para publicar su obra. Sea como fuere, tras la muerte de Milton, su secretario llevó el manuscrito en latín a un editor, pero éste se negó a imprimirlo. Entonces, un ministro del gobierno confiscó el manuscrito y lo archivó. Tendría que pasar un siglo y medio antes de que el tratado de Milton saliera a la luz.

En 1823, un funcionario encontró, envuelto en papel, el manuscrito del célebre poeta. El entonces rey de Inglaterra, Jorge IV, ordenó que la obra se tradujera del latín y luego se hiciera pública. Cuando dos años más tarde aquel manuscrito fue publicado en inglés, originó una acalorada polémica en los círculos literarios y teológicos. Cierto obispo catalogó enseguida el manuscrito de fraude, negándose a creer que Milton —que para muchos era el poeta religioso más importante de Inglaterra— hubiera rechazado tan firmemente las apreciadas doctrinas de la Iglesia. Sin embargo, el traductor, previendo tal reacción y con la intención de confirmar la autoría de Milton, había incluido en su edición numerosas notas a pie de página que detallaban 500 paralelos entre el Tratado de doctrina cristiana y "El paraíso perdido".

Para el tiempo en que Milton vivió, Inglaterra había abrazado la Reforma protestante y había roto con la Iglesia Católica. La gran mayoría de los protestantes creían que las Santas Escrituras —y no el papa — eran la única autoridad en temas de fe y moralidad. No obstante, al escribir el "Tratado de doctrina cristiana", Milton demostró que muchas enseñanzas y prácticas protestantes tampoco armonizaban con la Biblia. Basándose en su conocimiento bíblico, rechazó la doctrina calvinista de la predestinación y adoptó en su lugar la creencia en el libre albedrío. Además, fomentó el uso respetuoso del nombre de Dios, Jehová, al emplearlo asiduamente en sus escritos.

Milton defendió con las Escrituras que el alma humana sí muere. En un comentario sobre Génesis 2:7, escribió: "Después que el hombre fue creado de esta manera, finalmente se nos dice: Así el hombre llegó a ser un alma viviente. […] El hombre no es doble o separable; no está compuesto, como suele creerse, por dos elementos distintos y diferenciados: alma y cuerpo. Por el contrario, el hombre en sí es el alma, y el alma es el hombre". Entonces Milton planteó la siguiente pregunta: "¿Muere el hombre completo, o sólo el cuerpo?". Después de ofrecer un buen número de textos bíblicos que demuestran que ninguna parte del ser humano sobrevive a la muerte, añadió: "Pero la explicación más convincente que puedo aportar sobre la muerte del alma es la que Dios mismo provee en Ezequiel 18:20: el alma que pecare, esa morirá". También citó textos como Lucas 20:37 y Juan 11:25 a fin de probar que para los seres humanos que han muerto existe la esperanza de resucitar en el futuro».

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Autor:

Jesús Castro