Las flores del mal, por Charles Baudelaire (página 4)
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo S.
¿Conoces, como yo, el dolor sabroso?,
Y de ti haces decir: "¡Oh, que hombre singular!"
-Iba yo a morir. Era aquello en mi alma amorosa,
Deseo mezclado al horror, un mal particular;
Angustia y viva esperanza, sin humor ficticio.
Cuanto más se vaciaba la fatal ampolleta,
Más áspera y deliciosa era mi tortura;
Todo mi corazón se desprendía del mundo familiar.
Me sentía cual el niño ávido del espectáculo,
Aborreciendo el telón como se odia un obstáculo…
Finalmente la verdad fría se reveló:
Estaba yo muerto, inesperadamente, y la famosa auroraMe envolvía.
– Y, ¿qué? Entonces, ¿no es más que esto?
La cortina se había alzado y yo esperaba todavía.
1860.
CXXVI
EL VIAJE
A Máxime du Camp
I
Para el niño, enamorado de mapas y estampas,
El universo es igual a su vasto apetito.
¡Ah! ¡Cuan grande es el mundo a la claridad de las lámparas!
¡Para las miradas del recuerdo, el mundo qué pequeño!
Una mañana zarpamos, la mente inflamada,
El corazón desbordante de rencor y de amargos deseos,
Y nos marchamos, siguiendo el ritmo de la onda
Meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares.
Algunos, dichosos al huir de una patria infame;
Otros, del horror de sus orígenes, y unos contados,
Astrólogos sumergidos en los ojos de una mujer,
La Circe tiránica de los peligrosos perfumes.
Para no convertirse en bestias, se embriagan
De espacio y de luz, y de cielos incendiados;
El hielo que los muerde, los soles que los broncean,
Borran lentamente la huella de los besos.
Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten
Por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos,
De su fatalidad jamás ellos se apartan,
Y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Vamos!
¡Son aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes,
Y que como el conscripto, sueñan con el cañón,
En intensas voluptuosidades, mutables, desconocidas,
Y de las que el espíritu humano jamás ha conocido el nombre!
II
Imitamos ¡horror! al trompo y la pelota
En su danza y sus saltos; hasta en nuestros sueños
La Curiosidad nos atormenta y nos envuelve,
Como un Ángel cruel que fustigará soles.
¡Singular fortuna en la que el final se desplaza,
Y no estando en parte alguna, puede hallarse por doquier!
¡Donde el Hombre, que jamás la esperanza abandona,
Para lograr el reposo corre siempre como un loco!
Nuestra alma es nave de tres palos buscando su Icaria;
Una voz resuena en el puente: "¡Atención!"
Una voz desde la cofa, ardiente y loca, clama
:"¡Amor… gloria… felicidad!" ¡Infierno! ¡Es un escollo!
Cada islote señalado por el vigía
Es un Eldorado prometido por el Destino;
La imaginación, que acucia su orgía
No halla más que un arrecife al amanecer.
¡Oh, el infeliz enamorado de tierras quiméricas!
¿Habrá que engrillar y arrojar al mar,
A este marinero borracho, inventor de Américas
Para el cual el espejismo toma el remolino más amargo?
Como el viejo vagabundo, chapaleando en el lodo
Sueña, husmeando en el aire, brillantes paraísos;
Su mirada hechizada descubre una Capúa
En cuanto lugar la candela alumbra un tugurio.
III
¡Asombrosos viajeros! ¡Qué nobles relatos
Leemos en vuestros ojos profundos como los mares!
Mostradnos los joyeros de vuestras ricas memorias,
Esas alhajas maravillosas, hechas de astros y de éter.
¡Deseamos viajar sin vapor y sin velas!
Para ahuyentar el tedio de nuestras prisiones,
Haced desfilar nuestros espíritus, tensos como un lienzo,
Vuestros recuerdos enmarcados por horizontes.
Decid, ¿qué habéis visto?
IV
"Hemos visto astros
Y olas; hemos visto playas además;
Y, malgrado muchos choques e imprevistos desastres,
Nos hemos hastiado, a menudo, como aquí.
El esplendor del sol sobre el mar violáceo,
El esplendor de las ciudades en el sol poniente,
Encendían en nuestros corazones el impulso inquietante
De sumergirnos en el cielo con su reflejo fascinante.
Las más ricas ciudades, los más amplios paisajes,
Jamás contenían el atractivo misterioso
De aquellos que el azar forma con las nubes.
¡Y siempre el deseo nos tornaba inquietos!
-El gozo acrecienta del deseo la fuerza.
¡Deseo, viejo árbol, al cual el placer sirviéndole de abono,
Entretanto acrecienta y endurece tu corteza,
Tus ramas quieren ver el sol de más cerca!
¿Crecerás siempre, gran árbol, más vivaz
Que el ciprés? -Sin embargo, nosotros, con cuidado,
Recogimos algunos croquis para vuestro álbum voraz,
¡Hermanos que encontráis bello todo cuanto viene de lejos!
Hemos saludado ídolos engañosos;
Tronos constelados de joyas luminosas;
Palacios adornados cuya feérica pompa
Sería para vuestros banqueros un sueño ruinoso;
Vestimentas que son para la vista una embriaguez;Mujeres cuyos dientes y las uñas están pintados,Y juglares sabios que la serpiente acaricia."
V
Y después, y después. ¿Todavía, qué más?
VI
"¡Oh, cerebros infantiles!"
Para no olvidar el tema capital,
Hemos visto en todas partes, y sin haberlo buscado,
Desde arriba hasta abajo la escala fatal,
El espectáculo enojoso del inmortal pecado:
La mujer, esclava vil, orgullosa y estúpida,
Sin reír extasiándose y adorándose sin repugnancia;
El hombre, tirano goloso, lascivo, duro y ávido,
Esclavo de la esclava y arroyo en la cloaca;
El verdugo que goza, el mártir que solloza;
La fiesta que sazona y perfuma la sangre;
El veneno del poder enervando al déspota,
Y el pueblo amoroso del látigo embrutecedor;
Muchas religiones semejantes a la nuestra,
Todas escalando el cielo; la Santidad,
Cual un lecho de plumas donde un refinado se revuelca,
En los clavos y la cerda, buscando la voluptuosidad;
La Humanidad habladora, ebria de su genialidad,
Y enloquecida, hoy como lo estaba ayer,
Clamando a Dios, en su furibunda agonía:
"¡Oh, mi semejante, oh mi señor, yo te maldigo!"
Y los menos necios, atrevidos amantes de la Demencia,
Huyendo del gran rebaño acorralado por el Destino,
Refugiándose en el opio inconmensurable!
-Tal es del globo entero el eterno boletín."
VII
¡Amargo sabor, aquel que se extrae del viaje!
El mundo, monótono y pequeño, en el presente,
Ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen;
Un oasis de horror en un desierto de tedio!
¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si te puedes quedar, quédate;
Parte, si es menester.
Uno corre, el otro se oculta
Para engañar ese enemigo vigilante y funesto,
¡El Tiempo! El pertenece, a los corredores sin respiro,
Como el Judío Errante y como los apóstoles, A quien nada basta, ni vagón ni navío,
Para huir de este retiro infame; y aun hay otros
Que saben matarlo sin abandonar su cuna.
Cuando, finalmente, él ponga su planta sobre nuestro espinazo,
Podremos esperar y clamar: ¡Adelante!
Lo mismo que otras veces, cuando zarpamos para la China,
Con la mirada hacia lo lejos y los cabellos al viento,
Nos embarcaremos sobre el mar de las Tinieblas
Con el corazón gozoso del joven pasajero.
Escucháis esas voces, embelesadoras y fúnebres,
Que cantan: "¡Por aquí! vosotros que queréis saborear
¡El Loto perfumado! Es aquí donde se cosechan
Los frutos milagrosos que vuestro corazón apetece;
Acudid a embriagaros con la dulzura extraña
De esta siesta que jamás tiene fin!"
Por el acento familiar barruntamos al espectro;
Nuestros Pilades, allá, nos tienden sus brazos.
"¡Para refrescar tu corazón boga hacia tu Electra!"
Dice aquella a la que en otros días besábamos las rodillas.
VIII
¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!
Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!
¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte! Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
Sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!
1859.
LOS DESPOJOS
(1866)
(Esta recopilación compuesta de inéditos y piezas condenadas fue publicada en Bruselas, bajo el cuidado de Poulet-Malassis, dilecto amigo de Baudelaire, a finales de 1865, llevando un pie de imprenta apócrifo: Amsterdam, a l'Enseigne du Coq, precedida por un simbólico frontispicio de Félicien Rops.)
LOS DESPOJOS
I
LA PUESTA DE SOL ROMÁNTICA
¡Cuan hermoso es el sol cuando fresco se levanta,
Como una explosión dándonos su buendía!
-¡Dichoso aquél que puede con amor
Saludar su ocaso más glorioso que un ensueño!
¡Yo lo recuerdo!… Lo vi todo, flor, fuente, surco;
Desfallecer bajo su mirada como corazón que palpita…
-¡Acudamos hacia el horizonte, ya es tarde, corramos pronto,
Para alcanzar, al menos, un oblicuo rayo!
Mas, yo persigo en vano al Dios que se retira;
La irresistible Noche establece su imperio,
Negra, húmeda, funesta y llena de escalofríos;
Un olor sepulcral en las tinieblas flota,
Y mi pie miedoso roza, al borde del lodazal,
Sapos imprevistos y fríos caracoles.
1862.
Extraídas deLAS FLORES DEL MAL
IILESBOS
Madre de los juegos latinos y de las voluptuosidades griegas,Lesbos, en la que los besos, lánguidos o gozosos,Cálidos como soles, frescos como sandías,Constituyen el ornato de noches y días gloriosos;Madre de los juegos latinos y de las voluptuosidades griegas,
Lesbos, donde los besos son como cascadasQue se vuelcan sin temor en los abismos insondables,Y corren, sollozantes y cacareantes, a borbotones,Tempestuosos y secretos, hormigueantes y profundos;¡Lesbos, donde los besos son como las cascadas!
Lesbos, donde las Frinés una a la otra se atraen,
Donde jamás un suspiro queda sin eco,
Al igual de Pafos las estrellas te admiran,
¡Y Venus tiene justo derecho para celar a Safo!
Lesbos, donde las Frinés una a la otra se atraen,
¡Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas,Que reflejan en sus espejos, estéril voluptuosidad!
Donde las muchachas de mirar profundo en sus cuerpos amorosos,
Acarician los frutos maduros de su nubilidad;Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas,
Deja del viejo Platón fruncirse el ceño austero;Tú logras tu perdón con el exceso de los besos,Reina del dulce imperio, amable y noble tierra,Y de los refinamientos siempre inagotables.Deja del viejo Platón fruncirse el ceño austero.
¡Tú logras tu perdón del eterno martirio,Infligido sin cesar a los corazones ambiciosos,Que aleja de nosotros la radiante sonrisaEntrevista vagamente al borde de otros cielos!¡Tú logras tu perdón del eterno martirio!
¿Quién entre los Dioses osará, Lesbos, ser tu juezY condenar tu frente palidecida en las empresas,Si sus balanzas de oro no han pesado el diluvioDe lágrimas que al mar han vertido tus arroyos?¿Quién entre los dioses osará, Lesbos, ser tu juez?
¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo y de lo injusto?
¡Vírgenes de corazón sublime, honor del archipiélago,
Vuestra religión como otra cualquiera es augusta,
Y el amor se reirá del Infierno y del Cielo!
¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo y de lo injusto?
Porque Lesbos, entre todos, me ha escogido sobre la tierraPara cantar el secreto de sus vírgenes en flor,Y fui desde la infancia admitido en el negro misterioDe las risas desenfrenadas mezcladas a las sombrías lágrimas;Porque Lesbos, entre todos, me ha escogido sobre la tierra
Y desde entonces vigilo en la cima del Leucates,Como un centinela de mirar penetrante y seguro,
Que acecha noche y día, brick, tartana o fragata,Cuyas formas a lo lejos se estremecen en el azur;Y desde entonces vigilo en la cima del Leucates
Para saber si la mar es indulgente y buena,Y entre los sollozos que en la roca repercutenUna tarde volverá hacia Lesbos, que perdona,El cadáver adorado de Safo, que partió¡Para saber si la mar es indulgente y buena!
¡De la máscula Safo, que fue amante y poeta,
Más hermosa que Venus por sus sombrías palideces!
-La mirada de azur vencida es por ojos negros que manchan
El círculo tenebroso trazado por los dolores
De la máscula Safo, que fue amante y poeta!
-Más hermosa que Venus, irguiéndose sobre el mundo
Y derramando los tesoros de su serenidad
Y el centellear de su blonda juventud
Sobre el viejo Océano de su hija encantada;
¡Más hermosa que Venus, irguiéndose sobre el mundo!
-De Safo que murió el día de su blasfemia,Cuando, insultando el rito y el culto inventado,Hizo de su bello cuerpo el pasto supremoDe una bestia cuyo orgullo castigó la impiedadDe aquella que murió el día de su blasfemia.
¡Y es desde entonces que Lesbos se lamenta,Y, malgrado los honores que le rinde el universo,Se embriaga cada noche con el grito de la tormentaQue lanzan hacia los cielos sus riberas desiertas!¡Y es desde entonces que Lesbos se lamenta!
1850.
III
MUJERES CONDENADASDelfina e Hipólita
A la pálida claridad de las lámparas mortecinas,Sobre profundos cojines impregnados de perfume,Hipólita evocaba las caricias intensasQue levantaran la cortina de su juvenil candor.
Ella buscaba, con mirada aún turbada por la tempestad,De su ingenuidad el cielo ya lejano,Así como un viajero que vuelve la cabezaHacia los horizontes azules transpuestos en la mañana.
Sus ojos apagados, las perezosas lágrimas,El aire quebrantado, el estupor, la mohína voluptuosidad,Sus brazos vencidos, abandonados cual vanas armas,Todo contribuía, todo mostraba su frágil beldad.
Tendida a sus pies, tranquila y llena de gozo,
Delfina la cobijaba con ardientes miradas,
Como una bestia fuerte vigilando su presa,
Luego de haberla, desde luego, marcado con sus dientes.
Beldad fuerte prosternada ante la belleza frágil,Soberbia, ella trasuntaba voluptuosamenteEl vino de su triunfo, y se alargaba hacia ella,Como para recoger un dulce agradecimiento.
Buscaba en la mirada de su pálida víctima
La canción muda que entona el placer,
Y esa gratitud infinita y sublime
Que brota de los párpados cual prolongado suspiro.
-"Hipólita, corazón amado, ¿qué dices de estas cosas?Comprendes ahora que no hay que ofrendar
El holocausto sagrado de tus primeras rosas
A los soplos violentos que pudieran marchitarlas?
Mis besos son leves como esas efímerasQue acarician en la noche los lagos transparentes,Y los de tu amante enterrarían sus huellasComo los carretones o los arados desgarrantes;
Pasarán sobre ti como una pesada yuntaDe caballos y de bueyes con cascos sin piedad…Hipólita, ¡oh, hermana mía! vuelve, pues, tu rostro,Tú, mi alma y mi corazón, mi todo y mi mitad,
¡Vuelve hacia mí tus ojos llenos de azur y de estrellas!Por una sola de esas miradas encantadoras, bálsamo divino,De placeres más oscuros yo levantaré los velos¡Y te adormeceré en un sueño sin fin!"
Mas Hipólita, entonces, levantando su juvenil cabeza:
-"Yo no soy nada ingrata y no me arrepiento,
Mi Delfina, sufro y me siento inquieta,
Como después de una nocturna y terrible comida.
Siento fundirse sobre mí pesados terroresY negros batallones de fantasmas esparcidos,Que quieren conducirme por caminos movedizosQue un horizonte sangriento cierra por doquier
¿Hemos perpetrado, entonces, un acto extraño?Explica, si tú puedes, mi turbación y mi espanto:Tiemblo de miedo cuando me dices: "¡Mi ángel!"Y, empero, yo siento mi boca acudir hacia ti.
¡No me mires así, tú, mi pensamiento!
¡Tú a la que yo amo eternamente, mi hermana dilecta,
Aunque tú fueras una acechanza predispuesta
Y el comienzo de mi perdición!"
Delfina, sacudiendo su melena trágica,
Y como pisoteando sobre el trípode de hierro,
La mirada fatal, respondió con voz despótica:
-"Entonces, ¿quién, ante el amor, osa hablar del infierno?
¡Maldito sea para siempre el soñador inútilQue quiso, el primero, en su estupidez,Apasionándose por un problema insoluble y estéril,A las cosas del amor mezclar la honestidad!
¡Aquel que quiera unir en un acuerdo místicoLa sombra con el ardor, la noche con el día,Jamás caldeará su cuerpo paralíticoBajo este rojo sol que llamamos amor!
Ve tú, si quieres, en busca de un navío estúpido;Corre a ofrendar un corazón virgen a sus crueles besos;Y, llena de remordimientos y de horror, y lívida,Volverás a mí con tus pechos estigmatizados…
¡No se puede aquí abajo contentar más que a un solo amo!"Pero, la criatura, desahogándose en inmenso dolor,Exclamó de súbito: -Yo siento ensancharse en mi serUn abismo abierto; ¡este abismo es mi corazón!
¡Ardiente cual un volcán, profundo como el vacío!
Nada saciará este monstruo gimiente
Y no refrescará la sed de la Euménide
Que, antorcha en la mano, le quema hasta la sangre.
¡Que nuestras cortinas corridas nos separen del mundo,
Y que la laxitud conduzca al reposo!
Yo anhelo aniquilarme en tu garganta profunda
Y encontrar sobre tu seno el frescor de las tumbas!"
-¡Descended, descended, lamentables víctimas,Descended el camino del infierno eterno!
Hundios hasta lo más profundo del abismo, allí donde todos los crímenes,Flagelados por un viento que no llega del cielo,
Barbotean entremezclados con un ruido de huracán.Sombras locas, acudid al cabo de vuestros deseos;Jamás lograréis saciar vuestra furia,Y vuestro castigo nacerá de vuestros placeres.
Jamás un rayo fugaz iluminará vuestras cavernas;Por las grietas de los muros las miasmas febricentesFíltranse inflamándose cual linternasY saturan vuestros cuerpos con sus perfumes horrendos.
La áspera esterilidad de vuestro gozo
Altera vuestra sed y enerva vuestra piel,
Y el viento furibundo de la concupiscencia
Hace claquear vuestras carnes como una vieja bandera.
¡Lejos de los pueblos vivientes, errantes, condenadas,A través de los desiertos, acudid como los lobos;Cumplid vuestro destino, almas desordenadas,Y huid del infinito que lleváis en vosotras!
1857.
IVEL LETEO
Ven sobre mi corazón, alma cruel y sorda,Tigre adorado, monstruo de aires indolentes;Quiero, por largo rato sumergir mis dedos temblorososEn el espesor de tu melena densa;
En tus enaguas saturadas de tu perfumeSepultar mi cabeza dolorida,
Y aspirar, como una flor marchita,El dulce relente de mi amor difunto.
¡Quiero dormir! ¡Dormir antes que vivir!En un sueño tan dulce como la muerte,Yo derramaré mis besos sin remordimiento,Sobre tu hermoso cuerpo pulido como el cobre.
Para absorber mis sollozos sosegadosNada equiparable al abismo de tu lecho;El olvido poderoso mora sobre tu boca,Y el Leteo corre en tus besos.
A mi destino, en lo sucesivo, mi delicia,Yo obedeceré como un predestinado;Mártir dócil, inocente condenado,Del cual el fervor atiza el suplicio,
Yo absorberé, para ahogar mi tormento,
El nepente y la buena cicuta,
En los pezones encantadores de ese pecho agudo
Que jamás aprisionó un corazón.
1857.
V
PARA AQUELLA QUE ES MUY ALEGRE
Tu cabeza, tu gesto, tu aire
Son hermosos como un bello paisaje;
La risa juega en tu rostro
Como una brisa fresca en un cielo claro.
Al pasajero disgusto que rozasLo diluye la salud
Que brota cual un destello
De tus brazos y de tus hombros.
Los refulgentes coloresCon que salpicas tus vestidos
Vuelcan en el espíritu de los poetas
La imagen de una danza de flores.
Esos trajes locos son el emblema
De tu espíritu abigarrado;
Loco como yo estoy,¡Te odio tanto como te amo!
A veces en un hermoso jardín
Donde arrastraba mi atonía,
He sentido, como una ironía,
Al sol desgarrar mi pecho;
Y la primavera y el verdor
Tanto han humillado mi corazón,
Que he purgado sobre una flor
La insolencia de la Natura.
Así yo quisiera, una noche,
Cuando la hora de las voluptuosidades suena,
Hacia los tesoros de tu persona,
Como un cobarde, deslizarme sin ruido,
Para castigar tu carne gozosa,
Para magullar tu seno perdonado,
Y hacerle a tu vientre asombrado
Una herida ancha y profunda,
Y, ¡vertiginosa dulzura!
A través de esos labios recientes,
Más deslumbrantes y más bellos,
Infundirte mi veneno, ¡hermana mía!
1852.
VI
LAS JOYAS
La muy querida estaba desnuda, y, conociendo mi corazón,
No había conservado más que sus joyas sonoras,
De las que el rico conjunto le daba el aspecto vencedor
Que tienen en sus días felices las esclavas de los moros.
Cuando arroja danzando su ruido vivaz y burlón,
Este mundo deslumbrante de metal y de piedra
Me encanta extasiándome, y amo con furor
Las cosas en que el sonido se mezcla con la luz.
Así ella estaba, acostada, y dejándose amar,
Y desde lo alto del diván sonreía complacida
A mi amor profundo y dulce como el mar,
Que hasta ella subía como hacia su acantilado
Los ojos fijos en mí, cual un tigre domado,
Con un aire vago y soñador ella ensayaba poses,
Y el candor unido a la lubricidad
Daba un encanto nuevo a sus metamorfosis.
Y su brazo y su pierna y su muslo y sus riñones,
Pulidos, como aceitados, ondulantes como un cisne,
Pasaban ante mis ojos clarividentes y serenos;
Y su vientre y sus senos, esos racimos de mi viña,
Adelantábanse, más mimosos que los ángeles del mal,
Para turbar el reposo en que yacía mi alma,
Y para apartarla de la roca de cristal
En que, serena y solitaria, ella se había asentado.
Yo creí ver unidas por un nuevo diseño
Las ancas del Antíope al busto de un imberbe,
¡Tanto su talle hacía resaltar su pelvis!
¡Sobre su tez leonada y parda el afeite estaba soberbio!,
-Y habiéndose la lámpara resignado a morir,
Como el hogar sólo iluminaba la estancia,
Cada vez que exhalaba un resplandeciente suspiro,
¡Inundaba de sangre aquella piel colorida de ámbar!
1857.
VIILA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO
La mujer, entretanto, de su boca de fresa,
Retorciéndose cual una serpiente sobre las brasas,
Y estrujando sus pechos en la cárcel de su corsé,
Dejó correr estas palabras impregnadas de almizcle:
-"Yo, yo tengo los labios húmedos, y conozco la ciencia
De perder en el fondo de un lecho la antigua conciencia.
Yo enjugo todas las lágrimas sobre mis senos triunfantes,
Y hago reír a los viejos con risa de niños.
¡Reemplazo, para el que me ve desnuda, y sin velos,
La luna, el sol, el cielo y las estrellas!
Yo soy, mi sabio querido, tan docta en voluptuosidades,
Cuando ahogo un hombre entre mis brazos temidos,
O cuando abandono a sus mordeduras mi busto,
Tímida y libertina, y frágil y robusta,
¡Que sobre estos acolchados, desmayándose de emoción,
Los ángeles impotentes por mí se condenarían!"
Cuando hubo de mis huesos succionado toda la médula,
Y yo lánguidamente me volví hacia ella,
Para devolverle un beso de amor, ya no vi más
Que un odre con los flancos viscosos, ¡todo lleno de pus!
Cerré los dos ojos, en mi frío espanto,
Y cuando los reabrí a la claridad viviente,
A mi vera, en lugar del maniquí pujante
Que parecía haber hecho provisión de sangre,
Temblaban tan confusamente restos de esqueleto,
Que ellos mismos producían el sonido de una veleta
O de una muestra, al extremo del vástago de hierro,
Que balancea el viento durante las noches de invierno.
1852.
VIIIEL SURTIDOR
¡Tus hermosos ojos están fatigados, pobre amante!
Quédate mucho tiempo, sin volverlos a abrir,
En esa postura indolente
En que te sorprendió el placer.
En el patio el surtidor que brota
Y no se calla ni de noche ni de día,
Entretiene dulcemente el éxtasis
En que, en esta tarde me sumió el amor.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores,
Cae cual una lluvia
De prolongadas lágrimas.
Así tu alma que enciende
El ardiente rayo de las voluptuosidades
Se arroja, rápida y atrevida,
Hacia la amplitud de los cielos encantados.
Luego, ella se derrama moribunda,
En una oleada de triste languidez,
Que por una invisible pendiente
Desciende hasta el fondo de mi corazón.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores,
Cae cual una lluvia
De prolongadas lágrimas.
¡Oh tú a quien la noche torna tan bella,
Qué dulce me es, inclinando sobre tus senos,
Escuchar la queja eterna
Que solloza en las fuentes!
Luna, agua sonora, noche bendita,
Árboles que tembláis alrededor,
Vuestra pura melancolía
Es el espejo de mi amor.
El haz desparramadoEn mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus coloresCae como una lluvia
De prolongadas lágrimas.
1865.
IXLOS OJOS DE BERTA
Puedes despreciar los ojos más célebres,
¡Bellos ojos de mi niña, por donde se filtra y huye
Yo no se qué de bueno, de suave como la noche!
¡Bellos ojos, volcad sobre mí vuestras deliciosas tinieblas!
¡Grandes ojos de mi niña, arcanos adorados,
Os parecéis mucho a esas grutas mágicas
Donde, detrás del montón de sombras letárgicas,
Centellean vagamente tesoros ignorados!
¡Mi niña tiene ojos oscuros, profundos y enormes,
Como tú, Noche inmensa, iluminados como tú!
Los fuegos son estos pensamientos de Amor, mezclados de Fe,
Que chispean en el fondo, voluptuosos o castos.
1864.
X
HIMNO
A la amadísima, a la muy hermosa
Que colma mi corazón de claridad,
Al ángel, al ídolo inmortal,¡Salve en la inmortalidad!
Ella se derrama en mi vida
Como un soplo impregnado de sal,
Y en mi alma insaciableVierte el sabor de lo Eterno.
Sachet siempre fresco que perfuma
La atmósfera de un caro refugio,
Incensario siempre lleno que humea
En secreto a través de la noche,
¿Cómo, amor incorruptible,Expresarte con veracidad?
¡Grano de almizcle que yaces, invisible,
En el fondo de mi eternidad!
A la buenísima a la muy hermosa,Que me infunde alegría y salud,Al ángel, al ídolo inmortal¡Salve en la inmortalidad!
1854.
XILAS PROMESAS DE UN ROSTRO
(A mademoiselle A…)
Yo amo, ¡oh, pálida beldad!, tus pestañas entornadas,
De las que parecen derramarse las tinieblas;
Tus ojos, bien que renegridos, me inspiran ideas
Que no son del todo fúnebres.
Tus ojos, que concuerdan con tus negros cabellos,
Con tu melena elástica,
Tus ojos, lánguidamente, me dicen: "Si tú quieres,Amante de la musa plástica,
Seguir la esperanza que en ti hemos excitado,
Y todos los gustos que tú profesas,
Podrás comprobar nuestra veracidad
Desde el ombligo hasta las nalgas;
Encontrarás en la punta de ambos senos bien abundantes,
Dos grandes medallones de bronce,
Y bajo un vientre terso, suave como de terciopelo,
Bistre como en la piel de un bonzo,
Un abundante vellón que, verdaderamente, es hermano
De esta enorme cabellera,
Suave y rizada, y que te iguala en espesor,
Noche sin estrellas, ¡Noche oscura!"
(Sin fecha).
XII
EL MONSTRUOo El paraninfo de una ninfa macabra
I
En verdad, tú no eres, mi bienamada,
Lo que Veuillot denomina una chiquilla.
El juego, el amor, la buena comida,
Hierven en ti, ¡viejo caldero!
Ya no eres más fresca, amada mía,
¡Mi vieja infanta! Y, empero,
Tus correrías insensatas
Te han dado este brillo abundanteDe las cosas que, muy gastadas,
Todavía seducen.
Yo no encuentro monótono
El verdor de tus cuarenta años;
¡Prefiero tus frutos, Otoño,
A las flores banales de la Primavera!
¡No! ¡Jamás eres monótona!
Tu osamenta tiene atractivosY gracias particulares;
Yo encuentro extrañas especias
En la cavidad de tus dos saleros;
¡Tu osamenta tiene atractivos!
¡Befa de amantes ridículos
Del melón y de la calabaza!
Yo prefiero tus clavículas
A las del rey Salomón,
¡Y compadezco a esa gente ridícula!
Tus cabellos, como un casco azul,
Sombrean tu frente de guerrera,
Que no piensa ni se abochorna mucho,
Y además se escapan por detrás,
Cual las crines de un casco azul.
Tus ojos, que parecen lodo
Donde brilla algún fanal,
Reavivados con el colorete de tu mejilla,
¡Lanzan un destello infernal!
¡Tus ojos son negros como el lodo!
Por su lujuria y su desdénTu labio amargo nos provoca;
Este labio, es un Edén
Que nos atrae y que nos choca.
¡Qué lujuria! ¡y cuánto desdén!
Tu pierna musculosa y seca
Sabe trepar hasta lo alto de los volcanes,
Y, malgrado la nieve y los desechos,
Bailar los más fogosos cancanes.
Tu pierna es musculosa y seca;
Tu piel ardiente y áspera,
Como la de los viejos gendarmes,
No conoce más el sudor
Así como tus ojos ignoran las lágrimas.
(¡Y, empero, tiene su suavidad!)
II
¡Tonta! ¡Te vas directamente al Diablo!
De buen grado yo iría contigo,
Si esa velocidad espantosa
No me causara cierta emoción.
¡Vete, pues, sola, al Diablo!
Mi riñón, mi pulmón, mi corva
No me permiten más rendir homenaje
A este Señor, como convendría.
"¡Ay de mí! ¡Realmente es una lástima!"
Dicen mi riñón y mi corva.
¡Oh! Sinceramente yo siento
No concurrir a los sabats,
Para ver, cuando pedorrea el azufre,
¡Cómo tú le besas su culo!
¡Oh! ¡Sinceramente yo sufro!
Estoy endiabladamente afligido
De no ser tu antorcha,
Y de pedirte licencia,
¡Llama infernal! Juzga, querida mía,
Cuánto he de estar afligido,
Pues que, desde largo tiempo yo te amo,¡Siendo tan lógico!
En efecto,Queriendo del Mal buscar la crema
Y no amar sino un monstruo perfecto,
¡Verdaderamente, sí! Viejo monstruo, ¡yo te amo!
1857. (?)
XIII
ALABANZAS DE MI FRANCISCA
(Franciscae Meae Laudes)
(Versión de la traducción que de este poema en latínrealizó Jules Monquet, y que figura en Las flores del Mal,LX con el título: Franciscae meae laudes.)
Yo te cantaré sobre cuerdas nuevas,
¡Oh, mi pequeña corza que te complaces
En la soledad de mi corazón!
Que te engalanen las guirnaldas,
¡Oh, mujer delicada
Que de los pecados nos redimes!
Como de un bienhechor Leteo,
Yo extraeré besos tuyos,
Que están impregnados de amor.
Cuando la tempestad de los viciosTurbaba todos los caminos,
Tú apareciste, Deidad,
Como estrella salvadora
En los naufragios amargos…
-¡Yo ofrendaré mi corazón en tus altares!
Piscina desbordante de virtud,Fuente eterna de Juvencio,
¡Vuélveles la voz a mis labios mudos!
Lo que era vil, tú lo has quemado;
Ruda, tú lo has allanado,
Débil, tú lo has afirmado.
En el hambre mi albergue,
En la noche mi lámpara,
Guíame siempre como es debido.
Agrega ahora fuerzas a mis fuerzas.
¡Dulce baño perfumado
Por los más suaves aromas!
Brilla alrededor de mis riñones
¡Oh, cinturón de castidad,
Templado en agua seráfica!;
Patera centelleante de gemas,
Pan realzado de sal, manjar delicado,
Vino divino, ¡Francisca!
1857.
XIV
VERSOS PARA EL RETRATO
De
MONSIEUR HONORÉ DAUMIER
Este del cual te ofrendamos la imagen,
Y cuyo arte, sutil entre todos,
Nos enseña a reír,Este, lector, es un sabio.
Es un satírico, un burlón;Pero, la energía con la cual
El pinta el Mal y su secuela,
Prueba la belleza de su corazón.
Su risa no es la mueca
De Melmoth o de Mefisto
Bajo la tea viviente de Alecto
Que nos desgarra, pero que nos hiela.
Su risa, ¡ah! de la alegría
No es más que la dolorosa carga;
¡La suya brilla, franca y amplia,
Cual un signo de su bondad!
1865.
XV
LOLA DE VALENCIA(Inscripción para un cuadro de Manet)
Entre tantas beldades como por todas partes puédense ver,
Yo comprendo bien, amigos, que el deseo vacile;
Pero sí se ve brillar en Lola de Valencia
El encanto inesperado de una joya rosada y negra.
1862.
XVI
SOBRE "TASSO EN LA PRISIÓN"(De Eugenio Delacroix)
El poeta en el calabozo, mal vestido, mal calzado,
Desgarrando compulsivo bajo su pie un manuscrito,
Mide con una mirada que la demencia inflama
La escalera vertiginosa donde se abisma su alma.
Las risas embriagadoras que colman la prisión
Hacia lo extraño y lo absurdo incitan su razón;
La Duda lo rodea, y el Miedo ridículo,
Horroroso y multiforme, alrededor de él circula.
Genio encerrado en un cuchitril malsano,
Estas muecas, esos gritos, esos espectros de los que el enjambre
Revolotea cual torbellino, amotinado detrás de su oreja,
Este soñador que el horror de su yacija despierta,
¡He aquí tu emblema,
Alma de los sueños oscuros,
Que la Realidad ahoga entre sus cuatro muros!
1844.
XVIILA VOZ
Mi cuna se adosaba a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, romance,
Todo, la ceniza latina y el polvo griego,
Se mezclaban. Yo era alto como un infolio.
Dos voces me hablaban. La una, insidiosa y firme,
Decía: "La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
Yo puedo (¡Y tu placer entonces no tendrá término!)
Procurarte un apetito de igual grosor."
Y la otra: "¡Ven! ¡oh! ven viajero en los sueños,
Más allá de lo posible, más allá de lo conocido!"
Y ésta cantaba como el viento de las plazas,
Fantasma gemebundo, no se sabe de dónde venido,
Que acaricia el oído y empero lo espanta.
Yo respondí: "¡Sí! ¡Dulce voz!" Es desde entonces
Que data lo que se puede, ¡ah! llamar mi llaga
Y mi fatalidad. Detrás de las decoraciones
De la existencia inmensa, en lo más negro del abismo,
Veo distintamente mundos singulares,
Y, de mi clarividencia, extática víctima,
Arrastro serpientes que muerden mis zapatos.
Y es desde entonces que, semejante a los profetas,
Amo tan tiernamente el desierto y la mar;
Que río en los duelos y lloro en los festejos,
Y encuentro un gusto suave al vino más amargo;
Que tomo con frecuencia los hechos por mentiras,
Y que, los ojos hacia el cielo, caigo en los agujeros.
Pero, la voz me consuela y dice:
"Guarda tus sueños;¡Los sabios no los tienen tan hermosos como los locos!"
1840.
XVIIILO IMPREVISTO
Harpagón, que velaba a su padre agonizante
Se dice, soñador, ante esos labios ya blanquecinos:
"¿Tenemos en el granero una cantidad suficiente,
Me parece, de viejos tablones?"
Celimena, arrullante, dice: "Mi corazón es bueno,
Y naturalmente, Dios me ha hecho muy bella".
-¡Su corazón! ¡Corazón endurecido, ahumado como un jamón,
Recocido en la llama eterna!
¡Un gacetillero fumista, que se cree una antorcha,
Dice al pobre, al cual ha sumido en las tinieblas:
"¿Dónde, pues, percibes tú, a ese creador de Belleza,
Este Desfacedor de entuertos que tú celebras?"
Mejor que todos, conozco cierto voluptuoso
Que bosteza noche y día y se lamenta y llora,
Repitiendo, impotente y fatuo:
"¡Sí, yo quieroSer virtuoso, dentro de una hora!"
El reloj, a su turno, dice en voz baja: "¡Está maduroEl condenado!
Yo no advertí en vano la carne infecta.
El hombre está ciego, sordo, frágil como un muro
Que habita y que roe un insecto!"
Y por otra parte, Alguien que parece, habían todos negado,
Y que les dijo, burlón y fiero: "En mi copón,
¿No habéis, creo, con exceso comulgado,
En la jovialidad de la Misa negra?
Cada uno de vosotros me ha erigido un templo en su corazón;
¡Habéis, en secreto, besado mi trasero inmundo!
¡Reconoced a Satán en su risa vencedor,
Enorme y feo como el mundo!
¿Habéis, pues, creído, hipócritas sorprendidos,
Que se hace befa del amo, y que con él se trampea,
Y que es natural recibir dos premios,Ir al Cielo y ser rico?
Es preciso que la caza se pague el viejo cazador
Que se aburrió largo tiempo acechando la presa.
Yo voy a conduciros a través de la espesura,
Camaradas de mi triste júbilo,
A través del espesor de la tierra y de la roca,
A través del montón confuso de vuestra ceniza,
Hasta un palacio tan grande como yo, de un solo bloque,
Y que no es de piedra deleznable,
Porque ha sido erigido con el universal Pecado,
Y contiene mi orgullo, mi dolor y mi gloria!"
-Entretanto, en lo más alto del universo, encumbrado
Un ángel proclama la victoria
De aquellos cuyo corazón dice:
"¡Que bendito sea tu látigo,Señor!
¡Que el dolor, oh, Padre, sea bendito!
Mi alma entre tus manos no es un vano juguete,
Y tu prudencia es infinita."
El son de la trompeta es tan delicioso,
En las tardes solemnes de celestiales vendimias,
Que se infiltra como un éxtasis en todos aquellos
De quienes ella entona las alabanzas.
1863.
XIX
EL RESCATE
El hombre tiene, para pagar su rescate,
Dos campos de toba profundos y ricos,
Que es preciso que remueva y desmonte
Con el hierro de la razón;
Para obtener la menor rosa,
Para arrancar algunas espinas,
Lágrimas amargas de su frente grisSin cesar es preciso que riegue;
Uno es el Arte, y el otro el Amor.-Para rendir el juicio propicio,
Cuando de la estricta justicia
Aparezca el día terrible día,
Será preciso mostrarle granjas
Repletas de mieses, y de flores
Cuyas formas y coloresGanen el sufragio de los Ángeles.
1863.
XX
A UNA MALABARESA
Tus pies son tan finos como tus manos, y tu cadera
Es amplia como para dar envidia a la más bella blanca;
Para el artista indolente tu cuerpo es suave y caro;
Tus grandes ojos aterciopelados son más negros que tu carne.
En las tierras cálidas y azules donde tu Dios te ha hecho carne,
Tu tarea es la de encender la pipa de tu amo,
Colmar los frascos de aguas frescas y de perfumes,
Arrojar lejos del lecho los mosquitos vagabundos,
Y, en cuanto la mañana hace cantar los plátanos,
Comprar en el bazar ananás y bananas.
Todo el día, donde quieres, llevas tus pies desnudos
Y canturreas muy bajo viejas canciones desconocidas;
Y cuando cae la tarde con su manto escarlata,
Posas suavemente tu cuerpo sobre una estera,
Donde tus sueños flotantes están llenos de colibríes,
Y siempre, como tú, son graciosos y floridos.
¿Para qué, niña afortunada, quieres ver nuestra Francia,
Este país pobladísimo al que siega el sufrimiento,
Y, confiando tu vida a los brazos fuertes de los marineros.
Te despides para siempre de tus queridos tamarindos?
Tú, vestida a medias por muselinas frágiles,
Temblorosa allá, bajo la nieve y el granizo,
¡Cómo llorarías tus ocios dulces y francos,
Si, el corsé brutal aprisionando tus flancos,
Tuvieras que espigar tu cena en nuestros fangos,
Y vender el perfume de tus encantos extraños,
Indolente la mirada, y siguiendo, en nuestras sucias neblinas,
De los cocoteros amados los fantasmas dispersos!
Amor de lo ignoto, jugo de la antigua manzana,
Ancestral perdición de la mujer y del hombre,
¡Oh, curiosidad! siempre les harás
Desertar como hacen los pájaros, esos ingratos,
Del techo que han perfumado los ataúdes de sus padres,
Hacia un lejano espejismo y cielos menos propicios.
1846.
Agregados de la tercera edición de Las flores del mal
I
EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO
Lector plácido y bucólico,
Sobrio y simple hombre de bien,
Arroja este libro saturniano,
Orgíaco y melancólico.
Si no has cursado tu retórica
En lo de Satán, el astuto decano,
¡Arrójalo! tú no comprenderás en él nada,
0 me creerás histérico.
Pero si, sin dejarse encantar,
Tu mirada sabe penetrar en los abismos,
Léeme, para aprender a amarme;
Alma curiosa que sufresY vas buscando tu paraíso,
¡Compadéceme!… Sino, ¡Yo te maldigo!
1861.
II
A THEODORE DE BANVILLE
Has empuñado las crines de la Diosa
Con un puño tal que se os hubiera tomado, al ver
Ese aire dominador y esa bella despreocupación,
Por un joven rufián revolcando a su amante.
Alerta la mirada y lleno del fuego de la precocidad,Te has pavoneado con orgullo de arquitectoEn construcciones cuya audacia correctaHace barruntar lo que será tu madurez.
Poeta, nuestra sangre se nos escapa por cada poro;
¿Acaso, por azar, el manto del Centauro
Que cambió toda vena en fúnebre arroyo
Fue teñido treinta veces en las babas sutiles
De esos vengativos y monstruosos reptiles
Que el pequeño Hércules estranguló en su cama?
1842.
III
IMITACIÓN DE LONGFELLOW
(Se suprime LA IMITACIÓN de Longfellow, intitulada Le calumet de la paix, traducción que el 28 de febrero de 1861 apareció en La revue contemporaine, fragmento de la pieza The song of Hiawatha del poeta norteamericano destinada al músico Robert Stoepel.)
IV
LA PLEGARIA DE UN PAGANO
¡Ah! no atenuéis tus llamas;Calienta mi corazón embotado,
¡Voluptuosidad, tortura de las almas!¡Diva! ¡supplicem exaudi!
¡Diosa en el aire diluida,
Llama en nuestro subterráneo!
Acoge un alma hastiada,
Que te consagra un canto de bronce.
¡Voluptuosidad, sé todavía mi reina!
Toma la forma de una sirenaHecha de carne y de terciopelo,
O viérteme tus pesados sueños
En el vino informe y místico,¡Voluptuosidad, fantasma inasible!
1861.
V
LA TAPADERA
En cualquier lugar donde vaya, sobre el mar o sobre la tierra,
Bajo un clima llameante o bajo un sol mortecino,
Servidor de Jesús, cortesano de Citerea,
Mendigo tenebroso o Creso rutilante,
Ciudadano, camarada, vagabundo, sedentario,
Que su ínfimo cerebro sea activo o sea lento,
En todas partes el hombre sufre el terror del misterio,
Y no mira hacia lo alto sino con ojos temblorosos.
En lo alto, ¡el Cielo! Esta bóveda que agobia,
Cielo raso iluminado para una ópera bufa
En la que cada histrión holla un suelo ensangrentado;
Terror del libertino, esperanza del loco ermitaño;
¡El Cielo! Tapadera negra de la gran marmita
Donde bulle la imperceptible y vasta Humanidad.
1861.
VI
EL EXAMEN DE MEDIANOCHE
El péndulo, sonando la medianoche,
Irónicamente nos induce
A recordar qué uso
Hicimos del día que se fue:
-Hoy, fecha fatídica,Viernes, trece, hemos,
Malgrado todo lo que sabemos,
Llevado el tren de un herético,
Hemos blasfemado de Jesús,
De los Dioses ¡el más incontestable!
Como un parásito en la mesa
De cualquier monstruoso Creso,
Para complacer al bruto,Digno vasallo de los Demonios,
Hemos insultado lo que amamos
Y halagado lo que nos repugna;
Contristado, servil verdugo,
El débil que injustamente se desprecia;
Saludado la enorme Bestia,
La Bestialidad con testuz de toro;
Besado la estúpida MateriaCon gran devoción,
Y de la putrefacciónBendecido la descolorida luz.
Finalmente, para ahogar
El vértigo en el delirio,
Sacerdotes orgullosos de la Lira,
Cuya gloria consiste en desplegar
La embriaguez de las cosas fúnebres,
Hemos bebido sin sed y comido sin hambre!…
-¡Rápido, soplemos la lámpara, a fin
De ocultarnos en las tinieblas!
1863.
VII
MADRIGAL TRISTE
I
¿Qué me importa que seas discreta?¡Sé bella! ¡Y sé triste!
Las lágrimasAgregan un encanto al rostro,
Como el río al paisaje;
La tempestad rejuvenece las flores.
Yo te amo sobre todo cuando el júbilo
Desaparece de tu frente abatida;
Cuando tu corazón en el horror se ahoga;
Cuando sobre tu presente se despliega
La nube horrenda del pasado.
Yo te amo cuando tu intensa mirada vuelca
Un raudal ardiente como la sangre;
Cuando, malgrado mi mano que te mece,
Tu angustia, harto pesada, horada
Como un estertor de agonizante.
Yo aspiro, ¡voluptuosidad divina!¡Himno profundo, delicioso!
Todos los sollozos de tu pecho,
Y creo que tu cuerpo se ilumina
Con las perlas que vierten tus ojos.
II
Yo sé que tu corazón, que rebalsa
Pasados amores desarraigados,
Llamea aún como una fragua,
Y que tú cobijas bajo tu garganta
Un poco del orgullo de los condenados;
Pero, querida mía, en tanto que tus sueños
No hayan reflejado el Infierno,
Y que en una pesadilla sin treguas,
Soñando con venenos y dagas,
Prendada de pólvora y de hierro,
No abriendo a cada uno sino con miedo,
Barruntando la desdicha por doquier,
Convulsionándote cuando la hora suene,
Tú no hayas sentido el abrazoDel irresistible Tedio,
Tú no podrás, esclava reina
Que no me amas sino con espanto,
En el horror de la noche malsana
Decirme, el alma de gritos desbordante:"Yo soy tu igual, ¡oh, mi Rey!"
1861.
VIIIEL ANUNCIADOR
Todo hombre digno de este nombre
Tiene en el corazón una Serpiente amarilla,
Instalada como sobre un trono,
Que si él dice: "¡Quiero!" responde: "¡No!"
Hunde tu mirada en los ojos fijos
De las Satiresas o de las Ninfas,
La Inquina dice: "¡Piensa en tu deber!"
Haz hijos, planta árboles,
Pule rimas, esculpe mármoles.
La Inquina dice: "¿Vivirás esta tarde?"
Por más que esboce o espere,
El hombre no vive sino un instante
Sin soportar la advertencia
De la insoportable Víbora.
1861.
IXEL REBELDE
Un Ángel furioso hiende el cielo como un águila,
Del incrédulo coje a pleno puño los cabellos,
Y dice, sacudiéndolo: "¡Discernirás la norma!"
(Porque yo soy tu Ángel bueno, ¿entiendes?) ¡Yo lo exijo!
Entiendo que es preciso amar, sin hacer remilgos,
Al pobre, al malo, al deforme, al imbécil,
Para que puedas hacerle a Jesús, cuando pase,
Un tapiz triunfal con tu caridad.
¡Tal es el amor! Antes de que tu corazón no se hastíe,
En la gloria de Dios vuelve a encender tu éxtasis;
"¡Que esa es la voluptuosidad verdadera de los perdurables encantos!"
¡Y el Ángel, castigando lo mismo, a fe mía que gusta!,
Con sus puños de gigante tortura el anatema;
Mas el condenado replica siempre: "¡Yo no quiero!"
1861.
X
MUY LEJOS DE AQUÍ
Esta es la morada sagrada
Donde esta muchacha engalanada,
Tranquila y siempre dispuesta,
Con una mano abanicando sus pechos,
Y su codo en los cojines,
Escucha llorar las fuentes:
Esta es la alcoba de Dorotea.
-La brisa y el agua cantan a lo lejos
Su canción por sollozos quebrada
Para mecer esta criatura mimada.
De arriba abajo, con gran cuidado,
Su piel delicada es friccionada
Con óleo perfumado y benjuí.
-Las flores desfallecen en un rincón.
1864.
XIEL ABISMO
Pascal tenía su abismo, en él se movía
-¡Ah! Todo es abismo, –acción, deseo, ensueño, ¡Palabra!
Y sobre mi pelo que enhiesto se pone
Muchas veces del Miedo siento pasar el viento.
Arriba, abajo, por doquier, la profundidad, la playa.
El silencio, el espacio horrendo y cautivante…
Sobre el fondo de mis noches Dios, con su dedo sabio
Dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme un gran agujero,
Colmado de vago horror, llevando no se sabe dónde;
No veo más que infinito por todas las ventanas,
Y mi espíritu, siempre de vértigo ahíto,
Celoso del vacío de la insensibilidad.
-¡Ah! ¡No salir jamás de los Números y de los Seres!
1862.
XII
LAS LAMENTACIONES DE UN ICARO
Los amantes de las prostitutas
Son felices dispuestos y satisfechos;
En cuanto a mí, mis brazos están rotos
Por haber abrazado las nubes.
Es gracias a los astros innumerables,
Que en el fondo del cielo centellean,
Que mis ojos consumidos no venSino recuerdos de soles.
En vano he querido del espacio
Encontrar el final y el medio;
No sé bajo qué mirada de fuego
Yo siento mi ala que se quiebra;
Y quemado por el amor de lo bello,
No tendré el honor sublime
De dar mi nombre al abismo
Que me servirá de tumba.
1862.
XIII
RECOGIMIENTO
Modérate, ¡oh, mi Dolor! y tranquilízate.
Reclamabas la Tarde; ella desciende; hela aquí:
Una atmósfera oscura envuelve a la ciudad,
A unos trayéndoles la paz, a los otros la aflicción.
Mientras que de los mortales la multitud vil,
Bajo el látigo del Placer, este verdugo implacable,
Recoge remordimientos en la fiesta servil,
Mi Dolor, dame la mano; ven por aquí,
Lejos de ellos. Ve inclinarse a los difuntos Años,
Sobre los balcones del Cielo, con vestimentas anticuadas;
Surgir del fondo de las aguas el Pesar sonriente;
El Sol, moribundo, se adormece bajo un arco,
Y, cual un amplio sudario, arrastrándose hacia Oriente,
Escucha, mi amada, escucha a la Dulce Noche que avanza.
1860.
XIV
LA LUNA OFENDIDA
¡Oh Luna que adoraban discretamente nuestros padres,
De lo alto de países azules donde, radiante serrallo,
Los astros van a seguirte en rozagante atavío,
Mi vieja Cintia, lámpara de nuestros refugios,
¿Ves, acaso, los amantes sobre sus jergones prósperos,
De sus bocas, durmiendo, mostrar el fresco esmalte?
¿El poeta obstinar la frente sobre su trabajo?
¿O bajo los céspedes secos acoplarse las víboras?
Bajo tu dominó amarillo, y con pie clandestino,
¿Acudes como antaño, de la noche a la mañana,
A besar de Endimión las gracias envejecidas?
"-Yo veo tu madre, hija de este siglo empobrecido,
Que hacia su espejo inclina un pesado montón de años,
Y adereza artísticamente el seno que te ha nutrido."
1862.
¿No es verdad que es grato, ahora que estamos
Como el resto de los hombres, fatigados y marchitos.
Escudriñar algunas veces en el Oriente lejano
Si vemos todavía los arreboles matinales,
Y, cuando avanzamos en la ruda carrera,
Escuchar los ecos cantarines y a la zaga
Y los cuchicheos de aquellos juveniles amores
Que el Señor puso en el comienzo de nuestros días?.
1864.
II
Se complacía en verla, con sus faldas blancas,
Correr a través de frondas y ramajes,
Aturdida y llena de gracia, mientras ocultaba
Su pierna, si el vestido se enredaba en las zarzas.
1864.
III
INCOMPATIBILIDAD
Todo a lo alto, todo a lo alto, lejos del camino seguro,
De las granjas, de los valles, más allá de los ribazos,
Más allá de las florestas, los tapices de verdor,
Lejos de los postreros prados hollados por los rebaños,
Se encuentra un lago sombrío encajado en el abismo
Que forman algunos picos desolados y nevados;
El agua, noche y día, duerme allí en un reposo sublime,
Y no interrumpe jamás su silencio borrascoso.
En este triste desierto, al oído indistintos
Llegan por momentos ruidos débiles y prolongados,
Y ecos más muertos que el lejano cencerro
De una vaca que pace en las laderas de un cerro.
Sobre estos montes donde el viento borra todo vestigio,
Estos glaciares bordeados que ilumina el sol,
Sobre estas rocas altivas donde acecha el vértigo,
En este lago donde el sol contempla su tono bermejo,
Bajo mis pies, sobre mi cabeza, por doquier, el silencio,
El silencio que hace que uno quisiera huir,
El silencio eterno y la montaña inmensa,
Porque el aire está inmóvil y todo parece soñar.
Se diría que el cielo, en esta soledad,
Se contempla en la onda, y que estos montes, allá,
Escuchan, recogidos, en su grave actitud,
Un misterio divino que el hombre no alcanza.
Y cuando por azar una nube errante
Ensombrece en su vuelo al lago silencioso,
Creeríase ver el manto o la sombra transparente
De un espíritu que viaja y por los cielos pasa.
1838 (?)
IV
[A Henri Hignard.]
Recién acabo de escuchar
Resonar afuera dulcemente
Un aire monótono y tan tierno
Que el rumor hasta mí llega vagamente,
Es una de esas antiguas lamentaciones,
Musas de los pobres auverneses,
Que antes en las horas ociosas
Tanto nos deleitaban con frecuencia.
Y, su esperanza destruida,
La pobre se marchó tristemente;
Y yo pensé de inmediato
En el amigo a quien amo tanto,
Que me decía, paseándonos,
Que para él era un placer
Que semejante serenata
Llegara en un prolongado y monótono holgar.
Amemos esta humilde música
Tan dulce a nuestros espíritus abrumados
Cuando ella llega, melancólica,
Respondiendo a tristes pensamientos.
-Y he dejado las ventanas cerradas,
Ingrato, porque me ha hecho también
Soñar en tan deliciosas cosas,
Y pensar en mi caro Henri!
V
[A Henri Hignard.]
¡Ah! ¿Quién no ha gemido por otro, por sí mismo?
Y, ¿quién no ha dicho a Dios?: "¡Perdona Señor,
Si alguno no me ama y si nadie llega a mi corazón!
Todos me han corrompido: ¡nadie os ama!"
¡Ah!, cansado del mundo y de sus vanos discursos,
Menester es levantar la mirada hacia las bóvedas sin nubes,
Y no dirigirse más que a las mudas imágenes,
De aquellos que nada aman, consoladores amores.
Entonces, hay que rodearse de misterio,
Cerrarse a las miradas, y sin ceño y sin hiel,
Sin decirles a los vecinos: "¡Yo no amo más que el cielo!",
Decirle a Dios: "¡Consuela mi alma de la tierra!"
Tal, cerrado por su sacerdote, un piadoso monumento,
Cuando sobre nuestros sombríos techos la noche ha descendido,
Cuando la multitud ha dejado las piedras de la calle,
Colmándose de silencio y de recogimiento.
VI
[A Antony Bruno.]
Compañero, tienes el corazón de poeta,
¿Has pasado por alguna aldea engalanada, todo bermejo,
Cuando el cielo y la tierra tienen un lindo aire de fiesta,
Un domingo iluminado por un joyante sol?
Cuando el campanario se agita y canta desgañitándose,
Y tiene desde la madrugada la aldea despierta,
Cuando todos, para entonar el oficio que se prepara,
Se marchan, jóvenes y viejos, en pimpante conjunto;
Entonces, elevándose en el fondo de vuestra alma mundana,
Tonos de órgano murientes y de campana lejana
¿No te ha recordado, triste y dulce,
Esta devoción de los campos, alegre y franca?
¿No te ha recordado, triste y dulce,
Que antaño gustabas de los domingos?
1843.
VII
[A Alexandre Bouchon (?)]
Yo no tengo por amante una "leona" ilustre:
La usurera, de mi alma, empeña todo su brillo;
Invisible a las miradas del universo burlón,
Su belleza no florece sino en mi triste corazón.
Para tener zapatos ha vendido su alma;
Pero el buen Dios reiría si, cerca de esta infame,
Yo posara de Tartufo y remedara su altura,
Yo que vendo mi pensamiento y quiero ser autor.
Vicio mucho más grave, ella lleva peluca.
Todos sus bellos cabellos negros han huido de su blanca nuca;
Lo cual no impide que los besos amorosos
Lluevan sobre su frente más pelada que un leproso.
Es bizca, y el efecto de esta mirada extraña
Que sombrean las pestañas negras más largas que las de un ángel,
Es tal que todos los ojos por los que uno se condena
No valen para mí lo que sus pupilas de judía, ojerosa.
No tiene más que veinte años; el pecho ya fláccido
Pende de cada lado como una calabaza,
Y sin embargo, arrastrándome cada noche sobre su cuerpo,
Cual un recién nacido, yo los succiono y los muerdo;
Y si bien ella con frecuencia no tiene ni un óbolo
Para frotarse la carne y para ungirse los hombros;
Yo la lamo en silencio con más fervor
Que Magdalena fogosa los dos pies del Salvador.
La pobre criatura, por el placer sofocada,
Tiene roncos hipos en su pecho hinchado,
Y yo adivino, por el ruido de su soplo brutal
Que ella con frecuencia ha mordido el pan del hospital.
Sus grandes ojos inquietos, durante la noche cruel,
Creen ver otros dos ojos en el fondo del callejón,
Porque, habiendo abierto mucho su corazón a cuantos llegan,
Tiene miedo a oscuras y cree en los aparecidos.
Esto hace que de sebo ella consuma más libras
Que un viejo sabio acostado día y noche sobre sus grimorios,
Y lamente mucho menos el hambre y sus tormentos
Que la aparición de sus difuntos amantes.
Si la encontráis, grotescamente ataviada,Deslizándose en la esquina de una calle perdida,
Y la cabeza y la mirada baja como pichón herido.
Arrastrando en el arroyo su talón descalzo,
Señores, no escupáis ni juramentos ni injurias
Al rostro pintarrajeado de esta pobre impura
Que, la Diosa Hambre, en una noche invernal,
Ha obligado a recoger sus faldas al aire libre.
Esta bohemia es mi todo, mi riqueza,
Mi perla, mi joya, mi reina, mi duquesa,
Es la que me ha mecido sobre su regazo vencedor,
Y la que entre sus dos manos ha caldeado mi corazón.
VIII
Yace aquí aquel que por haber amado mucho a las rameras,Descendió, joven aún, al reino de los topos.
IX
[A Sainte-Beuve.]
Todos imberbes entonces, sobre los viejos bancos de roble,
Más pulidos y relucientes que eslabones de cadena,
Que día a día la piel de los hombres ha pulido,
-Arrastrábamos tristemente nuestro tedio, acurrucados
Y encorvados bajo el cuadrado cielo de las soledades,
Donde el niño bebe, diez años, la áspera leche de los estudios.
-Era en aquel pasado tiempo, memorable y notable,
En que forzados, para liberarse del clásico dogal,
Los profesores, todavía rebeldes a vuestras rimas,
Sucumbían bajo el esfuerzo de nuestras locas esgrimas
Y dejaban al escolar, triunfante y revoltoso,
Hacer aullar a su gusto Triboulet en latín.
-¿Quién de nosotros, en aquellos tiempos de adolescentes pálidos,
No ha conocido el embotamiento de las fatigas claustrales,
-La mirada perdida en el azul mohíno de un cielo de estío,
O el deslumbramiento de la nieve -acechada,
La oreja ávida y erguida,- y bebido, como una jauría,
El eco lejano de un libro, o el grito de una sedición?
Era, sobre todo, en verano, cuando los plomos de los techados se fundían
Cuando aquellos grandes muros ennegrecidos en tristeza abundaban,
Cuando la canícula o el brumoso otoño,
Irradiaban los cielos con su fuego monótono,
Y hacían adormecer, en los esbeltos torreones,
Los vocingleros gavilanes, terror de los blancos pichones;
Estación de ensueño, en que la Musa se engancha
Durante un día entero al badajo de una campana;
Donde la Melancolía, al mediodía, cuando todo duerme,
El mentón en la mano, al fondo del corredor,
-La pupila más negra y más azul que la de la Religiosa
De la que cada uno sabe la historia obscena y dolorosa-,
Arrastra un pie fatigado por precoces molestias,
Y su frente humedece aún la languidez de sus noches.
Y después venían las tardes malsanas, las noches febricientes,
Que convierten a las muchachas de su cuerpo amorosas,
Y las hacen ante los espejos -estéril voluptuosidad-
Contemplar los frutos maduros de su nubilidad.Las tardes italianas, de lánguida indolencia,
Que de placeres engañosos revelan la ciencia,
Cuando la sombría Venus, desde lo alto de sus balcones negros,
Vierte raudales de almizcle con sus frescos incensarios.
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Esto fue en este conflicto de plácidas circunstancias,
Maduro por vuestros sonetos, preparado por vuestras estancias,
Que una noche, habiendo aspirado el libro y su espíritu,
Estreché sobre mi corazón la historia de Amaury.
Todo abismo místico está a dos pasos de la Duda.
-El bebedizo infiltrado, lentamente, gota a gota,
En mí que desde los quince años hacia el abismo atraído
Descifraba de corrido los suspiros de Rene,
Y que de lo desconocido la sed extravagante alterada,
Ha trabajado el fondo de la delgada arteria.
Yo he absorbido todo, los miasmas, los perfumes,
El suave cuchicheo de los recuerdos difuntos,
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