Las flores del mal, por Charles Baudelaire (página 3)
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo S.
Traiciona la húmeda profundidad,
De eternas escaleras sin peldaños,
Donde velan monstruos viscosos
Cuyos enormes ojos fosforescentes
Hacen una noche más negra todavía
Dejándoles visibles sólo a ellos;
Un navío apresado en el polo,
Como en una trampa de cristal,
Buscando por qué estrecho fatal
Ha caído en aquel calabozo;
-Emblemas nítidos, cuadro perfecto
De una fortuna irremediable,
¡Qué hace pensar que el Diablo
Realiza siempre bien cuanto él hace!
II
¡Coloquio sombrío y límpido
De un corazón convertido en su espejo!
Pozo de la Verdad, claro y negro,
Donde tiembla una estrella lívida,
Un faro irónico, infernal,Antorcha de gracias satánicas,
Consuelo y gloria únicos,
-¡La conciencia en el Mal!
1857.
LXXXV
EL RELOJ
¡Reloj! ¡Divinidad siniestra, horrible, impasible,
Cuyo dedo nos amenaza y nos dice: ¡Recuerda!
Los vibrantes Dolores en tu corazón lleno de terror
Se plantarán pronto como en un blanco;
El Placer vaporoso huirá hacia el horizonte
Tal como una sílfide hacia el fondo del pasillo;
Cada instante te devora un trozo de la delicia
Acordada a cada hombre para toda su estancia.
Tres mil seiscientas veces por hora, el Segundero
Murmura: ¡Recuerda! -Rápido, con su voz
De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy Antaño,
Y yo he bombeado tu vida con mi trompa inmunda!
¡Remember! ¡Recuerda! pródigo Esto memorl
(Mi garganta de metal habla todas las lenguas.)
¡Los minutos, muerte juguetona, son gangas
Que no hay que dejar sin extraer el oro!
¡Recuerda! que el Tiempo es un jugador ávido
Que gana sin trampear, ¡en todo golpe! es la ley.
El día declina; la noche aumenta: ¡recuerda!
El abismo tiene siempre sed; la clepsidra se vacía.
Luego sonará la hora en que el Divino Azar,
Donde la augusta Virtud, tu esposa todavía virgen,
Donde el Arrepentimiento mismo (¡oh, el postrer refugio!)
Donde todo te dirá: ¡Muere, viejo flojo! ¡es muy tarde!"
1860.
CUADROS PARISIENSES
LXXXVI
PAISAJE
Yo quiero, para componer castamente mis églogas,
Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,
Y vecino de los campanarios, escuchar soñando
Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.
Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla,
Yo veré el taller que canta y que charla;
Las chimeneas, los campanarios, esos mástiles de la cité,
Y los amplios cielos que hacen soñar con la eternidad.
Es grato, a través de las brumas, ver nacer
Las estrellas en el azur, la lámpara en la ventana,
Los vahos del carbón trepar al firmamento
Y la luna volcar su pálido encantamiento.
Yo veré las primaveras, los estíos, los otoños,
Y cuando llegue el invierno de las nieves monótonas,
Cerraré por todas partes portezuelas y postigos
Para edificar en la noche mis feéricos palacios.
Entonces soñaré con horizontes azulados,
Jardines, surtidores llevando en los alabastros,
Besos, pájaros cantando noche y día,
Y todo cuanto el Idilio tiene de más infantil.
El Motín, atronando vanamente en mi ventana,
No hará levantar mi frente de mi pupitre;
Porque estaré sumergido en esta voluptuosidad
De evocar la Primavera con mi voluntad,
Extraer un sol de mi corazón, y hacer
De mis pensamientos ardientes una tibia atmósfera.
1857.
LXXXVIIEL SOL
A lo largo del viejo faubourg, donde penden en las casuchas
Las persianas, abrigo de secretas lujurias,
Cuando el sol cruel cae con trazos redoblados
Sobre la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,
Yo acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,
Husmeando en todos los rincones las sorpresas de la rima.
Tropezando sobre las palabras como sobre los adoquines.
Chocando a veces con versos hace tiempo soñados.
Este padre nutricio, enemigo de las clorosis,
Despierta en los campos los versos como las rosas;
Hace evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,
Y colma los cerebros y las colmenas de miel.
Es él quien rejuvenece a los que empuñan muletas
Y los torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,
Y ordena a los sembrados crecer y madurar
¡En el corazón inmortal que siempre quiere florecer!
Cuando, igual que un poeta, desciende en las ciudades,
Ennoblece el destino de las cosas más viles,
Introduciéndose cual rey, sin ruido y sin lacayos,
En todos los hospitales y en todos los palacios.
1861.
LXXXVIIIA UNA MENDIGA PELIRROJA
Blanca muchacha de los cabellos rojizos,
Cuyo vestido por los agujeros
Deja ver la pobrezaY la belleza,
Para mí, poeta enclenque,
Tu joven cuerpo enfermizo,Lleno de pecas,Tiene su dulzura.
Tú llevas más galantemente
Que una reina de romance
Sus coturnos de terciopelo
Tus zuecos burdos.
En lugar de un harapo muy corto,
Un soberbio traje de corte
Arrastra con pliegues rumorosos y largos
Sobre tus talones;
En lugar de medias agujereadas,
Para los ojos taimados
Sobre tu pierna un puñal de oro
Reluce todavía;
Nudos mal ajustados
Desnudan para nuestros pecados
Tus dos hermosos senos, radiantesComo dos ojos;
Que para desnudarte
Tus brazos se hacen rogar
Y expulsan con golpes vivacesLos dedos traviesos,
Perlas del más bello oriente,
Sonetos del maestro Belleau
Por tus galantes engrillados
Sin cesar ofrecidos
Chusma de rimadoresDedicándote sus primores
Y contemplando tu zapatoBajo la escalera,
Más de un paje enamorado del azar,
Más que un señor y más que un Ronsard
¡Espiaban por diversiónTu fresco escondrijo!
Tú contabas en tus lechosMás besos que lises
Y ordenabas bajo tus leyes¡Más de un Valois!
-Empero tú vas mendigando
Algún viejo mendrugo yaciendo
En el umbral de cualquier VéfourDe la encrucijada;
Tú vas curioseando por debajo
Joyas de veintinueve sueldos
Que yo no puedo, ¡oh, perdón!Regalarte.
¡Ve, pues, sin otro adorno,Perfumes, perlas, diamante,
Que tu magra desnudez!¡Oh, mi belleza!
1861.
LXXXIXEL CISNE
A Víctor Hugo.
I
¡Andrómaca, pienso en ti! Este riacho,
Pobre y triste espejo donde antaño resplandeció
La inmensa majestad de vuestros dolores de viuda,
Este Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece,
Ha fecundado de pronto mi memoria fértil,
Cuando yo atravesaba el nuevo Carrousel.
El viejo París terminó (la forma de una ciudad
Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);
Yo no veo sino con el espíritu todo este caserío,
Este montón de capiteles esbozados y los fustes,
Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,
Y brillando en las ventanas, el bric-a-bras confuso.
Allí se mostraba antaño una casa de fieras;
Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos
Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura
Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,
Un cisne que se había evadido de su jaula,
Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,
Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.
Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico
Bañaba nerviosamente sus alas en el polvo,
Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:
"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"
Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,
Hacia el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio,
Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,
Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,
¡Como si dirigiera reproches a Dios!
II
¡París cambia! ¡pero, nada en mi melancolía
Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques,
Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría,
Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas.
También ante este Louvre una imagen me oprime:
Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos,
Como los exiliados, ridículo y sublime,
¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos,
Andrómaca, de los brazos de un gran esposo caída,
Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro,
Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado;
Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno!
Yo pienso en la negra, enflaquecida y tísica,
Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña,
Los cocoteros ausentes del África soberbia
Detrás de la muralla inmensa de neblina;
En cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra
¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!
¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!
¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!
También en la selva donde mi espíritu se exilia
¡Un viejo Recuerdo resuena con la plenitud del cuerno!
Pienso en los marineros olvidados en una isla,
¡En los cautivos, en los vencidos!… ¡y en muchos otros todavía!
1860.
XC
LOS SIETE ANCIANOS
A Víctor Hugo
Hormigueante ciudad, llena de sueños,
Donde el espectro en pleno Día agarra al transeúnte!
Los misterios rezuman por todas partes como las savias
En los canales estrechos del coloso poderoso.
Una mañana, mientras que en la triste calle
Las casas, cuya altura prolonga la bruma,
Simulaban los dos muelles de un río crecido,
Y que, decoración semejante al alma del actor,
Una niebla sucia y amarilla inundaba tanto el espacio,
Yo seguía, atesando mis nervios cual un héroe
Y discutiendo con mi alma ya cansada,
El "faubourg" sacudido por las pesadas carretas.
De pronto, un anciano cuyos guiñapos amarillos
Imitaban el color de este cielo lluvioso,
Y de los que el aspecto había hecho llover las limosnas,
Sin la maldad que lucía en sus ojos,
Se me apareció. Se hubiera dicho su pupila empapada
En la hiel; su mirada agudizando la escarcha,
Y su barba de largas guedejas, afilada como una espada,
Se proyectaba, parecida a la de Judas.
No estaba encorvado, sino quebrado, su espinazo
Hacía con su pierna imperfecto ángulo recto,
Si bien su bastón, completando su estampa,
Le imprimía el talante y el paso torpe
De un cuadrúpedo enfermo o de un brasero de tres patas.
En la nieve y el barro avanzaba atascándose,
Cual si aplastara muertos bajo sus chanclos,
Hostil al universo más bien que indiferente.
Su semejante le seguía: barbas, ojos, dorso, bastón, guiñapos,
Ningún rasgo distinguía, del mismo infierno llegado,
Este jumento centenario, y estos espectros barrocos
Marchaban con el mismo peso hacia un final desconocido.
¿A qué complot infame estaba yo expuesto,
O qué perverso azar así me humillaba?
¡Porque yo conté siete veces, de minuto en minuto,
Este siniestro anciano que se multiplicaba!
Que aquel que se burla de mi inquietud,
Y que no se ha sentido alcanzado por un estremecimiento fraternal,
Si bien que, pese a tanta decrepitud,
¡Estos siete monstruos horribles tenían el aire eterno!
¿Hubiera yo, sin morir, contemplado el octavo,
Sosías inexorable, irónico y fatal,Asqueante Fénix, hijo y padre de sí-mismo?
-Mas volví las espaldas al cortejo infernal.
¡Exasperado como un ebrio que viera doble,
Retorné, cerré mi puerta, espantado,
Enfermo y pasmado, el espíritu afiebrado y turbado,
Herido por el misterio y por el absurdo!
Vanamente mi razón quería empuñar la barra;
La tempestad jugando derrotaba mis esfuerzos,
¡Y mi alma danzaba, danzaba, vieja gabarra
Sin mástiles, sobre un mar monstruoso y sin riberas!
1859.
XCI
LAS VIEJECITAS
A Víctor Hugo
En los pliegues sinuosos de las viejas capitales,
Donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios,
Espío, obediente a mis humores fatales,
Los seres singulares, decrépitos y encantadores.
Estos monstruos dislocados fueron antaño mujeres
¡Eponina o Lais! Monstruos rotos, jorobados
O torcidos, ¡amémoslos! son todavía almas
Bajo faldas agujereadas y bajo fríos trapos.
Trepan, flagelados por el cierzo inicuo,
Estremeciéndose al rodar estrepitoso de los ómnibus,
Y apretando contra su flanco, cual si fueran reliquias,
Un saquito bordado de flores o de arabescos;
Trotan, muy parecidos a marionetas;
Se arrastran, como hacen las bestias heridas,
O bailan, sin querer bailar, pobres campanillas
De las que cuelga un Demonio sin piedad. Destrozados
Como están, tienen ojos taladrantes cual una barrena,
Brillantes como esos agujeros en los que el agua duerme en la noche;
Tienen los ojos divinos de la tierna niña
Que se maravilla y ríe a todo cuanto reluce.
-¿Habéis observado que muchos féretros de viejas
Son casi tan pequeños como el de un niño?
La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales
Un símbolo de un sabor caprichoso y cautivante,
Y cuando entreveo un fantasma débil
Atravesando de París el hormigueante cuadro,
Me parece siempre que este ser frágil
Se marcha muy dulcemente hacia una nueva cuna;
A menos que, meditando sobre la geometría,
Yo no busque, en el aspecto de esos miembros discordes,
Cuántas veces es preciso que el obrero varíe
La forma de la caja donde se meten todos esos cuerpos.
-Esos ojos son pozos abiertos por un millón de lágrimas,
Crisoles que un metal enfriado recubre con pajuelas…
¡Esos ojos misteriosos tienen invencibles encantos
Para aquel que el austero Infortunio amamanta!
II
De Frascati difunta Vestal enamorada;
Sacerdotisa de Talía, ¡ah!, de la que el apuntador
Enterrado sabe el nombre; célebre evaporada
Que Tívole antaño sombreaba en su flor,
¡Todas me embriagan! Pero, entre esos seres débiles
Los hay que, haciendo del dolor una miel,
Han dicho al Sacrificio que les prestaba sus alas:
Hipógrifo poderoso, ¡llévame hasta el cielo!
La una, por su patria en la desdicha ejercitada,
La otra, que el esposo sobrecargó de dolores,
La otra, por su hijo Madona traspasada,
¡Todas habrían podido formar un río con sus lágrimas!
III
¡Ah! ¡Cómo he seguido a esas viejecitas!
Una, entre otras, a la hora en que el sol poniente
Ensangrienta el cielo con heridas bermejas,
Pensativa, se sentaba apartada sobre un banco,
Para escuchar uno de esos conciertos, ricos en cobre
Con los que los soldados, a veces, inundan nuestros jardines,
Y que, en esas tardes de oro en las que nos sentimos revivir,
Vierten cierto heroísmo en el corazón de los ciudadanos.
Aquélla, erecta aún, altiva y oliendo a la regla,
Aspirando ávidamente ese canto vivido y guerrero;
Su mirada, a veces, se abría como el ojo de una vieja águila;
¡Su frente de mármol parecía hecha para el laurel!
IV
Tal como camináis, estoicas y sin quejas,
A través del caos de vivientes ciudades,
madres de sangrante corazón, cortesanas o santas,
De las que, antaño, los nombres por todos eran citados.
Vosotras que fuisteis la gracia o que fuisteis la gloria,
¡Nadie os reconoce! Un beodo incivil
Os enrostra al pasar un amor irrisorio;
Sobre vuestros talones brinca un niño flojo y vil.
Avergonzadas de existir, sombras encogidas,
medrosas, agobiadas, costeáis los muros;
Y nadie os saluda, ¡extraños destinos!
¡Despojos de humanidad para la eternidad maduros!
Pero yo, yo que de lejos tiernamente os espío,
La mirada inquieta, fija sobre vuestros pasos vacilantes,
Como si yo fuera vuestro padre, ¡oh, maravilla!
Saboreo sin que lo sepáis placeres clandestinos:
Veo expandirse vuestras pasiones novicias;
Sombríos o luminosos, veo vuestros días perdidos;
¡Mi corazón multiplicado disfruta de todos vuestros vicios!
¡Mi alma resplandece de todas vuestras virtudes!
¡Ruinas! ¡Mi familia! ¡oh, cerebros congéneres!
¡Yo cada noche os hago una solemne despedida!
¿Dónde estaréis mañana, Evas octogenarias,Sobre las que pesa la garra horrorosa de Dios?
1859.
XCII
LOS CIEGOS
¡Contémplalos, alma mía; son realmente horrendos!
Parecidos a maniquíes; vagamente ridículos;
Terribles, singulares como los sonámbulos;
Asestando, no se sabe dónde, sus globos tenebrosos.
Sus ojos, de donde la divina chispa ha partido.
Como si miraran a lo lejos, permanecen elevados
Hacia el cielo; no se les ve jamás hacia los suelos
Inclinar soñadores su cabeza abrumada.
Atraviesan así el negror ilimitado,
Este hermano del silencio eterno. ¡Oh, ciudad!
Mientras que alrededor nuestro, tú cantas, ríes y bramas,
Prendada del placer hasta la atrocidad,
¡Mira! ¡Yo me arrastro también! Pero, más que ellos, ofuscado,
Pregunto: ¿Qué buscan en el Cielo, todos estos ciegos?
1860.
XCIIIA UNA TRANSEÚNTE
La calle ensordecedora alrededor mío aullaba.
Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,
Una mujer pasó, con mano fastuosa
Levantando, balanceando el ruedo y el festón;
Ágil y noble, con su pierna de estatua.
Yo, yo bebí, crispado como un extravagante,
En su pupila, cielo lívido donde germina el huracán,
La dulzura que fascina y el placer que mata.
Un rayo… ¡luego la noche! – Fugitiva beldad
Cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer,
¿No te veré más que en la eternidad?
Desde ya, ¡lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Jamás, quizá!
Porque ignoro dónde tú huyes, tú no sabes dónde voy,
¡Oh, tú!, a la que yo hubiera amado, ¡oh, tú que lo supiste!
1860.
XCIV
EL ESQUELETO LABRADOR
I
En las láminas de anatomía
Que yacen en estos muelles polvorientos,
Donde tanto libro cadavérico
Duerme como una antigua momia,
Dibujos a los cuales la gravedad
Y el saber de un viejo artista,
Por más que el tema sea triste,
Han comunicado la Belleza,
Se ven, lo que hace más completos
Esos misteriosos horrores,
Cavando como labradores,Desollados y Esqueletos.
II
De este terreno que escarbáis,
Labriegos resignados y lúgubres,
Con todo el esfuerzo de vuestras vértebras,
O de vuestros músculos descarnados,
Decid, ¿qué cosecha extraña,
Forzados salidos del osario,
Arrancasteis y de qué granjeroHabéis llenado el granero?
¿Queréis (¡con un destino harto duro, Espantoso y claro emblema!)
Mostrar que en la fosa misma
El sueño prometido no es seguro;
Que alrededor nuestro la Nada es traidora;Que todo, hasta la Muerte, nos mientes,
Y que sempiternamente,¡Ah! necesitaremos quizá
En algún país desconocido
Cavar la tierra áspera
Y hundir una pesada pala
Bajo nuestro pie sangriento y desnudo?
1859.
XCV
CREPÚSCULO VESPERTINO
He aquí la noche encantadora, amiga del criminal;
Llega como un cómplice, a paso de lobo; el cielo
Se cierra lentamente cual una gran alcoba,
Y el hombre impaciente se cambia en bestia salvaje.
¡Oh noche!, amable noche, deseada por aquel
Cuyos brazos, sin mentir, pueden decir: ¡HoyHemos trabajado!
– Es la noche la que alivia
Los espíritus que devora un dolor salvaje,
El sabio obstinado cuya frente se abruma,
Y el obrero encorvado que recobra su lecho.
Mientras tanto demonios malignos en la atmósfera
Se despiertan pesadamente, cual hombres de negocios,
Y golpean al volar los postigos y el altillo.A través de las luces que atormenta el viento
La Prostitución se enciende en las calles;
Como un hormiguero ella abre sus salidas;
Por todas partes traza un oculto camino,
Cual el enemigo que intenta un asalto;
Ella se agita en el seno de la ciudad de fango
Como un gusano que roba al Hombre lo que ha comido.
Se escuchan aquí y allí las cocinas silbar,
Los teatros chillar, las orquestas roncar;
Las mesas redondas, en las que el juego hace las delicias,
Llénanse de rameras y de estafadores, sus cómplices,
Y los ladrones, que no tienen tregua ni merced,
Pronto han de comenzar su trabajo, ellos también,
Y forzar suavemente las puertas y las cajas
Para vivir unos días y vestir a sus amantes.
¡Recógete, alma mía, en este grave instante,
Y cierra tu oído a este rugido.
Esta es la hora en que los dolores de los enfermos se agudizan!
La Noche sombría les agarra la garganta; concluyen
Su destino y van hacia la fosa común;
El hospital se llena de sus suspiros.
– Más de unoNo llegará jamás en busca de la sopa perfumada,
AI rincón del hogar, de noche, junto a un alma amada.
Todavía la mayoría de ellos, jamás han conocido
La Dulzura del hogar, ¡Jamás han vivido!
1852.
XCVIEL JUEGO
En los sillones marchitos, cortesanas viejas,
Pálidas, las cejas pintadas, la mirada zalamera y fatal,
Coqueteando y haciendo de sus magras orejas
Caer un tintineo de piedra y de metal;
Alrededor de verdes tapetes, rostros sin labio,
Labios pálidos, mandíbulas desdentadas,
Y dedos convulsionados por una infernal fiebre,
Hurgando el bolsillo o el seno palpitante;
Bajo sucios cielorrasos una fila de pálidas arañas
Y enormes quinqués proyectando sus fulgores
Sobre frentes tenebrosas de poetas ilustres
Que acuden a derrochar sus sangrientos sudores;
He aquí el negro cuadro que en un sueño nocturno
Vi desarrollarse bajo mi mirada perspicaz.
Yo mismo, en un rincón del antro taciturno,
Me vi apoyado, frío, mudo, ansioso,
Envidiando de esas gentes la pasión tenaz,
De aquellas viejas rameras la fúnebre alegría,
¡Y todos gallardamente ante mí traficando,
El uno con su viejo honor, la otra con su belleza!
¡Y mi corazón se horrorizó contemplando a tanto infeliz
Acudiendo con fervor hacia el abismo abierto,
Y que, ebrio de sangre, preferiría en suma
El dolor a la muerte y el infierno a la nada!
1857.
XCVIIDANZA MACABRA
Para Ernesto Christophe
Como un viviente, arrogante de su noble estatura,
Con su gran ramillete, su pañuelo y sus guantes,
Ella tiene la indolencia y la desenvoltura
De una coqueta flaca de porte extravagante.
¿Se vio alguna vez en el baile un talle más delgado?
Su vestido exagerado, en su real amplitud,
Se vuelca abundantemente sobre un pie seco que oprime
Un zapato adornado, bello cual una flor.
El frunce que juega al borde de las clavículas,
Cual arroyo lascivo frotándose en el peñasco,
Defiende púdicamente de las chanzas ridículas
Los fúnebres encantos que ella sabe ocultar,
Sus ojos profundos están hechos de vacío y de tinieblas,
Y su cráneo, con flores artísticamente peinado,
Oscila lánguidamente sobre sus frágiles vértebras,
¡Oh, encanto de un fantasma locamente emperifollado!
Algunos te tomarán por una caricatura,
Sin comprender, amantes ebrios de carne,
La elegancia sin nombre de tu humana armadura.
¡Tú respondes, gran esqueleto, a mi gusto más caro!
¿Vienes a turbar, con tu imponente mueca,
La fiesta de la Vida? o ¿algún viejo deseo,
Acicateando aún tu viviente esqueleto,
Te impulsa, crédula, al aquelarre del Placer?
¿Con el cantar de los violines, y las llamas de las bujías,
Esperas expulsar tu pesadilla burlona,
Y vienes a implorar al torrente de las orgías
Que refresque el infierno encendido en tu corazón?
¡Inagotable pozo de necedad y de errores!¡Del antiguo dolor eterno alambique!
A través del retorcido enrejado de tus costillas
Yo veo, todavía errante, el insaciable áspid.
A la verdad, temo que tu coquetería
No alcance un precio digno de sus esfuerzos;
¿Quién, entre esos corazones mortales, alcanza la burla?
¡Los sortilegios del horror sólo embriagan a los fuertes!
El abismo de tus ojos, pleno de horribles pensamientos,
Exhala el vértigo, y los bailarines prudentes
No contemplarán sin amargas náuseas
La sonrisa eterna de tus treinta y dos dientes.
Empero, ¿quién no ha estrechado entre sus brazos un esqueleto,
Y quién no se ha nutrido de cosas sepulcrales?
¿Qué importa el perfume, el vestido o el tocado?
El que hace ascos demuestra que se cree bello.
Bayadera sin nariz, irresistible trotona,
Diles, pues, a estos bailarines que se hacen los ofuscados:
"Arrogantes galanes, pese al arte de los polvos y del colorete,
¡Exhaláis todos la muerte! ¡Oh, esqueletos almizclados!
¡Antinoos marchitos, dandis de rostro glabre,
Cadáveres barnizados, lovelaces canosos,
El alboroto universal de la danza macabra
Os arrastra hacia lugares desconocidos!
Desde los muelles fríos del Sena a los bordes ardientes del Ganges,
El tropel mortal salta y se pasma, sin ver
La trompeta del Ángel en un agujero del techo
Siniestramente boquiabierto cual un negro trabuco.
En todo clima, bajo todo sol, la Muerte te admira
En tus contorsiones, risible Humanidad,
Y a menudo, como tú, perfumándose de mirra,
Mezcla su ironía a tu insensatez!"
1857.
XCVIIIEL AMOR DE LA MENTIRA
Cuando te veo pasar, ¡oh!, mi querida, indolente,
Al cantar de los instrumentos que se rompe en el cielo raso
Suspendiendo tu andar armonioso y lento,
Y paseando el hastío de tu mirar profundo;
Cuando contemplo bajo la luz del gas que la colora,
Tu frente pálida, embellecida por morbosa atracción,
Donde las antorchas nocturnas encienden una aurora,
Y tus ojos atraen cual los de un retrato,
Yo me digo: ¡Qué hermosa es! y ¡qué singularmente fresca!
El recuerdo macizo, real e imponente torre,
La corona, y su corazón cual un melocotón magullado,
Está maduro, como su cuerpo, para el sabio amor.
¿Eres el fruto otoñal de sabores soberanos?
¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,
Perfume que hace soñar con oasis lejanos,
Almohada acariciante, o canastillo de flores?
Yo sé que hay miradas, de las más melancólicas,
Que no recelan jamás secretos preciosos;
Hermosos alhajeros sin joyas, medallones sin reliquias,
Más vacíos, más profundos que vosotros mismos, ¡oh Cielos!
¿Pero, no basta que tú seas la apariencia,
Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?
¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad.
1860.
XCIX
(YO NO HE OLVIDADO…)
Yo no he olvidado, vecina a la ciudad,
Nuestra blanca morada, pequeña pero tranquila;
Su Pomona de yeso y su vieja Venus
En un bosquecillo insignificante ocultando sus miembros desnudos,
Y el sol, en la tarde, refulgente y soberbio,
Que, detrás del cristal en que se quebraba su gavilla,
Parecía, ojo inmenso abierto en el cielo curioso,
Contemplar vuestras cenas largas y silenciosas,
Derramando generosamente sus bellos reflejos de cirio
Sobre el mantel frugal y las cortinas de sarga.
1857.
C
(A LA CRIADA…)
A la criada de la que con toda el alma estabais celosa
Y que duerme su sueño bajo un humilde césped,
Debiéramos, sin embargo, llevarle algunas flores.
Los muertos, los pobres muertos, tienen grandes dolores,
Y cuando Octubre sopla, talador de viejos árboles,
Su viento melancólico alrededor de sus mármoles,
En verdad, deben encontrar los vivos harto ingratos,
Durmiendo, como lo hacen, cálidamente entre sus sábanas,
Mientras que, devorados por negras ensoñaciones,
Sin compañero de lecho, sin gratas conversaciones,
Viejos esqueletos helados consumidos por el gusano,
Sienten escurrirse las nieves del invierno
Y el siglo transcurrir, sin que amigos ni familia
Reemplacen los jirones que penden de su verja.
Cuando el leño silba y canta, si en la tarde,
Tranquila, en el sillón yo la veía sentarse,
Si, en una noche azul y fría de diciembre,
Yo la encontraba acurrucada en un rincón de mi cuarto,
Grave, y viniendo del fondo de su lecho eterno
Incubar el niño crecido bajo su mirada maternal,
¿Qué podría responder yo a esta alma piadosa,
Viendo caer las lágrimas de su pupila hueca?
1857.
CIBRUMAS Y LLUVIAS
¡Oh, finales de otoño, inviernos, primaveras cubiertas de lodo,
Adormecedoras estaciones! yo os amo y os elogio
Por envolver así mí corazón y mi cerebro
Con una mortaja vaporosa y en una tumba baldía.
En esta inmensa llanura donde el austro frío sopla,
Donde en las interminables noches la veleta enronquece,
Mi alma mejor que en la época del tibio reverdecer
Desplegará ampliamente sus alas de cuervo.
Nada es más dulce para el corazón lleno de cosas fúnebres,
Y sobre el cual desde hace tiempo desciende la escarcha,
¡Oh, blanquecinas estaciones, reinas de nuestros climas!,
Que el aspecto permanente de vuestras pálidas tinieblas,
-Si no es en una noche sin luna, uno junto al otro,
El dolor adormecido sobre un lecho cualquiera.
1857.
CII
SUEÑO PARISIENSE
Constantin Guys
I
De aquel terrible paisaje,
Tal que jamás un mortal vio,
Esta mañana todavía la imagen,
Vaga y lejana, me arrebataba.
¡El sueño estaba lleno de milagros!
Por un capricho singular
Yo había desterrado del espectáculoEl vegetal singular,
Y, pintor orgulloso de mi genio,
saboreaba en mi cuadro
La embriagante monotonía
Del metal, del mármol y del agua.
Babel de escaleras y de arcadas,
Era un palacio infinito,
Lleno de fuentes y cascadas
Volcando el oro mate o bruñido;
Y cataratas pesadas,
Como cortinas de cristal,
Pendían, deslumbrantes,De las murallas de metal.
No de árboles, sino de columnatas,
Los dormidos estanques nos rodeaban,
Donde gigantescas náyades,
Como mujeres, se contemplaban.
Napas de agua derramábanse, azules
Entre malecones rosados y verdes,
A lo largo de millones de leguas,
Hacia el confín del universo;
¡Eran piedras inauditas
Y oleadas mágicas; eranInmensos espejos deslumbrantes
Por todo cuanto ellos reflejaban!
Indolentes y taciturnos,
Los Ganges, en el firmamento,
Volcaban el tesoro de sus urnas
En abismos de diamante.
Arquitecto de mis hechizos,
Yo hacía, a mi capricho,
Bajo un túnel de pedrerías
Pasar un océano domado;
Y todo, aun el color negro,
Parecía límpido, claro, irisado;
El líquido engastaba su gloriaEn el destello cristalizado.
¡Ningún astro, desde luego, nada de vestigios
De sol, ni siquiera en lo bajo del cielo,
Para iluminar estos prodigios,
Que brillaban con su propio fuego!
Y sobre estas movientes maravillas
Cerníase (¡terrible novedad!¡Todo para la vista, nada para los oídos!)
Un silencio de eternidad.
II
Al reabrir mis ojos llameantes
He visto el horror de mi rincón,
Y sentí, penetrando en mi alma,
La punta de las preocupaciones malditas;
El péndulo de los acentos fúnebres
Sonaba brutalmente el mediodía,
Y el cielo volcaba tinieblas
Sobre el triste mundo adormilado.
1860.
CIII
EL CREPÚSCULO MATUTINO
La diana cantaba en los patios de los cuarteles,
Y el viento de la mañana soplaba sobre las linternas.
Era la hora en que el enjambre de los sueños malignos
Tuerce sobre sus almohadas los atezados adolescentes;
Cuando, cual un ojo sangriento que palpita y se menea,
La lámpara en el amanecer es una mancha roja;
Cuando el alma, bajo el peso del cuerpo rudo y pesado,
Imita los combates de la lámpara y del día.
Como un rostro en llanto que las brisas enjugan,
El aire está lleno del escalofrío de las cosas que se fugan,
Y el hombre está fatigado de escribir y la mujer de amar,
Las casas, aquí y allá, comienzan a humear,
Las hembras de placer, el párpado lívido,
Boca abierta, dormían con su sueño estúpido;
Las pordioseras, arrastrando sus senos fláccidos y fríos,
Soplaban sobre sus tizones y soplaban sobre sus dedos.
Era la hora en que, entre el frío y la roñería
Se agravan los dolores de las mujeres yacientes;
Cual un sollozo cortado por un vómito espumoso
El canto del gallo, a lo lejos, rasgaba el aire brumoso;
Un mar de nieblas bañaba los edificios,
Y los agonizantes en el fondo de los hospicios
Exhalaban su postrer estertor en hipos desiguales.
Los libertinos regresaban, destrozados por sus esfuerzos.
La aurora tiritante, vestida de rosa y verde,
Avanzaba lentamente sobre el Sena desierto,
Y la sombra de París, frotándose los ojos,
Empuñaba sus herramientas, anciano laborioso.
1852.
EL VINO
CIVEL ALMA DEL VINO
Una noche, el alma del vino cantó en las botellas:
"¡Hombre, hacia ti elevo, ¡oh! querido desheredado,
Bajo mi prisión de vidrio y mis lacres bermejos,
Una canción colmada de luz y de fraternidad!
Sobre la colina en llamas, yo sé cuánto se requiere
De pena, de sudor y de sol abrasador
Para engendrar mi vida y para infundirme el alma;
Mas, no seré ni ingrato ni dañino,
Pues que experimento un regocijo inmenso cuando caigo
En el gaznate de un hombre consumido por su labor,
Y su cálido pecho es una dulce tumba
En la cual me siento mucho mejor que en mis frías bodegas.
¿Oyes resonar las canciones dominicales
Y la esperanza que gorjea en mi pecho palpitante?
Los codos sobre la mesa y arremangado,
Tú me glorificarás y te sentirás contento;
Yo iluminaré los ojos de tu mujer arrebatada;
A tu hijo le volveré su fuerza y sus colores
Y seré para ese frágil atleta de la vida
El ungüento que fortalece los músculos de los luchadores.
En ti yo caeré, vegetal ambrosía,
Grano precioso arrojado por el eterno Sembrador,
Para que de nuestro amor nazca la poesía
Que brotará hacia Dios cual una rara flor!"
1844.
CVEL VINO DE LOS TRAPEROS
Frecuentemente, al claro fulgor de un reverbero
Del cual bate el viento la llama y atormenta el vidrio,
En el corazón de un antiguo arrabal, laberinto fangoso
Donde la humanidad bulle en fermentos tempestuosos,
Se ve un trapero que llega, meneando la cabeza,
Tropezando, y arrimándose a los muros como un poeta,
Y, sin cuidarse de los polizontes, sus sombras negras
Expande todo su corazón en gloriosos proyectos.
Formula juramentos, dicta leyes sublimes,
Aterra los malvados, redime las víctimas,
Y bajo el firmamento cual un dosel suspendido,
Se embriaga con los esplendores de su propia virtud.
Sí, esta gente hostigada por miserias domésticas,
Molidos por el trabajo y atormentados por la edad,
Derrengados y doblándose bajo un montón de basuras,
Vómitos confusos del enorme París,
Retornan, perfumados de un olor de toneles,
Seguidos de compañeros, encanecidos en las batallas,
Cuyos mostachos penden como las viejas banderas.
Los pendones, las flores y los arcos triunfales
Iérguense ante ellos, ¡solemne sortilegio!
¡Y en la ensordecedora y luminosa orgía
Clarines, sol, aclamaciones y tambores,
Tráenle la gloria al pueblo ebrio de amor!
Es así como a través de la Humanidad frívola
El vino arrastra el oro, deslumbrante Pactolo;
Por la garganta del hombre canta sus proezas
Y reina por sus dones así como los verdaderos reyes.
Para ahogar el rencor y acunar la indolencia
De todos estos viejos malditos que mueren en silencio,
Dios, tocado por los remordimientos, había hecho el sueño;
¡El hombre agregó el Vino, hijo sagrado del Sol!
1852.
CVI
EL VINO DEL ASESINO
Mi mujer está muerta, ¡soy libre!
Puedo, pues, beber hasta el hartazgo.
Cuando regresaba sin un sueldo,
Sus gritos me desgarraban los nervios.
Tanto como un rey soy dichoso;
El aire es puro, el cielo admirable…
¡Teníamos un verano semejanteCuando me enamoré!
La horrible sed que me desgarra
Tendría necesidad para saciarse
De tanto vino como puede contener
Su tumba; – lo que no es poco decir:
La he echado al fondo de un pozo,
Y hasta he arrojado sobre ellatodas las piedras del brocal.
-¡La olvidaré si puedo!
En nombre de los juramentos de ternura,
De los que nadie nos puede desligar,
Y para reconciliarnos
Como en los buenos tiempos de nuestra embriaguez,
Le imploré una cita,Por la noche, en un camino oscuro.
¡Ella acudió! -¡loca criatura!¡Somos todos más o menos locos!
Estaba todavía bonita,
¡Si bien muy cansada! Y yo,
¡Yo la quería mucho! He aquí porque
Le dije: ¡Deja esta existencia!
Nadie puede comprenderme.
Uno soloEntre estos borrachos estúpidos
¿Pensó en sus noches morbosas
Hacer del vino una mortaja?
Esta crápula invulnerable
Como las máquinas de hierro
Jamás, ni en verano ni en invierno,
Ha conocido el amor verdadero,
¡Con sus negros encantos,
Su cortejo infernal de clamores,
Sus frascos de veneno, sus lágrimas,
Su estrépito de cadena y de osamentas!
-¡Heme aquí, libre y solitario!
Estaré esta noche borracho perdido;
Entonces, sin miedo y sin remordimiento,
Me echaré en el suelo,
¡Y dormiré como un perro!
El carretón de pesadas ruedas
Cargado de piedras y de barro,
El vagón desenfrenado puede quizá
Aplastar mi cabeza culpable
O cortarme por la mitad,
¡Yo me río, tanto como de Dios,Del Diablo o de la Santa Mesa!
1848.
CVIIEL VINO DEL SOLITARIO
La mirada singular de una mujer galante
Que se desliza hacia nosotros como el rayo blanco
Que la luna ondulante envía al lago tembloroso,
Cuando en él quiere bañar su belleza indolente;
El último escudo de la talega en los dedos de un jugador;
Un beso libertino de la flaca Adelina;
Los sones de una música enervante y mimosa,
Semejante al grito lejano del humano dolor,
Todo eso no vale nada, ¡oh! botella profunda,Los bálsamos penetrantes que tu panza fecunda
Guarda, piadosa para el corazón sediento del poeta;
¡Tu le viertes la esperanza, la juventud y la vida,
-Y el orgullo, este tesoro de toda miseria,
Que nos vuelve triunfantes y semejantes a los dioses.
1857
CVIIIEL VINO DE LOS AMANTES
¡Hoy el espacio muestra todo su esplendor!
Sin freno, sin espuelas, sin bridas.
¡Partamos, cabalgando sobre el vino
Hacia un cielo mágico y divino!
Cual dos ángeles a los cuales tortura
Una implacable calentura,
En el azul diáfano de la mañana
¡Sigamos hacia el espejismo lejano!
Muellemente mecidos sobre las alas
Del torbellino inteligente,En un delirio paralelo,
¡Hermana mía, uno al lado del otro, navegando,
Huiremos sin reposo ni treguas
Hacia el paraíso de mis sueños!
1857
FLORES DEL MAL
CIX
LA DESTRUCCIÓN
Incesante a mi vera se agita el Demonio;
Flota alrededor mío como un aire impalpable;
Lo aspiro y lo siento que quema mis pulmones
Y los llena de un deseo eterno y culpable.
A veces toma, sabiendo mi gran amor al Arte,
La forma de la más seductora de las mujeres,
Y, bajo especiosos pretextos de tedio,
Habitúa mis labios a filtros infames.
Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,
Jadeante y destrozado por la fatiga, en medio
De las llanuras del Hastío, profundas y desiertas,
Y despliega ante mis ojos llenos de confusión
Vestimentas mancilladas, heridas abiertas,
¡Y el aparejo sangriento de la Destrucción!
1855
CX
UN MÁRTIR(Dibujo de un maestro desconocido)
En medio de los frascos, de las telas recamadas
Y de los muebles voluptuosos,
Mármoles, cuadros, ropas perfumadas
Se arrastran en pliegues suntuosos,
En una alcoba tibia donde, como en un invernáculo,
El aire es peligroso y fatal,
Donde los ramilletes moribundos en sus féretros de vidrio
Exhalan su suspiro final,
Un cadáver sin cabeza derrama, cual un río,
Sobre la almohada desalterada
Una sangre roja y vivida con la que la tela se abreva
Con la avidez de un prado.
Semejante a las visiones pálidas que engendran la sombra
Y que nos encadenan los ojos,
La cabeza, con el montón de sus crines oscuras
Y de sus joyas preciosas,
Sobre el velador, como una ranúncula,
Reposa; y, vacía de pensamientos,
Una mirada vaga y pálida como un crepúsculo
Se escapa de sus ojos revulsivos.
Sobre el lecho, el tronco desnudo sin escrúpulos exhibe
En el más completo abandono
El secreto esplendor y la belleza fatal
De que la natura le hizo don;
Una media rosada, bordada de oro, en la pierna,
Como un recuerdo ha quedado;
La liga, cual un ojo secreto que fulgura,
Clava una mirada diamantina.
El singular aspecto de esta soledad
Y de un gran retrato lánguido,
Con ojos provocadores como su actitud,
Revela un amor tenebroso,
Un júbilo culpable y festejos extraños
Llenos de besos infernales,
Con los que se regocija el enjambre de ángeles malos
Flotando en los pliegues de los cortinados;
Y empero, al contemplar la delgadez elegante
Del hombro de contorno anguloso,
La cadera un poco puntiaguda y la cintura airosa
Cual un reptil irritado,
¡Ella es aún muy joven! -Su alma exasperada
Y sus sentimientos por el hastío mordidos,
¿Estuvieron entreabiertos a la jauría alterada Los deseos errantes y perdidos?
El hombre vengativo, viviente, que tú no has podido,
Malgrado tanto amor, saciar,
¿Colmó sobre tu carne inerte y complaciente
La inmensidad de su deseo?
¡Responde, cadáver impuro! y por tus trenzas rígidas
Levantándote con un brazo febriciente,
Dime, cabeza horrenda, sobre tus dientes fríos,
¿No estampó él su suprema despedida?
-Lejos del mundo burlón, lejos de la multitud impura,
Lejos de los magistrados curiosos,
Duerme en paz, duerme en paz, extraña criatura,
En tu tumba misteriosa;
Tu esposo corre por el mundo y tu forma inmortal
Vela cerca suyo cuando él duerme;
Tanto como tú sin duda él te será fiel Y constante hasta la muerte.
1857.
CXI
MUJERES CONDENADAS
Como bestias meditabundas sobre la arena tumbadas,
Ellas vuelven sus miradas hacia el horizonte del mar,
Y sus pies se buscan y sus manos entrelazadas
Tienen suaves languideces y escalofríos amargos.
Las unas, corazones gustosos de las largas confidencias,
En el fondo de bosquecillos donde brotan los arroyos,
Van deletreando el amor de tímidas infancias
Y cincelan la corteza verde de los tiernos arbustos;
Otras, cual religiosas, caminan lentas y graves,
A través de las rocas llenas de apariciones,
Donde San Antonio ha visto surgir como de las lavas
Los pechos desnudos y purpúreos de sus tentaciones;
Las hay, a la lumbre de resinas crepitantes,
Que en la cavidad muda de los viejos antros paganos
Te apelan en auxilio de sus fiebres aullantes,
¡Oh, Baco, adormecedor de remordimientos pasados!
Y otras hay, cuya garganta gusta de los escapularios,
Que, barruntando una fusta bajo sus largas vestimentas,
Mezclan, en el bosque sombrío y las noches solitarias,
La espuma del placer con las lágrimas de los tormentos.
¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires,
De la realidad, grandes espíritus desdeñosos,
Buscadoras del infinito, devotas y sátiras,
Ora llenas de gritos, ora llenas de lágrimas,
Vosotras que hasta vuestro infierno mi alma ha perseguido,
Pobres hermanas mías, yo os amo tanto como os compadezco,
Por vuestros tristes dolores, vuestra sed insaciable,
¡Y las urnas de amor del que vuestros corazones desbordan!
1857
CXII
LAS DOS BUENAS HERMANAS
La Licencia y la Muerte son dos gentiles rameras,
Pródigas de besos y ricas en salud,
Cuyo vientre siempre virgen y cubierto de andrajos
En la incesante labor jamás ha procreado.
Al poeta siniestro, enemigo de las familias,
Favorito del infierno, cortesano mal rentado,
Tumbas y lupanares muestran bajo sus atractivos
Un lecho que el remordimiento jamás ha frecuentado
Y la tumba y la alcoba, en blasfemias fecundas
Nos ofrendan, vez a vez, como dos buenas hermanas,
Terribles placeres y horrendas dulzuras.
¿Cuándo quieres enterrarme, Licencia, la de los brazos inmundos?
¡Oh, Muerte! ¿Cuándo vendrás, su rival en atractivos,Para mezclar sus mirtos infectos con tus negros cipreses?
1842.
CXIIILA
FUENTE DE SANGRE
Me parece a veces que mi sangre corre a raudales,
Cual una fuente con rítmicos sollozos.
La escucho bien que corre con un prolongado murmullo,
Pero, me palpo en vano para encontrar la herida.
A través de la ciudad, como en un campo cercado,
Se marcha, transformando los adoquines en islotes,
Saciando la sed de cada criatura,
Y en todas partes colorando de rojo la natura.
He implorado frecuentemente a los vinos capitosos
Adormecieran sólo un día el terror que me consume;
¡Qué el vino hace ver más claro y afina más el oído!
He buscado en el amor un sueño olvidadizo;
Mas el amor no es para mí sino un colchón de agujas
¡Hecho para dar de beber a esas crueles mujeres!
1857.
CXIV
ALEGORÍA
Es una mujer hermosa y de rica prestancia,
Que deja en el vino arrastrar su cabellera.
Las zarpas del amor, los venenos del garito,
Todo se desliza y embota en el granito de su piel.
Ella se ríe de la Muerte y burla del Libertinaje,
Esos monstruos cuya mano, que siempre araña y rasga,
En sus juegos dañinos y, sin embargo, respetada
De su cuerpo firme y erecto la ruda majestad.
Camina como diosa y reposa cual sultana;
Pone en el placer la fe mahometana,
Y con sus brazos abiertos, que abarcan sus pechos,
Atrae las miradas de los seres humanos.
Ella cree, ella sabe, esta virgen infecunda,
Y, por consiguiente, necesaria para la marcha del mundo,
Que la belleza del cuerpo es un sublime don
Que de toda infamia arranca el perdón.
Ignora el Infierno tanto como el Purgatorio,
Y cuando la hora llegue de entrar en la Noche negra,
Ella mirará el rostro de la Muerte,
Como a un recién nacido, -sin odio y sin remordimiento.
1857
CXV
LA BEATRIZ
En las tierras cenicientas, calcinadas, sin verdor,
Como yo me lamentara un día a la Natura,
Mientras mi pensamiento vagaba al azar,
Agucé lentamente sobre mi corazón el puñal,
Y vi en pleno mediodía descender sobre mi cabeza
La nube fúnebre y pesada de una tempestad,
Que llevaba un tropel de demonios viciosos,
Parecidos a enanos crueles y curiosos.
A considerarme fríamente se pusieron
Y, como viandantes sobre un loco que admiran,
Los escuché reír y cuchichear entre ellos,
Cambiando muchas señas y guiñadas.
-"Contemplemos complacidos esta caricatura
Y esta sombra de Hamlet imitando su postura,
La mirada indecisa y los cabellos al viento.
¿No inspira gran piedad ver a este buen compañero,
Este vagabundo, este histrión vacante, este bribón,
Porque sabe desempeñar artísticamente su rol,
Empeñarse en atraer con la canción de sus dolores
Las águilas, los grillos, los arroyos y las flores,
Y hasta a nosotros, autores de estos viejos papeles,
Recitarnos aullando sus tiradas públicas?"
Habría podido (mi orgullo alto cual los montes
Domina la nube y el grito de los demonios)
Desviar simplemente mi testa soberana,
Si no hubiera visto entre su tropel, obscena,
¡Crimen que no hizo vacilar al sol!
La reina de mi corazón, la de mirada incomparable,
Que se reía con ellos de mi sombría angustia
Y les hacía, a veces, alguna sucia caricia.
1857.
CXVI
UN VIAJE A CITEREA
Mi corazón, como un pájaro, voltigeaba gozoso
Y planeaba libremente alrededor de las jarcias;
El navío rolaba bajo un cielo sin nubes,
Cual un ángel embriagado de un sol radiante.
¿Qué isla es ésta, triste y negra?
-Es Citerea,Nos dicen, país celebrado en las canciones,
El dorado banal de todos los galanes en el pasado.
Mirad, después de todo, no es sino un pobre erial.
-¡Isla de los dulces secretos y de los regocijos del corazón!
De la antigua Venus, soberbio fantasma
Sobre tus aguas ciérnese un como aroma,
Que satura los espíritus de amor y languidez.
Bella isla de los mirtos verdes, plena de flores abiertas,
Venerada eternamente por toda nación,
Donde los suspiros de los corazones en adoración
Envuelven como incienso sobre un rosedal
Donde el arrullo eterno de una torcaz
-Citerea no era sino un lugar de los más áridos,
Un desierto rocoso turbado por gritos agrios.
¡Yo, empero, vislumbraba un objeto singular!
No era aquello un templo sobre las umbrías laderas,
Al cual la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,
Acudía, encendido el cuerpo por secretos ardores,
Entreabriendo su túnica las brisas pasajeras;
Pero, he aquí que rozando la costa, más de cerca
Para turbar los pájaros con nuestras velas blancas,
Vimos que era una horca de tres ramas,
Destacándose negra sobre el cielo, como un ciprés.
Feroces pájaros posados sobre su cebo
Destruían con saña un ahorcado ya maduro,
Cada uno hundiendo, cual instrumento, su pico impuro
En todos los rincones sangrientos de aquella carroña;
Los ojos eran dos agujeros, y del vientre desfondado
Los intestinos pesados caíanle sobre los muslos,
Y sus verdugos, ahítos de horribles delicias,
A picotazos lo habían absolutamente castrado.
Bajo los pies, un tropel de celosos cuadrúpedos,
El hocico levantado, husmeaban y rondaban;
Una bestia más grande en medio se agitaba
Como un verdugo rodeado de ayudantes.
Habitante de Citerea, hijo de un cielo tan bello,
Silenciosamente tu soportabas estos insultos
En expiación de tus infames cultos
Y de los pecados que te ha vedado el sepulcro.
Ridículo colgado, ¡tus dolores son los míos!
Sentí, ante el aspecto de tus miembros flotantes,
Como una náusea, subir hasta mis dientes,
El caudal de hiel de mis dolores pasados;
Ante ti, pobre diablo, inolvidable,
He sentido todos los picos y todas las quijadas
De los cuervos lancinantes y de las panteras negras
Que, en su tiempo, tanto gustaron de triturar mi carne.
-El cielo estaba encantador, la mar serena;
Para mí todo era negro y sangriento desde entonces.
¡Ah! y tenía, como en un sudario espeso,
El corazón amortajado en esta alegoría.
En tu isla, ¡oh, Venus! no he hallado erguido
Mas que un patíbulo simbólico del cual pendía mi imagen…
-¡Ah! ¡Señor! ¡Concédeme la fuerza y el coraje
De contemplar mi corazón y mi cuerpo sin repugnancia!
1852.
CXVIIEL CUPIDO Y EL CRÁNEO
(Vieja viñeta)
Cupido está sentado sobre el cráneo
De la Humanidad,
Y sobre este trono el profano,
Con risa desvergonzada,
Sopla alegremente burbujas redondas
Que suben en el aire,
Como para alcanzar los mundos
En el fondo del éter.
El globo luminoso y frágil
Toma un gran impulso,
Estalla y escupe su alma sutil
Como un sueño dorado.
Escucho al cráneo, en cada burbujaRogar y gemir:
-"Este juego feroz y ridículo,¿Cuándo debe concluir?
Porque lo que tu boca cruelDesparrama en el aire,
Monstruo asesino, es mi cerebro,¡Mi sangre y mi carne!"
1855.
REBELIÓN
CXVIII
EN RENIEGO DE SAN PEDRO
¿Qué es lo que Dios hace, entonces, de esta oleada de anatemas
Que sube todos los días hacia sus caros Serafines?
¿Cómo un tirano ahíto de manjares y de vinos,
Se adormece al suave rumor de nuestras horrendas blasfemias?
Los sollozos de los mártires y de los ajusticiados,
Son, sin duda, una embriagadora sinfonía,
Puesto que, malgrado la sangre que su voluptuosidad cuesta,
¡Los cielos todavía no están saciados del todo!
-¡Ah, Jesús! ¡Recuérdate del Huerto de los Olivos!
En tu candidez prosternado, rogabas
A Aquel que en su cielo reía del ruido de los clavos
Que innobles verdugos hundían en tus carnes vivas,
Cuando viste escupir sobre tu divinidad
La crápula del cuerpo de guardia y de la servidumbre,
Y cuando sentiste incrustarse las espinas,
En tu cráneo donde vivía la inmensa Humanidad;
Cuando de tu cuerpo roto la pesadez horrible
Alargaba tus dos brazos distendidos, que tu sangre
Y tu sudor manaban de tu frente palidecida,
Cuando tú fuiste ante todos colgado como un blanco.
¿Recordabas, acaso, aquellos días tan brillantes, y tan hermosos
En que llegaste para cumplir la eterna promesa,
Cuando atravesaste, montado sobre una mansa mula
Caminos colmados de flores y de follaje,
En que el corazón henchido de esperanzas y de valentía,
Azotaste sin rodeos a todos aquellos mercaderes viles?
¿Cuando fuiste tú, finalmente, el amo? El remordimiento,
¿No ha penetrado en tu flanco mucho antes que la lanza?
-Por cierto, en cuanto a mi, saldré satisfecho
De un mundo donde la acción no es la hermana del ensueño;
¡Pueda yo empuñar la espada y perecer por la espada!
San Pedro ha renegado de Jesús … ¡Hizo bien!
1852.
CXIXABEL Y CAÍN
I
Raza de Abel, duerme, bebe y come;Dios te sonríe complaciente.
Raza de Caín, en el fangoArrástrate y muere miserablemente.
¡Raza de Abel, tu sacrificioHalaga la nariz de Serafín!
Raza de Caín, tu suplicio,¿Tendrá alguna vez fin?
Raza de Abel, ve tus sembradosY tus ganados crecer;
Raza de Caín, tus entrañas
Aúllan hambrientas como un viejo can.
Raza de Abel, calienta tu vientreEn el hogar patriarcal;
Raza de Caín, en tu antroTiembla de frío, ¡pobre chacal!
¡Raza de Abel, ama y pulula!Tu oro también procrea.
Raza de Caín, corazón ardiente,Guárdate de esos grandes apetitos.
¡Raza de Abel, tú creces y pacesComo las mariquitas de los bosques!
Raza de Caín, sobre los caminosArrastra tu prole hasta acorralarla.
II
¡Ah, raza de Abel, tu carroñaAbonará el suelo humeante!
Raza de Caín, tu quehacerNo se cumple suficientemente;
Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:¡El hierro vencido por el venablo!
¡Raza de Caín, al cielo trepa,Y sobre la tierra arroja a Dios!
1857
CXX
LAS LETANÍAS DE SATÁN
¡Oh tú!, el más sabio y el más hermoso de los Ángeles,Dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
¡Oh, Príncipe del exilio al cual se ha agraviado,Y que, vencido, siempre te yergues más fuerte!
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que sabes todo, gran rey de las cosas subterráneas,Curandero familiar de las angustias humanas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que, aun a los leprosos, a los parias malditosEnseñas por el amor el gusto del Paraíso,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
¡Oh, tú, que de la muerte, tu vieja y fuerte amante,Engendras la Esperanza, -una loca encantadora!
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que infundes al proscripto esa mirada serena y altivaQue condena todo un pueblo alrededor de un patíbulo,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que sabes en qué rincones de las tierras envidiosasEl Dios celoso oculta las piedras preciosas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú, cuya clara mirada conoce los profundos arsenalesDonde duerme sepultado el pueblo de los metales,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú, cuya larga mano oculta los precipicios
Al sonámbulo errante en el borde de los edificios,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que, mágicamente, ablandas los viejos huesosDel borracho retardado hollado por los caballos,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que, para consolar al hombre débil que sufre,Nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que pones tu impronta, ¡oh!, cómplice sutil,Sobre la frente del Creso implacable y vil,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que pones en los ojos y el corazón de las ramerasEl culto de la llaga y el amor de los andrajos,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Báculo de los exiliados, lámpara de los inventores,Confesor de los ahorcados y de los conspiradores,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Padre adoptivo de los que en su negra cóleraDel paraíso terrestre arrojó Dios Padre,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
PLEGARIA
¡Gloria y alabanza a ti, Satán, en las alturasDel Cielo, donde tú reinas, y en las profundidadesDel Infierno, donde, vencido, sueñas en silencio!Haz que mi alma un día, bajo el Árbol de la Ciencia,Cerca de ti repose, a la hora en que sobre tu frenteComo un Templo nuevo sus ramas se desplieguen!
1857.
LA MUERTE
CXXI
LA MUERTE DE LOS AMANTES
Tendremos lechos llenos de olores tenues,
Divanes profundos como tumbas,
Y extrañas flores sobre vasares,
Abiertas para nosotros bajo cielos más hermosos.
Aprovechando a porfía sus calores postreros,
Nuestros dos corazones serán dos grandes antorchas,
Que reflejarán sus dobles destellosEn nuestros dos espíritus, estos espejos gemelos.
Una tarde hecha de rosa y de azul rústico,
Cambiaremos nosotros un destello único,
Cual un largo sollozo preñado de adioses;
Y más tarde un Ángel, entreabriendo las puertas,
Acudirá para reanimar, fiel y jubiloso,
Los espejos empañados y las antorchas muertas.
1851.
CXXIILA MUERTE DE LOS POBRES
Es la Muerte que consuela, ¡ah! y que hace vivir;
Es el objeto de la vida, y es la sola esperanza
Que, como un elixir, nos sostiene y nos embriaga,y nos da ánimos para avanzar hasta el final;
A través de la borrasca, y la nieve y la escarcha,
Es la claridad vibrante en nuestro horizonte negro,
Es el albergue famoso inscripto sobre el libro,
Donde se podrá comer, y dormir, y sentarse;
Es un Ángel que sostiene entre sus dedos magnéticos
El sueño y el don de los ensueños extáticos,
Y que rehace el lecho de las gentes pobres y desnudas;
Es la gloria de los Dioses, es el granero místico,
Es la bolsa del pobre y su patria vieja,
¡Es el pórtico abierto sobre los Cielos desconocidos!
1852.
CXXIIILA MUERTE DE LOS ARTISTAS
¿Cuántas veces tendré que sacudir mis cascabeles
Y besar tu frente ruin, triste caricatura?
Para acertar en el blanco, de mística natura,
¿Cuántos? ¡Oh carcaj mío! ¿Cuántos venablos perderé?
¡Consumiremos nuestra alma en sutiles complots,
Y derribaremos más de una pesada armadura,
Antes de contemplar la gran Criatura
De la cual el informal deseo nos llena de sollozos!
Los hay que jamás han conocido su ídolo,
Y estos escultores condenados y señalados por una afrenta,
Que van martillándose el pecho y la frente,
No tienen más que una esperanza ¡extraño y sombrío Capitolio!
Y es que la Muerte cerniéndose como un nuevo sol
¡Hará desplegarse a las flores de su cerebro!
1851.
CXXIVEL FINAL DE LA JORNADA
Bajo una luz descolorida
Corre, danza y se tuerce sin razón
La Vida, impudente y vocinglera,
Así, en cuanto en el horizonte
La noche voluptuosa sube,
Sosegándolo todo, hasta el hambre,
Borrándolo todo, hasta la vergüenza,
El Poeta se dice: ¡"Finalmente"!
Mi espíritu, como mis vértebras,
Implora ardiente el reposo;
El corazón lleno de pensamientos fúnebres,
Voy a tenderme de espaldas
Envolviéndome en vuestros cortinados,"¡Oh, refrescantes tinieblas!"
1867.
CXXV
EL SUEÑO DE UN CURIOSO
A F.N.
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