El sistema del universo se sustenta exclusivamente en fuerzas físicas y lo gobiernan las propiedades de la materia. Las leyes de la atracción y la repulsión explican cualquier fenómeno físico y las del deseo y la aversión, los fenómenos del mundo moral. Con un conocimiento exacto de sus propiedades podemos establecer el comportamiento de cualquier objeto. Estimando la masa y la velocidad de un cometa se predice su reaparición. Conociendo el peso, el volumen, la velocidad e inclinación de una bala se determina la trayectoria que seguirá y la fuerza con que golpeará a una distancia dada. Conociendo los motivos inductores de una persona se establece su conducta o comportamiento. Los movimientos orbitales de los planetas de nuestro sistema están descritos por ecuaciones o algoritmos matemáticos.
La materia o energía no es inerte sino infinitamente activa y omnipotente. De acuerdo al clima cambian la composición, las estructuras y las propiedades de los materiales y de los seres vivos. Si se alteran suficientemente las condiciones ambientales, los elementos adaptan combinaciones nuevas. La luz, la electricidad, el magnetismo, la vida, el pensamiento son formas de energías poderosas y por no estar materializadas corporalmente no podemos suponer que sean deidades.
Los cambios en los objetos materiales y en los órganos vivos, se deben al cambio de las condiciones de donde se encuentran, no a la presencia de seres inimaginables que los provoquen y controlen. Las funciones de los objetos materiales y de los órganos vivos dependen de las propiedades y estructura de la materia, y de la energía, que los componen.
Suponer la materia inerte, es decir desprovista de propiedades y funciones, para justificar la presencia de dioses encargados de ellas, es una abstracción falsa. La materia en forma corporal o energética es infinitamente activa y omnipotente.
Orden y desorden. Bien y mal. Buenos y malos
Se plantea que así como el orden visible del universo requiere una causa, el desorden también exige otra. Que orden y desorden son formas de percibir las relaciones, entre los objetos externos y nosotros. Que los beneficios ligados al primero y los males al segundo atestiguan la actividad de dos poderes, uno benéfico y el otro maligno. Que el orden y el desorden son percepciones de lo dañino o benéfico a los seres y cosas.
El bien y el mal son palabras que se usan ciertamente, para designar nuestras percepciones cuando interaccionamos con objetos o sucesos y que nos producen placer o dolor. Sin embargo hay mucha gente insensible a los reproches de la justicia y a los preceptos de la humanidad. Algunos espectáculos macabros no despiertan compasión sino placer en ellos. Por ejemplo, un toro caído, jadeando y borbotando sangre por la herida de la espada del torero en una plaza de toreo. Multitudes vociferantes, henchidas de júbilo y honor por matanzas de compatriotas de ideas políticas o religiosas diferentes.
La destrucción de ciudades por terremotos es mala para quienes la padecen, conveniente para comerciantes de ciudades vecinas no afectadas e indiferente para personas que viven bastante lejos de ellas.
La destrucción de cultivos de alimentos, es mala para los dueños de los cultivos y las personas que pasan hambre por esta calamidad, pero buena para los comerciantes que pueden subir precios y mejorar las ganancias.
La superstición es mala para las personas que maltrata y degrada y para las que convence de soportar la opresión sin protesta, pero buena para los gobiernos y tiranos que la imponen.
La ambición es mala para las victimas despojadas, desplazadas, hambrientas y angustiadas, indiferente para quienes no la padecen y buena para quienes la practican o respaldan.
Si excluimos el efecto de relación, las palabras, las acciones, los hechos y sus efectos pierden el significado de buenos o malos.
Credulidad
La credulidad es más común entre los ignorantes, o sea en las mentes que esclaviza y se halla en estricto acuerdo con los principios de la naturaleza humana. Los crédulos atribuyen sus pasiones y preocupaciones a los objetos o sucesos que los benefician o los dañan. A los primeros los llaman dioses y a los segundo demonios. Los clérigos y devotos con plegarias y sacrificios confirman la benevolencia de los dioses y mitigan la malignidad de los demonios.
Las personas que tratan de evitar la cólera de enemigos poderosos, mediante sumisión y súplicas y de asegurar la ayuda de vecinos mediante regalos, sienten menguar sus iras con la derrota y ruegos de sus opresores, y manifiestan gratitud por la bondad de otros hacia ellos. Sienten odio y deseos de venganza hacia los que les hacen daño y amor y deseo de bondad hacia los que los benefician.
Cuando los vientos, las olas y la atmosfera actúan de manera favorable, atribuyen estas acciones a los dioses. Cuando actúan de manera desfavorable son acciones de los demonios.
El dios o demonio que cada persona se forma, está dotado sólo de las propiedades de las que ella es consciente, al verse como centro y modelo del universo. Sólo las personas que han tenido la oportunidad de ensanchar su pensamiento con el estudio de la ciencia, logran considerarse como un ser mas entre la multitud infinitamente diversa, de los seres que componen la especie humana.
El ateísmo solo se encuentra entre los hombres de ciencia, genios o talentos, ya que son los únicos que sienten hostilidad hacia los errores de credulidad y superstición.
Todos los atributos de los dioses corresponden a pasiones, capacidades, propiedades o sus negaciones, de los seres organizados, pero sin limitaciones: omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia, infinitud, inmutabilidad, incomprensibilidad e inmaterialidad.
Creyentes son muy pocos. A millones las ocupaciones les impiden pensar alguna vez en el tema de dios. Millones adoran planetas, el fuego, el agua, los simios, las serpientes, las ranas, etc. Para otros los dioses son la trinidad, la unidad o espíritus indescriptibles e indefinibles. Para millones la palabra dios significa acuerdo con determinadas proposiciones, no la idea de un ser definido. Para otros el atributo por excelencia de las deidades es la inteligencia. Pero conocemos la inteligencia como atributo de seres animales o de objetos organizados. Sabemos que los computadores son más inteligentes que la mayoría de seres humanos. Se ha demostrado que la inteligencia es un resultado de percepciones y sensaciones, y que los cuerpos organizados están limitados en extensión y en actuación. Si los dioses son inteligentes deberán tener por tanto estas limitaciones.
De autobiografía
James Mill (1773-1836). Filósofo y economista británico, discípulo de Hume en filosofía y de Bentham en economía política. Padre de John Stuart Mill.
Mis principios morales.
En mi propia visión de la vida participan estoicismo, epicureísmo y cinismo clásicos. En mis cualidades personales predomina el estoicismo. Mi norma moral es epicúrea al ser utilitaria. Para decidir lo que es bueno o malo uso el criterio exclusivo de averiguar, si las acciones tienden a producir placer o dolor. El elemento cínico en mi visión de la vida, es que apenas creo en el placer. No soy insensible a los placeres, pero considero muy alto el precio que se paga por la mayoría de ellos. Considero que la mayor parte de los errores que se comenten en la vida se deben a la supervaloración del placer. Por esta razón, la templanza, como fue para los filósofos griegos, es el punto central de mis preceptos pedagógicos. Las recomendaciones a favor de esta virtud ocupan un lugar principal en mi vida. Una vez queda atrás la juventud y la curiosidad por lo desconocido, la vida es ya muy poca cosa. No hablo de esta cuestión ante gente joven, y ante gente adulta lo hago con sosegada y profunda convicción. Cuando la vida es como debe ser, guiada por un buen gobierno y una buena educación, merece la pena ser vivida.
Los goces intelectuales son superiores a todos los demás, independientemente de los posteriores beneficios que produzcan. Tengo en la más alta estima, los placeres derivados de los sentimientos de benevolencia. Los ancianos son felices cuando vuelven a vivir los placeres de la juventud. Desprecio las emociones apasionadas de toda clase y lo que se ha dicho para exaltarlas, porque me parecen una forma de locura. Considero una aberración, que las normas morales pongan tanto énfasis en los sentimientos. Los sentimientos en si no deben ser objeto ni de censura ni de alabanza. Lo correcto e incorrecto, lo bueno o lo malo son cualidades que solo pueden aplicarse a la conducta, es decir, a las acciones u omisiones. Cualquier sentimiento puede llevarnos a la realización de acciones buenas o malas. Hasta la conciencia, que es el deseo de actuar rectamente, a menudo hace actuar a la gente equivocadamente.
A la hora de juzgar una acción rehusó tener en cuenta los motivos que el autor haya tenido al ejecutarla, porque de acuerdo con mi doctrina, lo encomiable en oposición a lo censurable, radica en desfavorecer la mala conducta y favorecer la buena.
Condeno severamente todo acto que me parece malo, aunque el ejecutor de dicha acción hubiese sido motivado por el sentido del deber, porque considero que los autores intelectuales de los actos, los planean conscientes de estar haciendo el mal. No acepto nunca como escusa, a favor de los inquisidores, que éstos hubiesen quemado a los herejes, creyendo estar actuando de acuerdo a la buena conciencia. No acepto la honestidad de intensión, como factor mitigador de las malas acciones, aunque si influyen en mi estimación a las personas. Aprecio, como ninguno, la rectitud de intención, pero niego rotundamente mi estimación a personas que no la posean. Me repugnan además las personas con defectos que las hacen actuar mal. Me disgustan más los fanáticos de malas causas, que aquellos que adoptan estas mismas causas por sola conveniencia, porque los primeros, en la práctica, pueden ser más perniciosos.
Siento aversión a muchos errores intelectuales, o a los que juzgo como tales. Tengo en cuenta mis sentimientos morales cuando formo mis opiniones. Los que no saben estimar una opinión, confunden esto con la intolerancia. Hay quienes al creer tener un profundo respeto por el bien común, como cuestión de principio, miran con disgusto a los que juzgan malo, lo que ellos tienen por bueno, y por bueno lo que ellos tienen por malo. Además atribuyen a sus opiniones una gran importancia y a las contrarias una exagerada capacidad de causar daño. No soy insensible a las buenas cualidades de un adversario, ni me guio en la valoración de los demás, por una presunción general, sino por la totalidad de su carácter.
Las personas abiertas y sinceras, al expresar sus opiniones se exponen a disgustar a otras personas, de opiniones contrarias. Cuando las personas con sus opiniones no hacen daño a las demás, ni contribuyen a que otros lo hagan, no se les puede tildar de intolerantes. La única tolerancia encomiable o posible para los espíritus del más alto orden moral, es encargarse, como tarea importante para la humanidad, de que exista la libertad de opiniones.
Mi posición ante la religión
Mis propios estudios y reflexiones me han llevado a rechazar la creencia en la revelación y los fundamentos de la llamada religión natural. Me he persuadido de que las dificultades para creer en el antiguo y nuevo testamento, proceden de las dudas para poder creer que un ser omnipotente, perfectamente sabio, justo y bueno, sea el hacedor del universo. He llegado a la conclusión de que nada en absoluto puede saberse del origen de las cosas. Considero el ateísmo como algo absurdo. Rechazo toda creencia religiosa, no solo por cuestión de evidencia lógica y de fundamentos intelectuales, sino por fundamentos de orden moral. Me resultó imposible creer que un mundo tan lleno de tanta maldad, sea obra de un autor de perfecta bondad y justicia y con poder infinito. La teoría de sabeos y maniqueos sobre los principios del bien y el mal, para apoderarse del control del universo, fueron una simple hipótesis sin ninguna influencia perniciosa. Mi aversión a la religión, como la de Lucrecio, no está basada en sentimientos de enfrentamiento hacia una falacia lógica, sino en los suscitados al hallarme ante un grave mal moral. Para mí la religión es el mayor enemigo de la moralidad. En ella han erigido como excelencias algunos artificios sin relación alguna con el bien de la humanidad, como: los credos, los sentimientos de devoción y las prácticas de ceremonias. Además estos artificios al ser aceptados como sustitutos de virtudes auténticas, vician principal y radicalmente la moral, al hacer que ésta consista fundamentalmente en cumplir la voluntad de un dios. Un dios presentado como eminentemente odioso, pero para quien no se ahorran frases extremadamente aduladoras.
Religión y moral
Las religiones defienden creencias dogmáticas. El valor principal de toda religión es el concepto de un ser perfecto, guía de la conciencia. Adicionalmente afirman que el universo está regido por un plan providencial de una autor o gobernador absolutamente poderoso y perfectamente bueno. Al proponerlo como ideal del bien, obligan a quienes creen en él a encontrar la bondad absoluta en el autor de este mundo, tan lleno de sufrimiento y tan deformado por la injusticia.
Los valores morales que incorporaron en mi educación fueron fundamentalmente los del Socrati viri: justicia, templanza, sinceridad, perseverancia, disposición para afrontar el dolor y el trabajo, respeto por el bien común, estimación de las personas de acuerdo con sus méritos, estimación de las cosas de acuerdo con su utilidad intrínseca, y una vida de esfuerzo en oposición a una vida de dejación y abandono.
Los placeres naturales que se sienten al comer, al beber y en el deleite sexual son las manifestaciones de las fuerzas naturales que actúan hacia la propia conservación de la vida. Sin embargo estas energías vitales cuando se desordenan se convierten en energías destructoras. Templanza es el hábito de moderar los placeres, equilibrar el uso de los bienes, asegurar el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantener los deseos en los límites de la honestidad.
Las ideas que los padres tienen acerca del deber, les impide a sus hijos adquirir nociones contrarias a sus propias convicciones y sentimientos, en materia de religión. Para muchos nada se sabe con certeza en lo referente al origen del universo. Además es mejor aceptar lo que a cada cual le propone la religión, para evitar pensar en dificultades mayores. Por ejemplo, la pregunta ¿Quién me creó?, no puede responderse con certeza porque carecemos de la experiencia necesaria y la información adecuada. Hay que aceptar que fue dios quien me creo, aunque surja de inmediato la pregunta que no tiene repuesta ¿Quién creó a Dios?
El concepto de Dios
En todas las épocas, todas las naciones han presentado en progresión creciente a sus dioses como seres malvados. La humanidad le ha ido añadiendo cada vez más características de maldad, hasta alcanzar la maldad extrema que la mente humana puede concebir. A eso lo han llamado dios y se han postrado a sus pies. Este "non plus ultra" de maldad, es lo que comúnmente se presenta a la humanidad como credo cristiano. Un ser que crea, al mismo tiempo el género humano y el infierno, y que sabe infaliblemente de ante mano, que la gran mayoría de las personas serán condenadas, por él mismo, a tan horrible y eterno tormento. Creo se está demorando el momento, en que una concepción tan horrorosa del objeto principal de adoración, deje de identificarse con el cristianismo, y en el que todas las personas con sentido moral, del bien y del mal, reaccionen con igual indignación.
Los cristianos
En general, los cristianos padecen las consecuencias desmoralizadoras que acompañan a este credo. La falta de vigor de pensamiento y la sumisión de la razón a miedos, deseos y afectos, les permite aceptar una teoría contradictoria en sus términos, y les impide percibir las consecuencias ilógicas de ella. Son tantas las personas que creen tan fácilmente en cosas que se contradicen, y tan pocas las que deducen consecuencias ilógicas de lo que les es presentado como verdades. Son multitudes las que han creído y creen firmemente en el omnipotente creador del infierno, pero al mismo tiempo, en el poseedor más sublime de la perfecta bondad. Adoran a este dios, no como a un demonio, pues ese es realmente el ser que han imaginado, sino como al ideal de la excelencia. Lo malo es que el ideal de una creencia de esta naturaleza, sea algo de una bajeza tan miserable, que opone la más obstinada resistencia a todo pensamiento que trate de darle cierta dignidad.
Los creyentes rechazan todo sistema de ideas, que proporcione a la mente una concepción clara y una elevada norma de excelencia, porque entra en conflicto con sus credos religiosos y con el plan divino que rige el universo. De este modo la moralidad continúa sometida a la tradición y sin principios ni sentimientos consistentes, que puedan guiarla.
John Stuart Mill (1806-1873) Filósofo empírico y economista británico.
Mi educación.
Aunque la enseñanza directa de la moral sirve de mucho, lo que el maestro hace y especialmente en mayor medida, y su propia manera de ser influye mucho más en la formación del carácter de los alumnos.
En la educación las influencias morales son mucho más importantes que todas las demás, pero también las más complicadas y difíciles de especificar.
Me educaron en un ambiente ajeno a las prácticas religiosas. Consideré todas las religiones desde el punto de vista del no creyente. Me familiaricé con el hecho de que la humanidad ha mantenido una gran variedad de opiniones. Me enseñaron a mantener mis opiniones en silencio, porque eran contrarias a las de la mayoría y no era prudente exponerlas ante los demás. Sin embargo en pocas ocasiones, debido a mi poca relación con extraños, me vi obligado a confesar mi incredulidad ante algunos amigos para no sentirme hipócrita conmigo mismo. Algunos vacilaron ante mis posiciones y otros intentaron convencerme de sus credos.
Disentir públicamente
Muy poco se ha avanzado en lo que atañe a la libertad de discusión sobre todo en aspectos religiosos. A pesar de que muchos filósofos han venido dando la batalla a la tiranía clerical, en defensa de la libertad de pensamiento. El tono liberal es el debilitamiento del obstinado prejuicio, que hace que las personas se nieguen a ver lo que tiene ante sus ojos, porque contradice sus mitos religiosos.
Las personas de gran inteligencia y espíritu cívico, que se atreven a sostener opiniones impopulares en materia de religión, o en otros grandes temas del pensamiento, corren el peligro de perder los medios de subsistencia, o de ser excluidos de la esfera de trabajo adecuada a sus facultades. Tienen que ocultar sus ideas y evitar expresarse con franqueza en estas cuestiones.
Creo que ya es tiempo de que quienes se sientan intelectualmente preparados, tras una madura reflexión, se convenzan del deber que tienen de disentir públicamente de opiniones que además de falsas son perniciosas. Me parece esa es la obligación de todos aquellos a quienes, por su categoría y reputación, se les escucha lo que dice. Con estas declaraciones públicas se pondrá fin, de una vez por todas, al prejuicio vulgar de que las malas cualidades intelectuales y morales están asociadas con la incredulidad. La gran mayoría de la gente sabría que gran parte de las personas insignes, incluso aquellas que han disfrutado de estimación popular por su sabiduría y virtudes, han sido completamente escépticas en materia religiosa.
Muchas de ellas no lo confiesan por temor, y porque quienes detentan los poderes de la información sostienen que, estas declaraciones debilitan la fe de los creyentes, lo cual hace más daño que beneficio, al animarlos a romper sus actuales ataduras.
Autor:
Rafael Bolívar Grimaldos
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