Globalización
La globalización es, en si misma, un proyecto en construcción de una sumatoria de realidades que tendrán, o debieran tener, en su epicentro, la cuestión de qué es más significativo, en tanto trascendente, desde un humanismo renovado, en la vida del hombre y en su relación con el Otro. Al hablar de globalización , aludimos, por lo pronto, a la serie de fenómenos que caracterizan las últimas décadas del siglo XX: lógica del mercado; concentración económica; límites del Estado nacional; ecología, entre otros. En lo económico, nos referimos a la expansión e intercomunicación global del hacer económico, con sus flujos que devienen, progresivamente, en migraciones de capitales que lejos de establecerse, renuevan, permanentemente, sus opciones, sin tener en cuenta aspectos sociales del lugar donde se radican. En lo político, nos referimos a la crisis y el consiguiente replanteo, de conceptos tales como nación, pueblo, clase, territorio y soberanía. Con ello, la misma política merece ser repensada. En lo ecológico, pensamos en el reestudio de la vida del hombre en relación con su ecosistema y las diferentes valoraciones que del mismo, y al mismo, podamos arribar, sin descuidar, nos permitimos remarcar, el peligro que conlleva convertir, por vía del exceso, a la ecología, en una nueva forma de totalitarismo en donde, al amparo de un decálogo de procedimientos ?políticamente correctos? se establezcan unas nuevas Tablas de la Ley en donde el imperio de la libertad de paso al oscurantismo de un poder que, al amparo de pseudo normas ecológicas, limite y encorsete la acción del ser humano en sociedad, restándole libertad y dignidad. El economicismo imperante, presenta sus propios actores, dentro de una determinada lógica operativa. Vale, entonces, preguntarse cómo se denominan ?y se las ubican- en esta cosmovisión, a las personas que están, o quedan fuera, del circuito en curso. La lógica del mercado advierte la presencia de consumidores, no de ciudadanos. La violencia mercantilista ?esta violencia que hoy nos convoca: la pobreza-, es el fracaso de la dignidad, porque coloca como medio lo que es un fin. La mera existencia de tal violencia es un claro indicador que los Derechos Humanos no están vigentes en una sociedad que, directa o indirectamente, la consiente. De ahí que, los que sólo atienden, desde su proclamada practicidad, lecturas tangenciales de las realidades que los circundan, designan como ?distorsiones del mercado? a los excluidos, a los marginados y a los desamparados. Deifican al mercado al dotar a tal libertad, que supuestamente le comprende, del poder de nivelar los flujos de comercio. Falacia sin sentido de especie alguna, que cae por su propio peso.
Derechos Humanos
El 10 de diciembre del año de 1948, se aprueba, en el ámbito de un foro hoy ignorado y desnaturalizado, a lo largo de los años, por todas las partes, la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en su artículo primero, establece que: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. El abandono progresivo del respeto por las normas y los valores fijados otrora, trae consigo nuevas formas del totalitarismo que hay en curso en el Occidente ?como otras perviven en el Oriente, vale acotar. Tales acciones, por ejemplo, están motivadas por la ?limpieza de clase? (class-cleansing) que opera desde su tríptico libertad de mercado-responsabilidad individual-valores patriarcales. La deificación del mercado y su supuesta libertad, reiteramos, que, movida por una mano invisible, supuestamente lo regula, lleva, a una disparidad tremenda entre regiones ricas y regiones pobres, incrementando terriblemente la descompensación entre ambas con un claro detrimento para los pobres que, paulatinamente, son marginados del proceso de decisiones que pasan a ser controlados cada vez más por las elites de parias que día a día deciden por la gran mayoría de nosotros, en el proceso económico de toma de decisiones. Notamos cómo se privilegia la responsabilidad personal, en desmedro de la colectiva, otro nombre del más puro egoísmo, dando por resultado un individuo calculador y cosificador, cuyo objetivo primero y último es, y nos permitimos reiterarlo, el tener por sobre el ser. Vemos deambular sin rumbo fijo a consumidores angustiados, vacíos y aislados. Aburridos de la vida y compensando su depresión crónica con el consumo compulsivo. El hombre suele transferir sus propias pasiones y cualidades al ídolo, en tanto que al adorar al ídolo, adora a su yo. Convengamos que la idolatría es absolutamente contraria a la libertad. Al hablar de ídolos, no me refiero sólo a fetiches tangibles, hablo también del consumismo, del desenfreno por el exitismo, en suma, de toda forma de huida del hombre de su humanidad trascendente. Y una tal dependencia de los ídolos cualesquiera que estos sean, deviene en la sumisión que irremediablemente, quita independencia. Las marcas, por ejemplo, constituyen una nueva religión. Una prestigiosa empresa internacional afirma que las grifas poseen pasión y dinamismo necesarios para transformar el mundo y convertir a las personas a su manera de pensar. Es, notoriamente, el producto revestido de fetiche que me ?da? valor, aumenta mi cotización en el mercado de las relaciones sociales. El escritor José Saramago indica, en relación a las nuevas idolatrías, que esa apropiación religiosa del mercado es evidente, por ejemplo, en los shopping centers ?sin olvidar el trabajo del francés Marc Auge, sobre los no-lugares- casi todos poseedores de líneas arquitectónicas de catedrales estilizadas, siendo los templos del dios mercado. 99Uno no puede menos que recordar, en esta línea de pensamiento, al profeta Isaías cuando afirmaba que: El escultor tallista toma la medida, hace un diseño con el lápiz, trabaja con la gubia, diseña a compás de puntos y le da figura varonil y belleza humana, para que habite en un templo. Taló un cedro para sí, o tomó un roble, o una encina y los dejó hacerse grandes entre los árboles del bosque; (…) Sirven ellos para que la gente haga fuego. Echan mano de ellos para calentarse. (…) Quema uno la mitad y sobre las brasas asa carne y come el asado hasta hartarse. (…) Y con el resto hace un dios, su ídolo, ante el que se inclina, le adora y le suplica, diciendo: ?¡Sálvame, pues tú eres mi dios!? No saben ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su corazón no comprende. No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento para decirse: ?He quemado la mitad, he cocido pan sobre las brasas, he asado carne y la he comido; y ¡voy a hacer con lo restante algo abominable! ¡voy a inclinarme ante un trozo de madera! A quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le extravía. No salvará su vida. Nunca dirá: ¿Acaso lo que tengo en la mano es engañoso? Ya no valen las raíces culturales junto con los valores éticos y morales, como ejes a partir de los cuales direccionar las acciones, sino el reduccionismo alienante de parias con poder que migran a igual velocidad que sus capitales, sin querencia ni conciencia. Si a este tríptico de lo oscuro, debemos oponerles otro, a saber: Libertad, igualdad y solidaridad. Al hacerlo, estaremos dando lugar a una instancia de vida y de hondo compromiso al oponer a la lógica de la mentira, de la ignorancia y de la ambición, una responsabilidad tanto personal como colectiva, en aras de una igualdad de oportunidades que dignifique al Otro, enmarcada en una intención y acción efectiva de darse. Entrega que representa, entiendo yo, una apertura a la razón sensible. En otras palabras oponer al amor a la muerte el amor a la vida, biofilia en vez de necrofilia, según lo sustentara tan bien Erich Fromm.
Humanidad, humanismo, hombre
La palabra humano está tomada del latín humanus, S. XII, ´relativo al hombre, humano´, relacionado a su vez con el latín humus ´tierra´ y sólo desde más lejos con homo ´hombre´. De ahí deviene la palabra humanidad, hacia el año 1240, que luego y merced a la palabra francesa humanité, tuvo un sentido más cercano al humane especializado que al general human. En el uso medieval aparece como sinónimo de cortesía y urbanidad, lo cual debe relacionarse, sin ser idéntico, con el desarrollo de umanitá, italiano, y humanité, francés, del latín humanitas, que había contenido un fuerte sentido de civilidad. Humanistas, convengamos, también tenía un importante sentido específico de cultivo de la mente y educación liberal; de ese modo se relaciona directamente con el complejo moderno de cultivo, cultura y civilización. A partir del siglo XIX, la palabra humanismo vino a significar el sentido desarrollado de humanista y de las humanidades. Esto es, un tipo particular de estudio asociado a determinadas actitudes hacia la cultura y el desarrollo o la perfección humana. Guiados, pues, por la etimología ?y concatenación- de estos términos, convenimos en que el hombre está directamente relacionado con la raíz, con y en la tierra, en un marco cultural y societario que propenda a la mejora tanto espiritual como material de la humanidad toda.
Solidaridad
Decía Cristopher Lasch que, en nuestra época, la indiferencia es una amenaza más grave para la democracia que la intolerancia o la superstición, al manifestar que hemos logrado una habilidad excesiva para buscar excusas, dado que estamos tan ocupados defendiendo nuestros derechos que pensamos poco en nuestras responsabilidades. El respeto, que trae consigo el asumir nuestra responsabilidad para con el Otro, supone el ejercicio del juicio discriminativo y no, obviamente, la aceptación indiscriminada. Por su parte, la compasión se ha convertido en la cara humana del desprecio. Ya no se habla de compromisos éticos, en tanto mucho pasa por lo meramente estético que, aunque importante asociado a lo ético, se banalice en solitario, al prescindir de la armonía de la acción basada en un comportamiento ético-estético. Luego, la actitud pasiva lleva a una actitud sustitutoria (contemplar pasivamente lo que otros hacen) a la vez que invade al sujeto una sordidez tal, que lo destruye en su esencia. Pues bien, nuestra vida, en tanto que vivida con hondura, desarrolla nuestro carácter. A medida que avanzo, descubro más sobre mí mismo, de ahí que deba ponerme en situaciones que hagan surgir a mi naturaleza más elevada. Las cuestiones de la vida, dicen los que saben, gira alrededor de la alternativa entre el ser y el devenir. El devenir es siempre fragmentario, en tanto que el ser es total. Cuando uno deja de crecer y comienza a envejecer paulatinamente, digámoslo misericordiosamente, uno, si no cae en la nostalgia o en la senilidad, empieza a ver la propia vida como un círculo en lugar de verla como una línea recta. Hay, exactamente, un lugar en el que se empieza a encontrar ese nivel en el que todo es un círculo. Pero tenemos que caminar por las líneas rectas y experimentar totalmente la horizontal y la vertical, la tierra y el espíritu, y el punto de encuentro en el centro, antes de que esto pueda suceder. En fin, que el crecimiento interior solamente puede darse dejando que las cosas se vayan, no aferrándose a ellas. Y llega poco a poco, cuando se permite que las responsabilidades externas vayan sucumbiendo en su momento adecuado. Entonces, cada vez más, y he aquí lo importante, a mi entender, se convierte en un asunto de poner nuestra atención en las cosas más pequeñas. El encontrar nuestra paz, incluyendo todo lo oscuro y lo luminoso, es un gran sufrimiento para el ego, porque tiene que abandonar su voluntad de dominar. Lo que instaura la vida sensible, apelando a una razón sensible, está en lo particular, concreto y próximo. En el aquí y en el ahora de mi presente, sin desmedro del pasado y del futuro. De un presente tan activo como trascendente, a instancias de una socialidad escogida , desde una ética periférica, a la que denominamos ética del cotidiano. Ser, antes que individuo, persona, y estar, consiguientemente, integrada en un cuerpo social que a la vez la supera y la conforta. Asumir. No ser avaros cuando se trata de adentrarnos en nuestra interioridad, cuando resulta que al compartir con los otros, comenzamos a reconocernos, a visualizar otra esfera de la maravillosa luminosidad proveniente del fomentar nuestras potencialidades primarias, por sobre las secundarias; de alentar la biofilia en detrimento de la necrofilia. En suma, dejarnos llevar por la inocencia, por la búsqueda sin más, sin rumbo y sin meta, viviendo el presente en esperanza activa, venciendo a nuestros enemigos interiores, al modelar nuestro carácter. Corremos el peligro de perder de vista tanto los problemas reales de la existencia humana, como el interés en las respuestas a esos problemas. Sin duda que el proceso de individuación y la consiguiente libertad implican necesariamente soledad y angustia por el encuentro consigo mismo y con los otros pero el camino, el halajá, el sendero, la via, suponen un tal sufrimiento. Solamente en tal estadio es que podremos reconocernos, sabernos en camino. Se requiere un renacer del humanismo o, mejor aun, una nueva y más profunda versión humanística que se concentre en la realidad de los valores experienciales en vez de hacerlo, meramente, en la realidad de los conceptos y de las palabras. Así, pues, mientras permitimos que en la interioridad de nuestra consciencia, el diálogo se dé cita, al cuestionarnos y cuestionar, vemos que para una tal empresa será menester contar con el combustible adecuado: el valor. No el de la fácil y estéril pelea sino el otro, aquel que nos permita, en la esfera de lo público, cobrar vida digna. El valor, advierte Hannah Arendt , es una de las virtudes políticas cardinales. Se necesita valor incluso para abandonar la seguridad protectora de nuestras cuatro paredes y entrar en el campo público, no por los peligros particulares que puedan estar esperándonos, sino porque hemos llegado a un campo en el que la preocupación por la vida ha perdido su validez. El valor es indispensable porque en política lo que se juega no es la vida, sino el mundo. Tal es la actitud que nosotros adjetivamos de arendtiana. Tengamos, pues, una actitud arendtiana, aquella que dice sí a la sinfonía humana, sí al compromiso, con comprensión y asunción de responsabilidades, colectivas y personales.
La preposición
Queremos, hoy y siempre, hablar CON los otros y no POR los otros. Pensar, reflexionar, argumentar y accionar, junto CON el Otro, de cara a la vida misma, desde el llano y sin ambagues. Ser, en resumidas cuentas, aprendices de la Vida y de lo trascendente que ella tiene en virtud de la mejor condición del ser humano, la de estar en comunidad, participando activamente por una mejora sustantiva de la dignidad que es el rostro de la libertad, al ejercer nuestra responsabilidad, personal y colectiva, en la sinfonía humana que nos toca, temporal y modestamente, participar. Para terminar, recordamos al filósofo Emmanuel Levínas quien afirmaba que el el saber, sólo llega a ser saber de un hecho si es crítico, si se cuestiona, si se remonta más allá de su origen (movimiento contra natura que consiste en buscar más allá de su origen y que testimonia i describe una libertad creada) De ahí que conocer no sea meramente constatar sino y siempre, comprender; busquemos, pues, comprender. Escuchemos; el Otro nos habla.
Héctor Valle
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