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Historia de un aniversario (página 2)

Enviado por Virginia Ruiz Ríos


Partes: 1, 2

De ahí en adelante empecé a tener hambre de conocerle más, de saber toda su historia, y comencé a devorar el Evangelio, lo leía con afán, queriendo entender que lo que me había dicho estaba allí escrito. Recuerdo también unos fascículos que se empezaron a publicar sobre la vida de Jesús, y el dinero que me daban en casa iba destinado a comprar aquel fascículo semana tras semana.

Después de aquella charla, era yo quien le buscaba, pero ya no solo de noche, sino a cualquier hora, en mis ratos libres. En el colegio me era muy fácil en la hora del recreo escaparme a la capilla y pasar horas hablando con él.

Años después, él me reveló que no es necesario un sitio específico para buscarle, pues estaba conmigo en todo momento, aunque en aquel tiempo yo asistía a un colegio de monjas y se nos inculcaba que para estar con él era la capilla el lugar apropiado, y la verdad es que siempre que le buscaba, fuese donde fuese, allí estaba. Pasaba muchos ratos en su compañía y escribía todo lo que hablábamos y aunque no conservo ya esos escritos, estoy dejando en este libro constancia de cómo le conocí, de cómo él me encontró y la mella y señal que me dejó en el corazón para siempre desear buscarle.

Esta pequeña colección de versos que he ido escribiendo con el paso del tiempo, hablan mejor que yo de lo que él significa para mi.

CADA VEZ QUE EN TI PIENSO

Cada vez que en ti pienso

Para mi eres diferente,

Y encuentro algo distinto

Que me lleva a ti más fuerte

No sé si serán los clavos,

 martirio que por mí sientes

en esos pies y esa manos

que sangran amor, vida y muerte.

Tal vez sea pensar en tu Rostro,

En tu frente llena de espinas,

O en la cruz en que morías

Para vivir nuevamente…

Puede que no sean los clavos,

Ni tu Rostro ni tu frente,

Puede que sea solamente

Que me amas y te amo.

ANHELO DE éL

Si hubiese sido una sombra

Y hundido en sus huellas mis pies,

O el aire que a su paso levanta,

O el polvo que surge después,

O las piedras del camino,

O arroyo que apagó su sed,

Para así seguirle siempre

Y en silencio serle fiel.

Aunque fuere hasta el Calvario,

Aunque en sus hombros el peso

Que tres veces le haga caer,

¡si hubiese sido el madero

que sostuvo entre sus brazos

los brazos de mi Maestro!

MI AMISTAD CON JESÚS

Mi amistad con el Señor

No es una amistad cualquiera,

Es profunda como el mar,

Abundante en su riqueza.

Si le llamo, viene ya,

Sin buscarlo ¡está tan cerca!

Llamando a mi corazón

Y me urge abrir la puerta,

Porque entrará él a cenar,

La mesa ya está dispuesta.

Nada cabe entre los dos

Que nos pueda separar,

Ni hombre, ni arma, ni duelo

Pues me atrae con su imán

Y arde en mi todo su fuego.

Ya olvidé mi soledad

He quemado muchas naves,

Y de mi ser interior

Solo él guarda la llave.

Lo gobierna como Rey

Y aunque mi Amigo ya sabe

Que débil y pecador,

Y a menudo sin coraje,

Debo entregarle el timón

En medio del oleaje.

Sí, él es mi Amigo Jesús

No hay nadie que se compare,

Quien dio su vida en la cruz

Y en su sangre está la clave,

Que nos devuelve a la luz,

Y nos acerca hasta el Padre.

LUNA LLENA

Luna llena, la alegría

Que anuncia un amanecer,

Cielos nuevos, tierra nueva

En el despertar de mi fe

Ahora moldeas mi barro

Y a cada golpe que das

Siento el poder de tus manos

Labrando en mi tu verdad.

Tu Palabra es el martillo

Que machaca mi altivez,

Tus ojos ponen el brillo,

Tu Espíritu empuña el cincel.

Esta obra inacabada

Hasta llegar al final

Donde pondrás tu mirada

Y al aniquilar el mal

Podré reunirme contigo

Y será tu pecho el abrigo

Donde siempre he de habitar.

PRIMAVERA DE MIL LLUVIAS

Primavera de mil lluvias

Empapa mi corazón,

Donde antes solo amargura

Soledad y falta de amor.

Como un vaso que se llena

De dulzura y de bendición

Con su sangre me ha lavado,

               Y sus llagas me han curado

Y me han devuelto el ardor.

Mi espíritu peregrino

Va en busca de mi Señor

Pues al probar de su vino,

Ya no quiero otro destino

Que encontrarme con mi Dios.

ABRE TUS PUERTAS

Abre tus puertas

Al infinito del horizonte,

Extiende tus brazos

Que no se pierda en la noche.

Con la claridad del día

Podrás reconocer

Toda la salvación vivida

Que fue de amor un derroche.

Aquel que derramó su sangre

Aquella cruz del calvario,

El misterio inigualable,

                ¡acógelo en tu regazo!                  

La melodía infinita

Que nuestro Dios tararea

¡cuánto ama Dios al hombre!

Que hasta a su Hijo le entrega.

Millones de ojos esperan

Que su luz les ilumine

Y si tú no se la llevas,

Puede que nunca termine

Ni sean libres de su ceguera.

¡oh tú, alma enamorada!

¿qué es lo que te detiene?

¿no ves que en esa mirada

está el mismo Jesús presente?

Ni tus dudas ni tus fallos

Son barrera suficiente

Para impedir la corriente

Que fluye de su costado.

                       TU MIRADA

Tu mirada es fuego

Que en mi alma prende,

Son tus ojos dos luceros

Que al mirarlos fijamente,

Dejaron los míos ciegos

Para mirar a otras fuentes.

Pero es luminosa ceguera

Y el que la tiene, es corriente

Que volver a ver no quiera,

Pues tenerte frente a frente

Asegura la certeza

De saber que, aunque no viendo

Mi fe me dice que viera

Y es fuerte convencimiento

De que no es vana mi espera.

EN MEDIO DEL SILENCIO

En medio del silencio, puedo escuchar su voz

Y oigo el rumor de sus pasos que me dicen muy adentro

Quien es quien a mi se acerca

Y siento un temblor en mis manos

Y un rubor en mis mejillas

Y una emoción que no en vano

De quien llega me es noticia.

Con mis ojos no lo veo

No lo palpo con mis manos,

Pues es fe lo que a mi viene,

Pues es certeza de antaño

Que sabe que al sentir esto,

El espíritu discierne

Y me dice por lo bajo:

No temas, que ardiendo tiene

El corazón inflamado

Aquel que te ama y sostiene

Y te libró en aquel día

De ese mal que es el pecado.

Muriendo en la cruz clavado

Con Jesús también moría

Para no hacerte a ti daño

El llena todo mi ser

Y su fuerza me levanta

               Y me da de su poder

                 Y su Palabra es coraza

                 con que reviste mi ser.

    ESPÍRITU SANTO

Nunca hay ocaso

Cuando su luz permanece

Como un viento que se mueve

Con la rapidez de un rayo,

A veces tan silencioso,

A veces como un tornado

Sientes que su fuego abrasa,

Y más tarde como un remanso

En su ternura te envuelve

Jamás se apagan sus rayos.

Conduce todos tus pasos,

Te ilumina con su lámpara

Y nunca se da descanso.

El es dador de abundancia

Es el Espíritu Santo.

NADA ES COMPARABLE

La expresión más bella,

El abrazo amoroso

El viento suave,

La alta montaña,

La armonía y la música

Nada hay comparable

A un minuto en tu presencia ¡oh Dios!

Ni siquiera el amor de una madre

O el suave rumor del aire

  Ni el canto del ave, o del sol en invierno

           Son aún comparables

Ni el reflejo de la luna en el agua

Ni la inmensidad de estrellas

Ni nada conforta el alma, sino tú

Creador mío, mi paz. Bajo tus alas

Me refugio, oh consuelo y alivio

En las mareas altas.

Y puedo conciliar el sueño

Y apoyar mi cabeza en tus faldas

Y contarte todos mis sueños,

Y abrirte entera mi alma.

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Estos fueron unos sencillos poemas que escribí entre los catorce o quince años, hasta la edad adulta, fruto de mis encuentros con él, y del tiempo que pasaba contemplándole, hablándole y escuchándole. ¡Que hermoso tiempo aquel de mi primer amor, de mi despertar en la fe! A veces muchas personas, incluso muy allegadas a mí, me tomaron por fanática, pero nadie, ningún ser humano tuvo que convencerme de su existencia, sino él mismo. Tocó mi corazón con su amor y me sentí ligada a él para siempre.

        2 RETAZOS DE MI NIÑEZ

Durante los años que siguieron a aquel primer encuentro, poco a poco me fui transformando, ya no era tan taciturna, aunque mi ser interior seguía herido por las circunstancias, pero era atenuado por su constante apoyo y compañía. Empecé a frecuentar las actividades extraescolares del colegio, disfrutaba practicando todos los deportes, me encantaba la competición y salir victoriosa de los torneos, aunque el estudio no me

 resultaba tan fácil, a menudo se me cruzaban las "dichosas" materias de ciencias. ¡No!, decididamente yo no estaba hecha para las matemáticas, ni la física, ni la química, se me atravesaban y siempre acabábamos en desacuerdo los números, las fórmulas, las ecuaciones y yo.

Por aquel entonces ya gustaba de estar con los niños y mi mayor delicia consistía en llenar el pequeño jardín de mi casa con aquellas caritas sonrientes y revoltosas con las que me hacía cómplice aunque les llevara varios años de diferencia. Montábamos obras de teatro que estudiábamos con ahínco para no quedar mal delante

de nuestro público. Con una sencilla cortina, prestada por nuestras madres, y que usábamos como telón, ofrecíamos por el módico precio de dos o tres de las antiguas pesetas, una función que hacía las delicias de nuestros padres. Otras veces con macarrón de plástico engarzábamos pulseras y collares que luego poníamos a la venta utilizando una mesita vieja como puesto ambulante.

Recuerdo que frecuentaba la amistad a distancia de un chaval gitano del barrio de al lado que venía con frecuencia a merodear por allí, y digo a distancia porque él no se atrevía a acercarse demasiado, tal vez por no destacar con sus ropas desaliñadas y sus zapatos cubiertos por un polvo blanquecino que parecían sacados de un anticuario. Un día se me ocurrió regalarle un montón de tebeos pasados de fecha que acumulábamos en casa y que para mi significaban un tesoro. Me acerqué a él una tarde con el montón en la mano y se lo entregué de forma tan silenciosa como él los aceptó. Me despedí con la mirada siguiéndole hasta que se alejó y desde aquel momento su amistad fue incondicional.

Cuando escribo esto ahora a mis cincuenta años, me doy cuenta de cómo el Señor empezaba ya a poner en mi corazón la semilla de mi amor hacia los niños y la respuesta que recibía de ellos. Aquel chavalín de raza gitana, del cual no puedo recordar su nombre, se convirtió en mi guardián protector, andaba siempre cerca de donde yo estaba y a la menor intención de pelea con mis amigos, no se de donde salía, pero allí estaba para defenderme. Un día casi se pega con un chico porque no quería que yo jugara al fútbol con ellos, en aquel tiempo estaba muy mal visto que una chica se pusiera a darle patadas a un balón, pero a mi me encantaba practicar "cualquier" deporte. él salió como una tromba de detrás de no sé que esquina, directo a encararse con aquel crío que osaba despreciar como delantero centro a su proveedora de tebeos. Unos meses después perdí definitivamente de vista a mi caballeroso defensor pues desmantelaron enseguida aquellas casuchas prefabricadas que constituían los hogares de cientos de miembros de familias gitanas que se hacinaban no lejos de mi barrio. Aquellas viejas casas ardían con demasiada facilidad y eran un riesgo continuo para las demás barriadas, con lo que al desaparecer las familias que allí vivían también desapareció mi amigo silencioso y no volví a verlo nunca más.

¡Qué días aquellos! que para mi fueron dichosos porque en medio de mis juegos y tareas escolares, siempre encontraba lugar para hablar con mi Señor. él me esperaba cada día a la hora del recreo para que le contara mis andanzas juveniles y  le escribiera aquellos versos que quedaron expuestos al comienzo del libro.

Cada vez tomaba más y más confianza y le contaba todo lo que me pasaba, él me escuchaba y me iba respondiendo, y yo anotaba todo lo que nos decíamos. Guardé durante muchos años en varios cuadernos aquellas conversaciones, ¡lástima! Que ya no las conserve, seguro que ahora las tendría como mi mayor tesoro.

De aquellas conversaciones juveniles que se fueron intensificando con los años, nació mi relación inquebrantable y maravillosa de hoy. Cada vez que recuerdo su presencia, entonces difuminada por mis pocos años, me doy cuenta de la importancia de implantar la figura de Jesús desde la niñez. El corazón de un niño es puro y sin prejuicios y morada idónea para el Señor de señores, cuando nos hacemos mayores, empezamos a buscar excusas para no querer tener nada que ver con él, sin darnos cuenta de que nos alejamos de la única fuente que puede apagar nuestra sed, del único amigo que jamás nos va a abandonar ni nos va a traicionar, y que seguro nos lleva al final de nuestro camino, victoriosos.

Hoy recuerdo mi niñez con un cúmulo de sentimientos enfrentados; por una parte mi encendida amistad con Jesús, y por otra, todas las circunstancias que se agolparon alrededor de mi, que me zarandeaban constantemente y que me impregnaron un cierto desequilibrio de carácter. Tan pronto me sentía ufana y alegre, como profundamente confusa y decaída. Cada vez que el

desánimo rondaba mi alma, me apartaba para estar con él y compartirle mis sentimientos. Ni una vez, puedo decir que me desamparara o me dejara a solas con mis pesares. ¡él era mi refugio en la tormenta! Había venido a decírmelo aquella noche y ya nunca más me sentiría sola, únicamente cuando en mi andar por la vida he sido yo quien se ha alejado de él y he buscado consuelo en otras personas, he sentido las frustraciones más grandes, el abandono más absoluto.

Desgraciadamente hay algún momento en nuestra vida en que deseamos andar solos y emprendemos camino pensando que tenemos que ejercer nuestra autonomía y nuestra voluntad, que ya estamos preparados para adentrarnos en la vida sin la tutoría de nuestro Señor, y ¡ay! es entonces cuando pasamos las mayores penalidades que nos producen las peores heridas, es entonces cuando nos volvemos "hijos pródigos" y nos adentramos en las sendas sin el abrigo de nuestra "casa paterna" Malgastamos nuestra herencia, en mi caso, mi hermosa relación con él que se volvió ocasional y fugaz. Tomé decisiones sin meditar, di pasos de los que luego me arrepentiría (*)

*(Prefiero no detallar porque el propósito de este libro es únicamente resaltar la persona de Jesucristo y sus obras en mi vida)

ERES MI LUZ Y MI SALVACIÓN

Eres mi luz y mi Salvación

Honro tu gloria con todo mi ser

Eres mi luz y mi salvación

Ante tu trono yo me postraré.

Canto al sentir tu presencia hoy

Salto de gozo en mi corazón

Busco tu Rostro, gloria te daré

Te adoraré pues, solo tu eres Rey

Eres mi luz y mi salvación

Honro tu gloria con todo mi ser

Eres mi luz y mi salvación

Ante tu trono me postraré

Todos los días he de proclamar

Que tu justicia es por la eternidad

Todos los días yo te alabaré

Rectos tus juicios, obras con poder.

(Esta canción que acabo de componer mientras escribía el libro queda también incluida como testimonio del poder del Espíritu Santo que obra en mi al escribir por inspiración suya, todo lo que él hizo y hace en mi vida.)

           3 JUVENTUD AVENTURERA

Quizá ahora que me adentro en mi juventud, me sea más complicado relatar esos años, creo que fueron los más intensos, pero están tan llenos, que pido ayuda a Dios para no dejar nada en el tintero, ni tampoco recrearme demasiado en algún punto.

Esta parte de mi vida arranca en el verano de 1972. Con el Bachillerato sin terminar por la dichosa química que una, perdón por la expresión,

"mala monja" y no me refiero a "maldad" sino a que la vida de esta mujer no tenía nada que ver con la religión, y el tiempo lo demostraría, se empeñó en que yo no obtuviera el título de "Bachiller" pues nunca me aprobó su asignatura, por más que me esforzara y dedicara un curso entero solo a tratar de aprobar sin conseguirlo, "la química de mis pesadillas". Y así me quedé, no me admitieron en C.O.U. porque tenía que llevar todas las materias aprobadas.

Un día Dios me pidió perdonar a aquella monja que llevé mucho tiempo en mi recuerdo, desde luego no para bien.

Aquel verano alguien me propuso trabajar como técnico de montaje en las oficinas de una conocida revista católica juvenil llamada "Hosanna" (era la primera vez que este término se cruzaba en mi vida)

Yo disfrutaba con todo lo que tuviera que ver con la técnica, "digna hija de mi padre" técnico de todo, pues no se le resiste, hasta ahora que tiene 83 años, nada que quiera permanecer estropeado.

Hago aquí un inciso para mencionar a los padres que Dios me ha dado, en homenaje a ellos por los desvelos, las noches de cuidados intensivos cuando estábamos enfermos, las noches en vela de mi padre trabajando, para sacar a su familia adelante…Los hijos no solemos reconocer el valor de nuestros padres hasta que ya no los tenemos con nosotros, pero yo quiero mencionarlos de manera especial en mi libro, antes de que me falten, pues lo merecen de sobra.

Gracias a ellos que me dieron una educación de la que ahora no existe, soy la persona que soy. Amo a Dios porque ellos fueron los primeros que lo

trajeron a mi vida y me lo dieron a conocer. Me dieron principios y rectitud que ahora me sirven para comportarme de manera digna y responsable en cualquier lugar. Y si algo tengo que agradecerles

es su dedicación absoluta a sus hijos, nunca estuvimos en ningunas otras manos que no fueran las suyas, y nunca permitieron que estuviéramos en ningún lugar que ellos desconocieran, o que llegáramos a casa de madrugada. Entonces no lo entendía, pero ahora les doy las gracias y a ellos dedico este libro principalmente, que me han dado la vida y me han querido siempre.

A ti papá en especial, te pido perdón por no haber sabido entenderte, por no haber captado todo el amor que me tenías, por haberme alejado de ti inconscientemente, buscando en otro sitio, lo que de buena gana me hubierais dado vosotros. Ahora es cuando ya de mayor lo veo y siento mucho todo el dolor que te hice pasar. Mi gran abrazo para los dos desde estas páginas.

Siguiendo con mi relato anterior, me vi delante de un montón de aparatos en una cabina de montaje de la calle Núñez de Balboa, sede de la mencionada revista. Mi trabajo consistía en grabar las voces del sacerdote: José Ramón Bidagor y Altuna, director y locutor de los montajes radiofónicos que se grababan en cassets para distribuirlos en las librerías, y la entonada voz de su secretaria. Luego, a solas encerrada en la cabina, pasaba horas mezclando las voces con diferentes melodías según fuera el relato. Lo

grababa en enormes magnetófonos con metros y metros de cinta, pero con calidad exquisita, y luego lo pasaba a una máquina multi-casset, que lo regrababa en cuatro cintas a la vez a gran velocidad. Era una sala acondicionada acústicamente, donde disfrutaba con aquellos aparatos que hacían mis delicias. Los ratos que no estaba en la sala de montaje, trabajaba en la revista contestando a las cartas de los lectores, empaquetando la revista cuando la editaban, y llevándola a correos para su envío, y pasándomelo en grande con aquel grupo de trabajadoras que constituíamos el "equipo de redacción", en cuya contraportada figuraban todos nuestros nombres.

Estuve alrededor de tres años trabajando allí, y  guardo muy buenos recuerdos de aquel tiempo. Ahí conocí a la religiosa, que también trabajaba en la revista, y el lugar que sería mi residencia desde 1975 hasta 1982: El convento de religiosas de María Teresa, orden de origen francés, de la cual solo existía en España esa casa. A través de aquella monja que pareció hacer amistad conmigo, poco a poco fue entrando en mi corazón el deseo de servir a Dios y ¿qué mejor manera que junto a aquellas monjas que parecían tan simpáticas?, y que además se dedicaban al cuidado de los niños, pues tenían una Escuela Infantil, y a mi, ya se vio, me apasionaban los niños.

De aquella vivencia de casi ocho años me gustaría resaltar que, al final, yo resulté tan "mala monja" como mi profesora de química, con lo cual me tuve que marchar sin lograr cumplir mi objetivo que era dedicar por entero mi vida a Dios y a los niños.

4 "SOY ABJECTA EN LA CASA DE DIOS"

¡Extraño título para este capítulo!, pero ese era el cántico que recitábamos en latín, en la ceremonia, al pasar de postulante o recién llegada, a novicia, exactamente: "Elegí ser abjecta en la casa de Dios" o en latin: "Elegi abjecta esse in domo Domini mei Jesús Christi" Abjecto significa: despreciable, deshecho, basura que ha de ser pisoteada, merecedora de nada, y la última en ser tenida en cuenta.  y así fue como lo viví, pero en mi deseo de destacar solo las maravillas de Dios en mi vida, no voy a relatar lo que allí pasé, pero sí como El lo usó para moldear mi carácter.

Como ya he comentado, por aquel tiempo, hablo ahora de los años 1975 en adelante, yo andaba

luchando con mis continuos altos y bajos de humor. Por otra parte, tenía ilusión por comenzar lo que para mi significó una ruptura total con la vida que había llevado hasta entonces, bajo la

cobertura de mis padres. Iba a empezar a saber lo que es valerse por sí mismo. No sabía lo que me esperaba, pero sí pensaba en los niños, y me animaba a seguir adelante.

El 13 de diciembre de 1975, fue la fecha elegida para hacer mi entrada en el convento de María Teresa.

Fumé mi ultimo cigarrillo con mi hermana en nuestro cuarto, recogí mi equipaje, y me despedí.  ¡Cómo llovía!

A lo largo de mi vida, cada vez que he tomado alguna decisión que implicara un cambio importante, ha llovido a cántaros. A veces he pensado, y creo que es así, que la presencia de Dios me acompañaba para no dejarme sola y que yo lo sintiera: El día que entré en el convento, el

día que salí, cuando empecé mi primer   trabajo….Así ha sido siempre, la bendita lluvia acompañándome.

De aquellos años, lo más positivo fue, sin

duda, mi trato con los niños. Los recuerdo como si los tuviera delante. Ahora son hombres y mujeres, quizá padres y madres. Solo espero que la influencia de mis enseñanzas les haya sido tan beneficiosa, como para mi lo que aprendí de ellos. Fueron una constante alegría, con mis 21 años jugaba y reía con ellos a la vez que les enseñaba. Si estaba triste o deprimida, al entrar en la clase y ver sus caritas, recuperaba mi buen humor, y ya no me importaban los malos ratos. ¡Cómo lo pasé con ellos!

Recuerdo un día que para algarabía general, encontramos una lagartija en la pared y se nos fue la mañana tratando de cazarla. Al fin lo conseguimos y después de observarla un buen rato dentro del bote de cristal adonde fue a parar, nos complacimos en dejarla en libertad con los aplausos efusivos de los niños siguiéndola mientras escapaba veloz por la ventana. O el día en que se me ocurrió cazar dos enormes saltamontes tan grandes como mi mano y para colmo de gritería infantil, a un golpe que di en el suelo donde estaban, comenzaron a saltar entre los niños.

¡Qué pena! que aquellos momentos fueran enturbiados después por una religión mal entendida, y por unas personas que ni daban, ni sabían recibir amor, y que predicaban un cristo tan frío e inanimado como las estatuas que presidían su capilla. El Cristo vivo, Amigo entrañable que yo llevaba en mi corazón al entrar, estuvo a punto de desaparecer y de ser olvidado, pero El fue quien me había rescatado y no iba a permitir perderme de nuevo. Si no hubiera sido por su misericordia y por su amor que siempre me consoló y guió, tal vez hoy no podría estar escribiendo este libro. Cada noche cuando subía a mi cuarto, allí estaba El, llevándose mis frustraciones, mi vergüenza, mis lágrimas, y ayudándome a perdonar y a seguir adelante. Lo mejor de todo es que hoy sé que El usó toda esa humillación, el creerme "abjecta" para entender que realmente todo lo que soy y tengo vienen de El y es tontería jactarse de nada.

Paso ahora a relatar con mayor profundidad lo que supuso para mi aquel grupo de 50 "angelitos" de 4 y 5 años, que constituía mi clase de segundo ciclo de educación preescolar, como se llamaba entonces.

El niño por el que más apego sentía, se llamaba Iván. Ahora tendrá unos 36 años, si logró superar su enfermedad. Era un crío vivísimo y espabilado que padecía hidrocefalia, terrible enfermedad, que a sus tiernos cuatro añitos, le llevaba al quirófano con demasiada frecuencia. Necesitaba una atención especial, pues tenía dentro de su cabecita un sistema de drenaje que aliviaba la tensión que le producía la constante acumulación de líquido en su cerebro, y los dolores tan terribles de cabeza que le hacía

padecer. Constantemente aquella válvula desviaba el líquido, hasta eliminarlo por aquellos tubitos que se notaban bajo la piel y que daban cierta "grima".

            Cuando esa válvula se atascaba y retenía el líquido, el niño se quejaba de fuerte dolor y había que avisar rápidamente a su familia que inexorablemente tenía que internarlo para ser operado nuevamente.

¡Cuantas veces volvía a sus quehaceres escolares con la cabeza vendada! lo cual no le impedía en absoluto hacer las mayores trastadas.  Con todo el panorama que tenía por delante, sin embargo, era un niño alegre y risueño, que muchas veces me daba ejemplo de entereza, y me llevaba a ver mis propias dificultades con esperanza. Las veces que hablaba con sus padres, opinaban igual que yo, él mismo les consolaba cuando tenían que llevarle al hospital y les ayudaba a superar el pensamiento de ni siquiera saber si sobreviviría, si se curaría algún día, o tendría que estar supeditado a aquellas traumáticas operaciones de por vida.

Lo que más me extraña cuando lo pienso, es que a la vez que trataba con los niños, también trataba con los padres. Tenía como una especie de consultorio donde una vez por semana les recibía y les ayudaba en sus problemas. Yo, que tenia menos de veinticinco años, y algunas veces, no solo les ayudaba a encarrilar la educación de sus retoños, sino hasta su propia vida matrimonial, pues también me contaban sus problemas conyugales. Creo que el hábito les imponía un poco y me revestía  a mi de cierta autoridad. El caso es que aprendí a conocer bien las situaciones familiares que vivían los niños y también aprendí a orar por ellos y a darles mi mayor cariño.

Aquella relación con los niños y sus padres, me llevó años después, una vez fuera del convento y recuperada mi vida seglar, a volver de nuevo a ser su profesora, a instancias de los mismos padres que pidieron continuamente a las monjas que

me contrataran para enseñar a sus niños, ya que estaban hartos de que cada pocos meses hubiera una profesora nueva, lo que trastornaba su comportamiento en gran manera. Después que me fui, no hubo quien sobrellevara aquella clase de 50 preescolares, a los que yo aprendí a amar de veras.

          5 "VUELTA A NACER"

No he querido referirme, al escoger el título de este capítulo, al nuevo nacimiento en Cristo, sino al día en que recibí mi vida de nuevo, cuando Dios no me permitió morir, y evitó que una desgracia terrible se cerniera sobre mi familia.

Era un día como otro de tantos en los que a las 7,30 de la mañana, subía en mi "Vespino" y tomaba la carretera de Colmenar Viejo, rumbo a mi querida guardería para encontrarme con mis niños. Una carretera sin apenas circulación por aquel entonces y bien asfaltada.

Como hacía siempre, iba cantando despreocupada, y en el momento de girar a la izquierda para enfilar el camino que conducía al portalón de entrada del convento, una vez que entré en el arcén unos metros para hacer bien el giro, algo nubló mi vida por los siguientes cinco años. Dicen que un coche se me echó encima y yo salí despedida con tan mala fortuna, que mi cabeza fue a estrellarse contra el suelo. Fui inconsciente en todo momento de lo que me pasó, desde que frené para girar, hasta el momento en que desperté en la cama del hospital Ramón y Cajal con todo el cuerpo dolorido, un vendaje enorme en la cabeza, la pierna izquierda casi insensible, y morados por todo el cuerpo. No sé lo que pasó, mi mente no lo pudo recordar nunca, no recuerdo ni el rostro de la persona que me atropelló, solo puedo contar que desde aquel momento mi vida, e incluso mi carácter cambiaron drásticamente.

Me llevó mucho tiempo recuperar por completo la memoria, tuve cierta amnesia, no de lo esencial, sino al confundir direcciones, fechas, me resultaba difícil hilar frases, e incluso llevar las palabras desde el pensamiento a mis labios. Quien no haya pasado por esto, ni se lo imagina. Mi madre temía que no

recuperara nunca la razón por más que los médicos le aseguraban que era transitorio, y una

vez absorbido el líquido que genera el cerebro como protección, todo volvería a la normalidad.

Así me dieron el alta hospitalaria, aunque no laboral, después de 21 días de ingreso. Con mi pierna izquierda casi inservible por las heridas, aunque poco a poco la fuera recuperando después, mi cabeza llena de puntos y completamente aturdida, volví a casa con mi familia en estado de shock, pues al principio estaban tan aturdidos como yo, contentos por no haber perdido a su hija, pero sin saber como terminaría todo.

Los siguientes meses fueron muy difíciles para ellos, me encerré en mi habitación con todo a oscuras, y me metí en la cama, de la que no salía más que para ir al cuarto de baño. Cualquier estímulo auditivo o visual hacía estallar mi cabeza. Si alguna vez supe lo que era una depresión profunda, fue en aquellos días. No hablaba con nadie, no me levantaba, no respondía a ninguna invitación. Recuerdo que tenía una hermosa pareja de periquitos en una jaula, que se murieron de tristeza porque su ama ni los miraba, ni los atendía, más bien los ignoraba por completo. Mis padres no sabían que hacer o decirme para sacarme de aquel estado.

Poco a poco fui recuperando cierta actividad, pero fue para peor, porque entonces comenzaron las alucinaciones, y el hablar con personas que no estaban presentes. Hubo que llevarme de nuevo al hospital para que, por lo menos, los médicos tranquilizaran de nuevo a mi familia, ya que todo era debido al líquido que aún permanecía adherido a mi cerebro. Según los médicos era una protección, pero para mi se convirtió en un infierno, pues no podía pensar con claridad, veía a personas que no estaban, perdía de vez en cuando el control de mi mente y me quedaba en blanco, y tenía la sensación de vivir en una irrealidad que no existía, de haber entrado en un túnel al que no le veía el final.

Ahora, cuando recuerdo aquel tiempo que se desarrolló desde Octubre de 1984 hasta casi 1990, en que ya sintiéndome mejor pude emprender un nuevo trabajo. Creo que Dios usó ese tiempo de mi inconsciencia, para trabajar en mi y hacer algunos ajustes en mi personalidad, pues cuando por fin salí de ese túnel, y comencé a ver la claridad al otro lado, algo había cambiado en mi radicalmente, ya no era la persona reservada, temerosa de todo el mundo, que no solía hablar en las reuniones porque no encontraba nada que decir. De repente asustaba a mi madre, cuando cansada de esperar en las revisiones médicas a que nos atendieran, salía como una tromba hacia las enfermeras y les increpaba delante de todo el mundo, preguntando por el médico, e insistiéndoles en que hacía horas que teníamos la cita.

Mi carácter fue transformándose y convirtiéndome en una persona abierta, habladora, decidida y emprendedora. Algunos decían que el golpe me había aclarado las ideas ¡Curiosa paradoja!

El 16 de Octubre de este año 2004, se cumplirán veinte años desde aquel día en que volví a nacer. Dios salvó mi vida y me mantuvo en esta tierra para hacerme gozar de la hermosa vida que hoy tengo en su presencia, y para terminar de cumplir el propósito con el que nací por primera vez el 21 de Mayo de 1954.

6 BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO

Este es un capítulo muy especial en mi vida, y quiero escribirlo auspiciada por El mismo, para darle toda la importancia que tiene y expresar como su poder, su guía y su dulce presencia actuó y sigue actuando en mi vida de una forma maravillosa.

Para comenzar a relatar lo que significó desde el principio conocer la obra del Espíritu Santo en mi vida, debo remontarme de nuevo al tiempo en que

aún estaba viviendo con aquella singular comunidad de hermanas de "María Teresa". Contaba yo con 28 años y por primera vez oí hablar de la Renovación Carismática católica. Un familiar de una de las monjas asistía a las reuniones con periodicidad y siempre que pasaba por el convento a ver a su hermana (de carne, se entiende) hablaba y hablaba sin parar de lo que ella experimentaba en esas reuniones, hasta el punto de que un día nos invitó a ir a una de ellas. Fuimos las más jóvenes, y aunque no recuerdo del todo el lugar, creo que eran en un colegio situado en la Plaza de Castilla.

No sabía con lo que me iba a encontrar, pero por las referencias de la persona en cuestión, yo iba llena de expectativas ¡cualquier cosa que me

hiciera salir de la monotonía espantosa del convento, me sabría a gloria!.

El recinto estaba lleno de gente, al cabo de un rato aparecieron en el escenario unos músicos y comenzaron a interpretar una canción que era coreada por todo el auditorio. Minutos después, de entre las personas que estaban en primera fila, subió un joven, que con una voz simpática, presentó la reunión, saludó al público, hizo una breve pero efusiva oración, y después invitó a todos a unirse y participar en las alabanzas que íbamos a dirigir al Señor.

Nunca había visto alabar a Dios de esa manera, todo el mundo estaba activo, unos levantaban las manos al cantar, otros lo hacían cogidos fuertemente de las manos, otros se abrazaban y lloraban. Yo me dedicaba a observar y me emocionaba el hecho de que aquellas personas vivieran lo que estaban cantando, nadie estaba pasivo. Algunos oraban de una forma extraña, en un idioma que no se podía entender. Y otros incluso danzaban. El alboroto, las voces elevadas cantando y el ambiente en general, en lugar de ser desconcertado, extrañamente parecía ordenado y el canto, mezclado con las oraciones, daban la impresión de un imponente coro, que al unísono, hacía descender la presencia de Dios.

Todo el evento duró como unas dos horas en las que se intercambiaban los cantos y la oración del que nos dirigía. Por ultimo se hicieron algunas peticiones y se oró por los enfermos en grupos separados. Cuando salimos, todo el mundo se despedía de nosotros con un beso y nos invitaba a volver a la próxima reunión.

Regresamos al convento en silencio, como si nada hubiera pasado, pero en mi interior comenzaron a encenderse algunas luces. Muchos días después, aún me duraba el efecto de lo que había experimentado en aquella reunión singular, y trataba de vivirlo yo a mi manera. Por aquellos días ya no me sentía a gusto conviviendo con las "hermanas" y después de lo vivido en la reunión de los carismáticos, mi alma estaba en otro sitio. Un día decidí escaparme con la moto en la que solía ir a los recados. Aproveché una mañana que me mandaron al pueblo a realizar un encargo, dejé la moto bien aparcada, con su cadena puesta, y me encaminé a la casa de mi hermana, que vivía con su familia en el mismo pueblo de Alcobendas., con el firme propósito de no volver más al convento. Mi hermana tenía a su primer hijo de pocos meses y nunca faltaba de casa, pero aquella mañana de mi escapada, Dios no me permitió salir como el que huye, dejando una experiencia de vida que yo misma había escogido, como si fuera un ladrón que comete un delito y elude su responsabilidad. Dios tenía otra forma de sacarme, que no era la que yo había elegido en ese momento. Mi hermana no estaba en casa, y tuve que volver a montar en el Vespino y dirigirme de nuevo al convento.

El verano siguiente, aquel mismo año, en el mes de Julio, me encontré con la sorpresa de un viaje a Barcelona, con otra de las hermanas jóvenes, para un seminario de preparación para el Bautismo en el Espíritu Santo, de una semana de duración.

Después de aquella primera reunión "Carismática", se siguieron otras, y después teníamos en el mismo convento nuestras propias reuniones, y de ellas salió la idea de enviarnos a aquella monjita y a mi al seminario de Barcelona.

La Renovación Carismática por aquellos años, estaba floreciente en España, un sacerdote misionero en la India, que lo vivió allí en todo su esplendor,  lo trajo para España, donde encontró miles de adeptos, tal vez un poco decepcionados con la monotonía de los ritos católicos. Aquella "agua fresca" que derramó en los corazones el Espíritu Santo, tuvo un auge enorme y comenzó a extenderse como la espuma. En casi todas las provincias habían crecido muchos grupos de oración, y se nombró un comité coordinador por provincias, y un grupo responsable y dirigente de los coordinadores, quedando nombrado como la "Coordinadora Nacional".

Aquel mes: Julio de 1982, no se me olvidará mientras viva. Ahí empezó Dios su trabajo de restauración en mi, y aunque aún lo continúa, en esos días fue cuando, por primera vez, conocí al Dios poderoso, al Dios sanador y libertador, y fui marcada y sellada para él, el Espíritu Santo se encargó de hacerlo.

Durante una semana se nos habló de los siete pasos para recibir  el fuego del Espíritu Santo, de los dones que podíamos recibir, de cómo dejarle a El tratar con nuestra vida, y luego pasábamos a la parte práctica. Nos reuníamos por grupos con una o un responsable y hablábamos de cómo nos sentíamos, de que necesidades teníamos para orar, y luego orábamos fuertemente unos por otros y nos

ministrábamos. La noche antes de que oraran por nosotros para recibir el bautismo, recuerdo que pasamos toda la noche en vigilia.

Para una monja, acostumbrada a los ritos del convento, a no tratarse con nadie por la prohibición de hablar a ciertas horas, de pasar el día con un horario sumamente estricto, aquellos días fueron una revolución, tanto espiritual como anímica, ya que de tú a tú era muy difícil o raro

tratar con alguien, siempre era en comunidad o con la superiora. Ahí pude expresar lo que estaba viviendo y hablarlo con aquella persona que en ese momento Dios puso en mi camino y que fue de grandísima bendición. Me escuchó y oró por mi efusivamente para que Dios obrara ¡Y ya lo creo que obró! Aquella noche en la vigilia, por primera vez en mi vida pude orar en voz alta arrepintiéndome de mi vida pasada, y dejando que Dios llenara los huecos tan enormes que había en mi alma. Fue una noche dichosa.

Al día siguiente, un domingo que amaneció radiante, todos los candidatos estábamos preparados, por mi parte, después de la experiencia vivida la noche anterior, mi corazón se sentía en paz, y dispuesto a recibir la bendición que Dios me tenía reservada.

éramos varias las personas a las que se nos iba a imponer las manos y se iba a orar para que recibiéramos el bautismo. Cuando me llegó el turno, y me arrodillé delante del sacerdote y de los responsables, y los que decidieron apoyarnos, pusieron sus manos en nuestros hombros, me dio la sensación de estar en el cielo escuchando cantar a los ángeles. El sacerdote, el mismo que trajo la Renovación Carismática a España, el padre Manuel Casanova, impuso sus manos sobre mi cabeza y comenzó a orar, después todos oraban en lenguas. En un principio, algo como si fuera un ardor suave empezaba a invadir mi cuerpo por dentro y por fuera y, al principio en voz baja, comencé a cantar en lenguas, muy dulcemente mis labios empezaron a pronunciar palabras desconocidas para mi, pero que al ir subiendo el tono me limpiaban de todos mis pecados de aquellos días, temores y sufrimientos, que se deshicieron y se alejaron de mi, y un intenso sentimiento de perdón y de limpieza interior comenzaba a tener lugar, algo que a partir de ese día no he dejado de sentir. La obra del Espíritu Santo en mi, había comenzado, la restitución de lo que el diablo me había robado desde mi niñez, comenzaba a imponerse en mi vida por parte de Dios. Obra que aún hoy continúa, y que al final íntegra y renovada podré presentarme ante la presencia de mi Dios Todopoderoso.

 Cuando volví al convento ya no era la misma, sabía que mi forma de vivir, mi comunión con Dios, mis expectativas estaban muy lejos de aquel lugar, y así un día del mes de Septiembre de aquel mismo año, lloviendo a cántaros, dejaba para siempre aquel encierro, que si bien, había sido elegido por mi, no formaba parte del plan de Dios con mi vida, y aunque El usó ese tiempo para curarme del orgullo, después tuvo que curarme también de las heridas recibidas durante todos esos años, para poder continuar trabajando en mi restauración y usarme para su Reino.

7 EL ESPIRITU SANTO Y YO

Después de mi salida de aquel convento, y de terminar mi relación de casi ocho largos años con aquella comunidad, regresé a casa al lado de mis padres, que iban conmigo de desconcierto en desconcierto. Cuando pienso en ellos, siento admiración, me pongo en su lugar y siento por un momento lo que significa ser padre o madre, la inmensa responsabilidad que eso trae consigo, los quebraderos de cabeza, las angustias y los insomnios que tienen que sufrir, y me imagino que hubiera pasado si yo hubiera tenido hijos. En algunos momentos los he echado de menos, pero

cuando pienso en mis padres, me alegro de no tener que pasar por todo lo que pasaron ellos conmigo.

Los días transcurridos en casa después de mi llegada del convento, al principio fueron tranquilizadores, pero a medida que pasaba el tiempo, una desgarradora sensación de vacío y de fracaso, iba tomando terreno en mi interior, y la monotonía de no tener una labor concreta que realizar, o de no saber a que dedicar mi tiempo, me hacía sentir poco útil y una carga para mis

padres. Y aunque ellos no lo veían así, yo sentía la necesidad de trabajar en algo.

Al enterarse mi hermano mayor, casado y con un hijo pequeño de dos años y medio, de que yo estaba fuera del convento, me ofreció cuidar de mi sobrino, al menos por un tiempo.

Aquella nueva ocupación me llenó de felicidad, porque se trataba de mi sobrino mayor, por aquel entonces, y de la oportunidad de sentirme útil, pero el vacío interior aún continuaba. Asistía a misa diariamente, y por más que tratara de orar, nada me devolvía la paz. Recuerdo una ocasión, en que llevada por la confusión y el desánimo, logré hablarle de mis inquietudes al sacerdote de la parroquia a la que asistía a misa, con la esperanza de que me ofreciera alguna ocupación en la misma parroquia, que me ayudara a llenar la enorme soledad que por aquellos días me embargaba, pero su respuesta, que en realidad no fue ninguna, aún trajo más confusión y más frustración a mi  vida. Únicamente mi Señor y Amigo Jesús se hizo cargo de mi situación y me recordó lo que había vivido en Barcelona con la Renovación Carismática y comencé a buscar el grupo de oración "Fuente viva" del que me habían hablado en el convento, antes de salir.

La responsable de aquel grupo estaba ocupada con un familiar cuando me puse en contacto con ella, pero me dio la dirección donde se reunía el grupo y el nombre de la persona que le ayudaba a liderarlo.

Aquel sábado asistí a la reunión llena de esperanza. Recuerdo que el local era un gimnasio que pertenecía a un colegio en la calle Padre Damián. Cuando entré, ya un grupo de personas estaban orando a la espera del comienzo de la reunión. Mientras esperaba, un joven rubio, creo que era inglés, se sentó a mi lado y me preguntó de donde venía, como me llamaba, si conocía la Renovación, y otras preguntas destinadas a romper el hielo y a darme de algún modo la bienvenida.

Fue una hermosa reunión, parecida a la primera que asistí años atrás en Plaza de Castilla. Aquel joven permaneció a mi lado durante toda la reunión, y por primera vez en tanto tiempo, comencé a recobrar mi ánimo y la paz de mi corazón. No me dijo nada más durante el resto de la tarde, pero a la salida me dio la mano y me hizo sentir que sería bienvenida siempre que volviera. Antes de irme pregunté por la segunda responsable del grupo de oración. Cuando la conocí, al principio me sorprendió, pues era una mujer de estatura no muy elevada, de complexión extremadamente delgada, pero con una gran fuerza de carácter y capaz de guiar a aquel grupo de unas sesenta personas, a la misma presencia de Dios.

Que poco sabía yo en aquel tiempo la amistad tan fuerte que nos uniría años después. Continué asistiendo sábado tras sábado a la reunión y relacionándome con los nuevos hermanos que Dios me otorgaba. Un sábado, después de varios meses de asistencia, por fin logré conocer a la verdadera responsable del grupo. Una mujer nacida en Filipinas de padres españoles, veinte años mayor que yo, con un profundo conocimiento de las Escrituras y dotada por Dios para predicar su Palabra, con una contundencia magnífica, con preciosos dones del cielo, entre ellos, el de profecía. Rara era la reunión donde su voz no sonara de parte de Dios, nadie osaba dudar que sus profecías fueran auténticas, era reconocida en todos los grupos, y cuando ella levantaba la voz, siempre alguien era tocado, sanado de heridas del alma, interpelado, o sanado físicamente. Sus mensajes traían convicción de que la mano de Dios y su Espíritu estaban con nosotros. Cuando la voz

de esta mujer sonaba en medio de la reunión, el silencio era total, solo el susurro del llanto

o las palabras de agradecimiento, se entremezclaban por lo bajo con la contundencia y la seguridad de sus palabras, nunca la ví titubear cuando hablaba de parte de Dios, nunca aprecié en sus palabras temor, duda o que se equivocara al pronunciar. Su voz, lenta, fuerte y como flecha certera, se introducía sin estorbos en el mismo centro del corazón de quien, o a quienes iba dirigida. Una mujer sencilla, pero llena de autoridad, que sabía lo que Dios demandaba de ella y dónde quería dirigir al grupo.

¡Cuántas sanidades!, sobre todo espirituales conocí en aquellos días, ¡Cuanta bendición del cielo! Con la que Dios quiso refrescar a sus hijos! ¡Cuantas vivencias, que unidas a las de hoy, han forjado  mi alma y mi espíritu! Cuanto agradecimiento a Dios por lo que viví entonces,

y por lo que estoy viviendo ahora. Dios sigue teniendo sus profetas, aunque algunos no los quieran reconocer ni escuchar. En todo tiempo, en toda circunstancia, Dios sigue hablando, porque prometió estar con su Iglesia hasta el final de los tiempos. No se han callado los profetas, pero hay que saber en que lugar están hablando, no están en todos los lugares, solo junto a los que los quieren oír, y buscan de Dios.

8 MIS AÑOS EN LA RENOVACION CARISMATICA

Aquel fue un tiempo maravilloso en mi vida, puso las pautas para que Dios se moviera de una forma extraordinaria. Desde que salí del convento, hasta que me bauticé como cristiana evangélica pasaron casi diez años. Durante ese tiempo viví muy intensamente lo que Dios hizo en España a través de la Renovación Carismática, conocí personas ungidas por el Espíritu Santo que bendijeron a mucha gente necesitada. Católicos de tradición probaron de este "agua fresca" del

Espíritu y hoy día son cristianos entregados y usados poderosamente por Dios, unos se bautizaron en la Iglesia Evangélica y otros continuaron desde la Iglesia católica, tratando de convencer a sus hermanos de que la religión de poco o de nada sirve, y que lo que Dios demanda son corazones dispuestos a darlo todo por El para extender el Evangelio.

Recuerdo especialmente las campañas nacionales que se organizaban todos los años en el mes de julio, y que reunían a cientos de carismáticos de todos los lugares de España. Aquellos fueron días donde el poder de Dios se derramó en abundancia, las personas conocían a Dios y le entregaban su vida, otros comenzaban a ver crecer su fe de una manera nueva, y Dios extendía su brazo derramando sanidad, perdón y reconciliación.

Los grupos de oración cada vez eran más numerosos y se extendían por toda España.

El grupo donde yo empecé, al crecer, se dividió en dos, una parte liderado por su primera responsable, y la otra liderado por la segunda y por mí en el terreno de la alabanza. El segundo grupo cambiamos de nombre y comenzamos a llamarnos "Pentecostés". Constaba de doce personas que nos reuníamos en la biblioteca de un colegio de monjas los sábados por la tarde.

El comienzo de nuestro grupo fue ardiente, pasamos mucho tiempo compartiendo, haciendo amistad unos con otros, y sobre todo orando, alabando a Dios y recibiendo enseñanza.

Dentro de estos grupos de oración, di mis primeros pasos en cuanto al manejo de las lenguas y de la Palabra. Por primera vez oí hablar de la iglesia Evangélica, pues en mi grupo había varias personas de esta denominación que compartían su fe con nosotros.

En los años que pasé desde mi accidente hasta que definitivamente me bauticé en la iglesia Evangélica, ocurrieron varios cambios en mi vida. Salí por segunda vez de la casa de mis padres para marcharme a vivir con la responsable, que junto conmigo lideraba el grupo Pentecostés. Me llevaba 15 años y yo la admiraba y respetaba en gran manera. Ella me ofreció, mientras yo aún estaba convaleciente del accidente de moto, cuidar de sus padres ancianos mientras ella iba a trabajar, y me daba una ayuda económica que junto a la prestación por desempleo que recibía, me servía para mantenerme.

En esta época conocí a mi único pretendiente, con el que mantuve un noviazgo de nueve meses. No funcionó, y después de tener los preparativos para la boda ya listos, descubrí que mi inminente matrimonio con aquel chico estaba destinado al fracaso. La inmadurez de los dos, aún siendo él de cuarenta años y yo de treinta, nos jugaría una mala pasada, con lo cual le propuse pasar más tiempo conociéndonos y madurando nuestra relación antes de casarnos. Su respuesta inesperada e infantil aún me alarmaron más con lo cual di al traste con todo y decidí dejarle para siempre.

Hoy, después ya de tantos años, me felicito por aquella decisión que estoy segura me ayudó a tomar mi querido Señor, pues aquella boda hubiera sido tan fracaso como mi pretendida vida monástica. Hago aquí un inciso para comentar como las malas decisiones que, a veces, tomamos en nuestra vida, pueden retrasar el propósito de Dios, yéndonos por un rumbo diferente al que El nos ha trazado. En mi caso pasé mucho tiempo en confusión, sin tener un futuro definido, dando palos de ciego y aceptando consejos de personas tan confusas como yo. Sin embargo fue estando en esa disyuntiva, cuando por segunda vez en mi vida tuve una experiencia inolvidable con la presencia de Dios que marcó mi existencia de manera permanente.

Como relaté más arriba volví con las monjas como trabajadora en la guardería. En ese tiempo yo daba mis primeros pasos en la Renovación carismática, y una noche, al volver de la guardería, ya tranquila en mi cama y con la Biblia al lado, al comenzar mi oración, caí en una especie de sueño en el que me veía a mi misma postrada ante la majestad de Dios. A El no pude verle pero si oí perfectamente su voz con mis oídos físicos, y ahí me dí cuenta de lo cierta que es la Palabra cuando describe su voz como "murmullo de muchas aguas" sus palabras fueron: "Toda la tierra es tuya"

Oí esas palabras tres veces y salí del sueño. Lo llamo "sueño" porque no se como describirlo, pero yo estaba totalmente despierta y consciente de lo que me pasaba. Lo impactante y la señal de que aquello solo era obra de Dios es que eran la 23.00 horas cuando comenzó la visión que duró a penas unos segundos, y cuando miré el reloj era la 01,00 de la madrugada. En ese momento, como un impulso, cogí la Biblia y leí Isaías 54. Al leer todo el capítulo mi corazón lo acogió como una promesa que Dios me hacía, y a lo largo de estos años me doy cuenta  de como se está haciendo realidad y como Dios cumple lo que promete. Todo lo que viví quedó grabado en mi mente para siempre como quedó grabada la vivencia que tuve con mis 12 años. Dios es una REALIDAD, no es un invento, ni una religión, El existe y hace su voluntad a pesar de quien quiera negarlo, es como negar la propia existencia, porque "En El somos, nos movemos y existimos" y yo puedo constatar que lo que dice en Isaías 54 está ocurriendo en mi propia vida. Su misericordia ha sido siempre el manto con el que ha cubierto mi desnudez como ser humano, su perdón vino a mi como un río caudaloso que se llevó mis pecados y mis errores, y como El me dijo de niña, su sangre me ha cubierto, sus dolores se han llevado los míos y su fuerza está manteniendo toda

mi existencia. No pudo conmigo ni la muerte cuando me acechó, ni puede conmigo la enfermedad que me acecha ahora, porque "cuando soy débil es cuando soy fuerte" en sus fuerzas mi tristeza desaparece porque es cubierta con el gozo de su vida en mi, y mi hambre de El es saciada porque se ha acercado a mi y me ha abrazado con su compasión ("Pobrecita fatigada con tempestad, sin consuelo…" Isaías. 54: 11) Viví tantos años encorsetada en una religión que no me dejó desarrollarme, pero ahora tengo libertad, El me ha hecho libre y me ha dado alas de águila para poder elevarme en las alturas y dejar de arrastrar los pies por el suelo, me conquistó de tal manera que no he dejado de buscarle y cuando parece que ya le tengo, El sube a lo más escarpado de la montaña y me hace señas para que le siga, pero entonces me da "pies de cierva" para ascender de prisa sin importar los rasguños ni las contusiones, y llegar a la cima, y cuando llegue, solo El sabe donde me llevará de nuevo.

Comencé a escribir estas memorias con 50 años y ya tengo 54. Deseo por el momento dejarlas aquí, aunque creo que tendré que escribir otro capítulo que ya he titulado "Cada vez más cerca", y que acabaré cuando El me llame por última vez para el encuentro definitivo.

Para ti, lector, unas palabras; Espero de todo corazón que estas memorias te acerquen a El, es el mayor regalo que puedo hacerte. Mi vida no ha sido ni es fácil, como no es fácil la de nadie que decida seguirle de verdad, porque en los caminos por los que quiere llevarte hay que dejarlo todo. La vida, en general se lleva muchos jirones, pero la diferencia es que cuando la inviertes en buscar a Dios, los jirones que te arranca son tus heridas, tu pasado, tus defectos, tu pecado, tus errores… y te los cambia por su propia vida en ti, de modo que ya no eres tu, es "Cristo quien vive en ti", o como decía Juan el Bautista: "Es necesario que yo mengüe para que El crezca"

"Que Dios te bendiga y te guarde, haga resplandecer su Rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia, alce sobre ti su Rostro, y ponga en ti paz"

 

 

Autor:

Virginia Ruiz Ríos

21-05-2004

Partes: 1, 2
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