3. Agentes biológicos
Lo Que Sucedió el 2 de abril de 1979 en Sverdlovsk, en la ex Unión Soviética, no fue más que una prueba de algo que se sospechaba desde hacía ya mucho tiempo: el armamento biológico de destrucción masiva es una realidad. En esa fecha, en el complejo militar número 19, hubo una explosión que accidentalmente liberó unos cuantos miligramos de esporas de Bacillus anthracis. Pocos días después, 96 personas enfermaron de ántrax; 69 de las cuales murieron. Ésta fue la peor epidemia de ántrax humano adquirido por inhalación de esporas registrada hasta la fecha. Durante años, las autoridades de la antigua Unión Soviética argumentaron que la epidemia fue originada por el consumo de carne contaminada con bacilos del ántrax, situación que muy de vez en cuanto sucede sobre todo en regiones en las que este bacilo habita naturalmente, como es el caso de Sverdlovsk (hoy Ekaterinburgo). Sin embargo, en mayo de 1992, Boris Yeltsin admitió que en Sverdlovsk se estaban desarrollando armas biológicas, el ántrax entre ellas. Ese mismo año emigró a los Estados Unidos el doctor Ken Alibek, quien fuera científico en jefe de 1988 a 1992 del "Biopreparat", la institución militar soviética encargada del desarrollo de las armas biológicas y confirmó que Rusia posee armas para una guerra biológica en gran escala. Este género de guerra no es nuevo y de hecho se ha usado en múltiples ocasiones desde la antigüedad. Los romanos arrojaban animales muertos en los suministros de agua de sus enemigos con el fin de contaminarlos. Los tártaros, en el siglo XIV, lanzaron con catapultas cadáveres infectados con peste, sobre las murallas de la ciudad de Kaffa, esperando así contagiar a sus habitantes. Durante la llamada guerra franco-india (ocurrida de 1754 a 1763 y en la que se enfrentaron Francia y Gran Bretaña por el dominio de territorios de parte de lo que hoy es Canadá y los Estados Unidos), el ejército británico obsequió a los indios americanos, aliados de los franceses, cobijas que habían sido usadas por personas enfermas de viruela, iniciando así una epidemia que diezmó a muchas tribus. Durante la década de los treinta, en la guerra chino-japonesa, los japoneses utilizaron la peste como arma, afortunadamente sin mucho éxito. En la primera Guerra Mundial, Alemania usó el ántrax contra el ganado caballar y vacuno que aportaban a las fuerzas aliadas España, Noruega, Argentina, Rumania y -hasta antes de que se involucraran en la guerra, en 1917- los Estados Unidos. Se sospecha que durante la segunda Guerra Mundial, los rusos utilizaron la tularemia contra los alemanes durante el sitio de Stalingrado; esta enfermedad es producida por la bacteria Francisella tularensis y usualmente se transmite a través de picaduras de garrapatas, pero también se puede adquirir por beber agua contaminada o por estar en contacto con carne de mamíferos infectados (principalmente conejos); la tularemia se puede presentar de diversas formas, entre ellas un tipo de neumonía muy grave. En esta misma guerra, los japoneses hicieron uso de armamento biológico contra los chinos (otra vez sin mucho éxito) y además experimentaron con éste en prisioneros de guerra estadounidenses. Al terminar la guerra, el gobierno de los Estados Unidos pactó con los japoneses no someter a sus científicos a juicio por crímenes de guerra, ¡a cambio de compartir los resultados de tales experimentos! Los datos así obtenidos enriquecieron el programa de armas biológicas del gobierno estadounidense iniciado en 1942. En países como Canadá, la Unión Soviética, el Reino Unido y los Estados Unidos, los programas de armamento biológico se expandieron al finalizar la guerra y cobraron auge durante la guerra fría. Este crecimiento se detuvo, al menos oficialmente, con la firma del tratado surgido durante la Convención de Armas Tóxicas y Biológicas de 1972, en la cual se prohibe el uso y desarrollo de armas biológicas. Una de las debilidades del documento es que no se establece ningún mecanismo de verificación. A pesar de que este tratado fue firmado por 140 naciones, se sospecha que China, Vietnam, Laos, India, Bulgaria, Irak, Irán, Taiwan, Siria, Cuba, Corea del Norte, Egipto, Israel, Japón, Estados Unidos y algunos países del ex bloque soviético todavía tienen programas de desarrollo de armamento biológico e incluso, algunos de ellos cuentan con grandes cantidades almacenadas. Lo que últimamente ha alarmado a las autoridades de muchos países es que ciertos grupos terroristas ya tienen acceso a armamento biológico. Por ejemplo, en 1995 se descubrió en Japón que el culto Aum Shinrikyo (Verdad suprema) responsable del ataque al metro de Tokio con el gas neurotóxico Sarín, también desarrolló armamento biológico e intentó usarlo en al menos ocho ocasiones. Incluso, se sabe que en octubre de 1992, su líder, Shoko Asahara, y otros 40 miembros viajaron a Zaire supuestamente para ayudar a las víctimas del ébola pero probablemente su objetivo fuera obtener muestras del letal virus. Sólo en 1997, en Estados Unidos se investigaron cerca de 100 amenazas terroristas en 50 las cuales se alegaba la participación de agentes biológicos.
Asesinos diminutos Para tratar de entender por qué han proliferado las armas biológicas, es útil que definamos qué se entiende por arma biológica y después cuáles son las ventajas y desventajas de su uso. Entendemos como guerra biológica el uso de enfermedades producidas por microorganismos o agentes bioactivos (toxinas) con el fin de dañar o aniquilar a las fuerzas militares del enemigo, sus poblaciones civiles o contaminar sus fuentes de agua o alimentación. Para fabricar un arma biológica teóricamente se puede utilizar cualquier microorganismo patogénico. Por ejemplo, en 1984 en Dallas (Oregon), la secta religiosa Rajneeshi contaminó con la bacteria Salmonella las barras de ensalada de una cadena de restaurantes. Como resultado, 751 personas tuvieron que ser hospitalizadas por malestares gastrointestinales más o menos severos; afortunadamente en esa ocasión nadie falleció. Pero desde el punto de vista práctico, sólo un pequeño número de microorganismos tienen la potencialidad de utilizarse efectivamente como armas biológicas. Hay que tomar en cuenta que el microorganismo elegido tiene que poder cultivarse en grandes cantidades y poder dispersarse con facilidad (de preferencia como aerosol); debe ser muy infeccioso y de preferencia que pueda contagiarse de persona a persona. Otro requisito es que con bajas dosis del organismo elegido se pueda iniciar la enfermedad, ya que muchas veces no basta para ese propósito que un solo virus o una bacteria infecte a una persona. Los microorga-nismos con potencialidad de ser utilizados como armas deben ser estables en el ambiente, para así asegurar su permanencia como agentes patogénicos y, por último, hay que tomar en cuenta existencia o no de medidas preventivas o terapéuticas. El manual de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) menciona 31 organismos con una potencialidad real de ser usados como armas. La lista incluye la viruela, el ántrax, la peste, el botulismo, la tularemia, el tifus, la fiebre Q, la encefalitis equina venezolana, el ébola y la influenza. Recordemos que esta última enfermedad mató a cerca de 25 millones de personas alrededor del mundo en 1918. De estos 31 organismos, la viruela y el ántrax son los que más fácilmente se pueden convertir en armas biológicas de alta eficiencia.
La amenaza de la viruela La viruela es una enfermedad viral infecciosa muy grave; de cada 100 personas que la contraen 30 mueren, pero se sabe que en algunas poblaciones la mortalidad ha llegado a ser del 90%. Los sobrevivientes pueden quedar ciegos o con la vista nublada, y con horribles cicatrices que les recordarán la terrible enfermedad el resto de sus días. Gracias a una campaña muy intensa de vacunación a nivel mundial, ya no se han reportado nuevos casos desde 1978. El último caso mortal del que se tiene noticia ocurrió ese año, en uno de los cinco laboratorios de alta seguridad que tenían muestras del virus. En 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró que la viruela era la primera enfermedad humana completamente erradicada de la faz de la Tierra. Sin embargo, existen todavía dos muestras del letal virus en dos laboratorios de alta seguridad. Uno de ellos se encuentra en las instalaciones Vector, en Novosibirsk, Rusia y el otro en el Centro de Control de Enfermedades (CDC) en Atlanta, Estados Unidos. Supuestamente estas muestras tenían que haberse destruido en junio de 1999; sin embargo, tanto Rusia como los Estados Unidos cambiaron de opinión a última hora y se negaron a hacerlo. La decisión de ambos países obedece a que cada uno sospecha que el otro tiene almacenado este virus en cantidad suficiente para utilizarlo como arma biológica. También se teme que los rusos hayan facilitado muestras de viruela a Corea del Norte. En pocas palabras, se han conservado estas muestras exclusivamente por su potencialidad bélica. Utilizar la viruela como arma causaría estragos en la población, puesto que al ser considerada una enfermedad erradicada, los esquemas de vacunación ya no la contemplan. Es muy probable que hoy en día todos los menores de 20 años no estén vacunados. Lo que es peor, ya no hay quien produzca esta vacuna a escala industrial, ni existe en almacén en cantidades suficientes como para enfrentar un brote por pequeño que sea. Para apreciar la magnitud del problema, basta mencionar que en 1947 aparecieron en Nueva York ocho casos de viruela; a fin de detener la incipiente epidemia fue necesario aplicar seis millones de vacunas en una semana. Si el problema se presentara hoy, no habría manera de enfrentarlo. Afortunadamente, conseguir el virus de la viruela es extremadamente difícil, por lo que provocar con éste una epidemia queda prácticamente fuera del alcance de los grupos terroristas, a menos que estén apoyados por un gobierno que cuente con el virus.
El terrible ántrax A diferencia de la viruela, la bacteria Bacillus anthracis, agente causal del ántrax, se encuentra naturalmente en muchas regiones del mundo que incluyen Centro y Sudamérica, el Caribe, África, Oriente Medio y algunas regiones de Europa. Esto permite que cualquier grupo militar o terrorista pueda recolectar y almacenar sin mucha dificultad esta bacteria. Saddam Hussein tomó un camino más simple: compró los agentes patogénicos a una compañía biotecnológica de los Estados Unidos. El ántrax es una enfermedad propia de animales de sangre caliente, pero cuando afecta al ser humano es especialmente maligna. Esta enfermedad se considera como ocupacional, ya que sólo la adquieren aquellas personas que están expuestas a animales muertos o sus productos. En el ser humano se puede presentar en tres formas: como ántrax cutáneo, gastrointestinal o pulmonar. El cutáneo se presenta cuando el bacilo o sus esporas caen en una herida abierta o en los ojos de su víctima; en esa forma es una enfermedad agresiva pero se puede tratar con antibióticos y raramente es mortal. El ántrax gastrointestinal se adquiere cuando se consumen alimentos contaminados con el bacilo o sus esporas; se caracteriza por una severa inflamación del intestino, náusea, vómito sanguinolento, diarreas fuertes y llega a ser un afección mortal hasta en un 60% de los casos. El ántrax pulmonar se adquiere inhalando esporas del bacilo que son lo suficientemente pequeñas como para penetrar muy adentro en los pulmones. Al principio, la enfermedad tiene síntomas parecidos a los de una gripe severa: tos, dolor muscular, de cabeza y de pecho; luego la enfermedad se torna más severa, hasta producir un estado de shock en el cual muere el 95% de los afectados. La enfermedad sólo puede controlarse si se empieza un tratamiento drástico con antibióticos dentro de las primeras 48 horas de iniciarse los síntomas. Sin embargo, debido a que en sus primeras etapas la enfermedad es difícil de diagnosticar, generalmente los afectados pocas veces reciben el tratamiento oportuno. Otra de las características que hacen apetecible a esta bacteria como arma biológica, es que puede cultivarse fácilmente y a bajo costo. Lo que tiene realmente valor militar es que las esporas de ántrax son muy resistentes a las agresiones del medio ambiente y pueden permanecer viables por muchas décadas; además, las esporas son lo suficientemente pequeñas como para que algún grupo militar intente liberarlas al ambiente en forma de aerosol. Por fortuna, fabricar aerosoles con esporas de ántrax es técnicamente muy difícil ya que éstas tienden a agregarse, lo cual complica su dispersión. El equipo que se necesita para producir ántrax como bioarmamento no requiere de mucho espacio, ni equipo demasiado sofisticado: bastaría con el equipo que se encuentra comúnmente en un laboratorio de investigación farmacéutico o de biotecnología. La única diferencia es que para producir armamento biológico se tendrían que extremar las condiciones de seguridad para evitar el contagio del personal que manipule el bacilo. Los laboratorios de este tipo son más o menos fáciles de ocultar, ya que, en general, son pequeños y no tienen equipo demasiado especializado que delate su existencia. Un laboratorio de bioarmamento se puede confundir fácilmente con un laboratorio farmacéutico de investigación. Por esta razón es muy difícil establecer mecanismos de verificación que impidan que se desarrolle armamento biológico con ántrax. Utilizar ántrax como arma biológica puede ser devastador. La Organización Mundial de la Salud ha estimado que la liberación de 50 kg de esporas de ántrax, en un frente de 2 km, sobre una ciudad de 500 000 habitantes, produciría la muerte de 95 000 personas. En el caso de un ataque terrorista, digamos en un estadio de fútbol, esconder una ampolleta con un concentrado de esporas de ántrax es mucho mas fácil que esconder un artefacto explosivo, aunque quizá desde el punto de vista propagandístico sea mas espectacular una explosión. Los efectos de una infección de ántrax se empezarían a notar algunos días después, lo que permitiría al perpetrador escapar más fácilmente. El costo de "devastar" con ántrax un kilómetro cuadrado de territorio, es aproximadamente de un dólar, y de 2 000 dólares si se utilizan armas convencionales. Por esta razón hay quien dice que el armamento biológico es la "bomba atómica" de los países pobres. Dado el peligro real de una guerra bacteriológica en la que seguramente el ántrax sería uno de los elementos importantes en juego, el gobierno de los Estados Unidos decidió, en diciembre de 1997, vacunar contra el bacilo a 1.4 millones de elementos activos de su ejército. Por otra parte, una de las grandes desventajas del armamento biológico es que su uso puede representar una amenaza para el propio agresor; por ejemplo, si al rociar al enemigo con un agente patogénico cambia la dirección del viento, resultarán afectadas las propias tropas. Además, las regiones atacadas con armas biológicas pueden quedar inutilizadas, dada la dificultad de descontaminarlas eficazmente. El gobierno de los Estados Unidos ha asignado en el último año un presupuesto importante para desarrollar un mecanismo eficiente que permita prevenir, detectar y combatir ataques con bioarmamento en su territorio. México, un país pacifista por vocación, debe seguir apoyando, o incluso encabezar, cualquier iniciativa internacional que detenga la proliferación del armamento biológico. Esto no descarta la conveniencia de tener en nuestro país un equipo médico bien entrenado, que sepa reconocer y actuar para detener posibles agresiones con armamento biológico.
4. Guerra Biologica- Extracto del diario español EL MUNDO.
El enemigo invisible La ingeniería genética permite que científicos sin escrúpulos diseñen armas más devastadoras o microbios más virulentos para conflictos bélicos DAVID FAIRHALL, RICHARD NORTONTAILOR, TIM RADFORD / The Guardian / EL MUNDO Hay un temor persistente ante las amenazas de bombardear la maquinaria militar que aún posee Sadam Husein: la posibilidad de que un misil escondido en alguna parte del desierto de Irak pueda esparcir toneladas de gases tóxicos o de mortíferas esporas de ántrax sobre Tel Aviv o cualquier otra ciudad. Estas armas biológicas, que pueden tener efectos nefastos en el hombre y en la naturaleza, podrían llegar a ser aún más peligrosas si científicos sin escrúpulos diseñan, mediante ingeniería genética, armas más letales o microbios más virulentos. Exista o no una verdadera amenaza es suficientemente plausible para que, una vez más, los israelíes hayan echado mano a toda carrera de las máscaras de gas. Y los científicos y los agentes de los servicios secretos, quienes durante años han hecho hincapié en la amenaza de la proliferación de armas nucleares, están ahora centrando su atención en los peligros de la guerra química y bacteriológica. La razón es muy sencilla. En palabras de Paul Rogers, director del Departamento de Estudios sobre la paz de la Universidad de Bradford, "es mucho más difícil fabricar armas nucleares que armas químicas y bacteriológicas. Cualquier país con una industria agrícola considerable puede modificar muy fácilmente sus pesticidas y fertilizantes para fabricar armas químicas y bacteriológicas". Además, según las lecciones extraídas en Irak por la UNSCOM (equipo de inspectores de la ONU), a un Estado le resulta mucho muy difícil mantener ocultas sus actividades de investigación y desarrollo de armas nucleares, pero no ocurre lo mismo con respecto a las armas químicas y bacteriológicas. Y si todo esto no es suficiente motivo de alarma, hay más. La ingeniería genética aumenta aún más el peligro: la posibilidad de que científicos sin escrúpulos diseñen armas aún más letales o microbios más virulentos. No obstante, hay muchos estudios en marcha en todo el mundo sobre la forma de modificar microbios conocidos para usos comerciales y médicos. En cualquier caso, ¿cómo podrán los gobiernos detectar manipulaciones genéticas aviesas a esta escala literalmente microscópica? John Deutch advirtió en 1996, cuando era director de la CIA, que la proliferación de las armas químicas y bacteriológicas en manos de estados y grupos terroristas era "a largo plazo el reto más apremiante y difícil de los servicios secretos. Los materiales y conocimientos para fabricar armas químicas y bacteriológicas están más disponibles hoy que nunca". No obstante, una cosa es producir armas de este tipo y la otra es contar con un sistema balístico eficaz. Según la UNSCOM, los científicos iraquíes han estado realizando experimentos para determinar el mejor diseño de ojivas y de misiles capaces de cargar armas químicas y bacteriológicas. Uno de los problemas que deben resolver es cómo impedir que los agentes tóxicos se quemen al impactar en el objetivo o cuando el misil vuelve a entrar en la atmósfera. Irak ha realizado pruebas con aviones sin piloto, en particular con modelos MIG 21 adaptados, para llevar a cabo estas misiones. Al término de la Guerra del Golfo se descubrieron 10 aviones sin piloto en un refugio aéreo de los cuarteles del Centro Estatal de Industrias Mecánicas de Nair. En cualquier caso, Irak, bajo el régimen de Sadam, no se ha limitado a la realización de experimentos. En marzo de 1988 empleó armas químicas contra sus propios habitantes en un ataque aéreo contra la localidad kurda de Halabja, en el que se calcula que perdieron la vida 8.000 civiles. La guerra entre Irak e Irán también proporcionó la oportunidad de utilizar estas armas, que tuvieron efectos mortíferos en el campo de batalla. Y ahora, según los servicios secretos de varios países occidentales, Irak incluso exporta esta tecnología: según informes presentados el mes pasado, los científicos de Irak están colaborando con Libia en el desarrollo de un programa de armas bacteriológicas, que se lleva a cabo en un centro de nombre inofensivo, los Laboratorios Centrales de Sanidad, cerca de Trípoli. Al parecer, Libia ha solicitado de Irak tecnología de usos múltiples -también puede emplearse en la agricultura y la sanidad- que ya no puede obtener en Occidente. Las armas bacteriológicas y químicas no son recientes. Los romanos solían envenenar el agua de los pozos arrojando en ellos cadáveres, uno de los primeros métodos de erradicar a la población asentada en una zona. En 1346, los tártaros emplearon sus catapultas para lanzar cadáveres infectados en el interior de la ciudad amurallada de Kaffa, consiguiendo acortar el que pudo haber sido un largo asedio. Algunos historiadores creen que quizá así se introdujo la peste bubónica en Europa. Gran Bretaña no ha sido reacia a la fabricación de este tipo de armamento. Durante la I Guerra Mundial, el gobierno británico almacenó cinco millones de raciones de alimento vacuno infectadas con ántrax, y estaba dispuesto a dejarlas caer sobre los rebaños alemanes en caso de que los científicos del Kaiser utilizaran armas bacteriológicas. Al término de la guerra, equipos de investigadores británicos, estadounidenses y canadienses estaban efectuando experimentos con bombas de ántrax antipersonas, que nunca llegaron a fabricarse. De hecho, los alemanes ya habían descubierto, en el caso del gas mostaza y el cloro, que algunas armas no eran fiables porque actuaban indiscriminadamente. El ántrax es un viejo enemigo, que amenaza sobre todo a las personas que trabajan con animales, o derivados de animales, como las pieles. Existen medicamentos que curan la enfermedad, y vacunas para proteger a veterinarios, cardadores, y otros grupos de riesgo. El bacilo del ántrax es resistente; sus esporas pueden mantenerse casi indefinidamente. Por tanto, ello presenta ciertas dificultades. Debido a los experimentos británicos con el ántrax, la isla escocesa de Gruinard tuvo que permanecer clausurada durante décadas. Por otro lado, cualquier ejército que mantenga un arsenal de estas armas crea un peligro para la salud de sus propias tropas. En 1979, un total de 96 personas enfermaron y 69 murieron en un brote de ántrax en Sverdlovsk, en la antigua Unión Soviética. En aquel entonces los rusos sostuvieron que había surgido debido a un lote de carne contaminada. Más tarde se supo que se había producido a raíz de una explosión en un centro de armas biológicas situado cerca de dicha localidad. Los japoneses realizaron durante la II Guerra Mundial una serie de experimentos en el infame campo de concentración 731 de Manchuria. Llevaron a cabo pruebas con prisioneros, provocándoles infecciones de botulismo, encefalitis, tifo, viruela y otras 16 enfermedades. Después de la guerra, Estados Unidos desarrolló armas que causaban ántrax, fiebre amarilla, tularemia, brucelosis y otros estados febriles, además de enfermedades que atacaban los cultivos. El gran inconveniente de las armas bacteriológicas y químicas -el hecho de que suponen un peligro tanto para las propias fuerzas como para las del enemigo- fue el motivo de los acuerdos para limitar su uso. El empleo del gas en los campos de batalla se prohibió muy pronto, desde la I Guerra Mundial, cuando el gas mostaza sembró el horror en los campos de batalla. En 1972, la Convención de Armas Bacteriológicas fue firmada por Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido. Sin embargo, el acuerdo no ha resultado tan eficaz; un estudio realizado por una oficina del Congreso de Estados Unidos en 1993 llegaba a la conclusión de que Irán, Irak, Israel, Libia, Siria, Corea del Norte y Taiwan podrían ocultar armas químicas y bacteriológicas de carácter ofensivo. Sin embargo, lo que ha sido motivo de alarma para los analistas y estrategas es la combinación de la rápida proliferación de los misiles balísticos, particularmente del omnipresente Scud, de fabricación soviética, y de las ojivas que pueden cargarse con ántrax o gas tóxico VX. Siria, por ejemplo, no mantiene un programa nuclear, se cree, pero posee armas químicas, y una gran cantidad de Scuds. Hoy en día el mayor temor no es que un estado agresivo pueda hacer uso de este tipo de armas. El principal motivo de alarma es la amenaza de los grupos terroristas. El uso de armas químicas y bacteriológicas, indiscriminado o contra objetivos concretos, no puede controlarse con acciones militares convencionales. El primer ataque a gran escala perpetrado por un grupo independiente se produjo en marzo de 1995 en Tokio. Miembros de la secta religiosa Aum Shinrikyo lanzaron gas sarín en el metro: 12 personas resultaron muertas y 5.500 heridas. Una minúscula gota de sarín, en contacto con la piel inhalada, basta para producir postración y, al poco tiempo, la muerte. La secta había logrado reclutar a algunos científicos con experiencia quienes, según los investigadores japoneses, también estaban realizando pruebas con otras sustancias, entre ellas el ántrax. Sin embargo, el ataque pudo haber sido peor. En 1992 el director de la secta viajó a Zaire, en teoría para ayudar a las víctimas del Ebola, pero, según el Senado de Estados Unidos, el verdadero motivo de su viaje era la obtención de muestras del virus. El 90% de las personas infectadas de Ebola muere, de forma espantosa, al cabo de una semana. Existen pruebas de otros intentos de lanzar ataques con armas químicas y bacteriológicas. En 1995 fue detenido un hombre de Ohio que intentaba comprar cultivos de la peste bubónica a través del correo. Un año más tarde, la policía alemana confiscó a un grupo neonazi un disco informático cifrado con información sobre el uso del gas mostaza. Alistar Hay, microbiólogo de la Universidad de Leeds, comenzó a advertir hace 20 años del peligro de las armas bacteriológicas en manos de grupos terroristas. Pero incluso en algunos países firmantes de la Convención existen grupos sumamente peligrosos. "Me sorprendieron mucho las investigaciones sobre armas bacteriológicas y plagas que se llevaban a cabo en Rusia en 1992. El Gobierno decía una cosa, pero lo cierto es que la KGB estaba realizando un programa distinto. Uno se pregunta hasta qué punto los gobiernos de estos países pueden controlar a sectores dispuestos a operar ilegalmente".
El sarín y sus efectos discriminadores PETER HADFIELD New Scientist/El Mundo Es posible que el sarín tenga más efectos severos a largo plazo en las mujeres que en los hombres, según un estudio realizado con las víctimas del infame ataque con este gas neurotóxico perpetrado en el metro de Tokio. En el atentado del 20 de marzo de 1995 por la secta Aum Shinrikyo, 12 personas murieron al ser expuestas al sarín y más de 5.500 quedaron afectadas. Tres meses después del ataque, un estudio de seguimiento en el que participaron 640 de los afectados no descubrió ninguna anomalía clínica. "Los tratamos como pacientes ambulatorios durante varios meses, pero ya no atendemos a ninguno de ellos", ha declarado Shinichi Ihismatsu, del St. Luke's Hospital de Tokio. Sin embargo, un grupo de investigadores dirigidos por Kazuchito Yokoyama, de la Universidad de Tokio, sospechó que podría haber síntomas duraderos, casi imperceptibles, y por tanto, realizó un estudio con una muestra de las víctimas entre seis y ocho meses después del ataque. El experimento consistió en pedirle a nueve hombres y a nueve mujeres que se pusieran de pie sobre una plataforma provista de sensores capaces de detectar cualquier balanceo del cuerpo. Los voluntarios permanecieron un minuto de pie con los ojos abiertos, y a continuación el mismo tiempo con los ojos cerrados. Los resultados fueron comparados con los de sendos grupos de control, tanto de mujeres como de hombres. Las mujeres que habían estado expuestas al sarín se balanceaban más que las del grupo de control. Por ejemplo, con los ojos abiertos, el cuerpo de las mujeres afectadas por el sarín osciló a lo largo de una superficie un 28,6% más que el del grupo de control. En cambio, los resultados de los hombres que inhalaron el sarín fueron similares a los del grupo de control. La única explicación posible para las dificultades de equilibrio de las mujeres era el sarín, ya que ninguna de ellas trabajaba con productos químicos ni tenía historial de abuso de alcohol.
Los investigadores sospechan que las mujeres son más sensibles a los trastornos en la zona vestíbulo-cerebelar, donde radica la función de control del equilibrio, precisamente en la que actúa el sarín.
Cuadro Sinóptico –Agentes Biológicos Involucrados En La Guerra-
Trabajo ennviado por: Leticia Rocío Montenegro
Colegio Ministro Luis Rafael Mac Kay, Universidad Católica de La Plata, Buenos Aires, Argentina.-
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