Descargar

La naturaleza de la riqueza


    ASUNTOS PRELIMINARES.

    El socialismo, aun siendo muy joven, siguiendo su camino de aciertos y errores ha demostrado que está alcanzando sus objetivos. Va aprendiendo y está abierto a corregir errores y confirmar aciertos contra críticas y vientos huracanados. Esto solamente le propone a él un punto de vista diferente, sin que por ello necesite renunciar a sus principios. Los mismos motivos que nos empujan a analizar críticamente el Capitalismo, nos evitan tener que estudiarlo.

    Las necesidades materiales, básicas, e imprescindibles de la humanidad, no integraron nunca las categorías "fundamentales" del capitalismo. Después de la renuncia a continuar existiendo que hizo la Unión Soviética, único escollo con posibilidades de enfrentamiento similares que se interpuso al capitalismo, este vivió su momento de esplendor: dominó el mundo, salvo contadas y ejemplarizantes excepciones. Pero, como la vida lo demuestra, esas necesidades siguen existiendo y no hay competencias ni lucros ni ofertas ni mercados ni demandas capaces de eliminarlas. Nunca hubo ni habrá solución definitiva, en el capitalismo, para estas necesidades, a pesar de las "explicaciones" transitorias e incoherentes de sus economistas. En él, hay gente que comete delitos con el objeto de ir presos, como última posibilidad de obtener comida.

    Nuestra intención objetiva no es analizar o criticar al capitalismo. Tampoco es reiterar conceptos ya demostrados. Nosotros estamos haciendo conocer un nuevo punto de vista, una nueva forma de ver la economía, basándonos en el descubrimiento de una ley natural, que utilizamos como método. Con dicho descubrimiento hemos dejado de considerar los hecho sociales como hechos diferentes de los naturales.

    Nos resulta difícil llegar a la gente porque tenemos que vencer los obstáculos que los interesados en mantener las cosas como están nos colocan continuamente. Los medios de comunicación de masas, por ejemplo, son de su propiedad y esa característica hace que nuestro acceso a ellos esté vedado, o como mucho, filtrado, dejando pasar sólo lo que ellos quieren que pase."Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de comunicación", dice Umberto Eco y nosotros lo compartimos.

    El estudio de la relación del hombre con la naturaleza es decir, consigo mismo se ha basado en la economía. Y ésta ha sido el soporte de toda ideología. Sus conclusiones, las de la economía, nos afectan a todos en todo sentido, porque ha sido la herramienta que creamos para "ver" tal relación, la cual engloba un sin fin de disciplinas científicas, como la sociología o la ecología, por dar sólo dos ejemplos. Si negamos de antemano como lo hacen ellos la existencia e incluso la forma de esa relación, no podremos estudiarla científicamente, esto es, por encima de la voluntad, las creencias o los intereses del hombre, sino que justamente estaremos viendo al hombre desde un punto de vista místico, "veremos" lo que queremos que se "vea", lo que necesitamos que se "vea", no lo que salta a la vista. Así ellos tratan de explicar, por ejemplo, que la naturaleza está al servicio del hombre, y no como lo indica la realidad, que él forma parte de ella y es, en sí, ella misma. En vez de hacer de la economía una ciencia la han convertido en una teología. Que se empiece a llamar ciencia es una de nuestras tareas: mostrar cuán de relacionado está el hombre, a través de su actividad vital el trabajo y el consumo con la "pachamama", consigo mismo. Esto mismo es la economía, la cierta, la verificable, la que la humanidad implora.

    Esto ha sucedido porque la economía siempre pecó del mismo pecado: creer que la riqueza es sola y únicamente un producto del trabajo humano y que tiene por fin un beneficio representable en dinero, cuando el fin de la economía debe ser la satisfacción de todas las necesidades del hombre las vitales y las otras en su papel de consumidor, y que la producción humana, la que cumple el hombre en su otro papel, el de trabajador o productor, es sólo una de las distintas partes integrantes de la riqueza total que la humanidad puede acceder, crear y transformar, no sólo para beneficiarse monetariamente a través de ella, sino para alcanzar el bienestar individual y colectivo, y para que esa producción sea alcanzable a la mayor cantidad posible de hombres.

    La observación de los principios de cualquier sistema económico anterior nos demuestra que todos han adolecido de ubicar en su verdadero lugar esa relación íntima del hombre con la naturaleza, a pesar de la necesidad material innegable de la obtención de sus recursos y su sustento únicamente por intermedio de ella. Y no sólo como productores, sino principalmente como consumidores, como ya se ha dicho. Nuestro descubrimiento afirma que los hechos sociales no son diferentes de los hechos naturales: es más, dice que son hechos naturales.

    A pesar de utilizar el método científico en la mayoría de sus estudios, continuaron utilizando la definición de moneda dada por los metafísicos, muy lejana en el tiempo, en las arcaicas épocas en que el hombre inventó el dinero, cuando toda la humanidad explicaba su propia existencia y su relación con la naturaleza desde un punto de vista mágico, bajo un orden divino creado por un "algo" suprahumano e indiscutible, "ser" al que se le atribuyó como tantas otras cosas la propia invención del dinero; ¡como si este no fuera un artilugio de exclusiva responsabilidad humana!. Los economistas científicos no lo fueron para nada en este tema.

    En un principio nosotros tratamos de llegar al fondo del estudio del dinero, más como hipótesis inicial, como un punto de partida para su posterior estudio definitivo, que como una teoría acabada. Y lo hicimos. Pero las propias circunstancias derivadas de ese estudio nos llevaron a la necesidad de construir, no ya una hipótesis, sino una teoría la aquí propuesta, con algunos pasos muy firmes dados en su concreción. No decimos que ésta sea una teoría acabada, con el objeto de dejar una abertura posible a cualquier otro descubrimiento que, probablemente, pueda habérsenos escapado. Pero no tenemos duda de que, así como está, su contenido es suficiente. Trataremos entonces de mostrar y relatar, de la forma más sencilla posible, los pasos que fuimos dando, para que tenga un alcance amplio, abierto y general, sin que exista la necesidad de "intérpretes" de ella, que seguramente no profundizarán nunca en sus nuevos postulados, puesto que la mayoría de estos se contraponen con lo que hoy se "sabe y se enseña" sobre economía.

    Porque mientras estudiábamos "bajo el microscopio" las propiedades del dinero y su función con lo que conocíamos como economía, había "algo" que no encajaba. Se nos ocurrió levantar un poco la mirada y descubrimos una enorme contradicción: la forma y el sentido en que la humanidad ha estudiado y ha visto el proceso de producción de bienes ha sido erróneo, a pesar de haber sido ése su único tema de estudio. Descubrimos que el orden en que tal proceso se ejecuta en la naturaleza no coincide con el orden impuesto por todas las teorías y leyes de la economía hasta ahora aplicadas; es más, nos saltó a la cara que este ciclo se conforma en un orden contrapuesto al común y equivocadamente aceptado. Esta nueva realidad y su análisis nos llevó, obligatoriamente, a aumentar el campo de estudio hasta alcanzar la totalidad de la economía, tal como hoy la conocemos, y notamos que ésta se contradice continuamente consigo misma –algo no novedoso- sino, especialmente, con el antedicho descubrimiento, lo que a su vez explica y demuestra las contradicciones internas del orden jurídico que ella crea y soporta. Desde allí se sacaron las conclusiones que se describen en la mayor parte de este escrito.

    Entre ellas una en especial, la que nos permite demostrar objetivamente la existencia real del antes declarado "imposible" crecimiento económico ilimitado. Adelantemos otras tres de esas conclusiones:

    o El trabajo del hombre no consiste únicamente en la extracción de materia prima, su manufactura o industrialización y por último su comercialización, sino que consta de otra etapa más, aún más necesaria que cualquiera de esas otras y que, además, forma y conforma la principal actividad del hombre: es la etapa de reposición.

    o No se necesita, nunca, de un "capital inicial" para comenzar una actividad cualquiera, sino que éste ya existe previamente a ella en cantidad más que suficiente: la conjunción del objeto de esa actividad y la actividad misma es, de por sí, ese "capital". Según sea cómo se lo tome, se lo use y se lo transforme, es que se generará un tipo diferente de resultado, positivo o negativo, beneficioso o perjudicial, principalmente, según se cumpla o no con la etapa de reposición.

    o La propiedad sobre los medios de producción no explica por sí sola la existencia de clases antagónicas, sino que la explica, principalmente, la "propiedad" sobre el dinero (entiéndase como posibilidad de acceso a él) y cualquiera de las demás otras formas que su condición admite; es el único medio de consumo que existe en la actualidad.

    Las conclusiones a que se arriban por su intermedio son asombrosas. Porque se contrapone y elimina una enorme cantidad de conceptos anteriores. Los que no la entiendan –o crean que no es útil para sus propios intereses- nos tildarán de herejes por proponer e impulsar mediante las palabras de este escrito un cambio radical del concepto de dinero, ese antiguo dios. Esos pocos nos dirán que no tiene fundamento la demostración del descubrimiento del verdadero orden del ciclo económico y de que, por lo tanto, los anteriores órdenes son falsos. Nos dirán que es acientífica la confirmación empírica plena, aditiva a las ya conocidas, pero diferente, una demostración cabal que se suma a ellas, de que toda teoría económica basada, mantenida y soportada en la existencia de clases antagónicas es antinatural e injusta. Nos dirán que es indemostrable la confirmación de que la existencia de clases antagónicas y su lucha está apoyada en la propiedad relegante y excluyente sobre el dinero, el único medio de consumo que el hombre inventó, y que de esa forma las propias clases son artificiales, un invento humano. Nos dirán que es de locos afirmar y confirmar que el bienestar general depende únicamente del poder adquisitivo de la totalidad de los seres humanos, sin distinciones de ningún tipo, y que ése es el dato clave que hace funcionar la economía.

    Nos dirán que se opone a la evolución toda teoría, como ésta, que confirme que no es el más fuerte sino el más apto el que sobrevive, como en verdad lo demostró Darwin. Nos dirán que es irracional el aseverar que la relación de los hombres con la naturaleza y entre sí no se conforma de jerarquías sino de igualdades, tanto en derechos como en responsabilidades. Nos dirán que es ineficiente porque no permite la especulación, la apropiación de riqueza de otros mediante el perjuicio y sin la posibilidad de justificarla, que es el fundamento de la explotación del hombre -y de la naturaleza por el hombre mismo.

    Nos dirán que se opone a la democracia la desaparición del dominio y predominio que una minoría menor que la más pequeña ejerce sobre la enorme mayoría. Nos dirán que se opone a la libertad esta nueva demostración –aditiva a las anteriores- de que la libertad no se obtiene comprándola, sino que es uno de los derechos humanos más elementales, sin la cual nada es económicamente posible. Pero por sobre todo, por encima de todos estos pataleos infantiles, estará la "seria" acusación de que somos terroristas, sediciosos o guerrilleros. Oponerse al orden establecido siempre conlleva esa acusación. Le pasó a Simón, a Artigas, a Washington, a Zapata, a Gandhi, al Che… Para nosotros el ser incluido en esa lista sería un honor, inmerecido. Será algo así como aquel "gordo" que una vez recibió Jorge Lanata, que en vez de ridiculizarlo lo enalteció.

    Se nos acusará de todo esto y más porque lo más importante, lo esencial que supone la aplicación de esta teoría, es la posibilidad cierta de alcanzar la independencia económica definitiva, que es su mejor logro. Y esto es muy riesgoso para el "establishment", porque sus integrantes conocen que conjuntamente con ella vienen la independencia económica, la política, la tecnológica, la cultural… Hablamos de independencia en su real sentido etimológico: no depender, ser autónomos, ser autosuficientes. Y que esto no quiere decir, absolutamente, despreciar las relaciones internacionales. La profunda comprensión de las nociones, principios y objetivos que describiremos en los siguientes apartados, creará un puente entre ambos lados del abismo que separa la dependencia total de la emancipación definitiva.

    Esta teoría está cimentada en cuatro columnas: una, en que el trabajo no es una mercancía; dos, en que el dinero tampoco es mercancía; tres, en el ciclo económico natural; y cuatro, en que la última etapa del ciclo es una etapa de reposición. Habrá oposición a ella. No será tarea fácil. Pero no sólo debemos hacerla conocer sino lograrlo. Trataremos de explicarla, también, de una manera popular, accesible, clara, corriendo el riesgo -preasumido- de ser reiterativos. Es más, seremos reiterativos. Porque hemos tenido la experiencia de que a muchas personas de diferentes niveles les ha resultado difícil desentrañarla. Han pasado por una etapa de incredulidad, otra de dudas y otra de fervor. Utilizaremos, en lo posible, las escasas herramientas que poseemos, siempre, para eliminar todas las dudas. Las siguientes páginas quieren ser, entonces, comprensibles para todos. Ojalá podamos.

    INTRODUCCIÓN.

    Este escrito no sólo trata sobre lo que su título nos indica, sobre la naturaleza de la riqueza, sino que también trata sobre la riqueza de la naturaleza. Ambas formas de describir el contenido de esta tesis integran una unidad. Estudiamos la conformación de la riqueza y vimos que ésta sólo se origina de la naturaleza, confirmando así un aserto muy antiguo; casi tan antiguo como su omisión, su olvido y su abandono. Únicamente desde ella extraemos, transformamos, creamos y reponemos riqueza, desde la que se forma nuestra propia riqueza y de la que nosotros mismos formamos parte. Es la naturaleza dialéctica de la riqueza, la riqueza dialéctica de la naturaleza. Dijimos que el tema original nació de la necesidad que tuvimos de investigar la naturaleza del dinero, desnudándolo de todo ropaje, descubriéndolo. Lo primero que vimos es que, en sí mismo, no tiene nada de natural: ha sido un invento del hombre. Al verlo "desnudo" se nos apareció una imagen de una fealdad extrema, indigna de su fama. Que no sólo podría haberse hecho mejor antes, o mejorarlo ahora, sino que no está cumpliendo con la función que se propuso su invención. Esto es lo más grave. A partir de allí investigamos la implementación de un nuevo sistema monetario, que fuera más apto a los requerimientos actuales de la humanidad. Que tuviera un respaldo concreto, que realmente representara algo tangible, verificable, perceptible, para que su uso tenga un significado y un valor precisos. Basados en la premisa fundamental de que el dinero no fuera un fin en sí mismo sino un medio, un efectivo patrón de medida para todas las actividades del hombre. Porque el concepto de que el dinero es un fin en sí mismo es un concepto cierto históricamente, cuando materialmente era un bien en sí, cuando la moneda era una mercancía real: el oro o la plata. Hoy, ese concepto es falso. En los sistemas actuales el dinero no es una mercancía pues no posee ninguna de las características que la definen, por lo que el dinero no puede ser un fin en sí mismo.

    Se está proponiendo una forma diferente de "ver" la economía, una forma basada en la materia, científica. A través de ella se llega a una enorme variedad de conclusiones nuevas, algunas de la cuales eran consideradas imposibles por otras teorías. Pero no queremos dar una síntesis general académica, como las que se han utilizado hasta ahora en la economía, pues sería complicada de digerir y accesible solamente para aquellos pocos que posean la paciencia suficiente en examinarla. Nos proponemos que se la vaya tomando por partes, analizándola paso a paso. Así podremos cumplir con el objetivo de hacerla comprensible para la gran mayoría. No lo dice su título en forma explícita, pero esta teoría pasó a tener (en un momento dado y por encima de la voluntad del autor), el carácter de "otra" teoría, distinta, diferente, original, por lo que la reiteración de su contenido se nos ha transformado en una necesidad, descuidando voluntariamente la corrección de su forma.

    Para ello, hemos dividido el libro en diferentes capítulos que pueden ser leídos en un orden diferente al dado. Porque los preceptos básicos se repiten en todos ellos. Esta es una teoría macroeconómica y monetaria. Algunos de sus capítulos están dedicados a describir sus postulados monetarios, en tanto que otros tocarán temas más generales sobre economía, incluyendo, obviamente, algunos relacionados directamente con los de la teoría monetaria propuesta.

    UNA SINOPSIS.

    Durante toda la historia no ha existido ningún sistema económico que haya resuelto el problema principal de la humanidad: la satisfacción de todas, absolutamente todas, las necesidades materiales del hombre. Y todas las necesidades materiales, es seguro, se pueden satisfacer. (La definición de necesidad que utilizamos se deriva de ése concepto básico: una necesidad económica es la falta de algo que otros poseen; por lo tanto, ya existe la forma de satisfacerla.) ¿Es que, acaso, el hombre no ha luchado siempre –y sigue luchando- en la búsqueda de la satisfacción general? ¿Es que, para ello, todo su trabajo acumulado fue –y es- insuficiente? ¿Es que acaso todas sus energías empleadas con ese fin, todos sus esfuerzos han sido –y son- en vano? ¿Es que acaso el hombre no tuvo –ni tiene- suficiente capacidad como para tan siquiera eliminar el hambre, su necesidad primordial? Si esto fuera cierto sería mejor para el mundo que el hombre dejara de existir. Sería mejor que les dejara a los animales y a los vegetales el disfrute de la vida, porque éstos han demostrado que pueden sobrevivir utilizando las escasas herramientas que la naturaleza les ha brindado, a la inversa del hombre, que no ha sabido utilizarlas a pesar de poseer muchas y mejores. Pero no debe ser así. La realidad indica que no hay ser vivo con más capacidad de adaptación a la naturaleza y con más aptitudes de adaptarla a ella misma, que el hombre. Es más, es el único que ha podido alcanzar esta última posibilidad.

    El capitalismo nunca, hasta ahora, se lo ha propuesto, porque el vencer la pobreza, el vencer el hambre, es hoy totalmente posible, tanto en términos productivos como en la distribución de esa producción. Pero es un negocio no tan beneficioso o tan redituable como lo es el servicio fúnebre, por ejemplo. Los hambrientos no tienen un poder adquisitivo tal que pueda corresponderse con su propia necesidad de consumo, ni con la ambición de los productores de alimentos. En ése sistema económico se da una regla: los más necesitados son los menos posibilitados. Nos han hecho creer que esa regla es "natural"; que esa contradicción existe y que es irreversible: nos han hecho creer que es una condición sine qua non; "siempre ha sido así", dicen. Pero una vez que reconocemos que tal "afirmación" es una falsedad, podemos deducir muchas certezas a partir de ella. Solamente nombraremos la que dice que la enorme capacidad productiva que la humanidad ha alcanzado no fue correspondientemente acompañada con una similar capacidad de consumo, con un poder adquisitivo real y consecuente, que les permita a los hambrientos el acceso a los alimentos; y (sin tener en cuenta la posibilidad de ambiciones desmedidas) que les permita a sus productores vender mayor cantidad y al precio necesario. El ciclo nos muestra fehacientemente que esa falta de correspondencia no tiene ni tuvo fundamento de tipo alguno: ni económico, ni racional, ni natural, ni religioso. No tuvo fundamento.

    En el socialismo se ha vencido al hambre. Incluso se hizo mucho más que vencerlo. Pero le falta "algo": sus pobladores no cuentan con el suficiente y merecido poder adquisitivo, con una verdadera capacidad de compra y la posibilidad de usarla. No sufren de necesidades materiales vitales, pero adolecen de muchas de las que no lo son, esto es, sufren de un tipo de pobreza económica que no les permite saciar necesidades más superfluas o gustos o caprichos.

    Podemos empezar aseverando rotundamente que el principal error cometido por las distintas teorías ha sido –y lo sigue siendo- el uso generalizado y dogmático de errores conceptuales, no materiales. No son errores producidos por cambios generados por la naturaleza, externos a la voluntad del hombre. Ni siquiera son errores de cálculo sobre datos verdaderos, sino cálculos casi correctos sobre datos erróneos; no son errores atribuibles a "algo" que esté por fuera de la humanidad. Han sido errores humanos de observación, de toma y manejo de datos equivocados y de las conclusiones necesariamente desacertadas a que arribó la propia humanidad. Pueden ser atribuibles a la ceguera por ignorancia de la mayoría, a la falta de escrúpulos de los pocos capaces de vislumbrarlos y hasta por la interesada mezquindad de una minoría, menor aún que la más pequeña, que fue "favorecida" por esos errores, y que voluntariamente los mantiene, si es que alguna vez pudo o quiso reconocerlos.

    La invención del dinero fue la invención de la cuadratura de la rueda, y obstinadamente aún la utilizan todos los hombres, sin distinciones entre los dos diferentes sistemas económicos que existen. Otro error absurdo es que el proceso económico en ciclos de la actividad humana, directamente, no se lo vio, o se lo ha visto cabeza abajo. La visión, el espejismo de que todo hecho económico empieza en la "siembra" ha sido el error principal, el desatino primordial, la equivocación original. Ha sido el error base de todos los demás; por ejemplo, el de la "definición" indefinida del propio dinero. "Si quieres cosechar debes sembrar", dicen, y nuestro sentido común parece indicarlo de esa manera, falsamente. Porque esa aparente aseveración nos oculta qué cosa es lo que sembramos; las semillas que sembramos no son más que el resultado de una cosecha anterior. La naturaleza nos indica que "si quieres sobrevivir debes cosechar". Toda construcción teórica de toda estructura económica se ha fundamentado en aquélla falacia; esas teorías han sido cimentadas en arena movediza, en suelo blando, y por lo tanto ninguna ha soportado mantenerse en pie; ninguna ha logrado satisfacer las necesidades materiales, básicas o no, de todos y cada uno de los hombres, sin distinciones.

    Los teóricos del socialismo no notaron, además, que el dinero ha sido –y hasta ahora sigue siéndolo- un instrumento abstracto, inmaterial, indefinido. Incluso lo es el dinero socialista. Al haber aceptado como cierto que la moneda es una mercancía más, como cualquier otra, han cometido un error fatal, porque ésa es una característica propia y requerida del dinero propio de las clases privilegiadas. Fue un error tan inexcusable y tan grave como considerar al trabajo también como mercancía; la fuerza de trabajo no se vende en sistemas donde no existen clases antagónicas, donde no existe una clase que pueda "comprar" para sí la capacidad de trabajo de los diferentes, ni existe otra que necesite "venderse" para poder subsistir.

    El ciclo nos asegura que la definición precisa sobre la propiedad de los medios de producción no sólo no es fundamental para la propuesta que estamos exponiendo, sino que es absolutamente prescindible, despreciable; aunque a través de ella se mantengan las características subrayadas por los clásicos, sean del capitalismo como del socialismo. Para el ciclo económico es indiferente que el propietario de un medio de producción sea un solo individuo o lo sea el propio Estado, o cualquiera de las posibilidades intermedias a éstas. Lo que realmente importa es que se reconozca la existencia del ciclo económico y se cumpla con él, y que se utilice una moneda con las características del indev, puesto que ambos hacen que cada uno de los hombres tenga la posibilidad de adquirirlo todo, y el derecho inalienable de propiedad sobre lo que adquiera. Ya no importa quién posee qué cosa, sino que todos puedan acceder a todas.

    Si se le da al dinero un significado concreto, medible, comprobable, haciendo así que no sea accesible sólo para una minoría (ubicándose a sí mismo por encima de los intereses de clases o de grupos); si se reconoce definitiva y universalmente que ha dejado de ser una mercancía; que es un patrón o sistema de medida y comparación (tal como el metro o el kilogramo); si se le da una definición matemática a su valor (a través de una fórmula de resultado inobjetable y de fácil comprensión), el dinero se vuelve indevaluable, impidiendo así que el interés malicioso de ciertos grupos o los "pases mágicos" que los "justifican", puedan modificarlo a su antojo.

    ¿Puede imaginarse el lector una moneda indevaluable y todo lo que esa simple condición nos puede permitir? Sólo con la eliminación definitiva de la especulación ya alcanza para valorarla; pero también desaparecen la inflación y la deflación. Existen muchas otras ventajas derivadas de esa condición. No existe filosofía que niegue que el objeto de toda actividad humana (entre ellas la economía) debe ser el saciar las necesidades de los que las sufren (por ejemplo, la necesidad de un médico ante una dolencia). En tanto que la lógica indica que no se hace necesario para aquellos pocos que las puedan tener resuelta y colmada (una persona sana no está necesitando un médico): aunque el mejor ejemplo es la propia economía. Por lo tanto, toda acción económica debería dirigirse a darle a los necesitados la posibilidad y la certeza de que dejen de serlo. De esa manera, la economía debería hacer que todo necesitado (un consumidor en potencia) pudiera llegar a ser un consumidor auténtico. Se debe reconocer que esto sólo puede lograrse a través del aumento de su poder adquisitivo, del crecimiento de su ingreso. Y no olvidemos algo fundamental: todos somos un consumidor, incluso los integrantes de esa minoría que no sufre necesidades. Así, tal aumento del poder de compra adquiere el carácter de derecho universal; pierde entonces el carácter de dádiva o limosna. Es la devolución de la expropiación original realizada a la naturaleza y a la humanidad. Ése derecho (lo aseguramos) puede realizarse sin necesidad de otras expropiaciones entre humanos. Los medios materiales para cumplirlo existen sobradamente. Lo único que aún falta es el reconocimiento pleno de que todos los hombres (y no sólo los necesitados) tenemos ese derecho por el simple hecho de vivir. Y, económicamente, vivir es trabajar y consumir, acciones ambas que mueven y permiten la economía: que son las dos actividades que crean, transforman y dan uso a la riqueza.

    Se alcanza reconociendo que sin esa doble actividad, tanto sea cuando toma la forma de trabajo productivo o sea en la forma de ingreso que permite el consumo de lo producido (y que son una unidad dialéctica: uno es la medida y la razón de ser del otro) nada sería posible, ninguna economía de ningún tipo sería posible. Es más, la vida no sería posible. Sin ellos ni siquiera habría una clase poseedora, no necesitada, privilegiada. Esto nos asegura que todo hombre es merecedor de tal derecho de recibir una distribución equitativa de la riqueza social por el simple hecho de haber nacido: así, ese derecho es un derecho natural.

    Hemos descubierto que en realidad toda actividad humana que produzca un objeto, con el fin de ser consumido o usufructuado, forma y conforma un proceso cíclico económico que se inicia necesariamente con la extracción por parte del hombre de la riqueza natural de la zona que habita, y que termina forzosamente en la reposición de ésa riqueza extraída, para que así pueda iniciarse otro ciclo similar. Este axioma tan simple, casi obvio, no ha sido tomado como hipótesis básica en ninguna de las teorías economías que han existido. Las pocas que se le aproximaron (como es el caso de las economías que hoy existen), lo han hecho en un orden inverso al real, por lo que nunca pudieron entenderlo (y menos aplicarlo) tal como es.

    El hombre continuamente ha tomado prestado de la naturaleza esa riqueza original, como el imprescindible "capital inicial", con que ha comenzado, construido, soportado y mantenido todo hecho y acto económico a lo largo de la historia. Y no sólo utiliza esa riqueza original en forma directa para su propio bien, sino que puede y debe aumentarla, continuamente, a través de su propia actividad. Aunque ya no sólo para su único beneficio, sino también para el mantenimiento y el mejoramiento del medio ambiente que habita y comparte con otras especies. Después de extraída esa riqueza, el hombre debe hacer todo lo posible por reponerla de alguna manera, y así poder seguir explotándola, para no destruirla irreversiblemente. Cuando ha cosechado su trigo, lo ha vuelto a sembrar, reponiéndolo otra vez, con la meta de volverlo a extraer en el futuro y en mayor cantidad. Así se cierra el ciclo propio del trigo, iniciándose otro. Sucede igual con cualquier otra actividad que se relacione con la producción.

    La producción de bienes para el consumo o el usufructo necesariamente utiliza, transforma y destruye distintos tipos de insumos (además de la materia prima básica), a lo largo del ciclo productivo, que sólo pueden ser repuestos al ser accedidos por el consumidor al que están dirigidos; éste es quien paga o financia todo el proceso productivo. Al consumir un bien se cumple con la otra de las dos formas (indispensables ambas), que tiene la etapa de reposición; y todo ser humano es un consumidor-reponedor. Por haber cumplido y para poder cumplir en forma fehaciente con esta otra forma de la etapa de reposición de la riqueza original destruida, todo hombre como consumidor tiene todos los derechos sobre lo que la humanidad produce; incluido el derecho de propiedad sobre ese bien, pues ése fue y es el objetivo de haberlo producido. Pero principalmente ha de tener el derecho de poseer un ingreso en cantidad suficiente que le permita cumplir sin "relativas insuficiencias" con ese rol de consumidor-reponedor. Como cada habitante es un productor-reponedor y un consumidor-reponedor, todos y cada uno tenemos el derecho de propiedad sobre lo producido, y el derecho de obtener un ingreso suficiente para alcanzarlo.

    Esa conjunción de derechos es la que explica, genera y avala la propiedad social sobre el medio de consumo; éste es el dinero en su forma indevaluable: el indev, la moneda del ciclo económico natural. El ciclo económico nos enseña dos realidades concluyentes: una, que una distribución justa de la riqueza no sólo es una obligación moral sino una necesidad económica; dos, que la economía del ciclo no sólo obliga a realizar esa distribución sino que la hace totalmente posible. Hay en el libro un capítulo exclusivo dedicado al ciclo económico. Nos deja claro también que no hay producción ni reposición de riqueza sin trabajo y que éste no es otra mercancía. Una actividad cualquiera no es mercancía: es acción, es movimiento; no se crea ni se destruye. La actividad del hombre es una forma especial -o una especie- de energía natural, que en términos sociales nunca se detiene, nunca descansa. Por lo tanto, si definimos al trabajo del hombre como otro tipo de energía, concluimos que de ninguna manera es un "objeto útil, provechoso o agradable que proporciona a quienes lo consumen un cierto valor de uso o utilidad", es decir, una mercancía.

    Hemos utilizado el principio de la conservación de la energía, que nos dice que aunque la energía puede transformarse no se puede crear ni destruir. Vemos así que es totalmente aplicable a la actividad vital, productiva y consumidora, del hombre, y a su vez, que no cumple con los requisitos de la definición de mercancía. Debemos decir que esa afirmación no es arbitraria: la energía, definida científicamente, es la capacidad de un sistema físico para realizar un trabajo; la materia posee energía como resultado de su movimiento o de su posición relativa con las diferentes fuerzas que actúan sobre ella. Esta definición puede ser aplicada perfectamente al trabajo social o la fuerza del trabajo; la actividad humana es otra de las formas de la energía. Su unidad de medida no es el ergio o el julio, es el indev, puesto que el ingreso o salario del hombre que trabaja es la forma en que se reconoce y se da valor a esa actividad. Vemos que el indev es el patrón que usamos para medirla, tal como el julio (o joule) lo es para otros tipos conocidos de energía.

    Esta conclusión borra de un plumazo los conceptos que se manejan cotidianamente en las teorías económicas en aplicación. Para la sociedad capitalista el trabajo es una mercancía que se utiliza como medio de producción de otras mercancías. Sin embargo, la naturaleza nos indica claramente que cualquier actividad (entre ellas la productiva) necesita no sólo de un empuje inicial (energía) para quitarla del reposo, para activarla, para hacerla producir, sino que la necesita para mantener el movimiento. Un telar transforma una energía cualquiera (el movimiento de un brazo humano, la tracción animal, la electricidad, etc.) en movimientos mecánicos para producir tela. Allí es cuando esa máquina comienza a trabajar, y continúa haciéndolo mientras está en movimiento, mientras transforma energía. Lo mismo sucede con la actividad de un agricultor, la de un oficinista o la de un programador de computadoras. La diferencia está en que, para el ciclo económico (y para cualquier mente sana) el hombre en sí no es una máquina, no es un objeto más, ni individual ni socialmente considerado. El imaginar al trabajo del hombre como mercancía lo que hace es justamente eso: colocar al ser humano al mismo nivel que las máquinas, que las cosas inanimadas. Lo cierto es que, históricamente, el hombre y su actividad principal dejaron de ser "mercancías" con la desaparición de la esclavitud, único sistema económico donde el hombre "es" una cosa.

    Así, el ciclo económico nos dice que el trabajo, definitivamente, no es una mercancía. La imagen de un buey tirando de un arado, o la de un caballo arrastrando un carro, nos da la idea concreta de lo que significa la capacidad o la fuerza de trabajo. Exactamente lo mismo sucede con el trabajo físico del hombre (como cuando un obrero hace una zanja) sin importar la herramienta que utilice. Objetivamente, no podemos considerar esa fuerza como una "mercancía". Pero la idea de que su fuerza de trabajo no es una mercancía es muchísimo más clara al considerar el trabajo humano creativo, cuyo resultado puede ser tangible o no, pero que ciertamente es generador de riqueza nueva, que antes de esa actividad no existía.

    El capitalismo sobrevive gracias a la lucha de dos clases diferentes, opuestas, contradictorias; la existencia de una es la explicación de la otra, tal como son entre sí la luz y la sombra. La observación sin emociones del ciclo económico, nos muestra que cada ser humano cumple dos roles; en uno, en su papel de productor, se mantienen las diferencias individuales; en otro, en el rol de benefactor, se eliminan todas las diferencias. Y estos dos roles no dividen a los hombres en clases opuestas, sino que son dos "estados de oscilación", dos "cuantos" que asume un mismo hombre, en una "frecuencia" voluntaria, que sólo él ordena. El ciclo no sólo demuestra la eliminación de esa contradicción entre grupos (la eliminación de las clases), sino que la hace imprescindible para lograr un funcionamiento propio efectivo: para el ciclo económico no existen hombres más benefactores que otros. Por lo tanto, ver la teoría a través de ojos capitalistas no es la mejor manera de comprenderla. Ésa es la manera insuficiente o limitada de interpretar esta teoría. No obstante, entendemos que puede ser utilizada como forma de asirse a ella, de comprenderla, de aprehenderla. No sólo para los autoproclamados capitalistas y sus teóricos, sino también para aquellos que han visto que dicho sistema no es tan bueno como dicen, pero que, conscientemente o no, aún continúan valiéndose de sus conceptos y utilizando sus principios.

    La forma correcta de interpretar y entender esta tesis (de captarla en plenitud), es considerarla como una nueva teoría económica, distinta, diferente. Pero para ello se necesita del olvido de todos esos conceptos y principios que se manejan en el capitalismo y sus variantes, adquiridos desde el aprendizaje de la economía primitiva. Para ingresar a ésta teoría habría que asumir en forma plena, parafraseando la frase que colocó Dante Alighieri a las puertas del infierno: "abandonar todo prejuicio o preconcepto aquel que entre".

    Por el contrario, el ciclo económico natural nos hace decir que la naturaleza posee todo lo necesario para el mejoramiento de la vida del hombre (mediante la producción y el consumo), y esa riqueza la pone a disposición de la humanidad. Esta última puede y debe beneficiarse de todo lo disponible, a través, únicamente, de lo que ella puede aportar: el trabajo, que no es una mercancía más sino una forma de energía natural, cuya función principal e ineludible es reponer a la naturaleza la destrucción que el hombre le hace, con los mayores beneficios y mejoras que todo el conocimiento adquirido a lo largo de la historia pueda aportar, con el objeto de que esa riqueza sea accedida por todos los hombres, sin distinciones de especie alguna, y sin que se la agote.

    EL PRESENTE TEXTO ES SOLO UNA SELECCION DEL TRABAJO ORIGINAL. PARA CONSULTAR LA MONOGRAFIA COMPLETA SELECCIONAR LA OPCION DESCARGAR DEL MENU SUPERIOR.