La literatura gauchesca es un fenómeno singular dentro de las literaturas de América; empezó a desarrollarse en el ámbito del Río de la Plata, en forma anónima al principio, hacia finales del siglo XVIII. Lo original de la literatura gauchesca, es la adopción que de ese personaje y de esa lengua hicieron hombres cultos que imitaron también, ciertas formas estróficas campesinas de los payadores (improvisadores).
Tal adopción puede interpretarse como la voluntad literaria de esos autores de diferenciarse de la literatura culta de origen europeo, con el implícito fin de afianzar, su autonomía cultural y literaria. Además demuestra la necesidad política de transmitir al público gaucho, iletrado, aquellos temas e historias que lo involucraban directamente.
La utilización de un lenguaje rústico, rural, fue también, un signo de independencia. El impulso de alejamiento de la tradición peninsular, de unificación con el propio suelo, de construir una nueva patria, contribuyó al desarrollo de esta literatura en formación. Fue así como, por conducto del romanticismo, los gauchescos aprovecharon el paisaje rural, las costumbres bien distintas de sus habitantes, tendiendo al olvido de lo ciudadano y tratando de captar lo popular.
Esta literatura refleja actitudes derivadas de la educación española, tales como el culto por las armas, la habilidad del jinete, y el sentimiento implícito de la libertad. Se ha insistido mucho en este último aspecto, pues parece desprenderse del mismo tipo de vida característico del gaucho, jinete solitario de las llanuras desiertas que debió aprender a manejarse con la independencia propia de un estilo de vida errabundo, en un ámbito que, como el de la pampa, parecía ofrecerse ante él como un horizonte sin límites ni ataduras.
El uruguayo Bartolomé Hidalgo (1788-1823) fue el fundador de la poesía gauchesca, a la que dio sus temas sociales, bélicos y dramáticos. El poeta más importante y famoso del género fue José Hernández (1834-1886), periodista y político, que en dos partes publicó Martín Fierro ("Ida", 1872; "Vuelta", 1879), considerado como la obra maestra del genero. Lírica y dramática, la obra de Hernández fue en su primera parte una verdadera denuncia de los abusos sufridos por la clase social gaucha, y en su segunda mitad un intento de integración de esa clase social a la violenta y veloz transformación que sufría la Argentina en las décadas finales del siglo XIX. Otros famosos escritores de esta literatura fueron Hilario Ascasubi, autor de Santos Vegas, poema épico de la literatura gauchesca y Estanislao del Campo, autor de Fausto.
En la novela, la obra folletinesca y desaliñada de Eduardo Gutiérrez (1851-1889), que se inicia hacia 1878, lo llevará a publicar en una década una serie de obras cuya finalidad concreta fue atender a la demanda de un público de muy baja cultura, en el que difundió variados mitos populares. Las vidas trágicas de ladrones y asesinos justicieros (Juan Moreira, Juan Sin Tierra, Juan Cuello, Hormiga Negra) se suman a biografías dramáticas de personajes históricos (Juan Manuel de Rosas, Los montoneros, El Chacho); aventuras, emoción, dramatismo, entretenimiento, denuncias de abusos e injusticias, defensa de valores socialmente estimables: estos fueron algunos de los motivos del éxito de Gutiérrez, cuyas obras tuvieron hasta mediados de este siglo fervorosos lectores. Los temas gauchescos han seguido después, en las plumas de autores cultos, atrayendo la atención de generaciones de escritores; el modernista Lugones de la Guerra Gaucha (1905), el vanguardista Güiraldes de Don Segundo Sombra (1926), el realista Lareta de Zogoibi (1926), el fino Borges de Hombre de la esquina rosada y El Sur, G. House en El último perro, prueban que el género no se ha agotado.
Biografía
Hernández ha sido el más grande cultor de la poesía gauchesca, y su Martín Fierro está considerado por muchos críticos como la obra maestra de la Literatura Argentina. Otros han reclamado para Hernández el honor de "poeta nacional" de la Argentina.
Nació en el caserío de Pedriel, partido de San Martín, en la provincia de Buenos Aires (1834). Se educó en las primeras letras, y debido a una afección pulmonar, se radicó con su padre en una estancia del sur bonaerense. En Camarones y Laguna de los Padres se adiestró en las faenas rurales y conoció la vida del gaucho, a la caída de Rosas, se incorporó al partido de Urquiza, frente a Mitre, e intervino en varias acciones militares. En Paraná, donde tenía su sede el gobierno confederacionista, ocupó diversos cargos, como taquígrafo del Senado, alternando estas funciones y otras con su condición de sargento mayor. Se casó con Carolina González del Solar (1863). Hizo también periodismo, y publicó la Vida del Chacho (1863), biografía del caudillo riojano Peñaloza.
Pasó luego a la provincia de Corrientes, donde desempeñó otros cargos administrativos y Judiciales (1867-1868), para retornar luego a la ciudad de Buenos Aires (1869), y fundar el diario El Río de la Plata (1869). En él sostuvo sus ideas políticas y sociales, sobre todo en defensa de los gauchos y contra la persecución de las autoridades y los contingentes de frontera. Al año de vida, debió cerrarse la publicación por las agudas críticas al gobierno de Sarmiento, por entonces presidente de la Nación.
Casi al mismo tiempo se produjo el asesinato de Urquiza (1870) en Entre Ríos y el levantamiento del general López Jordán contra Sarmiento. Hernández marchó entonces al interior para ponerse al lado del Jefe revolucionario, pero como la rebelión fue sofocada, Hernández debió huir al Brasil.
Regresó a Buenos Aires un año después, y se consagró a la tarea de escribir su Martín Fierro, cuya primera parte apareció en 1872, y la segunda, siete años después (1879). Dos años después, publicó su libro en prosa Instrucción del estanciero (1881).
Al terminar Sarmiento su presidencia (1874), Hernández reanudó su actividad periodística y se incorporó como diputado a la legislatura de Buenos Aires. Intervino activamente en los famosos debates sobre la federalización de la ciudad de Buenos Aires (1880) y fue vicepresidente de la Cámara (1879-1881). Colaboró activamente con su amigo Dardo Bocha, en las tareas de la fundación de la ciudad de La Plata (1884). Falleció repentinamente de un ataque al corazón, mientras ocupaba una banca en el Senado (1886).
Durante esa época surgió una marginación en prejuicio del gaucho por parte de la sociedad que no le permitía integrarse en su entorno. Sin embargo, el gaucho era una persona honrada, pobre, trabajadora, de carácter solitario y por sobre todas sus virtudes era un fiel de su propia esencia, que demostraba poco interés por la sedentaria y prefería un caballo y una llanura, sin ataduras ni control.
Soy gaucho entiéndanlo
como mi lengua lo explica:
para mí la tierra es chica (Primera Parte, I, 80)
y pudiera ser mayor
ni la víbora me pica
ni quema el sol mi frente
Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno (Primera Parte, I, 65)
y si me quieren probar
salgan otros a cantar
y veremos quien es menos
Era un hombre independiente, pacífico, valiente, conocedor del campo y sus actividades y ante todo libre.
Mi gloria es vivir tan libre
Como pájaro en el cielo;
No hago nido en este suelo, (Primera Parte, II, 95)
Ande hay tanto que sufrir;
Y naides me ha de seguir
Cuando yo remonto el vuelo.
Las vicisitudes de la vida lo obligan a matar; pero no por que sea malo o criminal.
Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato,
Que nunca peleo ni mato (Primera Parte, I, 105)
Sino por necesidá,
Y que a tanta alversidá
Sólo me arrojó el mal trato
Otro valor importante para el gaucho es la honradez. Es decir, la honestidad, la decencia, el honor de ser una persona con la conciencia limpia, el estar orgulloso de si mismo.
La situación del gaucho era legal para el juez, ya que en esa época se había sancionado una ley en la cual se basaba en llevar a los gauchos a la frontera en caso de encontrarlos "vagueando". Más allá de esto, la legislación procuraba identificar a los viejos y mal entretenidos, como una clase delincuente y a la vagancia en si misma como un delito, ser pobre, desocupado, ocioso y carecer de propiedades era presumible, que se tratara de un vago, en la práctica equivale ser un gaucho. Se denota en algunos fragmentos la rudeza con que eran llevados contra su voluntad a la frontera para servir en los fortines, donde son despojados de todas sus pertenencias, mantenidos en condiciones miserables.
Pues si uste pisa en su rancho
y si el alcalde lo sabe
lo caza lo mesmo que a un ave (Primera Parte, II, 260)
aunque su mujer aborte…..
¡no hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte!
Y el lomo le hinchan a golpes,
y le rompen la cabeza,
y luego con ligereza, (Primera Parte, II,275)
ansí lastimado y todo,
lo amarran codo con codo
y pa'cepo lo enderiezan.
Al principio nos dejaron
de haraganes, criando sebo;
pero después…no me atrevo (Primera Parte, III, 405)
a decir lo q pasaba…
¡Barajo!… si nos trataban
como se trata a malevos.
La lucha contra el indio era desigual, ya que solo contaban con lanzas y otras armas primitivas, pues para las armas de fuego no tenían municiones.
Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con ataduras de tiento… (Primera Parte, III, 460)
Las de juego no las cuento
porque no había municiones.
Además de los castigos a los que eran sometidos, estaban obligados a trabajar sin cobrar.
Yo primero sembré trigo
Y después hice un corral,
Corté adobe pa un tapial,
Hice un quincho, corté paja… (Primera Parte, III, 425)
¡La pucha que se trabaja
sin que le larguen ni un rial!
El indio, al ser un enemigo activo del blanco, no recibe expresiones de respeto y cariño.
Desconoce el trabajo, es sucio y sanguinario, agresivo y cruel, tiene reducida a la mujer a una posición prácticamente servil; participa de un sistema de ritos y creencias que repugna al blanco.
Todo el peso del trabajo
lo dejan a las mujeres:
el indio es indio y no quiere (Segunda Parte, IV, 585)
apiar su condición:
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere
Se los considera inferiores por su falta de cultura y su estado semi bárbaro.
Son brutos, salvajes y no tienen sentimientos, vagos, ladrones, ignorantes, desconfiados, astutos, recelosos, audaces y vengativos.
Debe atarse bien la faja
Quien a aguardarlo se atreva;
Siempre mala intención lleva, (Segunda Parte, IV, 550)
Y, como tiene alma grande,
No hay plegaria que lo ablande
Ni dolor que lo conmueva.
El indio pasa la vida
Robando o echao de panza;
La única ley es la lanza (Segunda Parte, III, 380)
A que se ha de someter:
Lo que le falta en saber
Lo suple con desconfianza.
Fuera cosa de engarzarlo
A un indio caritativo:
Es duro con el cautivo, (Segunda Parte, III, 385)
Le dan un trato horroroso;
Es astuto y receloso,
es audaz y vengativo.
No hay que pedirle favor
Ni que aguardar tolerancia;
Movidos por su inorancia (Segunda Parte, III, 395)
y de puro desconfiaos,
Nos pusieron separaos
Bajo sutil vigilancia.
Es tenaz en su barbarie;
no esperen verlo cambiar; (Segunda Parte, IV, 565)
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe;
el bárbaro sólo sabe
emborracharse y peliar.
Su pretensión es robar,
No quedar en el pantano;
Viene a tierra de cristianos (Segunda Parte, V, 625)
Como juria del infierno;
No se llevan al Gobierno
Porque no lo hallan a mano.
Aquello que roban, lo reparten con igualdad, es una regla que cumplen.
Se reparten el botín
Con igualdad, sin malicia;
No muestra el indio codicia, (Segunda Parte, V, 640)
Ninguna falta comete:
Sólo en eso se somete
A una regla de justicia.
La mujer queda relegada o disminuida, pierde importancia y están, en todo el poema, muy lejanas. Tiene, por el recuerdo, un efecto constante pero borroso. Están descriptas con mayor énfasis las mujeres del indio de quienes se abusaban, las maltrataban, y a pesar de esto, ellas se disponían servirles.
La mujer, en la vida del gaucho, se encuentra en segundo plano aunque este la reconoce y valora su importancia. Era la encargada de los quehaceres domésticos (cocinar, lavar, cuidar los animales, etc.), de las labores secundarias.
Todas las cualidades de la mujer se resumen en su gran vocación maternal
Pa servir a un desgraciao
Pronta la mujer está;
Cuando en su camino va
No hay peligro que la asuste; (Segunda Parte, V, 700)
Ni hay una a quien no le guste
Una obra de caridá.
No se hallará una mujer
A la que esto no le cuadre;
Yo alabo al Eterno Padre, (Segunda Parte, V, 705)
No porque las hizo bellas,
Sino porque a todas ellas
Les dió corazón de madre.
Es piadosa y diligente
Y sufrida en los trabajos;
Tal vez su valer rebajo (Segunda Parte, V, 710)
Aunque la estimo bastante;
Mas los indios inorantes
La tratan al estropajo.
Echan la alma trabajando
Bajo el más duro rigor;
El marido es su señor; (Segunda Parte, V, 715)
Como tirano la manda
Porque el indio no se ablanda
Ni siquiera en el amor.
Para finalizar el tema, presentamos un interesante discurso de Nicasio Oroño (un político característico del período de la organización nacional), expuesto en el Senado (Sesión del 8 de octubre de 1869).
"Desde 1862 hasta la fecha se han invertido 25 millones de fuertes, solo en la frontera, y si á esto se agrega el monto de las propiedades particulares perdidas, el decaimiento de la industria, la depreciación de la tierra, el trastorno que causa el servicio forzado, el cautiverio de centenares de personas y la muerte de mayor número, tenemos que retroceder espantados ante este cuadro de desolación y ruina, cuya exactitud parecería sospechosa, sino estuviese confirmada por hechos que todos conocen, de una incontestable evidencia."
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"Parece que el despotismo y la crueldad con que tratamos á los pobres paisanos, estuviese en la sangre y en la educación que hemos recibido. Cuando ven al hombre de nuestros campos, al modesto agricultor, envuelto en su manta de lana, ó con su poncho á la espalda, les parece que ven al indio de nuestras Pampas, á quien se creen autorizados para tratar con la misma dureza e injusticia, que los conquistadores empleaban con los primeros habitantes de la América."
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"Cuando se quiere mandar un contingente á la frontera, ó se quiere organizar un batallón, se toma por sorpresa ó con sorpresa al labrador y al artesano, y mal de su grado se le conduce atrincado á las filas."
Autor:
Juli
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