Descargar

Génesis del teatro panameño actual (página 2)


Partes: 1, 2

La política del mundo es una tragedia escrita en tres actos y en verso que, a juicio de la crítica, manifiesta y es fiel ejemplo de la cultura nacional en aquella época, debido a que no se ha comprobado que de la Guardia y Ayala hubiera estado en España o realizado estudios en Lima, Quito o Cartagena. Otra obra suya está perdida se trata de La reconquista de Granada.

Debo destacar el hecho de que La política del mundo no ha sido editada en Panamá. Al parecer, la Universidad de Costa Rica mantiene en su biblioteca ejemplares de una edición realizada en aquel país hacia principios del siglo XX. La Universidad de Panamá, por su parte, sólo tiene una copia mecanografiada realizada por Margarita Vásquez de Pérez en 1961.

Con posterioridad a la independencia de España en 1821, en el Istmo hubo brotes de espectáculos escénicos inspirados por los triunfos de batallas de independencia en los países latinoamericanos o celebraciones locales. En este sentido mención especial merece la puesta en escena, en mayo de 1832, de la tragedia en verso Oscar, del poeta escocés James MacPherson, más conocido por su heterónimo Ossian y traducida por el poeta español de la Ilustración Juan Nicasio Gallego Hernández. La obra se presentó en la Plaza Catedral ante más de dos mil personas.[7]

En nuestro recuento debemos tomar en consideración que a mediados del siglo XIX se descubre el oro californiano. La fiebre contagió a cuanto aventurero había en el mundo. Una vez más, cuando el sosiego rondaba «la ruta», Panamá sirve nuevamente de puente. Europeos y norteamericanos del este quieren llegar a California. La ruta transístmica se inunda de almas, pese a las pestes, los bandidos y las garrapatas. En 1855 se finaliza la construcción del primer ferrocarril Atlántico-Pacífico. Y nuevamente el oro realizó su recorrido histórico de Panamá a Colón y luego a su destino, lejos de aquí.

En 1850, quizás atraído por la efervescencia de oro de California, llega a nuestras costas el español Mateo Furnier e inicia actividades teatrales en nuestro país. El 22 de septiembre de ese año inaugura el primer teatro de la ciudad, que funciona jueves y domingos. Operó regularmente durante más de tres años y llegó a presentar no menos de cien obras. Acontecimiento revelador por cuanto es un antecedente claro del auge escénico que adquirió Panamá en los últimos veinticinco años del siglo XIX.

1853 es una fecha clave para el desarrollo de nuestro teatro, porque es en ella cuando se monta la segunda obra de autor panameño. Se trata de Dios i ayuda de Tomás Martín Feuillet. Manuel Gamboa, contemporáneo de Feuillet, nos cuenta que el poeta dejó perder una excelente obra teatral, considerada por quienes la leyeron entre sus mejores textos.

La idea de un canal interoceánico que había surgido con Carlos V nunca se deshizo y cobró nueva vigencia en vista del incremento del comercio marítimo internacional y el surgimiento de Estados Unidos como potencia mundial, urgido ahora por el oro californiano. En 1879 se celebra el Congreso de París, en donde se discuten las posibles rutas para construirlo. Se determina que ella será la de Panamá y los franceses, de inmediato, emprenden la tarea que culminará diez años más tarde con un contundente fracaso y un escandaloso fraude.

Yo he sostenido en mi Historia del teatro en Panamá que es precisamente en este período cuando por primera vez hay actividad teatral en nuestro país de manera continuada. Es evidente que ante tamaña empresa la bonanza económica era propicia, como en efecto lo fue, para traer compañías extranjeras que representaran sus trabajos escénicos en nuestro medio. Tan es así que durante estos años se presentó en el llamado Teatro de Las Monjas la ya en ese momento legendaria Sara Bernhardt. La ciudad de Panamá no había dejado de ser un poblado sucio y maloliente, de unos cuantos miles de habitantes, rodeada de selva tropical, de malaria y fiebre. Es significativa, entonces, la presencia de tan extraordinaria diva aquí, corolario, asimismo, de este movimiento escénico extranjero. Es fácil intuir qué tipo de público asistía a estas representaciones. Es obvio que el del arrabal no lo fue. Y lo más probable es que estas funciones estuviesen dirigidas al patriciado local y los comerciantes extranjeros que nuevamente hacían de Panamá un emporio lucrativo.

Existieron en aquellas décadas el Teatro de San Juan de Dios, el Teatro Quevedo y el ya mencionado Teatro de Las Monjas, rebautizado luego como Teatro Sara Bernhardt y el Teatro de la Compañía Dramática de Aficionados.

Esta Compañía Dramática de Aficionados fue dirigida por Carlos Cucalón, quien logró aglutinar en torno suyo a un grupo de jóvenes que lo secundaron en su actividad. Cucalón fue la personalidad panameña de mayor prestancia en el ámbito teatral durante este último cuarto del siglo XIX. No nos aventuraríamos mucho si pensamos que los dos dramaturgos conocidos en ese momento fuesen representados por la compañía de Cucalón. De los dramaturgos de la época, sólo se conocen tres obras: Amor i suicidio de José María Alemán (1830–1887); de Federico Escobar (1861–1912): La ley marcial y La hija natural. Esto no quiere decir que hayan sido los únicos, sino que son los textos que se lograron conservar. Se sabe, para ahondar más y según palabras de Rodrigo Miró[8]que durante aquellos días Máximo Walker y Manuel José Hurtado se contaron entre los jóvenes que escribieron teatro.

En los últimos años del siglo XIX los franceses regresan derrotados a su país. La maquinaria queda esparcida a través de la ruta y Panamá vuelve a un breve letargo, caracterizado siempre por la espera y por el desdén colombiano a quien políticamente estábamos unidos desde 1821, a instancias de Bolívar.

Algunos historiadores malintencionados han querido ver en nuestra separación de Colombia un acto de traición, por una parte, y por otra, la creación, por parte de Estados Unidos, de una república artificial que les permitiera reemprender la construcción del canal. Lo cierto es que desde la disolución de la Gran Colombia, con el alejamiento de Venezuela y Ecuador el Istmo precisa hacer lo mismo. Prueba de ello son los intentos separatistas de 1830, 1831 y 1840, y la creación del Estado Federal en 1855, organización política que le daba a Panamá autonomía.

En 1903, con el apoyo de Estados Unidos, Panamá logra su independencia de Colombia. Casi simultáneamente y con poca malicia política firma el tratado Hay-Bunau Varilla con los norteamericanos, el cual le permitía a éstos construir el canal por nuestro territorio. Desde entonces y hasta el año 2000, la historia panameña estuvo muy ligada a Estados Unidos y definitivamente a los acontecimientos provocados por el canal.

El estigma de país de tránsito se acentúa y pareciera hacerse perenne. Hasta ahora, los conflictos políticos con Colombia y con el sino del tránsito habían impedido el desarrollo, de las actividades artísticas. Algunas personalidades istmeñas se habían destacado en el campo de la política, de la jurisprudencia y del periodismo, pero hasta ahora no hay pruebas de que hubiesen generado preocupaciones mayores en el campo que hoy nos interesa. No hay una obra literaria de importancia que pueda señalarse, realizada por un panameño. Ni poesía, ni novela, ni teatro. No obstante, en la gran mayoría de los países latinoamericanos ya habían creadores de trascendencia. Creo que el panameño, hasta entonces, y aún años después, no asimilaba el trauma tránsito/deseo de autonomía, aparte de todas las condiciones de índole social y económica que hacían de Panamá un punto atrasado culturalmente.

El hecho de ser puertos de tránsito, impidieron a Panamá y Colón desarrollarse como otras ciudades latinoamericanas. México, Buenos Aires, Bogotá, Lima eran ciudades terminales, Panamá era solamente un punto de enlace. La tónica era que nada permaneciera aquí más que el tiempo necesario para ser embarcado a su destino. Suficiente razón para conmocionar inconscientemente a una nación que apenas comenzaba a establecerse políticamente.

Es significativo el hecho de que nuestros primeros escritores de valía surjan a partir de nuestra separación de Colombia o un poco antes. Podría ser el rompimiento del trauma y su catarsis; porque nuestras aspiraciones de independencia continuaron una vez enterados del contenido del tratado del Canal de 1903. No obstante, con el transcurrir del siglo XX, y en cada jornada diplomática o de enfrentamiento abierto con Estados Unidos, se reforzaba nuestro sentir nacional. Sin embargo, el sino del tránsito seguía persistiendo.

Siglo XX, primer tercio

Señaladas las generalidades que han circundado nuestro ser como pueblo, y dentro de ello el desarrollo de las artes escénicas, el panorama del teatro panameño del siglo XX se torna árido para intentar un análisis, sin que entre en juego la escena netamente importada.

El centro de gravedad de nuestro teatro, en el período 1908-1930, es indudablemente el Teatro Nacional, edificio inaugurado el primero de octubre de 1908, conjuntamente con el Palacio de Gobierno, dicho mejor aún, ambos segmentos componían un mismo edificio, en el solar que antes ocupo el Teatro de Las Monjas o Sara Bernhardt.

En 1908 estaba en plena construcción el Canal de Panamá, por parte de los norteamericanos. Cinco años atrás, Panamá había obtenido su independencia de Colombia y subía al poder, justo ese primero de octubre, el segundo gobierno autónomo de la república, poder que sostendrían, casi con las mismas características, los liberales hasta 1932, cuando sobreviene la llamada revolución de Acción Comunal. Se trató de un coup de force llevada adelante por diferentes tendencias políticas en vista del deterioro que había sufrido el liberalismo. Prueba de ello es que continúan en el poder connotadas figuras liberales y se introducen en el movimiento otras de tendencias conservadoras, como lo fue el caso de Arnulfo Arias.

En el aspecto artístico quizás sólo haya dos artes que logran un significativo desarrollo, entendiéndolo desde el punto de vista de su trascendencia: la poesía y la plástica. Ciertamente, ya en esta época Panamá contaba con dos voces poéticas de importancia regional: Ricardo Miró y Amelia Denis de Icaza. Por su parte, el pintor Roberto Lewis destacaba con su arte academicista y referencial, de formación europea, que sin embargo, sirvió de puntal y maestro a la primera generación de pintores panameños, sobre la cual se fundamenta el desarrollo actual de nuestra pintura.

La escena, dentro de este panorama general, permanece callada antes de 1909. Hasta la fecha, no guardamos ningún acontecimiento teatral de importancia desde la separación de Colombia. Con la inauguración del Teatro Nacional, las cosas cambian radicalmente. Desde entonces, hasta el final del período que tratamos, el movimiento fue continuo. Compañías de Europa, Norte y Sur América nos visitaron a diario.

En contraste, la actividad autóctona en este campo no dio obras de valía. Anita y Ligia Villalaz, como actrices, hicieron campaña con algunas compañías visitantes. El señor Abelardo Tapia, tramoyista del Teatro Nacional desde los años veinte, nos habla de Benedetti, Fábrega y Saavedra Zárate como dramaturgos cuyas obras fueron representadas en el Teatro Nacional. Lo cierto es que no hay evidencia de programas de mano de esas representaciones y menos aún de los textos de esas piezas.

La única constancia que nos ofrece la colección de programas de mano del Teatro Nacional, recopilados por el señor Tapia durante esa época, es de pequeñas zarzuelas representadas por muchachos de la alta sociedad panameña y de una que otra coronación de reinas de carnaval, una vez instituidos oficialmente en 1910.

Resulta significativo el hecho de que justo mientras esto ocurría con la escena comenzaban a levantarse, en la poesía, voces que a la postre han resultado de importancia para nosotros: Demetrio Korsi y Rogelio Sinán, por ejemplo. Ya en su momento, la crítica para esta primera generación de poetas era ácida, pero nos habla de una intelectualidad osca con la adulación.

"Durante los treinta años que llevamos de jugar a la política nos hemos venido alimentando de halagadoras mentiras hasta construir con ellas una institución nacional… Los pueblos en gestación se apresuran siempre a crear sus valores. No se exige mucho para tener relieve en una nación recién nacida y se perdonan demasiadas faltas en la urgencia de las primeras edificaciones… Lo malo es que en Panamá se ha prolongado demasiado esta falsa situación. "[9]

Justo es señalar, en beneficio del teatro, que ésta, en contraposición de la poesía, es una actividad de conjunto y no individual. De allí que los intentos realizados carecieran de total importancia. Sin escuelas ni maestros que permanecieran en el país, no se podía alcanzar un conocimiento cabal de lo que significa una representación teatral. Si bien las capas más cultas de la sociedad panameña tenían acceso a las representaciones teatrales que se daban en el Teatro Nacional, al parecer no eran entendidas motivacionalmente en ese momento. Hubo que esperar, al menos una década, luego de este primer período para que el primer nivel de la creación escénica, la dramaturgia, fuera abordada con cierto sentido crítico y estético.

Al analizar la labor del Teatro Nacional durante este período, el historiador panameño Carlos Manuel Gasteazoro, señala lo siguiente:

"Es bien fácil imaginar la fructífera proyección espiritual del Teatro Nacional en una época en que los medios de comunicación como la radio, el fonógrafo y la televisión, no habían hecho su aparición para difundir y democratizar las manifestaciones culturales."[10]

El cine llega a Panamá a mediados de la década del diez, la primera emisora radial se instala en Panamá después de 1930, lo cual, en comparación con lo que sucede actualmente, le daba al teatro un amplio margen de efectividad; sin embargo, por sus características intrínsecas le impedían ser más democrático de lo que en verdad era. Cada obra que se estrenaba en el Teatro Nacional, pasaba luego a presentarse en el Teatro Variedades que funcionó desde 1914, y a partir de 1920, aproximadamente, en el Teatro El Dorado. Ambos ya desaparecieron.

La inauguración del Teatro Nacional se realiza con la presentación de la ópera Aida de Verdi, interpretada por una compañía de ópera italiana. En la colección de programas de mano del teatro, el programa más antiguo testimonia la presentación de la obra El genio alegre de los hermanos Álvarez Quintero que interpretara la Compañía Cómico Dramática de María Diez el 19 de febrero de 1909. Durante las semanas siguientes esta misma compañía interpretó obras de distintos autores y el 25 de marzo de ese año abrió temporada la Compañía Dramática de María Guerrero y Frenando Díaz de Mendoza con la obra El ladrón de Henry Berstein continuando la temporada de varias semanas y un nutrido grupo de obras.

Posterior a ello, continúan llegando compañías extranjeras de teatro, zarzuela, ópera y opereta. Resulta interesante la llegada en marzo de 1913 de la W. S. Horking Players, compañía que en doce días representa en el Teatro Nacional un total de doce dramas en inglés.

Entre 1917 y 1918 Ana Pavlova actuó en el Teatro Nacional en repetidas oportunidades, al igual que la Compañía Italiana de Ópera. En 1924, durante todo el mes de enero, el escenario de este teatro fue ocupado por la Orquesta Nacional Rusa.

Pero en síntesis, estos espectáculos no muy vinculados con nuestra lengua eran los casos esporádicos. El grueso de la producción espectacular que ocupaba el Teatro Nacional era llegada de España, Argentina y México.

Hay que anotar, en resumen, que la mayor parte de los trabajos que estas compañías de habla hispana traían a Panamá eran producciones de escaso valor literario. Se trataba fundamentalmente de espectáculos comerciales e insulsos, programas de moda que intentaban cierto refinamiento superficial con escasa intención de profundizar. ¿Se adecuaba eso a la moda de nuestra clase alta? De no ser así, probablemente el esplendor que vivió el Teatro Nacional en esa época no habría sido posible.

Interpretar las razones de este comportamiento del auditorio sería mucho más complicado y riesgoso. Creo que todo se sostiene gracias al espíritu transitorio que anima nuestro espíritu, a la falta de formación crítica con respecto al arte y, sobre todo, al teatro y, también importante, a la aridez del panorama cultural que nos circundaba.

Estas compañías que nos visitaron también tenían en sus repertorios autores de gran valía, valgan citar el hecho que en tres oportunidades durante el periodo que nos detiene se presentó la tragedia Hamlet. Se anotan en los catálogos del señor Tapia, también, obras de Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, El Duque de Rivas, José Zorrilla, Benavente y adaptaciones de novelas de Benito Pérez Galdós.

No creo que deba pasarse por alto el señalar el carácter que debieron tener estos espectáculos. Es muy improbable que superaran el mero costumbrismo, luz y sombra que caracterizó el gusto hispanoamericano de la época. Shakespeare, Cervantes, Lope, Calderón ¿habrán sido interpretados en toda su magnitud, con toda su profundidad'? Yo lo pongo en duda debido a que estas compañías, junto a Hamlet, la anoche siguiente, salían con cualquier tontería, lo que a la luz del tiempo nos hace pensar en un criterio poco selectivo artísticamente, característica principal en cualquier agrupación que sepa que su trabajo es de creación, primero que todo.

Es evidente que este falsificado movimiento teatral del primer tercio del siglo XX en Panamá tuvo sus incidencias en el público: lo entretuvo. Sin embargo, se circunscribió a una pequeña élite, porque ni aún saliendo del Nacional, al Variedades y al Dorado, pudo cubrir gran parte de la población. No obstante, interpreto que quizás nuestros primeros dramaturgos y teatristas sí encontraron en ese movimiento su fuerza motriz, de allí el valor trascendente que le encuentro.

Génesis del teatro panameño

La década 1930-1940, para el Teatro Nacional es de deterioro. Durante esos diez años es muy poco lo que sucede en su escenario; sin embargo, ocurre el primer acontecimiento memorable del teatro panameño en el siglo XX: la puesta en escena de La cucarachita Mandinga de Rogelio Sinán y Gonzalo Brenes, entre diciembre de 1937 y enero de 1938. Para ese tiempo, el Teatro Nacional estaba a cargo de la empresa de Enrique Pascual y funcionaba igualmente como teatro que como sala de cine.

La cucarachita Mandinga se convierte, de esa forma, en la primera pieza de teatro panameña de importancia en el siglo XX. Luego de su regreso de Europa, a mediados de la década de 1920, Sinán se había con vertido en promotor teatral. No se le puede restar importancia al movimiento que entonces encontró en el Teatro Nacional, y quizás de él parta su preocupación, hasta convertirse en el primer dramaturgo panameño que toma el oficio con profesionalismo.

De 1940 a 1960, el Teatro Nacional vuelve a convertirse en un centro de espectáculos vivos. Durante este período es remozado, haciéndosele instalar un nuevo sistema eléctrico, se reacondiciona el mobiliario, las terrazas y el escenario.

Hubo durante esos veinte años una actividad teatral bastante regular, encabezada por Anita Villalaz y Rogelio Sinán, logrando hacer presentaciones de las obras no sólo en el Nacional, sino en otros locales de la ciudad de Panamá. Es evidente que a diferencia del primer tercio del siglo, estos años se caracterizan porque el trabajo escénico es realizado por panameños. Tan es así que surge una generación de dramaturgos: Gumercinda Páez, Renato Ozores, Mario Riera Pinilla, Juan Díaz Lewis, Mario A. Rodríguez y Mario J. de Obaldía.

Pertenece a esta época, también, la labor del sacerdote español Ramón María Condomines quien forma el Teatro Experimental de Panamá que se estrena con la puesta en escena Edipo rey de Sófocles. De 1957 hasta 1965 este grupo montó aproximadamente 30 obras, entre las cuales cabe mencionar La dama boba de Lope de Vega, El cerco de Numancia de Cervantes, El oso de Chéjov, El rinoceronte de Ionesco, El viaje de un largo día hacia la noche, de O"Neill, etc. Repertorio que nos habla de un interés tanto por lo clásico, como por corrientes novedosas en ese momento. En torno a este grupo surgen figuras que continuarán trabajando hasta entrado el siglo XXI.

Es precisamente en la década de 1950 cuando aparecen grupos de teatro completamente nuevos y son los que por vez primera nos dejan traslucir lo que sería el verdadero teatro panameño como movimiento, como oleada que obtuvo logros positivos. De esos grupos iniciales surgen varios de nuestros pocos directores de escenas que para finales del siglo XX nutrirían nuestra escena y formaría a los directores del XXI.

En este renglón cabe mencionar la formación del Teatro Infantil a cargo de Dora McKay, apostado en la escuela Nicolás Pacheco. Asimismo, en 1952, se crea la Cooperativa Artística Teatral Istmeña (CATI), integrada, según cronistas de la época, por «jóvenes de gran dinamismo». CATI fue responsable de montajes de autores como Pirandelo y Alejandro Casona.

Es en este período de despegue cuando por primera vez se monta una obra de teatro en la Universidad de Panamá, primer centro cultural del país, fundado en 1935. 24 años después de erigida, en 1959, la Universidad de Panamá contrata al señor Frank McMullan, de la Universidad de Yale, para que ponga en escena La casamentera de Thorton Wilder. Significativo el hecho porque el elenco estuvo compuesto por estudiantes y porque desde entonces y hasta la creación de la Escuela de Teatro, a principios de la década de 1990, el teatro en la Universidad de Panamá se continuó haciendo bajo los mismos parámetros. Sólo años despuésn la Facultad de Humanidades incorporó materias optativas sobre la materia: Dirección Teatral, Actuación e Historia del Teatro.

Resulta de gran significación que entre 1934 y 1949, en la Zona del Canal, bajo el control de los norteamericanos, el señor Subert Turbyfill montara unas 129 obras en inglés. Autores: Shakespare, Wilde, O'Neill, Molière, Shaw. Aquello que ocurría a unos cuantos metros de la ciudad de Panamá pareció no afectar en nada nuestro desarrollo teatral, a pesar de la relación que existía entre el señor Turbyfill y la Universidad de Panamá y sus autoridades.

En 1960, el Teatro Nacional vuelve a su angustioso letargo que durará hasta su restauración de 1974. Importante señalarlo, porque los grupos teatrales no tienen otro espacio apropiado para montar sus obras. No es hasta 1979 cuando se abre una segunda sala para teatro en la república de Panamá, ello es iniciativa del Teatro en Círculo de Panamá, un grupo de beneficencia privado. Estos setenta años que distancia la construcción de ambos teatros, puede que sean una señal precisa del panorama del teatro panameño inicial.

Varios de nuestros directores salieron al extranjero a estudiar teatro en la década de 1960. Alguno a Europa, otros a Estados Unidos y México. En ellos, básicamente, estuvo cimentada la formación de nuestros teatristas de finales del siglo XX. A mediados de la década de 1970 se creó la Escuela Nacional de Teatro del Instituto Nacional de Cultura que no dio los frutos esperados y que, aún en la primera década del siglo XXI, no es un ente enteramente vivo dentro de la menguada actividad teatral. Por su parle, entre 1975 y 1987, Jarl Babot, en la Universidad de Panamá, y egresado del Instituto Lunacharski de Moscú, estuvo continuamente realizando seminarios de instrucción para teatro con logros positivos, dadas las precarias posibilidades con las que se contaba.

Los 15 años que antecedieron a la crisis política y económica de 1987, estuvieron signadas por el contraste entre los grupos pobres y las grandes producciones. En esos años era común encontrarse pequeños grupos, por demás efímeros, montando piezas con menos de cien dólares, al lado de fastuosos montajes que alcanzaban los cien mil. Para este país era grotesco encontrarse con una localidad para una función teatro, producida en el país, a cien dólares.

Los últimos treinta años antes de la invasión norteamericana de 1989, quizás debido a una mayor actividad de grupos y de gente en el teatro, dieron lugar a una nueva generación de dramaturgos como Miguel Moreno, Carlos García de Paredes, José de Jesús Martínez, Eustorgio Chong Ruíz, José Ávila, en el punto de transición y luego, en el de consolidación, a Manuel de la Rosa, Ernesto Endara, Raúl Leis, Alfredo Arango, Edgar Soberón Torchía, Mireya Hernández y Rosa María Britton. No obstante, merecen mención especial Jarl Babot y Agustín Del Rosario, sin duda alguna, nuestros mejores dramaturgos.

Creo que las contradicciones, en el momento actual, aparecen de manera acentuada y nos obligan a ver el problema del teatro panameño como parte del sino transitista que nos ha mantenido maniatados y contra el cual luchamos diariamente. Aún hoy, bien entrado el siglo XXI, estamos escribiendo la génesis de nuestro teatro. Hace treinta años, cuando por primera vez recopilé los primeros datos para una historia del teatro panameño, pensé que este capítulo inicial estaba por concluirse; hoy, debo reconocer que estaba equivocado y que continuamos escribiendo las mismas páginas una y otra vez.

La primera versión de este trabajo se publicó en la Revista Universidad Nº 46, Universidad de Panamá, 1992.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Héctor Rodríguez C.

[1] Power, Eileen. Gente de la Edad Media. EUDEBA, Buenos Aires, 1966. Pág. 88.

[2] Miró, Rodrigo. «Noticia sobre el teatro en Panamá». Revista Lotería. Panamá, feb., 1971. Pág. 28 y 29.

[3] Ídem. Pág. 29.

[4] Ídem. Pág. 30.

[5] Navarro, Rosa E. Manifestaciones teatrales en Panamá durante el último cuarto del siglo XIX. Tesis. Universidad de Panamá, 1953. Pág. 3 y 4.

[6] Miró, Rodrigo. Op. cit., pág. 31.

[7] Ídem. Pág. 32.

[8] Ídem. Pág. 34.

[9] Laurenza, Roque Javier. "Los poetas de la generación republicana". Revista Lotería Nº 348-349, Panamá, abril de 1985.

[10] Gasteazoro, Carlos M. Breve historia del Teatro Nacional. INAC, Panamá, 1974. Pág. 2.

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente