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Sócrates y Elena White, dos narradores de ilustraciones


Partes: 1, 2

  1. Palabras preliminares
  2. Ilustraciones hechas por Sócrates
  3. Anécdotas en los escritos de Elena de White

Palabras preliminares

El propósito de este trabajo, es reunir una serie de ejemplos, ilustraciones, cuentos, anécdotas, fabulas, apólogos, consejas, o ventanas; que fueron usadas por Sócrates en sus enseñanzas, la cuales arrojan luz sobre el método pedagógico del genial pensador clásico griego. A la vez he querido establecer un paralelo con los escritos de Elena White, la cofundadora de la Iglesia Adventista del 7mo Día, la cual fue una oradora extraordinaria. En ocasiones, tuvo la señora White auditoria de veinte mil personas, y por más de sesenta años fue una disertadora muy solicitada.

Como se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras, estas ilustraciones, porque he querido llamar ilustraciones las narraciones que en sus charlas, discursos y sermones usaron las personas que he tomado de modelos. Y es que un cuento, contado cuando viene a cuento es un recurso que despabila a cualquier auditorio que se encuentra en estado de modorra, haciendo que se despierte el interés.

En su libro: Instituciones oratorias, escrito por Marco Fabio Quintiliano, el más excelso profesor de oratoria de la antigüedad, encontramos en el libro quinto, en el capítulo XI., y que él tituló: De los ejemplos, lo siguiente:

"El tercer género de pruebas extrínsecas es el que llamamos ejemplo y los griegos paradigma, y es traer un hecho sucedido o cómo sucedió, útil para probar lo que queremos. Se ha de considerar si el hecho que traemos es en todo semejante a lo que tratamos o en parte, o para valernos de todo él, o tomar sólo lo que favorece a nuestro intento. Será semejante éste: Justamente se quitó la vida a Saturnino como a los Gracos. Y de semejante: Bruto mató a sus hijos que conspiraban contra la república; Manlio castigó con la muerte el valor de un hijo suyo. Contrario: Marcelo a los siracusanos, nuestros enemigos, les restituyó el ornato de su ciudad y templos; Verres a los mismos, siendo aliados nuestros, se los quitó. El ejemplo tiene los mismos grados, ya en el género demostrativo, ya en el judicial. Aun en el deliberativo, que mira a cosas futuras, conviene el ejemplo de cosas semejantes. Así para probar que la pretensión de Dionisio de tener guardias de su persona se dirige a hacerse tirano por medio de las armas, diremos que por los mismos medios la consiguió Pisistrato.

"Pero así como hay ejemplos que cuadran en un todo, cual es el que hemos puesto, así a veces se toman de menor a mayor y al contrario; verbigracia: Si por la violación del matrimonio se arrasaron ciudades enteras, ¿qué pena merecerá un adúltero? A los flauteros que se retiraron de Roma, los hicieron venir por orden del Senado (Tito Livio 9, capítulo 30), ¿cuánta más razón hay para levantar el destierro a unos hombres del primer orden que, por ceder a la envidia, se salieron de la ciudad? Los ejemplos de cosas desiguales, donde más fuerza tienen es en las exhortaciones; el valor es digno de mayor admiración en la mujer que en un hombre, y así para animar a la fortaleza, no tanto nos valdremos del ejemplo de los Horacios y Torcuatos, cuanto del de aquella hembra que mató a Pirro por su mano; y para exhortar a sufrir la muerte valerosamente, no tanto alegaremos el hecho de Catón y Escipión, como el de Lucrecia, que son de menor a mayor.

"Pongamos ejemplos de Cicerón de las tres especies, pues ¿de quién mejor? De semejantes: Porque a mí mismo me sucedió, que, pretendiendo el consulado juntamente con dos patricios, el uno muy atrevido y malvado, el otro muy compuesto y bueno a carta cabal, con todo me alcé con el empleo, venciendo a Catilina por mis méritos, a Galba por el favor. (Por Murena, número 17) De mayor a menor: Dicen que no merece vivir quien confiesa haber quitado a otro la vida…

"El cual hecho, por ser largo, no hice más que apuntarlo. En Virgilio tenemos un ejemplo breve de cosa en contrario. (Eneida 2, 540).

Pues no fue tan cruel conmigo Aquiles,

De quien te llamas hijo falsamente.

"Algunas veces convendrá el referir todo el hecho de lo que alegamos para ejemplo; verbigracia: Queriendo hacer violencia un tribuno militar del ejército de Gayo Mario, y pariente suyo, a la honestidad de un soldado raso, éste le quitó la vida: queriendo antes este honesto joven cometer un hecho como éste con peligro de su vida que amancillar la castidad. Al cual aquel consumado general le dio por libre. (Pro Milone en la refutación)…

"Lo mismo sucede cuando traemos para ejemplo alguna de las fábulas de los poetas, con la diferencia que a éstas no les damos tanto asenso. De las cuales el mismo Cicerón nos enseña que debemos hacer uso, pues en la misma parte (número 8) trae por completo lo siguiente: Y no sin motivo, oh jueces, hombres muy sabios dejaron escrita aquella fábula de uno que había muerto a su misma madre para vengar la de su padre. Pues aunque eran varios los pareceres de los hombres, no obstante se le dio por libre por sentencia de éstos y por el sabio y acertado juicio de la diosa.

"Suelen también mover, y no poco, especialmente a gente rústica, aquellas fabulitas que tomaron el nombre de Esopo, aunque parece que su primer inventor fue Hesíodo porque oyen con gusto estas cosas inventadas con tanta sencillez, y por lo mismo que les halaga el oído, dan asenso a lo que proponen. Pues aun Menenio Agripa dicen que para reconciliar a la plebe con el senado se valió de aquella tan celebrada fábula de la discordia de los miembros humanos, por la que todos conspiraron contra el vientre. (Livio, libro 2, número 32). ¿Qué más? El mismo Horacio no tuvo por ajenas de un poema estas fabulitas, pues dice:

Cual allá en otro tiempo

La zorra astuta al león enfermo, etc.

(Libro I, epístola I, verso 73).

"Para enseñar y persuadir son muy parecidos a los ejemplos los símiles, principalmente los que sin traslaciones ni metáforas están tomados de cosas muy semejantes al asunto que manejamos; verbigracia: Porque a la manera que los que están hechos a que los unten la mano para dar el voto en las elecciones y empleos, miran con ceño a aquellos pretendientes que creen no les han de dar nada, así estos jueces venían ya con mal corazón y con intención contraria a la causa del reo. (Pro Cluentio, número 75). Porque cuando la comparación es traída de algo más lejos, se llama parábola. Ésta unas veces se toma de las acciones humanas; así Cicerón por Murena, número 4: «Y si los que toman puerto después de su navegación, advierten a los que de nuevo se hacen a la vela los escollos, tempestades y piratas, encargándoles muy de veras que vayan sobre aviso para precaverse, porque la misma naturaleza nos mueve a favorecer a los que entran en los mismos peligros en que nos hemos visto: yo que después de tantas borrascas estoy, digamos así, para saltar a tierra, ¿qué deberé desear a uno que se ha de ver en los mismos peligros?». Otras veces se toman de los irracionales y aun de los insensibles. Así diremos que el ánimo debe cultivarse con la ciencia, valiéndonos de la semejanza de la tierra, que cultivándola produce fruto, y abandonándola no lleva sino espinas y maleza. Si queremos exhortar a mirar por la república, diremos que hasta las abejas y hormigas, aunque animalejos mudos, trabajan por el bien común. A esta semejanza dice Cicerón: A la manera que nuestro cuerpo no puede pasar sin alma, así una ciudad sin leyes no puede hacer uso de las partes que la componen, que son sus miembros, nervios y sangre. (Pro Cluentio, número 146). En la oración en defensa de Cornelio pone una comparación de los caballos: y aun a los mismos peñascos los trae por vía de comparación en la de Arquias (número 19). Éstas, como dice, son más comunes: Así como los remeros sin piloto son nada, así los soldados sin caudillo…

"Del mismo modo cuando se nos obliga a responder a muchas preguntas nos miraremos bien en las premisas que vamos concediendo. Así es que Aspasia respondió mal en aquel diálogo de Esquines, que pone Cicerón por estas palabras: (Libro I de la Invención, capítulo I, número 53). «Dime por tu vida, mujer de Jenofonte, ¿si una vecina tuya tuviese oro de más quilates que el tuyo, cuál querrías más, aquél o éste? Por cierto que aquél, respondió. ¿Y si la misma tuviese un corte de vestido o un aderezo de los vuestros más vistoso que el tuyo, cuál escogerías? el suyo, dijo. Ahora bien, dime, si ella tiene marido mejor que el que tú tienes, ¿cuál tomarías antes? Aquí la mujer se sonrojó.» Con razón, ¿pues quién la metía a ella en decir que se prendaba más de lo ajeno, no siendo lícito codiciarlo? Dijera que querría que su oro fuese tan aquilatado como el de la vecina, y entonces sin rubor podía responder que desearía fuese tal su marido: que nadie se las apostase en el mundo…

"Por ejemplo, si hubiera yo de tratar de lo miserable que es esta vida, ¿por qué no me valdré de la costumbre de aquellos pueblos que lloraban el nacimiento de alguno y celebraban con festines a los que salían del mundo? Si quiero recomendar y realzar la misericordia delante de un juez, ¿quién tachará que alegue la muy derecha opinión de los atenienses, que la tenían no por pasión sino por Dios?

"Y si no, ¿los dichos de aquellos siete sabios no pasan por leyes para bien vivir? Si se ventila en juicio el aborto procurado por una mujer adúltera, ¿no sentenciará contra ella el dicho de Catón de que no hay ninguna adúltera que no sea también hechicera?

"Que si hablamos de las autoridades de poetas, sembradas están de ellas las oraciones de los oradores y libros de los filósofos. Los cuales, aunque tienen por inferiores a sus sentencias y doctrinas las opiniones de los demás, con todo no hicieron asco de apoyar sus dichos con los versos de los poetas. Y no es ejemplo despreciable el de los de Mégara, a los cuales persuadieron los atenienses a que juntasen sus naves con su armada, andando en competencias sobre tomar a Salamina con un solo verso de Homero (Ilíada, libro 2, verso 557), que dice que también Áyax juntó las suyas con los atenienses, el cual verso no se encuentra en todas las ediciones.

"Aun las opiniones del vulgo y sus dichos, por lo mismo que no tienen autor fijo, pasan por autoridades de todo el mundo. Tales son: Donde hay amigos allí hay riquezas. La conciencia supone por mil testigos. Y en Cicerón: (De senectute, libro 7): Cada oveja, dice el refrán antiguo, con su pareja. Porque a no tenerse por verdades, ya el tiempo los hubiera abolido".

Hasta aquí la cita de Quintiliano.

En su libro: Manual de Homilética, Samuel Vila dedica un capítulo para hablar de las ilustraciones. He aquí algo de lo que él nos dice:

"El uso de ilustraciones.

"Las imágenes son para el discurso lo que las ventanas para una casa: hacen entrar la luz del argumento en las mentes más obtusas, a quienes las ideas abstractas resultan pesadas y a veces incomprensibles.

"El ejemplo de Jesús nos autoriza y estimula para el empleo de ilustraciones en la predicación. Hasta la cara de los pequeños se ilumina cuando el predicador empieza a contar alguna anécdota para ilustración de su sermón.

"Pero, aun cuando las ilustraciones son de tan grande utilidad, no se debe abusar de su uso. Hay sermones que resultan enflaquecidos por un exceso de metáforas o anécdotas. Dicho uso excesivo puede hacer que la gente preste demasiada atención a las anécdotas y olvide los argumentos y exhortaciones del sermón. Debemos recordar que nuestro objeto no es entretener o divertir a las personas sino hacerles sentir las verdades espirituales. Volver el espíritu de nuestros oyentes del objeto principal del sermón para fijarlo en imágenes complacientes puede resultar perjudicial.

"Las anécdotas han de ser usadas únicamente en los lugares apropiados y deben ser ellas mismas adecuada ilustración del argumento que se viene exponiendo. No hay nada peor en un sermón que una anécdota colocada forzadamente en algún lugar que no le corresponde. Si no tenemos ninguna anécdota bien adecuada e ilustrativa no usemos ninguna. Es mil veces preferible un sermón con pocas o ninguna anécdota que un sermón repleto de ilustraciones que no encajan con el argumento."

Para ilustrar, voy hacer el uso de un ejemplo, ilustración, cuento, anécdota o ventana, que arrojó luz sobre un incidente del cual fui testigo de excepción, ya que en mi primera juventud seguí la disputa de estos dos grandes líderes dominicanos, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez. En un charla radial dada el viernes 21 de marzo de 1975, y que cuando ese ciclo de conferencias se reunió en el libro titulado: de México a Kampuchea, la titularon: El hombre que hace la historia. Esa charla es el último capítulo de ese libro, y es con esta historia el genial político y escrituro finaliza, como para cerrar con broche de oro, sus alocuciones. He aquí la forma magistral con que Juan Bosch nos hace reflexionar sobre una situación dada.

"Y ahora dominicanos, va el cuentecito que les ofrecí el día 12, pero permítanme que antes de hacérselo les recuerde que algunos días después de mi renuncia del PRD el Dr. Peña Gómez ofreció dejar él el PRD si yo aceptaba volver a presidir ese partido; y naturalmente me negué a aceptar su proposición. Permítanme recordarles también que el día siguiente de comenzar yo esta serie de charlas el Dr. Peña Gómez hizo una larga serie de acusaciones de fechorías que yo había venido haciendo desde muchos años, desde antes de ser elegido presidente de la República. Pues bien, esas acusaciones del Dr. Peña Gómez me recordaron el cuento que voy a hacerles, que en realidad no es cuento sino historia verdadera.

"Sucedió que en un campo de Mao había un joven llamado Balbino que se había casado con la hija de un hombre muy serio al que le decían Quin. Un día Balbino llegó a la casa de don Quin muy temprano, casi antes de que saliera el sol, y le dijo que él iba a divorciarse de su hija porque la había encontrado con otro hombre en su propia cama. Don Quin se puso más colorao que un tomate y gritó: "¡Esa hija mía merese que yo le parta la cabesa de un machetaso!"; cogió el machete que cada campesino tiene siempre parado al lado de un seto del bohío y ya iba cruzando la puerta del camino cuando se le ocurrió pararse y preguntarle al yerno: "¿Y cuándo jué eso, anoche o eta mañana?". A lo que Balbino le respondió con la mayor naturalidad: "No, eso jué hace nueve año". ¿Y uté siguió con ella tanto tiempo dipué de haberla jallao con otro hombre en su cama?, preguntó don Quin; y terminó medio loco de rabia: "¡Vayaseme de aquí ante de que le pegue el machete en la cabeza por vagabundo, que uté no tiene derecho ni a ponerse pantalone!".

Ese cuento lo escuché a viva voz, luego lo leí en el libro donde se reunieron las charlas, y he hecho referencia de él en una infinidad de veces. Y es que los cuentos, las parábolas, las anécdotas, hacen que las cosas se nos graben en la memoria. La importancia del uso de este recurso, es debido a que ayudan a finar los conceptos que nos proponemos ilustrar, ya de después de que todo se nos haya olvidado, la ilustración se mantiene indeleble y perenne en nuestra mente.

Este trabajo está encaminado a mostrar algunas ilustraciones hechas por Sócrates, el gran filósofo griego, según aparecen en las obras de Platón y de Jenofonte, sus discípulos, los cuales, en forma excepcional fueron sus biógrafos. Por lo cual esos relatos fueron pergeñados, para luego ser imbricados, como perlas en un collar, ya que indiscutiblemente son preciosos.

En cuanto a los extraídos de los escritos de Elena White, los hemos querido unir a los de Sócrates, a sabiendas de que ella fue crítica en cuanto al uso de ese recurso de las ilustraciones anecdóticas. He aquí lo que ella escribió, y que se encuentra en su libro Testimonio para los Ministros.

"¿Qué puede hacer un pastor sin Jesús? Nada, por cierto. De manera que si es un hombre frívolo, chistoso, no está preparado para desempeñar la tarea que el Señor le asignó. "Separado de mí – dice Cristo-, nada podéis hacer". Las palabras impertinentes que salen de sus labios, las anécdotas frívolas, las palabras habladas para producir risa, son todas condenadas por la Palabra de Dios, y están totalmente fuera de lugar en el púlpito sagrado". Pág. 142 y 143.

"Hermanos míos, el Salvador exige de vosotros que prestéis atención a cómo testificáis por él. Necesitáis ahondar cada vez más en el estudio de la Palabra. Os encontráis con toda clase de mentes, y a medida que enseñéis las verdades de la Palabra sagrada, habéis de manifestar fervor, respeto y reverencia. Eliminad los cuentos de vuestras disertaciones y predicad la Palabra. Tendréis entonces más gavillas para llevar al Maestro." Pág. 176.

"Tampoco es el objetivo de la predicación el divertir. Algunos ministros han adoptado un estilo de predicación que no tiene la mejor influencia. Ha llegado a ser un hábito para ellos entretejer anécdotas en sus discursos. La impresión así hecha sobre los oyentes no es un sabor de vida para vida. Los ministros no deben colocar historias divertidas en su predicación. La gente necesita alimento puro, cuidadosamente desprovisto de tamo. "Predica la palabra!, fue el encargó de Pablo que dio a Timoteo, ésta es también nuestra comisión. El ministro que mezcla el relato de historias en sus discursos está usando fuego extraño. Dios resulta ofendido, y la causa de la verdad es deshonrada, cuando sus representantes descienden al uso de palabras baratas y frívolas." Pág. 318.

"Hay hombres que se presentan en el púlpito como pastores, presan alimentar el rebaño, mientras las ovejas están pereciendo por falta del pan de vida. Hay discursos largos y fastidiosos, mayormente compuestos de relatos de anécdotas; pero los corazones de los oyentes no son tocados. Los sentimientos de algunos pueden resultar convividos, pueden derramarse algunas lágrimas, pero sus corazones no so quebrantados." Pág. 336 y 337.

Después de haber hecho estas anotaciones, paso a dejar constancia del anecdotario de Sócrates, el aguijón de los atenienses y de lo que Elena White, la consejera inspirada por Dios nos permite leer en sus escritos.

Ilustraciones hechas por Sócrates

1. En Los Recuerdos de Sócrates, libro segundo, Jenofonte recoge esta historia contada por el maestro:

"Yo, en cambio, estoy entre los dioses y con los hombres de bien, y no hay acción hermosa divina ni humana que se haga sin mí. Recibo más honores que nadie, tanto entre los dioses como de los hombres que me son afines. Soy una colaboradora estimada para los artesanos, guardiana leal de la casa para los señores, asistente benévola para los criados, buena auxiliar para los trabajos de la paz, aliada segura de los esfuerzos de la guerra, la mejor intermediaria en la amistad. Mis amigos disfrutan sin problemas de la comida y la bebida, porque se abstiene de ellas mientras no sienten deseo. Su sueño es más agradable que el de los vagos, y si se sienten molestos cuando lo dejan ni a causa de él dejan de llevar a cabo sus obligaciones. Los jóvenes son felices con los elogios de los mayores, y los más viejos se complacen con los honores de los jóvenes. Disfrutan recordando acciones de antaño y gozan llevando bien a cabo las presentes. Gracias a mí son amigos de los dioses, estimados de sus amigos y honrados por su patria. Y cuando les llega el final marcado por el destino, no yacen sin gloria en el olvido, sino que florecen por siempre en el recuerdo, celebrados con himnos. Así es, Heracles, hijo de padres ilustres, como podrás, a través del esfuerzo continuado, conseguir la felicidad más perfecta"». Así fue más o menos como contó Pródico la educación de Heracles por la Virtud, si bien embelleció sus conceptos con expresiones magníficas en mayor grado que las que yo he usado ahora. De modo que merece la pena, Aristipo, que lo medites e intentes preocuparte tú también del tiempo que te queda de vida.

Al darse cuenta en cierta ocasión de que su hijo mayor Lamprocles estaba irritado contra su madre, le preguntó: – Dime, hijo mío, ¿sabes que se llama desagradecidos a algunos hombres?

– Sí, respondió el joven.

– ¿Y te has dado cuenta de lo que hacen quienes reciben este nombre?

– Desde luego, dijo. Se llama desagradecidos a quienes, habiendo recibido buen trato, no devuelven el favor pudiendo hacerla.

– ¿No te parece entonces que los desagradecidos se cuentan entre los injustos?

– A mí sí me lo parece.

– ¿Consideraste alguna vez sí, de la misma manera que parece injusto someter a esclavitud a los amigos, mientras que es justo esclavizar a los enemigos, así también es injusto ser ingrato con los amigos, pero, en cambio, es justo serlo con los enemigos?

– En efecto, dijo. Y me parece que el individuo que habiendo recibido favores de alguien, sea amigo o enemigo, no intenta devolverlos, es injusto.

– Entonces si las cosas son así, ¿no sería la ingratitud una injusticia evidente?

Estuvo de acuerdo.

-¿No sería, por tanto, un hombre tanto más injusto cuando habiendo recibido mayores favores no los devolviera?

También convino en ello.

– Según eso, ¿podríamos encontrar a alguien que haya recibido mayores beneficios que los hijos de los padres? A quienes los padres cuando no existían les dieron el ser, el poder ver tantas bellezas y participar de tantos bienes como los dioses procuran a los hombres, bienes que nos parecen tan valiosos que nos resistimos a abandonarlos más que ninguna otra cosa; y las ciudades han establecido la pena de muerte para los crímenes más graves en la idea de que no hay miedo a un mal mayor para reprimir el delito. Desde luego, no te imagines que los seres humanos engendran hijos por el placer sexual, porque si de eso se tratara, las calles están llenas de medios para satisfacerlos, como también están llenas las casas. Más bien es evidente que tomamos en consideración de qué mujeres podríamos tener los mejores hijos, y es con ellas con las que nos unimos para procrearlos. El hombre, por su parte, sustenta a la que está dispuesta a colaborar con él en la procreación y prepara para los hijos que van a nacer todo cuanto piensa que les va a ser útil durante la vida, y ello con la mayor abundancia que puede. La mujer, en cambio, tras haber concebido acepta la carga, aguantando molestias y poniendo en peligro su vida, comparte el mismo alimento con el que ella se sostiene, y, después de llevar el embarazo hasta su término con grandes trabajos, a continuación del parto lo mantiene y lo cría, sin haber recibido previamente ningún beneficio de él y sin que el retoño sepa de quién recibe buen trato ni pueda dar a entender qué le falta, sino que ella misma, conjeturando lo que le conviene y lo que le puede gustar, intenta satisfacerle y lo va criando durante mucho tiempo de día y de noche a costa de fatigas, sin saber qué agradecimiento recibirá por ello. Y no basta con criarlo únicamente, sino que además, cuando parece que los niños son ya capaces de aprender algo, los padres les enseñan lo que ellos mismos saben de bueno para la vida, o bien, si consideran que otro es más capaz de enseñarles, se los envían pagando los gastos, procurando por todos los medios que los hijos sean lo mejor posible.

A esto respondió el muchacho:

– Si, pero lo cierto es que aunque haya hecho todo eso y muchas cosas más, nadie podría soportar su mal carácter.

Entonces dijo Sócrates:

– ¿Tú qué crees que es más difícil de aguantar, la acritud de una fiera o la de una madre?

– Yo creo que la de una madre, al menos la de una como ésta.

– ¿Es que te hizo daño alguna vez, con un mordisco una coz, como les pasó a muchos con animales?

– ¡Por Zeus!, es que dice unas cosas que a uno no le gustaría oír en toda la vida.

-Y tú, dijo Sócrates, ¿cuántas veces crees que le ocasionaste noche y día molestias inaguantables de palabra y de obra siendo niño, y cuántas penas cuando estabas enfermo?

– Pero jamás le dije ni le hice nada de lo que pudiera avergonzarse.

– ¿Cómo? ¿Acaso crees que es para ti más difícil oír lo que ella dice que para los actores cuando se dicen entre dios en las tragedias las peores barbaridades?

– Pero es que, en mi opinión, como ellos no piensan mientras hablan que quien acusa esté acusando para castigar, ni que el que amenaza esté amenazando para hacer algún daño, lo soportan más fácilmente.

-¿Y tú, sabiendo perfectamente que lo que dice tu madre no sólo lo dice sin mala intención sino incluso porque quiere que seas más feliz que nadie, encima te irritas? ¿O crees realmente que tu madre tiene malas intenciones hacia ti?

– No, por cierto, eso desde luego no lo creo.

Entonces dijo Sócrates:

-Y tú de esa mujer que es buena contigo, que se preocupa todo lo que puede para que te pongas bien cuando estás enfermo y para que no te falte nada de lo que necesitas, que además suplica con insistencia a los dioses por tu bien y cumple las promesas que les hace por ti, ¿dices que tiene mal genio? Más bien creo que, si no puedes soportar a una madre así, es que no puedes soportar nada bueno. Dime, ¿crees que debes honrar a alguna otra persona, o estás dispuesto a no complacer ni obedecer a nadie, ni a un general ni a un magistrado?

– ¡Por Zeus! Por supuesto que no.

– Entonces, dijo Sócrates, ¿estás dispuesto a complacer también a tu vecino, para que te deje encender el fuego cuando lo necesites, para que participe contigo en las buenas situaciones y, en caso de accidente, te preste ayuda de cerca con buena voluntad?

– Yo sí, desde luego.

-Y si te encuentras con un compañero de viaje o de navegación, ¿te resultaría indiferente que fuera amigo o enemigo, o crees que deberías preocuparte de la buena voluntad de ambos?

– Desde luego.

-¿Estás dispuesto entonces a preocuparte de ellos, y no crees, en cambio, que debes honrar a tu madre, que te quiere más que nadie? ¿No sabes que la ciudad no se preocupa ni castiga ningún otro desagradecimiento, sino que hace la vista gorda a los que no agradecen el buen trato recibido, pero si alguien no respeta a los padres le inflige un castigo, lo inhabilita y lo excluye dc los cargos, convencida de que ni los sacrificios religiosos en favor de la ciudad serían piadosos si los ofreciera un hombre así, ni ninguna otra acción seria justa y bella realizada por él? Y, ¡por Zeus!, si alguien no cuida las tumbas de sus padres fallecidos, también la ciudad lo investiga en los exámenes de candidatos a cargos públicos. Por ello, tú, hijo mío, si eres sensato, pedirás a los dioses que te perdonen si en algo faltaste a tu madre, no vaya a ser que te consideren un desagradecido y no quieran hacerte bien; y en cuanto a los hombres, ten cuidado para que no se enteren de tu falta de atención a tus padres, no sea que te desprecien todos y te encuentres desamparado de amigos. Porque si sospecharan que eres un desagradecido con tus padres, ninguno de ellos esperaría recibir agradecimiento en caso de hacerte un favor."

2. En el mismo libro de Jenofonte, encontramos esta otra historia:

"- Aristarco, parece que tienes algún problema. Deberías dejar que tus amigos lo compartan, pues tal vez nosotros podríamos aliviarte.

Aristarco respondió:

– Efectivamente, Sócrates, me encuentro en un gran aprieto, pues desde que hay revolución en la ciudad y mucha gente ha huido al Pireo, se han concentrado en mi casa tantas hermanas, sobrinas y primas abandonadas que somos catorce sin contar la servidumbre. No sacamos nada, ni del campo porque lo ocupa el enemigo, ni de las viviendas por la escasez de habitantes en la ciudad. Los muebles nadie los compra, ni se puede pedir dinero prestado. En ninguna parte, sino que antes lo encontraría por la calle si lo buscara que no que me lo prestaran. Es muy triste, Sócrates, dejar que tus parientes se mueran, pero resulta imposible mantener a tanta gente en estas circunstancias.

Al oír estas palabras, intervino Sócrates:

– ¿Cómo es posible entonces que Ceramón pueda mantener a mucha gente, proporcionando lo necesario para él y para los suyos, que encima ahorre dinero y se haga rico, mientras tú por mantener a mucha gente temes que todos perezcáis por falta de subsistencias?

-Por Zeus!, es que él mantiene esclavos y yo gente libre.

-¿Y quiénes crees que son mejores, los libres de tu casa o los esclavos de casa de Ceramón?

– Yo pienso que son mejores los libres de mi casa.

– ¿No es entonces una vergüenza que él esté en la abundancia con gentes peores y tú con personas mucho mejores te encuentres en estrecheces?

– ¡Sí, por Zeus!, porque él mantiene artesanos, mientras que los míos están educados como personas libres.

– ¿Y no son artesanos los que han aprendido a hacer algo útil?

– Ciertamente.

– ¿No es útil la harina?

– Sí, mucho.

– ¿Y el pan?

– No lo es menos.

– ¿Y qué me dices de los mantos de hombre y de mujer, de las tuniquillas, las capas y las blusas? – Todo ello es muy útil.

– Entonces, las personas que hay en tu casa ¿no saben hacer nada de eso?

– Todas ellas, yo creo.

– ¿No sabes entonces que con una sola de ellas, la industria harinera, Nausicides no sólo se mantiene él y sus esclavos sino además muchos cerdos y vacas, y le sobra tanto dinero que a menudo corre con los gastos de los servicios públicos, y que con su fábrica de pan sustenta Cirebo a toda su familia y vive en la abundancia, Demeas de Colito con la manufactura de mantos, Menón fabricando bufandas y la mayoría de los megarenses se mantienen con la industria de las blusas?

– ¡Por Zeus!, es que ellos disponen de hombres bárbaros que han comprado para obligarles a trabajar en lo que venga bien, mientras que yo tengo gente libre y parientes.

¿Crees entonces que por ser libres y parientes tuyos no tienen que hacer otra cosa que comer y dormir? ¿Acaso ves que quienes viven así lo pasan mejor que las demás personas libres o que son más felices que quienes poseen conocimientos útiles para la vida y se ocupan de ellos? ¿O adviertes que la ociosidad y la negligencia ayudan a los hombres a aprender lo que les conviene saber, a recordar lo que han aprendido, a ser sanos y fuertes de cuerpo y a adquirir y conservar lo que es útil para la vida, y que, en cambio, el trabajo y la diligencia no sirven para nada? ¿Cómo aprendieron las mujeres las cosas que tú dices que saben, como algo que no es útil para la vida ni con la intención de ocuparse de ninguna de ellas, o, por el contrario, para dedicarse a ellas y sacar de ellas provecho? ¿Cómo podrían ser más sensatos los seres humanos, estando ociosos o bien ocupándose de cosas útiles? ¿Cómo serían más justos, trabajando o sin hacer nada, deliberando sobre la manera de subsistir? En realidad, en este momento ni tú las quieres a ellas ni ellas a ti, tú porque las consideras una carga y ellas porque se dan cuenta de que tú estás agobiado por ellas. De ahí sale el peligro de que el disgusto se vaya haciendo mayor y su primera gratitud vaya disminuyendo. En cambio, si las mandas algún trabajo, tú las estimarás al ver que son útiles para ti y ellas también te querrán al darse cuenta de que estás contento con ellas, y, recordando con más gusto los beneficios anteriores, aumentará el agradecimiento por ellos, y en consecuencia viviréis con más amor y confianza mutua. Ahora bien, si tuvieran que trabajar en algo vergonzoso, sería preferible la muerte, pero la realidad es que, por lo que se ve, ellas saben lo que parece más hermoso y más decente para una mujer. Todo el mundo trabaja con mayor facilidad, más rápidamente, mejor y con más gusto en aquello que sabe hacer. No temas por ello proponerles lo que va a beneficiaras a ti y a ellas. Seguramente, te escucharán gustosas, como es lógico.

– ¡Por los dioses!, respondió Aristarco, tan bien me parece que hablas que si antes no me lanzaba a pedir un préstamo, convencido de que después de gastar lo que recibiera no podría devolverlo, ahora creo que aceptaré el pedirlo como capital para el negocio.

La consecuencia fue que consiguió el capital y compró lana: trabajando almorzaban, después de trabajar cenaban, y en vez de caras largas estaban muy contentas, en vez de mirarse de reojo se miraban complacidos entre sí, ellas le querían como protector y él les tenía afecto porque eran útiles. Para terminar, un día se acercó a Sócrates y le contó divertido que ellas le echaban en cara que era el único de la casa que comía sin trabajar.

– ¿Por qué no les cuentas la fábula del perro? , le dijo Sócrates. Dicen que cuando los animales hablaban, la oveja le dijo a su amo: Es extraño lo que haces, porque a nosotras que te proporcionamos lana, corderos y queso, no nos das nada que no tomemos nosotras de la tierra, y en cambio al perro, que no te procura nada parecido, le haces partícipe de tu propia comida. Y que el perro al oírlo dijo: ¡Por Zeus!, es que yo soy quien os guarda para que no os roben los hombres ni los lobos os lleven, pues si yo no os protegiera, ni siquiera podríais pastar, por miedo a que os mataran. Dicen que entonces las ovejas estuvieron de acuerdo en que el perro tuviera trato preferente. Diles, pues, a tus parientas que eres como su perro guardián y cuidador, y que gracias a ti nadie les hace daño y pueden vivir trabajando con seguridad y a gusto."

3. En el primer Alcibíades, Sócrates trae al caso una fábula de Esopo:

"¿Quieres echar una mirada sobre la templanza de los lacedemonios, su modestia, su desembarazo, su dulzura, su magnanimidad, su igualdad de espíritu en todos los accidentes de la vida, sobre su valor, su firmeza, su paciencia en los trabajos, su noble emulación, su amor á la gloria? en todas estas cualidades tú eres un niño cotejado con ellos. Si quieres que miremos á las riquezas, porque creas tener por este lado alguna ventaja, voy á hablarte de ellas para hacerte conocer quién eres tú. No hay ninguna comparación entre nosotros y los lacedemonios, pues son ellos infinitamente más ricos. ¿Se atrevería ninguno de nosotros á comparar nuestras tierras con las de Esparta y de Mesena, que son mucho más extensas y mejores, y que mantienen un número infinito de esclavos sin contar los ilotas? Añade los caballos y los demás ganados que moran en los pastos de Mesena. Pero dejo esto aparte para hablarte sólo del oro y de la plata; toda la Grecia reunida tiene menos que Lacedemonia sola, porque hace tiempo el dinero de toda la Grecia y muchas veces el de los bárbaros entra en Lacedemonia y no sale jamás; y como la zorra dijo al león en las fábulas de Esopo: veo muy bien los pasos del dinero que entra en Lacedemonia, pero no veo los del que sale. También es cierto que los particulares son más ricos en Lacedemonia que en todo el resto de la Grecia, y que el rey es allí más rico que todos los particulares; porque además de los grandes bienes que tiene como suyos propios, se le pasa una cantidad considerable.

Pero si la riqueza de los lacedemonios aparece tan grande cotejada con la del resto de la Grecia, no es nada para con la del rey de Persia."

4. En el segundo Alcibíades o de la oración, viene al cuento un caso acaecido al rey Arquelao:

"Sócrates

Volvamos a nuestro punto de partida. Nuestro primer propósito era el distinguir los insensatos de los hombres sensatos, porque estamos de acuerdo en que hay hombres sensatos e insensatos; ¿no es así?

Alcibíades

Sí, estamos de acuerdo en eso.

Sócrates

Los hombres sensatos ¿no son, en tu opinión, los que saben lo que se debe hacer y decir?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

¿Y los insensatos los que no saben ni lo uno ni lo otro?

Alcibíades

Los mismos.

Sócrates

Y los que no saben ni lo uno ni lo otro, ¿dicen y hacen, sin conocerlo, lo que no se debe decir ni hacer?

Alcibíades

Así me lo parece.

Sócrates

Te decía, que Edipo era de este número, pero aún hoy día encontrarás muchos, que sin verse arrastrados como él por la cólera, pedirán a los dioses males, creyendo pedirles bienes. Porque, con respecto a Edipo, si no pedía bienes, tampoco creía pedirlos, mientras que otros hacen todos los días lo contrario; y sin ir más lejos, Alcibíades, si el dios a quien vas a orar se apareciese de repente, y antes que expresases tus deseos te preguntase, si estarías contento con ser rey de Atenas, y si esto te parecía demasiado poco, rey de toda la Grecia, y si aún no estabas contento, te prometiese la Europa entera, y añadiese, para satisfacer tu ambición, que en aquel mismo día el universo entero sabría que Alcibíades, hijo de Clinias, era rey; estoy persuadido de que saldrías del templo trasportado de alegría, como quien acaba de recibir el mayor de los bienes.

Alcibíades

Estoy convencido de eso, Sócrates, y de que cualquier otro experimentaría el mismo placer, si conseguía semejante fortuna.

Sócrates

Y sin embargo, tú no darías tu vida ni por el imperio de la Grecia entera, ni por el de los bárbaros.

Alcibíades

No, sin duda; ¿para qué?, si no había de poder disfrutarlo.

Sócrates

Y si tuvieras que disfrutarlo mal y de una manera que te fuera funesta, ¿lo querrías?

Alcibíades

De ninguna manera.

Sócrates

Ya ves que no es seguro aceptar al azar lo que se os ofrece, ni hacer por sí mismo súplicas, si es cosa que de este modo ha de venirle a uno alguna desgracia hasta la de perder la vida. Porque podría citarte muchos ambiciosos, que habiendo deseado con pasión la tiranía, sin perdonar ningún recurso para conseguirlo, como si fuera un bien, no han sacado otro fruto de su elevación, que el verse rodeados de asechanzas y perecer víctimas de ellas. Es imposible que no hayas oído hablar de lo que sucedió ayer, esta mañana misma. Arquelao, rey de Macedonia, tenía un favorito que amaba con pasión; este favorito, más enamorado del trono que lo estaba Arquelao de él, le mató para reinar, en su lugar, lisonjeándose de que desde aquel momento sería un hombre dichoso; pero apenas disfrutó tres o cuatro días de la tiranía, cuando sucumbió víctima de las asechanzas que fraguaron contra él otros ambiciosos. Y entre nuestros atenienses (refiriéndonos a hechos que no sabemos de oídas, sino que los hemos visto con nuestros propios ojos), ¡cuántos hay que después de haber deseado con ardor ser generales de ejército y haber obtenido lo que deseaban, viven ahora desterrados o han sido condenados a muerte! ¡Cuántos, cuya suerte nos ha parecido dichosa, han vivido en medio de infinitos peligros y de temores continuos, no sólo durante su mando, sino también después de volver a su patria, en donde han tenido que sostener contra sus delatores un sitio más cruel que todos los que hubiera podido sostener contra los enemigos del Estado!

5. En el libro cuarto de la República, cuenta como la cólera se opone a los deseos:

"- Por tanto, el alma de un hombre que tiene sed no desea otra cosa que beber, y eso es lo único a que tiende y se lanza.

– En efecto.

– Así, pues, si alguna vez, aun teniendo sed, algo tira de ella en sentido opuesto, es que hay en ella otro principio de abstinencia de la sed y distinto del que la empuja brutalmente hacia la bebida. Decíamos ya a este respecto que una misma cosa no puede producir efectos contrarios en relación con el mismo objeto y al mismo tiempo.

– Desde luego.

– De la misma manera, pienso yo, no sería lícito decir del arquero que sus manos rechazan y atraen el arco, sino que una de ellas lo rechaza y la otra lo atrae.

– Estás en lo cierto -dijo.

– ¿Podremos decir que algunas personas aun teniendo sed no desean beber?

– Claro que sí -afirmó-, pues son muchas y ello ocurre también en muchas ocasiones.

– ¿Qué explicación -pregunté- cabe entonces dar a esto? ¿Es que no hay en el alma de estas personas algo que las impulsa a beber y algo que las retiene? ¿Y no es este último principio más poderoso que el primero?

– Eso me parece a mí -replicó.

– Y cuando se origina ese principio que las impide beber, ¿no nace de la razón, en tanto que aquellos otros que las mueven y las arrastran tienen como cansa los padecimientos y las enfermedades?

– También parece ser así.

– No sin razón -dije yo-, hemos de estimar que se trata aquí de dos cosas diferentes, una de las cuales, que es la parte con que se razona, es el principio racional del alma, y la otra, aquello con lo que se desea, se siente hambre y sed. Este último principio también absorbe los demás apetitos y todo lo irracional y concupiscible, como amigo que es de las satisfacciones cumplidas y de los placeres.

– Es natural -asintió- que sea este nuestro pensamiento.

– Precisemos, pues -añadí-, estos dos principios que se encuentran en el alma. Mas, y la cólera y aquello con que nos encolerizamos, ¿deberá ser considerado como un tercer principio o antes bien de la misma naturaleza de los otros dos?

– Quizá -dijo- haya que hermanarlo con el apetito concupiscible.

Partes: 1, 2
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