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El desarrollo del panorama cultural cubano durante el siglo XVIII (página 2)


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El 9 de enero de 1793 se funda la Sociedad Económica de Amigos del País, heredera de la ya fundada en España. La preocupación primaria de la institución fue la de mejorar las condiciones de la enseñanza en Cuba. En ella se debatieron proyectos y se elaboraron memorias sobre los temas más urgentes de la sociedad criolla, con el objetivo de sus transformaciones y modernización. Esta Sociedad constituyó una necesidad imperiosa para el movimiento de ideas que en Cuba se gestó a finales del siglo XVIII; unió y proyectó los intereses transformadores de los ilustrados cubanos. Reunió en su seno a lo mejor del conocimiento del país dando especial impulso a la educación, al desarrollo de las artes y la ciencia a través de la fundación de otras instituciones de alto valor para la renovación científica y cultural que se llevaría a cabo posteriormente: la Sección de Educación de la Sociedad, la Academia de Dibujo y Pintura, el Jardín Botánico y el Museo Anatómico.

Como parte del proceso de desarrollo socio-cultural surge en Cuba, en 1723, el primer impreso cubano, el cual constituyó una publicación de carácter comercial, en forma de hojas sueltas, sin paginación, que no influyó de manera alguna en la educación cubana. No obstante, creó las bases para la obtención, por parte de la naciente clase privilegiada criolla, de un medio de expresión política, económica y cultural necesario en breve lapso de tiempo para hacerse valer por sí mismos.

Aparejado a lo anterior surge el antecedente de lo que sería luego nuestra literatura colonial, El Príncipe Jardinero y Fingido Cloridano, escrita por un residente en la isla, Santiago Pita; la cual se publicó por primera vez en Sevilla en 1730 y 1733. Esta obra, basada en una ópera italiana del mismo nombre, fue escrita en versos aunque mantuvo caracteres propios de aquella sociedad. En su contenido posee una trama simple exponiendo mayor riqueza de sentimientos y expresión, a través de un tono lírico más alto y una ornamentación barroca al agrado de su tiempo. Es más bien una historia de galanteos caballerescos, en una mítica Tracia muy distante a nuestra realidad colonial. Tampoco se descubre en ella un reflejo nacional, o sea, no se hace referencia al paisaje insular, ni a los caracteres, costumbres y fisonomía nuestra. No obstante su mitológica lejanía, aparecen palabras de procedencia americana que apuntan hacia un criollismo representado en la figura del criado Lamparón, que lo convierten en un personaje muy de la época del autor.

La libertad de comercio implantada durante los once meses de dominación británica mostró a los habitantes del país las posibilidades de desarrollar ampliamente la riqueza insular y fomentó la ambición de la naciente burguesía nativa.[2] En este periodo los intelectuales comienzan a interesarse por la conservación de la memoria histórica de la isla; el obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y José Martín Félix de Arrate, son figuras representativas de esta búsqueda del pasado en pos de la erudición.

La obra más importante del obispo Morell es la Historia de la Isla y Catedral de Cuba. En el siglo XVII la crónica religiosa es una de las formas que comúnmente adopta la historiografía, por lo que lógicamente la primera expresión historiográfica de Cuba coincide con una historia de sus iglesias. En esa obra demuestra su interés por Cuba, su preocupación por el pasado histórico de la colonia. Aunque no exalta los méritos de los criollos, sí logra contrastar hábilmente la actuación operativa de los sacerdotes nacidos en la Isla con la ineficaz actividad desplegada por el clero peninsular. Se comienzan a vislumbrar los primeros destellos de un sentimiento de nacionalidad distinta de la española a pesar de que su formación religiosa limite su quehacer historiográfico.

José Martín Félix de Arrate publica Llave del Nuevo Mundo, Antemural de las Indias Occidentales, en 1761, a través de la cual expone las ideas de la oligarquía habanera a la que pertenecía, de esta manera confirma su interés clasista de superar las trabas impuestas por las autoridades españolas a todo empeño intelectual proyectado por un criollo. Su esfuerzo no resulta baldío, ya que logra recabar copiosa información sobre la base de la consulta de fuentes documentales y bibliográficas de reconocido valor. Muchas veces sustituye el término criollo por la frase naturales del país, exaltando vivamente los valores y méritos de su patria natal. Este autor no escatima elogios al reseñar cuanto se han distinguido los oligarcas habaneros, a pesar de la discriminación impuesta por España. Asimismo no escapa a su observación la importancia que cobra dentro del marco socioeconómico de la Isla la fuerza de trabajo esclava; aunque no se manifiesta contra la introducción de los negros, sí marca observaciones en torno a la calidad de su trabajo y las posibles ventajas que se podían haber derivado de la conservación de los indígenas, constituyendo este uno de sus aportes más significativos.

El ascenso de la economía colonial, la aparición de la aristocracia criolla y el boom demográfico que siguió al proceso migratorio de estos años crearon las bases para la consolidación de la sociedad criolla lo que se revela a través del acrecentamiento urbanístico de La Habana y otras ciudades coloniales cubanas que exponen, aún hoy, el progreso arquitectónico y artístico, en general, alcanzado por la isla de Cuba en el periodo estudiado.

En comparación con el siglo XVII, la arquitectura fue predominantemente civil, siendo las construcciones más notables propiamente arquitectónicas, por lo que se estima al siglo XVIII como el más fecundo y representativo de la arquitectura doméstica y urbanística cubana, dada la cuantía de las muestras que han llegado hasta nuestros días. Estas obras, representadas en su mayoría por edificios, para la administración pública, y mansiones, en las que habitaron funcionarios, hacendados, comerciantes e industriales acaudalados, transformaron sustancialmente el aspecto de la capital, y, en menor grado, el de otras poblaciones de la Isla. Infinidad de casas modestas fueron demolidas y emplazadas por palacios de dos pisos, frecuentemente de dos plantas con entresuelo y planta alta, solución copiada de las casas de Cádiz, como ocurrió en los alrededores de la Plaza de Armas.

En esta etapa se evidencia la ampliación de las demarcaciones territoriales. Quizás la expresión más clara se tiene en la extensión de los límites de la ciudad de La Habana fuera de sus antiguas murallas. A partir del siglo XVIII la capital quedará dividida en intramuros y extramuros.

La Iglesia se mostró muy activa a costa de sus ingresos, las contribuciones de los vecinos pudientes y las limosnas de una población profundamente religiosa; se construyeron diversas iglesias y conventos en distintas ciudades cubanas figurando muchos de ellos entre los mejores exponentes de la arquitectura religiosa cubana del siglo XVIII. Las viejas iglesias y conventos renovaron sus edificios como sucedió con el de San Francisco, en La Habana.

Tanto las iglesias como las construcciones civiles del siglo XVIII alcanzaron un carácter local, colonial y criollo debido a la adaptación de los patrones ya establecidos en Europa, siendo estos europeos o no, a las necesidades climáticas de nuestra isla, pues requerían de espacios más amplios y frescos para sus interiores, lo que, ligado a la utilización de maderas preciosas cubanas y de la piedra caliza en los templos y viviendas, produjo un estilo arquitectónico barroco peculiar y único, del cual es emblemático monumento la Catedral de La Habana.

Durante este periodo se desarrolla considerablemente la talla en madera de los preciosos retablos barrocos laminados en oro, comunes en toda la isla, casi en su totalidad realizados por artistas desconocidos a excepción de algunos nombres, como, por ejemplo, el de Pedro Joshep Valdez que en 1770 firma uno de los altares de la Iglesia Santa María del Rosario[3]

En Cuba existen muestras de la presencia árabe que se nos revela a través del mudejarismo de las fachadas e interiores, los techos de alfarjes, de los que aún quedan muestras en las construcciones de La Habana, Remedios, Camagüey y Santiago de Cuba, levantadas estas entre los años 1617 y 1730. Cuba fue, sin lugar a duda, el espacio por excelencia para el desarrollo de este estilo morisco proveniente de Cádiz que se evidencia por la combinación de dos técnicas y materiales: los artesonados mudéjares y los muros de sillería. Esta influencia musulmana se mezcló con las concepciones llegadas de España, donde entonces comenzaba a manifestarse un peculiar estilo barroco muy recargado que solía llamarse churrigueresco.

La piedra empleada en los muros y hasta en las cúpulas, por su dureza y porosidad, no permitió la ornamentación del barroco español, es por ello que se observa menor cantidad de adorno en la fachada cubana del siglo XVIII. Donde más se acentúa este estilo mixto formado por el barroco y el mudéjar, adaptado a Cuba, es en la Catedral de La Habana; el trazado de sus molduras y los arcos mixtilíneos de las puertas son netamente descendientes del estilo sevillano, pero el sentido ondulado de la fachada es más bien churrigueresco. Es ese el caso también de los palacetes habaneros, civiles y oficiales, como La Casa de Correo, el Palacio del Gobernador o de los Capitanes Generales, el Palacio del Segundo Cabo o del Comandante de la Marina y la Mansión de los Condes Casa Bayona[4]Otra característica que exhiben estas mansiones es el vitral de medio punto, cuyos cristales a color permiten el aprovechamiento de la luz natural en la iluminación interior. Estos constituyeron el preludio del neoclasicismo cubano.

Durante el siglo XVIII la pintura contó con una presencia exigua. Su uso fue frecuente en pinturas de pared y en las cenefas de algunos palacios, así como en las fachadas de algunos comercios, tabernas y posadas. En las iglesias, por su parte, existieron talleres donde los mulatos y mestizos descendientes de libertos aprendían diversos oficios útiles al clero y a los sectores dominantes.

A partir de 1730 fue formándose en Cuba un grupo de artesanos criollos que se dedicaron al arte pictórico. Al principio no producían arte cubano, propiamente dicho, pues se dedicaron a copiar estampillas religiosas, según patrones españoles. No obstante, el surgimiento de artistas criollos, además de demostrar la existencia de una clientela en el país, contribuyó a la formación y estabilización general de un ambiente artístico y a la difusión de determinadas técnicas. Así surge la figura de Nicolás de la Escalera, primer pintor de renombre, que desarrolló en nuestro país el oficio gráfico y contribuyó a la formación de otros.

De la Escalera decoró los interiores de la iglesia de Santa María del Rosario y retrató a la familia Condes de Casa Bayona con su sirviente negro, quizás una de las pocas expresiones de carácter anecdótico en dicho periodo, por la incorporación, tanto la flora y fauna del país, como la imagen del negro[5]a los temas de la creación pictórica cubana. Su obra fue una copia de la pintura religiosa del barroco español, especialmente Bartolomé Esteban Murillo[6]con desproporciones muy evidentes en el diseño. Asimismo, hace composiciones en rombo creando el ambiente de la Santísima Trinidad; expresión prominente de su pintura es el reflejo del impulso eclesiástico a través de la representación de imágenes dulcificadoras en una sensual terrenalidad.

Dentro de este grupo artístico encontramos a Vicente Escobar, que desarrolló su obra en un periodo posterior aunque su aprendizaje y primeras obras son del siglo XVIII. Representa la tradición pictórica española y tiene su público, tanto en la burguesía criolla, como en la aristocracia española. Se dedica fundamentalmente al retrato por lo que se le considera el primer retratista en la pintura cubana, siendo su arte de gran valor por la alta preparación al captar la expresión del retratado de manera realista, lo que se demuestra en sus retratos de Lorenzo Allo y de Insta de Allo y Bermúdez.

Con relación al grabado se considera que se desarrolló también en este periodo puesto que las primeras tallas xilográficas, hasta ahora conocidas, se localizan, aunque en número reducido, en el siglo XVIII. Los primeros grabadores (europeos) que llegaron a la isla no eran considerados de primera fila aunque todos fueron buenos dibujantes y litógrafos. Juan Carlos Habré, Pierre Charles Canot, Dominique Serres, entre otros, fueron los artistas que acometieron en los talleres habaneros tan amplia y variada actividad, introducen tipos populares y, a la vez, crean hermosas piezas con vistas citadinas y paisajes, de manera que la representación logra adquirir niveles de permanencia incomparable; hay empleo frecuente de la iluminación, aunque al amplio uso de los colores se llega a mediados del XIX.

El primer impresor de quien se tienen noticias en La Habana fue el flamenco Juan Carlos Habré, cuyo taller se cree funcionó entre los años 1707 y 1727. Más que nada estuvo dedicado a la impresión y con tal oficio ha pasado a la historia, más no es de dudar que tuviera conocimientos de dibujo y estética en general.

Dominique Serres[7]desarrolló el grabado fundamentalmente descriptivo de batallas navales, sobre todo durante la Toma de La Habana por los ingleses, dejando estampados en litografía los diversos hechos allí sucedidos: Tropas inglesas desembarcando y Vista exterior del Morro.

Otra vertiente artística desarrollada en el siglo XVIII, esencial para el análisis del desarrollo de la cultura en este periodo, fue, sin lugar a dudas, la música. El más alto renombre en este apartado lo alcanza Esteban Salas, considerado el primer compositor cubano. Su música ocupó un marco histórico que toca los dos extremos estilísticos que existieron en la centuria: los finales del barroco y los inicios del clasicismo, marca la diferencia entre la música popular y la música culta. Su accionar abarca, además de la creación musical, una amplia labor social y cultural, de apreciado valor histórico, durante la etapa en que se encargó de la Capilla de Música de Santiago de Cuba. Escribió obras de carácter religioso, litúrgicas y no litúrgicas, en latín y en español. En las no litúrgicas se refleja, a través del bello texto poético de sus Cantadas y Villancicos, la flora, la fauna y la vida social en general de nuestra isla, siempre utilizando en sus partituras palabras en idioma español y no en italiano como era costumbre, llevando el villancico al máximo nivel de desarrollo, a pesar de la fuerte influencia italiana en su obra proveniente de los compositores españoles del siglo XVII.

Segmento importante en el panorama cultural cubano lo constituye el surgimiento de la música guajira o campesina, en el transcurso de este siglo. De fuerte influencia hispana, especialmente isleña o canaria, que, poco a poco, en su evolución, va adquiriendo una serie de caracteres criollos, como el uso de la décima como texto poético. Esta música criolla que, con la incorporación de la guitarra, se adapta mejor a los núcleos de población rural alejándose de las localidades urbanas, resultando una música propia de los hombres que trabajan en el campo, los guajiros.[8]

Como parte del auge de la esclavitud que se evidencia en este periodo, aparecen manifestaciones culturales de origen africano esenciales para el estudio de la música cubana. De esta manera encontramos los cabildos afrocubanos, los que constituyeron asociaciones de negros de nación, esclavos y libres, surgidas en los inicios de la esclavitud, y que se mantuvieron hasta el año 1884 en que fueron prohibidas por el gobierno colonial. A pesar de su prohibición, muchos de los cabildos se transformaron en cofradías, las que se mantuvieron hasta bien entrada la República. Aparentemente los cabildos tuvieron como finalidad el baile y la diversión, no obstante estas sociedades urbanas fueron, esencialmente, un medio de cohesión tribal de cada una de las culturas africanas presentes en Cuba y hogar de sus religiones cuyas ceremonias se enmascaraban como fiestas y diversiones. Estas festividades religiosas de los cabildos eran celebradas como verdaderos espectáculos de procesión dramática, las cuales eran permitidas los domingos. Cada 6 de enero tenía lugar una verdadera explosión de regocijo negro que llenaban las calles de La Habana y las principales poblaciones, ofreciendo una visión más pintoresca de nuestro pasado colonial.

En resumen, el siglo XVIII fue el momento más relevante de nuestra cultura colonial. La literatura, la arquitectura, la pintura, la música, son expresiones artísticas que enuncian la cristalización de, lo que luego se denominaría, estilo colonial cubano. Estos cambios cualitativos en el panorama cultural de la isla no fueron nada azarosos, todo lo contrario, tuvieron su génesis en acontecimientos sucedidos en el transcurso de la centuria: el surgimiento de una burguesía agrícola criolla, la toma de La Habana por los ingleses, y la independencia de los Estados Unidos, que a partir de ese periodo se convierte en el principal consumidor de los productos cubanos. Este resurgir económico trascendería ineludiblemente en el desarrollo del pensamiento de la naciente burguesía cubana la cual se proyectaría a la búsqueda de nuevos derroteros con vistas a exteriorizar su poder, soslayado por la metrópoli, y que se encauzaría a través de la Generación de 1792. Fue este movimiento científico, ideológico y cultural el que dio vida al primer proyecto de sociedad nacido de la reflexión interna, como muestra de la toma de conciencia de esa aristocracia cubana, portadora de la tradición criolla, de marcado sentido histórico y profundo sentimiento de comunidad patriótica, base teórica para el movimiento de las ideas que se daría en la sociedad cubana ya bien iniciado el siglo XIX.

Bibliografía

  • Fernández Muñiz, Áurea Matilde: Historia de España. Selección de Lecturas. 2 tomos, Editorial Félix Varela, La Habana, 2002.

  • González Acosta, Alejandro: El caso cubano, 500 años, cultura y nación. Revista Bohemia, año 84, No. 12 del 23 de marzo de 1992.

  • Juan, Adelaida de: Introducción a Cuba: Las Artes Plásticas. Instituto del Libro, La Habana, 1968.

  • León, Argeliers: Trabajos de Divulgación. Nos. 21-25, De la Academia de Ciencias de la República de Cuba, 1965.

  • Ortiz, Fernando: Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981.

  • Pichardo, Hortensia: Documentos para la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986.

  • Portuondo, Fernando: Historia de Cuba: 1492-1898. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986.

  • Portuondo, José Antonio: Bosquejo de las letras cubanas. Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana, 1960.

  • Torres Cuevas, Eduardo: En busca de la cubanidad (I). Revista Debates Americanos, No. 1, La Habana, enero-junio de 1995.

  • ____________________: En busca de la cubanidad (II). Revista Debates Americanos, No. 2, La Habana, julio-diciembre de 1986.

  • Torres-Cuevas, Eduardo y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898 Formación y Liberación de la Nación. Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana, 2001.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Tania Machado Martínez

[1] Torres-Cuevas, Eduardo y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898 Formación y Liberación de la Nación. Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana, 2001, p. 103.

[2] Portuondo, José Antonio: Bosquejo de las letras cubanas, Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana, 1960, p. 13.

[3] Olga López Núñez: Notas sobre un estudio de la pintura y escultura en Cuba. Siglos XVI, XVII y XVIII. Sitio Web Museo Nacional de Bellas Artes. 1987.

[4] José Bayona y Chacón intervino, junto al provisor del Obispado, ante el gobernador Guazo a favor de los vegueros alzados en 1720 por lo que obtuvo el título de Conde de Casa Bayona. Ver: La Guerra Libertadora de los Treinta Años, Emilio Roig de Leuchsenring, Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, 1958, p. 41.

[5] Mural en la Iglesia de Santa María del Rosario.

[6] Autor de: Niños comiendo sandía, La Inmaculada Concepción, Virgen María con el Niño, San Agustín lavando los pies a Cristo.

[7] (Gascuña, Francia ¿?) Su afición a la aventura y al mar, y el deseo de escapar de un destino eclesiástico hacen que huya de su casa paterna y se haga marino. Ya en 1752, cuando es apresado por los ingleses, capitaneaba un buque mercante; desde entonces cultiva su afición por la pintura. En la corte inglesa es fundador de la Royal Academy y nombrado Marine painter de Jorge III de Inglaterra. Es considerado un notable pintor de marinas, siguiendo la tradición de la escuela marinista inglesa fundada un siglo antes por Willem van Velde, el joven.

[8] Argeliers León: Trabajos de Divulgación, No. 24, De la Academia de Ciencias de la República de Cuba, 1965.

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