El desarrollo del panorama cultural cubano durante el siglo XVIII
Enviado por Tania Machado Martínez
Toda cultura es esencialmente un hecho social. No sólo en los planos de la vida actual, sino en los de su advenimiento histórico y en los de su devenir previsible. Toda cultura es dinámica. Y no sólo en su transplantación desde múltiples ambientes extraños al singular de Cuba, sino en sus transformaciones locales. Toda cultura es creadora, dinámica y social. Así es la de Cuba, aun cuando no se hayan definido bien sus expresiones características.
Fernando Ortiz, Los factores humanos de la cubanidad
A finales del siglo XVII ocurren hechos y fenómenos que marcarán un viraje en la manera de pensar de los hombres. A partir de ese momento va a imperar un rechazo a todo lo impuesto, los individuos sólo se admitirán lo que les llega a través de la razón por la que valoran todas las expresiones humanas. Este movimiento, al que se le denominó de la Ilustración, existió en Europa desde principios del siglo XVIII y removió los cimientos de la sociedad de la época. Política, economía, pensamiento, e incluso arte y cultura en general, fueron parte de este proceso, que envolvió en su desarrollo tanto a las grandes metrópolis europeas como a las más lejanas colonias de ultramar, hasta donde llegaron los destellos de lo que pasó a ser en la historia de la humanidad, el Siglo de las Luces.
En España, el siglo XVIII comienza con el estreno de la casa real borbónica procedente de Francia. La nueva dinastía favorece e impulsa la penetración de la cultura de la Ilustración francesa y logra que ese país se incorpore a la política y cultura europeas adaptando las corrientes del pensamiento reinantes en el orbe a su más cercano entorno. Asimismo llega a España la corriente artística neoclasicista, de un marcado carácter crítico, didáctico y moralizador imponiéndose al pesimista y superfluo barroco del siglo anterior, especialmente al abuso decorativo de su última fase: el rococó. Este novedoso movimiento estético es acogido por la naciente burguesía española como bandera para su expresión artística; a través de lo que significó el neoclasicismo, o sea, una vuelta a los contenidos grecorromanos, la aristocracia hispana buscó el equilibrio y la armonía entre los diferentes elementos de la sociedad.
El movimiento de la Ilustración llega a Hispanoamérica a través del pensamiento de hombres como Campomanes, Feijoo, Aranda, Floridablanca y Jovellanos, lo que tuvieron gran influencia en la cultura y política de las colonias americanas a partir de un grupo de reformas que proponían transformaciones sociales desde una abierta crítica tanto a la escolástica, como al aparato eclesiástico en general, promovido especialmente durante el reinado de Carlos III.
El pensamiento renovador político-social hispano creó gran interés en la sociedad cubana, sobre todo entre las más altas capas de la aristocracia criolla, apropiándose estas de todo un ideario de libertad y transformación en contra de la dominación y la intransigencia institucional impuesta desde la metrópoli.
Para el siglo XVIII la situación económica de Cuba dio muestras de un aumento progresivo evidenciado en el incremento de la producción tabacalera y azucarera desde 1713, asociado a las posibilidades comerciales que recibieron algunas ciudades de la isla, gracias a las reformas liberales impuestas por la metrópoli las que marcaron grandes diferencias entre los distintos territorios coloniales cubanos. Aparejado a este fenómeno se evidenció el auge del proceso demográfico cubano, que al decir de Eduardo Torres-Cuevas: "es el más intenso de los siglos coloniales y, mundialmente, sólo lo supera el de Estados Unidos"[1], dado por el doble proceso de inmigración ocurrido durante este periodo: proveniente de África, a través de la trata negrera, y la libre europea.
Esta última provocó la entrada a Cuba de hombres de oficio, trabajadores artesanales, mano de obra calificada de todas partes de Europa que propició el desarrollo de actividades ligadas a la manufactura: herrería, construcción y carpintería, entre otras, posibilitaron la creación de los centros históricos que, aún hoy se observan, en algunas ciudades cubanas.
La sociedad esclavista del siglo XVIII creó las bases para el importante cambio político, social y cultural que se daría en Cuba en la generación posterior ya que desde finales del siglo anterior, y como parte del proceso de materialización de los esfuerzos por dotar a Cuba de altos centros de estudios, surge el Colegio de San Carlos y San Ambrosio, en 1689, en La Habana, al que le siguieron el Seminario de San Basilio el Magno en Santiago de Cuba (1722) y la Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana (1728). Fueron estos baluartes religiosos, a través de los cuales la Iglesia mantuvo y acrecentó su poder sobre toda la vida social y cultural de la isla por medio de planes de estudios precarios y deficientes. No obstante, estos centros albergaron el saber y la erudición que colmaría la sociedad cubana al final de este periodo, favoreciendo el desarrollo educacional del país en etapas posteriores, gracias al profundo cuestionamiento intelectual hacia los métodos educacionales llevado a cabo por la Generación de 1792: José Agustín Caballero, Francisco de Arango y Parreño y Tomás Romay.
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