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El Poder monetario: alternativas para su gobierno democratico

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    1. Introducción

    En nuestras sociedades modernas confluyen muchas expresiones de concentración del poder y de la riqueza de las que se derivan graves hipotecas para la mayoría de la población. En el caso particular de las relaciones económicas esos fenómenos de concentración son mucho más palpables, más evidentes y así mismo especialmente trascendentes, pues llevan consigo mermas sustanciales de bienestar y un desenvolvimiento tan ineficaz como injusto de las relaciones económicas.

    Las desigualdades crecientes; el funcionamiento de los mercados cada vez más imperfecto y menos respetuoso con las reglas de la competencia; la asimetría con que funciona el comercio internacional, regulado por normas dictadas para salvaguardar los intereses de los países más ricos y que éstos mismos se saltan cuando mejor les conviene; la desprotección de los consumidores frente a los productores; o la destrucción del entorno natural son algunos ejemplos de los efectos que produce la concentración de riqueza y poder en el mundo económico.

    Pero, siendo cualquiera de ellos suficientemente expresivo de los males que acarrea esa concentración, me parece que ninguno tiene una importancia tan grande y una naturaleza tan significativa como la que tiene el fenómeno de concentración de los recursos monetarios que se produce de la mano de una hipertrofia espectacular de la circulación financiera que es característica de las economías de nuestra época.

    Como consecuencia de una serie de factores que comentaré más adelante se ha producido efectivamente un incremento extraordinario de los medios de pago, es decir, del dinero, lo que ha hecho que la circulación financiera o monetaria haya alcanzado un volumen completamente desproporcionado respecto de la circulación real de bienes y servicios.

    Trataré de sintetizar en este trabajo las causas que han originado estos procesos así como sus principales consecuencias para terminar proponiendo alguna de las vías de actuación que podrían permitir erradicar sus efectos más negativos sobre la actividad económica y el bienestar social.

    2. Los orígenes del nuevo poder monetario

    El origen del nuevo poder monetario es doble. Por un lado, una serie de transformaciones económicas que implicaron el desproporcionado incremento de la masa monetaria, la aparición de nuevas y muy rentables formas de títulos financieros que la acompañó y, como consecuencia de ambas circunstancias, la aparición de un lugar privilegiado del beneficio, un universo económico de altísima rentabilidad que podía compensar sobradamente el riesgo así mismo elevado que llevaba consigo operar en los nuevos mercados financieros.

    Sin embargo, ni tan siquiera el extraordinario crecimiento cuantitativo de los flujos financieros hubiera justificado por sí mismo que pudiéramos hablar de un auténtico nuevo tipo de poder. Fue necesario, por otro lado, que los Estados renunciaran a la regulación monetaria (salvo a la que, justamente, es necesario llevar a cabo para dar la máxima libertad de movimientos de los capitales y recursos financieros), y que la propia des-institucionalización del dinero derivase en unas condiciones de apropiación y circulación capaces por sí mismas de imponer un orden propio, o como algunos lo han llamado, un desorden, un auténtico no-orden que suele ser consustancial a los poderes difusos y no democráticos como el monetario.

    2.1. Cambios cuantitativos

    Aunque el proceso de compulsiva expansión monetaria comenzó ya a lo largo de los años sesenta, es en la década de los años ochenta cuando el proceso se hace mucho más visible y potente. Desde 1980, por ejemplo, el valor de la actividad financiera ha crecido 2,5 veces más rápido que el PIB agregado de los países industriales más ricos, y las transacciones de divisas, bonos y acciones lo han hecho 5 veces más[1].

    El mercado de divisas muestra, quizá más claramente que ningún otro mercado financiero, el vertiginoso crecimiento de las operaciones y su progresiva desvinculación de las operaciones de intercambio real.

    En el año 1960 se calcula que se registraban diariamente operaciones por valor de 15.000 millones de dólares, en 1980 por valor de 60.000 y en 1995 por 1,5 billones, una cantidad que contrasta con los alrededor de 650.000 millones de dólares que en este último año que representaban las reservas en divisas de los países industriales, y que muestra así mismo el grado de desestatalización de las operaciones, así como su desvinculación de las operaciones de intercambio de bienes o servicios. Si en lugar de divisas nos refiriésemos al conjunto de activos financieros, el volumen del que está en manos privadas es más de cinco veces mayor que el que poseen los gobiernos

    Debe tenerse en cuenta, además, que este crecimiento del flujo de operaciones financieras que en realidad ha consistido en negociar cada vez más nuevas formas de títulos financieros, o comenzar a negociar títulos que antes eran no negociables, no ha llegado a su final. Hoy día se calcula que sólo en la Unión Europea hay unos 13 billones de dólares en instrumentos financieros actualmente no negociables pero que, si continua la tónica actual, sin duda llegarán a serlo en un futuro más o menos inmediato.

    La financierización de las relaciones económicas incluso se manifiesta en la composición del patrimonio familiar. En Francia el patrimonio financiero medio de las familias (títulos, acciones, bonos, etc.) ya fue superior en 1998 al patrimonio material (vivienda, joyas,…).

    Como he señalado, el crecimiento de los flujos financieros no ha sido solamente de carácter cuantitativo, sino que lo auténticamente distintivo ha sido que se ha modificado la naturaleza de los propios flujos y de las operaciones que se llevan a cabo, y la aparición de nuevas formas de dinero que al aparecer han traído consigo el nuevo régimen de creación y posesión de los recursos financieros, de decisión sobre el universo financiero y de impacto de la moneda sobre el conjunto de la economía.

    La participación de los principales tipos de títulos en el total de las operaciones financieras ha sido la siguiente:

    1991 2000

    Préstamos bancarios 1,9 0,9

    Obligaciones 41,4 38,2

    Acciones 28,9 60,4

    Como puede comprobarse se trata no sólo del crecimiento espectacular del conjunto de las operaciones financieras sino que se ha modificado el tipo de operaciones, fundamentalmente por el incremento que se ha producido la compra y venta de acciones. En Estados Unidos el valor total de estas operaciones representaba el 20% del PIB en 1990, y pasó a ser el 40% en el año 2000.

    Da idea también del ritmo de crecimiento de estas operaciones el que los ingresos al Departamento del Tesoro USA por impuestos sobre ganancias de capital hubieran subido de 44.000 millones de dólares en 1995 a 100.000 millones en sólo tres años[2].

    Las causas generales que han dado lugar al incremento de la magnitud de los flujos financieros son variadas pero pueden resumirse en las siguientes:

    a) El endeudamiento generalizado que hizo necesario multiplicar la oferta de dinero.

    b) A partir de los años setenta, el incremento de la circulación ociosa de dólares en los mercados internacionales como consecuencia de la millonaria inyección de petrodólares y del exceso de oferta de dólares que provocó el fortalecimiento de las economías de los demás países occidentales (cuyas monedas sustituyeron al dólar en un parte importante de los pagos internacionales).

    c) La enorme concentración de capitales que se fue produciendo en manos de las grandes compañías multinacionales, en los bancos y compañías de seguros y más adelante en los fondos de pensiones.

    d) La generalización de las nuevas tecnologías de la información que permiten realizar las operaciones financieras en cualquier lugar del mundo con vertiginosa inmediatez, con instantaneidad y reciprocidad, lo que hace posible multiplicar el número de operaciones y, además, operar incesantemente, pues desaparecen las distancias y los límites espaciales a la inversión financiera.

    e) La tendencia a la búsqueda de la mayor liquidez posible que llevó a negociar cualquier título capaz de ser cotizado en un mercado por estrecho que fuese. Como se ha dicho, "cualquier cosa resultaba atractiva para convertirse en dinero".

    2.2. Cambios en la naturaleza de la actividad financiera

    Entre las modificaciones de carácter cualitativo que se han producido acompañando al incremento cuantitativo de los flujos financieros se deben destacar las siguientes.

    a) La inmediatez a la que ya he hecho referencia como consecuencia de la aplicación de las nuevas tecnologías.

    b) La disminución del protagonismo de los bancos en su papel de oferentes de crédito, precisamente como consecuencia de que se han generalizado otras formas de dinero que no provienen de la actividad bancaria tradicional. No se trata de un cambio superficial ni mucho menos. Cuando los bancos y el crédito que ofertan, el dinero bancario, constituye el componente principal de los flujos y de las operaciones financieras, el estado natural de los mercados financieros es de otro tipo. Efectivamente, en el desarrollo de lo que era su actividad tradicional, los bancos suelen mantener sus títulos hasta que llegue el momento de su vencimiento, lo que implica que están interesados, o quizá mejor decir, que al negocio bancario le interesa entonces que se mantenga la máxima estabilidad a medio y largo plazo, porque esa es la forma de que realicen finalmente sus títulos sin problemas.

    c) Paralelamente, se produce un creciente protagonismo de los llamados "inversores institucionales" (fondos de inversión, compañías de seguros,…), es decir, empresas que se constituyen para recoger fondos ajenos y a partir de los cuales operar en los mercados financieros. Estos inversores no prestan como los bancos para que quien reciba el dinero realice la inversión, sino que reciben prestado y ellas son las que constituyen grandes fondos que utilizan para aumentar el rendimiento de los capitales que han recibido. Y a diferencia de lo que por lo general ocurría antes(o ahora) con quien recibe un préstamo, los inversores institucionales no reciben el dinero para hacer inversiones reales, sino para comprar otro dinero obteniendo rendimiento en la operación: no operan cambiando el papel por mercancías, sino papel por papel. Mientras que en el régimen financiero en el que predominaba el negocio bancario tradicional la estabilidad era el estado más favorable para obtener rentabilidad del dinero bancario, la forma de actuar de estos inversores institucionales implica una búsqueda incesante y lo más inmediata posible de rentabilidad y liquidez y eso provoca una gran inestabilidad.

    Lo que constituye una extraordinaria paradoja que hay que entender para saber lo que ocurre en este nuevo universo financiero es que la inestabilidad no es sólo el efecto de la actuación de estos inversores, sino también la condición que permite obtener beneficios inmediatos, elevados y proporcionados al inmenso caudal de recursos ajenos que movilizan. De la continua inestabilidad, de las alzas y subidas que permanentemente se puedan producir es de donde puede obtenerse rendimiento: el riesgo y la inestabilidad se convierten, por lo tanto, en la nota consustancial de los nuevo mercados financieros porque es la consecuencia de la especulación generalizada en que consiste el nuevo tipo de actividad financiera pero, además, su imprescindible caldo de cultivo.

    El crecimiento espectacular del papel de estos inversores institucionales lo muestra el hecho de que el total de sus operaciones representaba en 1980 el 59% del PÎB de Estados Unidos y en 1993 ya había pasado a ser el 126% y en 2000 el 207%.

    d) Como acabo de señalar, los inversores institucionales basan su negocio en vender cuanto antes y con la ganancia más elevada posible los títulos que han adquirido en los mercados. Eso quiere decir que les interesa operar con títulos que sean muy líquidos, es decir que puedan venderse fácilmente. Se trata también de un fenómeno paradójico. Por un lado, y para ampliar el negocio, requieren más títulos, pero los nuevos títulos a los que podrían acceder son menos líquidos. El problema consiste en hacer líquidos títulos que no lo eran y eso se consigue a través de lo que se conoce como "securitización", que no es sino la generación de productos financieros "derivados" unos de otros, haciendo así negociable lo que antes no lo era, cubriendo con nuevo papel el papel de antes al que ahora se le puede dar salida porque se dispone del nuevo. Se trata, sin duda, de un proceso demasiado complejo por evidente que cuesta bastante entender a las personas normales pero que puede explicarse si se visualizan las compras que las empresas hacen de las acciones de sus propia empresa, o de su grupo de empresas para luego venderlas y volver a comprarlas y así ir aumentando los rendimientos sin que haya habido cambio alguno en la estructura real, en el patrimonio efectivo ni, por supuesto, en la producción real que realiza, si es que se trata de títulos que tengan que ver con empresas que fabriquen algo, puesto que al tratarse de operaciones de papel sobre papel no tienen por qué tener nada real en la base, quizá tan sólo la expectativa de que alguien pueda estar interesado en adquirirlas en otro momento.

    Entre los inversores institucionales que llevan al extremo este tipo de operaciones se encuentran los llamados hedge funds o fondos inmunizados, que gracias a la liquidez que les proporcionan los préstamos que reciben tratan de lograr más liquidez (en operaciones que se denominan de "apalancamiento") generando para ello nuevos productos, nuevas inversiones prácticamente a la medida de cada cliente.

    Estos fondos han llegado a utilizar hasta 250 veces su propio capital, pero implican un paroxismo especulativo tan elevado y asumen un riesgo tan alto que no están exentos del peligro cierto de quebrar como ocurriera en 1998 con Long-Term Capital Management (LTCM). A pesar de que entre sus responsables se encontraban dos Premio Nobel y un ex presidente de la Reserva Federal que siempre habían defendido la libertad de mercado, los beneficios de la competencia y la perversidad de la intervención estatal, fue la Reserva Federal quien rescató a LTCM.

    – Un inevitable corolario de lo que vengo señalando es que al incesante crecimiento de los flujos financieros haya seguido la práctica desaparición de fronteras entre los mercados de capitales. Puesto que los inversores no pueden desaprovechar la más mínima opción de ganancia es inevitable actuar en todos los mercados y en todo momento, algo que, como he dicho, es ya posible gracias a las redes telemáticas. Así, se ha tejido una red inextricable de operaciones que constituyen la suma de actuaciones en muchos submercados fragmentados

    – Finalmente, hay que tener en cuenta que estos procesos se han desenvuelto en un contexto general muy específico: el de una extraordinaria influencia del dólar (y por ende de toda la política monetaria estadounidense) sobre el conjunto de los mercados internacionales. Gracias a que el dólar ha actuado y prácticamente actúa como moneda de reserva mundial, gracias al enorme poderío económico de Estados Unidos y gracias también a su influencia política en todo el planeta, han podido realizar en los últimos decenios una política monetaria, y en general una política económica, orientada a atraer capitales a Estados Unidos y que ha provocado una gran inestabilidad en los mercados financieros. Gracias a ello Estados Unidos ha mantenido una gran influencia monetaria y sus capitales financieros han obtenido grandes ganancias pero, al mismo tiempo, ha transmitido inestabilidad no sólo a los mercados financieros, lo que podía ser positivo desde el punto de vista de la rentabilidad financiera que allí se obtiene, sino a los mercados reales y al conjunto de las economías, lo que le resulta problemático porque sus empresas que operan en la economía real dependen de la salud financiera de los demás. En estas contradictorias relaciones entre el tipo de condiciones que necesita la rentabilización de los capitales financieros y las que precisan los capitales reales radican algunos de los problemas más graves que ocasiona la financierización de nuestras economías.

    2.3. De la financierización al poder monetario

    Como he dicho, el proceso de financierización que ha caracterizado a la economía mundial en los últimos treinta años no sólo es el resultado de cambios en la estructura productiva o en la naturaleza de las relaciones y actividades financieras. Su aspecto más relevante es que ha implicado un nuevo tipo de poder, una forma diferente de gobernar las relaciones económicas, nuevos sujetos decisores, nuevos valores vinculados a él y consecuencias no sólo económico financieras sino puramente políticas en tanto que cualquiera de las dimensiones del poder, como es la monetaria, condiciona la manera en que se plantean y resuelven todos y cada uno de los problemas sociales, que es lo que de forma más elemental se entiende por política.

    Lo que ha permitido que todo eso surja y, en definitiva, la fuente última del nuevo poder monetario, ha sido la nueva regulación del orden financiero orientada básicamente a lograr dos grandes objetivos. En primer lugar, que los Estados abdicaran de su capacidad de regular el universo monetario, es decir, la desaparición del poder del dinero como una extensión del poder estatal, siempre sometido a interferencias, a negociación y a cierta exigencia de transparencia y, por lo tanto, siempre incómodo para un mundo financiero que necesitaba de plena libertad para conseguir rendimientos sin límites. En segundo lugar, establecer el régimen que concediera la más plena autonomía y libertad de movimientos al capital financiero para aprovechar así todas las inmensas oportunidades de beneficio que se genera en una economía financierizada.

    Los cambios legales necesarios se han llevado a cabo con extraordinaria disciplina y diligencia por todos los países del planeta, prácticamente sin excepción, comandados por organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, fieles guardianes de la ortodoxia monetarista y sumos intérpretes del elemental catecismo liberal que ha servido de cobertura ideológica para que no fuese demasiado evidente e injustificado el virtual traspaso de poderes que se ha producido.

    La actuación reguladora que se ha llevado a cabo se ha referido a cinco ámbitos principales.

    a) La mencionada plena libertad de movimientos de capital que ha permitido expatriar los capitales, conformar una nueva geografía mundial del dinero y lograr el sueño de hacer del planeta un único mercado.

    b) La privatización de la práctica totalidad de los sistemas financieros para poner en manos del capital privado los recursos que habían sido públicos, en la mayoría de las ocasiones, reforzando de manera incluso grosera a los grupos económicos ya más poderosos o incluso generando otros nuevos al calor de las mafias paraestateles.

    c) La liberalización del acceso al ahorro privado y público, especialmente en el caso de las pensiones, que ha permitido que los grupos financieros privados se hayan hecho con un auténtico botín proveniente del ahorro familiar que constituye el saco sin fondo del que salen las operaciones especulativas que proporcionan ganancias millonarias a los propietarios o gestores de los fondos y no a sus auténticos generadores[3].

    d) El establecimiento de regímenes de autonomía de los bancos centrales que, aunque en el nuevo régimen monetario pierden gran parte de su eficacia regulatoria como analizaré más adelante, se han podido constituir en instancias de decisión completamente ajenas al control democrático.

    e) Finalmente, se ha establecido como un estricto criterio de política económica la necesidad de combatir la inflación, lo que ha permitido mantener una constante tensión al alza de los tipos de interés y, en general, políticas claramente favorecedoras de los poseedores de recursos financieros.

    Como en otros ámbitos de la política social, para poder consolidar el nuevo orden, en este caso monetario, se ha hecho una auténtico ejercicio de intervencionismo estatal, mostrándose así que no es cierto que se haya renunciado a lal regulación pública, sino que se ha logrado que ésta se haga de acuerdo con otros intereses, con otros objetivos y con resultados distributivos también diferentes. No es cierto, pues, que el nuevo escenario monetario sea el resultado de más libertad, sino de una exigencia de intervención gubernamental orientada a generar una arquitectura social diferente; no se ha producido en realidad una des-regulación de las finanzas sino que se ha establecido un nuevo orden con una potentísima regulación, si bien ésta es de otra naturaleza y con una ética distinta.

    Analizaré a continuación cuáles son sus efectos, manifestaciones y consecuencias más importantes.

    3. Las consecuencias de la financierización

    Las modificaciones en el orden monetario internacional a las que me acabo de referir han provocado efectos muy importantes sobre el desarrollo general de la actividad económica, sobre la regulación monetaria y el papel de la política monetaria y sobre las condiciones generales en que puede llevarse a cabo el gobierno democrático de las sociedades modernas. A todos ellos me refiero a continuación de manera sintética.

    3.1. La financierización de la actividad económica

    La hipertrofia de los flujos financieros y la generación de un auténtico espacio privilegiado del beneficio en la circulación monetaria ha modificado en una gran medida el propio desenvolvimiento de la economía en general y las condiciones de entorno en las que se llevan a cabo los procesos de asignación y distribución de recursos, y de esos cambios se han derivado necesariamente efectos sobre la pauta de distribución, es decir, sobre el grado en que cada grupo social se apropia de los frutos del crecimiento y la acumulación.

    Distinguiré seis principales ámbitos en los que estos procesos se han manifestado.

    a) Deterioro de la economía real. Las consecuencias de la generalización de la especulación financiera y del hecho de que con ella se puedan obtener rendimientos mucho más elevados que los que proporciona la creación de riqueza material son obvias: un drenaje permanente de recursos hacia los circuitos financieros y una subsiguiente pérdida de fuerza de la inversión real. El cálculo económico más elemental lleva a los inversores a optar por la inversión financiera cuando ésta es más rentable y eso es lo que ha provocado que los periodos en los que ha ido aumentando vertiginosamente la especulación financiera hayan coincidido con la época en la que el crecimiento económico se ha resentido más.

    A eso hay que añadir que la progresiva concentración de recursos e intereses en los flujos financieros ha impuesto a los gobiernos la aplicación de políticas deflacionistas, es decir, orientadas a combatir la inflación, generalizadas. La razón de que se hayan impuesto estas políticas es triple. Por un lado, tratan de evitar que se erosione el valor del patrimonio financiero acumulado por los poseedores de títulos de todo tipo. Por otro, deben instrumentarse con tipos de interés elevados (porque se dice que la subida de precios es consecuencia de un exceso de circulación monetaria y por eso se encarece el recurso al crédito), lo que significa una retribución mayor del dinero y del conjunto de activos financieros que beneficia a sus poseedores. Por último, imponen continuas reducciones de costes salariales (porque los consideran causantes de las alzas de precios) para generar más beneficio y por lo tanto mayores recursos para rentabilizar en operaciones financieras[4].

    La otra cara de estas políticas es el declive económico que llevan consigo. Tipos de interés elevados deprimen la inversión y encarecen el crédito destinado a financiar la actividad productiva, la reducción salarial debilita la demanda global y ello lleva consigo más paro, empleos más precarios y, en general, una tónica de débil crecimiento y expansión económica.

    Además, la financierización implica altas tasas de rentabilidad porque está asociada a un alto riesgo, y ese nivel tan alto de inseguridad y riesgo no se queda en el flujo financiero sino que se transmite al conjunto de la economía, contribuyendo así a que los ciclos económicos se hagan más recurrentes y agudos y a que en todo el sistema haya una permanente inestabilidad.

    b) Modificación en el sistema financiero y de pagos

    Las funciones tradicionales de los sistemas financieros eran la de movilizar el ahorro para transformarlo en inversión productiva, la de facilitar el intercambio mundial de mercancías y la de proteger a los sujetos económicos frente al riesgo. Sin embargo, la financierización altera radicalmente este papel.

    Los bancos se dedican, en lugar de a facilitar el transito de los recursos desde el ahorro a la inversión, a gestionar y colocar títulos en los mercados financieros. Incluso los bancos centrales realizan operaciones especulativas, muchas veces, muy cercanas a lo delictivo. Como indica Gowan[5] según un informe realizado en 1996 de la Unión de Bancos Suizos, "no menos de ocho bancos públicos eran "inversores estratégicos" en el LTCM".

    Los cambios que se han producido en el tipo de actividad financiera que es predominante en el régimen financierizado actual (que como he dicho implica pasar del protagonismo del dinero bancario a la generalización de las operaciones de compra y venta de todo tipo de títulos financieros) modifican también el papel que juegan los tipos de interés en la economía. Antes, la política de tipos de interés podía ser utilizada con bastante eficacia en el gobierno de la masa monetaria, porque la oferta y la demanda de dinero bancario respondía suficientemente bien a sus modificaciones. Hoy día, las operaciones que se realizan en los mercados financieros, mucho más atomizados y fragmentados, pueden eludir mucho más fácilmente la disciplina monetaria impuesta a través de los tipos de interés, precisamente, porque se trata de operaciones concebidas expresamente para jugar con las variaciones en los precios de los títulos y con las oscilaciones en los tipos de interés. Es decir, los tipos de interés ya no son la batuta que dirige los movimientos de la masa monetaria, sino el indicador que expresa hacia donde tiene que moverse la inversión para lograr rentabilidad cualquiera que sea su evolución, al alza o a la baja, porque en ambos sentidos puede ser rentable una operación.

    Por último, la generalizada utilización de los mercados de divisas para especular en lugar de para facilitar el intercambio comercial implica que los tipos de cambio sean cada vez más dependientes o resultado de los movimientos financieros especulativos en lugar de derivarse del estado de los movimientos reales. Eso es especialmente dañino en economías de mercado en donde se supone que los precios juegan un papel determinante como indicadores y referentes para la asignación eficiente de los recursos. Significa, pues, que una secuela desgraciada de la hipertrofia financiera y de la especulación generalizada que conlleva es la imposibilidad de que los mercados internacionales de bienes y servicio funcionen eficientemente porque su mecanismo de fijación de los precios está viciado, se ve alterado por los movimientos que les impone el flujo financiero.

    c) Cambios en la gestión empresarial y en sus resultados

    Cuando el negocio financiero básico radicaba en la generación del dinero bancario concediendo prestamos a los agentes económicos, los oferentes de dinero estaban principalmente interesados en que los prestatarios tuviesen la mayor solvencia posible, de ahí que se impusiese una lógica de estabilidad y fortaleza económica. Por el contrario, en el régimen predominante del dinero financiero los inversores institucionales están especialmente interesados en que los títulos que pueden ser objeto de compra o venta tengan el mayor atractivo posible desde el punto de vista de su rendimiento. Eso es lo que lleva a que el tipo de lógica que los inversiones financieros imponen a las empresas sea la que obliga a generar el mayor beneficio inmediato. Por eso, la generalización de la inversión financiera institucional ha traído consigo un tipo de gestión empresarial novedosa y diferenciada, orientada sobre todo a facilitar la colocación de los títulos, bien gracias a presentar rendimientos muy elevados a corto plazo, bien inflando artificialmente las expectativas de la empresa en los mercados. Este tipo de estrategias son las que han hecho crecer desmesuradamente la cotización de las empresas, aunque su actividad real apenas si se modificara y eso ha sido lo que ha dado lugar a la llamada Nueva Economía, al éxito de las empresas puntocom y al incremento espectacular de los registros de beneficios empresariales en los últimos años.

    Detrás de ello, sin embargo, hay un inflación permanente de las expectativas y un irreal crecimiento del valor de las empresas que a la postre no ha podido sino quebrarse recurrentemente, provocando la sucesión permanente de episodios alcistas y crisis bursátiles.

    d) La americanización de la economía global

    La financierización de la actividad económica ha venido de la mano, tal y como ya he señalado, de la práctica desaparición de todo tipo de fronteras para el capital y las operaciones financieras. Pero detrás de la aparente completa globalización se produce un reforzamiento muy importante y significativo de la lógica de imperio que impone Estados Unidos en el conjunto de las finanzas internacionales.

    No hay forma más cruda y sincera de señalar la evidencia del anterior juicio que las palabras de Madeleine Albright: "Para que la mundialización funcione, los Estados Unidos no deben tener miedo de actuar como la superpotencia invencible que son… La mano invisible del mercado no funcionará jamás sin un puño invisible. McDonald´s no puede extenderse sin McDonnell Douglas, el fabricante del F15. El puño invisible que garantiza la seguridad mundial de las tecnologías de Silicon Valley se llama ejército, la fuerza aérea, la fuerza naval y el cuerpo de marines de los Estados Unidos"[6].

    Efectivamente, no hay más remedio que reconocer que la globalización financiera es básicamente una americanización que se manifiesta en múltiples aspectos: sobre todo, en la utilización que ha realizado Estados Unidos de su gran poder financiero, económico y político para gobernar la política monetaria y toda la política económica en su propio interés pero haciendo descargar los costes de esas políticas en el resto de los países[7]. Y, en particular, en la generalización de las políticas nacionales impuestas desde los organismos internacionales que Estados Unidos controla directamente, incluso en la tendencia a homogeneizar el derecho mercantil del resto del mundo para acoplarlo a la tradición norteamericana, o en la progresiva imposición de reglas y procedimientos provenientes de Estados Unidos relativos a las prácticas judiciales, de auditoria, clasificación crediticia, contabilidad, etc. que terminan por suministrar el traje con el que se revisten las relaciones financieras internacionales[8].

    En general, ha ocurrido además que la gran influencia de Estados Unidos no ha servido para incorporar plenamente a los demás territorios en la geografía de las relaciones financieras internacionales sino en condiciones que se han denominado de "imperialismo ostracista"[9], por cuanto que no han implicado una auténtica implicación del conjunto de los espacios económicos con la dirección impuesta por los intereses norteamericanos, y eso hace que, bajo la apariencia de un mundo globalizado exista una realidad de enorme fragmentación y de vínculos económicos extraordinariamente débiles pues la inmensa mayoría de los territorios se limitan a poner simplemente a disposición del centro del imperio sus recursos, sin poder sentarse nunca en la mesa del superpoder norteamericano.

    e) Incremento de la corrupción y de la economía criminal

    Una secuela inevitable de la tremenda e improductiva expansión de los medios de pago ha sido la canalización de inmensos flujos de dinero hacia actividades ilegales y criminales que, paradójicamente, han sido permitidas por los propios gobiernos, y en particular, por el de Estados Unidos que siempre se opuso a lo que llama "injerencia fiscal".

    Al hablar de economía criminal se hace referencia a un conjunto amplísimo de actividades de naturaleza y efectos económicos pero que se desarrollan al margen de la ley. Se puede tratar de comercio ilegal de armas o desechos nucleares, prostitución, juego clandestino, extorsiones de todo tipo, "protección", comercio de mercancías prohibidas, secuestros, falsificaciones, mercado negro de divisas… y principalmente tráfico de estupefacientes que por sí solo representa casi la mitad de esta economía criminal que en nuestra época se ha desarrollado en términos absolutos y relativos más que en ninguna otra.

    Según las estimaciones que realizan organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o las Naciones Unidas todas estas actividades mueven anualmente alrededor de un billón de dólares en todo el mundo, aunque el patrimonio económico acumulado por la actividad criminal es lógicamente mucho más elevado. Y si se considera las inversiones ya legales, o "blanqueadas", que subsiguientemente se hacen con los beneficios de la economía criminal, esas mismas estimaciones señalan que la cifra de negocio en 1997 podría haber sido de tres billones de dólares.

    Se trata, pues, de un negocio de gran envergadura económica ya que representa alrededor del 8 por ciento del comercio mundial, un 4 por ciento del Producto Bruto mundial y es equivalente, por ejemplo, al que realiza toda la industria textil del planeta y mayor que el de la industria del automóvil.

    Por otro lado hay que destacar que la mitad de los flujos financieros internacionales pasan por los llamados paraísos fiscales, auténticos no-lugares de las finanzas en donde la ausencia no sólo de imposición sino de control, permite a los granes bancos e inversores institucionales realizar operaciones al margen de lo que está prohibido realizar en sus países de origen.

    f) Incremento de la desigualdad económica

    Una economía orientada cada vez más hacia la especulación y la actividad improductiva y que se encuentra fuertemente determinada por los intereses que impone un territorio de poder especialmente influyente no puede tener sino un inevitable corolario: el incremento continuado de la desigualdad económica. Unos escasos datos permiten corroborar esta aseveración[10].

    Si se hace el PIB por habitante del mundo igual a cien en 1980 la evolución de algunos países y zonas ha evolucionado de la siguiente forma hasta 1999: Estados Unidos ha pasado de 482 a 637, los países de renta baja de 13 a 8, los de renta media de 83 a 40 y los de renta alta de 406 a 526, África subsahariana de 29 a 10, Asia del Sur de 11 a 8, Asia del Este de 15 a 20.

    Desde otro punto de vista, resulta que en 1980 el 82% de la población mundial producía el 29% de la riqueza mundial. En 1999, el 85% de la población mundial producía el 21%, lo que significa que ha disminuido claramente su capacidad de creación de riqueza.

    En 1980, los 1.300 millones de habitantes de los países más pobres eran 22 veces menos ricos que los de Estados Unidos, mientras que en 2000 eran 86 veces menos ricos. La renta global de los países en subdesarrollo en 1980 era 14 veces menor que la de Estados Unidos y en 1999 26 veces.

    Evidentemente, las causas de este incremento de la desigualdad económica no son sólo monetarias y financieras, pero sí puede aceptarse que la financierización ha coadyuvado de manera decisiva a provocarla, al menos por cuatro razones fundamentales.

    En primer lugar, porque Estados Unidos ha logrado externalizar los costes elevados de las crisis financieras que ha provocado la especulación que realizan sus empresas e inversores institucionales, lo que hace que sean los demás países los que soportan finalmente sus consecuencias y efectos negativos sobre el empleo, el equilibrio macroeconómico y sobre su capacidad subsiguiente para generar actividad económica.

    En segundo lugar, porque la política monetaria restrictiva que se ha impuesto, de altos tipo de interés y en general de alta retribución para los poseedores de títulos financieros, lógicamente favorece a quienes los poseen, que no suelen ser los grupos sociales de menor renta, sino los sectores ya de por sí más privilegiados y los países más potentes, hacia donde se suele canalizar el ahorro cuando existe libertad de movimientos de capital.

    En tercer lugar, porque las políticas deflacionistas que acompañan a la financierización implican aumento del desempleo, disminución de los gastos sociales, debilitamiento del sector público protector, menos inversiones públicas y, en general, no sólo peores condiciones de vida sino menos capacidad endógena para la generación de riqueza, lo que perjudica en mucha mayor medida a los sectores o territorios más necesitados y empobrecidos.

    Finalmente, porque en un régimen de libertad de movimientos de capital los recursos tienden a fluir no hacia donde son más necesarios, sino hacia donde encuentran mayor retribución o rentabilidad. Por regla general, eso ha generado una nueva geografía económica mucho más desigual y concentrada a nivel mundial. Aunque es cierto que todos los países intervienen ahora en mayor medida en las relaciones económicas y financieras lo que ocurre es que no lo hacen en igualdad de condiciones, sino en virtud de una especialización que impone una distribución muy desigual del valor y de los resultados de la producción.

    3.2. Nuevo poder, nueva regulación monetaria

    El segundo gran tipo de consecuencias que se han derivado de la financierización y de la aparición de un nuevo tipo de poder (en realidad es la expresión más directa de esto último) es el que tiene que ver con el tipo de regulación que se realiza sobre los flujos financieros y con la naturaleza del gobierno que se ejerce sobre la masa monetaria.

    En tal sentido se pueden destacar cuatro grandes consecuencias.

    a) Privilegio de la política monetaria

    Una esfera monetaria hipertrofiada implica así mismo que la regulación global de la actividad económica se escore necesariamente hacia lo monetario. A diferencia de lo que había sido la gestión macroeconómica tradicional en donde la política monetaria, el control de la masa monetaria, se realizaba de manera más o menos acompasada con el resto de las políticas económicas, el nuevo régimen monetario y financiero demanda una política monetaria mucho más activa por varias razones. En primer lugar, porque es mucho mayor el peso de los flujos monetarios en el conjunto de las relaciones de las que dependen los equilibrios y desequilibrios macroeconómicos. En segundo lugar, porque con la política monetaria, que se instrumenta desde instancias mucho menos transparentes que las fiscales o el resto de las políticas económicas, se pueden llevar a cabo mucho más fácilmente y con menos problemas de legitimación los cambios en la pauta distributiva que implica la financierización en un contexto de mucho mayor peso de los intereses privados. En tercer lugar, la política monetaria se puede reservar a los bancos centrales con la justificación de su neutralidad y de que su gobierno sólo requiere decisiones técnicas y no políticas, y eso permite dejar fuera de toda discusión lo referente a las condiciones en que se desenvuelven las relaciones financieras en nuestras sociedades. Finalmente, resulta que instrumentando la política monetaria desde fuera, se puede constreñir no sólo lo referente a lo monetario, sino a las demás dimensiones de la política económica. Todas estas, y especialmente las fiscales, tienen efectos monetarios, de manera que si desde una autoridad externa se imponen determinadas restricciones aparentemente sólo monetarias se está condicionando a las demás políticas: el banco central no sólo influye sobre lo relativo a la moneda, sino sobre la fiscalidad, el gasto público, las políticas sociales, etc.

    b) Pérdida efectiva de la capacidad de intervención económica de los gobiernos.

    Lo que acabo de señalar implica una efectiva pérdida de capacidad de gobierno de los Estados.

    Por un lado, en la medida en que los tipos de interés y los tipos de cambio vienes impuestos (los primeros por el efecto conjunto de las decisiones de los bancos centrales y de los mercados financieros, y los segundos por éstos últimos más que por la política comercial de los gobiernos) los Estados nacionales se encuentran prácticamente maniatados respecto a la manipulación de variables clave para la consecución del equilibrio macroeconómico.

    Por otro lado, en la medida en que existe libertad absoluta para el movimiento de capitales, los gobiernos carecen de autonomía alguna para imponerse a la voluntad de mercados que se desenvuelven a escala internacional, salvo que se trate de Estados Unidos, que gracias a su potencia económica y al papel de reserva virtual que juega el dólar puede influir con cierta discrecionalidad en la dinámica de los mercados.

    En realidad, pues, a los gobiernos nacionales no les queda sino la posibilidad de comportarse como ejecutores más o menos voluntariosos de la ortodoxia económica y monetaria.

    c) La paradójica limitación de los bancos centrales.

    El mayor protagonismo de los bancos centrales independientes como ejecutores de la política monetaria se produce en la paradójica situación de pérdida de su propia capacidad de control de los flujos financieros. Como he señalado anteriormente, la financierización ha implicado que la masa monetaria esté compuesta por una nueva variedad de títulos y que ya no se reduzca principalmente al dinero bancario que los bancos centrales podían controlar más eficazmente a través de los instrumentos tradicionales de la política monetaria (coeficientes bancarios o tipos de redescuento). Incluso la puras operaciones de crédito ya no son realizadas en tan exclusiva proporción como antes por los bancos. Según S. Sassen "treinta años atrás, los bancos realizaban el 75 por 100 de todo tipo de operaciones de crédito a corto y medio plazo. En la actualidad, este porcentaje ha bajado al 50 por 100. La participación de los bancos comerciales en el total de valores financieros ha caído desde más del 50 por 100 a poco más del 25 por 100 en los últimos setenta años"[11].

    Sobre las operaciones de compra y venta de títulos o dinero de todo tipo que constituyen hoy día el grueso de las operaciones financieras, los bancos centrales tienen mucha menor capacidad de intervención. Primero, porque son movimientos que no responden directamente a los instrumentos tradicionales de la política monetaria de los que disponen los bancos centrales y, segundo, porque las reservas de los bancos son excesivamente limitadas en relación con el volumen total de operaciones que se realizan, los que dificulta en gran medida su capacidad de control.

    Además, una parte importante de las operaciones financieras se realizan a través de circuitos electrónicos, fuera del control de los bancos y esta "virtualización" de las operaciones monetarias ha llevado consigo una notable pérdida de control de los bancos centrales.

    La existencia consentida de paraísos fiscales y de productos financieros opacos, concebidos precisamente para eludir controles fiscales y monetarios igualmente limita la capacidad de actuación como controladores finales de la oferta monetaria por parte de los bancos centrales.

    Y, por último, la práctica generaliza de "derivar" los productos financieros, es decir, de cubrir unos con otros precisamente para eludir los cambios que no interesen en los tipos de interés significa que ni tan siquiera la manipulación de esta última variable tiene hoy día una eficacia completa sobre el conjunto de los flujos financieros.

    En definitiva, pues, no puede decirse que los bancos centrales hayan pasado a ser auténticos portadores de poder monetario. En realidad, se limitan a jugar un triple pero mucho menos poderoso papel: el de celosos guardianes de la retórica ortodoxa, el de contumaces disciplinadores de las políticas económicas de los gobiernos y el de comparsas más o menos atentos de los movimientos de compensación que demandan los mercados financieros cada vez más inestables, lo que no siempre consiguen a tenor de las sucesivas y graves crisis que se han venido padeciendo en los últimos años.

    d) La privatización del poder monetario

    Si esto es así hay que concluir que el poder monetario efectivo de nuestros días se encuentra en los grandes inversores instituciones, en las empresas multinacionales y, en general, en los poseedores de los inmensos y muy concentrados volúmenes de recursos financieros que se movilizan incesantemente en los mercados.

    Esta circunstancia, sin embargo, no puede entenderse mecánicamente pues se mueve en el seno de dos inevitables contradicciones. En primer lugar, que aunque la hipertrofia de la circulación financiera sea tan extraordinaria, aunque los flujos y las operaciones financieras hayan adquirido una importancia y una influencia tan decisiva respecto a la circulación real, ambas esferas no pueden quedar de ninguna manera desconectadas. En mi opinión, habría que entender el papel tan decisivo e influyente de la Reserva Federal estadounidense no como una excepción a la privatización del poder monetario a la que acabo de aludir, sino como el elemento de conexión entre ambas esferas.

    La segunda contradicción se refiere a que, a pesar de que predomina una creciente internacionalización del flujo financiero, es absolutamente imposible lograr el sueño de desnacionalizar completamente los movimientos financieros, es decir, evitar cualquier posible influencia de los Estados. Por un lado, porque, como dice acertadamente Sassen[12], "la infraestructura que hace posible la hipermovilidad del capital financiero a escala global se halla situada en diversos territorios nacionales". Por otro, porque, de momento, los derechos de contrato y de propiedad sin los cuales es imposible el negocio financiero no tiene otro asiento posible que el Estado nación. Esta última es una paradoja sobre la que volveré más tarde: la globalización financiera requeriría instancias de definición de derechos globales, pero esto sería prácticamente imposible de lograr sin un debate acerca de la naturaleza de los mismos.

    3.3. Poder monetario y debilitamiento de la democracia.

    La consolidación de un poder que tiende a evadir el control de las instituciones para guarecerse en los mercados tiene como inevitable corolario un debilitamiento efectivo de la democracia que se manifiesta, al menos, en tres grandes dimensiones.

    a) Las nuevas formas de regulación monetaria y el propio régimen de financierización compulsiva de la actividad económica implican, como he señalado, una pérdida progresiva de impulsos al crecimiento de la actividad económica, menor capacidad de creación de riqueza, pérdida de empleo y, en general, del mayor nivel de bienestar que está asociado a la economía productiva. Significa eso que el nuevo poder monetario lleva consigo, como cualquier decisión sobre los modos de asignación de los recursos, una solución distributiva determinada, y en este caso diferente de la que se obtendría si se primase la producción de bienes y servicios o la creación de empleo en lugar de la especulación financiera.

    Teniendo en cuenta que ese poder se ejerce, como acabo de analizar, cada vez más al margen de las instituciones en donde están representados, siquiera sea formalmente, todos los interese sociales, resulta que la consolidación del nuevo poder monetario significa, entre otras cosas que comentaré enseguida, que se impone una pauta distributiva sin debate social, sin permitir que los grupos sociales que no poseen los recursos financieros puedan tratar de mejorar su parte en el reparto del producto social.

    No sólo se debilita así la propia democracia formal, de cuyo ámbito se desmarca una esfera que, sin embargo, es de extraordinaria influencia para el conjunto de los intereses sociales, sino que literalmente se impide que la democracia sea un procedimiento que permita a los grupos sociales mejorar su participación en el reparto de manera pacífica.

    b) Predominio de organismos e instituciones decisoras de carácter no democrático.

    Paralelamente a lo que acabo de indicar, no es casual que la consolidación de este nuevo poder monetario se base y se ejerza justamente, y en el mejor de los casos, desde instituciones en donde no existe una representación democrática de los intereses. Organismos como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio se constituyen y actúan con ausencia total de garantías y controles mínimamente democráticos y con el sólo objetivo de salvaguardar los intereses de las grandes potencias y, de forma muy particular, los de Estados Unidos.

    Alternativamente, la plena libertad de movimientos que se ha garantizado en los mercados de capitales y la renuncia de los gobiernos a controlar de cualquier forma que sea lo que ocurre en esos mercados ha permitido aparecer y consolidarse a gran número de mafias, de grupos vinculados a actividades terroristas y de multitud de inversores criminales que terminan por conformar lo que Susan Strange denominó el "poder difuso" típico de nuestra época[13].

    El poder monetario actúa como una especie de imán en torno al cual luchan por acoplarse de la mejor manera posible una multiplicidad de actores e intereses. Los propios gobiernos y bancos centrales, los inversores institucionales, los bancos y compañías multinacionales, los delincuentes y terroristas internacionales, organizaciones no gubernamentales, incluso iglesias y desde luego las mafias organizadas que tienen mucha más fuerza que muchos Estados conforman, entre todos ellos, un auténtico gobierno en la diáspora, una gran zona de no-gobierno democrático, o una "zona de penumbra del derecho", como dice Blackburn refiriéndose a los fondos de pensiones[14], en donde compiten vorazmente para repartirse con extraordinaria opacidad los frutos de su actividad especulativa ingente y constante.

    Si antes señalaba que la financierización de la que brota este moderno poder monetario impide distinguir las fronteras entre lo nacional y lo internacional, puede decirse también que en los mercados financieros igualmente se difuminan las distancias entre lo lícito y lo criminal, entre lo público y lo privado o entre el negocio y la estafa.

    c) La ciudadanía hipotecada.

    Para terminar es preciso referirse a que todo lo que acabo de señalar tiene una decisiva secuela: ¿en qué queda en nuestro mundo la ciudadanía si se la enajena de su derecho a participar democráticamente en las decisiones sobre el reparto de la riqueza?, ¿qué contenido tiene cuando no le es dado definir el tipo de derechos económicos y sociales que son consustanciales a la vida en sociedad?, ¿qué implica la condición ciudadana si no lleva consigo el derecho a entrar en las ágoras donde se debaten los auténticos problemas políticos de nuestro tiempo?

    Cuando se han venido produciendo las consecuencias que he descrito tan sumariamente en este epígrafe se ha producido paralelamente un efecto de pérdida de soberanía y de quiebra de la ciudadanía. La regulación monetaria dominante no es sólo intrínsecamente indeseable en cuanto que lleva consigo las consecuencias analizadas, sino también, y sobre todo, porque ella misma implica e impone un perfil determinado al resto de las políticas económicas y sociales.

    Cuando se han generalizado las políticas deflacionistas no solamente se ha afectado a la tasa interanual de crecimiento del Producto Interior Bruto. Se ha producido además desempleo, degeneración del trabajo, menores gastos sociales, etc., y con ellos ha venido una auténtica redefinición de los derechos sociales e individuales que, a su vez, ha precisado de una eficaz estrategia de culturización, de asimilación de nuevos valores sociales y de nuevas pautas de comportamiento social e incluso individual.

    Los grandes inversores tienen, pues, una capacidad efectiva de decidir y de modificar las preferencias sociales, son los nuevos "votantes" de nuestras sociedades, o al menos a los que les corresponde votar sobre las grandes y más decisivas cuestiones. El nuevo poder monetario ha permitido alcanzar el sueño del capitalismo: que los mercados sustituyan a los ciudadanos.

    4. Gobernar el poder monetario, gobernarlo democráticamente

    Para concluir este trabajo es necesario apuntar algunas líneas por las que debería discurrir un planteamiento alternativo del papel de las finanzas internacionales y de la regulación monetaria que permitiera evitar las consecuencias negativas de la situación actual a las que he venido haciendo referencia.

    Naturalmente, eso solamente tiene sentido si se parte de aceptar que la humanidad no vive el fin de la historia sino que aún son posibles cambios históricos orientados a garantizar mucha mayor satisfacción humana gracias al reparto más equitativo y racional de los recursos. Es decir, si se piensa que las actividades económicas y la naturaleza específica de las relaciones sociales que involucran no están gobernadas por leyes naturales inexorables y fuera del alcance de los seres humanos sino, por el contrario, por decisiones que estos mismos toman con autonomía. Y, en particular, que el orden social que inspiran las políticas neoliberales es intrínsecamente insostenible en la misma medida en que siga creando la desigualdad, la insatisfacción, la ineficiencia y el deterioro ambiental que hasta ahora ha provocado.

    El que fuera presidente argentino Carlos Menem dijo en alguna ocasión: "pueden hacer mil marchas, mil huelgas, nada cambiará"[15].

    Es el lenguaje autoritario de los gobernantes autoritarios de nuestra época. Pero frente a esa concepción ilusa que está llevando a que la globalización, en lugar de permitir resolver los problemas principales del planeta se convierta, en palabras de J. Gray, en un "experimento de ingeniería social utopista"[16], hay sitio para una concepción diferente de los asuntos sociales.

    En el campo concreto de las relaciones financieras debería partirse de la aceptación de un triple principio que llevaría a regular y a controlar los flujos financieros de una manera bien distinta:

    – Que la satisfacción de las necesidades humanas aún insatisfechas debe ser el objetivo de las actividades económicas y que, para garantizarlo, no se puede quedar pendiente del albedrío de los mercados guiados exclusivamente por la lógica del beneficio.

    – Que debe desincentivarse y penalizarse por todos los medios el uso improductivo de los recursos y, al mismo tiempo, garantizar su uso en el ámbito de la creación de riqueza.

    – Que es inaceptable el desgobierno o la ausencia total de mecanismos que garanticen la efectiva percepción de las preferencias de todos los grupos sociales.

    Las implicaciones mucho más concretas de estos principios éticos deben manifestarse, al menos, en tres grandes ámbitos.

    4.1. El derecho a negar

    Las políticas neoliberales que han inspirado y gobernado las transformaciones a las que vengo haciendo referencia han tenido como singular efecto el de eliminar cualquier posibilidad de acción social alternativa. No sólo ha sido un auténtico "pensamiento único", sino también, y sobre todo, un poder exclusivista y una práctica de gobierno autoritaria en la misma medida en que ha limitado la capacidad de respuesta, la posibilidad de oponerse a sus dictados.

    Frente a eso es necesario garantizar el ejercicio de un auténtico derecho a negar, un derecho a concebir un mundo distinto, unas relaciones diferentes y una solución distinta a los problemas sociales. Y aún más: es necesario, como dice Deudney, convertir ese derecho en una negarquía, en un poder para negar, limitar o constreñir la autoridad arbitraria de nuestro tiempo[17].

    Este contrapoder ha surgido ya y se manifiesta, por ejemplo, en los movimientos que reivindican una globalización alternativa y que han conseguido en algunos casos modificar la agenda de los grandes poderes del planeta.

    Como decía Susan Strange, para hacer frente al debilitamiento de la base democrática de nuestro mundo, a la aparición de poderes difusos y a la dispersión de la autoridad es necesario multiplicar las fuentes potenciales de poder negárquico que permitan poner en cuestión un orden social que ha sido concebido y que es defendido por quienes se benefician de él, justamente, para que nadie pueda cuestionarlo.

    4.2 Un orden internacional democrático

    El salto producido de las esferas de los Estados nacionales al nivel internacional o globalizado ha sido utilizado por los intereses más poderosos del planeta para evadirse de las constricciones que necesariamente implican los regímenes democráticos, por débiles que estos sean, en relación con el gobierno de las relaciones comerciales, financieras, comunicativas, culturales jurídicas o políticas. Pareciera que se da por aceptado que a nivel global no son precisos los controles, la transparencia, los contrapoderes, la censura, la legitimidad o las prohibiciones que son comúnmente aceptados en los países más avanzados. Esto es realmente sorprendente si se tiene en cuenta que lo que ha alcanzado dimensión global suele haber sido, justamente, aquello que tiene un mayor valor estratégico en nuestras sociedades: las finanzas, los códigos culturales y los medios de transmisión, el poder militar…

    Por lo tanto, debería entenderse que un mundo globalizado requiere instancias de gobierno igualmente globalizadas, pero que éstas no pueden descansar, como ocurre específicamente en el campo financiero, en la ausencia de control, en la privatización prácticamente total de los centros de decisión o en el reparto tan asimétrico de la influencia de la que disfrutan los diferentes países a la hora de plantear y resolver los problemas mundiales.

    En el ámbito de los flujos financieros sería preciso actuar en tres grandes líneas.

    En primer lugar, erradicando la lógica de imperio que hoy domina el no-orden financiero y que permite a Estados Unidos dirigir con decisiva resolución la regulación financiera mundial, las políticas monetarias y, en general, las condiciones en que se desenvuelve el poder monetario que he analizado.

    En segundo lugar, democratizando las instituciones y organismos internacionales existentes o creando otros basados en la participación igualitaria de los diferentes países del mundo a fin de garantizar que se puedan revelar con nitidez las auténticas preferencias de la sociedad y de las naciones.

    En tercer lugar, generando un auténtico derecho internacional basado en mandatos imperativos para todas las naciones y que fundamentalmente persiga redefinir la función de los Estados, que garantice la disposición de información rigurosa sobre los movimientos financieros, que resuelva las llamadas zonas de penumbra del derecho hoy día existentes en ámbitos tan importantes como la actuación de los fondos de pensiones y que prohíba los paraísos fiscales al mismo tiempo que proporcione medios efectivos para combatir la delincuencia financiera internacional.

    Finalmente, y en el campo específico de las cuestiones y las políticas económicas habría que intervenir a nivel internacional en cinco aspectos principales:

    – Permitir y garantizar que los gobiernos recobren la capacidad de gobernar las relaciones económicas limitando el poder difuso y recuperando una lógica territorial mucho más racional que no tiene por qué ser incompatible, sino todo lo contrario, con la globalización encaminada a optimizar el uso de los recursos económicos a nivel planetario.

    – Redefinir la fiscalidad tanto en el ámbito nacional como internacional básicamente en tres líneas. Primera, generando nuevas variedades de imposición, teniendo en cuenta que hoy día los sistemas impositivos siguen basándose en la idea de que los flujos financieros sirven para transformar en inversión el ahorro nacional. Segunda, en la generación de nuevos recursos fiscales, bien ampliando la utilización de impuestos que aún están muy lejos de haber alcanzado su máxima capacidad de recaudación, bien generando nuevas fuentes de ingreso gravando actividades que hoy día están prácticamente ajenas a cualquier tipo de imposición. Tercera, aplicando tasas impositivas del tipo de la propuesta por Tobin sobre los movimientos especulativos de manera que se generen los suficientes desincentivos que permitan transferir los recursos improductivos a la creación de riqueza.

    – Controlar los fondos financieros, y en particular los fondos de pensiones, y establecer regímenes legales e institucionales que impidan el uso ilegal de los mismos e incentiven su utilización vinculada a los principios que expuse más arriba.

    – Generar a partir de lo que acabo de señalar fondos de solidaridad internacionales destinados a compensar a los países empobrecidos, a garantizar la protección del medio ambiente y a llevar a cabo un programa de redistribución de la renta a escala planetaria que permita que todos los países del mundo tengan, como mínimo, los niveles de gasto y protección social de los que hoy disfrutan los países más avanzados en este campo.

    – Redefinir a escala internacional los derechos sociales que deben ser en todo caso reconocidos y vincular el ejercicio efectivo de la ciudadanía, como no puede ser de otro modo, al disfrute efectivo de los mismos.

    En cualquier caso, estas ideas no pueden concluirse sino de la misma forma que terminaba otro trabajo en el que proponía alternativas económicas más generales a las políticas neoliberales: "las alternativas al neoliberalismo que puedan ser eficaces y reales en el campo de las relaciones económicas precisan de un concepto del poder muy diferente al que germina en las sociedades muy escindidas como en las que vivimos. Las experiencias históricas nos vienen demostrando de manera palpable que no es suficiente la simple inversión en la detentación del poder, sino que es necesario que las nuevas alternativas se generen como resultado de auténticas experiencias de contrapoder de las que derive no sólo el nuevo impulso ético en que deben apoyarse las alternativas de bienestar humano que nos proponemos conquistar, sino también la rebeldía, la fuerza y la organización que pueden hacer que las propuestas y las experiencias realizadas sean irreversibles"[18].

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    [1] Una amplia versión de estos procesos y de sus implicaciones en Estefanía, J. "Aquí no puede ocurrir. El nuevo espíritu del capitalismo". Taurus. Madrid 2000.

    [2] P. Gowan. "La apuesta por la globalización. La geoeconomía y la geopolítica del imperialismo euro-estadounidense". Akal. Madrid 200, p. 161.

    [3] Sobre el caso de la privatización progresiva de las pensiones públicas, vid. J. Torres López "Pensiones públicas: ¿y mañana qué?". Ariel. Barcelona 1996.

    [4] Sobre la naturaleza y crítica de estas políticas deflacionistas vid. el cap. 16 de Torres López, J. "Economía Política". Ed. Pirámide. Madrid 2002.

    [5] Gowan, P. ob.cit, p. 164.

    [6] En New York Times Magazine, 28 de marzo de 1999.

    [7] Sobre este particular Brenner, R. "La expansión económica y la burbuja bursátil" New Left Review, nº 6 (2000) y Gowan, P., ob.cit.

    [8] Sobre este asunto: Dezalay, Y. "Marchands de droit". Fayard. Paris 1992; Sassen, S. "¿Perdiendo el control? la soberanía en la era de la globalización". Ed. Bellaterra. Barcelona 2001; Sinclair, T. "Passing judgement: credit rating processes and regulatory mechanisms of governance in the emerging world order". Review of International Political Economy, nº1 (1994).

    [9] Vid. Mann, M. "Las fuentes del poder social". Alianza Editorial. Madrid 1997.

    [10] Un análisis general y actualizado de estas desigualdades en Alternatives Economiques, nº 51 y nº 52, ambos de 2002

    [11] S. Sassen, ob. cit., p. 64.

    [12] Ibidem., p. 45.

    [13] Strange, S. "La retirada del Estado". Icaria. Barcelona 2002.

    [14] Blackburn, R. "El nuevo colectivismo: reforma de las pensiones, capitalismo gris y socialismo complejo". New Left Review, nº 2, 2000.

    [15] La Prensa, 11 de julio de 1997.

    [16] Gray, J. "Falso amanecer". Paidós. Barcelona 2000.

    [17] Vid. Strange, S., Ob.cit., p. 279.

    [18] Torres López, J. "Desigualdad y crisis…", ob. cit., p. 217.

    Juan Torres López.

    Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga

    Juantorres[arroba]uma.es