De ser cierta la idea de una Tierra en movimiento —a la que dejaba de considerarse el centro del universo—, tendría consecuencias trascendentales. Menos de cien años después, el astrónomo italiano Galileo Galilei apuntó sus telescopios al cielo y sus observaciones le convencieron de que la hipótesis copernicana sobre la rotación de la Tierra alrededor del Sol era acertada. No obstante, la Iglesia Católica calificó sus conclusiones de heréticas y lo obligó a retractarse.
Los errores religiosos han hecho que los teólogos de la Iglesia hayan negado verdades científicas. Ha habido que esperar casi trescientos sesenta años para que la Iglesia rehabilitara a Galileo. En su edición semanal del 4 de noviembre de 1992, L"Osservatore Romano reconoció que hubo un "error subjetivo de juicio" en el caso seguido contra Galileo.
También en [el] siglo XX las religiones de la cristiandad [manifestaron] una falta de respeto a la verdad similar al dar prioridad a teorías científicas no demostradas, en detrimento de la verdad, tanto científica como religiosa. El mejor ejemplo de ello es la indemostrable teoría de la "evolución", fruto ilegítimo del "conocimiento" científico defectuoso y las enseñanzas religiosas falsas.
Charles Darwin publicó "El origen de las especies por selección natural" el 24 de noviembre de 1859, pero la idea de la evolución procede en realidad de tiempos precristianos. El filósofo griego Aristóteles, por ejemplo, representó al hombre como el resultado final de una cadena evolutiva que partía de formas de vida animal inferiores. Aunque al principio el clero rechazó la teoría darwiniana, la obra "The Book of Popular Science" comenta: "La evolución se convirtió [más tarde] en algo más que una teoría científica […]. Llegó a ser un atractivo reclamo y hasta una filosofía". El concepto de la supervivencia del más apto atrajo a aquéllos cuyo objetivo era llegar a lo más alto de la escala social.
El clero enseguida dejó de ofrecer resistencia. A este respecto, "The Encyclopedia of Religion" dice que "la teoría darwiniana de la evolución no sólo alcanzó reconocimiento, sino una resonante aclamación", y que "hacia [1882], el año en que murió [Darwin], los clérigos más previsores y elocuentes habían llegado a la conclusión de que la evolución era perfectamente compatible con un entendimiento profundo del texto bíblico".
Se han adoptado estas posiciones pese a lo que se reconoce en la obra "The Book of Popular Science": "Incluso los más firmes defensores de la doctrina de la evolución orgánica tienen que admitir que existen lagunas e inexactitudes notorias en la teoría original de Darwin". El libro también menciona que "gran parte de la teoría original de Darwin ha sido renovada o desechada", aunque reconoce que la teoría de la evolución ha "influido profundamente en casi todo campo de actividad humana", y que "la historia, la arqueología y la etnología han experimentado cambios profundos por su causa".
Muchos científicos actuales cuestionan seriamente la teoría de la evolución. Sir Fred Hoyle, fundador del "Cambridge Institute of Theoretical Astronomy" y miembro asociado de la "American National Academy of Sciences", escribió hace unos diez años: "Personalmente no tengo ninguna duda de que a los historiadores de la ciencia del futuro les resultará misterioso que una teoría que puede considerarse impresentable, haya llegado a ser tan ampliamente admitida".
Al atacar la mismísima base de nuestra existencia, la evolución roba al Creador el mérito que le corresponde, contradice su pretensión de ser científica y le hace un flaco favor a la incesante lucha del hombre por hallar la verdad científica. Karl Marx acogió con agrado dicha teoría y la premisa de la "supervivencia del más apto" con el fin de alentar el auge del Comunismo. No obstante, la evolución es un impostor de la clase más vil.
Cualquier persona que se deje engañar por teorías seudocientíficas se convierte en víctima. De todas formas, aceptar sin más las verdades científicas también puede entrañar ciertos riesgos. Los espectaculares avances de la ciencia, propiciados por la revolución científica, han hecho creer a muchos que ya no hay nada que la ciencia no pueda lograr.
Esta idea se ha visto reforzada a medida que el progreso científico ha socavado la postura anticientífica que en un tiempo adoptó la religión falsa. El comercio y la política empezaron a ver la ciencia como una herramienta utilísima para alcanzar sus fines: compensación económica o consolidación del poder político.
En pocas palabras, la ciencia se ha convertido paulatinamente en un dios, dando paso así al "cientificismo". El Diccionario de la lengua española define cientificismo como la "tendencia a dar excesivo valor a las nociones científicas", y "teoría según la cual los métodos científicos deben extenderse a todos los dominios de la vida intelectual y moral sin excepción".
NOTA:
El conocimiento científico y tecnológico, basados en el método experimental, propiciaron que la nueva sociedad humana, después del Medievo, se viera mucho más poderosa y capacitada para controlar el medio natural. La industrialización de la electricidad ha sido uno de los pilares fundamentales, en esa dirección. La revista DESPERTAD del 22-5-1993, página 14, dice al respecto:
«Hace relativamente poco tiempo, a principios del siglo XIX, se pensaba que la electricidad era un fenómeno físico interesante, pero de poca utilidad práctica. Hombres de varios países y antecedentes, como H.C. Ørsted (1777-1851), M. Faraday (1791-1867), A. Ampère (1775-1836) y B. Franklin (1706-1790), hicieron importantes descubrimientos que, no obstante, como contrapartida colocaron el fundamento de un mundo electrodependiente, cuyas funciones vitales languidecerían si el fluido eléctrico se interrumpiera».
Ciencia contemporánea.
La revista DESPERTAD del 8-6-1993, páginas 19 a 22, dice al respecto a los avances científicos del siglo XX:
«Lo que en el siglo XIX parecía "magia" inalcanzable se ha convertido en una tangible realidad en el siglo XX. En una sola generación la gente ha pasado de conducir un Ford modelo T a contemplar las imágenes del primer paseo del hombre sobre la superficie lunar en sus televisores a todo color. Lejos de considerar excepcionales estos "milagros" científicos, en la actualidad suelen darse por sentado.
"Los logros científicos de la primera parte del siglo XX —comenta The New Encyclopædia Britannica— son de tal magnitud que incluso cuesta catalogarlos". No obstante, esta obra también menciona la existencia de "una línea común de progreso" al decir que "el avance conseguido en todos los grandes campos tuvo como base el fructífero y detallado trabajo realizado [por la ciencia] en el siglo XIX", lo que demuestra que la ciencia se halla inmersa en la búsqueda incesante de la verdad.
A partir del siglo XVII se fundaron en Europa las sociedades científicas, grupos de hombres de ciencia que se reunían con el objeto de intercambiar ideas e información. Estas sociedades comenzaron a editar sus propias revistas a fin de divulgar los descubrimientos más recientes, con lo que se produjo un amplio intercambio de datos que sentó la base de nuevos progresos.
Para el siglo XIX las universidades se hallaban intensamente comprometidas con la investigación científica, y en años posteriores sus laboratorios hicieron descubrimientos importantes. A comienzos del siglo XX, las empresas comerciales también empezaron a establecer sus propios centros de investigación, en los cuales obtuvieron con el tiempo nuevos medicamentos, materiales sintéticos (incluso el plástico) y otros productos que han sido de provecho para el público y han dejado sustanciosos dividendos a las empresas investigadoras.
La creación de estos laboratorios y equipos de investigación marcó una tendencia a la investigación organizada a diferencia del investigador solitario. Algunos científicos se preguntaron si éste sería el mejor enfoque. En 1939 el físico irlandés y experto en cristalografía por rayos X John D. Bernal planteó la siguiente pregunta: "¿Debería basarse el progreso de la ciencia en la coordinación casual de los trabajos de científicos con talento guiados por su intuición, o en el trabajo en equipo de investigadores que se ayudan entre sí y combinan su trabajo conforme a un plan preconcebido, pero flexible?".
Debido a la complejidad y el alto costo de toda investigación, Bernal defendió la labor en equipo, aduciendo que el problema fundamental radicaba en una adecuada organización del trabajo. Él predijo: "El trabajo en equipo se convertirá en el método de investigación científica". En la actualidad, más de medio siglo después, es evidente que Bernal estaba en lo cierto. La tendencia ha continuado, acelerando la transformación científica que ha dado cuerpo a la "magia" del siglo XX.
El 24 de mayo de 1844, Samuel Morse, inventor del código Morse, telegrafió con éxito esta exclamación a más de 50 kilómetros de distancia: "¡Lo que ha hecho Dios!". El siglo XIX vio colocar así las bases de la telecomunicación "mágica" del siglo XX.
En 1876, unos treinta años después, Alexander Graham Bell se disponía a comprobar un transmisor con su ayudante, Thomas Watson, cuando derramó accidentalmente un recipiente con ácido. La llamada urgente de Bell: "Venga, Sr. Watson, le necesito", fue algo más que una petición de ayuda. Watson, que estaba en otra habitación, oyó el mensaje —la primera transmisión telefónica totalmente inteligible que jamás se había producido— y acudió rápidamente. Desde entonces la gente no ha dejado de correr a la llamada del teléfono.
En los últimos noventa y tres años, el conocimiento científico, aunado al tecnológico, ha proporcionado un nivel de vida nunca tenido a cada vez más personas. El mundo es en la actualidad una gran comunidad de vecinos. Lo "imposible" es lo habitual. De hecho, el teléfono, el televisor, el automóvil y el avión, así como otros muchos "milagros" del siglo XX, son recursos tan cotidianos que solemos olvidar que la humanidad ha vivido sin ellos durante la mayor parte de su existencia.
Como indica The New Encyclopædia Britannica, a principios [del siglo XX] "los triunfos de la ciencia parecían augurar una sobreabundancia de conocimientos y poder". Pero los avances tecnológicos que entre tanto se han logrado no se han disfrutado por igual en todo el mundo ni se pueden catalogar en su totalidad de inequívocamente provechosos. "Pocos hombres —añade la cita— previeron los problemas que estos triunfos causarían al entorno natural y social del hombre". No se puede culpar a los hechos científicos que nos ayudan a comprender mejor nuestro universo ni a la tecnología que de modo práctico los aprovecha para nuestro beneficio.
La ciencia y la tecnología han sido ocupaciones afines por mucho tiempo. No obstante, según el libro "Science and the Rise of Technology Since 1800" (La ciencia y el auge de la tecnología desde el siglo XIX), "la relación íntima [entre ciencia y tecnología], hoy familiar para todos, no quedó consolidada sino hasta hace muy poco". Parece ser que incluso al comienzo de la revolución industrial, dicha relación no era tan íntima, pues si bien los conocimientos científicos recién adquiridos contribuyeron a la obtención de nuevos productos, lo mismo hicieron la experiencia profesional, la destreza manual y la pericia en oficios afines a la mecánica.
Sin embargo, con la revolución industrial, la rápida acumulación de conocimiento científico puso una base más amplia sobre la que podía trabajar la tecnología. Imbuida ésta de nuevos conocimientos, se dispuso a hallar maneras de hacer el trabajo menos penoso, mejorar la salud y hacer que el mundo fuese mejor y más feliz.
Claro está, la tecnología no puede ser mejor que el conocimiento científico sobre el que se fundamenta. Si éste es defectuoso, cualquier invención tecnológica que de él parta será también defectuosa y, como suele ocurrir, los efectos secundarios solo serán evidentes después de un daño considerable. Por ejemplo, ¿quién podía imaginar que la invención de los aerosoles con clorofluorocarburos o hidrocarburos pondría algún día en peligro la capa de ozono que protege la Tierra?
También hay que tomar en cuenta la motivación. Un científico entregado a su trabajo puede estar interesado en el conocimiento por sí mismo y tener la voluntad de sacrificar décadas de años a la investigación, pero un empresario, a quien tal vez le interesen más las ganancias, estará ansioso de poner los conocimientos a producir. Y ¿qué político esperaría pacientemente durante décadas antes de valerse de una tecnología que le parezca que podría darle más influencia política si la emplease de inmediato?
El físico Albert Einstein puso el dedo en la llaga cuando dijo: "La energía atómica desatada lo ha cambiado todo menos nuestra mentalidad, por lo que vamos a la deriva hacia una catástrofe sin precedentes". En efecto, muchos de los problemas que la "magia" del siglo XX ha originado no son consecuencia simplemente del conocimiento científico inexacto, sino también de una tecnología descontrolada tras la cual hay intereses egoístas.
Por ejemplo, la ciencia descubrió la televisión: la transmisión de imagen y sonido a lugares distantes. La tecnología puso en pie los recursos necesarios para hacerla realidad. Pero la morbosa mentalidad del comercio egoísta y del consumidor insaciable ha hecho que este notable logro científico y tecnológico se emplee para perturbar la paz doméstica con imágenes pornográficas y escenas de violencia sangrienta.
Así mismo, la ciencia descubrió que se puede transformar la materia en energía. La tecnología produjo los medios para lograrlo, pero la aviesa mentalidad de la política nacionalista empleó dichos conocimientos para hacer bombas nucleares que aún penden, cual espada de Damocles, sobre la cabeza de la comunidad mundial.
Al permitir que las herramientas que la tecnología ha creado para nuestro servicio esclavicen al hombre, se pone al descubierto otro aspecto de la equívoca mentalidad humana. La revista Time previno sobre este peligro en 1983, cuando en lugar de escoger al tradicional "hombre del año", escogió la "máquina del año": el ordenador.
La revista Time expuso el siguiente razonamiento: "Si la gente recurre al ordenador para realizar aquellas cosas que solía discurrir con la cabeza, ¿para qué quiere la cabeza? […] Si un diccionario almacenado en la memoria de un ordenador puede corregir fácilmente errores ortográficos, ¿qué sentido tiene aprender buena ortografía? Y si liberamos la mente de la rutina intelectual, ¿se ocupará en la búsqueda de ideas significativas, o llenará el tiempo ociosamente con más dosis de videojuegos? […] ¿Incentiva el ordenador a la mente o, al reemplazarla en gran parte de sus funciones, la induce a la pereza?".
No obstante, hay personas tan impresionadas por los logros científicos que prácticamente deifican la ciencia. El científico Anthony Standen abundó en esta cuestión en el libro "Science Is a Sacred Cow" (La ciencia es una vaca sagrada), publicado en 1950. Aun admitiendo que hay algo de exageración en sus palabras, no carece de razón su comentario. Él dijo: "Cuando un científico de bata blanca […] se pronuncia de cara al público, puede que no le entiendan, pero, eso sí, le creerán. […] Se cuestionará y criticará al estadista, al industrial, al ministro religioso, al líder cívico y al filósofo, pero nunca al científico. Son seres exaltados al pináculo más alto del prestigio popular, porque tienen el monopolio de una fórmula —"se ha demostrado científicamente…"— que, una vez expresada, excluye por completo toda posibilidad de desacuerdo".
Debido a esta mentalidad equivocada, hay personas que se valen de aparentes discrepancias entre la ciencia y la Biblia, para contrastar "la sabiduría" científica con la "superstición" religiosa. Hay quienes incluso ven en estas supuestas contradicciones una prueba de que Dios no existe. Sin embargo, lo verdaderamente inexistente no es Dios, sino las supuestas contradicciones que el propio clero ha originado al interpretar indebidamente Su Palabra. Al proceder así, insultan al Autor de la Biblia y le hacen un pobre favor a la búsqueda incesante de la verdad científica por el hombre.
Además, al no haber enseñado a sus feligreses a ejercitar el fruto del espíritu de Dios en su vida, estos guías religiosos han generado una atmósfera de egoísmo que induce a la gente a pensar primero en términos de su propia comodidad y conveniencia, en detrimento de sus semejantes. Incluso se ha llegado al extremo de emplear el conocimiento científico para matar al semejante.
La religión falsa, la política egoísta y el sistema comercial avaricioso han hecho de muchas personas lo que son: "amadores de sí mismos, […] desagradecidos, […] sin autodominio", gente egoísta e impulsada por una mentalidad equivocada».
Ciencia futura.
La revista DESPERTAD del 22-6-1993, páginas 21 a 24, dice, respecto a los avances científicos del futuro:
«Basándose en los logros científicos del siglo [XIX], muchas personas creen sinceramente que la ciencia puede afrontar cualquier reto que el siglo XXI pueda plantear. Tal vez opinen como el autor que a principios del siglo XX escribió: "La ciencia está destinada en la actualidad a regir el mundo. De ahora en adelante, el gobierno mundial no pertenece a la deidad, sino a la ciencia, que actúa como benefactora de los pueblos y libertadora de la humanidad".
Para que la ciencia esté a la altura de estas expectativas, tiene que deshacer muchos de los problemas que ha contribuido a crear. La devastación medioambiental, de la que la ciencia es responsable, es enorme. A este respecto, el libro "5000 Days to Save the Planet" (5.000 días para salvar el planeta) asegura: "Si mantenemos el ritmo actual de explotación medioambiental, la cuestión que se planteará no es si la sociedad moderna sobrevivirá al siglo entrante, sino si desaparecerá en un gran estallido o en un inaudible suspiro".
"Muchos científicos del siglo XIX […] solían pensar que algún día llegarían a la verdad absoluta, al conocimiento definitivo", dice el libro "The Scientist", y añade: "Sus sucesores sólo hablan de conseguir un "conocimiento parcial", de acercarse continuamente a la verdad sin nunca alcanzarla del todo". Esta falta de conocimiento absoluto limita notablemente lo que la ciencia puede hacer.
Los hechos científicos no cambian con el paso de los años, pero las teorías científicas sí, y con frecuencia. En efecto, a veces las teorías científicas han basculado de un extremo a otro. Por ejemplo, la ciencia médica pensó en un tiempo que a una persona enferma de gravedad se le debía sacar sangre. Después se creyó que era una mejor solución transfundírsela. En la actualidad hay quienes comienzan a reconocer que es más sabio no hacer ni una cosa ni otra, sino buscar tratamientos alternativos menos arriesgados.
Es evidente que es muy poco lo que los científicos saben en comparación con lo que desconocen. En "The World Book Encyclopedia" se hace la siguiente observación: "Los botánicos aún no saben a ciencia cierta cómo funciona el proceso de la fotosíntesis. Los biólogos y los bioquímicos todavía no han encontrado la respuesta a cómo se originó la vida. Los astrónomos siguen sin hallar una explicación satisfactoria para el origen del universo. La ciencia médica y fisiológica aún desconoce cómo curar el cáncer y las enfermedades víricas. […] Los psicólogos no conocen todavía todas las causas de las enfermedades mentales".
Además, la ciencia está limitada porque no puede ser superior a quienes se dedican a ella. En otras palabras, la falta de conocimiento del científico se ve agravada por su propia imperfección. Los autores del libro "5000 Days to Save the Planet" descubrieron que "una y otra vez […] las organizaciones que defienden intereses creados han manipulado las investigaciones, han distorsionado los análisis de costo/beneficio realizados y han suprimido información con el único objeto de vender productos nocivos o de continuar con actividades perjudiciales para el medio ambiente".
Aunque la mayoría de los científicos sean honrados, no hay por qué atribuir a sus actividades un valor desmesurado. "Son personas como las demás —dijo el científico británico Edward Bowen—. Todos cometen errores. Los hay abnegados y los hay sin escrúpulos, los hay brillantes y los hay torpes. He conocido a algunos de los científicos prestigiosos de nuestro tiempo, hombres que han hecho mucho bien a la humanidad. Si bien es cierto que no he conocido a ningún científico que haya estado en la cárcel, sé de algunos que la merecerían".
Queda claro que las muchas limitaciones de la ciencia moderna la incapacitan para afrontar los retos del siglo XXI. Sobre todo, ha sido incapaz de proteger el medio ambiente, y en lugar de contribuir a eliminar la guerra de la Tierra, ha colaborado en la invención de armas de gran poder destructivo.
Todo el mundo reconoce que hay que hacer algo cuanto antes. El pasado mes de noviembre, un grupo de 1.575 científicos, entre quienes había 99 premios Nobel, publicó un manifiesto titulado "Advertencia de los Científicos del Mundo a la Humanidad", en el que decían: "No quedan más que unas pocas décadas para luchar contra las amenazas actuales y la perspectiva de una humanidad inconmensurablemente limitada". El grupo afirmó que "los seres humanos y la naturaleza van rumbo a una colisión inevitable".
En el pasado se pronunciaron advertencias similares. En 1952 el filósofo británico y defensor de la ciencia Bertrand Russell dijo: "Pero si la vida humana ha de continuar a pesar de la ciencia, la Humanidad tendrá que aprender una disciplina de las pasiones que en el pasado no fue necesaria. Los hombres habrán de someterse a la ley, incluso aun cuando la estimen injusta e inicua. […] Si no sucede, la raza humana perecerá, y perecerá como consecuencia de la ciencia. Una decisión clara ha de tomarse en los próximos cincuenta años: la elección entre la Razón y la Muerte. Y por "Razón" entiendo la buena voluntad para someterse a la ley declarada por una autoridad internacional. Temo que la humanidad pueda escoger la Muerte. Y confío en que esté equivocado".
Lo cierto es que hoy día pocas personas desean someterse a la ley. A este respecto, el desaparecido defensor de los derechos civiles, Martin Luther King, dijo con acierto: "Nuestro poder científico ha superado al poder espiritual. Hemos dirigido proyectiles y descarriado hombres". No obstante, Russell dio sin saberlo con la solución a los problemas mundiales al decir que la humanidad tiene que "someterse a la ley declarada por una autoridad internacional".
Es obvio que cuando Bertrand Russell aludía a una ley declarada por una autoridad internacional, no pensaba en una autoridad divina. Sin embargo, eso es precisamente lo que la humanidad necesita: someterse a las leyes de una autoridad divina. Las leyes y autoridades humanas no son la solución. Jamás podrán cambiar el mundo ni impedir su desastre. La sombría historia del hombre demuestra que la humanidad necesita la gobernación divina.
No cabe duda, sólo el Dios Todopoderoso […] puede proporcionar una autoridad internacional con poder y recursos para afrontar los retos del siglo XXI. La autoridad a la que todos deben someterse si desean la vida es […] un gobierno mundial celestial instituido por el Creador…
Jehová Dios, cuyo conocimiento científico exacto es ilimitado, hará que esta Tierra goce de condiciones paradisíacas como las que hubo en Edén, cuando creó a la primera pareja humana. En aquel entonces les dijo: "Sed fructíferos y hacéos muchos y llenad la tierra y sojuzgadla" (Génesis 1:28). Aunque ellos no le obedecieron ni cumplieron con esa comisión, Jehová Dios hará que se cumpla su propósito original de hacer de la Tierra un paraíso. Él ha dicho: "Lo he hablado; también lo haré venir" (Isaías 46:11)».
Autor:
Jesús Castro
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