Ya Hegel, a su manera, había descubierto esto. En sus lecciones sobre la filosofía de la historia universal había descubierto el hecho de que el historiador aplica el método reduccionista y apriorístico en este campo, es decir elige en el terreno de la historia los hechos que les son convenientes para argumentar su teoría y desprecia todos aquellos que les son desfavorables o insignificantes (para argumentar su punto de vista), reduciendo de esta forma el material a lo esencial, de modo que va pertrechado con un concepto apriorístico en relación a la investigación histórica. Hegel insiste en que para separar lo esencial de lo inesencial en el material de la ciencia histórica, es decir para hacer la reducción, hay que introducir a priori la idea de lo que es esencial (lo que para él no es otra cosa que la conciencia de la libertad y las determinaciones de esta conciencia en su evolución), como algo que se encuentra fuera del objeto de la ciencia (2).
El paradigma de la ciencia histórica es, por ahora, sustancialmente distinto del paradigma de las ciencias naturales. Las ciencias naturales se separaron definitivamente de la filosofía, creando su cuadro científico del mundo. Las ciencias históricas siguen siendo en parte una aplicación del pensamiento filosófico, aunque propendan ahora a un conocimiento positivo. Por eso es que la concepción de la historia tiene apellido: materialista o idealista, es marxista o es positivista, etc. Y por eso es que aún se mantiene la existencia de una filosofía de la historia, aunque ya no a la manera hegeliana.
Lo que se añade ahora a la investigación histórica es el enfoque positivo de la ciencia. Engels señalaba que de la filosofía anterior sólo queda en pié la teoría del pensar y sus leyes; la lógica formal y la dialéctica, que todo lo otro se disuelve en la ciencia positiva de la naturaleza y de la historia (3), haciendo alusión con ello al fin en el sentido tradicional de la filosofía de la naturaleza y de la historia. Aquí parece que usa el término "positivo" en el sentido clásico del mismo, tal y como lo aportó Comte, pues las obras fundamentales de este autor (los 6 volúmenes del sistema de la filosofía positiva) aparecieron todos de 1830 a 1842, tiempo en que Engels preparaba aún su cuadro dialéctico materialista de la historia y de la naturaleza. Según Comte todo lo que es positivo es cierto, pues lo positivo es lo fundados sobre hechos bien ciertos (4). Después del derrumbe del sistema hegeliano, ya no se trata de construcciones especulativas; sino de la investigación positiva de los hechos históricos por medio de la observación, el experimento, la medición, etc., científicos, investigación que tiende a descubrir la trabazón real de los fenómenos históricos. De modo que ya no hay que imponer al curso de la historia un concepto inventado, sino destilar de ésta el concepto mismo.
Ahora bien, este concepto, que se destila de los hechos, es a su vez el filtro por donde se destilan a su vez los hechos históricos mismos, es el recurso por medio del cual se sustantivan hechos y se abstraen otros, es decir se hace reducción de la concatenación histórica. De modo que en la historiografía (o ciencia histórica) se impone el método reduccionista, lo que no acontece en las ciencias de la naturaleza. Este método reduccionista hace de la historiografía (es decir, de la ciencia de la historia) una especie de filosofía aplicada, de aquí el llamado materialismo histórico del marxismo.
DESARROLLO
¿Qué es la historia, cualquiera que esta sea?, lo que se hacen los hombres los unos a los otros y lo que le hacen a la naturaleza. Es (la historia), ante todo, la resultante del choque de numerosas voluntades (que se proyectan en diversas direcciones) y su múltiple influencia sobre la realidad exterior (1). Antes se pensaba que en la naturaleza no había historia. Por eso, se identificaba el reino de la historia con el reino de los fenómenos sociales. Se excluía de aquél al reino de la naturaleza. El propio Hegel, aún bajo su concepción dialéctica del mundo, suponía esto. Engels fue el primero entre los filósofos que supo aplicar y exponer de forma brillante, armoniosa y completa el enfoque histórico a la naturaleza. Hoy sabemos que en la naturaleza hay historia, pero quedó acuñado el término "historia" para designar lo relativo al quehacer social. Tener historia, en el sentido más amplio de la palabra, es describir una trayectoria en tiempo, espacio y movimiento, de modo tal que se surja, se desarrolle, se decline y se perezca. Por eso es que en la naturaleza también hay historia. Pero en este trabajo nos interesa la historia humana. En lo sucesivo, cuando se hable de historia, nos referiremos a la humana.
Lo primero que salta a la vista cuando se analiza el concepto de historia, es que se trata del hacer de los hombres. Los hombres hacen, y el hacer del hombre es lo que entra como contenido en el concepto de historia. Cuando se hable del quehacer humano hay que hacer distinción entre la actividad de éste y la del animal. El animal transforma la naturaleza por el mero hecho de estar en ella. El hombre, en cambio, lo hace de forma consciente. El animal, en general, no se comporta, no tiene conducta alguna. El hombre, en cambio, concibe como idea los fines de su actuación, de modo que el resultado de su actividad existía antes, previamente, en su conciencia.
Si al moverme para otros fines piso un insecto y lo destruyo, esta transformación de la naturaleza no es consciente. Por tanto, no es puramente humana. Es, como la del animal, transformación de la naturaleza por el mero hecho de estar en ella. La actividad del hombre, que entra en el concepto de historia, es la actividad puramente humana, la actividad consciente. Son los hombres con su actividad conciente los que hacen la historia. Esta es la primera circunstancia que hay que tener en cuenta cuando se analiza el concepto de historia.
Lo segundo que salta a la vista cuando se mira la historia es que en ella chocan múltiples voluntades, se entrecruzan los distintos fines propuestos por los hombres, de modo que como resultante se obtiene un hecho histórico inconsciente. El hecho histórico es más bien no el acto aislado y consciente de un hombre individual, sino el fruto de la interacción de la acción consciente de muchos hombres. La historia se hace de tal modo, que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida. Son innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras. Son un grupo infinito de paralelogramos de fuerza, de las que surge una resultante –el acontecimiento histórico-, que como un todo actúa sin conciencia y sin voluntad. Pues lo que uno quiere tropieza con la resistencia que le opone el otro, y lo que resulta de todo ello es algo que nadie ha querido (5). En la historia, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines. Aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin propuesto. Pero rara vez acaece lo que se desea, en la mayoría de los casos los muchos fines propuestos se entrecruzan unos con otros y se contradicen. Las colisiones entre las innumerables voluntades y actos individuales crean en le campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines de los actos son obra de la voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son (1). El resultado del choque de estos fines conscientes en una resultante, que es en la práctica lo que nadie quería, es algo inconsciente.
Para Hegel la historia está sujeta a un fin supremo. La idea de la libertad y su realización paulatina son en él el fin último de la historia, es decir del espíritu humano y, con él, del espíritu en general, una vez que lo espiritual en Hegel es lo fundamental en lo tocante a la historia (2). Anaxágoras fue el primero en decir que el nous, es decir el intelecto o la razón, rige el mundo. De aquí se saca la idea de que en la historia tiene que haber una razón, que por demás se determina como finalidad. Esta idea es casi asumida por una inmensa mayoría de pensadores. De Anaxágoras, Aristóteles decía que parecía un hombre sereno entre borrachos. El hecho de que los hombres individuales (es decir, determinados como personas) partan en su quehacer de determinados fines crea la apariencia de un fin supremo en la historia. Esta idea del fin último en la historia se saca por analogía de la conducta humana.
Rousseau comparte también este punto de vista; del fin en la historia. Él supone la existencia de una convención social universal o tomada por unanimidad, que halla una forma de asociación que defiende y protege de toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado y por la que cada uno, uniéndose a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo, y permanezca tan libre como hasta entonces. A esta finalidad en la historia él le llama el contrato social (6) y pasa a explicar la historia, al menos la política, con arreglo a este fin. Es posible que en la historia haya acuerdos, pero nunca el acuerdo será el momento dominante en la historia. Por el contrario, es la colisión el estado dominante. El choque de intereses, el conflicto es lo que marca toda la historia, al menos toda la historia escrita. Así lo muestra esta misma historia. En la historia chocan las distintas voluntades formándose un paralelogramo de fuerzas del cual surge una resultante, que es el hecho histórico, que es en la práctica en lo fundamental lo que nadie quiere. Por tanto, no hay un fin supremo en la historia ni un acuerdo o convención social.
Desde este punto de vista, el proceso histórico es inconsciente, aunque parte de actos subjetivos y conscientes. El hecho histórico, es decir la resultante del choque de estas muchas voluntades, es también algo que no obedece a una voluntad supra individual, a un acto consciente de una entidad situada por encima de los hombres individuales. Según esta concepción, toda la marcha de la historia –trátese de los acontecimientos notables- se ha producido hasta ahora de forma inconsciente. Es decir, los acontecimientos y sus consecuencias no han dependido de la voluntad de los hombres. Los participantes en los acontecimientos históricos deseaban algo, como norma, diametralmente opuesto a lo logrado. O bien, lo logrado, acarreaba consecuencias absolutamente imprevistas (7). En fin, el proceso histórico es un proceso inconsciente.
No puede ser de otro modo. Suponer que el proceso histórico es consciente, es decir suponerlo como acto de un sujeto, implicaría reconocer la existencia de una voluntad, de una conciencia al margen y por encima del resto de los hombres individuales, en el mejor de los casos –como en Hegel- de una entidad espiritual objetiva, como por ejemplo una idea absoluta. Es que el hecho histórico no se puede derivar de la acción de un hombre individual aislado. Él, el hecho histórico, es siempre el fruto de la interacción de muchas voluntades. Por tanto, no es consciente en relación al hombre aislado, y si no hay una entidad espiritual al margen del hombre; entonces es inconsciente. Son los hombres los que hacen su historia, cualquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios propuestos conscientemente. Importa, pues, también lo que quieren los muchos individuos. La voluntad está determinada por la pasión o la reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces son objetos exteriores. Otras veces son motivos ideales (ambición, pasión por la verdad y la justicia, odio personal, manías individuales de todo género, etc.) (1). Pero las voluntades chocan y los resultados de estos choques no coinciden con lo que quiere un hombre en concreto. Pueden ser contrarios y hasta contrapuestos. El vector resultante es una cosa que no concuerda con los fines propuestos. El hecho histórico es, por tanto, inconsciente.
Señalemos lo siguiente. Los hombres, a medida que se alejan más y más del animal en el sentido estricto de la palabra, hacen su historia en grado cada vez mayor por sí mismos, con conciencia de lo que hacen, siendo cada vez menor la influencia que sobre esta historia ejercen los efectos imprevistos y las fuerzas incontroladas y respondiendo el desarrollo histórico cada vez con mayor precisión a fines preestablecidos. Pero, si aplicamos esta pauta a la historia humana vemos la gigantesca desproporción que todavía media aquí entre los fines preestablecidos y los resultados alcanzados. Vemos que todavía predominan los efectos imprevistos y que las fuerzas incontroladas son todavía mucho más poderosas que las que ponen en acción con arreglo a un plan (8). Por tanto, por muy importante que sea ya el factor consciente, el proceso histórico es aún, en lo fundamental, un proceso inconsciente.
La tercera cuestión que salta a la vista, cuando se analiza el proceso histórico, es que éste es un proceso en el que impera la necesidad. Es, como la naturaleza, un proceso azaroso o casual, pero a la par necesario. Los hombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora no con arreglo a una voluntad colectiva ni con arreglo a un plan colectivo, ni siquiera dentro de una sociedad dada y circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan, chocan, de modo que cada cual quiere algo distinto, imponiéndose la casualidad en el amasijo de circunstancias. Pero donde reina la casualidad, se impone como forma interna suya la necesidad. Por eso en todas estas sociedades impera la necesidad, cuyo complemento y forma de manifestarse es la casualidad (9). La historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí reina en la superficie y en conjunto (pese a los fines conscientes deseados de los individuos) un aparente azar. Las colisiones entre las voluntades y actos individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los acontecimientos históricos parecen estar presididos por el azar. Pero, allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas (1), por la necesidad. ¿Y qué necesidad se impone en este proceso azaroso? La necesidad que aquí se impone (a través de la casualidad) es, al parecer en lo fundamental, la económica (9). Más exactamente, se imponen los móviles en forma de intereses que emanan del proceso de producción y reproducción de la vida material, es decir de la familia y de la economía.
El proceso de producción y reproducción de la vida material implica dos cosas esenciales: en primer lugar, la reproducción del hombre como especie, es decir la familia (la forma organizada del comercio sexual); en segundo lugar, la reproducción del cuerpo biológico del propio hombre, es decir la satisfacción de sus necesidades más elementales (la reproducción de la fuerza de trabajo). Pero la reproducción del hombre como especie (la procreación biológica en la familia) se supedita (en lo fundamental), después de entrada la civilización (después del surgimiento de la familia monogámica) a la propia economía. Con la entrada a la civilización entramos a la familia monogámica donde las razones económicas pasan a jugar un primer plano. Por ello, aquí, (por el contrario de lo que pasaba en el desarrollo anterior donde se imponían los nexos familiares o consanguíneos) ya la economía somete a la familia. Por tanto, el factor económico es (después de entrada la civilización), en lo fundamental, el que se impone como necesidad. Pero no como "burda" necesidad, como "lo material" hecho sociedad; sino como interés, como economía concientizada. La economía se hace historia en la medida en que el hombre la hace consciente en sus actos. Recordemos que la historia recoge sólo los actos conscientes de los hombres. ¿Y cómo se hace consciente la economía?, como interés económico.
Claro que esta tesis, la de que la necesidad que se impone es la económica, es una hipótesis más. Pero no es impuesta desde fuera, como en Hegel o Rousseau; sino destilada de los mismos hechos históricos. La forma en que existe y se desarrolla la ciencia es la hipótesis. Se trata, a la postre, de una constatación empírica de un hecho que al parecer se repite todos los días y en todos los lugares. Si se quiere encontrar el factor de la historia, las fuerzas motrices que consciente o inconscientemente (y con harta frecuencia inconscientemente) están en la cabeza de los hombres hay que fijarse no tanto en los móviles de hombres aislados, por muy relevantes que ellos sean; sino en aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos en bloque, a clases enteras. Y no movimientos en explosiones rápidas, como fugaces hogueras de paja; sino en acciones continuadas, que se traducen en cambios históricos. Hay que indagar las causas determinantes que se reflejan en la cabeza de los hombres (de las masas) que actúan y en la de sus jefes (los llamados grandes hombres) como móviles conscientes, de manera clara o confusa, en forma directa o bajo de un ropaje ideológico (1). ¿Y cuáles son estas ideas, estos móviles? Las razones económicas, los intereses económicos.
Desde este punto de vista, la economía se impone de forma estadística en el mazo de acontecimientos históricos. Por otra parte, cuánto más alejados estemos de la economía más casualidades advertiremos. Pero si se traza una curva se verá que cuanto más largo sea el período histórico y cuánto más extenso sea el campo de estudio, más paralelamente discurrirá esta curva al eje del desarrollo económico (9). El problema estriba en que las casualidades se compensan. Lo que aquí es una casualidad en una dirección, en la otra es una casualidad en dirección opuesta, de modo que al final la resultante del vector histórico coincide con el vector económico.
Reconocer que el factor económico es le que se impone a la postre en el accionar histórico implica admitir que la historia es, también, un proceso multifactorial. Si la economía se impone, es porque las otras razones juegan también su papel. La norma es siempre el cálculo de las más disímiles desviaciones. Del hecho de que las distintas voluntades individuales (cada una de las cuales le apetece aquello a que le impulsa su constitución física y una serie de circunstancias externas) no alcancen lo que desean, sino que se fundan todas en una media total, en una resultante común, no debe inferirse que estas voluntades sean igual a cero. Por el contrario, todas contribuyen a la resultante y se hallan, por tanto, incluidas en ella (5). La economía se impone, por ello, en este plano de análisis de forma estadística.
Según esta concepción, el factor que en última instancia determina en la historia es la producción y la reproducción de la vida real, de la vida material, es decir la familia y la economía, en especial (como vimos) la economía. Pero bajo la forma de intereses, de motivación subjetiva en forma de toma de conciencia. Esta tesis no se puede tergiversar diciendo que el factor económico es el único determinante. La situación económica es la base, pero los otros factores (los de la superestructura), que sobre ella se levantan (la política, el derecho, la filosofía, etc.) ejercen también su influencia sobre el curso de la historia. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores en el que acaba siempre imponiéndose la necesidad económica (5). El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, etc., descansa en el desarrollo económico (es decir, el modo como los hombres de una determinada sociedad producen el sustento para su vida y cambian entre sí los productos). Pero todos ellos repercuten los unos sobre los otros y sobre la base económica. No es que la situación económica sea la única causa, lo único activo, y todo lo demás, efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia (9).
En cuarto lugar, el proceso histórico no es solamente un proceso estadístico, en el cual la necesidad se impone a través de la casualidad. Es, también, un proceso causal, dinámico. Aquí, en la historia, también rigen leyes dinámicas, causales.
Todo lo que hacen los hombres lo hacen partiendo de sus ideas. Sus ideas son, pues, el móvil inmediato de su conducta, de su acción, acción que es lo que recoge la historia. Pero sus ideas están movidas, a su vez, por móviles más profundos. Por eso, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en la cabeza de los hombres se transforman en esos móviles, cuáles son los móviles de los móviles. Esta pregunta no se la hizo nunca el materialismo anterior al marxismo. En cambio, la filosofía de la historia del idealismo, fundamentalmente la representada por Hegel, reconoce que los móviles ostensibles y aun los móviles reales y efectivos de los hombres que actúan en la historia no son los últimas causas de los acontecimientos históricos, sino que detrás de ellos están otras fuerzas determinantes (1). De modo que una concepción materialista desarrollada después de Hegel está en la obligación de indagar por estos móviles. Si nos preguntamos cuáles son los móviles de los móviles en la actividad histórica de los hombres debemos concordar en que son otra vez las razones económicas, los intereses económicos.
La economía es el móvil más profundo que podemos distinguir en la actividad histórica, es la causa de las causas. Las condiciones económico-objetivas de vida son el primun agens (la causa primera). Es claro, los hombres parten en su actividad de móviles inmediatos (de las ideas inmediatas). Pero estas mismas ideas están precedidas, a su vez, si no son derivables directamente de la economía, por ideales más profundos. El ideal de justicia, el de belleza, el del bien, etc., son, a su vez, los móviles de muchas ideas de los hombres, ideas que después devienen en acción, en actividad histórica. Pero si nos preguntamos de dónde vienen a la cabeza esos ideales (los de justicia, belleza, etc.) a los hombres nos damos cuenta que se derivan de la economía. Pero no de la economía como algo burdo y material; sino de la idealización de la economía, fundamentalmente de la economía reflejada en forma de intereses. Los ideales, por muy sublime que sean, son siempre una expresión de los intereses económicos.
La idea de un móvil de los móviles en el acaecer histórico es común a muchos pensadores que vienen después de Hegel. Así lo reflejó, por ejemplo, John Stuart Mill en su doctrina utilitaria. Para Mill la doctrina utilitaria es que la felicidad es deseable y que es la única cosa deseable, como fin; todas las demás cosas son sólo deseables como medios para este fin (10), incluyendo los principios jurídicos. El reflejo de las condiciones económicas en forma de principios jurídicos, por ejemplo, es también, forzosamente, un reflejo invertido. El jurista cree manejar normas apriorísticas, sin darse cuenta de que estas normas no son más que simples reflejos económicos (11). Hay que negarle desarrollo independiente a las distintas formas ideológicas; los conceptos del bien, de la justicia, de la belleza, etc., no tienen un desarrollo independiente, auténtico (12). No es que la economía se imponga siempre como necesidad inmediata, sino que se impone también a través de los ideales. El ideal, es decir el concepto acerca del orden de cosas más perfecto que es término final de las aspiraciones y actividad humana, al imponerse hace que se imponga la economía, pues éste, el ideal, es una expresión también de la economía, de los intereses económicos.
El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política y espiritual en general. Tanto las relaciones jurídicas como las formas de estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida. Hay que explicar la conciencia (y las formas ideológicas que ella porta, es decir los conceptos del bien, de la justicia, de la igualdad, etc.) por las contradicciones de la vida material (13), por la forma en que los intereses materiales se imponen. Todas las ideas que brotan en la historia solo pueden comprenderse cuando se han comprendido las condiciones materiales de vida de la época de que se trata y se ha sabido explicar todo aquello por estas condiciones materiales (14). Los ideales, por muy móviles que sean de la actividad humana, son a su vez movidos por la economía, por los intereses económicos. Por eso, la economía es el móvil de los móviles, es la causa última de la historia.
En quinto lugar, la historia es un proceso conexo. Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentra directamente, que existen y trasmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos (15). No es que el hombre se proponga fines y como consecuencia de ello y del choque de las distintas voluntades se tenga un hecho histórico, que es la simple resultante del paralelogramo de fuerzas que se forma. El hecho histórico contempla la circunstancia de que se levanta sobre los antecedentes acumulados, antecedentes que determinan en muchos casos (sino en todos) el contenido del resultado mismo de la acción histórica.
¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso. A un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de los hombres, corresponde una determinada forma de comercio y de consumo. A determinadas fases de desarrollo de la producción, del comercio, del consumo, corresponde determinada formas de constitución social, una determinada organización de la familia, de los estamentos de clases. En una palabra, corresponde una determinada "sociedad civil" (entiéndase este término en el sentido hegeliano). Los hombres no son libres árbitros de sus fuerzas productivas (base de toda su historia), pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se halla determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellas, que ellos no crean y que es producto de las generaciones anteriores. El simple hecho de que cada generación posterior se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por la generación precedente, que le sirve de materia prima para la nueva producción, crea en la historia de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas productivas de los hombres, y, por consiguiente, sus relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo (16).
Los hombres no pueden renunciar a sus fuerzas productivas. Pueden renunciar, sí, a las formas bajo las cuales producen, pero no al contenido de sus fuerzas productivas. Cada paso en la historia de la humanidad es un paso en el progreso de sus fuerzas productivas. Por eso, los fines que los hombres se trazan tienen que estar en sintonía con las fuerzas productivas alcanzadas. La humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización (13). Puede suceder que un hombre aislado, incluso un gran hombre y hasta un grupo de hombres, se proponga fines inalcanzables. En tal caso su acción histórica se encaminará en esa dirección. Pero el resultado alcanzado, la resultante histórica, no será la meta trazada previamente, sino un hecho histórico objetivo, que estará en concordancia con las circunstancias históricas precedentes, con las formas sociales adquiridas previamente, pero no con la meta trazada previamente. Los fines pueden ser inalcanzables y hasta contrapuestos al curso de la historia, pero los resultados siempre encajarán en este curso de la propia historia. Y cuando no encaje de forma inmediata, a la postre la historia da la vuelta y hace que a la larga encaje.
La historia se hace de tal modo que cada acción histórica, si no es un retroceso (lo que a la larga es anulado por los hechos históricos posteriores), es una continuación de la acción precedente, es un paso más en la actividad histórica de la sociedad en el camino del progreso social. Desde este punto de vista, en la actividad histórica de los hombres se va dando la suma de hechos consecutivos, que van empalmando los unos sobre los otros en un progreso histórico, creando así una sucesión, una serie de acontecimiento que van creando la madeja social, madeja social que es la sedimentación de muchos hechos históricos. Hasta dónde puede ser un hombre sujeto de la historia es una cosa que depende del modo como haga coincidir su acción histórica con el curso de la historia.
Es que la historia tiene un curso dado, determinado por el precedente social. No es que haya un fin preestablecido de antemano hacia el cual tiende como necesidad la historia, como en Hegel en el auto conocimiento de la idea absoluta; sino que el movimiento va de lo inferior a lo superior, de lo simple a lo complejo, de peldaño en peldaño, creando un curso real y objetivo. Así, por ejemplo, desde finales de la Edad Media la historia trabajaba en el sentido de constituir en Europa grandes estados nacionales (17). La historia hace zigzag, oscilaciones, avances y retrocesos, etc., pero en su tendencia general se mueve por una curva ascendente, y cada paso en esta historia es consecuencia de las acciones anteriores, en particular de lo alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas. Son las fuerzas productivas, en lo fundamental, las que crean una conexión, una historia propiamente dicha en la actividad de los hombres. Según Lenin las fuerzas productivas son el criterio superior del progreso social (18). El desarrollo de la formación económica de la sociedad es un proceso histórico-natural (19).
En sexto lugar, la historia es un proceso objetivo. Si bien es cierto que parte del acto subjetivo del sujeto histórico, que existe en forma de hombre (pues la historia recoge las acciones conscientes de los hombres individuales), no es menos cierto que estas acciones se objetivan. Los hombres no pueden actuar los unos sobre los otros de otra forma que no sea objetivando sus intenciones. Aún bajo el supuesto de que esta acción sea con la palabra, la palabra tiene una envoltura material que la hace objetiva. Pero la acción del hombre no es sólo palabra. Es acción consumada en los actos corpóreos. Por ello, la acción humana siempre se traduce en acto objetivante, en acto que trasluce la realidad corpórea y sensible de lo físico.
Pero la acción humana, aun haciendo abstracción de lo físico, es objetiva también por el hecho de que existe en forma de relación social. Las relaciones sociales son objetivas. La relación social es objetiva, aunque en ella no haya, como dijo Marx refiriéndose a la relación de valor, ni un átomo de materia natural (19). La relación social es objetiva porque existe, esencialmente, bajo la forma de la división social del trabajo.
Cuando se habla de relaciones sociales hacemos referencia no tanto a las relaciones interpersonales (éstas tienen más de subjetivas que de objetivas) como sí a aquellas que se entablan en el proceso de producción y reproducción de la vida social. Los hombres para producir no pueden dejar de asociarse, de distribuirse el trabajo con arreglo a lo tocante al material, los instrumentos, el trabajo mismo y el producto del trabajo. La división del trabajo no es otra cosa que distribuir el trabajo en lo tocante a estos cuatro componentes, de modo que los hombres asumen una actitud los unos para con los otros en lo tocante a estos componentes (es decir, el objeto de trabajo, el instrumento de trabajo, el producto del trabajo y el trabajo mismo). Asumir una relación social significa asumir una actitud o postura en relación a estas cuestiones.
Así, por ejemplo, unos hombres dirigen el proceso productivo, otros lo ejecutan; unos se apropian el fruto o producto del trabajo, otros lo carecen, etc. ¿Qué es la propiedad personal sobre un bien sino el reconocimiento (voluntario o forzado) del otro del hecho de que el bien no le pertenece? La propiedad es una postura (de acercamiento o alejamiento, etc.) asumida en relación al objeto. Pero no tanto del hombre en relación al objeto, sino más bien de unos hombres con relación a otros en relación al objeto. La división del trabajo estratifica los hombres en la sociedad con arreglo a la forma de dividir el trabajo. Esta estratificación de los hombres en la sociedad (en clases, estamentos, sectores, grupos, castas, poblaciones, etc) existe como el sistema de relaciones sociales, estratificación que es objetiva y que se puede constatar con la mera observación sensible. Los hombres al estratificarse asumen relaciones o asumen relaciones estratificándose en la sociedad. Relaciones sociales y división social del trabajo son sinónimos, son dos aspectos de un mismo fenómeno o dos nombres para una misma cosa.
Y como la división social del trabajo es la forma fundamental del desarrollo de las fuerzas productivas, entonces la sociedad no puede renunciar al grado alcanzado por la división social del trabajo, al menos mientras no encuentre una forma superior de distribuir el trabajo, que supla la forma precedente. Por eso, la producir y reproducir la vida social y, en especial, material; los hombres producen y reproducen el sistema de las relaciones sociales, las cuales se tornan objetivas en relación a estos hombres. Bien miradas las cosas, la sociedad no es otra cosa que este sistema de relaciones sociales. Según Carlos Marx la sociedad no está constituida de individuos, sino que se expresa en la suma de todos los vínculos y relaciones, en los cuales estos individuos se encuentran unos en relación a otros (20). La instauración de esta o aquella relación social es el verdadero hecho histórico, y no tanto los hechos notables (de los que tanto gusta la historiografía precedente). La relación de valor y la de dinero son uno de los hechos más significativos de la sociedad contemporánea. Cada una de las relaciones sociales es un hecho histórico más.
Hasta qué punto las relaciones sociales son objetivas lo muestra la constitución corpórea del estado. La policía, las cárceles, el ejército, los tribunales, etc., son el estado real, la política real, el derecho real, etc., y, por tanto, las relaciones políticas y jurídicas reales. Cada institución social (lo que casi siempre está asociada a un cuerpo físico, como construcciones, accidentes geográficos, etc.) es un subsistema de relaciones sociales más.
Aún bajo el supuesto de que hagamos abstracción de estos cuerpos físicos (como las construcciones) o que hagamos abstracción de la distribución geográfica de los hombres por estratificación social, la relación social se objetiva en la actitud que un hombre asume en relación al otro en lo tocante al acto mismo de contraer la relación. En el acto del cambio de mercancías, en su intercambio y en todo contrato económico, etc., se contraen relaciones sociales que se objetivan en estos actos. Los hombres se paran los unos frente a los otros y asumen relaciones económicas, relaciones económicas que son tan objetivas como las necesidades mismas que se satisfacen en estos actos.
En séptimo lugar, el proceso histórico es, a la par de objetivo, ideal. El hecho histórico es un concepto objetivado, plasmado, solidificado, cosificado, petrificado y sedimentado como sociedad. Cada voluntad en acción es un concepto. El hombre, como voluntad, aspira a realizarse como concepto. Al entrecruzarse las distintas voluntades, se entrecruzan conceptos, de modo que el resultado del choque de estos conceptos es un concepto más.
Por ejemplo, cada capitalista procura sacar la mayor ganancia posible del movimiento de su capital. Este afán de lograr la mayor ganancia lo obliga a moverse a las ramas de la economía de mayor rentabilidad. Pero lo que hace él, lo hace otro. Con esto, la competencia aumente y baja la cuota de ganancia en el ramo de la economía en cuestión. Por ello, este afán de lograr la mayor ganancia tiene como resultado la cuota de ganancia general igual, o sea, la ganancia aproximadamente igual para cada uno de ellos. Pero los capitalistas no se dan cuenta de que el objetivo real de ese afán es, en definitiva, el reparto proporcional en tanto por ciento de la plusvalía global sobre el capital global (7). Pero la cuota media de ganancia es un concepto más, es una idea más. Es el verdadero concepto. Los participantes en este acontecimiento deseaban algo diametralmente opuesto a lo logrado o, bien, lo logrado acarreaba consecuencias absolutamente imprevistas. Pero lo logrado es una circunstancia conceptual, circunstancia conceptual que al menos en el seno del capitalismo pre monopolista tiene la forma de ley. No es concepto porque es el reflejo de lo real, sino que es concepto porque lo que hacen los hombres es plasmarlo como concepto. Las aspiraciones eran otras, pero lo logrado es un concepto objetivado al estilo de lo aspirado. Eso bien lo sabe cada capitalista que en cuanto su cuota de ganancia cae por debajo de la media, emigra del ramo y sale a buscar su cuota media. Ya entonces en esta sociedad capitalista la cuota media de ganancia es un concepto más.
Notemos algo, los hombres, en tanto que clase social, a veces se plantean metas históricas y salen a la contienda, por medio de la lucha de clases, a realizar sus aspiraciones. Así la burguesía alemana se planteó la meta en el siglo XIX de la unificación de los 36 estados alemanes en una sola nación. En muchos casos, estas metas (conceptos) son realizables, de modo que los resultados coinciden en mayor o menor medida con lo deseado. Aquí, cuando lo deseado y lo obtenido concuerdan más o menos aproximadamente, queda claro que el hecho histórico es un concepto más. Se trata de la realización colectiva de una aspiración. La lucha de clases y sus resultados giran siempre sobre conceptos. Cada revolución trae en sus banderas escrito las metas que pretende alcanzar. Por eso, en la lucha de clases queda claro que el hecho histórico es siempre un concepto plasmado.
Pero el hecho histórico, que es –como vimos- un concepto, no responde a una conciencia o voluntad general. Detrás del hecho histórico, del concepto que él representa, no hay una entidad espiritual situada al margen o por encima del hombre. El hecho histórico es un concepto; sí, pero no derivado de una conciencia supra personal, de una voluntad supra individual. Es un concepto (el hecho histórico) que se elabora a partir de la confrontación de las muchas conciencias o voluntades individuales.
La forma en que deviene el hecho histórico puede ser variada. Puede ser el fruto de la convención social. Y puede suceder que en un individuo aislado surja una acción (idea), de modo que otros sujetos la secundan y así deviene en forma de conducta generalizada, con lo que la idea deviene en hecho histórico. Aquí queda claro el carácter ideal del hecho histórico. Pero lo más común es que el hecho histórico, el concepto objetivado, surge como fruto del choque de múltiples voluntades, aunque de modo inconsciente.
Comúnmente se piensa que la idea (el concepto) es fruto, sí y sólo sí, de la conciencia individual. Donde hay ideas, se supone que hay consciencia al estilo de la individual. Este punto de vista no es del todo exacto. Primero, puede surgir sin estar presente en ninguna parte la conciencia individual y, segundo, puede surgir del choque de muchas conciencias individuales, pero no de una en especial.
Si lo ideal surgió de lo natural, de lo material es porque previamente no existía como tal y, sin embargo, surgió. De modo que surgió primeramente de la naturaleza y no de la conciencia individual. Aunque después de surgida la conciencia individual puede surgir de ésta (y no sólo puede, sino que surge). Suponer que surge únicamente y por necesidad de la conciencia individual es dar por sentado lo que se trata de demostrar. La conciencia individual es ideal. Suponer que lo ideal (el concepto) surge de la conciencia individual es suponer que el concepto surge, únicamente y por necesidad, de lo ideal (es decir, de la conciencia individual). Hay que suponer, por tanto, que lo ideal surge previamente de lo material o natural y sólo después surge de la conciencia individual. La conciencia individual es el fruto mismo del surgimiento previo de lo ideal. La conciencia individual es ideal. Primero tiene que surgir lo ideal para que después surja la conciencia individual. Debe darse previamente la acumulación originaria de lo ideal. Sólo después deviene el hombre con su conciencia para la producción de la idea. Desde este punto de vista, la idea (el concepto) no tiene que estar asociado directamente y por necesidad a la conciencia individual para su aparición y producción. En la historia se producen conceptos (ideas) que no son el fruto directo de la conciencia individual. Pueden ser producidazos (los conceptos) por la propia naturaleza en forma de acumulación originaria.
Por otra parte, los conceptos pueden ser producidos por el choque de las distintas conciencias individuales en forma de una resultante histórica sin que sean el fruto directo de una conciencia individual en particular. Por tanto, la idea (el concepto) no es función directa e inmediata de la conciencia individual en particular. Puede surgir socialmente, en la acción mancomunada de muchas conciencias individuales, en la interacción entre estas conciencias individuales particulares (y pueden surgir –como vimos anteriormente- de la propia naturaleza sin estar presente aún la conciencia individual en general).
Desde este punto de vista, la sociedad produce lo ideal (los conceptos) al producir los hechos históricos. Cada hecho histórico es un concepto más. Cada uno de estos conceptos es el fruto, a su vez, de la actividad de la sociedad, de la interacción entre los hombres. ¿Qué es la sociedad, cualquiera que esta sea? El producto de la acción recíproca de los hombres (15). ¿Y Cuál es el resultado de esta acción recíproca? El hecho histórico. ¿Y cuál es la naturaleza del hecho histórico? Es de naturaleza ideal. Es otro concepto. Por tanto, la sociedad produce lo ideal al producir la historia. Pero no la produce como derivada directa e inmediata de la conciencia individual, sino como resultante del choque de muchas voluntades, como producto de la confluencia de muchas conciencias individuales.
Comúnmente los historiadores le prestan más atención a lo hechos históricos notables y se olvidan de los que diariamente se producen en el terreno de la economía, que son los que en última instancia marcan el curso de la historia. El hecho de que hallan habido un Bismarck y un Garibaldi a la cabeza de los movimientos políticos en Alemania e Italia respectivamente son hechos notables, pero estos hechos son sólo la resultante, a su vez, de otros muchos hechos más profundos. El desarrollo de las relaciones capitalistas de producción en el siglo XIX en Alemania e Italia preparó el terreno para la unificación política de estas dos naciones. Sin estos hechos económicos no hubiera sido posible los hechos políticos. Cuando se estudia la historia hay que derivar los hechos políticos, jurídicos, religiosos, etc. de los económicos, y explicar la historia a partir de la economía. La historia económica es la verdadera historia de la sociedad.
Pero los hechos económicos son de naturaleza ideal. Cada división del trabajo es una idea (concepto) más. ¿En qué consiste la división del trabajo (esta o aquella división del trabajo)? En arreglar el trabajo conforme a una idea tanto en lo tocante al material y el instrumento, como al producto o el trabajo mismo. Los hombres asumen una actitud, una postura, una coordinación en relación a la forma y proporción del trabajo. Esta postura es, por definición, un concepto más. No importa que este concepto se imponga en unos casos por la fuerza o, por el contrario, por la persuasión. En todo caso, siempre es un concepto. Las propias relaciones económicas son otros tantos conceptos. ¿Qué es el valor, la mercancía, el dinero, etc., sino otros tantos conceptos? Son conceptos objetivados como sociedad.
Señalemos lo siguiente. Carlos Marx coquetea con el carácter ideal de las relaciones sociales, en particular con el carácter ideal del valor. Casi lo descubre. El nos dice: "estas formas –y aquí parece que se refiere a la mercancía, el valor, el dinero, etc.- son precisamente las que constituyen las categorías de la economía burguesa. Son formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las condiciones de producción de este régimen social de producción históricamente dado" (19). Es decir, reconoce que son "formas mentales", en otras palabras ideas. Pero antes y después de decir esto, vuelve a la idea de que el valor, la mercancía, el dinero, etc., son "materializaciones" de trabajo humano y que, por tanto, estas categorías (y las relaciones sociales que ellas representan) son materiales. El mismo nos dice: "recordemos, sin embargo, que las mercancías sólo se materializan como valores en cuanto son expresión de la misma magnitud social; trabajo humano, que por tanto, su materialidad como valores es puramente social" (19). Aquí, en la frase anterior, declara que el valor es una relación social material. Marx descubre que el valor es una relación social, pero lo considera material porque en su momento el dinero (la mercancía-dinero) era el oro y aquella, la mercancía-dinero, no se había desprendido de su cuerpo material; el oro. El mismo dice: "para simplificar, en esta obra –se refiere a El Capital- partimos del supuesto de que la mercancía-dinero es el oro" (19). Mientras que la mercancía-dinero se identificaba con el oro, no era posible descubrir el carácter ideal del valor (se trata del valor de las mercancías). Si el dinero es la mercancía que monopoliza la forma equivalencial del cambio (porque todas las mercancías la reconocen como forma equivalencial universal), y la mercancía que monopoliza en la concreta esta forma es el oro; entonces el oro es la mercancía-dinero por excelencia. Aún en 1944 el oro era la mercancía-dinero por excelencia. En Bretton Woods en EE.UU. el 27 de julio de 1944 se acordó que el dólar fuera el dinero mundial, con un respaldo de 35 dólares por onza de oro. Según este acuerdo, 35 dólares y una onza de oro eran la misma cosa. El dólar era otra forma de llamar al oro. Este acuerdo obedecía a la necesidad de estabilizar la economía mundial a raíz de la segunda guerra mundial y las ideas fundamentales venían del economista John Maynard Keynes. Después de Bretton Woods, EE.UU. adquirió el privilegio de emitir la moneda de reserva de la economía mundial. El sistema funcionó más o menos bien hasta los años 60, en que la economía de Estados Unidos cae en crisis por la guerra en Vietnam. Las cosas cambiaron radicalmente en 1971. En esta fecha, el presidente Nixon quitó el respaldo en oro del dólar. Ya el dólar no era algo equivalente al oro. Esta medida fue unilateral por parte de EE.UU. (21). Ahora quedaba claro que el dinero, que ya no era el oro sino el papel moneda, no era material sino ideal. ¿Qué quedaba en pié del dinero si ya no era el oro? Un simple billete de papel verde, que se fundamentaba y se respaldaba en la credibilidad en el estado de Estados Unidos y en su economía. Como puede verse del simple análisis, esta credibilidad es una idea, un concepto más. Es, por tanto, un acto ideal. ¿Qué es el dinero sino una idea objetivada, plasmada, "cosificada" y petrificada como relación social? Pero es una idea (un concepto) que si el hombre renuncia a ella, entonces tiene que recomenzar por el inicio de nuevo y volverla a reproducir necesariamente. Es una idea, un concepto que el hombre reproduce todos los días en el sistema de relaciones sociales. Por otra parte, si el dinero (dígase el dólar) no es material, sino ideal; entonces el valor (del cual el dinero es su expresión más acabada) es ideal también. Pero si el valor no es material (sino ideal), y si el valor es la relación social fundamental de la sociedad moderna (contemporánea); entonces el resto de las relaciones sociales, que sobre el valor se levantan, también serían ideales. Desde este punto de vista, el sistema de las relaciones sociales es ideal. Marx no puede descubrir el carácter ideal del valor, y con él el de las relaciones sociales, por razones históricas. Sólo después de 1971 y sólo después de que se hizo evidente que este orden de cosas instaurado en 1971 era estable se puede llegar a la idea de que el dinero, el valor, etc. (y todas las formas de la economía burguesa) son ideales.
El hecho histórico es, la mayoría de las veces, un proceso, proceso que transcurre unas veces más rápido y otras más lentamente. Estos conceptos (la mercancía, el dinero, el valor, etc.) se imponen lentamente, se van abriendo paso paulatinamente en la historia económica de la humanidad. Pero, por muy lento que se instauren, no pasan de ser hechos históricos. La historia es siempre el realizarse de múltiples conceptos. Mirada así la historia es el movimiento de lo ideal (del concepto), ya no como una evolución general del espíritu al estilo hegeliano; sino como un proceso "natural", un proceso cuasi natural (al estilo de cómo lo entiende Marx).
Notemos algo. Los hombres a veces no conforme con el curso de esta historia se proponen deshacer esta historia, se proponen (en particular) deshacerse de determinado concepto o de determinados conceptos. Toda revolución social es un acto que tiene la pretensión de corregir el curso de la historia, de acomodar los conceptos (que han sido hechos sociedad) al gusto (aspiraciones o deseos) de los participantes (en esta revolución social). Así fue, por ejemplo, la gran revolución francesa. Los participantes en la gran revolución francesa se plantearon como tarea (lo que aparecía en sus consignas) lograr la igualdad, la fraternidad, la libertad, etc. Sabemos a qué abocó la revolución en cuestión, qué quedó de la igualdad, la fraternidad y la libertad. El problema estriba en que cuando los hombres se proponen deshacerse de determinado concepto, que ha sido hecho sociedad, chocan con varias dificultades. En primer lugar, tienen que desenhebrar, destejer, desenredar, etc., el sistema de relaciones sociales. Y en segundo lugar, tienen que desobjetivar, desplasmar, deshacer, etc., el concepto en cuestión. Pero esto supone una dificultad adicional: la necesidad de plasmar un concepto sustituto, un nuevo concepto, es decir un concepto que sustituya la vacante del anterior concepto. Todo concepto hecho sociedad es una fuerza productiva más. Por eso hay que sustituir el concepto caduco por uno nuevo, por un nuevo concepto que sea una fuerza productiva superior a la anterior. De lo contrario surge el problema de retrotraer el desarrollo de las fuerzas productivas a un peldaño inferior. ¿Pero se puede plasmar u objetivar un concepto sustituto en el lugar de la vacante de modo que sea un desarrollo superior al alcanzado anteriormente por las fuerzas productivas? La respuesta es: sí y no. Es "no", si se trata de una negación nihilista; es "sí", si se trata de una negación dialéctica.
Sólo se puede deshacer un concepto que ha sido hecho sociedad retrotrayendo momentáneamente el potencial de las fuerzas productivas creadas hasta el momento en cuestión. Cada concepto hecho sociedad, como dijimos, es una fuerza productiva más. De modo que para elevar el desarrollo de las fuerzas productivas al nivel anteriormente alcanzado, se tiene que por necesidad rehacer el concepto en cuestión u otro concepto análogo. Sólo se puede alcanzar un desarrollo semejante de las fuerzas productivas si se rehace en esa dirección la lógica objetiva de la historia. El desarrollo social consiste en objetivar y solidificar un concepto tras otro en una sedimentación consecutiva, de modo que se van sedimentando en un proceso puramente histórico. El desarrollo ulterior de la historia consiste en sedimentar sobre el punto de referencia anterior (sobre el último concepto hecho sociedad) un nuevo concepto. Es aquí donde entra a jugar parte el proceso dialéctico.
El nuevo concepto, el concepto que habrá de hacerse sociedad, deberá subsumir, superar, etc., es decir eliminar a la manera hegeliana, la lógica precedente, o lo que es lo mismo negarla. No se trata de eliminar de forma nihilista un concepto, el concepto que ha sido hecho sociedad; sino de superarlo, de negarlo dialécticamente. Se trata de una negación donde el objeto (concepto) de negación es condición, premisa y factor de nexo de lo nuevo con lo viejo; dónde el objeto (concepto) negado es condición, premisa y factor del desarrollo ulterior; dónde el objeto (concepto) que niega deberá contener como momento suyo el objeto (concepto) negado; y donde el objeto (concepto) que niega deberá representar un desarrollo superior en relación al objeto (concepto) negado. El concepto que ya ha sido hecho sociedad, como fruto de la lógica objetiva, no puede ser eliminado por un acto de voluntad nihilista, por un acto caprichoso; sino que tiene que ser eliminado dialécticamente. Véase como niega el concepto de explotación burgués la servidumbre feudal.
Notemos algo más. El último concepto, que ha sido hecho sociedad, no podrá ser (también de este modo) el último de una vez y para siempre, sino que será necesariamente superado en un concepto ulterior y así sucesivamente. No hay ni fin de la historia (en el sentido de que no haya un concepto nuevo que pueda ser sobrepuesto sobre el último concepto hecho sociedad) ni violación de esta historia (en el sentido de que la historia pueda ser desviada de esta lógica objetiva hacia conceptos colaterales, hacia otro curso, etc.), es decir fin o violación de esta lógica histórica, al menos un fin o una violación sostenida de una vez y para siempre. La sociedad siempre, tarde o temprano, regresa a su curso normal, es decir a lo que es su lógica objetiva. La historia trabaja y trabaja de forma objetiva y regular (sujeta a ley) en un curso eminentemente dialéctico.
CONCLUSIONES
No se puede hacer una filosofía de la historia sino se adhiere uno a una de las dos grandes concepciones de la historia: la materialista o la idealista. Nuestro punto de vista es el del materialismo, que tiene por fundamentales elementos los puntos de vista del marxismo. El materialismo pre marxista aportó poco a la concepción de la historia, una vez que se traicionaba a sí mismo al asumir posiciones idealistas en este terreno (suponía que los móviles de la historia eran los móviles ideales inmediatos: la pasión, la maldad, el bien, la justicia, etc., sin indagar en los móviles de estos móviles). Lo que nosotros añadimos aquí, en el terreno de la historia, es la comprensión del proceso histórico como un movimiento de lo ideal, del concepto, pero derivando este concepto, en última instancia, de lo económico, y entendiendo lo económico como un concepto más. En ello no hay nada contrario al materialismo. Lo ideal es un producto de la evolución de la materia, es su producto supremo. La contraposición absoluta entre lo ideal y lo material tiene significado sólo en el ámbito del problema fundamental de la filosofía (22). Fuera de aquí lo ideal no es otra cosa que una propiedad más de la materia. No se puede comprender la historia de otro modo que no sea entendiendo a fondo el problema de lo ideal. La comprensión cabal de la historia nos lleva a la comprensión de la historia como un movimiento de lo ideal.
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Autor:
Evelio Pérez Fardalez
BREVE BIOGRAFÍA DEL AUTOR: Mi nombre es Evelio A. Pérez Fardalez. Nací en Sancti Spíritus, Cuba. Mis estudios iniciales fueron de economía industrial en la Universidad Central de Las Villas. Más tarde de ocupé de la filosofía, de la que me gradué en 1984 en la Universidad Estatal de Moscú. Soy, actualmente, profesor de filosofía del Instituto de Medicina de Sancti Spíritus, Cuba.
Sancti Spíritus, Cuba. 21 de mayo de 2008
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