El ambiente de "Luvina", su mundo fantasmagórico, proporciona a Rulfo y anticipa el de Pedro Páramo, porque la desolación y la muerte, el aire, el viento, las sombras, los murmullos y susurros misteriosos de seres que vagan como fantasmas o ánimas en pena, así como el fatalismo, el ensimismamiento y laconismo de los personajes, e incluso la objetividad narrativa son comunes a "Luvina" y a Pedro Páramo. En "Luvina" desaparecen las fronteras entre lo real y lo irreal como un preámbulo de lo que va a suceder en la novela posterior y, en fin, como se ha dicho, después de "Luvina", un lugar moribundo en donde se han muerto hasta los perros y en donde la muerte es incluso una esperanza, sólo puede venir Pedro Páramo, el gran diálogo de los muertos.
Cada cuento de Rulfo, lo sabemos, es distinto a los demás, tiene su ambiente y su ritmo peculiares. Cada no de ellos es como una habitación – peculiar, inconfundible- de una casa. Pero esta casa tiene dos puertas, y por ambas salimos hacia esta otra mansión -subterránea- que es Pedro Páramo. La puerta principal es, probablemente el cuento "Luvina", que describe "un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros…Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza, donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubiera entablado la cara". Esta puerta se abre directamente hacia el reino oscuro de Comala de Pedro Páramo 18.
Julio Ortega recordaba la siguiente historia que le contó Rulfo, una especie de sueño o pesadilla del propio autor en la que se encontraba perdido en el mundo mágico- onírico de un pueblo que lo mismo podría haber sido Luvina que Comala:
Un día llegué de noche a un pueblo. En el centro había un árbol. Cuando me encontré en medio de la plaza, me di cuenta de que aquel pueblo, en apariencia fantasma, en realidad estaba habitado. Me rodearon y se fueron acercando hasta que me amarraron a un árbol y se fueron. Pasé toda la noche ahí. Aunque estaba algo perplejo, no estaba asustado pues ni siquiera tenía ánimo para ello. Amaneció y poco a poco aparecieron los mismos que me habían amarrado. Me soltaron y me dijeron: «Te amarramos porque cuando llegaste vimos que se te había perdido el alma, que tu alma te andaba buscando, y te amarramos para que te encontrara.»19.
¿Quién habla, a quién o con quién, en dónde habla y de qué? Éstas son las preguntas suscitadas por este intenso e inolvidable relato.
"Luvina" parece que comienza con una descripción impersonal del autor desde fuera, el narrador omnisciente, pero poco a poco se va revelando que realmente no es él quien habla, cuenta o describe. En verdad, el narrador omnisciente sólo interviene muy contadas veces -cuatro- en todo el relato y, además con absoluta parquedad. Se convierte así en testigo de un largo parlamento, casi un monólogo interior, y sólo se permite servir de enlace para ir creando el ambiente con breves acotaciones a la voz que domina el relato: El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia fuera… Bebió la cerveza hasta dejar sólo burbujas de espuma en la botella y siguió diciendo…
La mayoría de las narraciones de Rulfo están contadas en primera persona por un narrador presencial que además suele ser el protagonista del relato. Es este narrador el que transmite al lector su visión del mundo, de las cosas y de los hechos con una perspectiva casi siempre desoladora. En "Luvina", el narrador o voz que habla es la del personaje protagonista-testigo que monologa absorbentemente en primera persona desde el principio al fin del cuento.
Abismado como está en su memoria y posiblemente narcotizado por el abuso del alcohol, no piensa más que en Luvina, en lo triste y devastado del lugar. Se cierne sobre su mente como una abrumadora pesadilla que le impide hablar y de cuando en cuando queda abstraído mirando al exterior de la tienda20.
Su figura es intencionalmente vaga, ya que no está descrito o caracterizado y ni siquiera tiene nombre ni apariencia. A través de sus palabras, y sólo muy aleatoriamente, sabremos que era un maestro rural, casado y con tres hijos, que hace ya quince años pasó un tiempo largo e impreciso en San Juan Luvina (Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina… La verdad es que no lo sé. Perdí la noción del tiempo desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió haber sido una eternidad.) y fue aquella una experiencia tan negativa que quedó obsesiva e imborrable en su recuerdo, marcó para siempre su vida y lo dejó derrotado y destruido.
Como bien se ha observado, este narrador protagonista del cuento de Rulfo es una transposición del personaje típico de muchas mitologías que regresa del infierno y, a la entrada de este, cuenta, a los incrédulos viajeros que se disponen a emprender el mismo recorrido, las dificultades y los horrores que encontrarán en su destino.
¿Quién es el narratario, el interlocutor u oyente a quien se dirige la voz del narrador? Se trata de un -todavía más- misterioso personaje, también sin nombre, sin rostro, sin palabra -por lo tanto no interlocutor-, y sin acción; un personaje indefinido que abre múltiples posibilidades de interpretación a los lectores. Nada más sabremos, por unas mínimas alusiones del protagonista, que se trata del nuevo maestro destinado al pueblo de Luvina, Como dice Luis Leal, "parece un ser irreal; más que un personaje, es una sombra, más que hombre de carne y hueso parece un desdoblamiento del mismo maestro narrador, quien, en vez de pensar, habla a solas en voz alta, en un monólogo ensimismado"21.
El escenario desde el cual el narrador relata la historia al misterioso oyente es una cantina o una tienda, como dice el texto, no ubicada geográficamente. Allí el protagonista, además del monólogo continuo, pide cerveza al cantinero22, se levanta de la mesa, grita a los niños que alborotan fuera, bebe la cerveza tibia que agarra un sabor como a meados de burro, pide unos mezcales y, al final, se queda dormido, semiborracho, derrumbado sobre la mesa.
El lugar parece alejado de Luvina y todo lo que ella significa. Hay una intencionada contraposición entre dos mundos, el "allá", el "arriba" del pueblo de Luvina, un mundo de pesadilla, subjetivo y fantasmal, el reino de la muerte y el gran escenario de la desolación, donde nunca llueve, nunca brilla el sol y todo es ceniciento, gris, seco, pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; y, en cambio, el "aquí", el "abajo" desde el que el narrador-protagonista cuenta y que es un mundo real, objetivo: la tienda, las cervezas, los mosquitos atraídos por la luz de la lámpara de petróleo y , sobre todo, afuera de la tienda, un lugar con esperanza de vida, como un oasis en que el agua del río, el rumor del aire, los gritos y los juegos de los niños fluyen vitalmente:
"El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia fuera. Hasta ellos llegaban el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los camichines; el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros y los gritos de los niños jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda… Y afuera seguía avanzando la noche".
Pero vayamos ya al relato propiamente dicho. ¿Qué es lo que cuenta el maestro de aquel pueblo llamado San Juan Luvina? Por cierto, un pueblo que existe realmente en la Sierra Juárez del Estado de Oaxaca, un lugar de encinas y coníferas, de clima frío y lluvioso, caracterizado por su extrema pobreza y duras condiciones de vida. Rulfo había conocido este pueblo, le gustó el nombre y se lo aplicó al pueblo -literariamente recreado- de su cuento.
El título mismo del relato, "Luvina", centra la atención en el pueblo, no en los personajes y menos en la acción. El protagonista es un paraje, un lugar, un pueblo. Porque, hay que decirlo desde el principio, "Luvina" es un cuento de ambiente, descriptivo, apenas sin acción; carece tanto de punto culminante como de desenlace sorpresivo, su anécdota es muy débil y sus personajes poco relevantes.
Este cuento de Rulfo ilustra mejor que ningún otro relato la técnica del cuento de ambiente, que se caracteriza por la poca importancia que se da a la fábula, el poco relieve que se da a los personajes, la ausencia de un punto culminante y un desenlace sorpresivo y, sobre todo, la preponderancia que se da al ambiente, que eclipsa a los otros elementos del cuento, hasta el punto de convertirse en protagonista, en torno al cual se organiza el cuento 23.
Y empieza Luvina, ese pueblo del cerro, tan realistamente descrito en su irrealidad, a dominarlo todo, a matarlo todo. No dónde, ni quién, ni cuándo: sólo un cerro alto y pedregoso, gris pardo, en quien hasta el viento "se planta", sin tiempo24.
El motivo que se repite y se convierte en el tema predominante del cuento, que se anuncia ya desde el primera párrafo y se mantiene hasta el final, es la desolación, la tristeza, el desconsuelo del pueblo de Luvina; un lugar aislado árido, moribundo y fantasmal, en el que casi no se habla ni se trabaja y todo está parado sin movimiento ni tiempo: un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay quien le ladre al silencio… y sólo quedan viejos sentados en el umbral de la puerta, esperando fatídicamente la muerte, solos, en aquella soledad de Luvina.
Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la risa, como si a toda la gente le hubieran entablado la boca. Y usted, si quiere puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve pero no se la lleva nunca. Está allí como si hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra el viento, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.
Después de la desolación y la tristeza, el otro importante motivo, muy relacionado con aquellas y continuamente repetido como elementos esencial, es el viento, una fuerza que erosiona la tierra y azota inmisericorde a los habitantes de Luvina. Un viento como una pesadilla que amenaza con sus aullidos, y negro como ave de mal agüero; un viento que no deja crecer nada, el cielo nunca es azul, no hay árboles ni plantas. Un viento que se oye y casi se ve, que actúa como un personaje protagonista, incluso personificado, con sus manos de aire; que rasca como si tuviese uñas, escarba debajo de las puertas y se mete dentro de uno, como un fantasma o un demonio o corre en las noches de luna por las callejuelas del pueblo, llevando a rastras una cobija negra, como si de la misma muerte que escondiera su guadaña se tratase:
Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted.
Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo… siempre.
¿No oyen ese viento -les acabé por decir-. Él acabará con ustedes.
Este relato, apenas sin acción, discurre muy lentamente sin seguir – como ya se ha indicado- la fórmula preceptiva de presentación, núcleo y desenlace. El autor adopta un planteamiento cargado de recurrencias que mantienen un ritmo continuo en la historia y provoca en el lector una sensación de desasosiego y agobio, contagiado por la del propio protagonista narrador, y por la realidad que está describiendo. Los personajes, los habitantes de Luvina, son sombras borrosas desdibujadas en aquel ambiente fantasmal y asoladas por el clima extremo y la tierra inhóspita. En fin, toda la narración, las descripciones y los diálogos están impregnados de la desolación, la sequedad, la tristeza y la muerte de aquel lugar maldito que se llama Luvina.
Hay en este relato una crítica social y política puesto que tanto el hombre que va a ir a Luvina como el que regresó de aquel pueblo son maestros rurales llenos de las "ilusiones educativas" propias del gobierno mexicano de los años cincuenta. En esa época tenía yo mis fuerzas…Usted sabe que a todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plasta encima para plasmarla en todas partes -comenta el maestro protagonista. Rulfo muestra el absurdo de la política educativa de un gobierno que desconoce la extrema pobreza y abandono de muchos de sus gobernados. ¿Qué hace la Revolución -se pregunta Claude Louffon- por pueblos como Luvina, con sus viejos escofulosos, sus mayores vestidos de negro y sus peones que no vuelven más que una vez al año para plantar otro hijo en el vientre de sus mujeres?25. Las promesas que el gobierno mexicano ha hecho durante mucho tiempo, promesas de prosperidad e igualdad para todos, los habitantes de Luvina ya hace mucho tiempo que no se las
pueden creer.
"—¿Dices que el Gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú conoces al gobierno?
Les dije que sí
—También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre del Gobierno.
Yo les dije que era la Patria.
…Y me dijeron que no, que el Gobierno no tenía madre.
—Y tienen razón, ¿sabe usted? El señor ese sólo se acuerda de ellos cuando alguno de sus muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo. Entonces manda por él hasta Luvina y se lo matan. De ahí en más no saben si existe".
Al referirnos más arriba a Pedro Pàramo, decíamos que era, con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, la máxima representación de la corriente literaria denominada "realismo mágico", en palabras de Pedro Luis Barcia, " una aclimatación de lo insólito, percibido como naturalmente inserto en el seno de la realidad; esta presencia no es sentida como anormal o alteradora de un orden, ni como agresiva o escandalosa; es vista como asombrosa y atractiva y no como atemorizante, como ocurre con lo fantástico 26. Y también decíamos que el autor mágico-realista suele utilizar un estilo muy expresivo y personal, aunque se mantenga, en general, dentro de un tono objetivo, aparentemente sencillo, preciso y poco adornado.
Pues bien, como afirmó Seymour Menton:
Los cuentos de El llano en llamas, con una sola excepción, son esencialmente realistas. Esa excepción que el mismo Rulfo reconoció, es "Luvina", magnífico ejemplo del realismo mágico. La visión purgatorial de San Juan de Luvina es tan impresionante como la visión infernal de Comala en Pedro Páramo27.
Luvina es una ficción literaria pero muy real, un pueblo del México más profundo y pobre, con sus gentes abandonadas, fatalistas, sin ninguna ilusión y sin ninguna esperanza. Pero también es un lugar irreal, mágico, poblado no de cadáveres como la Comala de Pedro Páramo, pero sí de sombras, ruidos y susurros misteriosos, de seres que parecen fantasmas. Un lugar envuelto en una atmósfera de irrealidad por el incesante viento aullador, el viento "negro" que se pasea como un personaje fantástico y amenazador, creando una atmósfera tan desoladora que hará exclamar al narrador- protagonista: ¿En qué país estamos?
Aparte del uso literario del lenguaje popular mexicano que -como arriba se ha dicho- utiliza Rulfo en toda su obra, los más destacados recursos estilísticos de "Luvina", señalados por los principales comentaristas, son lo que se ha llamado "la parquedad y el laconismo esenciales", la monótona repetición insistente de ideas y palabras en boca del hablante incluso dentro del mismo párrafo que, aparte de ser muy expresivas, crean un ritmo lento que ralentiza el paso del tiempo. Otros recursos son el empleo continuo de los símiles o comparaciones -en un cuento de unas trece páginas, la frase «como si» aparece dieciocho veces y el símil «como», nueve veces28 – y la plasticidad en el uso de los adjetivos, lo que incrementa el ambiente de desolación y desconsuelo; además de las personificaciones, las alegorías y, desde luego, ese vocabulario popular repetidamente aludido, que, mediante coloquialismos, mexicanismos, expresiones populares y las continuas elipsis, proporciona el colorido recreado del habla local. Por último son de notar las imágenes que acercan y confunden a los personajes con los elementos y fenómenos naturales que los rodean y que resaltan por su gran expresividad en boca de este maestro rural, que más que describir, evoca una realidad muy dura con una forma narrativa de gran belleza.
Claude Couffon insiste en el acierto y la importancia de la imagen sonora en varios de los cuentos de El llano en llamas y, particularmente, en "Luvina":
Cuando Rulfo escribe en "Macario": las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. ¿Quién puede escapar al eco de esta imagen brutal? ¿Y en "La Cuesta de las Comadres" quién no oye un ruido extraño cuando el asesino da un puntapié al muerto que retumba como un tronco de árbol seco. ¿Y quién no comparte la angustia de los campesinos de "Nos han dado la tierra" cuando uno lee cae una gota de agua, grande , gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una lasta como la de un salivazo» Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. Podríamos multiplicar los ejemplos. Prefiero, para acabar, copiar este pasaje de "Luvina" en el cual la imagen sonora me parece particularmente obsesiva. Vemos al nuevo maestro de la escuela llegar con su mujer y sus tres hijos a un pueblo desierto y, como no encuentran ni una posada, pasan la noche en la iglesia. De repente oye un extraño rumor de alas: Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el aletear más fuerte, como si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los agujeros de las puertas. Entonces caminé de puntitas hacia allá, sintiendo delante de mí aquel murmullo sordo. Me detuve en la puerta y la vi. Vi a todas las mujeres de Luviva con su cántaro al hombro, con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro fondo de la noche 29.
En fin, como acertadamente comenta Genaro Eduardo Zenteno Bórquez en su tesis (Luvina» un cuento inusitado, Universidad de Colima, Facultad de Letras y Comunicaciones, mayo de 1998, pág. 77), "Luvina" supone una revolución y un cambio con los relatos de la miseria en el campo escritos con anterioridad. En estos otros cuentos lo terrible se plasma en hechos concretos puntualmente definidos y aislados: asesinatos, violencias de todo tipo, humillaciones, etc. En cambio, en San Juan Luvina la tragedia es más terrible porque es totalizadora e inescapable: puede respirarse y sentirse en el ambiente, en el paisaje, pero sobre todo en las condiciones ancestrales que han marcado las mentes de los habitantes de un pueblo específico, que sin embargo puede ser cualquiera.
"Luvina" es, tal vez, la más acertada expresión literaria, la más amarga y desolada, que pueda darse de la soledad, resignación e inmovilidad de un pueblo y unas gentes, de un clima y un territorio. Y al finalizar la lectura nos damos cuenta de que todo el abrumador peso del relato cae implacable y únicamente sobre la persona del maestro rural. Las últimas palabras que pronuncia este oscuro protagonista narrador, antes de caer definitivamente derrumbado sobre la mesa de la cantina, son el punto culminante de la tensión, la patética y amarga aceptación del vacío y la destrucción de un hombre que ya no tiene nada a adonde agarrarse. Y esa misma derrota también se apoderará, inexorablemente, de ese otro personaje casi irreal, el nuevo maestro que se dirige a Luvina:
"San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que ahí sopla no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó. Usted que va para allá comprenderá pronto lo que le digo…"
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NOTA BIBLIOGRÁFICA
Miguel Díez R., profesor de Lengua y Literatura Españolas en la Enseñanza Media durante cerca de cuarenta años, publicó en 1985 Antología del cuento literario en la Editorial Alhambra (hoy Alhambra Longman), uno de los primeros intentos en nuestro país de una selección de cuentos muy variados y universales, destinada exclusivamente a estudiantes de Enseñanza Media y que ha tenido, y sigue teniendo, una difusión muy amplia en toda la geografía española.
Además de varios manuales de Literatura Española y de comentarios de textos literarios, ha publicado la edición de Jardín Umbrío de Ramón del Valle-Inclán (Madrid, Espasa Calpe, 1993) y la de Días del Desván de Luis Mateo Díez (Madrid, Anaya, 2001). Es, así mismo, autor de la Antología de cuentos e historias mínimas (2002) (Madrid, Espasa-Calpe, Austral nº 527, 2008) y en colaboración con su mujer, Paz Díez Taboada, ha publicado Antología de la poesía española del siglo XX (1991) (Madrid, Akal, 2004), La memoria de los cuentos (Madrid, Espasa-Calpe, Austral nº
151, 1998, reeditado en la misma editorial y colección con el título de Relatos populares del mundo), Antología comentada de la poesía lírica española (2005) (Madrid, Cátedra, 2006) y Cincuenta cuentos breves. Una antología comentada, Madrid, Cátedra, 2011.
NOTAS:
1 Fernando Benítez: "Conversaciones con Juan Rulfo", México Indígena, INI, nº extraordinario, 1986, pág. 50.
2 Comentario del libro México visto por la lente de Juan Rulfo. El Espectador, Bogotá, 10-10-2001).
3 "Juan Rulfo, cuentista", en Cuadernos Americanos, VI, 1967.
4 José Miguel Oviedo, Historia de la Literatura Hispanoamericana, 4. De Borges al presente, Madrid, Alianza, 2001, pág. 69.
5 Joseph Sommers: "Los muertos no tienen tiempo ni espacio. (Un diálogo con Juan Rulfo)", Siempre. La cultura en México, 1.051 (15-VIII-1973).
6 Roberto García Bonilla: "Un paradigma de la crítica sobre Rulfo medio siglo después. Entrevista con Carlos Aguinaga". http//www.ucm.es/info/especulo/numero 31/cblanco.html
7 Luis Hars: "Juan Rulfo, o la pena sin nombre", en Recopilación de textos sobre Juan Rulfo, La Habana, Centro de Investigaciones Literarias Casa de las Américas / Madrid, SSAG, 1995, pág. 119.
8 Luis Hars: Los nuestros, Buenos Aires, Sudamericana, 1968, pág. 316.
9 Carlos Blanco Aguinaga: "Realidad y estilo de Juan Rulfo" (1955), en Jorge Lafforgue, Nueva novela latinoamericana 1, Buenos Aires, Paidós, 1969, pág. 87.
10 José Carlos González Boixo: "Lectura temática de la obra de Juan Rulfo", en Juan Rulfo. Toda la obra, ed. Claude Fell, Madrid, ALLCA, 1996, págs. 653- 654.
11 "Realidad y estilo de Juan Rulfo" (1955), en Jorge Lafforgue, Nueva novela latinoamericana 1, Buenos Aires, Paidós, 1969, pág. 88.
12 José Carlos González Boixo: Historia de la Literatura Latinoamericana, 6. Juan Rulfo, Madrid, Planeta-Agostini, 1985, pág. 96.
13 Hugo Rodríguez-Alcalá: El arte de Juan Rulfo: historias de vivos y difuntos, México, INBA, 1965, pág. 65.
14 Parece ser que Rulfo tituló inicialmente el cuento "Loobina" que, según Yvette Jiménez de Báez, en zapoteco actual significa etimológicamente "cara de la pobreza". "Historia y sentido en la obra de Juan Rulfo", en Juan Rulfo. Toda la obra, ed. Claude Fell, Madrid, ALLCA, 1996, pág. 704.
15 "Juan Rulfo: La literatura es una mentira que dice la verdad. Una conversación con Ernesto González Bermejo", Revista de la Universidad de México, XXXIV, 1 (IX-1979), en Juan Rulfo. Toda la obra, Ed. Claude Fell, Madrid, ALLCA XX, 1996, págs. 462-463.
16 "Juan Rulfo: La literatura es una mentira que dice la verdad. Una conversación con Ernesto González Bermejo", Revista de la Universidad de México, XXXIV, 1 (IX-1979, en Juan Rulfo. Toda la obra, ed. Claude Fell, Madrid, ALLCA XX, 1996, págs. 469-470.
17 Katalin Kulin: "Luvina y Comala, dos caras de la misma realidad", en Acta Litteraria, XXIII, fasciculi 3-4, pág. 352.
18 Manuel Durán: "Juan Rulfo, cuentista: La verdad casi sospechosa", en Helmy F. Giacoman: Homenaje a Juan Rulfo. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid, Anaya/Las Américas, 1974, pág. 120.
19 "El evangelio de Juan Rulfo según Julio Ortega", transcripción hecha por Adolfo Castañón de las palabras de Julio Ortega -en una conferencia dictada en el I Seminario de Crítica Literaria celebrado en Manizales, Colombia, IV-1999-, al referir una anécdota que le había contado Juan Rulfo.
20 Ana María López: "Presencia de la naturaleza, muerte y resurrección en El llano en llamas de Juan Rulfo", Anales de Literatura Hispanoamericana, 4, 1975, pág. 183.
21 Luis Leal: "El cuento de ambiente: «Luvina». En Helmy F. Giacoman: Homenaje a Juan Rulfo. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid, Anaya/Las Américas, 1974, pág. 94.
22 En el cuento solamente aparecen dos nombres propios, el del cantinero, Camilo, y el de la mujer del protagonista, Agripina. El resto de personajes, incluyendo al propio protagonista y sus hijos, al interlocutor silencioso y a la totalidad de los habitantes de San Juan Luvina, permanecen innominados.
23 Luis Leal: "El cuento de ambiente: «Luvina»", en Helmy F. Giacoman: Homenaje a Juan Rulfo. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid, Anaya/Las Américas, 1974, pág. 98.
24 Carlos Blanco Aguinaga: "Realidad y estilo de Juan Rulfo" (1955), en Jorge Lafforgue: Nueva novela latinoamericana 1, Buenos Aires, Paidós, 1969, pág. 90.
25 Claude Louffon: "El arte de Juan Rulfo", en Recopilación de textos sobre Juan Rulfo, La Habana, Centro de Investigaciones Literarias, Casa de las Américas, 1969, pág. 147.
26 "García Márquez y Cien años de soledad en la novela hispanoamericana", en Gabriel García Márquez: Cien años de soledad, ed. conmemorativa de la Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Barcelona, Santillana, 2007, pág. 488.
27 Seymour Menton: Historia verdadera del realismo mágico, México, FCE, 1998, pág. 206.
28 Seymour Menton: Historia verdadera del realismo mágico, México, FCE, 1998, pág. 206.
29 "El arte de Juan Rulfo", en Recopilación de textos sobre Juan Rulfo, La Habana, Centro de Investigaciones Literarias Casa de las Américas/Madrid, SSAG, 1995, pág. 149.
Autor:
Miguel Díez R.
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