Quién lea los Versos Sencillos hallará no pocas estrofas transidas de eso que pudiéramos denominar sensibilidad cósmica. Se siente allí un espíritu atraído por la Naturaleza, ganoso de descansar de los hombres…
"Yo sé de Egipto y Nigricia,
de Persia y de Jenofonte,
y prefiero la caricia
del aire fresco del monte."
"Yo sé las historias viejas
del hombre y de sus rencillas,
y prefiero las abejas
volando en las campanillas."
Al sentido cósmico, presente en el pensamiento filosófico de Martí, M. Vitier agrega, el finalismo, que según él, "(…) late acá y allá en sus artículos. Recuérdese esta aserción suya: "corren leyes magníficas por las entrañas de la Historia". Esos credos, que caen en lo metafísico, le robustecían la fe en cosas más inmediatas y palpables. He ahí cómo lo cotidiano se nutre de lo eterno. Esa es la unidad profunda que vio. Vidente, pues, en ese sentido.
A veces declara explícitamente su visión de la existencia. Es insustituible su texto a ese respecto: "Que el Universo haya sido formado por procedimientos lentos, metódicos y análogos, ni anuncia el fin de la Naturaleza ni contradice la existencia de los hechos espirituales".
Insiste en eso -en la sustantividad de lo espiritual-. El le halla esfera propia. También gravitan sus concepciones en torno a la unidad de todo. Por eso dice: "El Universo, con ser múltiple, es uno".
En la Cosmovisión martiana, la espiritualidad del hombre es esencial, su subjetividad, como agente histórico-cultural. Lo que no significa que lo hiperbolice. Para él, lo material y lo espiritual constituyen una unidad inseparable. Recuérdese la polémica en el Liceo Hidalgo, de México. Incluso aboga por una filosofía de la relación que no separe lo ideal y lo material, que no discurra hacia los extremos. Simplemente que lo aborde en su relación.
Hay en Martí, en su pensamiento, acuciantes notas espiritualistas. Cree en la preexistencia y postexistencia del alma, en la superioridad del espíritu, sin embargo no se desliga de la realidad inmediata. Sus convicciones ideopolíticas (culturales) terrenalizan su tendencia especulativa, sin matar su raíz utópica y su miraje hacia lo absoluto y lo grande, pues en su criterio: "menguada cosa es lo relativo que no despierta al pensamiento de lo absoluto. Todo ha de hacerse -declara Martí, de manera que lleve la mente a lo general y a lo grande. La filosofía no es más que el secreto de la relación de las varias formas de existencia".
En gnoseología somete a crítica el apriorismo y el subjetivismo. Considera la realidad como fuente del conocimiento. "En el hombre, -cree Martí- hay fuerza pensante, pero esta fuerza no se despierta ni desarrolla, sin cosas pensantes." Además "hay armonía entre las verdades, porque hay armonía entre las cosas".
Su gnoseología, siguiendo la tradición cubana, se expresa como sensorracionalismo, donde lo sensorial y lo racional son dos momentos de una unidad y un proceso único.
Al mismo tiempo, su siempre razón utópica -rasgo propio de los grandes- no lo llevan a separar la teoría de la práctica.
El "espiritualismo martiano", la sustantivación de la subjetividad humana, tampoco restan valor a su filosofía social. En su concepción, el hombre, como sujeto socio-cultural, reproduce de forma compendiada la totalidad del Universo. En la naturaleza –concepto amplio en Martí- integra todo, lo espiritual y lo material; pero el hombre, es por sobre todas las cosas, un ser activo, hacedor de historia y cultura y condicionado sociohistóricamente, pues "nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo".
En su concepción del mundo, la vida y la muerte ocupan un importante lugar. Ve la vida como realización humana y con optimismo, sin olvidar lo que tiene el hombre de paloma y de fiera. La muerte, en correspondencia con su visión del hombre y sus credos, la concibe como tránsito, como momento de la propia existencia, pero valiosa y útil cuando se ha cumplido con el deber dignamente y en pos de valores ennoblecedores y humanos.
Su soñado libro: "El concepto de la vida" habría sistematizado más aún su filosofía ético-humanista, pero en su obra completa está perfilada una coherente concepción del hombre, la actividad humana y la cultura.
Hay, sin duda alguna, una filosofía, encauzada como programa pedagógico, suscitador de acción comunicativa, en pos de la formación humana, a través, fundamentalmente, de los valores.
"En síntesis -cree Vitier- su pensamiento filosófico es el de un creyente en la sustantividad del espíritu. Tuvo esa seguridad y en él fue fecundada, porque lo llevó a amar, a creer en la Historia, a darse por los demás, a refutar el descreimiento, a presentir la vuelta del Cristo, "el de los brazos abiertos, el de los pies desnudos, y todo, sin que nadie, ni hindúes, ni católicos, ni teósofos puedan reclamar como adepto al grande hombre" El hombre -síntesis de la cultura cubana-, que echó suerte con los pobres de la tierra e iluminó con su pensamiento y su praxis el futuro de la nación cubana.
Si bien en el pensamiento de Martí, encontramos especies filosóficas, en varias dimensiones, sean ontológicas, epistemológicas, etc. lo cierto es que predominan las de carácter axiológico. Se trata de un fundador, empeñado en la búsqueda de la ley de la ascensión humana, de la riqueza espiritual del hombre. y encuentra en la axiología, en los valores, la base del cultivo humano. "En el caso de valores (Axiología), -escribe M. Vitier- no intenta clasificación alguna ni se propone examinar la naturaleza del "valor", en sus varias apariciones. Lo que indico es la existencia, frecuentísima, de valores en el curso de sus escritos. Se le vivifican, los afirma, los acentúa. No pasa de eso, pero quien tenga sensibilidad filosófica se percata de ello, y sobre todo, asiste a un fenómeno de interés: la presencia de los valores, no en plano de explicación, no en instancia de conceptos, sino como vivencias."
Es que en el discurso de Martí y su verbo de alto linaje, los valores pierden su numen metafísico, para convertirse en valencias sociales.
En la obra filosófica martiana no existe una axiología sistematizada. Más que teorizar sobre los valores el Apóstol se preocupa por encontrarlos y cultivarlos en la conducta del hombre, como medio de ascensión humana.
Sin embargo, es posible revelar en su ideario humanista un conjunto unitario de valores, coherentemente estructurado en torno a la persona humana, su razón de ser y los modos de conducirla a su humanidad creciente.
Los valores en Martí son modos esenciales del devenir del hombre en su naturaleza social, integrados en la cultura, a manera de formas de existencia del ser humano y sus necesidades materiales y espirituales.
Así, los valores, en su fundamento sociocultural y encarnados en la cultura tematizan el contenido esencial del ideal martiano de racionalidad humana. Se trata de una axiología de la acción que va a la raíz del hombre porque sabe de su grandeza interior. De una eticidad concreta que busca el hombre futuro en el hombre actual con pasión y fe y con sorprendente consagración heroica, animada por una misión redentora fundada en el pueblo y un oficio que identifica la belleza con la humanidad del hombre y la bondad con la dación desinteresada.
El programa humanista martiano, fundado en la axiología de la acción, se concreta en un paradigma de racionalidad humana, cualificado como autoconciencia de la cultura. Tanto en la revelación del ser existencial de nuestra América, como en su determinación especial en las condiciones de su patria, José Martí funda un paradigma de emancipación humana y redención social, cuyo despliegue está mediado por un sustrato socio-cultural humanista que imprime racionalidad y verdad a su proyecto político. Es que en el paradigma martiano, los valores éticos y políticos se integran en un nivel tal de concreción que prácticamente se identifican. Por eso, más que encarnación individual, son conciencia de su necesidad y eficacia. Esto impregna optimismo, fuerza y vitalidad a la empresa emancipadora. Y Martí, ya en los albores de la contienda, como expresión del pueblo lo siente, lo sabe. "Jamás fue tanta nuestra virtud -escribe el Maestro- tan compacta nuestra acción, tan cercano nuestro esfuerzo, tan probable nuestro éxito. Cuántos obstáculos hubiéramos podido encontrar, hasta los obstáculos insuperables que a la mayor virtud pone siempre la ambición o vanidad de la naturaleza humana, nada han podido, ni han aparecido siquiera, ante esta alma de redención que hoy nos consume y nos inspira. Somos un ejército de luz, y nada prevalecerá contra nosotros. Nos queda por hacer lo que sabemos que queda por hacer…
Existe ya un sistema de valores, conformado en la cultura, hecho conciencia, como valencia social, expresado en término ideopolítico, que si bien no agota el paradigma emancipador -existen otros componentes de la subjetividad humana- que matiza una idea, configura un ideal que impulsa, orienta y regula el hacer práctico-espiritual, que "con la mano en la conciencia -en el bello decir de Martí- pone ya la idea a las puertas de la realidad. En tales condiciones "el espíritu ha cundido y los cubanos tienen fe… Nadie se lo pide; les nace así de corazón… Clubs nuevos y pueblos, tiene el partido".
Es indudable la importancia de un paradigma, en tanto modelo que oriente racionalmente el pensamiento y acción del quehacer social, político y cultural en su connotación más integradora posible. El paradigma martiano, marcado por su visión del mundo y del hombre, por la experiencia americana y sobre todo por su sabiduría política, como grande hombre fundador, traza caminos, crea confianza, cultiva razón y sentimiento y prepara conciencia para realizar el ideal de la nación. En fin, funda una cultura con alma política y un carácter nacional henchido de patriotismo y amor desinteresado, capaz de estructurar un programa de liberación nacional, sobre bases nuevas.
El ideal de racionalidad martiana compendia en síntesis conocimiento, valor, acción práctica y comunicación intersubjetiva, es decir, las variadas formas en que el hombre asimila y reproduce creadoramente la realidad material y espiritual; pero al mismo tiempo, su pensamiento y su obra en toda su integridad encarna un cuerpo cultural de entraña política para realizar una República próspera de naturaleza ético-moral. Esto se fundamenta en el hecho de que al Maestro le interesa sobre todo la ascensión humana, el progreso socio-cultural del hombre, como medio fundamental de realizar sus fines. No se trata en modo alguno de una racionalidad instrumental de corte pragmático y utilitarista, sino de racionalidad humana, que sin menospreciar el conocimiento, la ciencia, la técnica, como medidas de desarrollo cultural humano, sabe que a la raíz del hombre, ante todo se llega revelando esas fibras, ocultas a veces, de su subjetividad. Por eso hay que buscar y encontrar sin vacilación el sentido humano, sobre todo, como vía de acceso primario a la esencia social del hombre. Sin ello -y la práctica corrobora la verdad del Maestro- resulta estéril, ineficaz e ilusorio todo proyecto. Es que la ciencia, la política, el derecho, el arte, etc. sin motivaciones humanas, no realizan el ser esencial del hombre, no se encarnan en el cuerpo de la cultura como medida de progreso y desarrollo. Por eso Martí, no sólo hizo arte mayor, sino política científica, de profunda hondura, de alto vuelo social humano. En primer lugar, porque comprendió el arte de dirigir, como un encargo social por el bien de todos y no para acumular riquezas y obtener privilegios, en segundo lugar, porque tomó partido por la mayoría desheredada. Su gran obra política: la creación del Partido Revolucionario Cubano, para hacer la guerra necesaria por la República, y todo su pensamiento político en torno a Cuba y nuestra América, fue eficaz y trascendió porque se concibió y estructuró como empresa cultural de las grandes masas. Y esto de por sí comporta un concepto, una idea en Martí: no existe política eficaz, al margen de valores e ideales enraizados en la condición humana. Con esto continúa la tradición del pensamiento americano más genuino y revolucionario. Lo supera, en la medida que echa suerte con los pobres y abre nuevas perspectivas de enfoque y de discernimiento de la realidad política. Su humanismo revolucionario antiimperialista, expresión de un proceso de continuidad y ruptura sintetiza y concreta su escala de valores. Expresa el momento de máxima plenitud y madurez de su pensamiento político revolucionario, en correspondencia con los nuevos tiempos.
Sin embargo, su obra renovadora, revolucionaria, y creadora no se reduce a la esfera de la relación axiológica: ética-política, en los marcos de su concepción integradora de la cultura; pues si ciertamente Martí produce un viraje revolucionario en los conceptos e ideas políticas de su tiempo cubano y americano, incluyendo la tabla de valores conque juzga y piensa la realidad, también en la esfera de la estética, en relación estrecha con la ética, muestra originalidad y creación. Se trata no sólo de un hombre de pensamiento y acción que conjuga en unidad indisoluble misión y oficio, sino además de un artista y de un creador. Esto naturalmente matiza su axiología con nuevos colores y esencias, incluyendo su concepción de la subjetividad humana y por supuesto la especificidad de la filosofía que nuclea su cosmovisión. Política, ética y estética y sus sistemas de conocimiento y valor que les son consustanciales, tematizados en Martí en una concepción integradora de la cultura, dan expresión unitaria a su discurso y lo dotan de modos apropiados y métodos idóneos para aprehender el objeto en su dinámica y concreción.
Si ciertamente, la grandeza martiana como dirigente revolucionario, deviene en gran medida del modo en que los valores ético-morales permean y penetran lo político, hasta concebirlo como empresa cultural humana de las grandes masas lo ético y lo estético, encarnando esta racionalidad conceptual propia del paradigma del Maestro, imprimen una determinada especificidad a su axiología. La vinculación estrecha de los valores ético y estético en la axiología martiana, en los marcos de una concepción unitaria de la cultura, en tanto resultado de la actividad humana y medida del desarrollo del hombre y la sociedad, abre perspectivas nuevas para acceder a la realidad humana y conformar un ideal de racionalidad, como proyecto emancipador que integra y sustancia como sistema orgánico la verdad, el bien y la belleza y junto con ello, el amor, la libertad, la justicia, el honor, la felicidad, la virtud y la dignidad plena del hombre, como valencias cualificadoras de la sociedad que preludia y se esfuerza por realizar.
En el ideal de racionalidad martiana, los valores ético y estético y político poseen un status especial. Esto dimana, además de su misión y oficio, de la singular concepción que posee de la cultura, como resultado y despliegue de la actividad de las grandes masas. Las determinaciones culturales -y los valores también lo son- no constituyen un acto individual de aprehensión para Martí, sino un proceso social que sin soslayar la experiencia individual propia de cada sujeto, da primacía al movimiento social, en tanto realiza y legitima la acción de las grandes masas. En esta dirección -en mi criterio- es posible comprender la cosmovisión martiana de la subjetividad humana, la axiología y la cultura.
La inserción de los valores en la cultura -hecho que en mi criterio ya casi nadie niega- y la concepción de esta última como resultado social, del pueblo, funda en Martí una idea nueva que determina una connotación especial al elan humanista que le es intrínseco en su pensamiento. Y esto se pone de manifiesto no sólo en la relación ética-política, sino además en la relación ética-estética y sus mediaciones.
En primer lugar existe en Martí una concepción de los valores, penetrada de un sentido de lo real e histórico como proceso que evita que los piense y aborde como arquetipos o a priori, sino como hacer humano. Por eso el bien no es tal, porque es algo presupuesto como verdadero, sino porque es bueno en la praxis social. La belleza no es tal en tanto establecida externamente, sino en tanto acción bella dimanante del comportamiento humano. Al igual que la verdad no es tal, como esencia válida en sí misma, sino como expresión de la realidad para el hombre. Esto no es practicismo, ni negación de lo universalmente dado, sino sentido práctico-valorativo, que busca, encuentra y proyecta los valores en el hombre, haciendo historia, en su acción y en la cultura, en que toma cuerpo.
Este concepto, de buscar los valores en la realidad, y en su despliegue, como devenir cultural en y por el hombre, como sujeto social, explica el sustrato ético-moral de la estética y política martianas. En esto se basa su tesis o enjuiciamiento de Espronceda, que en el decir de Martí pudo ser mártir, y no devino siquiera hombre. Subrayo hombre, para destacar cómo en la axiología del Maestro, la eticidad concreta, en las acciones del hombre, constituye su medida, es decir, un parámetro cualificador que define su status en tanto tal, y esto por supuesto penetra toda su dimensión cultural-humana, incluyendo expresiones concretas y valores. Y esta idea está tan arraigada en él, que fluye también en su labor magisterial, como maestro y educador. Tanto en su correspondencia pública, como de naturaleza íntima, Martí enseña, y los motivos de carácter artístico siempre aparecen vinculados a la conducta cívica del hombre. Como su motivo central es el hombre, en toda su integridad, al abordar la esencia y las formas de creación humana con arreglo a las leyes de la belleza, en su discurso subyace también un mensaje de carácter moral. El sabe que la belleza en sí, aislada del verdadero ser existencial del hombre, resulta superflua, estéril. En Martí, la "belleza" externa, desvinculada de una cultura de los sentimientos fundada en el amor y la bondad, no constituye un valor definidor de la naturaleza humana. Una personalidad, aunque "bella externamente" si no es portadora de sentimientos nobles, de solidaridad humana, desinterés, justicia, dignidad personal, no se realiza como hombre y su conducta resulta rechazada por la propia sociedad en que vive.
En la Edad de Oro, obra martiana dedicada a formar hombres creadores, con ciencia y con conciencia, la intención del Maestro se hace patente. "El niño -escribe Martí- ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecillas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del brazo a su hermana para que nadie se la ofenda…
En el lenguaje, simple, sencillo, para niño, el mensaje ético-humanista no falta, ¿cómo formar al hombre como sujeto, con ciencia, creatividad y con conciencia, si no se cultiva lo esencialmente humano: el sentido del deber, la bondad, el amor al trabajo, en fin la sensibilidad humana, capaz de transformar lo feo en bello? Más que un simple mensaje es una clave cultural paradigmática, que con visión preclara y de meridiana lucidez, deviene obra fundadora. "Las cosas buenas -dice Martí a los niños en el último número de la Edad de Oro- se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto -continúa Martí, identificando lo moral con lo estético- cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe; ser útil. Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo."
Con esto, Martí no sólo evoca y predica la necesidad de sembrar y cultivar humanidad en el hombre para que nazca, eche raíces y se multiplique, sino además funda una cultura de los valores, imprescindibles para la convivencia social y para el propio despliegue de las energías creadoras que el hombre lleva en sí y desarrolla en función de la sociedad. Así, refiriendo a Buda, enseña a los niños, que no "se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llene de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria y con los brazos siempre abiertos".
Es que en Martí se capta el bien y la esfera humana en general como medio y fin que supone e impulsa la voluntad, y toda la subjetividad humana en el devenir social. Los valores morales devienen motivos catalizadores de creación, originalidad y proyección. Es como si los valores éticos y también estéticos se fundieran en un todo único, interconexionado, al igual que los restantes valores como componentes de la cultura.
La plasmación de la axiología como conducta, inserta en la cultura en todos sus componentes estructurales (valores) y sus expresiones jerárquicas, no es una tarea fácil. Martí está consciente de ello, y por eso da razones de la necesidad de que los valores morales se conciban como medios y fin intrínsecos al devenir humano, como móviles de perfección del hombre. Con esto, el bien, el deber, no aparecen sólo como mandatos de la razón, como a priori, sino que su realización y proyección deben asumirse con satisfacción, con gusto, deseo, pasión, amor y con espíritu de consagración. Por eso no puede ser un fin ni un medio extrínsecos a la naturaleza humana. Deben mover y despertar sensibilidad, que es al mismo tiempo encontrar belleza, placer por la acción o el deber cumplido. De lo contrario no devienen cultura diaria, ni norma de actuación, ni se encarnan en convicción. No se integran a la cultural.
He ahí la necesidad de comprender el por qué Martí dimensiona el devenir humano como hecho cultural, como empresa eminentemente moral, porque incluso, las expresiones políticas, jurídicas, etc. si se fundan en la cultura y son expresión auténtica del pueblo, resultan bellas, despiertan sensibilidad y gusto estético. Realmente, ante las alternativas, debo hacer esto o me gusta hacer esto, ¿cuál de ellas se asume? Martí trata de develar en la realidad, sobre todas las cosas, humanidad, que es al mismo tiempo encontrar bondad y belleza en los actos humanos. Es asumir lo bueno, lo justo, lo heroico, etc. como manifestaciones bellas a plenitud, en tanto realizan la naturaleza social humana.
En este sentido, la acción esencialmente humana es heurística y adquiere una dimensión estética, porque "sólo lo que del alma brota en guerra, en elocuencia, en poesía llega al alma" "(…) Nobles, -refiere a J. J. Palma- son pues sus musas; patria, verdad, amores… En un jardín, tus versos serían violetas. En un bosque, madreselvas. No son renglones que se suceden; son ondas de flores". Ondas de flores que nacen de su amor patriótico, como destellos que penetran la razón y los sentimientos y "hacen caminos al andar". Crean, fundan, porque nacen del hombre y el entorno social y porque son apropiación humana. Convidan, se asumen, encuentran recepción porque despiertan sentimientos, conceptos e ideas humanas. Con ello se convierten en resortes para la acción y nuevos modos creadores y originales de aprehensión.
Esta concepción martiana, al integrar los valores en la cultura, como producción del hombre, en función de la sociedad, sienta premisas teórico-metodológicas para establecer jerarquías y niveles en cuanto a determinaciones del quehacer humano se refiere. La unidad indisoluble entre lo ético y lo estético y el lugar que ocupa en los marcos de su axiología, responde en gran medida al hecho de que Martí es un hombre de pensamiento y acción, que une en su diario hacer misión y oficio. Esto determina en él un concepto. "La vida -escribe Martí a Joaquín Macal- debe ser diaria, movible, útil; y el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo. No aplicar teorías ajenas, sino descubrir las propias. No estorbar a un país con abstracciones, sino inquirir la manera de hacer prácticas las útiles. Si de algo serví antes de ahora, -enfatiza el Maestro- ya no me acuerdo: lo que yo quiero es servir más. Mi oficio… es contar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble, admirar y hacer todo lo grande… Vengo a ahogar mi dolor por estar luchando en los campos de mi patria, en los consuelos de un trabajo honrado, y en las preparaciones para un combate vigoroso."
En este sentido, la belleza con que Martí capta la realidad y la obra humana, no dimana sólo de la prosa y el verso de un artista, de un poeta, ni del magno discurso de un escritor de talento mayor, ni del hombre hecho estilo, que tanto exalta Unamuno, Sarmiento y Darío. Además de su oficio -que ya es mucho para consagrarlo- existe una misión redentora, un compromiso con la realidad de su tiempo, con su bella isla y la América nuestra. Sólo un oficio, por muy grande y trascendente que sea, no es capaz de irradiar luz, "encender el entusiasmo por todo lo noble" y revelar la grandeza humana en toda su magnitud. La misión lo completa, lo dirige a la realidad concreta, busca cauce de realización. Enseña que al deber-ser no se accede a través del discurso, encerrado en sí mismo, sino se requiere de la acción práctica transformadora, capaz de subvertir la realidad presente y proyectar y realizar lo que falta y exigen la necesidad y los intereses de los hombres en el movimiento social. Si se desconoce esto -en mi criterio- resulta imposible comprender la obra martiana, incluyendo su filosofía y su axiología. El paradigma martiano y el ideal de racionalidad en que se despliega, está mediado por convicciones ideopolíticas revolucionarias tan profundas que no le permiten soslayar las situaciones dramáticas en que se consume y dirime el hombre y la sociedad, para dedicarse al puro oficio de crear. Es que precisamente su magna obra creadora "que pertenece a los "alumbrados", en el decir de Gabriela Mistral; es un resultado de haber conjugado en inseparable unidad, misión y oficio"(…) Martí, criatura literaria completa, -enfatizó Gabriela Mistral- amaba sus clásicos y amaba la poesía del pueblo, porque el humanismo no lo disgustó de lo popular, ni lo elemental lo invalidó para lo clásico… Pero el trance del momento era duro, y Martí nos entregaba su poesía verbal cortada aquí y allá del sollozo patriótico o del puñetazo de fuego al tirano". Martí desintrancendentaliza, hace concretos los valores en el instante mismo en que los trae al quehacer humano-social, y le trasmite sentido práctico, razón, inspiración y sensibilidad" (…) y puso poesía castellana -refiere a Antonio Sellén- cuanto hay de enérgico y hermoso en los poetas nuevos. Ennobleció el destierro con un trabajo constante, templado por un carácter que no empañó nunca la malicia, y embellecía la pasión por la hermosura ideal, que lo tuvo siempre en un estado de íntimo deleite; más grato que los goces volubles del mundo. Era hombre de notable cultura y de juicio sagaz; pero el corazón se le inflamaba, aún en los últimos años, cuando veía volar un pájaro libre sobre su cabeza, o deshacerse una nube por el cielo azul… Fue tierno y sentido, y notable por la pureza de sus deseos, el fervor de su caridad humana, y sus simpatías con todo lo ingenuo y poético del mundo.
Los valores que enseña, cultiva y transmite Martí, tanto en su verso como en su prosa, no son entes abstractos, sino consustancial al despliegue humano, en fin, integrados a una cultura de la razón y de los sentimientos. Por eso en su discurso no invoca y busca valores humanos, sino que los descubre. Pero en un "encontrar", que es más que todo un ininterrumpido tránsito del ser al deber-ser, como proyección humana, como remisión a la imaginación y a la creatividad cultural del hombre.
En esta dirección, a Martí no le interesa tanto qué es el hombre y cuáles son los valores, sino más que todo cómo deviene el hombre y su naturaleza humana constituida en un sistema de valores dinámicos, fluidos, en tanto expresión social. Sólo a partir de esta concepción de los valores adquieren trascendencia y vigencia. Trascienden porque son valencias sociales y formas aprehensivas de conductas sociales hechas cultura.
Esto no significa la existencia en Martí de una actitud nihilista hacia los valores universales, ni una concepción practicista, pragmático-utilitarista de los mismos. Todo lo contrario.
En su obra constantemente aparece la referencia a los valores universales, a sus conceptos e ideas. Significa simplemente que su concepción de los valores -por razones ya explicadas y reiteradas- se funda en una intelección propia, que se integra a la cultura del pueblo.
La inserción martiana de los valores como atributos cualificadores de la subjetividad humana, integrada a la cultura y como creatividad cultural social del hombre no sólo explica los fundamentos de su trascendencia en la axiología del Maestro. Da cuenta además de la especificidad propia del filosofar martiano en término de discurso vital, enérgico, siempre en función del hombre y la sociedad. Explica también su genio visionario para discernir la realidad presente y proyectar lo por venir. Pone de manifiesto, su gran poder revelador de esencia para ver más lejos y dimensionar realidades que ante sus contemporáneos pasan inadvertidas. Esto, por supuesto, no tiene lugar sólo en su ideario político -que ya de por sí le consagró y devino jefe máximo de la guerra del 95- sino en múltiples aristas del quehacer humano. Su capacidad de discernimiento humano para penetrar en determinadas personalidades históricas y descubrir obras paradigmáticas y fundadoras, también imprime vigencia y trascendencia a los valores, y junto con ello actualiza la memoria histórica que es forjar y vitalizar la identidad nacional y humana. El análisis de Luz y Caballero no es el único caso, pero es demostrativo. Con una frase lacónica, pero llena de sentimiento y razón lo define: "sembró hombres"(…) demandó con la fruición del sacrificio todo amor a sí y a las pompas vanas de la vida, nada quiso ser para serlo todo, pues fue Maestro y convirtió en una sola generación un pueblo educado para la esclavitud en un pueblo de héroes, trabajadores y hombres libres… Supo cuanto se sabía en su época; pero no para enseñar que lo sabía, sino para transmitirlo. Y de Mendive, con sólo una oración interrogativa da vigencia y trascendencia a una triada de valores que Martí expone en un todo único revelador del bien, la belleza y la verdad: "¿Y cómo quiere que en algunas líneas diga todo lo bueno y nuevo -interroga Martí- qué pudiera yo decir de aquél enamorado de la belleza que la quería en las letras, como en las cosas de la vida, y no escribió jamás sino verdades de su corazón y sobre penas de la patria?"
Obra fundadora y cultural en todo su sentido y definición, también revela en Heredia, un modelo en cuanto a definición axiológica se refiere. Un alma, una virtud, devenida cultura de cubanía descubre en el cantor del Niágara. "¿Cómo no habían de amar las mujeres -pregunta Martí- con ternura a aquel que era cuanto el alma superior de la mujer aprisiona y seduce: delicado, intrépido, caballeroso, vehemente, fiel, y sobre todo eso, más que por la belleza, bello?" Para quien no conozca la esencia del humanismo martiano, la interrogante caracterizadora de Heredia pasa inadvertida, no revela su espíritu creador ni la dimensión cultural en que se sustenta también su concepción de los valores morales, incluyendo el sentido estético que lo anima. La determinación moral no deviene cauce prefiguradamente rígido, al igual que su connotación estética. Se advierte como cualidades morales, en síntesis, devienen expresiones estéticas -define lo bello como compendio de rasgos humanos, como delicado, intrépido, caballeroso, etc.- y aunque paradójico, de la belleza, no deduce lo bello, sino de cualidades ético-morales. Es que Martí -y esto define en gran medida su discurso- piensa la realidad a partir del hombre, la actividad humana y su determinación en la cultura. Por eso no tiene que esforzarse para encontrar lo bello, en la realidad; lo aprehende, revela y fluye porque es al mismo tiempo descubrir humanidad, contenido, sentido y potencialidades humanas de realización. En ello, existencia y conciencia integran un proceso del devenir humano en la aprehensión práctico-espiritual de la realidad.
Martí revela belleza en la realidad que asume porque es sensible y posee humanidad, porque devela esencias, interioridades del hombre y la sociedad trasuntadas en la cultura. En este concepto resulta posible comprender por qué se preocupa tanto por exaltar y dar vigencia a los valores humanos encarnados en obras y hombres paradigmáticos, así como el sentido de sus tesis de que honrar honra; la cultura como condición de la libertad; la pasión y la ternura como premisas de todo proyecto humano y social, la virtud, el decoro y la dignidad, como esencia consustancial al hombre.
En Heredia ve al "genio de noble República, a quien sólo se le veía lo de rey cuando lo agotaba la indignación o fulminaba el anatema contra los serviles del mundo y los de su patria". Dando vigencia social y trascendencia al modelo de valores que sintetiza Heredia, define "… dos clases de hombre: los que andan de pie cara al cielo, pidiendo que el consuelo de la modestia descienda sobre los que viven sacándose la carne, por un pan más o pan menos, a dentelladas, y levantándose por ir de sortija de brillante, sobre la sepultura de su honra: y otra clase de hombre, que van de hinojos, besando a los grandes de la tierra el manto".
En la axiología martiana hay optimismo como todo humanista que confía en el hombre y en sus posibilidades de perfeccionamiento y creación; pero no un optimismo exacerbado que soslaya los atributos negativos de las acciones y conductas humanas. Estos atributos son asumidos de modo crítico y estigmatizado al mismo tiempo como no inherentes a lo verdaderamente humano y como males que no se integran a la cultura. Sin embargo, como maestro al fin, y hombre fundador, no sólo critica el mal, sino además y sobre todo proclama el bien y lo cultiva para que prevalezca. El sabe que "…odian los hombres y ven como a enemigo al que con su virtud le echa involuntariamente en rostro que carecen de ella…" Y es necesario e incuestionable para Martí actuar con respeto y humanidad para no herir sensibilidades. Cuando se le ofende al hombre su decoro y dignidad que es al mismo tiempo vejar su integridad humana, más que cultivar en él el bien, lo bello, lo verdadero; valores permanentes en la humanidad del hombre, se mata su naturaleza humana y las "semillas dormidas" que siempre esperan terreno propicio para germinar. Se trata entonces según el espíritu y el mensaje que anima la axiología martiana de obrar con humanidad para que crezca y se impongan sobre la maldad, el egoísmo y todo lo que de animalidad -concebida por Martí como no permanente, sino transitorio- pueda anidarse en el hombre. Esta concepción axiológica está enraizada en el hombre y en la confianza de la "grandeza de sus entrañas", pero ello evoluciona, como parte esencial del todo, en correspondencia con la evolución de la totalidad de su pensamiento. Si ciertamente son los valores el núcleo central que lo anima durante toda su vida, en la etapa de madurez teórica e ideológica, aparecen nuevas mediaciones y matices que la hacen más concreta. Es fácil encontrar en Martí, en cualquiera de sus etapas evolutivas de desarrollo, la búsqueda de la ley del progreso del hombre, sobre la base de las fuerzas que lleva en sí y que sólo precisa revelarlas y cultivarlas. En esta concepción, la impronta del naturalismo romántico está presente con sus especificidades, incluyendo su concepción unitaria del ser y los valores del hombre; sin embargo, el hombre para el Maestro, es lógica y providencia de la humanidad, es decir, es sujeto. Con esto establece límites, que rebasan los marcos de las influencias y transita y accede a nuevos niveles de la realidad, o sea, al naturalismo -sin desecharlo- se impone el papel de la subjetividad, de la actividad humana, en fin, de la axiología de la acción.
Por otra parte, junto a la radicalización de su pensamiento político -si bien el núcleo central de su axiología, permanece- los valores y las valoraciones adquieren más concreción en cuanto al alcance y proyecciones sociales se refiere. Así, en Patria, 8 de diciembre de 1894, refiriendo al pintor cubano Joaquín Tejada después de señalar la dicha de ser de nuestra patria, señala: "el mundo es patético, y el artista mejor no es quien lo cuelga y recama, de modo que solo se le vea el raso y el oro, y pinta amable el pecado oneroso, y mueve a fe inmoral en el lujo y la desdicha, sino quien usa el don de componer, con la palabra, o los colores de modo que se vea la pena del mundo, y quede el hombre movido a su remedio. Mientras halla un antro, no hay derecho al sol".
Estas ideas recuerdan su crítica al "realismo" positivista en el arte, de su etapa de México o del Liceo de Guanabacoa, pero ahora con mayor alcance social, lo cual se pone de manifiesto en la propia valoración que hace del artista cubano. "Ámese -escribe Martí- puesto que ama al hombre, al artista nuevo de Cuba, al que padece de la pena humana, y no tiene pinceles para los vanos y culpables de la tierra, sino para los adoloridos y creadores."
Hay un reclamo de amor hacia el pintor cubano por Martí, no sólo porque ama al hombre y padece de la pena humana -que para algunos pudiera parecer abstracto- sino porque no tiene pinceles para los vanos y culpables de la tierra, sino para los adoloridos y creadores.
Continúa Martí buscando la ley del progreso humano y sus valores pero aparecen nuevas vías de acceso de penetración en la esencia del problema. Hay una toma de partido por un sector de hombre que considera sujeto verdadero de realización humana: los adoloridos y creadores, los desdichados y los mansos, en fin, los humildes, las grandes masas del pueblo, y con ellas echa suerte.
Ya no se trata como Luz -lo que no resta valor al Maestro de todas las ciencias-, preparar la juventud de la clase de los hacendados para ganar la libertad, pues la guerra del 68 ha transformado el estado de cosas y engendrado nuevos sujetos. El problema es otro y Martí tiene conciencia de ello. El pueblo, las grandes masas han devenido sujetos portadores del ideal emancipador y a dicho sujeto se dirige el discurso del Maestro.
Su labor conciliadora de fuerzas, en pos de la unidad en torno al Partido Revolucionario Cubano, y su República proyectada "con todos y para el bien de todos", encarna el ideal de las grandes masas. Su proclama: "Somos los pinos nuevos", expresa ese nuevo concepto del sujeto de la revolución.
Esta concepción, resultado de un proceso histórico, con todas sus mediaciones, determinantes y condicionamientos, influye en la orientación y alcance social de la axiología martiana. Es un elemento esencial, sobre el cual se funda la inserción de los valores en la cultura, entendida ésta como producción social y medida del desarrollo. Esto naturalmente encuentra expresión real en la concepción de la revolución y absoluta confianza en sus portadores. "La revolución en Cuba -escribe Martí- no es una tiranía; es el alma de la Isla. No es una conspiración: es el consentimiento táctico y unánime de lo más viril y puro del país: el actual movimiento revolucionario no tiene su fuego en el trato secreto con éste o aquel núcleo de revolucionarios conocidos, sino en la confianza que ha logrado inspirar a la gran masa, a la masa de rifle y corazón, en la espera sorda y crecimiento de lo bueno y bravo de Cuba… En el ánimo de la Isla se ha trabajado, no en el compromiso de esta o aquella cabeza conocida… El espíritu del país es nuestro cómplice…
Dr. Rigoberto Pupo
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