La adopción de un esquema axiológico como instrumento teorético para descubrir la esencialidad de la arquitectura, presenta, en una investigación sistemática y rigurosa, una serie de dificultades insalvables, puesto que, con tal enfoque, llegamos ineludiblemente al plano de la idealidad en el que la real conformación concreto– sensible de la arquitectura se aísla totalmente del concepto, al penetrar en el mundo imaginario de los "valores" eternos y absolutos. José Villagrán García, en su Teoría de la Arquitectura,[1] anota: "De los esquemas considerados, es particularmente importante recordar los conceptos básicos de inmediata aplicación a nuestro estudio particular: la no demostrabilidad del valor; su absolutismo, o sea su no relativismo; su intemporalidad e inespecialidad, y por ello, su impersonalismo". Así, con entes de tal naturaleza, estructura el "valor arquitectónico": … encontramos sin esforzarnos que el valor arquitectónico se integrará con formas de valores: 1. Útiles. 2. Lógico. 3. Estéticos. 4. Sociales."[2]
El desarrollo de la filosofía y por ende de la estética científica nos permite tomar una clara posición respecto a las teorías del valor, a la denominada actualmente axiología "científica", y desde su enfoque crítico abordar objetivamente nuestra particular problemática. En primer término, es necesario asentar que la cuestión del valor, en cuanto a "reflexión autónoma" se desarrolla en los tiempos modernos, [3]cobrando importancia y tomando una posición central en la filosofía, y si bien en la antigüedad se habla del valor -como en el caso de la antinomia Platón y Aristóteles– y en el medioevo se toca la idea, tal problemática no constituía de ningún modo una preocupación fundamental del pensamiento filosófico. "En cambio, desde el momento en que se ha producido la desintegración del idealismo moderno y en que éste ha aparecido no ya sólo como actitud filosófica, sino más bien como el producto de una determinada forma de vida, la reflexión sobre el valor ha comenzado a cobrar su independencia",[4] afirma Ferrater Mora. Y Robert S. Hartamn en su obra "La Estructura del Valor", nos dice: "Esta indagación sobre el significado del valor es relativamente reciente. Antes de Kant, la diferencia fundamental entre filosofía natural y filosofía moral era apenas reconocida".[5]
Las peculiares condiciones de la estructura social, que se adoptan -después de un largo proceso de incubación- en el siglo XIX, propician el surgimiento de conceptos que les son propios. El problema del ser, preocupación central de la Antigüedad y la Edad Media,[6] pasa a un plano secundario ante el planteamiento de una compleja problemática que separa y fracciona la realidad -tal es el caso de la fenomenología– para situar en el campo de la idealidad la esencia de los fenómenos, destruyendo los vínculos que existen entre las cosas y la relación del hombre en continua acción (praxis) sobre las cosas. "Así pues -afirma Karel Kosik-, la realidad no se presenta originariamente al hombre en forma de objeto de intuición, de análisis y comprensión teórica -cuyo polo complementario y opuesto sea precisamente el sujeto abstracto cognoscente que existe fuera del mundo y aislado de él; se presenta como campo en el que se realiza su actividad práctico-sensible".[7] Esa desvinculación de los fenómenos, que produce la destrucción de la objetividad de los mismos, conduce a la adopción de las tesis acerca del "valor" en el sentido de los axiologistas. ¿Cómo concibe Max Scheler el valor? "Hay una forma de experiencia cuyos objetos son completamente inaccesibles al entendimiento, que es ciego respecto a ellos, como la oreja y' el oído respecto de los colores; pero esta forma de experiencia nos presenta objetos auténticamente objetivos dispuestos en un orden jerárquico y eterno, que son los valores".[8] Nada más obvio. Es aquí donde lo concreto se nos diluye y hechos y fenómenos revisten una existencia meramente ilusoria y por ende, secundaria. La herencia platónica del mundo de las ideas habitantes del Hades misterioso; el desprecio a la realidad y en consecuencia a la ciencia objetiva, dando contenido a estructuras esquemáticas para la explicación de los fenómenos. Reafirme esto, implícitamente, Robert S. Hartman: "Nuestra tarea consiste en seguir esta línea, tanto en longitud como en profundidad y en mostrar cómo el hecho y el valor corren paralelamente, como las dos orillas de la cresta filosa de un acantilado, estrechamente unidas en sus contornos -no importa cuán intrincados sean éstos- pero clara y eternamente divididas".[9]
¿Es posible concebir, – científicamente, la existencia de esos entes invisibles e intangibles, denominados valores, determinando cualidades a objetos y fenómenos y por si eso fuera poco, independientes de lo concreto -sensible, al margen de las cosas? Ya en el siglo V ANE, Aristóteles, ante el Platonismo afirmó que no está el ser en el valor, sino el valor en el ser y aún más, que "como esencia del ser, la sustancia es la forma de las cosas compuestas".[10] El ilustre filósofo no fue más allá en virtud -como dice Marx– de la limitación histórica de su época.[11] La cuestión reside aquí en primera instancia, tal como lo hemos venido asentando, en que las concepciones axiologistas se desarrollan y cobran fuerza precisamente en el marco de la estructura capitalista, en la que la sociedad se nos aparece fragmentada, su totalidad se escinde en multitud de elementos sin aparente conexión entre sí. Sociedad de naturaleza tal en que el carácter mismo de la sociedad es el aislamiento del hombre, su separación. Sociedad en la que lo público se contrapone a lo privado; sociedad tal en que las relaciones directas y naturales con las cosas, se nos esfuman para adquirir el carácter de meras abstracciones.
Es interesante a este respecto, conocer el punto de vista de la sociología científica contemporánea acerca del concepto histórico y actual de la propiedad, pues ello nos conlleva al conocimiento de nuestra época, premisa indispensable, si queremos ser objetivos, para el conocimiento de nuestra cultura y así sobre firme terreno establecer las bases del particular estudio del fenómeno arquitectónico. El investigador de la UNAM, Arnaldo Córdova, en su estudio "De Grocio a Kant, Génesis del Concepto Moderno de Propiedad" asienta: "El defecto de todas las doctrinas anteriores a Kant, de Grocio a Leibnitz, consistía en la reducción del derecho de propiedad a una mera relación con las cosas y no entre personas, es decir, en esas doctrinas la propiedad era un simple poder sobre las cosas que mostraba sin ambages la desigualdad entre los hombres… El mérito de Kant consiste en haber dado a la propiedad un fundamento ideal, una legitimidad racional que la autonomiza de la detención (dato puramente natural). Sólo que Kant termina la relación del hombre a la cosa, ahí donde su copresencia es necesaria para explicar y dar contenido real al derecho abstracto.
Si es verdad, como es el supuesto de Kant, que sin la sociedad no puede haber propiedad en cuanto la propiedad constituye una relación entre personas, es igualmente cierto que sin las cosas no existe absolutamente propiedad, constatación que en su tiempo el joven Hegel hizo a propósito del concepto kantiano del depósito. Pero la solución kantiana pese a su originalidad -no podía más que ser una solución abstracta porque sólo al nivel de la abstracción se podía presentar como genérico un derecho que en los hechos -que inconcientemente las anteriores doctrinas de la propiedad mostraban todas las diferencias naturales entre los individuos- en cuanto es precisamente un derecho particular, privado, como tal no se efectúa igualmente, pues en ese caso dejaría de ser privado. En el mundo de los fines, el derecho de propiedad y por tanto la libertad es una mera expectativa de todos los hombres. Pero en cuanto se pasa del mundo ideal al mundo real, la propiedad deja de ser un derecho para convertirse en privilegio, el privilegio de los propietarios efectivos restaurado bajo la forma genérica del derecho.
En el mundo de los medios, de las cosas, algunos poseen efectivamente, otros no; éstos no tienen más que un derecho de posibilidad, una expectativa al infinito de la propiedad que no tiene ninguna perspectiva real, a causa de las diferencias naturales (de propiedad) que ahondan más aún las diferencias, mismas de posibilidad. Sin embargo, cuando decimos que Kant no podía evitar el dar una solución abstracta de las relaciones de, propiedad, no queremos constatar tan sólo una limitación teórica del sistema jurídico kantiano, sino sobre todo, una limitación que parece ser histórica e insalvable para él, que expresaba con absoluta coherencia las relaciones de nuevo tipo, que habían sustituido al ancien regime".[12] Así la propiedad, así las relaciones mercantiles entre los hombres, así el estado,[13] devienen abstracciones, idealidades en virtud de las cualidades del nuevo estado de cosas. El desarrollo del idealismo moderno en sus múltiples derivaciones: voluntarismo, intuicionismo, fenomenología, irracionalismo, psicologismo, etc., se presenta en función de ese nuevo tipo de relaciones sociales; es en realidad la expresión teórica de su conformación y asentimiento, de su intencionalidad de permanencia, y de ahí precisamente el enfrentamiento a la ciencia filosófica, también desarrollada y sistematizada en la nueva sociedad, a las concepciones dialéctico-materialistas surgidas de la actitud de reflexión crítica y activa frente a la historia, de la búsqueda científica, rigurosa de la esencialidad objetiva de los fenómenos.
En el campo de la estética (al que pertenece ineludiblemente la teoría de la arquitectura), el idealismo se nos presenta, como lo afirma Adolfo Sánchez Vázquez, como una posición "llamada a dar razón del reino de los valores, al que pertenecía el arte".[14] Por lo que respecta a la arquitectura, tal enfoque toma cuerpo, en nuestro país, en la doctrina de José Villagrán García. La escasez -casi carencia- de trabajos teóricos sistematizados en nuestro campo y en nuestro poco desarrollado medio en ese sentido aunado con el carácter de aparente objetividad de sus tesis, ha conducido a una aceptación -activa y pasiva- de la posición Villagraniana. El "reino de los valores" ha tomado así, posesión de la teoría de la arquitectura, con pocos escollos.
La limitación de las concepciones axiologistas se supera de manera definitiva, erradicando su enfoque subjetivo, acientífico. Es decir, a través de su negación, mediante la adopción de los instrumentos de la estética científica, del reconocimiento a las conquistas históricas del pensamiento y su consecuente aplicación y enriquecimiento.
Reducir la materialidad de la arquitectura a un esquema de entes desmaterializados, "espaciales e intemporales", es destruir su corporeidad, fragmentar sus formas organizadas en virtud de la acción del hombre sobre la materia, para convertirlas en etéreas sustancias de cualidades imaginarias y "puras". Es abstraerse de lo objetivo, de lo realmente existente, de lo concreto-sensible y generalizando, de la cosa en sí.
En el Número 31 de la revista Calli nos ocupamos de lo social en la arquitectura. Tratamos de demostrar que lo social no es un particular componente o "valor" del hecho arquitectónico, sino que es su carácter más general y su fundamento mismo. La problemática de la arquitectura -con su particularidad y autonomía- forma parte de la problemática de la totalidad social en la que surge. Lo esencial de la arquitectura es la creación de formas destinadas a la solución de los específicos problemas de espacio planteados por la sociedad. Cada solución particular dada por la arquitectura expresa a través de su materialidad, el complejo social del que forma parte. Se realiza así la conexión esencial de todo fenómeno entre lo particular, lo singular y lo universal En la medida de que el hombre actúa sobre la arquitectura, ésta cobra significado para aquél, en ese proceso de posesión íntegra que el ser humano lleva a cabo sobre las cosas. Tal significado en consecuencia, no puede permanecer idéntico e invariable. Se modifica históricamente y con ello el criterio de valoración pierde cualquier pretendido carácter absoluto para tomar su esencialidad: su historicidad.[15] ¿Cuál es hoy el sentido de "utilidad" de un eclesiasterio griego? ¿De una sala hipóstila egipcia? ¿De un zigurat babilónico? ¿De un palacio barroco?
¿Y cuál será el sentido de "utilidad" para el hombre del siglo XXII de una casa "mínima" (si es que alguna queda por ahí como pieza de museo) de las que tanto se proyectan y construyen actualmente en nuestros países para tratar de disfrazar la explotación de los trabajadores? Evidentemente que, en cada caso, diferente. Este planteamiento incluye el hecho de que cada obra arquitectónica, en su tiempo, fue utilizada y el reconocimiento de que en nuestro tiempo, la arquitectura se utiliza. La pregunta sigue siendo válida: ¿en qué sentido? El estudio de la arquitectura griega antigua nos proporciona datos importantes acerca de ese problema. Los griegos no concebían dicotomía alguna entre lo "estrechamente utilitario" y lo estético. Tal preocupación no formaba parte fundamental de la problemática de los teóricos (filósofos) de la época. La estructura económico-social de la antigüedad no propiciaba el establecimiento de diferencias entre producción y creación. Ambas cosas formaban unidad. Aristóteles, en su sistema de las ciencias distingue dos grandes ramas entre lo que denomina ciencias de lo posible: las prácticas y las poieticas.
Las primeras, referidas a la acción (política, ética) y las segundas, a la producción; entre estas últimas están las artes. Nada más significativo. En el marco de las estructuras pre-industriales-capitalistas, el hombre produce y crea al mismo tiempo. Vuelca y transmite toda su riqueza humana, emocional-racional en el objeto creado y no imagina ni remotamente separar, abstraer, de la obra realizada ningún factor o "valor" que constituya o contenga, o esté formado por lo estrechamente utilitario. Ni concibe tampoco a la técnica empleada como parte de ese "valor", como no la concibe como algo separado del proceso de producción en el que la materia es transformada. Tal mecanismo destruiría la real totalidad del objeto producido. Mirando aún más en el pasado: ¿acaso los constructores de los zigurat babilónicos realizaron consideraciones acerca de la "utilidad" de esas descomunales plataformas, levantadas con millones de pequeños tabiques y por miles y miles de trabajadores, esclavos naturalmente, para colocar en sus alturas un relativamente pequeño templo? Sin duda que si hubiesen enfocado el problema a la moderna, en el sentido actual, no habrían llevado a cabo obras de tal magnitud y características. La problemática nuestra, que arranca desde el Renacimiento, en donde se dan los primeros brotes, no tenía por que existir en la antigüedad.
Y no vamos a cometer el error de calificar las obras de esos tiempos como "alógicas" o "no arquitectónicas" o "no valorables en el sentido de lo útil" por ese hecho. Respondían a su época, formando parte de ella en su esencialidad arquitectónica y si los requerimientos arquitectónicos de esas épocas nos parecen absurdos ahora por no comprenderlos en su carácter histórico, lo menos que podemos hacer es aceptar su existencia objetiva y por ende, su respuesta arquitectónica y no caer en la inmodestia de tasar con un esquema pretendidamente perfecto, y pretendidamente "eterno" la calidad de la magnífica producción de la arquitectura del pasado. Por lo que respecta al concepto de lo útil, después de las consideraciones hechas, ¿dónde queda el eterno, absoluto, autónomo "valor" útil? En la idealidad- del hombre cosificado y enajenado por nuestras relaciones sociales, en una sociedad cuya "riqueza se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías".[16] Es el carácter mercantil de los objetos y del que no escapa la arquitectura de nuestro tiempo, el que le da al concepto esa intencionalidad de separar lo que es "meramente útil" de las demás cualidades de las cosas.
Y así, las concepciones acerca de lo útil tienen también carácter histórico. Bástenos transcribir un breve párrafo de José Ferrater Mora[17]a este respecto: "Las limitaciones naturalistas, egoístas y hedonistas del utilitarismo, quedan así (después de una exposición histórica que el autor hace), claramente salvadas, y por eso el utilitarismo de John Stuart Mill no representa ya ese utilitarismo moderno basado en los valores de lo agradable y empeñado en subordinar, como lo ha señalado Max Scheler, el fin al medio. Al distinguir entre la felicidad y la satisfacción, John Stuart Mill invierte la jerarquía que Bentham había intentado establecer y por eso John Stuart Mill puede ser considerado hasta cierto punto como utilitario, etc., etc "
'Consecuentemente, la pretendida separación de "valores" se efectúa en el campo del concepto, en el proceso de ir del fenómeno a la esencia y se concibe en virtud de la no superación de la existencialidad del espíritu cosificador de nuestra época. Así mismo, es preciso recalcar que la actitud teórica que el hombre toma acerca de la arquitectura esta relacionada con el significado que la materialidad de la obra tenga para él. Y que no concebimos al hombre como un ser meramente contemplativo -pues éste no existe objetivamente- sino en continua praxis sobre las cosas, aprehendiendo, "haciendo suya" la realidad y ubicado en una concreta e histórica estructura de clases.[18]
El tratar de descubrir la esencialidad de la arquitectura no significa que estemos buscando alguna "sustancia" especial, o etéreos Entes del Hades insondable. Significa que pretendemos encontrar su realidad, sus legalidades internas y su relación con la totalidad, y eso se logra, estudiando la arquitectura en sí, es decir en su materialidad, con los límites impuestos por su humanamente organizada corporeidad. Y el inmenso significado que esta manifestación del arte tiene para nosotros y para la historia, está dado a través de, esa su estructura corpórea, sin necesidad de que tengamos que imaginarnos de que hay algo incomprensible, más allá de sus límites, dándole cualidades e imprimiéndole existencia.
El hecho de que la arquitectura esté dirigida a satisfacer concretas y bien determinadas necesidades,[19] sociales (por cierto que en virtud de ese carácter peculiar es la arquitectura expresión de ellas) y de que, por lo tanto, posea un específico sentido de utilización (múltiple-histórico), ha dado lugar a que en el plano de su teorización, lo ÚTIL se absolutice de tal modo que, junto con otras características o significados de la obra arquitectónica, se le conceptúe como un elemento metafísico y consecuentemente metahistórico, pese a las apariencias de la presentación formal de las tesis conformadas en esta dirección.
Así se nos presenta en efecto, el esfuerzo teórico del maestro José Villagrán García, conocido con amplitud en el medio de los arquitectos y en el de los teorizantes del arte en general de nuestro país y cuya influencia en el desarrollo de la reflexión filosófica del arte arquitectónico ha sido importante. Sin embargo, al intentar una búsqueda rigurosa de la dialéctica del quehacer arquitectónico y en consecuencia de enfoques objetivos de la realidad de la arquitectura en el mundo y de manera especial de nuestro país nos encontramos con que las concepciones villagranianas, lejos de esclarecer nuestra problemática, la conduce hacia inzanjables contradicciones en virtud de su apriorismo filosófico, colocado en el terreno de la axiología ontológico-idealista de la cual devienen las abstracciones metafísicas arriba indicadas. La centralidad indudable que en México tienen los planteamientos del arquitecto Villagrán nos obliga a insistir en la tarea de analizarlos críticamente[20]con el afán de superar nuestra actual situación en este campo y de ir conformando una teorética que se halle al nivel del desarrollo de la estética científica.
Respecto a la cuestión de lo "útil" en la arquitectura y de la posición de Villagrán frente a este problema, apuntaremos algunas observaciones.
Es sabido que para él, lo ÚTIL es un "valor" con determinadas características. Así pues que tendremos -aunque sea brevemente y aunque hemos tratado esto en otras ocasiones- que iniciar este estudio con la mención de la idea villagraniana del valor y del "método" que plantea para su búsqueda: "Armado así el andamiaje (el de los valores) estamos en disposición de emprender el estudio de las formas de valor que en lo arquitectónico se nos han dado como analógicas; o sea como invariables en su esencia o estructura básica interna y amplísimamente variable en sus accidentes o sea en su estructura externa y de apariencia óptica"[21]. El dualismo de herencia platónica y del irracionalismo posterior es evidente. El desdoblamiento de los objetos (y fenómenos) en "la sustancia esencial" y lo corpóreo, lo concreto. La esencia "inmaterial", "interna", determinando a lo "externo", lo "meramente aparencial". ¿Qué tipo de búsqueda histórica puede realizarse con ese criterio?
Indagación así se convierte en rigor en especulación con lo metahistórico en la justificación de ese quid invariable que en virtud de un acto de magia, desde fuera de la realidad objetiva y "accidental" da su razón de ser a las cosas. La objetividad histórica se vuelve falso historicismo y muy a propósito está para este caso el enjuiciamiento de Karel Kosík hacia esos enfoques: "El historicismo como relativismo histórico es por un lado, producto de una realidad que se escinde en facticidad pasajera y vacía de valores fuera de la realidad, mientras por otro, fija ideológicamente esa escisión. La realidad se escinde en el mundo relativizado de la facticidad histórica y el mundo absoluto de los valores suprahistóricos".[22]
Precisamente y como ya sabemos, "lo útil" es para Villagrán un "valor" de esa naturaleza (junto con "lo estético", "lo lógico" y "lo social"). Textualmente: "…es importante recordar los conceptos básicos de inmediata aplicación a nuestro estudio particular: la no demostrabilidad del valor; su absolutismo, o sea su no relativismo; su intemporalidad e inespacialidad, y por ello, su impersonalismo".[23] En otras palabras, una esencia en el sentido idealista. Esto nos cierra ya el camino y toda búsqueda en el mejor de los casos se convierte en tautología.
Consecuentemente, en el establecimiento de lo que nuestro autor llama "categorías básicas" de "lo útil" se evidencian las contradictoriedades desde los primeros momentos. Pasaremos de largo por su caracterización de "lo útil" como "puente" o medio para alcanzar "otro objeto o bien ajeno a la cosa valente como útil"[24] pues-entrar en ella es aceptar el bizantinismo como camino teórico ya que, en primer término tendríamos que preguntar si lo que no es "puente" o medio, sino materia prima o fin no es ya útil, no quedando entonces sino "recursos" tautológicos para no invalidar esa "categoría básica" con esa simple duda. En segundo término plantearíamos el hecho de la dialecticidad de los "puentes" (medios) y los fines en que, valiendo como tales entre límites determinados, en su conjunto se transforman los unos en los otros en compleja trama, lo que colocaría a lo "útil" villagraniano en el papel de una esencia nómada que andaría de un objeto a otro, de un fenómeno a otro, de un proceso a otro, sin derecho a claudicar ante tanta fatiga pues de hacerlo se desintegraría la propia realidad. 0 sea que, superficial o profunda búsqueda de "verdad" de esta primera categoría de "lo útil" nos conduce a presenciar su autopulverización. Y es que, como insistiremos adelante, sólo tiene sentido plantear esta cuestión (como por otra parte de cualquier otra) en función de concretos problemas, situados en su real contexto social-histórico.
Pero donde quizás el examen de las tesis de nuestro autor acerca de "lo útil" resulte insoslayable es su exposición de la "categoría" dejada por él hasta el final: "y por último exige una adecuación formal de la cosa útil a la obtención del bien que se persigue a través o por su medio".[25] Este es el triunfo de la evidencia. Y habría que enunciar esto de manera más completa: el objeto útil (en nuestro caso, la arquitectura) tiene que estar, para cumplir su cometido, conformado materialmente de manera adecuada (esta "adecuación" en sentido múltiple, entendida como polisentido).
Partiendo de esto, podríamos desarrollar una hipótesis coherente. Sin embargo, para ser consecuentes con el contexto de que nos ocupamos, cabría preguntar: ¿Qué sucedería si el objeto "útil" no poseyese la forma material adecuada? ¿Y si poseyese la forma adecuada aparente Pero no la materia adecuada? Naturalmente que tal objeto no tendría para el hombre (social-histórico), significado como objeto útil en el sentido pretendido. No funcionaría para cumplir su cometido. "No sería útil". Podríamos concluir entonces ¿en dónde o en qué reside lo "útil" del objeto? (como asimismo podríamos preguntar ¿en dónde reside lo bello?). ¿En una "esencia", en un "valor" inespacial, intemporal, etc.? ¿En su "estructura interna"? Lo "útil" se establece por la realidad concreta del objeto (materia-forma-significado social histórico) y en la acción (praxis) que el hombre establece con él. ¿Qué acontece entonces con la "filosofía de los valores arquitectónicos" y con el "método" empleado en su búsqueda? Se invalida y destruye ante la aplastante e inevitable presencia y significado social de lo que para Villagrán sólo es (y "por último") la estructura externa, lo accidental".
La realidad de la arquitectura es su concreción material, materialidad que ha sido imaginada, proyectada y conformada por el hombre (social) en función de concretas necesidades sociales. El uso o utilidad de la arquitectura por lo tanto, se produce social-históricamente, y la valoración que la historia (el hombre) da a la arquitectura está en función en primera instancia, del carácter temporal de la eficaz funcionalidad de la obra para su tiempo, para la sociedad que la produjo. Pero eso no es todo. La obra arquitectónica como toda obra de arte, es polisema, produce a través de su lingüística múltiples significados y a ese carácter debe su vida social, su existencia histórica. (Pensemos, por citar un ejemplo bastante utilizado, en el sentido de uso que tuvo el Partenón en la antigua Grecia, luego en la Edad Media y el que posee ahora en nuestros días cosa que bastaría por si sola para refutar toda elevación metafísica de lo "útil" y por lo demás de lo "bello",[26] etc. Y cómo es que el Partenón vale actualmente para nosotros, es actual en múltiples formas). Kosík, por su parte, al hablar de esta "multiplicidad" de la obra, nos dice además: "Durante la elaboración de la obra, el autor no puede prever todas las variantes de significados e interpretaciones a que la obra se verá sometida en el curso de su acción… la obra es una obra y como tal vive precisamente porque exige una interpretación y crea muchos significados".[27]
Robotizar pues, en cuatro "valores" (y sólo cuatro) la -como diría Galvano Della Volpe-[28] rica contextualidad orgánico-semántica, el polisentido de la arquitectura es, en rigor, vaciarla de significados, convertirla en algo que no es: un conjunto vacío.
La lingüística arquitectónica esta constituida por masas, "signos visuales tridimensionales geométricos".[29] En su organizada estructuración, encaminada a satisfacer concretas necesidades humano-sociales, los signos arquitectónicos manifiestan señaladamente sus cualidades espaciales, de modo que puede decirse que "generan" espacios, ámbitos construidos "indemnes del espacio natural",[30] aptos para que el hombre realice las actividades a que destina cada obra particular. Establécese así una relacionalidad de "espacios externos" "espacios internos" y de "espacios internos" entre sí, que hacen posible lo "arquitectónico" de la obra, su funcionalidad. Este complejo de "espacios" sólo se establece a través de la concreción de los signos arquitectónicos, es decir, mediante su construcción.
Las dimensiones del signo dentro de su estructuración (de su campo semántico) deben ser las adecuadas para que la espacialidad (como complejo de "espacios") así creada cumpla su cometido. Así que no tiene sentido separar (como lo hace Villagrán al hablar de los dos aspectos de lo útil) "el aprovechamiento del espacio delimitado o habitable"[31] al que "denominamos útil-conveniente o útil económico"[32] y que nuestro autor llama útil-mecánico-constructivo, pues como hemos visto, es la estructuración concreta de sus signos la que nos da la espacialidad de la arquitectura. Tal concreción de los signos arquitectónicos es posible gracias a la técnica. La técnica de la lingüística arquitectónica se crea y existe en función de la totalidad material-social-estética que es la obra. La separación metafísica de lo "útil" y "su técnica" no es sino, entre otras cosas, seguir sujeto al concepto de lo bello a la romantik sin tomar en cuenta el nuevo carácter del arte, del arte masivo, del "arte funcional", de la cual, la arquitectura actual -debatida en profundas contradicciones en virtud de las pecualiares relaciones sociales en que ha surgido y, desarrollado- forma parte, y por la otra, ceder definitivamente frente al utilitarismo de nuestras sociedades actuales.
La arquitectura como totalidad estética*
Me gustan incluso los fragmentos de esculturas con los brazos cortados.
Vivieron también para mí ….
La teoría de la arquitectura de José Villagrán García -ampliamente conocida en los círculos especializados- sustenta el principio de que lo estético es un valor autónomo, que, en concurrencia con otros tres valores (el "útil", el "lógico", el "social") forma lo que el mencionado autor denomina el valor arquitectónico. Con su característica concepción idealista nos dice además: "En las explicaciones acerca de la ontología de los valores, lo mismo que al tratar de lo útil, pudimos ver que las esferas de lo estético y de los otros valores son autónomas entre sí y que concurriendo lo útil con otras formas del valor, entre ellas el estético, para integrar lo arquitectónico no pueden condicionarse entre sí, porque conservan su independencia. Sólo condicionan con su concurrencia lo arquitectónico… Una columna que resiste la carga que opera sobre ella, es útil, ¿y por ese solo hecho resulta necesariamente bella?".[33] Ya en trabajos precedentes hemos tratado de demostrar que la concepción de los valores "eternos, inmutables, impersonales" como instrumento para la explicación de los fenómenos, lejos de darnos la objetividad de los mismos, los disgregan y cosifican, pulverizando sus reales estructuras para convertirlas en idealidades y en el mejor de los casos, en esquemas meramente mecánicos. Asimismo, observamos que tales concepciones corresponden y funcionan en la estructura económico-social del régimen capitalista de producción, quedando así al descubierto ese su peculiar carácter histórico.
Al buscar la esencia de la arquitectura, la posición valorativa a la que nos hemos venido refiriendo nos hace perder la perspectiva -perfectamente objetiva- de que la arquitectura es una totalidad estética. lo que no implica, ni mucho menos, su participación en el proceso productivo material de la sociedad. La cuestión reside en aclarar las características de las legalidades que la conforman como tal, adentrarnos en su especificidad, conocer sus particulares medios expresivos, aclarar verdaderamente su función dentro del contexto social-histórico, con todas sus conexiones. Solamente así podremos superar los continuos planteamientos surgidos -y en apariencia avalados, a menudo por la "práctica" profesional acerca del "lugar que ocupa lo estético en la arquitectura" y que han culminado repetidamente en la respuesta villagraniana.
Entender la arquitectura como totalidad estética, implica una búsqueda objetiva del problema de la esencialidad de lo estético y por ende requiere el conocimiento del contenido de las diversas posiciones que en este campo se han suscitado a través de la historia. No podemos aceptar la actitud de Villagrán García ante este problema, a saber: "Si penetrásemos en los terrenos de la actualidad estética. O sea en la que en nuestros días se discute, fácilmente nos extraviaríamos, por las divergentes filosofías en que se apoyan. Objetivistas, subjetivistas, relativistas, espiritualistas, nos harían sin duda lanzarnos a estudios más amplios…"[34] y así, prefiere, al hablar de 1as formas del valor estético en la arquitectura",[35] no meterse en la estética. Con esto, queda evidencíada su posición tan frecuentemente a tono con el irracionalismo filosófico.
En relación con los diversos contenidos de las escuelas estética,s, es de particular importancia lo que nos dice Adolfo Sánchez Vásquez: "A riesgo de generalizar, podemos reducir a tres soluciones dadas al problema estético fundamental de la esencia de lo estético. 1) Lo estético como propiedad o manifestación de un ser espiritual universal (Idea de Platón, Dios en Plotino, Idea Absoluta en Hegel, etc.). Se admite la objetividad de lo bello en un sentido idealísta y se niega el papel de lo material como fuente o condición necesaria de lo bello. Lo bello es trascendente al hombre. 2) Lo estético como creación de nuestra conciencia, ya general o individual, independiente de las propiedades de los objetos. . . (Estética de la "Proyección sentimental", etc). 3) Lo estético -lo bello en particular- como ser de las cosas mismas, que se halla en ciertas cualidades formales -simetría, ritmo, "sección de oro", etcétera.
La belleza reside en los objetos, independientemente de sus relaciones con el hombre (estética de la imitación, Spinoza, Lessing, etc., materialistas pre-marxistas: Diderol, Chernichevsky, etc.»'[36]Y más adelante, concluye, utilizando el enfoque dialéctico materialista y analizando las aportaciones de Marx a la cuestión, con la tesis de que lo estético "no es una propiedad que los objetos tengan por sí mismos, sino algo que adquieren en la sociedad humana y gracias a la existencia social del hombre como ser creador."[37] Por su parte, Karel Kosík agudamente afirma "No se puede comprender la vida de la obra (de arte) únicamente por la obra misma. Si la eficacia de la obra fuese una cualidad análoga a la irradiación como propiedad del radio, ello significaría que la obra viviría, es decir, ejercería una influencia incluso cuando ningún ser humano la "observase". La eficacia de la obra artística no consiste en una propiedad física de los objetos, libros, imágenes o estatuas como objetos naturales o elaborados, sino que es un modo específico de existencia de la obra como realidad social. . . La vida de la obra no emana de la existencia autónoma de la obra misma, sino de la recíproca interacción de la obra y la humanidad"[38] Nos encontramos así con una nueva solución al problema, según la cual lo estético es algo que se establece a través de la acción humana (el hombre como ser social-histórico) sobre los objetos y fenómenos, es decir, se halla en el proceso de la praxis. Asimismo, lo estético se dá al hombre en virtud del significado que la obra tenga para él, al "hacerla suya". Es obvio que con tal enfoque el camino para comprender a la arquitectura como totalidad estética, empieza a despejarse. Sin embargo hay todavía que hacer una serie de generalizaciones antes de tocar el particular punto de nuestro arte.
El ser humano, como ser genérico posee una serie de características integrales que lo diferencian del enteramente animal. Una de ellas es precisamente que establece en forma natural y necesaria una relación peculiar con todo lo que le rodea, inclusive con él mismo: La relación estética. Tal relación no se establece en forma independiente, sino conexa y simultánea con el resto de las significados que los objetos y fenómenos tengan para el hombre. En lo que respecta a los fenómenos naturales, estos no son bellos de por sí, sino que se desarrollan de acuerdo a ciertas leyes físicas, químicas, etc. Es precisamente el ser humano el que, al entrar en contacto con ellos, les da categoría de belleza, pero al mismo tiempo, ésta sólo es posible en función a las propiedades de los objetos o fenómenos. Un crepúsculo es bello para el hombre y lo es cuando el hombre entra "en posesión" del mismo. La belleza surge en virtud de esa relación –interacción- de hombre y fenómeno. Asimismo, cuando el hombre produce objetos, cuando verdaderamente los produce, su producción es totalizadora, es decir, no abstrae ninguna de las propiedades y significancias que el objeto tenga o pueda ir adquiriendo para él -considerado como ente social- en el proceso de su producción; no.,abstrae la relación estética-que está estableciendo con ellos y que él mismo propicia al conformarlos.
Y si el hombre productor es artista, el objeto que conforme estará impregnado de capacidad de satisfacer la relación estética cabalmente, a través del goce poético. Pero tal producción, hablando en rigor, para que cumpla su función total, no se nos da como particular solamente, sino que tiene que poseer carácter universal-humano, y de hecho todas las obras de arte lo poseen pues solamente así, la obra "vive" para todos los hombres y a través de las épocas. El hombre pues, dadas sus condiciones de genericidad, posee la cualidad de crear belleza. Más no una belleza abstracta o etérea sino objetiva en los objetos que produce. Marx, en sus Manuscritos Económico Filosóficos de 1844, al hablar de la esencia del hombre y su diferencia con los animales, afirma: "La creación práctica de un mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es obra del hombre como ser consciente de su especie…. Cierto que también el animal produce … Pero sólo produce aquello que necesita para sí o para su cría; produce de un modo unilateral, mientras qué la producción del hombre produce también sin la coacción de la necesidad física, y cuando se halla libre de ella es cuando verdaderamente produce; el animal sólo se produce a sí mismo, mientras que el hombre reproduce a toda la naturaleza; el producto del animal forma directamente parte de su cuerpo físico, mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto.
El animal produce solamente a tono y con arreglo a la necesidad de la especie a que pertenece, mientras que el hombre sabe producir a tono con toda especie y aplicar siempre la medida inherente al objeto; el hombre, por tanto, crea también con arreglo a las leyes de la belleza."[39] Esa característica del hombre sufre, en el marco de nuestras actuales relaciones sociales, continuos atentados. Nuestras sociedades de consumo, nuestra "tecnocracia" capitalista-imperialista al basarse en la explotación dominación de clase cosifican las relaciones sociales y sus productos. La enajenación es condición sinequanon de la existencia misma de tales sociedades. Y es de esas condiciones sociales de donde surgen, funcionalmente para ellas, las concepciones que destruyen la totalidad de los fenómenos, la separación metafísica de sus elementos. La producción de mercancías da al concepto de lo útil, un nuevo signifcado: lo utilitario en sí, lo "estrechamente utilitario", como ingrediente inconexo del resto de las cualidades de los objetos, (y no vamos a caer en el mecanicismo semántico de pensar que Vitrubio Polion emplea el término "utilitario" en el sentido actual).
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