En estas condiciones, asimismo, se pretende aislar "lo bello", postulando la existencia "autónoma" (que en el sentido víllagraniano se interpreta como independiente) de lo estético, desconociendo por completo los conceptos de praxis y de relación estética, para reducirlo a un simple "valor" en el sentido de la fenomenología y el irracionalismo. La belleza "en si" carece de significado objetivo. Las diversas manifestaciones artísticas, son, totalidades estéticas y el hecho de que cada una posea sus propias legalidades, su propia problemática, lejos de violar esa esencialidad, la reafirma. Las legalidades internas de cada forma de arte, cualesquiera que ésta sea, se comportan en función de la totalización estética de la conformación que realizan. Así acontece con la arquitectura. El hecho de que tenga una función específica, diversa a las de las demás artes, no establece una contradicción con su carácter de totalidad estética, al contrario, con ello afirma su esencia, es arquitectura por ello mismo. Como todo arte, la arquitectura posee elementos constitutivos, pero éstos se hallan en acción recíproca, estructurando el conjunto.
La técnica, tanto de composición como de edificación, las instalaciones, los cálculos estructurales, los análisis dimensionales, etc., no son sino aspectos necesarios en el proceso de concreción dé la esencialidad arquitectónica, es decir, en la elaboración de formas estéticas de tales cualidades que sean eficaces para constituir un medio en el que se desarrollen específicas y bien determinadas actividades humanas. Los aspectos en apariencia más alejados de lo estético, por ejemplo una red de albañal o un ducto para alojar instalaciones, sólo tienen sentido en función de la totalidad de la obra, que es el objeto denominado arquitectura.
Surge ahora una cuestión de obligatoriedad inmediata: ¿Cómo se nos da lo estético en la arquitectura? De las consideraciones anteriores se desprende -en primer término- que lo estético se nos da no como simples "observadores" de un edificio, pues en rigor tal posición -tan manejada por la fenomenología- no existe en la realidad pues lo que hay es interacción, compleja interacción entre el hombre y el objeto. Lo estético lo establecemos en virtud del significado que la obra tenga para nosotros (entendiendo ese "nosotros", como seres social-históricos) y tal significancia se suscita al entrar en contacto activo, concreto-sensible con la arquitectura en su compleja totalidad; al posesionarnos de ella, al "hacerla nuestra" en el acto de la aprehensión de su funcionalidad integral.
Así, la arquitectura se revela como expresión de nosotros. mismos, de materialidad humanizada en virtud de la praxis, conformada en todos los sentidos para el hombre. Lo estético se establece viviendo la arquitectura, pero esto no nos fuerza a que para ello gocemos la funcionalidad de un edificio como directos usuarios del mismo, sino que, estando en él, nos apropiemos esa funcionalidad. De esa manera podemos -decir que también la arquitectura vive para nosotros, y esa vida, plena de significado histórico-social tiene la capacidad de rebasar nuestra época y convertirse en goce estético para los hombres del futuro.
Lo estético en una obra arquitectónica, en consecuencia, no reside únicamente en aspectos parciales resueltos "armónicamente" como por ejemplo, una fachada bien compuesta, o el juego de sus formas externas, o una adecuada distribución de sus plantas, o en agradables combinaciones de texturas y colores en el interior, etc., sino que, y he aquí donde se encuentra la esencialidad compleja de nuestro arte, lo, estético reside en el significado que la totalidad material de un edificio como tal, tenga para el hombre, y esa totalidad considerada como el resultado de la compleja interacción de todas sus partes.
Ese significado de la obra está en relación estrecha con la funcionalidad de la misma, entendiéndose en el sentido de funcionalidad social. Esto sólo puede entenderse en un determinado contexto histórico. La arquitectura forma parte de la realidad de su época y está en función de ella. Los requerimientos de formas arquitectónicas surgen de las peculiaridades de las relaciones sociales, de las estructuras de clase, de la cultura en una época determinada; se puede afirmar que son parte integrante de la sociedad. En consecuencia las soluciones arquitectónicas son expresiones de la historia de la humanidad. Por medio de este enfoque es como comprendemos como fue posible el Zigurat babilónico, la Acrópolis de Atenas o San Pedro de Roma y es así como, del manejo correcto de él, podemos comprender la arquitectura de nuestra época. En el carácter del significado que una obra tenga para nosotros juega pues un papel esencial el hecho histórico.
Pudiera parecer a algunos que estamos con esto descubriendo el mediterráneo, sin embargo, vistas las cosas con rigor, ha faltado bastante por aclarar esta cuestión del "punto de vista historicista", lo cual merece una exposición amplia y consecuente, pues es en el fondo el problema de la concepción filosófica de totalidad. Por lo pronto, y para justificar esta disgresión, como un ejemplo de la falta real de la comprensión a este problema citemos el planteamiento siguiente de Villagrán García: "Si una obra maestra de la arquitectura, por ejemplo el Petit Trianon de Versalles, se reproduce en otro sitio, a la misma escala pero construido en estuco en vez de mampostería como es el original, ¿qué la obra así reproducida pierde su valor estético, porque sus formas están engañando al espectador…?"[40] Nada más revelador. Esto es precisamente despegar, abstraer lo bello de su real concreción material. Como si la estética del Petit Trianon no estuviese ligada a su funcionalidad histórica y el tratar de reproducir sus formas en otro sitio-, con otros materiales y para diferentes finalidades, no atentara contra las legalidades de la obra de arte, contra su particularidad.
Así podríamos afirmar también que el Partenón "no ha perdido" su valor estético en la copia que de él se realizó en Tenesee en pleno siglo XX y entonces no podríamos explicarnos la frialdad y sensación de ausencia que produce su contemplación. El problema entonces no podemos reducirlo, como el propio Villagrán lo hace al establecer el que "cada obra responde a su época" pues esto en el fondo no es sino rodear la cuestión. El hecho consiste en el carácter con que debemos realizar nuestro enfoque, en el modo teorético de ir de la apariencia a la esencia de la arquitectura, pues de lo contrario caeremos irremisiblemente en la ya tantas veces mencionada disgregación de la totalidad real y concreta, en las continuamente manejadas posiciones de la fenomenología y el irracionalismo que no aportan ya nada al conocimiento de los fenómenos.
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