Si en la etapa de Escorpio, que analizamos en nuestro anterior artículo sobre la misma materia (Revista Biosofía nº 3, "Escorpio esotérico e iniciático") enfocabamos nuestra atención en un trabajo del héroe griego previo al que ahora nos ocupa, donde se estudiaban las hazañas y labores del discípulo y su coincidencia con el paso del umbral que podía dar lugar al transpaso de las fronteras de la 2ª iniciación mediante la transcendencia de sus apegos al mundo de los deseos o del cuerpo astral, la experiencia del mito que hoy vamos a desarrollar, la bajada al Hades (los llamados infiernos) del discípulo y héroe Hércules, su enfrentamiento con su Guardián el Can Cerbero, y la liberación de Prometeo, coincidirán con las pruebas de Capricornio, en cuyo signo astrológico el discípulo ya definitivamente deja de estar identificado con la forma de su existencia y se vuelve totalmente identificado con el espíritu, el alma: se convierte en un "iniciado" en el sentido estricto de la palabra, pasando a ser por fin libre de la forma, de la mente, los deseos o los instintos de su cuádruple vehículo inferior. Tras haber enfrentado a las diversas fuerzas y entidades de su propia naturaleza que se le oponen antes de escalar el monte de la iniciación en Capricornio, el discípulo finalmente se convertirá en servidor de la humanidad.
Capricornio esotérico e iniciático
Capricornio es el signo del zodíaco más espiritual y a la vez más material del zodíaco. De ahí la habilidad de Capricornio para manifestar el espíritu en el plano físico, fundamentalmente a través del séptimo rayo, pues dicho rayo aporta la precipitación del karma, que corresponde al dominio de Saturno, planeta rector de Capricornio tanto a nivel de la personalidad como del alma.
Capricornio representa al buscador que lucha por llegar a las alturas como la cabra que dirige siempre sus pasos hacia la cumbre de la montaña, o como el individuo completamente inmerso en el maya del plano físico, buscando todo aquello que alimente la personalidad, ya sea el dinero o el poder egoístamente conseguidos. Eventualmente, tras muchas vidas dicha cabra acabará transformándose en el unicornio que ha elevado su propia forma, pues todo el poder de ejecución y de disciplina propios de Capricornio acaban siendo dedicados íntegramente al servicio de los demás.
La seriedad y solemnidad de Capricornio se relaciona con un sentido de la responsabilidad personal, pero también con una marcada dificultad de expresión emocional en algunos casos, que dan lugar a un cierto pesimismo y hasta a oscuras depresiones. Ello es debido a que Capricornio es un signo de conflicto en parte regido por Marte, y Marte es el Dios de la Guerra, el productor de conflictos, y es en este signo de tierra donde Marte triunfa en las primeras etapas de evolución de la llamada Cuarta Jerarquía Creadora (la Humanidad) y de la vida del hombre subdesarrollado o no evolucionado. El materialismo, la lucha por la satisfacción de las ambiciones personales y el conflicto con las tendencias espirituales superiores están muy presentes, y al ser el más materialista de todos los signos constituye el campo de batalla entre el orden y sistema de valores antiguo de un lado y las nuevas inclinaciones y las tendencias superiores de otro, y hasta que los impedimentos emocionales y mentales del nacido en este signo no sean transcendidos con la disciplina y voluntad correspondientes el alma no será capaz de usar su personalidad para poder expresar amor y compasión.
El símbolo de la cabra con una cola de pez no es una excepción en la serie de misterios que caracterizan a Capricornio, ya que apunta a la síntesis de tierra y agua (Capricornio y Cancer), un reflejo de la unión de los ángeles solares y lunares, el alma y la personalidad. Es el misterio de Makara (los cocodrilos) y está presidido por el regente jerárquico de Capricornio, Venus, que representa al ser superior de la tierra. Neptuno, dios de las aguas regente del alma de Cancer, es Makara y también el Cristo, cuyo nacimiento se celebra simbólicamente en Capricornio. Cancer-Capricornio también actúa como una puerta de entrada para las fuerzas de Sirio, de manera que afectan especialmente a la tercera iniciación, al ser Sirio la fuente principal de la Ley del karma y derramarse a través de las dos puertas de Cancer-Capricornio que están ligadas en formación triangular con Saturno, el mantenedor del Karma dentro de nuestro sistema solar.
Capricornio es por tanto el signo de la 3ª iniciación y su número es el 9, pues Capricornio es el 9º signo desde Aries donde se inicia el nuevo ciclo. Es también el signo del solsticio de invierno en el hemisferio norte y representa la más profunda penetración en la materia y además la luz creciente que extrae al verdadero buscador fuera de la materia. Saturno es el regente esotérico y exotérico de Capricornio. "Yo soy el punto más denso de todo el mundo concreto (Capricornio, "Astrología esotérica" de Alice Bailey). Yo soy la tumba; Yo soy el útero. Yo soy la roca que yace en lo más profundo de la materia. Yo soy la cima de la montaña en la que nace el Hijo, en la que se ve por fin al Sol y que recoge los primeros rayos de luz".
Saturno es uno de los más potentes de los cuatro Señores del Karma y fuerza al hombre a afrontar su pasado y en el presente a prepararse para el futuro. Y esa es la intención y propósito de la oportunidad kármica, pues desde ciertos punto de vista, Saturno podría ser visto como el Morador en el Umbral Planetario, pues también la Humanidad en su conjunto tiene que afrontar ese Morador así como a su Angel de la Presencia, y al hacerlo descubrirá que ambos el Morador y el Angel conforman esa compleja dualidad que es la familia humana.
Si embargo cuando el discípulo, tras haber recorrido todo el ciclo zodiacal y haber transcendido todas las fases previas de desarrollo y todos su apegos a la materia, a la forma y a la personalidad, afronta y supera las duras pruebas correspondientes de este signo y de la 3ª iniciación, y asume y purifica todo su pasado kármico así como a los entes espirituales y energías que las corporeizan y representan, se hará acreedor al paso por la transfiguración y transmutación de su antigua personalidad en solo un alma que por fin quedará liberada, y se convertirá por fin así en un verdadero iniciado y en un ser de amor incondicional y altruista por todos sus hermanos, al servicio de la humanidad en su conjunto y del Plan divino.
Los doce trabajos de Hércules
La leyenda y el mito nos dicen que en un ataque de locura provocado por Hera, celosa de los engaños amorosos de su esposo Zeus, Hercules mató a sus propios hijos y a dos de sus sobrinos con sus propias manos. Al despertar y descubrir los terribles actos que había cometido, sintió un terrible dolor, y no quiso continuar viviendo con Mégara. En penitencia por esta execrable acción, la sibila délfica le dijo que tenía que llevar a cabo diez trabajos que dispusiera Euristeo, el hombre que había usurpado su legítimo derecho a la corona y a quien más odiaba. Heracles llevó a cabo todos ellos con éxito, pero Hera le dijo a Euristeo que estimase que en dos de los trabajos había fallado, pues había recibido ayuda, por lo que ordenó dos más, que Heracles también completó, haciendo un total de doce.
El orden de los trabajos, en la secuencia astrológica que nos da A. Bailey, es el siguiente:
1. La captura de las yeguas del rey Diomedes de Tracia. 2. Domar al toro salvaje de Creta. 3. Robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. 4. Alcanzar a la cierva de Cerinia. 5. Matar al león de Nemea. 6. Vencer a las amazonas y tomar el cinturón de Hipólita. 7. Capturar al jabalí de Erimanto. 8. Destruir a la hidra del lago de Lerna. 9. Acabar con los pájaros del lago Estínfalo. 10. Ir a buscar a Cerbero, a los infiernos, y llevarlo a Euristeo. 11. Limpiar los establos de Augías 12. Matar a Gerión y robarle sus rebaños.
Hércules va transcendiendo las distintas experiencias y pruebas a las que ha de enfrentar en cada uno de tales trabajos y el discípulo que le encarna va comprendiendo paulatinamente que la competencia y el egoísmo, como características esenciales del yo separado, han de ser sacrificados inteligentemente al servicio del bien del grupo, y que la codicia personal, el temor, el individualismo y la rivalidad, características del hombre inmerso en la forma, han de subordinarse y transmutarse en una constante crucifixión sobre la cruz de la materia, para ser sustituidas por la confianza espiritual, la cooperación, la consciencia grupal y en definitiva la carencia de egoísmo. Es la historia del Cristo cósmico, del Cristo histórico del Evangelio, y la del Cristo individual, crucificado en la cruz de la materia y encarnado en cada ser humano.
A través de los doce signos del zodíaco Hércules luchó, sufrió y trabajó subjetivamente, enfrentando su naturaleza humana histórica y tratando de rechazar la tentación del apego y la atracción de la forma exterior tangible. Y por tanto es en ese paso del sol a través de los doce signos del zodíaco donde podemos ver la maravillosa organización del plan, el enfoque de las energías y el crecimiento de la tendencia innata hacia la divinidad, al permitirnos eventualmente atravesar el velo que oculta a la Deidad encubierta, que va volviéndose transparente a medida que el discípulo va transcendiendo las etapas diseñadas en el Sendero del Discipulado, para convertirse finalmente en el Espectador silencioso y Observador consciente, desidentificado del aspecto material que hasta entonces le había mantenido subyugado, mediante la total y definitiva identificación con el alma y bajo el control del divino Morador.
Matando a Cerbero, guardián de Hades. El Mito
El mito nos cuenta que Hércules se presenta ante su Maestro, que le va encomendando los trabajos que ha de afrontar en cada fase o signo astrológico, y, si nos atenemos a la versión que de la leyenda nos da Alice Bailey del mito, el trabajo que ha de resolver en esta ocasión es matar o domeñar a Cerbero, guardián del Hades, para así liberar a Prometeo, desarrollándose así el encuentro con el Maestro:
"La luz de la vida debe ahora resplandecer dentro de un mundo de oscuridad" declaró el Gran Presidente. El Maestro comprendió.
"El hijo del hombre que es también el hijo de Dios debe pasar a través del décimo Portal", dijo. "En esta misma hora Hércules se arriesgará".
Cuando Hércules estuvo frente a frente con el que era su guía, éste habló:
"Mil peligros has desafiado, ¡Oh, Hércules!", dijo el Maestro, "y mucho se la logrado. La sabiduría y la fuerza son tuyas. ¿Harás uso de ellas para rescatar al que está en agonía, una víctima de enorme y persistente sufrimiento?"
El Maestro tocó suavemente la frente a Hércules. Ante el ojo interno de éste surgió una visión. Un hombre yacía postrado sobre una roca, y gemía como si su corazón se rompiera. Sus manos y piernas estaban encadenadas; las pesadas cadenas que le ataban, amarradas a anillos de hierro. Un buitre, feroz y temerario, permanecía picoteando el hígado de la postrada víctima; por consiguiente, un escurridizo chorro de sangre manaba de su costado. El hombre alzaba sus manos esposadas y gritaba pidiendo ayuda; pero sus palabras retumbaban vanamente en la desolación y eran tragadas por el viento. La visión desapareció. Hércules permanecía, como antes, al lado de su guía.
"El encadenado que has visto se llama Prometeo" dijo el Maestro. "Por años ha sufrido así y sin embargo no puede morir, pues es inmortal. Él robó el fuego del cielo; por esto ha sido castigado. El lugar de su morada es conocido como Infierno, el dominio de Hades. Se te pide, ¡Oh Hércules! ser el salvador de Prometeo. Baja a las profundidades y allí en los planos exteriores libéralo de su sufrimiento".
Habiendo oído y comprendido, el hijo del hombre que era también un hijo de Dios, se lanzó en esta búsqueda, y pasó a través del décimo Portal.
Hacia abajo, siempre hacia abajo, viajó dentro de los apretados mundos de la forma. La atmósfera se hacía sofocante, la oscuridad constantemente más intensa, y sin embargo su voluntad era firme. El empinado descenso continuó durante mucho tiempo. Solo, pero no completamente a solas, erró allí, pues cuando buscó dentro, oyó la voz plateada de la diosa de la sabiduría, Atenea, y las palabras fortalecedoras de Hermes.
Finalmente llegó a ese oscuro, envenenado río llamado Estigia, un río que deben cruzar las almas de los muertos. Un óbolo o centavo tenía que pagarse a Caronte, el barquero, para que pudiera conducirlas a la otra orilla. El sombrío visitante de la tierra asustó a Caronte, quien olvidando su paga, condujo al extranjero al otro lado.
Hércules había entrado por fin al Hades, una oscura y brumosa región donde las sombras, o mejor dicho, los cascarones de los muertos, se desliza¬ban por ahí.
Cuando Hércules percibió a la Medusa, su cabello entrelazado con serpientes silbantes, tomó su espada y se la arrojó, pero no hirió nada salvo al aire vacío.
A través de senderos laberínticos siguió su camino hasta que llegó a la sala del rey que gobernaba el mundo subterráneo, el Hades. Este, torvo y severo, con semblante amenazador, estaba sentado tiesamente en su negro trono de azabache, mientras Hércules se aproximaba.
"¿Qué buscas tú, un mortal viviente, en mis dominios?", preguntó Hades. Hércules dijo: "Busco liberar a Prometeo".
"El camino está vigilado por el monstruo Cerbero, un perro con tres grandes cabezas, cada una de las cuales tiene serpientes enroscadas a su alrededor", replicó Hades. "Si tú puedes vencerlo con tus manos desnudas, una hazaña que nadie aún ha realizado, puedes desatar al sufriente Prometeo".
Satisfecho con esta respuesta, Hércules prosiguió. Pronto vio al perro de tres cabezas, y oyó su penetrante ladrido. Gruñendo, saltó sobre Hércules. Agarrando primero la garganta de Cerbero, Hércules lo estrechó en su puño como en un torno. Poseído hasta la furia frenética, el monstruo se sacudió. Finalmente, al apaciguarse su fuerza, Hércules lo dominó.
Hecho esto, Hércules prosiguió, y encontró a Prometeo. Yacía sobre una losa de piedra, en agonizante dolor. Entonces, Hércules rompió rápidamente sus cadenas, y liberó a la víctima. Desandando sus pasos, Hércules regresó como había venido. Cuando alcanzó una vez más el mundo de las cosas vivientes, encontró allí a su Maestro.
"La luz brilla ahora dentro del mundo de oscuridad", dijo el Maestro. "El trabajo está realizado. Descansa ahora, hijo mío". Hijo de Equidna y Tifón, Cerbero era el guardián del reino de los muertos. Homero le llama "el terrible perro del Hades" y la descripción mas frecuente que se hace de él, es que poseía tres cabezas, una cola de serpiente y en su lomo, fieramente erguidas, muchas cabezas de serpiente".
Claves interpretativas del trabajo décimo de Hércules
En la interpretación universal que hace del mito Bailey, el trabajo relativo a Capricornio se sintetiza en la liberación del Prometeo torturado y encadenado en la roca del hades, que resulta en el paso de Hércules de la décima puerta y la entrada como iniciado en el reino espiritual. Así como la puerta de Cancer da entrada al reino humano y a lo que "erróneamente llamamos vida", Capricornio es el umbral que finalmente pasamos cuando ya no nos identificamos con el lado formal de la existencia sino que nos identificamos con el espíritu que da vida a aquella forma, lo cual es precisamente la significación real del concepto de iniciado. Y de esta manera aquello que es portador de la chispa divina es liberado por fin de su prisión y su infierno psicológico por el héroe Hércules. La realización de la divinidad, la chispa de fuego en cada ser humano, redime al Prometeo interno de consciencia, resultando primeramente en dolorosas pruebas y finalmente en la identificación con la llama eterna en el corazón humano.
El símbolo asociado con Capricornio es la cabra en tres niveles de experiencia: en el plano físico la cabra es experimentada como lo más materialista, en el plano social se convierte en el chivo expiatorio y finalmente llega a ser la cabra sagrada que ha subido hasta la cumbre de la montaña y ha tenido la visión que ya no estará distorsionada por el egoísmo y la identificación errónea, aparecen por fin la consciencia crística, el príncipe de la paz y el Maestro maravilloso –el plano búdico de los budistas, bodhichitta-, la consecución y externalización del reino de Dios en la tierra, pues este signo astrológico simboliza la tercera iniciación o la primera de las iniciaciones mayores en cuanto a las sucesivas fases iniciáticas prevenidas por el Maestro Tibetano y los teósofos.
La referencia que en tal sentido usa Bailey es la ascensión y transfiguración ocurrida a Jesuscristo en el Monte Tabor, a donde subió acompañado por sus discípulos Pedro, Juan y Santiago. Según el simbolismo que nos presenta el evangelista Mateo, Pedro, como una roca o cimiento, es el símbolo del cuerpo físico, mientras que Santiago, el engañador, simboliza la naturaleza emocional y la fuente de todo hechizo y espejismo, y Juan representa al cuerpo mental inferior, la mente y su ilusión, los tres aspectos de la personalidad postrados ante Cristo en su transfiguración. Y por tanto el discípulo en esta fase de Capricornio es libre por fin, se ha convertido en un iniciado del mundo. Ha dado vuelta tras vuelta dentro de toda la secuencia zodiacal y ha aprendido todas las lecciones de los signos y, en esta vida y bajo este signo de sufrimiento intenso y soledad, ha trepado a la montaña de la iniciación hasta experimentar la mutación de la transfiguración en su alma.
Cerbero, Guardián del Hades
La misión de Cerbero –el fiero perro guardián de las tres cabezas- era impedir que entrara ningún mortal vivo en el Hades (los Infiernos), pero sobre todo, no permitir que ningún difunto saliera de allí. Que se sepa, sólo dos veces dejó de cumplir su misión. Una, convencido o encantado por Orfeo que ayudado por los dioses y por la dulzura de su canto, logró entrar en el Infierno en busca de su amada Eurídice. La segunda, cuando Hércules, en cumplimiento de uno de los trabajos a él encomendados por Euristeo (el Maestro en la lectura de Bailey), pudo reducirle con la fuerza de sus brazos y, medio ahogado, lo sacó al mundo exterior y lo llevó ante Euristeo, que horrorizado a la vista de un animal tan terrible, ordenó que de inmediato fuera devuelto al Hades. Cerbero permanece encadenado ante las puertas del Hades, siempre vigilante, porque aquellos a quien los dioses han decidido dejar morir, no deben volver a la vida.
Cerbero, el can de las tres cabezas, ostentaba un espantoso ladrido, contaba con innumerables serpientes creciéndole por todo su cuerpo y portaba víboras por cola. Sus tres cabezas simbolizan la primera el amor por la sensación física, la prosperidad en el mundo económico y el deseo de felicidad en un mundo de placer (el vehículo más inferior y animal: el cuerpo físico), mientras que la segunda o central representaría el deseo permanente por obtener satisfacción en el mundo exterior (el cuerpo emocional o astral) y la tercera simbolizaría las buenas intenciones nunca llevadas a cabo (los vano pensamientos del cuerpo mental). Su cola estaba formada por serpientes, que representan las ilusiones que impiden el progreso de la vida espiritual, el materialismo que nos oprime, el temor y la inercia que inconscientemente nos arrastran.
La victoria sobre Cerbero y la consiguiente transfiguración liberan al hombre de su servidumbre histórica, permitiendo que la chispa divina, latente en él desde siempre pero oculta tras los velos sagrados, se muestre y actúe. La condición que se consigue en Capricornio, tras la bajada a los infiernos del iniciado Hércules, su victoria sobre el Can Cerbero y la liberación de Prometeo, es la impersonalidad como expansión permanente del amor hacia toda la humanidad, más allá de los individuos cercanos a nosotros mismos. La impersonalidad es amar a todos como realmente son, con sus faltas, defectos, logros y fracasos, de forma que el discípulo del mundo, que es trasunto y símbolo del Hércules que ha bajado al infierno a vencer a Cerbero, estará imbuido ya por un profundo e íntimo interés por el prójimo, y trabajará por siempre para los demás hombres, todo el tiempo, pues se habrá convertido en un salvador del mundo. Se dice que todos los dioses del sol han nacido en el signo de Capricornio en que la chispa divina se muestra por fin.
La leyenda de Prometeo
El nombre "Prometeo" tiene un origen griego y significa el "Pre-Vidente" o aquél que se anticipa a los hechos. El Mito fue narrado por el poeta Hesíodo a Homero en el año 700 a. C. y por Esquilo en el 470 a. C., aunque tal vez la imagen del Ladrón del fuego sea aún más antigua de lo que esas versiones permiten hacernos pensar.
Según la leyenda, "Prometeo" descendía de una antigua generación de Dioses que habían sido destronados por Zeus. Era hijo del Titán "Japeto" (hijo de Urano y Tierra) y de Asia. Prometeol sabía que en el suelo de la tierra (naturaleza) reposaba la simiente de los cielos, y por ello recogió arcilla, la mojó con sus lagrimas y las amazó, formando con ella varias imágenes semejantes a los dioses, los Señores del Mundo. "Los Hombres".
"Atenea", diosa de la sabiduría, que era su amiga, admiró la obra del hijo de los titanes e insufló en las imágenes el espíritu o soplo divino. Enseguida, les dió a ellos para beber un néctar mágico para que pudiesen recuperar su pureza, regenerarse, en el caso de que un día la perdiesen. Así lo hizo, previendo ya, juntamente con Prometeo, la corrupción de los nuevos seres ante los males provenientes de la caja de "Pandora" que les seria entregada por Zeus mas tarde, como venganza por el robo del fuego, en el intento de pervertirlos a través de los vicios terrenales.
Fue así que surgieron, según la leyenda, los primeros seres humanos que poblaron la tierra. Por mucho tiempo no supieron hacer uso de la centella o chispa divina que habían recibido, no teniendo siquiera conocimiento de cómo trabajar con los materiales de la naturaleza que estaban a su disposición por todas partes.
Prometeo entonces se aproximó a sus criaturas y les enseñó a subyugar a los animales y usarlos como auxiliares en el trabajo. Les mostró como construir barcos y velas para la navegación, les enseñó a observar las estrellas, a dominar el arte de contar y escribir, a que descubriesen los metales debajo de la tierra y hasta cómo preparar los alimentos nutritivos, los ungüentos para los dolores y otros remedios para curar las dolencias.
Pero Zeus sospechaba de los seres humanos, ya que no fue él quien los creó. Ellos provenían de un antiguo mundo que él pretendía modificar íntegramente, y siendo así no tenia interés alguno en mantenerlos en la tierra. Por consiguiente, cuando Prometeo reivindicó para ellos el fuego, que les era imprescindible para la preparación de los alimentos, para el trabajo y principalmente para el progreso material y desenvolvimiento espiritual, el Dios griego decidió negárselo, temiendo que las nuevas criaturas se volviesen más poderosas que él. Es entonces cuando Prometeo resolvió frustrarle sus planes, con la intención de conseguir para los hombres ese precioso instrumento.
Con un palo hecho de un pedazo de vegetal seco, se dirigió al carro del "Sol" donde a escondidas tomó un poco de fuego, trayéndolo para los seres humanos, entregándoles así el segundo secreto de la naturaleza. Más tarde él les daría otros secretos.
Y fue entonces, cuando por toda la tierra se encendieron fogatas, que Zeus tomó conocimiento del robo de Prometeo. Pero como ya era tarde puesto que ya no podía confiscar el fuego a los hombres, concibió ahí para ellos un nuevo maleficio: les envió una Doncella creada artificialmente, "Pandora", de belleza incomparable, con una caja portadora de innumerables males. Prometeo le advirtió a Epimeteo, su Hermano de no aceptar ningún presente de Zeus, pero Epimeteo no lo recordó y recibió con alegría a la linda doncella, abriendo la caja de los males, los cuales se esparcieron rápidamente sobre la tierra.
Los hombres que hasta aquel momento habían vivido sin sufrimientos, sin dolencias, sin torturas y sin vicios, comenzaron a partir de entonces a corromperse sin esperanza, olvidándose el objetivo de su propia existencia, la Evolución.
Después de esto, vengándose Zeus de Prometeo, le envió a éste al desierto de Citia, donde fué puesto preso al borde de un terrible abismo, con cadenas inquebrantables, en una peñasco de la montaña del "Caucasó", de pié y sin reposo alguno, durante 30 siglos, sufriendo la amargura de que su hígado fuera devorado por un Águila (un buitre en otras lecturas de la leyenda) que vendría cada día a la región para dicho fin, después de que el órgano se volvía a reconstituir durante la noche.
Pero por fin llegó el día de su redención. Hércules el héroe mítico y arquetípico, al pasar por allí con los argonautas, al ver al águila devorando el hígado de Prometeo, tomó su flecha y la lanzó sobre el águila, tras de lo cual soltó las cadenas y llevó a Prometeo consigo.
Prometeo, maestro de la Humanidad
Para Helena Blavatsky Prometeo sería el Logos griego; el que, aportando a la tierra el fuego divino (la inteligencia y la conciencia), dotó a los hombres de razón y entendimiento. Prometeo es el tipo helénico de nuestros Kumâras o Egos, aquellos que, encarnándose en hombres, hicieron de ellos dioses latentes en lugar de animales. Los dioses (o Elohim) se oponían a que los hombres llegaran a ser "como uno de nosotros" (Génesis, III, 22) y conociesen "el bien y el mal". Por esta razón vemos en todas las leyendas religiosas que estos dioses castigan al hombre por su afán de saber. Como expresa el mito griego, por haber robado del cielo el fuego que aportó a los hombres, Prometeo fue encadenado por orden de Zeus a una roca de los montes Caucásicos. El mito del titán Prometeo tiene su origen en la India, y en la antigüedad era el más grande y misterioso por su significado arquetípico y metafórico.
Para la fundadora de la Sociedad teosófica la alegoría del fuego de Prometeo es otra versión de la rebelión de Lucifer, que fue precipitado al "abismo sin fondo" (nuestra Tierra) para vivir como hombre. Ocioso es decir que la Iglesia ha hecho de él el Angel caído. Prometeo es un símbolo y una personificación de toda la humanidad en relación con un suceso que ocurrió durante su niñez, o sea el "Bautismo por el Fuego", lo cual es un misterio dentro del gran Misterio prometeico (Doctr. Secr., III, 331). El titán en cuestión, dador del Fuego y de la Luz, representa aquella clase de Devas o dioses creadores, Agnichvâttas, Kumâras y otros divinos "Hijos de la Llama de la Sabiduría", salvadores de la humanidad, que tanto trabajaron en lo relativo al hombre puramente espiritual. (Id., II, 99). Prometeo roba el Fuego divino para permitir que los hombres procedan de un modo consciente en la senda de la evolución espiritual, transformando así el más perfecto de los animales de la tierra en un dios potencial y haciéndole libre de "tomar por la violencia el reino de los cielos".
De ahí la maldición que Zeus (Júpiter para unos, para otros los Elohim o dioses opuestos ala autoconciencia en el hombre)) lanzó contra el rebelde titán. Encadenado a una roca, Zeus lo castigó enviándole un buitre que sin cesar le iba devorando las entrañas (alegoría de los apetitos y concupiscencias), hasta que Hércules, al fin, le libró de tan cruel suplicio. Por eso Prometeo no es sino un dios verdaderamente filántropo y gran bienhechor de la humanidad, a la cual elevó hasta la civilización y a la que inició en el conocimiento de todas las artes; es el aspecto divino del Manas que tiende hacia el Buddhi y se funde con él. (Id., II, 438). Es también el Pramantha personificado, y tiene su prototipo en el divino personaje Mâtarizvan, estrechamente asociado con Agni, el dios del fuego de los Vedas. (Id., II, 431).
Prometeo, cuyo nombre significa "previsor", o "el que piensa y ve por adelantado", o "el que v el porvenir", es una figura acerca de la cual Steiner se refiere como el Lucifer Griego. Prometeo despertó la consciencia en los humanos, lo cual representaba un peligro a los ojos de Zeus, por lo que Zeus encadenó a Prometeo en las montañas del Cáucaso. Pero Prometeo es paciente porque él conoce un secreto que no es conocido por Zeus. En el futuro Zeus yacerá con una mujer mortal, Io, la cual dará a luz a un hijo que comenzará una linea de descendencia que conducirá al nacimiento de Hércules o Heracles, que significa "aquel que es llamado por Hera". Este gran héroe, a quien Steiner señala como presagio del Cristo Jesús, crecerá hasta suceder a Zeus en su posición de autoridad como Legislador de los cielos. Hércules matará al buitre que se está comiendo el hígado de Prometeo, liberando entonces al gran Lucifer Griego.
La alegoría de Prometeo simboliza la innovación espiritual, el rescate de lo justo y verdadero, a costa del sacrificio y el sufrimiento. La decadencia a la que estaba sometida indebidamente la representación de lo sagrado, provocó la aparición de un Maestro dotado de un nuevo vigor, de naturaleza incorruptible, que surge para revitalizar la llama del proceso histórico religioso. La ruptura en relación con lo establecido, no solo dogmática sino también práctica, es consecuencia inevitable del abuso, de la falta de autoridad, de la prepotencia y del "Egoísmo" del poder político y religioso instituido.
Es por ello que cuando aparece una corriente renovadora, que intenta devolver al hombre a la realidad, apartándolo de la ilusión de sus sentidos y mediante la restitución del orden olvidado, del amor, la fraternidad, la libertad y la igualdad, evidentemente habrá de chocar con la autoridad, y el poder instituido, deseoso de mantener las cosas tal como están, pues es en el desorden y en el caos en donde cobran fortaleza los poderosos, ante esos seres dormidos y olvidados de su propia naturaleza y esencia.
Prometeo simboliza esa luz que, bajando a la tierra, intenta iluminar a los hombres, apartándolos de la oscuridad, símbolo de la dualidad, intentando con ello devolverles al camino de la evolución. Y es así que el sufrimiento de 30 siglos representa ese sacrificio del iniciado, a lo largo de la historia en el ejercicio difícil de librar a los hombres de la ilusión.
Y el fuego, que es un símbolo sagrado, y que dependiendo de cómo se utiliza puede iluminar o quemar, representa la luz que ilumina a los que actúan de acuerdo a su conciencia, proporcionándoles la elevación hasta niveles superiores de consciencia y dimensiones espirituales de paz y luz interiores. Pero a la vez no es así para el curioso y para el inconsciente, para los cuales el fuego se torna en llamas del infierno. Por tanto este elemento, el fuego, es también el inicio de la evolución humana, y así fue el elemento determinante para el salto de una estructura primitiva a otra más evolucionada, estructurada, sociabilizada y civilizada.
Zeus y las falsas religiones.
Es importante en este sentido reconocer el paralelismo existente entre los dioses del Olimpo (o también los Elohim del cielo) y el poder religioso instituido, que durante siglos han mantenido a la humanidad subyugada a intereses mezquinos de una minoría, de forma totalmente arbitraria.
El mito se anticipa a la historia e ilustra el actuar del Dios que revestido del poder ejerce la opresión, representando así a aquellos que sin preparación y capacidad para ejercer sabiamente el poder, se preocupan fundamentalmente en defender sus propios intereses, arrastrando a la mayoría a la ilusión de los sentidos. Es esta la representación del falso Dios que no busca la paz, el amor y la luz necesarios para sus criaturas y su evolución, es el temor siempre latente de considerar a todos en igualdad de condiciones. Y en tal sentido Prometeo representa la conciencia, el conocimiento del pasado y del futuro (la sabiduría), y justamente por esa duda, producto del razonamiento, genera la desconfianza e intenta advertir y recomendar a su hermano Epimeteo, que no acepte regalo alguno de Zeus. Pero éste, olvidando tal advertencia lo hace ("Epimeteo" significa el que piensa después), para luego abrir la caja de "Pandora" seducido por los encantos de la doncella, la cual fue creada artificialmente, pues no poseía alma, por lo que representaba a la muerte y al error. Posteriormente ambos se casan, es decir: quedan establecidos aquellos vicios y males en el ser humano y los efectos que producen serán los de permanecer inconsciente así como el de ser incapaz espiritualmente (Pandora y Epimeteo).
Ningún otro relato griego presenta en forma tan precisa la historia evolutiva del género humano. En tal sentido el mito muestra la oposición entre las tinieblas y la luz, entre la conciencia y la inconciencia del ser. Ser consciente espiritualmente significa ser dueño de sí mismo, de los propios pensamientos, de los propios actos, errores y actitudes. Conocer el propio pasado, proyectar el futuro y estar plenamente presentes en "el" presente, lúcidos, presentes, percibiendo que en nosotros están la fortaleza y la luz. Así mismo, la relación existente de la consciencia otorgada por el Prometeo dador del fuego divino sobre Adán y Eva es admirable, pues esa autopercepción traerá eventualmente el libre albedrío al ser humano, la responsabilidad y la libertad.
Prometeo, Lucifer, el yo y el alma
Dentro del misterio que afronta en su camino todo discípulo está el descubrimiento y constatación de la participación de la componente luciférica en nuestros vehículos, en nuestra llamada personalidad y en la estructura de nuestro alma, según el nivel evolutivo de cada persona, y por tanto la existencia de ese ser o energía está dentro del secreto a desvelar por el discípulo en su sendero evolutivo y ascendente hacia su mónada divina. En un momento dado del camino iniciático del aspirante y del discípulo el mismo descubrirá la representación del Prometeo interno en nuestra más profunda estructura: aquél que nos dió la autoconciencia y que compone nuestro mental y nuestro yo. Aquél que está a la espera de ser liberado de su yugo y de su sacrificio milenario por el Hércules que somos o llegaremos a ser, cuando nos toque afrontar las pruebas y ordalías a las que el héroe griego hubo de arrostrar y desafiar empleando toda su voluntad, coraje, entusiasmo y energía. Llegará el día en que, tras dominar y vencer al Can Cerbero Guardián del Umbral del mundo espiritual, podremos por fin acceder y poner en libertad a nuestro Lucifer/Prometeo individual, rompiendo las cadenas que le ceñían a la roca de las montañas del Hades planetario y de las garras del buitre que le desgarraba día tras día su hígado y sus entrañas, retroalimentando permanentemente sus pasiones humanas. El día de la transmutación y la transfiguración le aguarda a nuestro Prometeo interno y nos está reservado a todos los seres humanos.
En tal sentido podemos reiterar aquí lo que ya decíamos en nuestro artículo sobre "Lucifer y Mephistopheles" publicado en el número 6 de este revista "No olvidemos que el enfoque estrictamente diabólico dado a Lucifer por la Iglesia es muy reciente en términos históricos, pues, tal y como reivindica muy especialmente Helena Blavatsky, antes de Milton nunca había sido Lucifer un nombre del Diablo, y hace referencia en tal sentido a que en el Apocalipsis (XIII, 16)se le hace decir a Cristo "Yo soy… la resplandeciente estrella de la mañana". Como la misma creadora del movimiento teosófico expresaba, en la antigüedad Luciferus era el nombre de la entidad angélica que preside a la Luz de la Verdad, Lucifer es la Luz divina y terrestre, el Espíritu Santo y Satán al mismo tiempo. "Está en nosotros, es nuestra Mente, nuestro Tentador y nuestro Redentor, el que nos libra y salva del puro animalismo. Sin este principio –emanación de la misma esencia del puro y divino principio Manat (Inteligencia), que irradia de un modo directo de la Mente Divina- con toda seguridad no seríamos superiores a los animales. Lucifer y el Verbo son uno solo en su aspecto dual". La antorcha del Lucifer resucitado, ahora convertido al bien, abre el camino hacia el Cristo, pues es lo cierto que Lucifer es el Portador de la Luz, y Cristo es la Luz. Lucifer, como portador de sabiduría es la vía de acercamiento al conocimiento espiritual: el Espíritu Santo, cuya llama se infundió en los 12 apóstoles en Pentecostés en forma de "lenguas de fuego", es el poderoso Maestro de aquellos a quienes llamamos "Maestros de Sabiduría" de la Gran Logia Blanca, a través de los cuales su voz y su sabiduría fluye hasta la humanidad y hasta la tierra. Conocer los tesoros de sabiduría oculta en la Ciencia Espiritual, a través del Espíritu Santo, representa llegar a asumir el entendimiento autoconsciente del Cristo y del acontecimiento del Gólgota, de cara a la comprensión del universo y de los Espíritus que lo integran, de manera que cultivar el estudio de tal ciencia espiritual significa entender que el Espíritu fue enviado al mundo por el Cristo, y que ese Cristo no es sino el Espíritu que llena al mundo con su Luz."
Si el nombre Prometeo (Pro-meteia, pro-metheo) en griego significa pensamiento profético, previsión y porvenir, Epimeteo, el nombre de su hermano, significa pensamiento deliberado, algo así como "post-pensamiento". Y ello porque Prometeo es representante de la especie humana que ha de desarrollar el pensamiento espiritual, profético o intuitivo, mientras que Epimeteo representa el desarrollo del pensamiento razonador o intelectual. Tal y como observó Plutarco, una de las principales interpretaciones del mito de Prometeo en la evolución de la humanidad es la fase en que el pensamiento queda encadenado al cuerpo físico al descender el alma a ese cuerpo, de manera que la liberación de Prometeo, que está encadenado en el Hades, significa la liberación de la mente del principio corporal. Prometeo encadenado es el pensamiento o mente subyugada o cautiva del cuerpo físico, mientras que el Prometeo liberado representa la mente profética liberada, o el alma liberada de la materia.
Mientras que Zeus establece su culto por la fuerza (y por ello mismo encadena y tortura a Prometeo) al representar al pueblo indígena que habita Grecia hasta entonces, Prometeo representa al pueblo que viene de fuera, de raza indoeuropea y helénica. Por ello el engaño de Prometeo a Zeus, con ocasión del sacrificio y reparto de la vaca del mito histórico, cuando le da a comer al Rey del Olimpo la parte de los huesos y la grasa de la vaca, reservándose las mejores partes del animal para él y los suyos. El engaño se hizo posible porque la mente de Prometeo era más avanzada y superior intelectualmente a la de los pueblos indígenas, y por eso Zeus tarda en apercibirse del engaño, de forma que con ello se simboliza como los pueblos indoeuropeos, de mente superior, vinieron a elevar a la cultura griega a sus más altas cotas de desarrollo.
Por ello Zeus rehusa dar el fuego a los seres humanos y castiga a Prometeo por habérselo proporcionado a los hombres, simbolizando ese fuego el yo. Como es sabido el fuego, entre los cuatro elementos (fuego, aire, agua y tierra), corresponde al yo o a la identidad del hombre. La negativa de Zeus de proveer al hombre con la mente se corresponde con su provisión o concesión por parte de Prometeo al hombre (la bajada o descenso del yo mental al cuerpo físico por vez primera), así que el encadenamiento y posterior liberación de Prometeo es precisamente la fase en que el alma humana desciende desde el mundo espiritual al cuerpo físico y el hombre deviene consciente de sí mismo, de manera que toda cultura proviene de ese yo así como la civilización tiene su origen en el uso del fuego.
Por su parte Hércules representa en todo el mito la nueva cultura de la iniciación heróica que aporta el prototipo de iniciación cristiana, ligada al principio volitivo de la voluntad, el esfuerzo y el sacrificio, caracterizada por una actividad del alma que es conocida en el Cristianismo como la toma del reino de los Cielos por la fuerza, puesto que la esencia de la iniciación cristiana fué interpretada por el mismo Cristo como esa toma del reino de Dios "por la fuerza" (por la fuerza de voluntad). Y en consecuencia con todo ello todos y cada uno de los hechos y trabajos de Hércules deberían de ser entendidos simbólicamente como las varias etapas de la iniciación en los diferentes niveles de desarrollo espiritual, que culminan precisamente en la liberación de Prometeo.
Por
Emilio Sáinz Ortega
Director de Redacción de
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |