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Los diamantes de Monrovia (página 2)


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Aquella tarde de mayo, en la cafetería del primer piso, sentado en una confortable butaca de cuero granate junto a la ventana que dominaba el acceso al lobby, un elegante súbdito alemán aguardaba a un nuevo cliente que procedía de la República Africana de Liberia, le acompañaba a éste, un intermediario turco llamado Kalim, un individuo sumamente grueso, barrigudo siempre sudoroso que fumaba incesantemente cigarrillos egipcios ovalados, tocaba su cabeza con el tradicional fez granate, algo que al germano Carl Bergman le irritaba sumamente. Carl era un clásico ario de unos 63 años, alto, fornido y enjuto, con una bien disimulada cicatriz que le cruzaba la mejilla desde el lóbulo de la oreja izquierda hasta la comisura del labio inferior dejándole aquella ligeramente hundida. Presumía de disponer una acreditación del G8 para negociar la venta de armas a terceros países no productores.

Carl Bergman miraba con cierta frecuencia su ostentoso reloj de pulsera de oro, fabricado por una prestigiosa firma Suiza, le molestaba soberanamente que le hicieran esperar sin previo aviso. Sacó del bolsillo superior de su impoluta chaqueta gris petróleo un cigarro de fabricación cubana y de otro de sus bolsillos el cortapuros de plata con guillotina.

Cogió el cigarro entre sus dedos pulgar e índice y, haciéndolo girar con una suave presión con las yemas de ambos dedos, cerca de su oído, comprobó si el grado de humedad de las hojas que lo componían estaban en su punto. Podía pasar por ser un experto en el arte de fumar cigarros, sin embargo había aprendido este ritual durante una breve visita efectuada a La Habana años atrás, en la que tuvo la oportunidad de visitar algunas de las prestigiosas y antiguas fábricas de cigarros puros, acompañándose de una jovencita y linda mulata a la que le había comprado unos vestidos en la tienda del hotel en que se hospedó. Bergman cuidaba mucho la estética.

Situó la guillotina de su cortapuros en la cabeza del mismo y, con un movimiento seco de sus dedos cercenó un pedazo de la punta del cigarro, quedando un limpio espacio para facilitar el tiraje del humo cuando este fuese aspirado. Bergman ponía tal ímpetu i precisión en esa maniobra de corte, que daba la total impresión de que gozara con ello como si de cercenar la cabeza de un invisible enemigo se tratase.

Aprovechó el propio envoltorio de cedro con el que iba protegido el cigarro para prenderle fuego y encender el mismo, alguien le dijo en La Habana que jamás utilizase una cerilla para ello, ya que el contenido de azufre de ésta, podía traspasar un mal sabor al tabaco y no le permitiría gozar totalmente del placer de saborear un cigarro elaborado con hojas sumamente selectas y aromáticas.

Prendió la lámina de cedro con su Dupont de oro, la acercó al pie del cigarro manteniendo una pequeña distancia de contacto con la llama, para que este se calentara y de inmediato puso su boca a la cabeza del cigarro iniciando la aspiración, o "la calada", como en La Habana le habían explicado que se estilaba en el argot de los grandes fumadores.

Aspiró suave y profundamente llenando del todo su boca del aromático humo, desde su estancia en Cuba no lo tragaba jamás, el guía cubano le dio una lógica razón, el sentido del paladar se tiene en la boca, no en los pulmones, como buen teutón era metódico y obediente. Mantuvo el humo unos segundos en el interior de su boca expulsándolo luego con fuerza en dirección al turco Kalim, de ese modo trataba de mitigar el apestoso olor que desprendían los raros cigarrillos que éste fumaba sin cesar.

CAPÍTULO XXIVº

Una hora después de haber sido encerrado en el container, Carl comenzó a despejarse, abrió los ojos y solo una especie de borrosa penumbra le envolvía, poco a poco la visión se hizo más clara y comenzaba a distinguir los objetos en aquella semi oscuridad.

No comprendía nada, su mente analizaba la situación presente y el inmediato pasado, pero no daba con ninguna pista que le orientara. Se levantó de la silla donde en la que se hallaba sentado, experimentó un ligero mareo y algunas náuseas, probablemente producto de la substancia que le habían hecho inhalar, trató tambaleante de dar algunos pasos, se apoyó en una de las paredes del lugar donde se hallaba, notó un contacto ligeramente más fresco respecto a la temperatura ambiente, parecía que podía tratarse de una superficie de naturaleza metálica lisa, con los nudillos de una de sus manos golpeó varias veces la pared y el sonido correspondía a una superficie de metal.

Levantó la mirada en dirección a una tamizada luz que penetraba en el recinto en el que se encontraba, un pequeño ventanuco con una reja en forma de cruz simétrica permitía el acceso a una débil luz de alguna farola callejera que a su vez, procedía de otra ventana mayor que daba al exterior.

Carl comprendió que estaba encerrado en el interior de un recinto metálico y, éste a su vez en el interior de otro mayor. Por el ruido que hacían sus zapatos al andar, pudo comprobar que el piso del lugar era de madera, se agachó pasó la palma de su mano por el suelo, notó un pinchazo agudo, se había clavado una astilla en alguna parte de su mano, trató de sacar el objeto con la otra mano, no veía bien, recordó que en uno de sus bolsillos de la chaqueta llevaba un encendedor, lo sacó y lo prendió, vio la astilla de madera clavada en uno de sus dedos, apagó el encendedor y con la otra mano trató de sacar con cuidado ésta, después de varios intentos obtuvo un buen resultado, le escocía bastante aquel cuerpo extraño en su dedo, sangraba ligeramente, se puso el dedo dentro de su boca y sorbió la sangre escupiéndola a continuación, sacó de uno de los bolsillos del pantalón un pañuelo, envolvió con él el dedo dañado, tomando de nuevo el encendedor, le prendió para reconocer el lugar en el que se hallaba.

Estaba ya despejado totalmente, la sensación de náuseas y el mareo habían casi desaparecido. Recordó que estaba en el restaurante "L´Etoile de la Nuit " , se había levantado de la mesa para acudir a la toilette, que al llegar a ella y cuando abría la puerta de la misma, algo le abrazó con gran fuerza y le habían puesto un trapo que le cubrió la boca y la nariz con un fuerte olor, a partir de aquí ya no era capaz de recordar nada más.

Por deducción, entendió que le habían raptado, ¿quién y porqué? se preguntaba, pensó en Kieh, en Mouwé el subsecretario, pero no le encontraba lógica.

Centró todos sus sentidos en reconocer el lugar donde la habían encerrado, no tenía ya la menor duda de que había sido secuestrado. Guardó de nuevo el encendedor en el bolsillo y aprovechando la débil luz que entraba por el ventanuco, fue recorriendo la perimetría de la estancia palpando las paredes con sus dos manos, la herida de la astilla que se había clavado la sangre ya coagulada actuaba de tapón natural y había dejado de salir. Evidentemente estaba convencido de que se hallaba en el interior de un contenedor comercial. El reconocimiento resultó positivo, en una de las paredes que palpó estaba la puerta de acceso, era una puerta de doble hojas simétricas, lo que le confirmó nuevamente sus primeras sospechas de que la estancia era un contenedor, trató de empujarla con uno de sus hombros para probar si podía abrirla con resultado negativo, no cedió ni un milímetro.

De pronto se acordó de su compañera Eva, ¿qué habrá sido de ella? se preguntó, ¿habrá sido también raptada?, se sintió impotente y responsable de haberla metido en alguna clase de lío, el la había invitado a viajar a aquel maldito país. Se sentó por un momento en la única silla, nervioso se mesó varias veces los cabellos, se preguntó ¿cómo salir de allí?.

Se levantó de la silla y de nuevo se puso a reconocer el recinto, en ésta ocasión se trataba de ver los posibles objetos que pudiera hallar en su interior. Poca cosa pudo ver, una pequeña mesita cerca de la silla, sobre ella, algunas latas de alimentos en conserva de apertura fácil, botellas de agua mineral y unos rollos de papel higiénico, -Han pensado en todo-, se dijo para si Carl. En una de las esquinas vio algunos objetos, parecía basura arrinconada, se acercó allí y apartó algunos grasientos papeles de periódico arrugados, polvo amontonado, cáscaras de algunas frutas, un pedazo de lo que había sido una gruesa cuerda de algodón, un alambre arrugado y una escoba, era todo lo que allí había.

Pensó si gritando con fuerza podría atraer a alguien que estuviera cerca del lugar o que transitara en aquel momento por allí, desechó la idea, había consultado su reloj y eran casi las tres de la madrugada, aquellas horas la gente dormía y si alguien llegaba a oír sus gritos, podía pensar que se trataba de algún borracho irascible, abandonó esta intención, recordó que llevaba un teléfono celular en el bolsillo, pero comprobó que le habían quitado la batería. Cogió una de las botellas de agua y la abrió, echó un buen trago, la substancia que habían utilizado para dormirle le producía sequedad en la boca y garganta, intentó vanamente dormir tumbándose en el suelo, pero el pensamiento de lo que le hubiera podido ocurrir a Eva no se lo permitía.

Alrededor de la seis de la mañana se apagó la débil luz de la farola exterior, quedándose en la más completa obscuridad, una hora después la luz diurna comenzó a penetrar en el ambiente y pudo ver algo mejor el lugar en el que se hallaba. Lanzó unos cuantos gritos de :.

-¡¡HELP!!, ¡¡HELP!!,-

Infructuosamente, aguardó unos instantes para ver si alguien acudía en su ayuda, nada ni nadie acudió. La preocupación iba en aumento. Luego más tarde comenzó a impacientarse, caminaba de un extremo al otro del lugar dónde se hallaba, en una de las ocasiones lanzó un fuerte puntapié a la puerta, oyó un ruido metálico exterior, la esperanza acudió a su mente, ¿qué habría producido aquel ruido?, volvió a patear varias veces la puerta con todas sus fuerzas, sin resultado alguno, se quedó de pié pensativo mesándose la barbilla en medio del pequeño recinto, cogió la silla y la acercó al ventanuco de la parte superior de una de las hojas de la puerta, se subió en ella e intentó ver el exterior, le pareció ver la leva del cierre de la puerta algo desprendida del lugar en el que debía alojarse cuando ésta se halla en la posición de cerrada, no estaba muy seguro de ello, pues la estrechez de aquella pequeña ventana y la posición en que se hallaba situada, no permitía ver con ningún tipo de comodidad.

Pensó en ¿cómo poder terminar de girar la leva del cierre que le permitiera abrir una de las puertas?, no disponía de ningún tipo de herramienta. Súbitamente se acordó de la escoba que estaba tirada en un rincón del lugar, fue a por ella, de nuevo subió a la silla, sacó con sumo cuidado, la escoba por el ventanuco, sujetó el palo de la misma por uno de sus extremos y pasó también al exterior el brazo con la que la sostenía, comenzó a balancearla para ver si atinaba a dar al objetivo para que terminara de hacer el resto de recorrido de apertura que precisaba, negativo, comprobó que no alcanzaba hasta el punto de encuentro, masculló una serie de maldiciones, retiró el brazo hacia el interior, pero al llegar la mano a la altura del ventanuco se le escapó de la mano la escoba, cayendo ésta al suelo del exterior. Una fuerte rabieta se apoderó de él, se sentía un inútil.

El día iba despertando y comenzaban a ser oídos algunos ruidos procedentes de la cercana zona portuaria, grúas levantando pesadas cargas, las carretillas eléctricas transportando mercancías a los

camiones y demás, se oían muy atenuados desde el interior de donde se hallaba Carl, pero algo le descubrió a éste el lugar en el que le habían confinado; fue el fuerte pitido de un carguero que anunciaba su partida del puerto. Carl tan pronto oyó éste, supo que no se hallaba lejos del restaurante dónde le habían raptado. De nuevo volvió a gritar con toda la fuerza de sus pulmones :

-¡¡HELP ME!!, ¡¡HELP ME!!-.

De nuevo infructuosamente, ninguna reacción desde el exterior que tuviera indicios de haber sido escuchado. Aguardó unos minutos y de nuevo repitió sus gritos de socorro. No hubo reacción positiva desde el exterior. Abandonó momentáneamente la solicitud de ayuda externa mediante gritos.

Recordó la gruesa cuerda que había visto entre el amasijo de escombros, fue a por ella, pero quedó decepcionado cuando comprobó que no medía más allá de un metro de longitud, recordó que una gruesa cuerda, está formada por la unión de varias de menor diámetro retorcidas formando una sola. Intentó con las manos deshacerla, pero costaba muchísimo, sus dedos, a pesar de poseer notable fuerza, no podía deshilvanar aquel retorcido grupo de cuerdas, ésta medía casi media pulgada de grosor, se le ocurrió que mojándola quizás ablandaría las hebras y le facilitaría poder desenredarla, cogió la botella de agua que había abierto para beber y roció uno de los extremos de la cuerda, dejó unos minutos para que el algodón con que estaba fabricada la cuerda, se embebiera y así se ablandara, mientras el día iba aumentando en luz solar y su visión habituada al ambiente lumínico de donde estaba confinado, podía ver con mayor precisión el interior del habitáculo.

Pasados unos cinco minutos volvió a intentar desmadejar la cuerda, en esta ocasión tuvo algo más de suerte, las primera hebras se habían ablandado lo suficiente como para poder iniciar la operación que trataba efectuar, una hora después había podido deshilacharla lo suficiente y anudando un tramo con otro logró una cuerda de unos tres metros de longitud, recordó que también había un alambre, fue a por él y fabricó una especie de anzuelo, fijando un extremo del mismo en una de las puntas de la cuerda, Luego se subió nuevamente en la silla, sacó la cuerda al exterior por el ventanuco, pero en esta ocasión fue más cauto, ató el extremo opuesto de la cuerda en la reja de forma de cruz que el ventanuco tenía soldada en el marco de la misma, quería evitar perder también la cuerda.

Sacó el brazo al exterior asiendo la cuerda e hizo que ésta se balanceara suavemente de un lado para el otro intentando "pescar" la leva del cierre del contenedor, en infinidad de ocasiones el "anzuelo" de la cuerda rebotó con su objetivo sin quedarse fijado, el brazo de Carl, estaba fatigado y adormilado, ya que su axila se apoyaba en uno de los quicios del ventanuco y le impedía la libre circulación sanguínea del brazo. Desistió por unos momentos del empeño y se sentó para descansar en la silla algo desolado, no podía quitarse de la mente a Eva.

Volvió a subirse a la silla para intentar de nuevo alcanzar la maldita leva, otra vez pasó su brazo por la abertura e inició el balanceo de la cuerda, en una de las ocasiones le pareció que la cuerda o el anzuelo quedaban trabados, dejaban de balancearse, intentó ver a través del ventanuco si había tenido éxito, el brazo le impedía ver con la suficiente claridad el objetivo, le pareció que en esta ocasión había tenido éxito, tiró suavemente pero con firmeza de la cuerda, se oyó un pequeño chirrido, como el que produce un cuerpo oxidado que inicie un movimiento, el corazón le dio un gran vuelco, al parecer el "anzuelo" se había anclado en la dichosa leva y esta se había movido, tiró un poco más y el chirrido fue ahora algo más agudo, siguió tirando hasta que dejó de oír el bendito chirrido.

CAPÍTULO XXVº

Sobre las ocho de la mañana, una furgoneta pintada de color marrón con letras doradas, paraba en la puerta del hotel, el conductor bajó llevando en la mano un sobre de plástico blanco con las letras impresas de UPS.

-Traigo un paquete a nombre del señor Carl Bergman-, dijo el hombre al recepcionista.

-Un momento, por favor, voy a llamarle-, el recepcionista llamó por teléfono a la habitación de Carl, no obtuvo respuesta, insistió de nuevo sin éxito.

-No está en su habitación, probaré con la de su secretaria-.

-Señorita Rijens, hay un mensajero de UPS con un sobre para el señor Bergman-.

-Ahora bajo a buscarle, un momento por favor-, dijo Eva.

Salió de la habitación sin apenas hacer ruido, no quería que el serbio supiera de la llegada de aquel sobre, ella sabía que se trataba de los documentos que Carl esperaba de Berlín.

Bajó rápidamente por la escalera para no hacer ruido con las puertas del ascensor, al llegar a recepción el mensajero le pidió el número del pasaporte, al no llevarle, tuvo que regresar de nuevo a su habitación y cogerlo, regresó con todo el sigilo que pudo, le mostró el pasaporte al empleado de la agencia, este registró el número del mismo e hizo que Eva firmara al pie del documento de entrega.

-Gracias señorita- dijo este entregándole el sobre y marchándose.

Eva se puso el sobre bajo el brazo y subió rápidamente a su habitación, lo abrió y comprobó que otro sobre de color beige claro estaba dentro, le sacó y rompió el precinto de lacre rojo que Dieter había puesto en la solapa del mismo, sacó algunos de los folios que contenía, los ojeo para comprobar si se trataba de los documentos que Carl aguardaba, efectivamente se trataba de ellos, los volvió a introducir en el sobre y este en el de UPS, guardó el mismo dentro del maletín de portafolios que Carl había dejado a su cargo.

Alrededor de las diez, llamaron a la puerta, la abrió y vio a aquel hombre que casi la cubría, éste entró sin aguardar que Eva le invitara hacerlo, se sentó en una silla cerca del teléfono e invitó con un gesto a ésta a que efectuara la llamada anunciada. Eva tomó una hoja de papel del bolsillo de su chaqueta en el que habían anotados algunos números de teléfonos y direcciones de Internet.

Cogió el teléfono y marcó un número local:.

-¿El señor Kieh?-, preguntó.

-¿Quién le llama?- dijo una voz femenina en un irregular inglés.

-Dígale que le llama la secretaria del señor Carl Bergman-.

Karoli asintió con la cabeza.

-Buenos días, ¿es usted la señorita Eva?- preguntaron desde el otro lado del hilo. Era la voz de Kieh.

-Si señor Kieh, le llamo para informarle que mi jefe el señor Bergman, tuvo que ausentarse ayer con urgencia, su socio el señor Dieter, llegó ayer en el último vuelo de París portando los documentos que

ustedes están esperando, me pregunta si sería hoy posible hacerles entrega de ellos para firmarlos y registrarlos notarialmente, ya que debe regresar a Alemania con cierta urgencia-.

-No se, debo preguntar en la notaría, pero pienso que será factible, no obstante en una hora la llamo para confirmarle, hasta luego-.

-Hasta luego-.

Karoli estuvo todo el tiempo escuchando la conversación que mantuvo Eva con el liberiano, había levantado el teléfono supletorio que estaba en la mesita de noche de la habitación.

-Perfecto, dijo este, ahora solo es cuestión de aguardar la llamada de esta gente. Voy a buscar el sobre que contienen los documentos, los podremos dentro del maletín de Bergman, para dar mayor viso de realidad-.

El serbio salió de la habitación y fue a buscar el sobre. Eva estuvo tentada de llamar a Kieh y ponerle en sobre aviso de los que estaba ocurriendo, pero no tenía tiempo debería dar muchas explicaciones y el serbio podía regresar en cualquier momento. Fue a por el maletín de Carl, sacó el sobre, escondió en el un cajón del armario el de plástico de UPS y a continuación metió el sobre con los documentos en el fondo del portafolios que tenía una tapadera que ocultaba lo que había debajo de ella, confiaba poder efectuar un cambio de documentos y entregar los de Carl sin que Karoli se apercibiera.

Un par de minutos después regresó el serbio, Eva temblaba. –Tenga- dijo este, -ponga el sobre en el portafolios-. En este punto el corazón de la muchacha se puso a latir con tal fuerza que parecía que fuera a salirse del cuerpo.

Eva cogió el sobre que le tendía aquel horrible sujeto, fue hasta donde estaba el portafolios le abrió y lo puso dentro, cerrándolo a continuación con llave que luego metió en uno de los compartimientos de su bolso, intentó en todo momento ser lo más natural posible. Karoli no observó nada de particular.

El serbio se marchó a su habitación diciendo :-Señorita, en cuanto le llame el tal Kieh avíseme, estaré en mi habitación todo el tiempo-.

-Le avisaré- respondió Eva.

Tan pronto se hubo marchado Karoli, Eva aseguró con llave la puerta yendo luego directamente al portafolios, se le había ocurrido una idea, aunque arriesgada podía ser muy válida, se quedó un ratito meditándola y valorando el riesgo que corrían Carl y ella, pero al fin tomó una decisión; volvió abrir el portafolios, sacó los dos sobres, e intercruzó los documentos, en el sobre de la AMR Co., , puso los documentos que el socio de Bergman había enviado desde Berlín por courrier y, en el otro, los documentos que había traido Karoli en mano de la AMR, este último lo guardó debajo del colchón de su cama. A Kieh, le serían entregados los documentos de Bergam, el riesgo estaba en que el serbio no se diera cuenta en ningún momento de la manipulación que Eva había efectuado. Aunque no era creyente, rogó a Dios para que no se diera cuenta del cruce. Luego tomó su pequeño bloc de notas y de puño y letra escribió : "No diga nada ahora, le llamaré más tarde", doblo con sumo cuidado el papelito y lo colocó en el interior del sujetador que llevaba puesto.

CAPITULO XXVIº

Carl recogió la cuerda y empujó con un hombro la puerta del contenedor, ésta cedió a la presión que éste ejercía abriéndose unos cincuenta centímetros con un sonoro chirriar, se situó de perfil y salió al exterior, sentía una gran sensación de libertad, no obstante le quedaba el segundo escollo que vencer, el gran portalón del local, se acercó a el con sumo cuidado, no sabía si alguien de los que le habían raptado estaba allí dentro, había suficiente luz diurna ambiental para ver con cierta nitidez lo que le rodeaba.

El portalón estaba cerrado con llave, trató de empujar, no cedió ni un milímetro, con los nudillos de uno de sus puños pegó contra la madera y comprobó que estaba construido con tablas de considerable grosor, no había rendijas el las que pudiera practicar fuerza con alguna palanca para tratar de abrir una brecha, retrocedió unos pasos y tomando impulso pateó la puerta, pero fue inútil, era sólida como una roca de granito.

Se dio la vuelta y pudo ver por donde penetraba la luz solar, vio unos ventanucos en el fondo del local que asomaban por encima del contenedor donde había estado recluido, estas dos ventanas eran lo suficiente grandes como para que un cuerpo humano pudiera pasar a través de ellas, intentó subir sobre el techo del contenedor, pero no alcanzaba a agarrarse en uno de sus bordes para subir a pulso, recordó la silla del interior en la que estuvo sentado, fue a por ella, la acercó a uno de los laterales del contenedor y se subió, agarrándose con ambas manos al borde de la techumbre y con un fuerte impulso de sus piernas y brazos, se plantó sobre éste.

Ambas ventanas tenían rejas metálicas de malla, Carl se apoyó en una de ellas para comprobar la solidez y la fijación al marco, éste era de madera y la malla de la reja estaba sujeta al mismo con unos gruesos clavos curvos. Bergman asió con ambas manos la malla y tiró hacia si con fuerza y acto seguido la empujó, intentaba con este brusco movimiento, comprobar si era factible arrancarla con sus propios medios .

A través de las ventanas vio un sucio y solitario callejón que transcurría perpendicular a la posición que ocupaba el local donde se hallaba, justo en aquellos momentos fue a pasar por allí una mujer con atavío nativo, que llevaba un cesto en la cabeza, Carl pensó que podía ser su salvación, trató de llamar su atención con un fuerte grito de socorro "Help me, please", la mujer oyó el grito se dio la vuelta para mirar de donde procedía pero al no ver nada siguió su camino, posiblemente no hablaba inglés y no pudo entender el significado del grito, Bergman repitió algunas veces más éste, pero la mujer se dio la vuelta y se marchó, la desolación cayó sobre el. Temía que regresaran sus raptores y pudieran hacerle algún daño. Debía salir de allí como fuera. Pasada una media hora Eva recibió la llamada de Kieh. –Señorita, en unos treinta minutos les vendrá a buscar un auto oficial, en el despacho del señor subsecretario tendremos al notario para autentificar los documentos-.

-Bien, gracias, les estaremos aguardando en la puerta del hotel-.

Eva llamó a Karoli por teléfono –Señor Karoli, en unos treinta minutos nos pasarán a recoger-.

-¿Le han dado la dirección de dónde vamos a ir?-, preguntó este.

-Si, vamos a ir a la oficina del subsecretario Mouwé en el Ministerio, me han dicho que allá tendrán un notario para autentificar la documentación-.

-Perfecto, vamos allá-, dijo Karoli mientras colgaba el teléfono.

Eva se puso un traje sastre color azul marino con pantalón, acompañándolo con una blusa camisera blanca, recogió su rubia cabellera en un moño que hizo con mucha habilidad, era un estilo de peinado muy clásico, en las peluquerías europeas le solían conocer como: estilo Grace Nelly. Se miró en el espejo para comprobar su estado, súbitamente le vino a la mente la situación de Carl, se reprochó todo cuanto estaba haciendo, le entraron ganas de ir al aeropuerto, tomar el primer avión y desaparecer de allí, pero el afecto que comenzaba a sentir por Carl le impedía hacerlo y dejarle al albor de las circunstancias.

Hizo de tripas corazón, cogió el portafolios por el asa y salió decidida de su habitación.

Al salir y mientras cerraba la puerta con llave, una férrea mano la cogió por uno de sus brazos, se giró sobresaltada y vio a Karoli sonriendo, -¿no la habré asustado verdad?- dijo este con cierta sorna.

-Pues si, me ha asustado usted-, se atrevió a decir.

-No era mi intención, solo pretendía ser amable-.

Eva estaba decidida a vencer el miedo que le infundía aquel individuo. –Pues no se que debe hacer usted cuando intenta ser desagradable con alguien- osó decirle.

Bajaron por la escalera, al final de ella Karoli le dijo –señorita, ¿ha comprobado usted si lleva consigo los documentos?.

A Eva el corazón le dio un vuelco, pero pensó que había decidido vencer el pánico, se detuvo un momento abrió al portafolios y mostró el sobre a Karoli. Este sonrió e hizo con la mano un ademán como queriendo decir "no es necesario".

Aguardaron un par de minutos en la puerta del hotel hasta que llegó un automóvil Mercedes Benz, negro, con el banderín de distintivo oficial plegado sobre uno de los guardabarros delanteros, el conductor bajó del auto para abrirles las puertas.

En un corto recorrido de poco más de diez minutos llegaron a la puerta del Ministerio, el chófer les abrió de nuevo las puertas y les acompañó hasta cruzar la puerta de entrada, allá les aguardaba una linda secretaria que con gran amabilidad les condujo hasta la antesala del despacho del subscretario. Aguardaron en ésta unos minutos hasta que llegó Samuel Kieh, éste les invitó a entrar en la oficina del subsecretario.

Entró Kieh en primer lugar seguido de Eva y Karoli, el subsecretario se levantó y acudió a ellos para saludarles, -Señorita Rijens, gusto en verla de nuevo-.

_¿Cómo está usted?, le presento al señor Dieter socio del señor Carl Bergman que ya usted conoce-, dijo con voz algo trémula.

Este estrechó la mano de Karoli diciéndole:. –Sea usted bienvenido, lamento que el señor Bergman haya tenido que ausentarse tan precipitadamente-.

Karoli, le dio la mano y se excusó en nombre de su "socio", -Tuvo que marchar urgentemente para atender un negocio que merecía indispensablemente su presencia, espero que mi presencia no turbe en absoluto el acto-.

-En absoluto, ya que solo se precisa de la intervención del notario de nuestro país para refrendar y registrar lo que ustedes ya hicieron-, añadió el subsecretario.

Eva aprovechó este momento de distracción para sacar la nota que había escrito, se acercó a Kieh y se la puso en la mano diciéndole: -No la lea ahora, hágalo luego, cuando nos vayamos-. El corazón le latía a mil por hora, por fortuna Karoli no apercibió este movimiento.

-¿Traen ustedes los documentos consigo?, preguntó Mouwé.

-Si, aquí están-, dijo Eva sacando el sobre del portafolios y entregándolo al subsecretario, éste lo pasó al notario que estaba sentado en una mesita adjunta a la del político. Mientras el notario efectuaba su trabajo, Kieh, Eva y Karoli hablaban sobre algunas de las particularidades del país.

El notario autentificó los documentos, acto seguido los guardó en su maletín y levantándose se dirigió al subsecretario diciéndole : – Señor Mouwé, me llevo los documentos para asentarlos en el registro y se los devolveré en unos días, sepan que a partir de este momento tienen total vigencia y pueden ser operativos dentro de la más estricta legalidad-. Frase que satisfizo a Karoli.

Mouwé ordenó que trajeran a su despacho unos refrescos para obsequiar a los visitantes, a Karoli parecieron entrarle las prisas, sin venir a cuento, se dirigió a Eva diciéndole : -Señorita Eva, lamentablemente y sintiéndolo en el alma, debemos despedirnos de estos señores ya que tengo un vuelo para dentro de un par de horas, debo despedir el hotel, hacer el equipaje y trasladarme al aeropuerto y, como usted sabe no puedo perderlo bajo ningún concepto-.

El subsecretario y Samuel Kieh se quedaron algo sorprendidos por la salida inesperada del serbio, no obstante disimularon su sorpresa y levantaron la reunión, el mismo automóvil que les fue a buscar les retornó al Hotel.

Ya en el lobby, Eva le pidió la llave y la dirección de donde Karoli había encerrado a Carl, éste con cierto aire de aspereza le contestó: -Luego, cuando me marche al aeropuerto le voy a dar lo que le prometí a usted-.

Eva insistió contestándole que había hecho cuanto le ordenó, pero Karoli, se dio la vuelta y subió escaleras arriba sin darle ningún tipo de explicación.

La muchacha se quedó sorprendida e intranquila, al mismo tiempo que sentía un odio irrefrenable hacia aquel individuo, de tener en aquel momento un arma, probablemente la hubiese utilizado contra aquel.

Subió en el ascensor y entró en su habitación rebosante de ira, cerró con llave, y fue directamente al teléfono, llamó al número de Kieh, en aquel momento estaba ocupado, aguardó un par de minutos, en ésta ocasión tuvo mayor fortuna.

-Diga-, oyó.

-Señor Kieh, soy Eva Rijens-.

-Dígame señorita, me ha sorprendido un poco su misteriosa nota y esperaba intrigado su llamada-.

-Verá, no se como empezar a explicarle, pero necesito urgente de su ayuda-. –El hombre que ha venido conmigo al ministerio, no es quien ustedes creían que era. Este individuo ha raptado al señor Bergman suplantándolo bajo amenazas y, lo ha encerrado en algún lugar de la ciudad de Monrovia, el traía unos documentos idénticos a los que ustedes tienen ahora en su poder, la única diferencia con los que el llevaba, eran el nombre de la sociedad, del gerente y los socios de la misma, en una palabra, se trataba de efectuar una suplantación documental, no me pregunte los medios y los motivos por los que los obtuvieron, es muy largo de explicar, yo he tenido la oportunidad de cambiarlos por los auténticos del señor Bergman y son los que les he entregado, temo seriamente por la vida del señor Bergman, señor Kieh estoy rogándole su ayuda, usted es un hombre importante en el país, tiene poder para ello-.

-No se preocupe-, respondió Kieh sorprendido, -¿Está este hombre en el hotel todavía?-.

-No se, es posible que todavía esté, el me dijo que si cumplía todo cuanto me dijo, me entregaría la llave y la dirección de donde encerró al señor Bergman y, en cuanto se la he pedido, no ha querido hacerlo, lo cual me hace pensar en lo peor-.

-¿Cómo se llama el individuo?-

-Creo que Karoli, pero no se más de él-.

-Bien no se preocupe, quédese en la habitación del hotel a la espera de mis noticias, voy a bloquear todas las salidas de la ciudad y controlaremos todos los pasajeros del aeropuerto, no debe preocuparse, encontraremos al señor Bergman, ahora voy a colgar, si el individuo aparece por su habitación salga de ella y trate de llevarle al lobby, ahora mismo le enviaré dos policías de paisano para que la protejan, hasta luego-, dijo colgando.

Eva se sentó agotada en una silla, era un agotamiento psíquico provocado por la gran tensión que estaba soportando.

Algunos minutos después sintió un ruido que le pareció próximo a su puerta, se acercó a ella y la abrió lentamente, nadie en el pasillo, al volver a cerrarla vio en el suelo un objeto, abrió de nuevo y se agachó para cogerlo, era una llave de dimensiones considerable envuelta con un pedazo de papel manuscrito, este decía, ¡¡aquí tiene la llave prometida, búsquelo!!. Nada decía del lugar de donde podía hallar a Carl.

Cogió el teléfono y llamó de nuevo a Kieh, llamaron a la puerta, sintió un sobresalto, pensó que no fuera Karoli, colgó de nuevo el auricular y fue a atender la puerta, al abrirla se encontró con dos hombres de negros y fornidos, uno de ellos preguntó:. -¿Es usted la señorita Rijens?-.

-Si, soy yo-.

-No debe preocuparse por su seguridad señorita, nos envía el señor Kieh, pertenecemos al cuerpo de policía estatal, estaremos permanentemente controlando a quien se pueda acercar a su puerta o a usted, abajo en el Lobby estará mi compañero supervisando a la gente que entre y salga del hotel, ya hemos advertido al personal de recepción que nos avisen discretamente si aparece el individuo, ¿Puede usted describirlo?-.

-Pasen por favor, ahora mismo iba a llamar al señor Kieh, el individuo me dejó una llave con una nota e iba comunicárselo-.

-Permítanos ver esa llave y la nota- dijo uno de los agentes.

-Eva les entregó ambos objetos-.

-Mientras lo inspeccionamos puede usted llamar al señor Kieh, dígale que ya estamos con usted-.

Eva cogió el teléfono e informó a Kieh, aprovechó para darle las gracias. –No debe dármelas, ha sido usted muy valiente y no dude que encontraremos al señor Bergman-.

-Gracias una vez más-.

-Señorita, hemos inspeccionado la llave-, dijo uno de los agentes, -se trata de una cerradura bastante antigua, el tipo y dimensión de ésta así lo indica claramente. Quiere ello decir que la búsqueda del señor Bergman deberá efectuarse en la zona antigua de la ciudad-.

-Dios les oiga, encuentren al señor Bergman los más rápidamente posible, no se en que condiciones lo haya podido dejar éste desalmado-. –Respecto al individuo, solo se que se llama Karoli, por su apariencia física debe ser centroeuropeo, es muy alto, quizás sobrepase un metro noventa de altura, fornido, pelo de color castaño cortado muy corto, al cepillo, viste hoy un pantalón oscuro y camisa de manga corta blanca, lleva encima una chaqueta deportiva de color azul claro, aparenta unos cuarenta y cinco años habla un inglés aceptable con un fuerte acento centroeuropeo, como si fuera de origen, yugoslavo o checoslovaco, y puede que vaya armado-.

-Lo tendremos en cuenta, gracias-. –Mi compañero ahora registrará la habitación que este individuo ocupó-.

CAPÍTULO XXVIIº

Carl bajó del techo del contenedor y de nuevo intentó encontrar algo en el local que pudiera forzar el portalón o la reja que daba al callejón posterior. Se fijó en que del techo del local pendían algunas bombillas, luego descubrió un interruptor de luz junto al marco de madera del portalón. Hizo girar el mismo y las lámparas se encendieron, ahora tendría una mejor visión de todo el interior.

Se le ocurrió registrar sus pertenencias personales, no le faltaba nada, ni tan siquiera su valioso reloj y encendedor de oro, eso le hizo descartar que el rapto hubiese sido por motivo de robo, luego pensó en la posibilidad de que el rapto tuviese relación con el negocio que estaba tratando con Kieh y el subsecretario, también le pasó por la mente si fueron éstos los que le hubiesen hecho raptar, pero se preguntó ¿por qué?, no veía la finalidad. Pero ahora necesitaba salir de allí, encontrar a Eva y esclarecer lo ocurrido, pero desde luego desde allí dentro nada podría hacer.

Ahora con mejores condiciones de luz, volvió a registrar el local, en un rincón distinguió un montón de hilachos grasientos, de los que los mecánicos suelen utilizar para limpiarse las manos y las piezas que sacan de algún motor aceitoso, el local posiblemente fuera un ocasional taller de reparación mecánica, fue apartando del montón aquellos sucios hilachos, confiaba poder encontrar alguna herramienta olvidada, tocó algo metálico y pesado enredado con los grasientos hilachos, apartó estos y encontró un pequeño y viejo y herrumbroso gato hidráulico, que habría sido utilizado probablemente en sus tiempos, para levantar algún automóvil cuando necesitaría sustituir alguna de sus ruedas averiada.

Se quedó mirando aquella herramienta unos instantes, se preguntó si todavía estaba en condiciones de uso, quizás fuera su salvación, comenzó a estudiarla, la válvula de accionamiento manual que cerraba el circuito hidráulico, milagrosamente todavía actuaba. Se le presentó otro problema, necesitaría de una palanca para activarlo, no muy larga para que pudiera accionar la bomba de presión del circuito interior, y éste presionara el eje o pistón de la herramienta. Dejó a un lado el gato y se puso a buscar algún objeto rígido con que pudiera hacer actuar aquella herramienta.

No halló nada con que poder hacer trabajar aquella pequeña y sencilla herramienta. Se le ocurrió probar fortuna desmontando una de las barritas de madera que tenía el respaldo de la silla que sus raptores le habían dejado para que pudiera sentarse, afín de utilizarla como palanca que accionara el gato. Afortunadamente la silla no era excesivamente resistente y pudo desencajar una de ellas, la insertó en el alojamiento que la bomba tenía a propósito, cerró la válvula de descarga e inició el movimiento de arriba a bajo, surtió efecto, aquel ingenio a pesar de los años que tenía, todavía funcionaba, detuvo el bombeo y se subió de nuevo al techo del contenedor llevando el gato consigo.

Aplicó un extremo de la herramienta al quicio de la ventana y el otro a la reja, comenzó a mover la palanca arriba y abajo para que la bomba comenzase a ejercer presión sobre el émbolo y éste a su vez empujase el pistón hacia el exterior. Efectuaba estos movimientos de balanceo de la palanca, con lentitud y con sumo cuidado, no podía permitir que se le partiera la palanca de madera y con ello dejar de poder actuar la bomba. Por unos minutos el eje fue saliendo del interior de la herramienta, hasta llegar a la reja, en éste punto, tuvo que triplicar la fuerza que ejercía sobre la palanca, era un momento crítico, pues no sabía si la madera de la palanca resistiría aquel sobreesfuerzo. Bombeó ahora con mayor lentitud y cuidado, la reja comenzó a producir algunos leves crujidos, por fortuna para Carl, la agobiante humedad del país, había actuado en su favor, los materiales utilizados para la construcción y en este caso para la fijación de la reja, a través de los años y debido al clima, habían hecho perder dureza y cohesión en las argamasas o cementos utilizados, quedando estos en un estado de casi descomposición.

Uno de los puntos de fijación de la reja con la ventana cedió, entonces Carl paró de accionar la bomba asiendo con ambas manos la parte de la reja que se había soltado de la pared. Tiró con todas sus fuerzas, la reja cedió en otro de sus puntos de fijación, pero insuficiente para que el cuerpo de Bergman pudiera pasar. Siguió tirando con todas sus fuerzas, sabía que si lograba arrancarla sería su salvación, al fin se soltaron el resto de fijaciones y toda la reja se le vino encima, no estaba preparado para esta eventualidad y embestida, debido a ello, dio unos pasos atrás algo desequilibrado, con tan mala fortuna que se cayó de lo alto del contenedor al suelo, desgraciadamente se torció uno de sus tobillos, se levantó cojeando y aplicó todos sus esfuerzos en volver a subir de nuevo al techo del contenedor para poder salir al callejón por la ventana.

Después de varios intentos, a pesar del dolor que sentía en su tobillo, logró de nuevo auparse hasta el techo, se asomó por la ventana y pudo ver con toda claridad el callejón, oyó algunos de los ruidos propios del puerto, esto le animó, trató de descolgarse de la ventana al callejón, le costó mucho poder hacerlo, estaba mermado de fuerzas y su tobillo dañado ahora se le estaba hinchando y le dolía mucho más que al principio, finalmente se descolgó y se dejó caer, la altura era muy poca algo más de un metro y cincuenta centímetros, que en circunstancias normales no era nada, pero en su estado le pareció que era un abismo. Procuró que el impacto con el suelo lo soportara su tobillo bueno, pero a pesar de todo el dañado también impactó levemente haciéndole que casi aullara de dolor.

Se levantó apoyándose en una de las paredes de la callejuela e inició a andar lentamente intentando no apoyarse con el pie dañado, caminar hasta la esquina más cercana le costó algo más de cinco minutos, el tobillo se le iba inflamando por momentos y el pie casi no le cabía dentro del zapato. La esquina de la callejuela desembocaba a otra calle más ancha y transitada que llevaba directamente al puerto. Carl se sentó en el suelo, estaba agotado, especialmente debido a que solo podía andar utilizando una sola pierna , se sobre-esforzaba para desplazar los ochenta kilos de peso de su cuerpo.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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