Desde que Lida de Malkiel (1952) presentara su hipótesis sobre el origen literario del topónimo Patagonia se ha venido especulando de manera reiterada —y en los últimos años las aportaciones han sido constantes— sobre la verdadera génesis de este nombre de lugar de la geografía argentina. La explicación más divulgada, no obstante, ha sido la ofrecida por los testimonios de los expedicionarios y cronistas que, como ‘hombres de figura gigantesca’, crearon e hicieron creer en el mito de los patagones. Sin embargo, como tendremos ocasión de comprobar en este trabajo, ni etimológica ni conceptualmente el topónimo puede haber sido una deformación de patón/ patudo ‘pie grande’, al tiempo que tampoco se puede considerar como determinante la influencia directa de una obra literaria como Primaleón.
A raíz de que una de las naves de la expedición de Magallanes tuviera que refugiarse en tierra por culpa de los temporales, el capitán general ordenó el desembarco para invernar en la bahía de San Julián. Aquí es donde, meses más tarde, tiene lugar el primer encuentro entre el hombre blanco y los indios de la zona. Pigaffeta, cronista del viaje de Magallanes, narra el acontecimiento, dando así origen a la leyenda de los ‘hombres gigantes’:
Arrancando de allí, alcanzamos hasta los 49 grados del Antártico. Echándose encima el frío, los barcos descubrieron un buen puerto para invernar. Permanecimos en él dos meses, sin ver a persona alguna. Un día, de pronto, descubrimos a un hombre de gigantesca estatura, el cual, desnudo sobre la ribera del puerto, bailaba, cantaba y vertía polvo sobre su cabeza. Mandó el capitán general a uno de los nuestros hacia él para que imitase tales acciones en signo de paz y lo condujera ante nuestro dicho jefe, sobre una islilla. Cuando se halló en su presencia, y la muestra, se maravilló mucho, y hacía gestos con un dedo hacia arriba, creyendo que bajábamos del cielo. Era tan alto él, que no le pasábamos de la cintura, y bien conforme; tenía las facciones grandes, pintadas de rojo, y alrededor de los ojos, de amarillo, con un corazón trazado en el centro de cada mejilla. Los pocos cabellos que tenía aparecían tintos en blanco, vestía piel de animal, cosida sutilmente en las juntas.
Sin embargo, en la descripción que lleva a cabo Pigafetta de las mujeres de los indios no resalta su estatura, sino otras partes de su anatomía:
Ellas no eran tan altas, pero sí mucho más gordas. Cuando las vimos de cerca, nos quedamos atónitos: tienen las tetas largas hasta mitad del brazo. Van pintadas y desvestidas como sus maridos, si no es que ante el sexo llevan un pellejín que lo cubre.
El retrato de los ‘patagones’ (indios tehuelches) de Pigafetta se completa con la descripción de otro de los indios que los navegantes de Magallanes vieron en aquella tierra austral, y con su posterior ‘bautismo’:
Fue visto, a los seis días, un gigante, pintado y vestido de igual suerte, por algunos que hacían leña. Empuñaba arco y flechas […] Este era más alto aún y mejor constituido que los demás, y tan tratable y simpático. Frecuentemente bailaba, y, al hacerlo, más de una vez hundía los pies en tierra hasta un palmo […] El capitán general llamó a los de este pueblo "Patagones".
Es fácil entender que la lectura de este primer encuentro con el pueblo de los ‘patagones’ (un hombre de gigantesca estatura, no le pasábamos de la cintura…), y los testimonios que se producirán en años posteriores, produjeran en la Europa del Renacimiento una serie de especulaciones acerca de las características físicas de estos indios. La relación de Pigafetta se divulgó con cierta celeridad, y más que por el interés etnográfico que pudiera despertar la raza ‘patagónica’, por el esbozo cartográfico que realizó en la misma, donde dejó constancia de la ‘Regione Patagonia’ y del llamado ‘Estrecho Patagónico’. No obstante, el nombre de Patagonia quedará relegado a un segundo plano, puesto que en los documentos españoles se denomina generalmente como "Provincia del Estrecho", y la cartografía europea da cabida a diversos topónimos como "Regio Patagonum", "Terra Magallanica" o "Chica Regio". Es en el siglo XVIII cuando el término Patagonia se generaliza, y así figura en el título de varios libros y en los mapas del inglés H. Mohl (1719) y en el Mapa Geográfico de América Meridional de J. C. Cano y Olmedilla ([1720]1775), donde aparece denominada como "comarca desértica de Patagonia". Se puede afirmar, pues, que el topónimo estaba ya consolidado, circunstancia que se vio favorecida al permanecer inalterado en otras lenguas: patagoni (it.), patagon (fr.), patagao (port.), patagonian (ing.), patagonien/ patagonichen (al.), patagonicus/ patagonum (lat.).
Llegado a este punto, cabe preguntarse cuáles han sido, hasta ahora, los motivos presentados para explicar el término patagón. Para resumir los orígenes propuestos, y siguiendo un criterio básicamente formal, hemos dividido en tres los trabajos consultados: 1) origen ‘literario’, 2) origen ‘lingüístico’ y 3) origen ‘etnográfico’. Veamos con cierto detenimiento cada uno de ellos.
1.1. EL ORIGEN ‘LITERARIO’
Como quedó apuntado supra, para algunos investigadores el origen del nombre Patagonia podría haber surgido de uno de los libros de caballerías del siglo XV, Primaleón. En concreto, en un momento del relato, el protagonista llega a una isla apartada, en cuyo interior habita el monstruo Patagón:
Mas todo es nada con un hombre que agora ay entr'ellos que se llama Patagón. Y este Patagón dizen que lo engendró un animal que ay en aquellas montañas, qu'es el más dessemejado que ay en el mundo, salvo que tiene mucho entendimiento y es muy amigo de las mugeres.
Esta criatura deforme, de "gran fealdad" y "vista espantosa" hace recordar al Ardán Canileo del Amadís de Gaula, y a los indios de Angaman que describe Marco Polo.
Entre otros, Leonard (1933), Lida de Malkiel (1952), Bataillon (1964) y Zampini (1975) han defendido esta hipótesis, y creen en la difusión marcada de este tipo de novelas entre los exploradores y colonizadores de Indias. Recientemente Luiz y Schillat (1997), por un lado, y González (1999), por otro, han retomado estas ideas. No obstante, como es sabido, los patagones no conformaban un pueblo de hombres monstruosos, muy al contrario, sabemos por Pigafetta que los navegantes de la expedición de Magallanes los encontraron "tratables", "simpáticos", "contentos" y "amistosos", y no les inspiraron temor alguno. Los hombres de Primaleón, en cambio, "cuando tal vieron a Patagón, fueron muy espantados y muchas cosas dezían":
aquel animal engendró en ella aquel fijo, y esto tiénenlo por muy cierto según salió desemejado, que tiene la cabeça como de can y las orejas tan grandes que le llegan fasta los hombros, y los dientes muy agudos y grandes que le salen fuera de la boca retuertos, y los pies de manera de ciervo y corre tan ligero que no ay quien lo pueda alcançar. Y algunos que lo han visto dizen d'él maravillas. Y él anda de contino por los montes caçando y trae dos leones de traílla con que faze sus caças y trae un arco en sus manos con saetas muy agudas con que fiere.
Por otro lado, el descuido en su lectura o el no haber consultado directamente la fuente, ha hecho pasar inadvertido el verdadero significado que patagones (‘salvajes’) tiene en la novela Primaleón:
Y dizen que ovo que aver con una de aquellas patagonas, que ansí las llamamos nosotros por salvajes.
Consideramos, por ello, poco probable que una novela de caballerías promoviera en Magallanes y sus tripulantes el afán de encontrar gigantes en tierras extrañas, de nombrarlos como ‘patagones’ a imagen y semejanza de uno de los personajes (tribu) de los hechos en armas de Primaleón, y mucho menos que las características de dicho personaje hicieran eco en la memoria de los expedicionarios, pues, como bien demuestran los testimonios de los historiadores que han estudiado la figura de Magallanes, no era ningún entusiasta de la lectura de este tipo de novelas. La conexión entre el personaje del gigante Patagón y el topónimo Patagonia, si es que existe, como señala Patchell (1947), debe ser más bien una "coincidencia de étimos". Retomaremos esta idea (patagones = ‘salvajes’) en otra sección del trabajo.
1.2. EL ORIGEN ‘LINGÜÍSTICO’
Existe, por otra parte, una borrosa influencia desde las lenguas indígenas que ha hecho considerar el topónimo como de origen quechua. La procedencia gentilicia de patak aoniken (‘cien aoniken’) se relaciona con los pueblos del sur que estaban bajo el dominio inca, que les imponía el deber de ofrecer hombres de armas. Así, los aoniken (‘indígenas del lugar’) eran divididos en grupos de cien (patak), y patakaoniken podría representar dicha división administrativa de ‘cien naturales’. Del gentilicio de las tribus, alterado, surgiría el topónimo. Para Deodat (1932), en cambio, la lengua quechua no tiene influencia alguna y el topónimo sería un italianismo creado por el propio Pigafetta.
Fidel López (vid. Historia de la República Argentina, 1881) descifra patagunya sobre pata ‘colina, cerro’ y gunya (partícula de plural), y propone el significado de ‘las colinas’ para Patagonia. Por otro lado, también en lengua pampa, de pa ‘venir’ y thagon ‘quebrarse, romperse’ se puede haber creado patagón ‘el que llega destrozado’, y Patagonia ‘tierra rota’.
Por último, Ritchie Key (2002) siguiendo el diccionario yámana de Bridges, ha intentado descifrar el significado del topónimo analizando la palabra patagón en esta lengua: u-patagön-a ‘ampliar, ensanchar, estirar’; kupata-gu-möni ‘ir hacia y ampliar, o estirar los brazos’; patag-önia ‘superficie ancha’; tupatag-öna ‘extender, abrir hacia fuera’.
Como puede apreciarse en este breve resumen, en casi todas las lenguas indígenas habladas en la Patagonia y Tierra del Fuego existe una base (pa, pata, patak, patag, etc.) que puede hacer pensar en una influencia directa de las mismas en la creación del topónimo. No obstante, su difusión al castellano parece poco probable, ya que los expedicionarios desconocían estas lenguas indígenas y los tehuelches no se "presentaron" al hombre blanco como patagones. Por tanto, creemos que se trataría más bien de una nueva coincidencia de étimos.
La mayor parte de los autores ha sostenido que Magallanes puso el nombre de ‘patagones’ a aquellos moradores que encontró en las tierras del sur por las grandes huellas que dejaban en la nieve (‘pata grande’). La explicación al respecto resulta sencilla: para resguardarse del frío los tehuelches cubrían sus pies con unas sandalias de piel de guanaco.
El naturalista F. P. Moreno (vid. Viaje a la Patagonia Austral, 1876), Pastell (1897) y Lehmann Nitsche (1914) ratifican dicha interpretación, y apoyan este criterio que hace corresponder a los patagones con gentes de enormes pies. De este modo, se hace creer que españoles y portugueses admiraron de los indios sobre todo el tamaño de los pies, error antropométrico que persistirá más de dos siglos.
En contra de esta idea se puede indicar que Pigafetta no emplea el adjetivo ‘gigante’ de manera exclusiva para caracterizar a los patagones, sino de manera reiterada a lo largo del relato. En efecto, con anterioridad al encuentro de la expedición con esta tribu cuenta cómo
llegados hasta el grado 34, más un tercio del Polo Antártico, encontrando allá, junto a un río de agua dulce, a unos hombres que se llaman "caníbales" y comen la carne humana. Acercósenos a la nave capitana uno de estatura casi como de gigante para garantizar a los otros…
Una segunda acepción de patagón, dejando el tamaño de sus pies y de las huellas, viene dada por el aspecto exterior que presentaban los indios: "desnudos", "de facciones grandes" y "pintados". Así, les hubiera podido denominar ‘patagones’ (patán, pathaud [fr.], patao [port.]) por toscos y "salvajes":
hay hombres disformes, que dicen los Patagones, andan como salvajes, vestidos de pieles de venados [A. Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias Occidentales, (1600)].
Una tercera hipótesis portuguesa es la que señala que, por alguna razón, las piernas de aquellos nativos les parecieron similares a las patas de un perro (los descubridores no atribuían ‘pies’ a los nativos, sino ‘patas’), de ahí patas de cão > patagao. Se ha pensado también que patagao es una deformación de patao (en port. y esp. am. galocho ‘dejado’ y tamango ‘calzado de cuero de las garras del animal’). Sin embargo, patagón no es el aumentativo de pata; en castellano, del nombre pata, se pueden crear los sustantivos patón (documentado sólo como apellido) y patudo (no con el significado de ‘pie grande’, sino con el de ‘que tiene pies’, y ejemplificado en la figura del ángel patudo), pero no el término patagón.
2. NUEVA HIPÓTESIS SOBRE EL ORIGEN DE PATAGONES
A la hora de estudiar la génesis del gentilicio patagones (> Patagonia) desde un punto de vista interno, el primer dato que hay que considerar es que la intención de acceder a una comunicación con el indígena, por parte de los navegantes y exploradores europeos, tiene siempre una motivación comercial. De hecho, en las Capitulaciones para la expedición de Magallanes (1518) la Corona indica que han de procurar hacerse con intérpretes locales (‘lenguas’), para que puedan servir en otros territorios:
De todas las tierras que descubrierdes trabajad por haber lenguas para tener plática en las otras partes donde fuerdes, las cuales serán muy bien tratadas de vosotros, y de los que con vos van, e bien vestidos; e si en alguna de aquellas partes donde los tomardes conviniere soltar alguno de ellos para poder haber plática con los de la tierra, soltarleheis y enviarleheis vestido, con algunas dádivas, para que vea a los otros de la tierra a los cuales amostraréis las mercaderías que lleváis para que lo publiquen, e conoscerán que sois gentes que vais a contratar, e no a tomarles por fuerza nada de lo suyo.
Por otro lado, la Casa y Audiencia de Indias (Casa de Contratación) exigía llevar a España unos cuantos ejemplares de todas las plantas, metales y de toda nueva especie (incluida humana) descubierta en el viaje. Con respecto esto último, Pigafetta lo deja escrito:
A los quince días encontramos a cuatro de estos gigantes sin armas, que las tenían ocultas entre unos espinos […] El capitán general retuvo a dos –los más jóvenes y despejados– con ejemplar astucia para conducirlos a España.
No obstante, se presentaban ciertos inconvenientes para lograrlo. En principio, ningún blanco podía comunicarse con aquellos indios de la terra incognita australis, a pesar de que entre los tripulantes de la expedición de Magallanes viajaban hombres de distintas nacionalidades: españoles, portugueses, italianos, franceses, griegos y africanos, y que como intérprete (lenguaraz) iba contratado Henrique de Malaca, hombre especializado en lenguas de Indias (del Pacífico) y el Catay, con las que supuestamente tendrían que entenderse para poder efectuar los ‘contratos’. Los indígenas que encontraron en la Patagonia, pues, distaban mucho de la imagen que se tenía del indio del imperio de Moctezuma, o de la mayoría de los indios de Kublai Kan descritos tiempo antes por Marco Polo. Sin embargo, el contacto con el indígena fue inevitable, ya que –como vimos– pasaron la invernada en Puerto San Julián y recalaron otros dos meses en Santa Cruz, antes de atravesar el estrecho y llegar al océano Pacífico:
Estuvimos en ese puerto, al que bautizamos Puerto de San Julián, cerca de cinco meses, durante los que ocurrieron múltiples cosas.
De este modo, como narra Pigafetta, gracias a la ayuda de uno de los indios patagones (Pablo) se entra en contacto directo con la lengua tehuelche:
Me enseñó todas esas palabras aquel gigante que en la nao teníamos, de resultas de que, pidiéndole capac, esto es, pan […], y oli, esto es, agua, me vio a mí escribir ambos nombres; pidiéndole después otros, pluma en mano me entendía […] Le dimos por nombre Pablo.
Pero no sólo el cronista puede "conversar" directamente con estos indios, el contacto directo entre la tripulación y los tehuelches fue generalizado. Al narrar la relación que mantuvieron con otro patagón (Juan), Pigafetta señala una de sus características más relevantes:
Permaneció entre nosotros muchos días; tantos, que lo bautizamos, llamándole Juan. Pronunciaba tan claro como nosotros, sino que con resonantísima voz, "Jesús", "Padre nuestro", "Ave María" y "Juan". Después, el capitán general le dio una camisa, un jubón de paño, calzas de paño, una barretina, un espejo, un peine, campanillas y otras cosas, despidiéndolo. Fuése muy contento y feliz. Al día siguiente, trajo uno de aquellos animales grandes al capitán general, por el que le dieron muchas cosas a fin de que trajese más. Pero nunca volvió. Pensamos si lo habrían muerto por haber conversado con nosotros.
Como hemos visto por las citas anteriores está ampliamente aceptado, aunque sin base gramatical sólida, que de pata se formó patagón ‘de patas muy grandes y/ o largas’, y que este es el origen del gentilicio. Sin embargo, aquellos habitantes tan altos y de pies enormes presentaban una característica fisiológica más importante: "hablaban papo". En efecto, entre otras obras, en la Historia General de las Indias (1538) de F. López de Gómara se hace hincapié en esta característica patagónica:
[tenía] once palmos de alto; dicen que los hay de trece palmos, estatura grandísima, y que tienen disformes pies, por lo cual los llaman patagones. Hablan de papo, comen conforme al cuerpo y temple de tierra, visten mal para vivir en tanto frío […] Son todos muy ajudiados en gesto y habla, ca tienen grandes narices y hablan de papo.
Esta circunstancia, que ha pasado inadvertida para todos los autores que se han interesado en la génesis del topónimo argentino, muestra que en el gentilicio patagón la base patago no hace referencia a ‘pie humano’, sino a una enfermedad, relacionada a su vez con el papo. Y es que el término patago, ‘genus mortui’, aparece documentado desde muy temprano, por ejemplo, en el Códice emilianense 46, primer diccionario enciclopédico de la Península Ibérica, y en el Universal vocabulario de latín en romance, de Alfonso de Palencia (Sevilla, 1490):
Patago es linaie de muerte quando por mucha lagaña no se pueden de ligero mouer la lengua.
La característica de los indios patagones, que hablan papo y sufren patago, creemos que debe relacionarse necesariamente con el hecho de que el tehuelche es una lengua aglutinante, donde predominan los sonidos guturales y oclusivos. Aspecto que puede comprobarse en los trabajos de campo de J. Suárez y Y. Lastra, recopilados ahora como archivos sonoros, que dan buena prueba de lo que aquí hemos mantenido. No obstante, esta condición a la que aludimos para explicar el origen del término fue característica señalada por varios expedicionarios, entre otros, por el propio Darwin en su Viaje de un naturalista alrededor del mundo (1839):
después de los primeros momentos de asombro, nos divertíamos mucho, observando la ridícula mezcla de sorpresa y espíritu de imitación que demostraban aquellos salvajes en todo momento. […] estos pobres seres son por lo general esmirriados y su aspecto es deplorable, a causa de la pintura blanca que recubre sus rostros horrendos, su cabello enmarañado y áspero, sus voces discordantes y su violenta gesticulación.
Y por otros testimonios como los de A. M. Guinnard, en Tres años de cautividad entre los patagones (1856):
de improviso salieron los indios, esta vez muy numerosos, […] llenos de feroz alegría, dando gritos guturales y blandiendo sus lanzas, sus bolas y sus lazos, nos rodearon por todas partes. Nada es más triste que el aspecto extraño de estos seres desnudos, montados en caballos briosos que manejan con salvaje destreza.
Y G. Musters, en Vida entre los patagones (1871):
son cuidadosos de su higiene personal y concienzudos en la limpieza de sus tiendas y utensilios. Sus canciones, sin embargo, no son muy melodiosas.
Saintoul (1988) ha resumido de manera acertada los factores que, de un modo u otro, han podido alimentar los prejuicios raciales en las sociedades ‘avanzadas’, como son las ventajas de orden personal europeo-indígena, la ignorancia sobre la existencia de otros grupos humanos, el ‘horror’ a la diferencia, las tensiones nacionales y religiosas o las razones económicas. Como es sabido, todos estos factores han estado desde el principio muy presentes en el ocupamiento territorial del continente americano, y por ende en el de la Patagonia. Y precisamente debido a estos prejuicios del hombre blanco se inició hace siglos la trama imaginaria que hemos señalado en los epígrafes anteriores sobre los indios patagones. No es extraño, pues, que J. de Aréizaga escribiera en Religiosos en el Nuevo Mundo lo siguiente:
quedaron el clérigo y los otros dos hombres: y cuando quiso amanecer, vieron más de dos mil patagones o gigantes (este nombre patagón fue a disparate puesto a esta gente por los cristianos, porque tienen grandes pies; pero no desproporcionados, según la altura de sus personas, aunque muy grandes).
En este sentido, cabe señalar que la figura del gigante se ha tomado a lo largo de la Historia, y de la Literatura, como símbolo de temores y posibles miedos que conquistadores, expedicionarios y caballeros como Primaleón pueden encontrar en sus empresas y aventuras, peligro que de manera triunfante casi siempre pueden resolver. En ocasiones, como en el caso que nos ocupa, la leyenda fue rápidamente mal interpretada y sucesivamente agrandada desde las crónicas de Indias, hasta convertirse en mito.
Por todo lo expuesto hasta aquí, nos inclinamos a considerar que los primeros hombres blancos en entrar en contacto con los indios de la terra australis en la expedición de Magallanes pudieron nombrar a los indígenas como patagones por la estatura que tenían, que de hecho era alta para un hombre del siglo XVI, por su aspecto de ‘salvajes’, y también por su peculiar forma de hablar (lengua aglutinante). Sin duda, esta última característica, después de un contacto más o menos prolongado, llamaría la atención de aquellos marineros, en su mayoría andaluces y portugueses, y del propio cronista Pigafetta, transmisor del término.
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(Universidad Autónoma de Madrid)