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Che Guevara, Poesía completa

Enviado por Carlos Arturo


Partes: 1, 2, 3

    1. Che, el poeta futuro
    2. Poemas escritos por Ernesto Guevara de la Serna, en Bolivia, Guatemala y México, durante su segundo viaje por América Latina
    3. Bibliografía

    Che, el poeta futuro

    Marco Vinicio Mejía

    Ernesto Che Guevara ha ejercido y cumple una enorme influencia, especialmente entre la juventud, como ejemplo de permanente espíritu crítico, integridad moral y austeridad. Esta condición le permitió rechazar los convencionalismos, la fama y los privilegios. Una gran cantidad de hagiografías lo muestran como un tipo antropológico superior, en quien bulle la necesidad de transformar tanto a la sociedad como al individuo, con gran sensibilidad ante las injusticias y capaz de llegar hasta la propia inmolación.

    Sólo los que odian más y conocen menos pueden afirmar que fue un "sanguinario". El afán de contribuir a su mitificación, de insistir en abordarlo como un icono ante nuestra inconfesada imposibilidad de vivir heroicamente, no ha permitido apreciar que dentro del revolucionario sin concesiones, aguarda una persona de gran ternura, quien encontró en la poesía el medio más sublime para expresar sus sentimientos.

    La apologética de Guevara evita su impermeabilidad frente a la duda, la aspereza de carácter que debió encauzar a lo largo del tiempo y un tono autoritario. Lo inocultable es que mantuvo las manos inmaculadas al no dejarse corromper por el poder y resistir las delicias deletéreas de la privilegiatura.

    La constante lucha contra el asma, lo llevó a afrontar los mayores desafíos, en cotidiana contienda con la muerte. Es memorable su convicción del "absoluto sentido fatalista de mi misión que me quita todo miedo". Esa creencia terminó en las palabras que le dirigió a su verdugo: "Póngase sereno, usted va a matar a un hombre".

    A cuarenta años de su asesinato en el pequeño pueblo boliviano de La Higuera, este libro presenta una faceta suya desconocida. Calificarlo como poeta, no proviene de constatar que escribió con palabras exquisitas sino porque supo decir con precisión acerca de lo que no podía hacerse de otra manera.

    Cuatro décadas después de su muerte, tan escabrosa como heroica, sus enemigos no son sólo a quienes combatió. Sus peores adversarios son los que han querido vaciar de contenido su imagen hasta estamparla en camisetas y conducirlo al mercado de las cosas inútiles. Ahora el recuerdo es para el joven Ernesto, quien se lamentaba de un mundo "en el que hay que luchar por lo evidente".

    Lector de poemas, creador él mismo, ha inspirado a poetas para convertirse en viva sustancia de acentos que nutren el imaginario colectivo. Tras varios años de búsqueda, logré reunir textos que permanecían dispersos en testimonios inencontrables, con el propósito de guardarlos en la grata solidez de un libro. No pretendo "dulcificar" la vida y obra de Che Guevara. No es ocasión para especular sobre su gusto por la literatura.

    El desafío es insistir en modificar nuestra manera de ver la realidad, acercándonos a Che con los ojos limpios y el corazón en la mano, repitiendo con Miguel Barnet: "Che, tú lo sabes todo, […] No es que yo quiera darte / pluma por pistola / pero el poeta eres tú."

    En nuestra Guatemala irredenta, tenemos necesidad de referentes terrenales para superar el escepticismo y el desencanto. Volver la mirada a Che tal vez provenga del tan confuso como desesperado intento de recuperar olvidados valores como la honradez absoluta, el afán de lograr la justicia y cultivar el sentido del sacrificio. También, la sensación de que fue estéril el martirologio durante una de las guerras internas más cruentas de Latinoamérica, pone en evidencia que cada uno, al igual que Guevara, sólo ha cultivado su espejismo personal.

    De ahí la importancia de reflexionar en términos como los de Michel Foucault, quien nos muestra el camino en "Las palabras y las cosas" (1966): "La hazaña no consiste en triunfar realmente (por eso la victoria en el fondo no importa), sino en transformar la realidad en signo." Es, precisamente, lo que ocurrió con Ernesto Che Guevara, en quien falta encontrar lo esencial, esa alquimia particular de sintetizar y enfrentar a los contrarios, de reconciliar a Marx con Rimbaud, de encontrar a Guevara salvado por Che.

    Además, busco reivindicarlo en su período de formación como revolucionario, etapa en la cual escribió estos poemas. En Guatemala experimentó la toma de conciencia, pero le negaron trabajo y la oportunidad de defender la revolución encabezada por Jacobo Arbenz. Esta experiencia definió su intransigencia, pues el imperialismo no hace concesiones. Después, encontró su causa y su destino entre los cubanos.

    El 2 de enero de 1959, quien ingresó en La Habana ya no era Ernesto, sino Che. "Ahora empieza la revolución", advirtió. En Cuba, se concentró en la reforma agraria, la industrialización y la salud para todos, la última como "revolución dentro de la revolución". Abogó por un comunismo sin partido donde "los únicos privilegiados sean los niños".

    Promovió el internacionalismo solidario que en la actualidad se extiende en las manos bienhechoras de las brigadas médicas cubanas que atienden a los pobres del mundo en los lugares más recónditos. La impaciencia lo condujo a la malograda misión en el Congo y, posteriormente, a Bolivia, donde fue asesinado el 9 de octubre de 1967.

    Che es el coloso construido con miles de Ernestos, más o menos anónimos, que han luchado por la justicia y la emancipación. Ernesto Guevara llegó a ser Che gracias a una gran voluntad, una crucial toma de conciencia y la lucha por los desheredados de la tierra. Este libro también rinde homenaje a todos los pequeños Ernestos que nunca llegaron a ser Che, pero que entregaron sus vidas por la causa en que creían.

    * * *

    Las obras dedicadas a destacar la conciencia literaria de Che identifican "tres grandes bloques": el ensayo, la literatura testimonial y el epistolario. El primero lo desarrolla en estudios, artículos y discursos en los que aborda temas de economía, política, sociología, historia, educación, relaciones internacionales, la guerra de guerrillas, y cultura en general.

    La importancia que le concedió a la poesía se percibe en una sus alocuciones, dirigida a los trabajadores. Este es un ejemplo de lo que Denia García Ronda califica como la "poética política" de Che. Sin alardes de erudición, sus conceptos sobre el trabajo como el centro de la lucha por la construcción del socialismo se basan en un poema de León Felipe:

    "Si ustedes me permiten, les voy a ‘empujar’ un pequeño versito. ¡No se preocupen, porque no es de mi propia inspiración, como se dice! Es un poema —nada más que unos párrafos de un poema— de un hombre desesperado; es un poema escrito por un viejo poeta que está llegando al final de su vida, que tiene más de 80 años, que vio la causa política que defendiera, la República española, caer hace años; que desde entonces siguió en el exilio, y que vive hoy en México. En el último libro que editó hace algunos años tenía unos párrafos interesantes. Decía así:

    ‘Pero un hombre es un niño laborioso y estúpido

    que ha convertido el trabajo en una sudorosa jornada,

    convirtió el palo del tambor en una azada

    y en vez de tocar sobre la tierra una canción de júbilo,

    se puso a cavar…’

    Y después decía —más o menos, porque no tengo muy buena memoria—:

    ‘Quiero decir que nadie ha podido cavar al ritmo del sol,

    y que nadie todavía ha cortado una espiga con amor

    y con gracia.’

    Es precisamente la actitud de los derrotados dentro de otro mundo, de otro mundo que nosotros ya hemos dejado afuera frente al trabajo; en todo caso la aspiración de volver a la naturaleza, de convertir en un fuego el vivir cotidiano."

    Después de ese discurso, el "poeta en obras" que era Che le escribió a León Felipe, a quien había conocido en sus años mexicanos. En la carta, le cuenta que lo había citado para contradecir el pesimismo del poeta y proponer su imagen del "hombre nuevo": "Maestro: Hace ya varios años, al tomar el poder la Revolución, recibí su último libro dedicado por Ud. Nunca se lo agradecí, pero siempre lo tuve muy presente. Tal vez le interese saber que uno de los dos o tres libros que tengo en mi cabecera es El Ciervo; pocas veces puedo leerlo porque todavía en Cuba dormir, dejar el tiempo sin llenar con algo o descansar, simplemente es un pecado de lesa dirigencia. El otro día asistí a un acto de gran significación para mí. La sala estaba atestada de obreros entusiastas y había un clima de hombre nuevo en el ambiente. Me afloró una gota del poeta fracasado que llevo dentro de mí y recurrí a Ud., para polemizar a la distancia. Es mi homenaje; le ruego que así lo interprete."

    Otro ejercicio escritural de Che es la literatura testimonial, registrada en los diarios de guerra. Sus apuntes durante la lucha en la Sierra Maestra, se convirtieron en los artículos que conforman sus "Pasajes de la guerra revolucionaria".

    Después de que en diciembre de 1956 encallaron en un lugar equivocado en Cuba, en medio de un manglar de pesadilla, algunos rebeldes fueron heridos y otros huyeron en todas las direcciones. Ernesto recibió un balazo en el cuello. Creyéndose mortalmente herido, cayó en estado de shock y la imagen que llegó a su mente fue la del cuento "Encender una fogata": "Quedé tendido, disparé un tiro hacia el monte siguiendo el mismo oscuro impulso del herido. Inmediatamente, me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo".

    Otra de sus crónicas se titula "A la deriva", en la que describe con maestría cuando él y sus hombres esperan la muerte, al igual que el protagonista de la obra homónima de Horacio Quiroga.

    Después de la invasión mercenaria que derribó al gobierno de Jacobo Arbenz, Che inició "la gran aventura a México", en septiembre de 1954. Viajó en compañía del estudiante guatemalteco Julio Roberto Cáceres Valle, conocido como "El Patojo", con quien forjó una entrañable amistad. Juntos, compartieron las soledades y las premuras por sobrevivir en la ciudad de México. Después del triunfo revolucionario de 1959, Cáceres vivió en Cuba por invitación de Che y regresó a Guatemala, donde murió en uno de los combates que dispersaron la naciente guerrilla. La última crónica de "Pasajes.." es un retrato / homenaje para el amigo, de quien "vale la recomendación final de sus versos como un imperativo"

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