La crisis del petroleo y sus consecuencias en la economia latinoamericana (página 6)
Enviado por valdeosm
Esta crisis, que apareció a partir de fines de la década de los sesenta en EE.UU., ha hecho que la economía norteamericana, que ocupa el lugar dominante en la economía mundial, no haya dejado de manifestar, cada vez más, signos de regresión y de decadencia, en comparación con las economías japonesa y alemana, que muestran un dinamismo especial y se afianzan como potencias mundiales ascendentes, que tendencialmente amenazan el liderazgo norteamericano.
Es verdad que, utilizando indicadores cuantitativos clásicos y desde un enfoque estadístico, la economía norteamericana todavía aparece como la economía mundial dominante, con su 36 por ciento del PNB global de la OCDE frente al 19 por ciento para Japón y el 9 por ciento para la RFA. Con todo, si se adopta un enfoque tendencial, basado en el análisis de la dinámica de la acumulación del capital norteamericano, la economía norteamericana aparece entonces como una economía en vías de decadencia, y de pérdida de su papel de liderazgo, en comparación con la economía japonesa (no mencionamos aquí a la economía alemana para no hacer más pesado este articulo).
En efecto, el análisis de largo periodo, y, más exactamente, a partir del comienzo de la crisis del régimen de acumulación norteamericano, calificado como "fordista" por la escuela de la regulación, revela un ahogo del crecimiento en comparación con el venturoso periodo de la posguerra y con la economía japonesa. De 1965 a 1980, la tasa de crecimiento anual promedio del PIB norteamericano es del 2,7 por ciento, con una ligera recuperación entre 1982-1989, que eleva esa tasa al 3,7 por ciento. Mientras que la economía japonesa, durante los mismos periodos, realiza tasas que alcanzan? respectivamente, el ó,5 por ciento y el 4,4 por ciento.
Pero lo que es importante, en realidad, no son estas tasas, sino, más bien, el respectivo tipo de acumulación del capital, que es la causa de estos resultados cuantitativos. En lo que respecta a la economía norteamericana en crisis, ese tipo de acumulación puede calificarse como extensivo, cada vez más sostenido por la fracción improductiva del capital y basado en rígidas estructuras de empresa, cada vez menos capacitadas para gestionar los cambios y las frecuentes perturbaciones de una economía que cada vez es más mundial(5).
El carácter extensivo del modo de acumulación del capital norteamericano aparece en la evolución de la productividad, considerada, con razón, como un indicador sintético de la dinámica económica. El análisis de largo periodo muestra que, entre 1960-1973, 1973-1981 y 1982-1989, la productividad norteamericana aumentó, respectivamente, en un 2 por ciento, un 0,2 por ciento y un 1,7 por ciento. Mientras que en Japón, esas tasas son del 9,1 por ciento, del 2,7 por ciento y del 3,3 por ciento durante los mismos períodos(6). Se observará la identidad de las fases de ahogo y de recuperación, que revela el carácter mundial de la reproducción del capital; pero también se observará el mantenimiento bastante vigoroso de la productividad japonesa, realizado gracias a una acumulación de carácter más bien intensivo. Estas diferencias en el modo de acumulación del capital en EE.UU. y en Japón se explican por diferentes factores.
En primer lugar, hay que destacar la composición sectorial de la acumulación del capital, tal como se revela en la estructura de la producción. En EE.UU., la distribución del PIB muestra que la participación de la industria pasó del 38 al 33 por ciento entre 1965 y 1988, frente al 43 y al 41 por ciento, respectivamente, en Japón. Esa participación, para la industria manufacturera, que es más significativa, pasó del 28 al 22 por ciento en EE.UU. y del 32 al 29 por ciento en Japón. Esto muestra el dinamismo y la vitalidad del capital productivo en Japón, en comparación con el capital norteamericano. Esta vitalidad se obtuvo gracias al afán de inversiones industriales hecho por Japón y que llegó al 17 por ciento de su PNB desde 1972, frente a sólo el 12 por ciento en EE.UU. Paralelamente a la regresión de la participación industrial, se observa una progresión de la participación de los servicios, que llega al 65 por ciento del PIB en EE.UU., frente al 57 por ciento en Japón. Esta progresión muestra la importancia cada vez más grande del capital improductivo norteamericano con relación a su capital productivo(7).
En segundo lugar, hay que destacar el carácter relativamente más frágil de las empresas norteamericanas con relación a las japonesas. Esta fragilidad es, en primer lugar, de orden financiero: alza del coeficiente endeudamiento/fondos propios(8), baja del coeficiente beneficio neto/carga de interés neta(9). Esta situación vuelve a las empresas norteamericanas muy sensibles a las variaciones de la coyuntura económica nacional, y también internacional (alza del precio del petróleo, por ejemplo), y poco aptas para acompañar a largo plazo las exigencias de los cambios tecnológicos en curso. Además, se vuelven presas fáciles para una absorción por parte de firmas extranjeras.
La fragilidad aparece también a nivel de las posibilidades de innovación que revelan esas empresas. Aunque los gastos de investigación para el desarrollo son de un nivel comparable en EE.UU. y en Japón, hay que destacar, sin embargo, que los esfuerzos en este campo los hacen en Japón esencialmente las empresas privadas (más de 80 por ciento del esfuerzo), mientras que en EE.UU. y en los demás países industrializados, este esfuerzo es, en general, obra del Estado. Esta diferencia revela una mayor autonomía de las empresas japonesas y ofrece un mayor margen de maniobra al Estado japonés para financiar programas de investigación estratégicos. Estas diferencias, más la importancia de la dimensión aplicada de la investigación en Japón, explican el aumento de la cantidad de patentes japonesas y la disminución de las de EE.UU. Además, hay que recordar que los índices de encuadramiento en las empresas japonesas son significativamente más elevadas que los que existen en EE.UU. En efecto, en Japón se cuentan 5.000 técnicos por un millón de habitantes, frente a sólo 3.500 en EE.UU.
Hay que destacar, por último, un elemento de gran importancia: el relativo al carácter de la organización del trabajo que reina en las empresas norteamericanas y que es de tipo tayloriano, que asimila al trabajador a un simple factor de producción, excluido de la operación de la creatividad y de la innovación. Mientras que en Japón, las relaciones sociales en general permiten una mayor integración y pertenencia de los trabajadores a sus empresas y a los objetivos de éstas, lo cual hace a estas empresas más flexibles y aptas para reaccionar mejor ante las mutaciones estructurales y las fluctuaciones coyunturales.
Investigación para el desarrollo, índices de encuadramiento y relaciones sociales en las empresas son factores que determinan ampliamente el curso de la innovación y del progreso en las empresas, y que diferencian y explican los resultados de las japonesas en comparación con las norteamericanas. Y esta diferencia hace, además, que las empresas japonesas estén claramente mejor situadas para gestionar las mutaciones tecnológicas, financieras, comerciales y monetarias que caracterizan a una economía mundial en búsqueda de una salida de la actual crisis del capitalismo.
Señalemos que el mercado financiero no ha dejado de sancionar la fragilidad norteamericana: las empresas que han visto disminuir su cotización financiera han sido 4,2 veces más numerosas que aquéllas cuya cotización subió durante los primeros seis meses de 1990. Recordemos que en el punto más bajo de la recesión, en 1982, ese coeficiente no había superado el 2,8. Además, hay que destacar que incluso las empresas que intentaron aumentar sus tasas de ganancia sólo pudieron hacerlo gracias a montajes financieros, y no apoyándose en la creatividad industrial.
En tercer lugar, y como conclusión de lo que antecede, ahora comprendemos por qué EE.UU. no podía tolerar un aumento del precio del petróleo, que no habría dejado de socavar peligrosamente un sistema productivo de fragilidad avanzada. Por otra parte, esta fragilidad ya quedó claramente revelada con motivo del primer "choque petrolero", de 1973-1974, y del segundo choque, producido en 1979-1980, aunque, en esa época, EE.UU. era muy poco dependiente del abastecimiento externo de petróleo, a la inversa de Japón y Alemania. Estos países pudieron entonces digerir y amortiguar los dos choques movilizando substanciales ganancias de productividad gracias a la flexibilidad y a la dinámica de sus estructuras productivas. En cambio, EE.UU. sufrió una clara agravación de todos sus desequilibrios, que, desde entonces, se volvieron estructurales (desequilibrio presupuestario, que llegó a 220.000 millones de dólares en 1991; desequilibrio de la balanza comercial, que llegó a 143.000 millones de dólares en 1988). En realidad, estos desequilibrios no son más que el reflejo de una dinámica de acumulación que acusa diferentes signos de ahogo, en comparación con el dinamismo de acumulación del capital japonés.
A partir de este breve análisis, podemos destacar lo siguiente:
La relativa fragilidad de la economía norteamericana ha sido la causa del surgirniento de una dinámica de guerra con el fin de impedir todo reajuste significativo del precio del petróleo, que no habría sido digerido por estructuras económicas frágiles y que no habría dejado de precipitar la decadencia norteamericana y amenazar aún más su papel de liderazgo. De modo que el poderío militar norteamericano, cada vez más desproporcionado con relación a su base económica, ha sido movilizado en auxilio de una economía estructuralmente decadente.
Esta tendencia belicista ha sido reforzada por un capital improductivo cada vez más importante(10), con una base productiva cada vez más estrecha y frágil, incapaz de sostener la valorización del capital en su conjunto. De ahí la tendencia rentista y especulativa del capital norteamericano, que se ensaña con las fuentes de sobreganancia, en este caso petroleras, a fin de controlar mejor la renta cobrada por los Estados extractores. Del mismo modo, el Estado norteamericano, al importar cada vez más petróleo, se convierte en parte acreedora en el reparto de las sobreganancias, a través de los impuestos fiscales sobre los aceites minerales.
Para los norteamericanos, la guerra contra Iraq ha sido un modo de librar una guerra contra Japón y Alemania como potencias mundiales ascendentes. En efecto, para los norteamericanos, correr el peligro de un aumento del precio del petróleo de alrededor del cuarenta por ciento, tal como reivindicó Iraq, viene a ser aceptar el riesgo de que la mayor renta que de ello se deriva sea, en lo esencial, reciclada comercialmente por las economías japonesa y alemana, debido a sus ventajas competitivas, posibilitadas por su dinamismo industrial. Esto significaría la aceleración del ascenso de estas economías y la precipitación del ocaso norteamericano. Sin hablar del hecho de que este ocaso podría abrir nuevas perspectivas a estas economías ascendentes para que se doten del poderío militar que necesitan para el completo desarrollo de su papel de liderazgo. Por eso, Japón y Alemania no eran abiertamente favorables a un desenlace militar de la crisis del Golfo. Su participación en el financiamiento de la guerra, más tarde, corre el peligro de volverse contra ellos en la medida en que, en la competencia internacional, EE.UU. tendrá dos temibles armas a su favor: su poderío militar y su control de la renta petrolera, pudiendo ésta ser reciclada en beneficio propio gracias a su supremacía en lo militar. Además, esto ya ha comenzado, puesto que lo esencial de los contratos para la reconstrucción de los países aliados del Golfo ha pasado sin licitaciones, es decir, sin competencia internacional, a manos de los norteamericanos, Esto presagia el nuevo orden económico internacional, que ya no será regulado por el mercado (tan alabado por los norteamericanos), sino por un "Rambo", que desempeñaría las funciones del famoso perito tasador de la teoría liberal.
Los análisis anteriores muestran que, en el seno de los países del Norte, la guerra económica podría redoblar en intensidad, y esto no dejaría de influir en la configuración del nuevo orden económico mundial que los norteamericanos intentan instaurar conforme a sus exclusivas exigencias … a menos que los diferentes imperialismo occidentales y japonés acepten fusionarse bajo la bandera de la pax americana "new look". Pero en este caso ¿no amenazaría esto con frenar o amortiguar el impulso de las economías ascendentes? Y en caso contrario, es decir, si las economías ascendentes rechazan la bandera norteamericana, el nuevo orden ¿será multipolar, presagiando eventuales guerras interimperialistas?
En estos ejercicios futuristas, las cosas se complican aún más cuando en el análisis se hace entrar a la URSS. Pues ¿aceptará la URSS el estatuto de satélite en este juego, o aún desempeñará el papel de una potencia mundial, utilizando también, a su manera, su no menos temible poderío militar? Creemos que, probablemente, podría estar tentada de hacerlo, por diferentes razones: importancia de las industrias de armamento de la URSS en los equilibrios económicos rusos; importancia de estas industrias también en el desarrollo de las fuerzas productivas, pues los descubrimientos tecnológicos se realizan, la mayoría de las veces, en el sector militar, y luego son aplicados en el ámbito civil; además, dentro de unos diez a catorce años, la URSS será importadora de petróleo, y, por eso, no puede desinteresarse de un Golfo que, a su lado, nada en petróleo …
Por las diferentes razones anotadas, nos inclinamos más bien a pensar que la lucha entre las diferentes potencias mundiales amenaza con intensificarse, pues los intereses establecidos parecen poco convergentes … a menos que todas esas fuerzas mundiales, económicas y militares, entren en las filas norteamericanas. Pero ¿contra quién y por cuánto tiempo? Contra el Sur, muy probablemente, pero por un corto periodo de tiempo, verosimilmente.
También es verdad que, en todos los casos supuestos, no es seriamente previsible un orden mundial estable en ausencia de una salida clara de la crisis del capitalismo mundial. Por esta razón, los países del Sur podrían aprovechar las contradicciones existentes entre los países del Norte (incluida la URSS) para actuar sobre la configuración de un eventual futuro orden mundial estable. Esto requiere mucho trabajo de coordinación, que no es imposible de realizar, habida cuenta del interés de los países del Sur, de los múltiples desafíos a los que estos se enfrentan y de la nueva conciencia acerca de todo lo que está en juego, que la guerra del Golfo ha hecho surgir entre las masas populares y la clase política en los países del Sur. Este será el objeto del siguiente punto.
3. El impacto de la crisis del Golfo en los enfoques y las prácticas del desarrollo en los países del Sur: el caso del Magreb
Esta parte será tratada a manera de conclusión. Intentará prever el perfil de la futura dinámica socioeconómica en la región del Magreb, observando el modo en que fue vivida la crisis del Golfo tanto por las masas populares magrebies como por la clase política de esta región. En efecto, esta vivencia refleja una cierta percepción de los hechos y anuncia una cierta proyección del futuro, a partir de una nueva visión de si mismo y del otro.
El comportamiento de todas las fuerzas populares y políticas magrebíes abiertamente pro-iraqui y anti-occidental, o no significa, fundamentalmente, un evidente retroceso de la ideología del discurso imperialista, desde los puntos de vista económico, político y jurídico.
A nivel político y jurídico, la utilización ideológica de valores universales, tales como los derechos humanos, la democracia, la libertad, etc., por parte del imperialismo ha sido desenmascarada y quebrantada por la brutalidad de la reacción imperialista y su encarnizamiento en aplastar con violencia y en sangre toda veleidad del Sur de controlar el precio de sus riquezas naturales para realizar su construcción nacional. Y así como el capital internacional partía ayer a la guerra contra el Sur para saquear sus riquezas en nombre de una misión civilizadora, hoy parte a la guerra para impedir el control del Sur sobre sus riquezas naturales en nombre de la legalidad internacional … probablemente porque los "bárbaros" de ayer (según el capital) se han reconvertido, entretanto, en "bandidos", bajo la influencia de la civilización capitalista.
Y así como el capital generó ayer el surgimiento de movimientos nacionalistas para la liberación y la independencia política, hoy también podría contribuir a profundizar las aspiraciones a una liberación social y económica.
A nivel económico, la guerra del Golfo también ha revelado el carácter ideológico de las teorías económicas dominantes relativas a la cuestión del desarrollo y a la de las relaciones económicas internacionales. En efecto, durante mucho tiempo, estas teorías defendieron una concepción del desarrollo basada en la interdependencia, la ayuda internacional, la cooperación internacional científica y técnica, las virtudes de la transferencia tecnológica y de la especialización internacional, etc. Pero aquí también, la práctica imperialista durante la guerra ha quebrantado esos postulados y desenmascarado su carácter ideológico.
En efecto, los acontecimientos del Golfo han demostrado claramente que esta ayuda no es, en realidad, más que el precio de la aceptación de la satelización y la dependencia política y económica; puesto que los Estados imperialistas, y las instituciones internacionales que están a su sueldo, no han vacilado en reducir, bloquear, o suspender esas ayudas a todos los Estados que adoptaron, incluso con moderación, una posición diferente de la de los países coaligados. Mientras que los que entraron a las filas tuvieron derecho a las migajas de los países imperialistas y sus instituciones internacionales.
Por su parte, el mito de la asistencia científica y técnica, que se supone acelera el desarrollo económico de los países del Sur, se desvaneció rápidamente cuando en Francia se impidió que estudiantes iraquíes se inscribieran en hileras de tecnología avanzada, y, en Inglaterra, estudiantes iraquíes fueron incluso detenidos y considerados como prisioneros de guerra. Paralelamente, e incluso antes del desencadenamiento de las hostilidades, muchos países árabes simpatizantes con Iraq se encontraron en la lista de los países sometidos a control en la transferencia de tecnología norteamericana. Todas estas represalias económicas, y otras más (ejercidas discretamente, como, por ejemplo, la reducción o la anulación de becas de cooperación), han echado hacia atrás los mitos y el imaginario, y han suscitado en los países del Sur una conciencia de lo vivido y de lo real.
Esta conciencia se plasmará, inevitablemente, en el surgimiento de una nueva visión de si mismo, de la sociedad y del mundo, que no dejará de influir sobre los enfoques y las prácticas del desarrollo económico.
Ya en la lectura de los discursos políticos actualmente dominantes en los países magrebies podemos detectar fácilmente los signos prometedores de una nueva conciencia y la voluntad de aceptar los desafíos que ha revelado la guerra del Golfo. Estos discursos mencionan, muy a menudo, la situación de dependencia económica (en lugar de la interdependencia); destacan el carácter imperialista de las relaciones internacionales (en lugar de la cooperación); redescubren las virtudes de apoyarse en sus propias fuerzas (en lugar de la ayuda de los países amigos); insisten en las virtudes del trabajo, del saber y de la creación (en lugar de la transferencia tecnológica); recuerdan la necesidad de elaborar un consenso nacional que permita aceptar los desafíos (aquí se defiende la necesidad de la construcción nacional en lugar de la integración en el mercado mundial); invitan a una profundización de la cooperación Sur-Sur, en el marco de la construcción de conjuntos regionales que posibiliten una mejor gestión de las obligaciones internacionales; sienten cada vez más la relación entre lo económico y lo político, rompiendo así con una visión economicista del desarrollo, vehiculada por las teorías dominantes, etc. Estas mutaciones en los discursos políticos reflejan las reacciones de las masas populares, que proclamaron sus sentimientos antiimperialistas y su aspiración a una liberación económica y social. Estas mutaciones anuncian un saludable despertar en sociedades árabes rentistas, especulativas e improductivas, que han devaluado el trabajo, el saber y la creación, para hundirse en el consumo y la extraversión resignada. Este despertar podría desembocar, en la práctica, en la rehabilitación de un conjunto de valores, necesarios para todo proyecto de construcción económica nacional que quiera gestionar las obligaciones internacionales a partir de un enfoque estratégico y de una visión global del fenómeno del desarrollo. También podría hacer retroceder los egoísmos nacionales y reactivar la dinámica de construcción de conjuntos económicos (Magreb) más fiables, que permitan una mejor gestión de las obligaciones internacionales y una mayor autonomía colectiva. Este despertar también podría dar paso a una mayor cooperación entre países del Sur, para volver a poner sobre la mesa de negociaciones el expediente Norte-Sur, en la perspectiva de un nuevo orden mundial menos coercitivo.
Todo esto significa que la guerra del Golfo es un momento que podría tener el mérito de haber acelerado la historia, al engendrar la intensificación de las luchas a todos los niveles y profundizar las aspiraciones de los pueblos del Sur a la liberación económica y social. Esta lucha será, sin duda, ardua y, a veces, sangrienta, pues todas las fuerzas sociales (nacionales, regionales o internacionales) que han acumulado fortunas y edificado intereses en base al orden mundial establecido se opondrán a todo intento de cambio de este orden en sus fundamentos y su esencia. El próximo periodo amenaza con caracterizarse por las tensiones y la desestabilización. De modo que la guerra del Golfo habrá constituido s610 un primer episodio sangriento de una economía mundial en grave crisis.
* Abdel-Ydil Bedui (Túnez). Profesor de Ciencias Económicas. Universidad de Derecho, Economía y Administración, Túnez.
(1) Recordemos que ese precio había llegado a 34 dólares, frente a 3,4 dólares en 1973. Desde 1982, ese precio no ha hecho más que bajar. Y los norteamericanos hablan de fijarlo en 10 dólares el barril después de la guerra del Golfo.
(2) A titulo indicativo, M. Masarat considera que, en 1973, los Estados extractores sólo recibieron, en conjunto, el 7 por ciento del verdadero valor de mercado de su petróleo crudo (contrariamente a su participación formal, que era del 55 por ciento y estaba calculada teniendo como base el precio declarado), mientras que los Estados consumidores se apropiaban del 62 por ciento de ese valor, en forma de impuestos, y los cárteles petroleros, del resto.
(3) De estas estadísticas se excluye a la URSS, Corea del Norte, la antigua República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Cuba, Bulgaria, Albania, Mongolia y Namibia.
(4) Las reuniones de los siete países más industrializados intentan responder a esta exigencia. Al lado se han establecido estructuras informales, como la Comisión Trilateral y el Council of Foreign Relations, que se dedican a reflexiones sobre el futuro de las relaciones internacionales. En todos los casos, los países del Sur se encuentran apartados porque son considerados simples tierras adentro de las economías centrales.
(5) En el largo período 1965-1988/1989, la tasa anual de crecimiento del PIB japonés es casi el doble de la de EE.UU. (5,7% frente al 3%).
(6) Entre 1960 y 1989, la tasa anual de crecimiento de la productividad japonesa es cuatro veces superior a la de la economía norteamericana (5,4% frente al 1,3%).
(7) Y, además, encabezado por un lobby judío bastante influyente, protector de un Israel amenazado por una potencia iraquí ascendente.
(8) Este coeficiente pasó del 47,3% en 1980 al 72,3% en 1988.
(9) Este coeficiente pasó del 1,17 durante los años setenta al 0,76 en 1980, para cer al 0,3 1 en 1991.
(10) Estas mutaciones sectoriales están consideradas por la teoría económica (Clark) como parte de la evolución histórica normal del capitalismo. Sin embargo, consideramos que, para mantenerse, este rápido crecimiento del sector terciario (los servicios) debe estar sostenido por una dinámica base productiva, que produzca suficiente valor como para garantizar la prosecución de la valoración del capital.
www.eurosur.org
Categoría: Economía
Trabajo realizado y enviado por:
Efrain Valdeos Bensa
Especialidad: Chef internacional y administrador de alimentos
Instituto de los Andes
Lima-Perú
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