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Los apuntes en clase y el repaso: beneficios (página 3)


Partes: 1, 2, 3

Apliquemos estas reglas a las anotaciones y concluiremos que una anotación útil será la que corresponda al tipo de información que más falta os hace, que llevara al mismo tiempo la imagen de vuestra mente. La más perfecta será la que tenga mayor utilización en el futuro, quiero decir: la sea lo bastante polivalente como para entrar en un gran número de composiciones .El conjunto de vuestras anotaciones debe parecerse a los soldados de Guardia: es una reserva que tenéis a mano y que conserváis a vuestro lado, con el arma montada, para emplearla en el momento en el que la suerte del combate desfallece. Y la mejor guardia es la puede intervenir, aquí o allá, en las circunstancias más diversas.

Por ello me gustaba poner en las notas unas breves indicaciones que llamaba la rosa de los vientos y en las que encontraban anotados por adelantado los diversos usos que se podrían hacer con ellas. He aquí, por ejemplo, una de las notas que me sirvió antaño en las clases sobre la moral. La había redactado leyendo un estudio sobre la evolución del derecho. Se refiere al préstamo del interés, tal como se hacia en la Edad Media. Este préstamo dice la nota está condenado por los teólogos según el principio de la justicia por el cual pedir una renta por un dinero prestado es abusar del pobre y esto era entonces innegable. Ya que la plata y el oro no tenia valor por si mismas. Se admitía el interés, dice también mi nota, solamente en tres casos: cuando el beneficio (lucrum cessans), cuando el que prestaba sufría un prejuicio a causa de su acción (dammum emrgens), y, por fin, cuando podía no recuperar su dinero (periculum sortis). Las condiciones económicas han cambiado, las excepciones se han convertido en regla, lo que antaño era injusto ha sido considerado como justo, no porque se hallan modificado los principios de la justicia, sino porque el dinero ha cobrado valor. Este es el resumen de las ideas y de los hechos contenidos en esta pequeña nota. La rosa de los vientos (arriba a la derecha) tiene las palabras siguientes: Desarrollo, Uso, aplicación, Regla, excepción, Moral y sociología, Idea de justicia. Esto debía indicar como las informaciones contenidas en esta nota podrían ser utilizadas diversamente sobre estos campos de batalla desconocidos que son lasos lecciones, las disertaciones, los exámenes orales.

La experiencia prueba que es difícil encontrar hechos-ideas lo suficientemente ricas como poder ayudaros en varios campos. Me he dado cuenta de que en toda materia (incluso la gramática) ponen un ejemplo en una operación muy incomoda y que la mayoría de personas intentan evitar pocas notas, pues. Notas significativas, dinámicas, adaptables. Notas escritas en un papel bastante fuerte y a lo ancho, porque así es más fácil consultarlas. Notas que no contengan cada una más que una sola idea, apoyada sobre uno o varios hechos, o nada más que un solo hecho cargado con uno o varios significados. Notas provistas de una o varias palabras axiales en su cumbre. Con fecha, para saber en que edad de nuestra vida las habéis tomado. Con referencias exactas del libro del que habéis tomada vuestra idea y preferentemente con todos los nombres propios en letras de imprenta, como hacen los inglese .notas legibles, con puntuación, que se puedan transmitir por herencia, provisionales y eternas.

 

IV

Solía ver a un viejo amigo educado en un colegio y que me decía: "He conservado de aquel tiempo una buena costumbre. Cuando quiero aprender algo vuelvo a ella siempre: las confesiones de un cuadro sinóptico.

"Un cuadro caligrafiado con palabras escritas en rojo o subrayadas, que se ven y se vuelven a ver después de haberlo hecho uno mismo (me he dado cuenta que el cuadro sinóptico por otros no da los mismos frutos) este cuadro nos hace aprender y comprender al mismo tiempo rinde el mismo servicio que el grafico en geometría o en estadística. Permite ver las cosas de un vistazo. Tiene gran ventaja sobre el manual que dice las cosas una detrás. De otra sin que podamos juzgar sobre sus proporciones y sus relaciones.

"Una vez compuesto mis cuadros sinópticos-continuaba mi amigo-, los ponía en la pared y me los aprendía con una mirada distraída. Por ejemplo, había puesto toda la gramática alemana, siguiendo el consejo de mi profesor, en un único cuadro sinóptico si un solo cuadro era suficiente, ¡imaginamos el valor de este método! Naturalmente, para hacer una sinopsis hay que simplificar; pero simplificar es buscar la esencia, y con el arte de desarrollar que en su contrario, el arte de simplificar es el arte escolar, el que deberíamos aplicar durante toda la vida. Si queréis a vuestra edad (y es un gran placer aprender a los cincuenta años) dedicaos al cuadro sinóptico. Así para aprender historia, empezad por establecer vosotros mismos (¡nada de muletas, andad solos!) una cronología sinóptica; disponéis varias columnas en un papel. Una de ellas para los acontecimientos militares, otro para la diplomacia, la tercera para los países extranjeros, la cuarta para los acontecimientos religiosos, la quinta para las novedades del arte, la sexta para los descubrimientos científicos: ya veréis como, en la edad madura, una cronología así pueda enseñarnos cosas nuevas. Las líneas de influencia ya están trazadas solo hay que subrayarlas a veces también se nota la parte debida a la casualidad y también de las correspondencias, y como un pequeño invento científico desapercibido al cabo de un cierto tiempo, se traduce en una batalla y trastorna los imperios.

"En geografía empleo un procedimiento similar. Si quiero estudiar Bretaña, en vez de hacer como en antaño un solo mapa de Bretaña en el que se ponía todo, me dibujo a grandes rasgos (pues no importa la exactitud absoluta: cada contorno debe estar estilizado) diez o doce mapas de Bretaña. En uno de ellos pongo las montañas y los ríos, en otros las ciudades y las carreteras. En otros los bosques, etc. En otro del itinerario del Ejercito del Patton. ¿Cuál es la ventaja de este sistema? que cada uno de los mapas representa un pensamiento cado uno es un hecho iluminado por una idea: porque a cada una le hago corresponder un principio fácil de encontrar. Pero, repito, las sinopsis, al igual que el grafico, no es útil si es la de otro. No serviría para nada comprar mapas o cuadros. Cada uno debe ser en esto su profesor y alumno."

GUITTON JEAN, "EL TRABAJO INTELECTUAL"

LA LECTURA DEL ENRIQUECIMIENTO DE SÍ MISMO

I

Rechaza la red de libros –dice Marco Aurelio–, para morir no con lamentos, sino con serenidad"

Es curioso observar los convencionalismos que aceptan los hombres cuando hablan de sus lecturas.

Al oírlos, se diría que han leído todos los libros que se les nombra.

Afortunadamente, los libros son como los países que nos son extranjeros y como esas provincias de Francia que no hemos podido visitar nunca. No es necesario recorrerlas a fondo para conocerlas, para hacerse una idea exacta y suficiente de ella. Los relatos de un viajero digno de crédito os dispensan de ello, sobre todo si es amigo vuestro y si ha visto por vuestros ojos. Eduardo VII que, al igual que todos los hombres públicos, no leía nada por falta de tiempo, estaba al corriente de todo lo que se imprimía en su reino.

Al fumar, al hacerse afeitar, al peinarse la barba, acosaba a un lector con preguntas hasta hacerse una idea clara sobre una obra.

En el fondo, este es el método bueno: preguntar, escuchar la respuesta, no estar nunca pasivo. Una novelista le confesaba a un amigo: "No lo diga por ahí, pero me gustan sobre todo las veinte primeras paginas de una novela y las veinte ultimas; que esta entre ella lo reconstruyo yo misma imaginándomelo".

El primer libro de Marcel Proust fue una traducción de Ruskin. Sin embargo, Proust sabía bastante poco inglés, y nos lo han descrito fijando en el texto de Ruskin "estas páginas indescifrables para él y de las que, sin embargo, percibía su sentido en toda su profundidad". El mismo Proust decía: "No hay mejor manera de llegar a tomar conciencia de lo que siente uno mismo que tratar de recrear en sí lo que sintió un maestro.

En ese esfuerzo profundo es nuestro pensamiento el que ponemos con el suyo, al día…"

Hay también oscuridades en un buen libro, y esto es bueno para la lectora pues lo que se cree haber comprendido de golpe y al primer intento que hemos hecho os quedará opaco y desconocido para siempre. Ante un libro valioso, la primera impresión del verdadero lector debería poderse resumir más o menos así: "í, es hermoso, pero también es difícil."

II

Los autores espirituales, que han hablado de la manera de leer un libro para hacer de él alimento de su alma, aconsejan parar de leer en cuanto el alma se resiente. Y la más bella imagen que podemos hacernos de la lectura es la de esa mujer que nos ha pintado Corot y que sueña o contempla, teniendo en la mano un libro obre el que pone un dedo.

En el fondo, lo que desea el autor es realizarse en un alma. Nos ofrece entrelíneas, márgenes, para que escribáis vuestros pensamientos entre los suyos. No hay nada tan emocionante como un libro abierto por la misma página bajo la mirada atenta, mientras se espera el ruido de la hoja que no será vuelta.

Ya, ciertamente, si levantáramos la tienda a cada trozo que nos ha gustado o que nos hace pensar, no leeríamos nunca. se cuenta de un padre del desierto que, queriendo meditar sobre el Pater, no había ido más allá, al cabo de varios años, de la palabra "Padre nuestro", que lo contiene todo.

Sin embargo, para comprender bien un libro conviene leerlo entero, aunque sea a la carrera, compenetrarse con su ritmo, para que las parcelas que se escojan queden en la luz del todo.

Descares decía que la mayoría de los libros "en cuanto se han leído algunas líneas y se han mirado los índices se conocen por completo", pues el resto había sido añadido chartae implendae, para cubrir el papel. Y M. Lavelle, que recuerda este pensamiento, dice también que todo libro está cargado de material aglomerante. En lo que, añadiría yo, se parece a la creación, en la que lo que une ocupa más lugar que lo que alimenta o actúa.

Es igualmente aconsejable para que un libro posea todo su poder de excitación prestarle el sonido de la voz, la suya propia y a veces también la de otro. Se dice que lo antiguos, incluso cuando estaban solos, leían en voz alta. La lectura cursiva, rápida, con los ojos y sin articular, es un invento moderno, y la Iglesia romana, antigua en este aspecto, prohíbe a sus sacerdotes esa lectura ocular del breviario. La costumbre de leer sólo con los ojos, tan preciosa, tan bien acomodada a la prosa, nos hace insensibles a la poesía e incluso a ese número que es la poesía presente en la prosa.

III

El efecto de un buen libro consiste en hacernos entrar en la experiencia de otro ser, cosa que o es nada posible en este mundo, incluso cuando se trata de nuestros allegados: ¿Cómo atravesar esas brumas de costumbres o de pudor? A menudo, los que nos rodean, no habiendo sabido condensar su experiencia por falta de lenguaje, son para nosotros como si no tuvieran nada que enseñarnos. El libro nos coloca en el centro de una mente que nos es extraña; nos libra su misma esencia. Hay que haberse ejercitado en escribir para adivinar qué recortes, qué residuos supone una sola página escrita, cuánta materia queda así reducida, cuántas buenas cosas incluso desaparecen para dar resonancia a las que permanecen.

Y aunque el libro no haga ninguna alusión a la vida íntima de un hombre, no hay apenas una página que no esconda algún secreto.

Un libro auténtico está escrito en virtud de una necesidad, y una lectura auténtica es la que se hace en estado de hambre y de deseo. Y al igual que está aconsejado privarse de leer si no se siente una llamada, también deberíamos privarnos de escribir si no se tiene la convicción de tener que transmitir lo que nadie puede decir en nuestro lugar. Esto no significa que todas las páginas de esta obra serán nuevas, personales. Un libro no es nunca atrayente o interesante por igual; ase compone, lo mismo que la vida cotidiana de la que es el precipitado, de partes aburridas, desagradables y monótonas, que son la condición del despertar de la inspiración. Viene la idea de coger unas tijeras y hacer "trozos escogidos" o de resumir, a la manera de los americanos en su digest. Pero es fácil ver que los digests quitan todo el sabor de un libro; es como si se redujeran los alimentos a píldoras. En cuanto a los "trozos escogidos", quitando en terreno, la atmósfera y todo lo que rodea, transforman una flor viva en una flor disecada, ¡y no se atreven a ofrecérsela al niño, al extranjero! Hay que resignarse a que un libro tenga partes flojas, partes demasiado extensas, repeticiones, o, al contrario, elipsis, lagunas y muchos otros defectos. Y a menudo los mejores libros, lo que más se han copiado, tienen grandes defectos, tal como se ve en la Biblia y en Platón. Por lo demás, el que conoce la génesis de un libro, el que ha medido la diferencia que hay entre la incertidumbre del manuscrito y la certidumbre fijada para siempre del libro confiado a la imprenta y realmente librado a los malos y a los buenos, ése siente piedad por los libros y perdona muchas cosas.

A los que leen les gusta volver al mismo libro, comprarlo haciendo un sacrificio, encuadernarlos tenerlo día y noche cerca del alugar en el que sueñan. Hay una gran diferencia entre el libro prestado y el que es nuestro. La lectura implica que se pueda saber dónde están, en un libro, las páginas que nos gustan, que se puedan encontrar sin demasiado esfuerzo. La situación extrema sería leer un único libro en su vida, tal como lo hacían los antiguos judíos, como algunos cristianos, como el señor de Saci, al que la sola lectura de San Agustín, proporcionaba suficiente formación como para contestar a Pascal. Varios libros, bastante anodinos en sí, se podrían iluminar si se tomase la resolución de no leer nada más que ellos durante toda una existencia y de pedirles la interpretación de vuestras experiencias de la vida. Nos extrañamos a veces de que Hegel o Marx tengan ese privilegio, pero es que la oscuridad, la masa, las lagunas son, al igual que la concisión de las máximas, condiciones favorables para que un lector pueda alojar en un libro de imagen de sus pensamientos. Del que más se saca y al que más se da es al libro hermético.

Los libros que conviene tener siempre a la cabecera son los que son capaces en toda circunstancia de darnos un consejo o un movimiento favorables; los que nos elevan por medio del relato de una vida ejemplar los que nos cuentan la existencia de un hombre parecido a nosotros y que nos tranquilizan por ello, como Montaigne; los que nos revelan el universo tal como es; los que nos hacen participar en otras existencias, en otros medios y en otras épocas los que lo resumen todo los que son coma cánticos. El libro más bello es quizá el que no ha sido escrito para ser leído, el que se publica después de la muerte del autor, el que no está oscurecido por ningún deseo de gustar, el que tiene el valor de un testamento.

Y es conveniente que el libro sea suficientemente antiguo para que no se relacione con nuestros detalles presentes por ningún lazo, y que nos haga sentir que lo que nos conmueve, en este momento, es pasajero.

Hay libros de cabecera que se abren casi a diario. Los hay también que no se abren casi nunca, pero, sin embargo, existen, y que sabemos que los podíamos consultar. Se parecen a esas personas que nunca vamos a ver, pero que nos hacen un bien sencillamente por existir, y porque sabemos que con sólo correr un cerrojo las podríamos visitar. El nombre de un autor, un título sugestivo, a veces basta con eso.

Y, como en todos estos casos, el precepto contrario tiene su verdad, casi igual, diría yo: "Quédate de libro de cabecera con el de tu adversario más hiriente, más razonable, tal como Pascal tenía a Montaigne y Montaigne a Séneca" Es beneficioso tener a su lado al ser insolente que despierta vuestras partes débiles y que os obliga a buscar pruebas, el que ve oscuro lo que vosotros veis claro, para disfrutar mejor de lo que se posee o para atemperar nuestras certidumbres.

IV

A los hombres siempre les ha gustado leer historias, sabiendo que eran inventadas, porque esperaban de ellas una verdad más íntima, más amplia, más cercana a su corazón que la verdad llamada histórica.

Los que se han dedicado a narrar podrían explicarnos el porqué: saben que el esfuerzo que hay que hacer para relatar es más difícil que el esfuerzo para constatar hechos o para desarrollar ideas puras. Exige las mismas cualidades que las del observador y las del pensador abstracto, pero llevadas a un grado más alto. No se puede narrar sin dar a los sentimientos de sus personajes una densidad que nao tienen en la vida corriente, sin modificarlos, aumentarlos o disminuirlos, y ajustar el azar mejor de lo que lo hace la vida. Al hacer esto se va en dirección a la verdad. En el fondo el arte del narrador es el de Dios, en tanto que dios predestina, es decir, que crea los acontecimientos a la medida de las personas, en medio de la aparente negligencia de los seres y las cosas; aporque el narrador también debe tener ese aire distraído en medio de su relato, esa candidez, esa flema, respecto a lo que cuenta de terrible o emocionante; en suma, esa negligencia que es el atributo de la soberanía; solamente él sabe cómo acabará aquello. Y como sobrevive y relata, el oyente adivina que el asunto no ha terminado tan mal.

Se obtiene el resultado de seducir al que escucha contándole una existencia similar a la suya, pero más alta de color, tal como se ve en la historia de Abrahán o en la de Ulises. De modo que se define muy mal una novela cuando nos limitamos a decir, como en el pequeño diccionario Larousse, que es "una historia inventada escrita en prosa, en la que el autor intenta suscitar interés por medio de la singularidad de aventuras extraordinarias". La imaginación de los novelistas no inventa la realidad, es un tipo de observación más audaz. Disraeli, después de cada una de sus experiencias políticas, escribía una novela, que iba menos destinada a posibles lectores que a él mismo; intentaba comprender, por medio de la ficción; lo que acababa de ocurrirle y de soñar, pero que no había conocido en esa especie de sonambulismo que es toda acción intensa. Si Disraeli hubiera tenido el talento de Balzac, sus libros hubieran aportado más a la humanidad que sus ministerios. Por lo demás, la mayoría de las grandes acciones han sido llevadas a cabo por sus autores para poder ser contadas un día, como decía Joinville, "en habitaciones de mujeres".

Hay que leer novelas para conocer el sentido de nuestra vida y el de las vidas de los que nos rodean y que el embrutecimiento de lo cotidianos nos esconde. Hay que leer novelas para penetrar en medios sociales distintos al nuestro y para encontrar en ellos, bajo la diferencia de las costumbres, el parecido de la naturaleza humana; para estudiar como en el laboratorio los problemas fundamentales, que son el del pecado, el del amor y el del destino, y esto de una manera concreta y sin las transposiciones de la moral en fin, para enriquecer su vida con la sustancia y la magi de otras existencias.

No sin razón los que saben narrar obtienen los mayores éxitos, tal como nos lo muestran los nombres de Homero, de Cervantes o de Víctor Hugo.

Hay que reconocer que en este campo escasea el talento. En cada época aparecen estos hombres hábiles que saben posponer para la página siguiente la solución del problema planteado en la página anterior; pero esto no es más que el mecanismo de la narración; lo difícil es saber deslizar, en esta máquina de perpetua posposición, una verdad, un carácter, una semilla misteriosa.

En la actualidad se pone la filosofía en la novela, al igual que antaño se ponía la moral o la casuística del corazón. Nos apartamos así de la regla fundamental del género. Que consiste en no tener otro fin confesado que el de relatar y el de entretener. Y sin duda de un buen relato irradia la moral y la filosofía, pero los personajes, e incluso el autor, no deben pensar en ello, lo mismo que los actores no deben pensar que se le contempla y que representan un papel.

También debe haber un sitio para la Historia en las lecturas. Aquí el interés se centra en lo que verdaderamente sucedió. Lo ideal sería que lo que ha ocurrido realmente y que posteriormente es relatado resulte poseer por añadidura el interés de la novela: esto no le ocurre más que a lo que es llamado con justicia "la pequeña historia".

En la gran historia los acontecimientos deben sufrir su propia ley no y no la del arte. Toda historia es necesariamente austera, digamos incluso aburrida –y en esto se parece a la ciencia descriptiva–. Toda historia contiene series, enumeraciones, recuerdos de fecha, detalles puestos en el mimo plano que las líneas cumbres, una igualación de lo que es importante y de lo que no lo es, tal como ase en Tácito, ese historiador, sin embargo, tan artista. Pero los que leen historia deben tener el mismo tipo de paciencia que el historiador: la paciencia de lo viviente.

Hay que decir también que los buenos libros de historia (los que en nuestros días se dirigen al gran público) recogen y condensan los acontecimientos. Llevan a la expresión más alta esa aceleración de la duración, que es inmanente a todo libro de historia, por largo que sea. El historiador nos permite asistir a una vida humana en la duración precipitada de algunas horas; nos obliga a tener arios siglos bajo la misma mirada. Y sin duda los eruditos no se atreven a hacer estas síntesis. Ocurre en nuestros días que escritores-historiadores cojan prestados ciertos elementos sacados de las largas paciencias de aquellos y ganen notoriedad en su lugar, cosa que no puede suceder en las letras o en las ciencias. Pero el público tiene razón al reclamarles a los historiadores libros cortos y densos. Son los eruditos los que no tienen razón al no proporcionárselos ellos mismos en sus momentos de ocio. Lo que un público culto le pide al historiador no es la exactitud de cada detalle, sino la verdad de un largo desarrollo.

V

También conviene leer de cuando en cuando un libro de ciencia desprovisto de tecnicismo, en tanto que se entienda y sin tener es preocupación de comprenderlo todo que estropea toda lectura. Ninguna ficción reemplaza esa amplitud que nos da el conocimiento de las matemáticas, de la física o de la biología.

Es notable que un libro de ciencias, cuando no es de geometría, no dura más de treinta años. El conocimiento que parece ser el más verdadero es el que se estropee más rápidamente; no hay nada más anticuado que una obra de constatación o de erudición publicada a principios de este siglo; hacerlos caducar para siempre, mientras que la poesía y la filosofía no envejecen. Lo que ocurre es que en estos trabajos exactos que componen la ciencia o la crítica entran muchos símbolos, mientras que la observación de la naturaleza humana o el pensamiento puro alcanzan de galope un elemento sustancial. ¡Que extraño resulta que los griegos nos parezcan nacidos ayer y que nos enseñan los resortes del hombre, del ser , de la política, cuando no sabían nada de lo que sabemos nosotros! Zola es antiguo al lado de Homero, y Bergson ante Platón.

Lo que desanima en los libros de pensamiento es en parte que están escritos en una lengua abstracta. No se habla en ellos de alias, sino de la humanidad, o de la esencia, de la materia, de la relación… Parece que los filósofos sustituyen los objetos reales y palpables por fantasmas opacos creados por la mente. Y es muy cierto, tal como dije antes, que es mucho más fácil hacer una disertación que escribir un cuento, pues el estilo abstracto es una música interior, que se engendra fácilmente a sí misma. Hay algunas lenguas, como la germana, que son tan propicias a crear abstracciones, que un alemán, diga lo que diga, parece que está pensando, cuando en realidad no hace más que construir una frase. Pero hay otras lenguas, como la griega o la francesa, en las que las palabras abstractas están lo suficientemente próximas al uso corriente como para conservar el sabor de la cosa, y, sin embargo, son lo suficientemente transparentes como para designar la interioridad de esta osa y su parecido oculto con las demás cosas. Esto se aprecia al leer a Descartes, a Malebranche, a Ravaisson, a Valensin o a Lavelle.

Por lo demás, no vayamos a creer que para entender bien a un filósofo haya que buscar siempre un sistema o una verdad pura. Alain, que sabía bien cómo leer y mejor todavía cómo enseñar a leer , enseñaba que a veces se debe leer a Kant como si se leyese a Montaigne o a Proust. Decía que ni los filósofos ni los novelistas nos revelan lo que piensan, unos porque creen que deben ocultarlo, los otros porque se ven arrastrados por su relato; hay que emplear la astucia con todos ya buscar los momentos de olvido en lo que se traicionan. En lo libros de pensamiento puro, como la Etica o la Evolución creadora, se esconde, bajo un sistema aparente, una experiencia humana individual, llevada a la más alta generalidad.

Y ha ocurrido en nuestro tiempo que un filósofo pueda escoger indistintamente para expresarse el tratado, la novela, el cine y el teatro. Realmente estos géneros de expresión deberían poderse trasponer uno en el otro. Es un placer buscar la filosofía de una novela o la historia íntima oculta bajo la abstracción.

VI

Podemos preguntarnos qué hubiera sido de la fe si no hubiera tenido alguna Escritura para sostenerse. el primer objeto que consagra a la religión es un texto. La religión nos enseña a leer: enseña que lo que hay de bello y de verdadero en una obra no viene de su autor: un creyente piensa que la Biblia está escrita por el infinito para él. Tiene incluso la idea (irrefutable)a de que si el Espíritu ha inspirado a Isaías, este mismo Espíritu ha escogido este preciso momento, este versículo preciso, sobre el que caigo por casualidad, para socorrerme y como una segunda inspiración.

El beneficio de un libro de religión o de mística no está reservado solamente para los que tienen fe. Todo hombre es religioso, en la medida en que es capaz de atención y de silencio. a menudo se ha observado el parecido entre la atención y la oración. Este parecido se olvida por las dos partes, pues los creyentes se dejan llevar a oraciones sin atención y los oyentes se contentan con actos de atención sin oración.

El espíritu de la religión no está tan alejado de la ciencia cuando ésta intenta progresar. "La elevación –decía Novalis—es el método más excelente que conozco para evitar colusiones fatales. Por ejemplo, la elevación de todos los hombres al de genio de todos los fenómenos al estado de misterio…"

En nuestra civilización la Biblia es el libro por excelencia. Lo que e admirable en esto es que no es un libro propiamente dicho, sino un conjunto de todos los géneros de libros, excepto el abstracto. Contiene bajo un pequeño volumen todas las especies de palabra, desde el código al canto amoroso, pasando por los tranquilos proverbios, las quejas, los ritos, las parábolas, los relatos sangrientos e impasibles.

En el fondo, el arte de leer bien, si he sido comprendido correctamente, consiste en componer una segunda Biblia para sí mismo, esleer la primera con inteligencia, y la segunda, la nuestra, con fe.

 

 

 

Autor:

Víctor Raúl

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