CAPITULO I
LA VIDA EN GRUPO EN LA PREHISTORIA Y SUS BENFICIOS EN RELACION CON LA DE LOS SERES AISLADOS.
El ser humano como homo habilis se remonta a una antigüedad de 2"5 millones de años, a los que habría que añadir muchos más de su etapa como simio sociable.
Desde los tiempos de simio (como vemos en las especies actuales) se eligió una vida en grupo. Sin duda el grupo (equipo) facilita las tareas vitales de los individuos. Mejora la defensa de las agresiones externas. Mejor información de los peligros. Facilita la caza. Mediante las exploraciones, facilita el conocimiento de mejores yacimientos, terrenos más fértiles o climas más adecuados. El grupo dispone de la fuerza unida de todos sus miembros; con ella se pueden acometer obras de gran envergadura impensables para las posibilidades individuales. Mejor aprovechamiento de los recursos: Por ejemplo, un individuo solo, desaprovecharía un ciervo cazado. Gran parte del ciervo se desperdiciaría. Etc.
El grupo me aporta beneficios, pero también se convierte en mi competidor: El compañero ayer me ayudó a cazar un jabalí (bueno) y hoy me quita la novia (malo), mañana me curará unas heridas, y al siguiente se me adelantará a dormir en la cueva, y me dejará sin sitio. Esta riquísima relación grupal en la lucha por los recursos, va a dar lugar en el individuo, a unos comportamientos respuesta impulsados por las Emociones y dirigidos a conseguir el máximo de beneficios y el mínimo de cargas o contratiempos.
Hablábamos de la vida en grupo. En ella, el compañero es imprescindible para poder disfrutar de todos los beneficios antes enumerados. Lógicamente el individuo siente como importante la presencia de sus compañeros, y en esa línea tratará de favorecerlos y ayudarles, en espera de reciprocidad, ya que si no hay compañeros no hay beneficios (hombre amigo del hombre). Sin embargo el individuo, por simple instinto de supervivencia, buscará siempre sus intereses. Este "siempre" que subrayo, parece excesivo, no parece real, pero lo es. Lo que ocurre es que, a veces, el interés del compañero es compatible con nuestro propio interés material o emocional: por ejemplo: doy una ayuda para un necesitado y esto me produce una pequeña sensación de bienestar. Ayudar al compañero es una excusa con la que doy satisfacción a mi bienestar emocional. Esto es bueno para los dos y a la vez resulta ejemplo edificante para el resto de ciudadanos.
Volviendo al tema, el individuo tratará de aprovechar el máximo de beneficios y privilegios que le ofrece el grupo y tratará de delegar en el compañero las tareas de grupo que resulten indeseables. Si cada individuo manifiesta esas mismas intenciones ¿sobre quién recaerán esas tareas desagradables, y quién disfrutará los privilegios?. No existe la ley ni el derecho y la Fuerza dará respuesta a este interrogante. Los privilegios dentro del grupo son muchos y variados, así como las obligaciones molestas o poco agradables. El reparto vendrá dado por la Jerarquía y la Jerarquía por la Fuerza, entendida ésta como un conjunto de circunstancias personales, como son la fuerza física, los apoyos familiares o de amigos, o los méritos o valores personales útiles al grupo (buen guerrero, guía geográfico, brujo, hábil artesano, inteligente, estratega, trabajador, buena genética física, trato agradable, canto agradable…). Al principio habrá lucha entre los individuos del grupo (medir fuerzas) de la que nacerá un escalafón jerárquico. Llegados a este punto, cesan los desgastes violentos infructuosos, se hace la paz en el grupo y aparece un equilibrio junto a una ley inapelable, que establece que el nº 1 disfrutará de todos los beneficios que quiera y no hará nada indeseable. El nº 2 podrá elegir todo lo que no eligió el 1º y sólo tendrá las obligaciones que éste le imponga, y así hasta el final del escalafón jerárquico donde aparecerá un individuo al que todos pueden dar órdenes y que sólo puede disfrutar de los beneficios que nadie del grupo eligió para sí.
Lógicamente, cada componente del grupo tratará de hacer méritos o cultivar valores para subir en la consideración de los demás, y a la vez -por ley de relatividad- se beneficiará, incluso propiciará la pérdida de meritos y la consiguiente bajada en el escalafón de los que se encuentran por encima de él o con posibilidades de alcanzarlo por detrás. Si el que me precede pierde puntos, yo, sin necesidad de hacer nuevos méritos, me colocaré delante de él y quien antes me daba órdenes, ahora tiene que obedecerme y comer lo que me sobre a mí, etc. Lo mismo ocurre con los que me siguen próximos en el escalafón jerárquico. No me interesa que consigan nuevos méritos y me adelanten. Necesito que continúen detrás de mí.
De esta florida y complicada vida grupal van a aparecer por parte del individuo una serie de respuestas o acciones, tendentes a reforzar su papel dentro del grupo, o lo que sería lo mismo, tratar de debilitar el papel de los vecinos en el escalafón. Para que estas acciones (u omisiones) se produzcan se hace necesaria una fuerza que empuje al individuo a la acción u omisión. Estas fuerzas que obligan se conocen como Emociones y se manifiestan en 2 fases: una de malestar ante el problema, que empuja a la acción u omisión y otra posterior de bienestar o recompensa orgánica por haber actuado de acuerdo con los intereses propios, (nuestro ser interno emocional no tiene voz y no puede dialogar con nosotros. Únicamente puede manifestar su "opinión" concediéndonos vía hormonal un "bienestar" o un "malestar", según proceda). Estas emociones, útiles al individuo a lo largo de milenios, se irán haciendo genéticas, de manera que llegarán hasta nosotros y no podemos voluntariamente prescindir de ninguna de ellas ni modificarlas. Únicamente podemos acentuarlas o atenuarlas con la ayuda de la Inteligencia, educación, o cultura (control y conocimiento emocional).
Nuestro actual problema es que las Emociones nacieron para satisfacer las necesidades de unos individuos con circunstancias vitales y sociales muy distintas a las nuestras. Hay un gran desajuste entre nuestros modernos intereses o modos de vida y la dictadura ineludible de nuestras emociones ancestrales. Esto provoca descontento en el individuo, y obstaculiza gravemente su Felicidad. Los genes son implacables y no entienden de modas.
CAPITULO II
LA ADAPTACION ORGANICA A PROBLEMAS INTERNOS O MEDIOAMBIENTALES
El organismo se defiende automáticamente de todo lo que penetra en él (la bacteria, el veneno, el polvo, la herida, los rayos solares…). Reacciona ante los agentes medioambientales externos como la luminosidad (adaptando la retina), el calor (sudor, circulación periférica), frío (pelos, tiritones, enroscamiento, circulación no periférica), radiaciones solares (melanina), polvo (mucosa nasal, párpados). Para toda estas respuestas no hace falta que nosotros intervengamos conscientemente. Conducta cero. Nuestro organismo soluciona automáticamente esos problemas aunque estemos dormidos o disminuidos de razón. Pero ¿qué hacer cuando el organismo no puede desde dentro y por sus propios medios solucionar ciertos problemas externos que afectan a su calidad de vida? Por ejemplo: El vecino me roba, me sancionan por mal aparcamiento, mi novia me abandona, se me agotaron los alimentos, me van a echar del trabajo, en la carnicería me dan gato por liebre, me he perdido por el monte, el sol me achicharra, no me han elegido…etc. La única forma de solucionar estos problemas es con mi comportamiento, es decir, haciendo algo (Conducta). Pero nuestro organismo es tendente al ahorro de energías (inoperancia): mi vecino me robó, y ¿encima tengo yo que molestarme en hacer algo? Por economía de energías, insisto, no nos moveríamos. Sin embargo nuestro organismo, que dispone de millones de años para buscar solución a los problemas, ha dado con la fórmula para salvar la inoperancia y obligarnos a actuar. ¿Cómo? Mediante las Emociones (las repasamos extensamente en capítulo aparte). Sin Emoción, excepto casos de urgencia vital, no hay Conducta por acción u omisión.
CAPITULO III
LA ADAPTACION A LOS PROBLEMAS EXTERNOS (SOCIALES O MEDIOAMBIENTALES)
Todas las adaptaciones al medio (social o material) por su constante repetición a lo largo de milenios, se han ido haciendo genéticas, de manera que los individuos al nacer ya saben básicamente conducir su vida, sin necesidad de aprendizaje. Cuando decimos que algo se ha hecho genético, significamos que va impreso en la propia naturaleza, y que no podemos quitárnoslo de encima a corto ni medio plazo. Para modificar nuestra genética necesitaríamos los miles o millones de años que la Naturaleza tardó en irla conformando. La Naturaleza todo lo hace sin prisas y todo lo hace perfecto, eficaz, económico y con la coordinación necesaria (pensemos en un ecosistema). Las sociedades llamadas civilizadas, o de progreso, no paramos de meter la pata mediante nuestras leyes y cambios bruscos "de un día para otro", según el eslogan que suene en el momento. De todas las adaptaciones que, a modo de ejemplo, antes hemos enumerado, hemos visto que algunas, es el propio organismo el que se encarga internamente de solucionar el problema; sin darnos cuenta, podríamos decir.
El objeto de este ensayo es tratar de dar luz de forma organizada a los procesos referentes a la adaptación a los problemas que sólo pueden solucionarse con la conducta: acción u omisión, y para empujarnos a esa conducta contamos con las Emociones. En el reino animal, sin emoción (instinto) no hay conducta. Podríamos recoger estos problemas externos bajo 2 epígrafes: 1º Problemas con la Naturaleza (necesito comida, bebida, vestido, inhalar oxigeno, reproducirme, buscar sol, buscar sombra, descansar…Igual que cualquier otro animal). Emociones que nos empujan a satisfacerlos: hambre, sed, frío, asfixia, impulso sexual, fatiga… 2º Problemas derivados de la convivencia en
Grupo. Aquí contemplaríamos infinidad de ellos (amor, odio, perdón, imagen, comunicación, patriotismo, competición…) La lista de Emociones se nos haría interminable. Estas emociones nacieron para nuestros antepasados, adecuadas a su forma de vida; no a la nuestra. Para hacernos una idea de estos problemas de relación social y sus correspondientes Emociones, es indispensable hacer un esfuerzo mental y situarnos en la perspectiva de lo que fue la vida de los seres humanos con una antigüedad de partida de 2 millones y medio de años (25.000 siglos), en que el Homo Habilis empezó a trabajar la piedra, hasta hace apenas 8.000 años que comenzara el frenético despegue de la sociedad del progreso de la mano de la agricultura y la ganadería sedentarias. A partir de entonces, podemos calificar el progreso como revolucionario e insostenible. Durante aquel lapso de millones de años, la vida transcurrió sin cambios relevantes y en las condiciones, científicamente conocidas, que sabemos: No existían las grandes y potentes aglomeraciones de personas. Las primeras "ciudades" empezaron a formarse no más allá de 6.000 años. Esto quiere decir que la sociedad estaba formada por grupos familiares o tribus, independientes lógicamente unas de otras. A veces serían competidoras por el territorio y a veces serían aliadas por motivos defensivos ante terceras tribus agresoras. Sabemos que eran nómadas y que vivían de lo que la naturaleza producía en el territorio que frecuentaban. La movilidad de los nómadas era incompatible con la propiedad privada, que se limitaría a utensilios domésticos y algunas sencillas herramientas. Existía la ocupación diaria y variada, pero no la dependencia laboral monotemática o especializada como hoy la conocemos. Tema importantísimo para entender aquellas relaciones humanas es el hecho de que la Ley escrita y formal no existía. Sin duda alguna existirían "leyes", acuerdos y costumbres dentro del grupo, pero los más fuertes tendrían mil excusas "de peso" para hacer y deshacer sobre el derecho de los más débiles, incluido el derecho a la vida. ¿Qué componente del grupo podría pedir responsabilidades al jefe de la tribu, al brujo, al potente guerrero, al amigo del jefe…? Las normas existían, sin duda, pero sin fuerza (que es lo mismo que no existir). La "justicia" que en todo momento se imponía era la fuerza, entendida ésta no sólo en su sentido físico, sino también como valoración que el individuo recibía del resto de vecinos debido a sus cualidades o condicionamientos particulares beneficiosos, o temibles para la tribu, o al apoyo que recibía de familiares, amigos o aliados.
CAPITULO IV
LA JERARQUIA SOCIAL Y SUS LEYES
La vida del individuo en aquella sociedad primitiva se resumía en 2 grandes contenidos: de una parte las cosas deseables o privilegios, y de otra las obligaciones indeseables. Lógicamente el individuo va a luchar por el máximo de privilegios y el mínimo de obligaciones. Pero los demás componentes de la tribu luchan por lo mismo. Empieza la competición entre todos. Cada privilegio u obligación es motivo de disputa. Con el tiempo el individuo observa que cada vez que lucha con alguien más fuerte que él (en el sentido amplio de fuerza que antes vimos), primero no consigue el privilegio, y segundo recibe una serie de golpes. Entonces –inteligentemente- decide no disputar con los fuertes, porque ya que no va a conseguir el privilegio, al menos se libra de los golpes. Así nace la Jerarquía o escalafón imaginario, que va a permitir al grupo desarrollar una vida social si no equitativa, sí al menos pacífica, con el mínimo de roces, con la consiguiente economía de esfuerzos. El individuo débil, en los últimos puestos de la Jerarquía, irá conformando su vida con lo que le deje el resto de la tribu.
Leyes de la Jerarquía: 1º cada individuo se asigna para sí el puesto en jerarquía que considere conveniente y prudente: ni muy alto, porque originará muchos enfrentamientos con los de arriba y recibirá golpes innecesarios, ni muy bajo porque se perderá muchos privilegios o asumirá obligaciones fácilmente eludibles. 2º El individuo deseará y buscará la máxima fuerza para estar lo más alto posible. Tratará de cultivarse en méritos y valores útiles al grupo. Cualquier pérdida de fuerza de sus competidores será bien recibida (ley de la relatividad). Será por el contrario doloroso que los que están por encima de él (sobre todo los más cercanos) sigan aumentando su fuerza, porque no podrá nunca alcanzarlos, o que aumenten su fuerza los que están por debajo (sobre todo los más cercanos), porque lo alcanzarán. 3º El individuo disfrutará de los privilegios que le dejen los que están más altos que él en la jerarquía, y podrá imponer obligaciones a los que están más bajos.
Toda esta rica y complicada estructuración jerárquica va a ir dando lugar a las distintas emociones sociales (el Amor y la Envidia, las reinas de todas ellas) como verdaderos pilotos automáticos que en cada momento empujan a actuar de la forma más conveniente para los intereses personales vitales de aquellos hombres primitivos. El problema para el hombre actual reside en que nuestras circunstancias han cambiado enormemente en todos los campos –y siguen evolucionando a velocidad geométrica-, de manera que nuestras actuales prioridades y conductas sociales chocan y frecuentemente se incompatibilizan con las necesidades impresas en nuestros genes durante miles de siglos. Esto encierra una gravedad muy superior a la que nos imaginamos, ya que la Felicidad está sujeta a la satisfacción o al control represivo de las ineludibles emociones. De manera que se puede afirmar sin miedo al error que el hombre cuanto más primitivo, más posibilidades de felicidad, porque las emociones estaban hechas a medida de su vida real, mientras a los hombres actuales nos resultan incomodísimas porque el "progreso" nos encorseta en formas y culturas donde aquellas emociones gravitan sobre nosotros a manera de lastre engorroso. Su funcionamiento genético nos sorprende por desconocido, y causa estragos en nuestra Felicidad. Afortunadamente nuestro aguante es genético, y nos permite ir tirando del carro de la vida a base de continuas represiones. Si por un momento pudiésemos meternos dentro de la camisa emocional de nuestros antepasados, nos costaría mucho despojarnos de ella, pero como esa camisa es inimaginable para nosotros, seguimos convencidos de que esto es lo bueno y aquello lo penoso.
CAPITULO V
LAS EMOCIONES. QUÉ SON. CÓMO FUNCIONAN. EL EQUIPO OPERATIVO EMOCION-INTELIGENCIA-MEMORIA.
Para mejorar la posición en el grupo o tribu, como vimos en el capítulo anterior, van a ir adoptándose unos comportamientos o conductas, que con el paso de los milenios se harán genéticas, es decir terminarán produciéndose automáticamente sin necesidad de que la Inteligencia intervenga. Van en los genes y por ello no se puede prescindir de ellos a voluntad. La fuerza interna que me obliga a adoptar aquellos comportamientos o conductas se conoce como emoción, instinto, sentimiento, dolor, placer, bienestar, malestar, deseo, aversión. El organismo no entiende de nomenclaturas; todo lo recoge simplificado en dos conceptos: Lo que me gusta o deseo y lo que me desagrada o temo. Las emociones dirigen nuestra conducta con la ayuda e información que reciben, bien del análisis de la Inteligencia ( pensamiento o razón), bien directamente de los sentidos, o bien los dictámenes ya emitidos con anterioridad por la Inteligencia sobre temas similares (Memoria). La Inteligencia se encarga de estudiar las circunstancias concurrentes en el acontecimiento, convocando a la balanza a todas las emociones que puedan sentirse afectadas en la disyuntiva (Si las emociones no son convocadas por los sentidos, Inteligencia, o Memoria permanecen inactivas). El platillo que resulte de más peso decide, obligándonos a actuar en esa dirección. Por ejemplo: si tengo hambre (emoción) debería comer, sin embargo decido no comer porque a la vez se ha producido otra emoción más fuerte: "no puedo aumentar mi sobrepeso" Otro ejemplo: La Inteligencia me dice que salir en
zapatillas a la calle resulta más cómodo, sin embargo la emoción de Imagen me lo impide, y me calzo los zapatos. La Inteligencia por sí sola, en ningún caso puede obligar a una conducta. Sólo la concurrencia de emociones puede decidir.
Algunos ejemplos: Mi partido político lo está gobernando fatal; lo inteligente sería probar con otro partido; sin embargo en las próximas elecciones seguiré confiándoles mi voto.
Sería inteligente ponerme a estudiar para aprobar el examen; sin embargo cierro el libro y me voy de discoteca.
Llevo 20 años reñido con mi hermano por algo que ocurrió aisladamente. Cualquier persona con sentido común aconsejaría retomar las buenas relaciones, sin embargo hay algo dentro de mí (emoción) que me impide dar el primer paso.
Cuento bien los chistes en casa. Ese chiste tan simpático que conozco bien, vendría muy a cuento sobre lo que hablamos en esta reunión; sin embargo no me decido a contarlo, y pierdo la ocasión de quedar bien.
Necesito aflojar una tuerca y no tengo la llave adecuada. Sé que el vecino la tiene, pero me cae tan mal (emoción) que al final el trabajo se quedará sin hacer.
Debería declarar mi amor a esta chica tan interesante. Sería una novia estupenda. Sin embargo el tiempo pasa y por algún motivo (Timidez) no me decido.
Voy a comprar un reloj. Hay uno de 15 euros digital muy exacto y ligero. Sin embargo decido comprar uno de 300 enorme y muy pesado.
Si hiciésemos una encuesta, el 90 % estarían de acuerdo en que el lujo en general es un concepto negativo y poco razonable. Sin embargo pedimos créditos bancarios para sufragar actividades lujosas.
Si nos situamos en cualquiera de estos ejemplos (podrían citarse muchísimos más), y nos imaginamos que nosotros no somos los protagonistas sino meros espectadores, daremos un consejo en dirección opuesta a la decisión del protagonista. ¿Por qué?: El protagonista está directamente afectado por determinadas emociones. Los espectadores son ajenos a esas emociones y sólo ven el camino de lo razonable.
Otro ejemplo ilustrativo del funcionamiento emocional: Un hombre entra en su domicilio y encuentra a su esposa en brazos de su amante. Inmediatamente saca del bolsillo un arma y dispara sin mediar palabra.
Comentario: El hombre al entrar recibe un informe inmediato de la visión y de la memoria (hechos similares antes analizados). La gravedad es grande y la emoción es a medida de la gravedad. Tan es así que no deja tiempo a la Inteligencia de convocar a otras emociones que pudieran suavizar los efectos de la primera, y da la orden de disparar. Si el marido hubiese tenido que buscar el arma y esto le hubiese llevado un tiempo, la Inteligencia (lenta) hubiese podido convocar las emociones necesarias para contrarrestar la fuerza de la emoción fuerte, y hay muchas posibilidades de que los disparos no se hubiesen producido. Esas emociones contrarrestantes serían: El perjuicio de la cárcel, el deterioro de la imagen social, el escándalo mediático, el dolor causado a los hijos…etc. Esto le ocupa un tiempo a la Inteligencia.
Aquí vendría recordar aquello de, bajo los efectos de una fuerte emoción, "contar hasta 10 antes de tomar una decisión". Al contar damos tiempo a que la Inteligencia pueda hacer su trabajo y evitar acciones de las que podemos arrepentirnos con posterioridad.
La emoción sin la información de la inteligencia, de los sentidos, o de la memoria permanece inactiva (necesita ser convocada a escena). La Inteligencia o razonamiento es lenta en su funcionamiento. Emite dictámenes muy analizados. La emoción es ciega e inmediata; por ello en casos vitales, de urgencia, o rutinarios actúa la emoción auxiliada por los sentidos y por la memoria, sin el concurso de la Inteligencia. Este último caso es el más interesante porque supone un amplio porcentaje de acciones que realizamos a lo largo del día, llevados únicamente de las emociones, como verdaderos pilotos automáticos, sin que tengamos para ello que ocupar a la inteligencia, que podrá dedicar su labor a otras disyuntivas más complicadas y analíticas. Por ejemplo: Me levanto cuando suena el despertador, saludo por la calle a los conocidos, pago el billete del bus, me sujeto en el bus para no caer, abro el paraguas si llueve, esquivo un obstáculo en la acera… ¿Cómo podría yo realizar mi vida si para cada una de estas acciones (que llamamos rutinarias, producto de la experiencia) tuviéramos que pedir opinión a la inteligencia? ¿Cómo podría la inteligencia, entorpecida de esta manera, dedicarse a temas más problemáticos y delicados?. La inteligencia las trabajó la primera vez que ocurrieron y a partir de aquel veredicto (como ocurre sabiamente en la administración de Justicia, cuando dictamina, sin necesidad de juicio, casos iguales a otro ya juzgado con anterioridad), las emociones –auxiliadas por la memoria- tienen vía libre para obligar a la acción. Esto lo entendemos fácilmente si sabemos que cuanta más experiencia alcanza una persona en un trabajo pasando las acciones al terreno de lo rutinario, mayor es la eficacia de sus actos. No tiene que pensar. El aprendiz sin experiencia debe las primeras veces pasarlo todo por la Inteligencia, y terminará como decimos "con la cabeza caliente" y sólo habrá producido en su jornada laboral la mitad que el experimentado. Las emociones actúan con garantías de automatismo, y sin ellas nuestra vida estaría muy entorpecida.
La Inteligencia empieza por convocar a todas las emociones interesadas en la disyuntiva. La balanza de las emociones decide la acción, y ahora la Inteligencia vuelve a intervenir para organizar el desarrollo de la acción decidida.
¿De qué mecanismo se vale la emoción para obligarnos a la acción?: De dos mecanismos muy simples como son, de un lado, el dolor o el malestar cuando sucede o hacemos algo que suponemos es negativo para nuestros intereses (también ocurre cuando no se produce algo que deseábamos con ilusión, y lo llamamos Frustración). De otro lado, el mecanismo opuesto sería placer o bienestar con que nos recompensa el organismo después de suceder o haber hecho algo que suponemos es positivo para nosotros, o que lo ilusionamos con perspectiva de futuro (también ocurre cuando no se produce algo que temíamos). El malestar empuja a la acción, y el placer premia por el éxito obtenido.
A veces emoción e inteligencia no se ponen de acuerdo y hay sufrimiento (Ej. me gustaría comer embutidos pero me perjudican y no debo). Más que no ponerse de acuerdo, se trata de que la inteligencia propone una nueva emoción: "El interés por no perjudicar al organismo". Si analizamos este ejemplo vemos que una Inteligencia muy superlativa capaz de llegar muy lejos con consideraciones del tipo "el colesterol es grave, ayer también comí productos con colesterol y no puedo abusar, tengo antecedentes familiares con problemas circulatorios, quiero vivir muchísimos años, no debo pasar por la puerta de la charcutería, el colesterol produce más muertes que la carretera…" se erigiría en enemiga del desarrollo armonioso y placentero de la propia vida . Otra persona "menos" inteligente (esto se llamaría "inteligencia emocional" o como diría Aristóteles "en medio está la virtud") no llega a un análisis tan exhaustivo y perfeccionista. Consecuentemente produce una emoción débil que no impedirá que el platillo se incline del lado de los embutidos, aunque sea moderadamente. Una gran inteligencia puede ser -de hecho es- fuente de problemas en la propia vida emocional. Un coeficiente intelectual más corto, que no acierte a contemplar tantos problemas puede dar más felicidad y disfrute a su dueño. Para la consecución de la propia felicidad la satisfacción de las emociones debe ser prioritaria y debe acotar moderadamente la actividad de la inteligencia. De vez en cuando, resulta saludable decir "hago esto porque me da la gana, y punto". Hay personas que, por alguna causa, tienen disminuida su capacidad intelectual. Les resulta muy difícil alcanzar objetivos, pero su frecuente sonrisa y entusiasmo nos revela una felicidad o armonía interior muy superior a otras personas con un CI normal o más alto y que alcanzaron metas elevadas.
Las emociones nacieron para resolver problemas o carencias de nuestra existencia, y el primer paso para que el organismo actúe, es "pincharle" desagradablemente con la emoción, sentimiento o deseo correspondiente. Mejorado el problema, el organismo refuerza y aplaude nuestra actuación liberando sustancias, conocidas como endorfinas y otras, que nos producen placer, bienestar, tranquilidad o descanso (felicidad). Estas sustancias tienen lógicamente un efecto transitorio, de manera que la sensación de felicidad de la que disfrutábamos ayer, a pesar de que las circunstancias que la originaron continúan, hoy nos ha abandonado y nos vemos enredados en nuevas emociones molestas que trabajan en otros frentes, abiertos para "mejorar" nuestra vida. La sensación de Felicidad no puede ser duradera, 1º porque nuestro organismo necesita, supongo, tiempo y materiales escasos para sintetizar las sustancias que producen felicidad. La felicidad es un potente excitante, comparable al que producen las drogas. 2º porque una sensación de felicidad continua, haría que nos despreocupásemos del timón, y nuestra vida se convertiría en un desastre por inoperancia. Esto sería siempre calificado negativamente como "dormirse en los laureles" o "vivir en las nubes". Un poco lo que vemos en los consumidores habituales de drogas. En una vida feliz, la Felicidad aparece y desaparece en ciclos de obligatoria alternancia, que no debe ser motivo de preocupación. La felicidad se deja ver poco en una vida opulenta. Cuanto más la buscamos (Preocupación) más entorpecemos su aparición. Nunca aparece de forma caprichosa; siempre hay un motivo emocional, que a veces ni nosotros mismos detectamos, porque se produce de forma automática. Lo mismo sea dicho del malestar o infelicidad.
El Placer es el bienestar o premio que nuestro organismo nos concede cuando solucionamos un problema o satisfacemos una necesidad. A más problema o necesidad, más placer. A menos necesidad (la mal llamada "sociedad del bienestar") menos placer, hasta llegar a placer casi cero. Normalmente los placeres los identificamos con las necesidades vitales (comida, bebida, respiración, abrigo, reproducción, descanso…) y sabemos qué órganos corporales concretos son los implicados en la satisfacción. No pueden reprimirse por mucho tiempo. El resto de los placeres, al no ser de necesidad vital pueden, con mayor o menor dolor, reprimirse, y sucede que nosotros sentimos malestar pero no lo asociamos al placer reprimido, de manera que nosotros notamos que no somos felices pero no sabemos el motivo ("…si lo tengo todo"), y lógicamente no podemos –por desconocimiento- poner los medios para mejorar.
Cuando hablamos de Placer no podemos limitarnos al crucero, el caviar, los cubalibres, las marcas y la lujuria (todos ellos muy ligados al euro). Debemos levantar un poco el horizonte de nuestra vida y descubrir placeres naturales gratuitos que están ahí en nuestra genética impresos, esperando a que les hagamos caso (en el apartado que se habla de las "asignaturas" que puntúan para aprobar el curso de la Felicidad, se tratan extensamente estas emociones o placeres ocultos y frecuentemente desatendidos, quizá porque no guardan relación con el dinero y no sirven para mejorar nuestra Imagen porque no tienen precio cuantificable).
Solemos utilizar el término placer para referirnos a satisfacciones relacionadas con los sentidos o fisiológicas. Por el contrario utilizamos el término Felicidad para referirnos a logros de tipo espiritual, o para hacer una valoración general de nuestra vida o de nuestro estado de ánimo. Se trata de nomenclaturas, pero no de conceptos distintos. El placer, podríamos decir, es uno de los componentes de la felicidad: Soy feliz, entre otras cosas, porque en mi vida se produce frecuentemente el placer. La Felicidad sería como el curso que hay que aprobar y los distintos Placeres serían las asignaturas. De cualquier forma parece absurdo enredarnos en buscar diferencias a conceptos que continuamente están coincidiendo y solapándose en una misma identidad.
El grado de felicidad o de placer va a depender del grado de insatisfacción previo (no es lo mismo llevar 2 horas sin comer que llevar 2 días. Problemas más arduos o insatisfacciones más grandes producirán placeres más grandes, y a la inversa)
De la definición que hacemos de Placer hablamos de "premio". Los premios no se conceden continuamente. Todo premio debe ir precedido obligatoriamente de una etapa de trabajo, entrenamiento o sufrimiento. Si queremos un nuevo premio, debemos pasar por otra etapa de sacrificio. Así vemos la alternancia Sacrificio-Premio.
Hablamos de "necesidad" o "problema". Hay necesidades genéticas concretas, ineludibles (el cariño, la paz, la justicia, el consuelo, la trascendencia, la libertad, lazos familiares, la amistad, la imagen competitiva, integración en el grupo, tranquilidad o tiempo suficiente, la compasión o misericordia, la comida, bebida, abrigo, caza, juego, la exploración o viaje, el sol, el fuego, la danza, el canto…) Hay otras "necesidades", infinitas y no genéticas (consumismo). De ellas algunas son necesarias y otras sobrepasan los límites de lo necesario, con una relación necesidad-costo muy baja. Si no se tiene noticia de ellas no nos restan felicidad (esto habla de la influencia negativa de medios de comunicación y publicidad); al conocerlas se produce el malestar de "carencia" que empuja a conseguirlas, máxime si el resto del grupo ya lo ha hecho. El mal grave aparece en el momento que al ser infinitas, para satisfacerlas necesitamos dedicar al trabajo asalariado un tiempo excesivo que hay que sacarlo ¿de dónde y cómo?: incumpliendo necesidades genéticas antes enumeradas (muy menospreciadas porque ninguna de ellas puede cuantificarse en €. Sin embargo unos zapatos de piel de cocodrilo, un móvil de penúltima generación, unas llantas de aleación, un lavavajillas con música, un crucero… sí podemos valorarlos en €). Cada arítculo de consumo, aparte de su precio de venta, lleva aparejada una pequeña esclavitud en concepto de adquisición, mantenimiento y protección. Esa pequeña esclavitud, sumada a infinidad de otras pequeñas esclavitudes, nos hacen esclavos de autentica solemnidad.
Esas necesidades genéticas, desatendidas e infravaloradas, nos producen una falta de felicidad que no entendemos ¿Cómo es posible que no encuentre felicidad con la cantidad de dinero de que dispongo y gasto?. Escapa a nuestra lógica que sociedades pobres y no consumistas o tercermundistas, den generalmente síntomas externos inequívocos de felicidad. Sencillamente pueden permitirse el lujo de atender mejor sus necesidades genéticas porque al no sufrir la esclavitud consumista, disponen del tiempo necesario para ello. El día que por una ventana se asomen a la sociedad de consumo y comparen, inmediatamente sacan el billete para la patera, sin sospechar ellos que la insatisfacción de las necesidades genéticas es el alto precio que deberán pagar para satisfacer las necesidades consumistas. Es lo que llamaríamos "cambiar la seda por el percal". Es cambiar lo gratuito por lo costoso.
De la definición de Placer, también deducimos que la necesidad debe estar desatendida: Para paladear la victoria, debemos conocer con anterioridad el descalabro o el sacrificio invertido en conseguirla. Para disfrutar de la comida hay que tener hambre. Puede disfrutar de calorcito quien viene de un ambiente frío. Sólo puede disfrutar del descanso quien está fatigado. Nos alegramos de ver a alguien que llevamos tiempo sin verlo… Cuando lo tenemos todo continuamente "atendido", dificultamos el placer. Cuanto más dinero tengo, más necesidades tengo "atendidas" ¿ cómo voy a procurarme placer? El placer se ahoga en la abundancia.
El término "satisfecho" (feliz) hace referencia a que hemos dado satisfacción a una necesidad. Una vez satisfecho, paso a la situación de "harto" en la que no se puede seguir adelante con el Placer.
La No felicidad, mal humor, preocupación, frustración, estrés o tristeza es la sensación de malestar con la que nuestro cuerpo nos alerta de que las previsiones vitales de felicidad o de mejora no se están cumpliendo. Nuestra vida no va bien y algo hay que hacer para salir de la frustración o vacío. Pero ¿Por qué con frecuencia me encuentro Infeliz y molesto si no hay ningún órgano corporal concreto que me moleste ni tengo ningún problema importante en mi vida?. Hay necesidades evidentes (todos las conocemos) como el hambre, la sed, el éxito propio, el éxito de los hijos, la imagen social…y hay otras necesidades o emociones desconocidas, ocultas o poco tomadas en consideración (nadie nos dijo que había que atenderlas), pero que a nuestro organismo no pasan desapercibidas, como la necesidad de hacer el bien, el cuidado y roce físico de nuestros familiares próximos, la tranquilidad, el descanso necesario y suficiente, la intensidad suficiente en los placeres…
El Malestar, en cualquiera de sus manifestaciones antes subrayadas, es incompatible con el Placer o Felicidad; cuando menos les restaría intensidad. Sería incongruente recibir un castigo y un premio simultáneamente. La Naturaleza es sabia. El disfrute de los placeres queda desactivado o debilitado hasta tanto no se disipe el malestar; precisamente para obligar a que se solucione.
Esto es de gran trascendencia para nuestra vida emocional, porque podemos vernos inmersos en situaciones duraderas de preocupación o estrés que pueden dar al traste con el disfrute de una vida placentera. Pensemos, a modo de ejemplo, en la impotencia sexual por estrés. Pensemos en nuestras grandes preocupaciones –desconocidas en el tercer mundo- (vivienda, trabajo, imagen externa, el cuidado de la salud en un hábitat químicamente agresivo, abandono de los progenitores, progreso de la soledad, relaciones de pareja, adolescencia de los hijos, grandes decisiones económicas…) Todo esto nos lleva a un bloqueo más o menos acentuado del Placer, y cuando el organismo no puede aguantar más este "mono de placer", rompe de forma revolucionaria en Depresión.
El malestar, además de molestar, nos priva de otros placeres. Son incompatibles. Resultaría utópico en la sociedad consumista pensar en despojarnos de las grandes preocupaciones generadoras de malestar.
FUNCIONAMIENTO DE LAS EMOCIONES:
Beneficio subjetivo grande: emoción agradable grande
Perjuicio o problema subjetivo grande: emoción desagradable grande
Las emociones se manifiestan con distintos grados de intensidad. De ahí la importancia personal de subrayar las buenas y atenuar las improcedentes (Control emocional). ¿Cómo?: Con la ayuda de la Inteligencia (los pensamientos).
Si el individuo considera que una situación le es beneficiosa, habrá una respuesta emocional agradable proporcional al beneficio.
Si el individuo considera perjudicial una situación o hecho, habrá una respuesta emocional dolorosa proporcional al perjuicio.
Cada una de nuestras acciones va precedida de una emoción o varias. Por eso no somos libres, tal como nosotros entendemos la Libertad. Nuestras acciones no son fruto de nuestra pretendida Libertad sino mera respuesta al combinado de una amplísima gama de emociones. La persona libre haría necedades y locuras ya que haría las cosas tal como le viniesen a la cabeza, sin atenerse a su interés real. Así únicamente pueden actuar los que, por alguna causa, ven afectado el normal funcionamiento de la Inteligencia.
La intensidad e importancia de cada una de las emociones, además de la peculiaridad genética, se ve en el individuo modificada por la cultura o educación recibida en la infancia, de manera que en la balanza de las emociones que intervienen a la vez en un mismo caso, se producirá una toma de decisiones distinta de unas personas a otras. Por eso nos vemos tan diferentes unos de otros, porque son muchas las emociones intercurrentes, y de muy distinta valoración personal. Los animales tienen muchísimas menos emociones y sus comportamientos son, dentro de la especie, muy homogéneos y predecibles.
La Inteligencia actúa (cuando no hay urgencia vital) de manera que aporta datos y análisis que pueden modificar el grado de sensación subjetiva de beneficio o perjuicio ( aumentándolas o disminuyéndolas). La Inteligencia no puede imponerse a las emociones, pero sí puede controlarlas "engañándolas" o convenciéndolas según nuestro interés, mediante la activación o puesta en escena de otras emociones de signo contrario (Control emocional). Nuestros antepasados no necesitaban control emocional porque, lo que dictaban sus emociones era justo lo que convenía hacer. Había muy poca discrepancia entre emoción y razón o inteligencia, puesto que las emociones habían nacido para empujar la conducta a lo más razonable.
Nosotros sí necesitamos control emocional porque nuestro sistema de vida, muy distinto al de nuestros antepasados, nos impone continuamente la represión o control del impulso que nos manda la emoción: Hace mucho calor y me gustaría ir desnudo por la calle, pero la inteligencia me dice que puedo tener problemas más graves que el calor; por tanto me reprimo. Me gustaría decirle cuatro verdades a mi jefe, pero no se las digo porque me costaría caro. Me gustaría ir con la camiseta del Real Madrid al trabajo, pero mejor no porque el jefe es del Barcelona. Me gustaría cantarle las cuarenta a quien me quitó la novia, pero me puede costar un dinero. Me gustaría hacerme una casita a orilla del mar, pero no me lo permiten. Me gustaría sujetar el filete con la mano y empezar a darle mordiscos, pero quedaría mal; mejor utilizo tenedor y cuchillo. Este niño se merece dos azotes bien dados, pero no debo hacerlo porque está prohibido. Me gustaría hartarme de morcilla, pero el Dr. o la báscula me lo impiden…
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